Cristina lleva varias horas dando vueltas en la cama, sin poder dormir. Está convencida de que entregarle el bebé al padre de Asmaa Samir es un error: había repudiado a su hija y lo único que le preocupaba era el aspecto de su nieto; además, vivía en una barriada de El Cairo y no podía ofrecerle las mismas posibilidades que una familia de adopción en Holanda.
Si no hubiese encontrado a Amin en el cubo de la basura, si no hubiese insistido en verlo aquella noche en el hospital, la suerte del niño habría sido diferente. Le guste o no, su destino está ligado al del bebé. Es natural que quiera protegerlo.
Se incorpora y apoya la cabeza sobre la almohada. Zarandea a Gerrit, que duerme a su lado, pero éste emite un gruñido y se da la vuelta. Cristina tiene que soplarle en una oreja hasta que abre los ojos.
—¿Qué pasa?
—No puedo dormir.
Gerrit se protege el rostro con el antebrazo; Cristina acaba de encender la lámpara de la mesilla de noche.
—El lunes se llevan a Amin Samir de vuelta a Egipto.
—Y tú no crees que sea buena idea —dice Gerrit, reprimiendo un bostezo.
—Estaría mucho mejor con una familia holandesa.
—¿Estás segura?
—Claro que lo estoy. Al Departamento de Inmigración le traen sin cuidado los intereses del niño; su único objetivo es reducir el número de inmigrantes.
—Aparte de secuestrar al bebé, no se me ocurre nada que puedas hacer.
—El comisario me ha propuesto que vaya un par de días a El Cairo, para asegurarme de que Amin llega sano y salvo.
—¿Vas a ir?
—No lo sé. La despedida sería mucho más dura.
Gerrit se frota los ojos con el dorso de la mano.
—Si quieres, te acompaño. Podríamos aprovechar para visitar las pirámides.
Las Navidades anteriores, Gerrit le había propuesto pasar unos días en Egipto, pero Cristina había preferido quedarse en Ámsterdam. Aunque no había visto a su padre, por lo menos había estado cerca de él.
—¿Y qué hacemos con Stitch?
—Lo dejamos en la residencia canina. No le vendrá mal un poco de compañía femenina.
—¿Compañía femenina? A mí me ve todos los días.
—No me refería a ese tipo de compañía.
A Cristina no le gusta dejar a Stitch en la residencia canina. Cuando se encuentra en un entorno desconocido, el perro deja simplemente de comer.
—Ya hablaremos de eso mañana.
Cristina se tapa con la sábana y apaga la luz. Gerrit se da la vuelta y vuelve a quedarse dormido. Ella permanece en silencio, mirando al techo. Le viene a la mente el personaje de William Randolph Hearst en la película Ciudadano Kane: un niño de origen humilde que heredaba una fortuna y se convertía en un tirano que finalizaba sus días solo e infeliz, rodeado de objetos extravagantes que constituían un recordatorio de la insignificancia de su vida.
Enciende la luz y vuelve a soplarle a Gerrit en la oreja hasta que consigue despertarlo.
—¿Qué pasa ahora?
—Quiero hacerte una pregunta; necesito que me respondas con sinceridad.
—Si lo hago, ¿me dejarás dormir?
—Es una pregunta hipotética. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —responde él con un suspiro.
—¿Has pensado en la posibilidad de tener otro hijo?
Gerrit se incorpora y escruta a Cristina.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Responde a mi pregunta.
—Nunca me he ocupado mucho de Caspar y no estoy seguro de haber sido un buen padre, pero me encantaría tener una hija parecida a ti.
Cristina no dice nada. Se da la vuelta y apaga la luz.
—¿Ya está? —pregunta Gerrit, en la oscuridad—. ¿No vamos a hablar de ello?
—Me has pedido que te dejara dormir.
—¿Qué demonios te pasa?
—Nada.
—Claro que te pasa algo.
—Ya te he dicho que no. Vamos a dormir.
Gerrit enciende la luz de su mesilla pero, en ese momento, suena el móvil de Cristina. Una llamada a las dos de la mañana sólo puede ser de la comisaría.
—¿Quién es? —pregunta ella.
—Vermeulen. Necesito hablar con usted.
Cristina mira el reloj despertador.
—¿Sabe qué hora es?
—No la llamaría si no fuese importante.
Cristina se aparta el pelo de la frente y cambia el teléfono de mano.
—La espero dentro de cinco minutos delante del portal de su casa —dice el agente del AIVD.