La inspectora Molen ve acercarse a Van Sisk por el pasillo. Lleva puesto el abrigo para irse, pero antes de abandonar la comisaría se detiene en el despacho de Cristina.
—Felicidades por el nacimiento de tu nieta.
—Gracias. Creo que es lo único que sabe hacer bien mi yerno.
El comisario entra en el despacho y se sienta frente a ella.
—¿Qué nombre le han puesto a la niña?
—Christine —responde él—. ¿Por qué eligieron tus padres la grafía latina al bautizarte?
—Mi padre es protestante, pero creo que en el fondo de su alma habría preferido ser católico.
Permanecen unos instantes en silencio: Van Sisk, mirando el atardecer a través de la ventana; Cristina, expectante por conocer el motivo de su visita.
—Supongo que sabes por qué he venido a verte.
—Claro. Vas a aumentarme el sueldo.
Van Sisk sonríe. Concentra su vista en ella, como si quisiera encender una hoguera sobre su piel.
—Rils ha venido a verme. Dice que le has prohibido tomar declaración al asesino de Branislav Kijic.
Cristina espera unos segundos antes de responder, para controlar su enfado.
—No creo que Milan Avramovic haya matado a nadie; seguramente oyó hablar de Kijic en la televisión. Mi trabajo no consiste en meter en la cárcel a inocentes.
—¿Y qué vas a hacer con él?
—Dejarlo encerrado unas horas, para que reflexione.
—¿Y si continúa acusándose?
—Entonces ya veremos.
Van Sisk se levanta, se acerca a la ventana y contempla los tejados de Marnixstraat.
—Los del Departamento de Inmigración me han llamado hace unos minutos —dice el comisario—. La embajada de Egipto ha presentado, en nombre de la familia de Asmaa Samir, una solicitud de repatriación del bebé. Nuestras autoridades han dado su aprobación.
La noticia toma a Cristina por sorpresa. Los trámites administrativos solían eternizarse. ¿Por qué ha ido todo tan rápido esta vez?
—Una asistente social egipcia llegará el domingo por la tarde a Ámsterdam y volará con el bebé a El Cairo el lunes. Te lo digo por si quieres despedirte del niño: al fin y al cabo, le salvaste la vida.
—Muy considerado por tu parte —dice Cristina, intentando ocultar su confusión con una brizna de sarcasmo.
—El Departamento de Inmigración me ha pedido que envíe a alguien para acompañar al niño a Egipto. Después de que intentaran secuestrarlo en el hospital, quieren asegurarse de que llega sano y salvo.
—Y, como soy una mujer, has pensado en mí.
—Si no quieres ir se lo pediré a Boer o Rils. Seguro que cualquiera de los dos tiene más instinto maternal que tú.
Cristina reflexiona unos instantes. No es el mejor momento para irse de Ámsterdam. Los homicidios de Branislav Kijic, Abderramán Salah y Asmaa Samir siguen sin resolver. Cuando volviese de Egipto, los pocos indicios de los que dispone estarían más fríos que el agua del Prinsengracht en enero.
—No creo que sea buena idea. Tengo tres homicidios por resolver.
—Sólo tendrías que quedarte en El Cairo un par de días, para asegurarte de que el niño es entregado a su familia. Piénsatelo durante el fin de semana.