Capítulo 32

Amin Samir duerme plácidamente en una cuna del hospital. Después de retirarle la vía intravenosa, los médicos decidieron trasladarlo a una habitación individual, ante cuya puerta hace guardia un agente de la policía.

En la mente de Cristina aflora el recuerdo de la canción infantil In de Maneschijn, «A la luz de la luna», que su madre le cantaba cuando era niña. Empieza a tararearla, pero hace tanto tiempo que no canta que su propia voz le parece extraña. A ella siempre le han gustado los niños, especialmente los bebés. Tal vez porque no ha tenido mucho contacto con ellos. Antes de encontrarse con Amin, hacía quince años que no sostenía un bebé en brazos: la edad que tienen los hijos de sus amigas.

—No sabía que cantases tan bien.

Cristina se da la vuelta y ve a Gerrit. Él se acerca y le da un beso en la mejilla, mientras intenta descifrar lo que ella siente por él. A pesar de todos sus esfuerzos, no le ha permitido formar parte de su vida. Al principio pensaba que Cristina se habituaría a su presencia, que lo acabaría queriendo por costumbre, pero empieza a albergar serias dudas: cuanto más se aproxima, más se aleja ella, como un polo magnético del mismo signo.

—¿Qué tal está el niño? —pregunta Gerrit.

—Los médicos dicen que evoluciona favorablemente. En un par de días le darán el alta.

—¿Y después?

Cristina tarda unos segundos en contestar.

—Supongo que lo llevarán a un orfanato, aunque no creo que permanezca allí mucho tiempo. Al ser tan pequeño, habrá muchas familias que lo quieran adoptar.

—Estará bien; no te preocupes.

Ella repite sus palabras sin mover los labios. Tal vez consiga convencerse de que será así.

—Tengo los resultados de la autopsia de Abderramán Salah. ¿Quieres que hablemos de ello?

—Prefiero no hacerlo delante del bebé. Vamos a otro sitio.

Salen al pasillo y caminan en dirección a la cafetería. Cristina ve que hay una habitación vacía al fondo del corredor y entran en ella. En la ventana se perfila una luna en fase creciente.

—Soy toda oídos.

—Abderramán Salah recibió trece puñaladas, las mismas que Asmaa Samir. Las siete primeras en el cuello, en la zona de la yugular; las otras seis en la espalda, en el omóplato derecho.

—¿Quieres decir que fueron dos agresores?

—Eso explicaría los diferentes puntos de entrada de las puñaladas, pero pudo tratarse de una sola persona: las puñaladas en el cuello harían que la víctima se inclinara hacia delante, permitiendo al asesino rematarla por la espalda.

Cristina se apoya en la pared. La luna ha quedado oculta tras una nube.

—Abderramán Salah murió desangrado unos minutos después de recibir las puñaladas. Quien lo asesinó era un principiante, o un sádico.

—¿Tienen las puñaladas el mismo perfil que las de Asmaa Samir?

—La profundidad es diferente, al igual que el arma utilizada. En el caso de Asmaa Samir era un cuchillo de hoja lisa, mientras que el que mató a Abderramán Salah tenía la hoja dentada. En ambos casos, el agresor fue un hombre; o una atleta de la antigua República Democrática Alemana.

Dos cuchillos, el mismo número de puñaladas y, posiblemente, dos asesinos, piensa Cristina.

—Necesito saber si Abderramán Salah era el padre de Amin Samir —dice Cristina.

—Para extraerle sangre al bebé necesitaremos una autorización judicial.

—Puedes obtener su ADN frotándole el paladar con un bastoncillo de algodón.

—Esa prueba no es fiable al cien por cien.

—Será suficiente. ¿Por qué no tomas la muestra ahora?

Gerrit mira a Cristina. Tal vez el problema en su relación es que ella consigue siempre lo que quiere.

—Aquí no tengo el material necesario para tomar la muestra.

—Estamos en un hospital —replica Cristina—. Tiene que haber de todo.

Gerrit está a punto de decir algo, pero finalmente sale de la habitación para ir a buscar el instrumental. Unos minutos después, entra en la habitación del bebé con una caja de bastoncillos de algodón y un recipiente de plástico.

—Para que lo sepas, he tenido que invitar a cenar a una enfermera.

—Con tal de que no te acuestes con ella…

—No te preocupes; las enfermeras sólo me gustan de dos en dos.

—Gerrit, a ver si vas a dormir con Stitch esta noche…

Mientras Cristina acaricia la mejilla del bebé, que sigue dormido, Gerrit frota con un bastoncillo la pared interior de su cavidad bucal. A continuación, introduce la muestra en el bote de plástico.

—¿Cuándo tendrás los resultados de la prueba?

—En dos o tres días.

Cristina se sienta en la silla: acaba de sentir otro pinchazo en la sien. Aunque ya hace cinco días que recibió el golpe, el médico le advirtió de que podría sufrir jaquecas durante una semana.

—¿Te pasa algo? —le pregunta Gerrit.

El padre de Cristina solía decir que, mientras los débiles perdían el tiempo quejándose, los fuertes obtenían de la vida lo que querían. Su padre, siempre su padre.

—¿Por qué me lo preguntas?

—Llevas unos días un poco rara.

—¿Más rara de lo habitual?

—En realidad, desde que encontraste al bebé.

Gerrit guarda el bote de plástico con la muestra de ADN en el bolsillo de su parka.

—Supongo que te has encariñado con el niño, lo cual no tiene nada de malo.

—Pero si sólo lo he visto tres veces…

—Tal vez ha despertado algo dormido en tu interior.

Cristina se acerca a la ventana.

—No sabía que, además de forense, fueras también psicólogo.

—Bueno, mejor lo dejamos.

—No, ahora no cambies de tema. Quiero saber lo que piensas.

Cristina se frota las sienes. ¿Adónde los llevaba esa conversación?

—Lo que pienso es que el niño ha despertado tu deseo de ser madre, y que tienes miedo.

—¿Miedo? ¿De qué?

—No lo sé. Tal vez de la responsabilidad, o de repetir los errores de tu padre.

Cristina apoya una mano en la pared. Se siente algo mareada.

—¿Eso es un reproche?

—Una invitación, Cristina. Llevo meses repitiéndola.

La inspectora siente una arcada y corre hacia el cuarto de baño. Cuando ha acabado de vomitar, Gerrit le acerca una toalla de papel y le acaricia el pelo.

—Cuando nació mi hijo asistí al parto —dice él—. Fue como presenciar un terremoto o la erupción de un volcán; como si la naturaleza se desencadenase ante mis ojos. Me sentí insignificante y muy pequeño, pero al mismo tiempo inmortal. Fue la experiencia más intensa de toda mi vida.

Cristina hace un esfuerzo por contener las lágrimas.

—¿Por qué me cuentas eso?

—Porque quiero que sepas que, sea cual sea tu decisión, estaré a tu lado.