El café Hoppe tiene la iluminación opaca y las manchas de nicotina de todos los bruine cafés de Ámsterdam. Hace años que Cristina no entra en ese local. Aunque siguen limpiando el suelo con arena, el café parece haberse convertido en un refugio de yuppies y turistas.
Vermeulen está sentado a una mesa que le permite observar la entrada, con la pared a su espalda. Sostiene en la mano un cigarrillo sin encender, que golpea rítmicamente contra la mesa.
—¿Tiene por costumbre llegar antes de tiempo? —le pregunta la inspectora, tras sentarse a su lado.
—Es una vieja manía. Me permite echar un vistazo y asegurarme de que todo está en orden.
El agente Vermeulen se pone el cigarrillo entre los labios, pero no lo enciende. Hace meses que está prohibido fumar en los bares y cafés de Holanda.
—Debería habernos informado antes de visitar la Asociación Al-Mahgoub —dice Vermeulen—. Habríamos podido facilitarle el trabajo.
—Lo tendré en cuenta para la próxima vez. ¿Qué es eso que no podía decirme por teléfono?
Vermeulen se saca el cigarrillo de la boca y lo guarda en el bolsillo de la camisa.
—Abderramán Salah era informador del AIVD.
—¿Por qué no me lo dijo en el aeropuerto?
—Es información reservada.
Cristina ve acercarse al camarero y le indica con la mano que no quiere tomar nada. ¿Qué más le había ocultado Vermeulen?
—Abderramán Salah me había citado en el aeropuerto —prosigue el agente del AIVD—. Antes de viajar a Egipto, quería contarme algo relacionado con Al-Mahgoub. Cuando llegué a los lavabos situados junto a la puerta G7, el lugar de la cita, me lo encontré muerto.
—Esa vez no llegó usted antes de tiempo.
Vermeulen se gira para echar un vistazo a una pareja que acaba de entrar en el café. Después vuelve su mirada a Cristina.
—Abderramán Salah era consciente de que si descubrían que era confidente del AIVD, tendría serios problemas.
—¿Con quién?
Vermeulen se encoge de hombros.
—Con algunos salafistas que sueñan con instaurar un califato islámico en Holanda.
¿Sabía el director de Al-Mahgoub que su hermano colaboraba con el AIVD?
—La mayoría de los musulmanes residentes en Holanda rechaza el terrorismo —prosigue Vermeulen—, pero una minoría apoya una interpretación extremista del islam. Uno de los cometidos del AIVD es conocer lo que ocurre en el interior de las mezquitas y las asociaciones islámicas.
—Simplificando las cosas, Abderramán Salah espiaba a su propio hermano.
—Su labor consistía en vigilar las actividades de un grupo de jóvenes salafistas vinculados a Al-Mahgoub.
—¿Hussein Alaoui entre ellos?
—Si descubrieron que Abderramán Salah era colaborador nuestro, Alaoui no sería el único mártir dispuesto a enviarlo al paraíso.
Cristina tiene la garganta seca, pero decide no pedir nada al camarero para no interrumpir la conversación.
—Si Abderramán Salah colaboraba con el AIVD, ¿por qué tenía RDX en su maletín?
Vermeulen vuelve a encogerse de hombros.
—Quizá nos utilizaba para ocultar sus verdaderas intenciones. Puede que estuviese preparando un atentado terrorista.
—¿Vino Asmaa Samir a Holanda para participar en un atentado?
—No disponemos de información sobre ella. Tendrá que contactar con la policía egipcia a través de la Interpol.
—Ya lo he hecho, pero las autoridades egipcias no han mostrado mucho interés en el caso. Se trata «sólo» de una mujer asesinada…
Vermeulen bebe otro sorbo de agua. Saca un paquete de cigarrillos del bolsillo del pantalón y lo deja sobre la mesa.
—Conozco a un inspector de policía en Egipto. Si quiere acelerar los trámites, puedo darle su número.
—¿Va a decirme de qué lo conoce? ¿O es también información reservada?
El agente del AIVD sonríe, mientras hace girar el paquete de tabaco sobre la mesa.
—Digamos que me debe un favor…