Capítulo 23

Gerrit estaciona su viejo Mercedes en el aparcamiento del hospital y acompaña a Cristina a Urgencias. Al llegar a recepción, una enfermera toma nota de sus datos y les pide que aguarden en la sala de espera, vacía en ese momento.

En un rincón de la sala se amontonan varios juguetes infantiles, y Cristina no puede evitar pensar en el bebé. Si sobrevive, nada de lo sucedido esa noche quedará grabado en la memoria del niño: será adoptado por una familia y nunca conocerá el destino sufrido por su madre.

Al cabo de unos minutos aparece un médico. Aparenta unos treinta años, tiene las piernas muy delgadas y lleva una bata blanca, con zuecos del mismo color. Ofrece el aspecto de alguien que no ha dormido en las últimas veinticuatro horas.

—¿Cómo recibió ese golpe? —le pregunta el médico cuando entran en la sala de consultas.

—Me lo di contra una puerta.

El médico le lanza una mirada acusadora a Gerrit, como si hubiese intentado robarle su estetoscopio.

—Si lo prefiere, podemos hablar a solas.

—Soy inspectora de policía —explica Cristina, con voz cansada—. Recibí este golpe mientras intentaba detener a un sospechoso.

—¿Por qué no vino de inmediato al hospital?

—Porque tenía un cadáver del que ocuparme.

El médico le pide que se siente en la camilla para examinarle la herida.

—¿Ha vomitado o sentido náuseas?

Cristina niega con la cabeza.

—¿Ha sentido convulsiones o somnolencia? ¿Trastornos sensoriales?

—Lo único que siento es dolor de cabeza.

El médico le pide que gire el cuello en varias direcciones; después, le presiona la nuca.

—Vamos a realizarle unas pruebas para asegurarnos de que no ha sufrido un edema. Tendrá que quedarse esta noche en el hospital.

—¿Es necesario?

—Me temo que sí. El golpe ha podido provocar un traumatismo craneoencefálico.

Cristina exhala el aire con fuerza. Acaba de sentir otro pinchazo en la sien.

—Hace unas horas ingresaron en el hospital a un bebé llamado Amin Samir —le dice al médico—. Me gustaría saber cómo está.

—Primero vamos a ocuparnos de usted.

—Antes quiero saber cómo está el bebé. Esa información es parte de una investigación policial.

El médico deja el estetoscopio sobre la camilla y mira a Cristina con fastidio.

—¿Qué nombre ha dicho?

—Amin Samir.

El hombre se sienta al ordenador y escribe algo en el teclado, al tiempo que se muerde el labio inferior.

—Amin Samir ingresó con síntomas de hipotermia —dice el médico—. Cuando entró en la unidad de reanimación, su temperatura corporal era cercana a los treinta grados y tenía la respiración y el pulso débil, la tensión arterial baja y los reflejos prácticamente nulos. Es casi un milagro que siga vivo.

—¿Sobrevivirá?

—No ha sufrido fibrilación cardiaca ni edema pulmonar. Estamos aumentando su temperatura corporal y vigilando su frecuencia cardiaca y respiratoria, además de la tensión arterial. Por el momento, el sistema cardiovascular responde con normalidad. Es pronto para decir si está fuera de peligro, pero su reacción es favorable.

Cristina intercambia una mirada con Gerrit.

—Me gustaría ver al niño.

—Podrá hacerlo mañana. Ahora tenemos que someterla a una resonancia magnética y hacerle unas radiografías.

—Mientras no vea al bebé, no me someteré a ninguna prueba.

El médico se levanta de la silla y observa a Cristina. Parece todavía más cansado que antes.

—¿Es siempre así de testaruda? —le pregunta a Gerrit.

—Pues hoy tiene un día bueno…

El hombre mira su reloj y después a Cristina. Niega varias veces con la cabeza.

—Le permitiré ver al bebé unos segundos, pero después se someterá a todas las pruebas sin rechistar. ¿De acuerdo?

Tras obtener el asentimiento de Cristina, el médico los guía por un pasillo hasta la sección de pediatría. En una sala duermen varios bebés, algunos de ellos conectados a respiradores. Las luces están atenuadas y los altavoces destilan una melodía infantil.

El médico consulta una de las fichas y señala una cuna. Amin Samir duerme con la respiración agitada, como un pájaro después de un largo viaje. Tiene la tez oscura y las cejas inusualmente pobladas. La inspectora le acaricia la mano: con un movimiento reflejo, sin despertarse, el bebé aprisiona el dedo de Cristina entre los suyos.

—Es extraño —le susurra el médico—. Parece que hace frío.

Cristina repara en que alguien le ha arrancado la toma de suero al niño. Al acercarse a la ventana, siente una corriente de aire. Desenfunda la pistola y se asoma al exterior. La habitación, situada en el primer piso del hospital, da a una terraza cubierta de piedras. Mira a un lado y a otro, pero no ve a nadie.

Cuando ha cerrado la ventana, un hombre se desliza en la oscuridad y salta a la calle.