El restaurante Paz Celestial está situado en Warmoesstraat, a pocos metros de la plaza del Dam, y ofrece la decoración habitual de muchos restaurantes chinos: dragones rojos, farolillos de papel de arroz y dos leones dorados flanqueando la entrada.
La inspectora Molen ha desoído la recomendación del comisario de hacerse acompañar por Boer o Rils. Lleva quince años trabajando sola y no va a cambiar sus métodos a esas alturas. Además, a los dos detectives se les nota que son policías a cien metros de distancia y serían incapaces de resolver un rompecabezas infantil.
Son las tres de la tarde y el restaurante muestra el cartel de cerrado. Llama varias veces a la puerta, hasta que le abre un hombre de casi dos metros de altura, bizco y con el pelo recogido en una coleta. Tiene un cuerpo de brontosaurio, facciones orientales, y su cintura parece el resultado de una alimentación a base de hamburguesas.
—El restaurante está cerrado —le dice el gigante.
Cristina ve, al fondo del comedor, a un hombre sentado en una mesa redonda. Una camarera le sirve comida de diferentes fuentes y, acto seguido, llena su copa con un líquido amarillento. El hombre fuma un cigarrillo mientras come.
—Tengo que hablar con Ginkgo Tan. Soy la inspectora Molen, de la policía de Ámsterdam.
El gigante de la puerta examina su identificación policial y le pide que espere. Intercambia unas palabras con su jefe y, tras recibir su aprobación, acerca una silla y le indica a Cristina que se siente.
El dueño del restaurante lleva la cabeza rasurada, luce una katana japonesa tatuada en la mejilla izquierda y tiene el tabique nasal fracturado. Ginkgo Tan continúa fumando y comiendo, sin prestar atención a la inspectora. Aunque tiene comida en el plato, se sirve directamente de las fuentes utilizando unos palillos.
—¿Quiere comer algo? —le pregunta Ginkgo Tan, tras soltar un pequeño eructo.
La inspectora piensa en la escena inicial de la película Little Caesar, en la que Edward G. Robinson y Douglas Fairbanks piden «spaghetti y café para dos». Se pregunta cómo reaccionaría Ginkgo Tan si ella hiciese lo mismo.
—Me gustaría hablar con usted sobre Branislav Kijic. ¿Se acuerda de él?
El hombre aplasta su cigarrillo en una de las fuentes llenas de comida. Después se lleva un cuenco de sopa a los labios y sorbe su contenido con gran estruendo.
—Claro que me acuerdo. ¿Me toma por un imbécil?
Ginkgo Tan da una palmada, a cuya señal la camarera se acerca y retira las fuentes de la mesa.
—Kijic era un hijo de puta y me alegro de que esté bajo tierra, pero yo no tuve nada que ver con su muerte.
La munición utilizada para asesinar a Branislav Kijic, de tipo P y 7,62 milímetros de calibre, había sido fabricada en China. Sin embargo, Cristina tiene la impresión de que Ginkgo Tan dice la verdad. No parece el tipo de hombre que espere tanto tiempo para saldar sus deudas.
—Si no va a detenerme, me gustaría ir al servicio —dice Ginkgo Tan.
La inspectora Molen le da las gracias y camina hacia la puerta del restaurante, con ganas de comenzar su ansiado fin de semana. Al llegar a su bicicleta, se agacha para quitarle el candado. En ese instante, la onda expansiva de una explosión la tira al suelo y todo se vuelve oscuro a su alrededor.
Cuando se levanta, tambaleándose, ve salir una nube de polvo del restaurante. Su fin de semana va a tener que esperar.