LA casa delante de la que detuve el coche era un edificio grande de tres pisos, con la fachada estucada. Junto al marco de la puerta de entrada, vi unos timbres junto a los cuales aparecían sujetas unas tarjetas con los nombres de los inquilinos.

Apreté el botón del timbre que correspondía al nombre de Stanberry, A. L. Tuve que esperar sólo cuestión de segundos y a través del teléfono interior oí un agudo silbido. Instantes después oí una voz que decía:

─¿Qué desea?

Apliqué mi boca a la bocina.

─Hablar con Archie Stanberry.

─¿Quién es usted?

─Me llamo Lam.

─¿Cuál es el objeto de su visita?

─Adivínelo.

─¿Periodista?

─¿Qué supone usted?

Oí el zumbido característico de que abrían la puerta desde arriba y penetré en la casa.

El departamento de Archie Stanberry era el 533. Un ascensor me llevó con rapidez al tercer piso. Busqué el número 533 y llamé a la puerta.

Archie Stanberry tenía aproximadamente veinticinco o veintiséis años de edad. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar, no obstante, hacía visibles esfuerzos por dominarse.

─Ha sido un golpe terrible para mí ─lamentóse.

─Lo comprendo.

No esperé a que me invitara, elegí un cómodo sillón, me arrellané en el mismo, saqué del bolsillo uno de los paquetes de cigarrillos que aquella misma tarde me había vendido Billy Prue, lo encendí y pregunté:

─¿Cuál era su parentesco con el muerto?

─Era mi tío.

─¿Le veía con alguna frecuencia?

─Éramos inseparables.

Saqué un librito de notas de mi bolsillo.

─¿Cuándo vio por última vez a su tío?

─Ayer por la noche.

─¿Le oyó hablar alguna vez de Billy Prue… la joven en cuya casa han encontrado el cadáver?

─No.

─¿No estaba usted enterado de que él la conocía?

─No.

─¿Sabe usted lo que hacía en casa de la joven?

─No lo sé ─respondió Archie─. Pero le puedo asegurar una cosa; fuese cual fuere el motivo de su visita a aquella casa, no había nada de malo en ello. Mi tío era un hombre noble y virtuoso.

Pronunció las palabras como si se las hubiese aprendido de memoria.

─¿Hace mucho tiempo que vive usted en esta casa?

─Cinco años.

─¿Quién es el propietario?

─Mi tío Rufus.

─¿Ha legado una herencia importante?

─No lo sé ─dijo demasiado apresuradamente─. No lo sé ─repitió─. No estoy al corriente de sus asuntos económicos. Siempre supuse que era un hombre rico.

─¿Trabaja usted? ─le pregunté.

─Actualmente no trabajo en el sentido de estar empleado. Estoy realizando un trabajo de investigación para una novela histórica.

─¿Ha publicado usted ya alguna cosa? ─pregunté.

Se sonrojó.

─Creo que esto no hace al caso en estos momentos.

─Creí que le agradaría un poco de publicidad.

─Se trata de una novela histórica cuyo tema gustaba al tío Rufus.

─¿La iba a patrocinar él? ─pregunté.

Durante unos instantes el joven evitó mirarme a los ojos, luego me miró de nuevo con sus ojos enrojecidos y, al parecer, atemorizados.

─Sí ─dijo─. Y supongo que ahora tendré que desistir de escribirla.

─¿De qué se trata?

─Se remonta a los días de la marina mercante ─comenzó con un ligero tono de entusiasmo en su voz─, cuando San Francisco era un puerto verdadero y los barcos de todos los países del mundo echaban sus anclas en la Puerta de Oro. Días que forman parte del pasado, pero que volverán cuando la marina de los Estados Unidos recobre…

─Un tema muy interesante ─le interrumpí─. ¿Estaba casado su tío?

─No.

─¿Tenía otros familiares?

─En todo caso, no los he conocido.

─¿Ha dejado testamento?

─Sinceramente, señor…

─Lam…

─Sinceramente, señor Lam, no veo el interés de esta pregunta. ¿Me permite preguntarle qué periódico representa usted?

─Ninguno.

─¿Cómo?

─Ninguno.

─Creí haber entendido que era usted periodista.

─Soy detective.

─¡Oh! ─exclamó escuetamente.

─¿Cuándo se ha enterado de ello?

─¿De la muerte de mi tío?

─Sí.

─Poco después de descubrir el cadáver me han avisado… y he tenido que ir a la casa donde lo han encontrado. Posee usted una bonita vivienda ─observé.

─Me gusta. Infinidad de veces le dije a mi tío que podía vivir en un piso más pequeño, pero él insistió siempre que me quedara aquí.

Se sonó de nuevo la nariz, y de forma un tanto brusca dijo:

─Me ha entrado algo en el ojo. ¿Me perdona unos momentos?

─Sí

─Un poco de ceniza seguramente ─dijo.

─Sacó un pañuelo, humedeció una de las puntas, se acercó a un espejo y levantó el párpado de su ojo derecho.

─¿Me permite que le ayude? ─pregunté.

─Por favor.

Con la punta del pañuelo le saqué una diminuta partícula de color tabaco del ojo.

─Gracias.

Nos volvimos a sentar en nuestros respectivos sillones.

─¿Tiene usted alguna sospecha de… cómo ha sucedido?

─No trabajo con la Policía. Soy detective privado.

─¿Un detective privado?

─Sí.

─¿Me permite preguntarle quién ha solicitado sus servicios, qué es lo que desea averiguar, qué…? ─se interrumpió y me miró con mirada inquisitiva.

─Sólo estoy interesado en el asunto desde un punto de vista muy incidental. Su tío tenía intención de vender el Edificio Stanberry.

─En efecto.

─¿Le habló de esto a usted?

─En términos generales solamente. Sabía que tenía la intención de vender el edificio y nada más.

─¿Sabe usted la cantidad que pedía?

─No. Y aún cuando la supiera, no veo el motivo de comunicarle esta información. A fin de cuentas, señor Lam, creo que procede usted de forma harto impertinente al hacer averiguaciones.

─¿Qué edad tenía su tío?

─Cincuenta y tres años.

─¿Estuvo casado alguna vez?

─Sí.

─¿Era viudo?

─No. Divorciado.

─¿Cuánto hace de ello?

─Unos diez años.

─¿Conoció usted a su esposa?

─Sí, desde luego.

─¿Dónde vive ahora?

─No lo sé.

─¿Quién solicitó el divorcio, ella o él?

─Ella.

─¿Llegaron a un acuerdo amistoso?

─Creo que sí. Realmente, señor Lam, ¿no cree usted que se ha apartado del tema principal?

─¿Le ha contado a la Policía algo más de lo que me ha dicho a mí?

─No creo que les haya dicho tantos detalles. Sus preguntas son de índole más… personal.

─Perdóneme ─me excusé─. Sinceramente, yo… ─me interrumpí en medio de la frase, tosí y murmuré con el rostro congestionado─: El cuarto de baño… ¡Rápido!

Se acercó rápidamente a una puerta y la abrió. Yo me precipité a través de la misma. Cruzamos el dormitorio y abrió la puerta que conducía al baño. Entré en el cuarto, esperé cinco minutos y volví a abrir la puerta.

Le oí telefonear desde el salón.

Eché una mirada por el dormitorio. Estaba limpio y todo en su sitio. El armario estaba lleno de trajes. Aproximadamente dos docenas de pares de zapatos aparecían alineados perfectamente. En el interior del armario ropero colgaban unas cien corbatas. Los peines y cepillos sobre la mesa del tocador estaban perfectamente ordenados y limpios. De las paredes colgaban una media docena de fotografías enmarcadas. Directamente enfrente de la cama se veía un espacio oval de unas doce pulgadas por ocho que mostraba un color ligeramente diferente al resto de la pared. Sobre la mesita de noche vi un cigarrillo partido por la mitad. Era el único detalle de desorden que se veía en toda la habitación.

La puerta se abrió bruscamente. Archie Stanberry me miró con expresión de reproche desde el umbral.

─Creí que necesitaba usted ir al cuarto de baño.

─En efecto. Bonito dormitorio…

─Señor Lam, me veo en la necesidad de obligarle a abandonar esta casa. No me gustan sus métodos.

─De acuerdo ─dije.

Regresamos al salón. Stanberry se acercó a la puerta y adoptó allí una actitud un tanto teatral.

Pero yo no le hice el menor caso. Me acerqué de nuevo al sillón y me acomodé en el mismo.

Durante unos instantes Stanberry continuó adoptando su pose.

─Le he rogado que abandone esta casa ─dijo finalmente─. En caso contrario, me veré obligado…

─Como usted quiera ─le interrumpí.

Durante un momento nos miramos fijamente a los ojos.

─Le he permitido visitarme en estos momentos de profundo dolor convencido de que era usted un representante de la Prensa ─dijo con tono irritado, pero dominándose.

─Ya le he dicho que soy detective.

─Si me lo hubiese dicho desde un buen principio, no le hubiese franqueado la entrada… sobre todo, si hubiese sabido que es usted un detective privado.

─Un detective tiene que informarse de muchas cosas ─le dije.

─Señor Lam, no sé cuál es la finalidad que persigue usted ni cuáles son sus intenciones, pero si no abandona inmediatamente esta casa, avisaré a la Policía.

─Conforme ─asentí─; y no se olvide de decirles que venga Frank Sellers. Es de la brigada criminal y está investigando la muerte de su tío.

Yo permanecí sentado y Archie Stanberry de pie frente a mí. Al cabo de unos instantes, Stanberry se acercó dubitativo al teléfono, se detuvo, esperó antes de coger de auricular y comentó:

─No comprendo la razón de su extraño comportamiento.

─En primer lugar ─comencé─, es usted un joven extremadamente meticuloso ─señalé con mi pulgar en dirección al dormitorio─. Es usted el sobrino favorito de un hombre rico. Tiene usted doncella a su servicio. El dormitorio está limpio a más no poder.

─¿Y qué tiene que ver todo esto? ─preguntó.

Esbocé una sonrisa.

─Éste es precisamente el punto débil en su coraza.

─¿Qué insinúa usted?

─La doncella ─dije con voz firme─ será capaz de decir cuál de las fotografías ha sido quitada de la pared… éste es un error. No debió usted quitar el marco. En todo caso, sólo cambiar la fotografía. El color de la pared allí donde colgaba la fotografía es ligeramente distinto al del resto de la pared y, además, se ve todavía el agujero dejado por el clavo que sostenía el marco.

Me miró con la misma expresión como si le hubiese descargado un golpe en el estómago.

─Bien, llame a la Policía ahora. Cuando venga Frank Sellers, llamaremos a la doncella, le mostraremos una fotografía de Billy Prue y le preguntaremos si es de la misma mujer cuya fotografía estaba colgada en su dormitorio.

─¿Qué… qué es lo que desea? ─preguntó con voz apenas perceptible.

─Saber la verdad.

─Lam, le voy a revelar algo que jamás he confiado a nadie… algo que jamás creí tener que confesar a un ser humano.

Guardé silencio, esperando que él continuara y se franquease.

─En ocasiones solía frecuentar el club de Rimley. Eso no tiene nada de particular.

─¿Recogiendo material para su novela?

─No sea estúpido, sólo para distraerme un poco. Cuando un hombre trabaja intensamente, es necesario que se distraiga.

─¿Y allí conoció a Bill Prue?

─¿Me deja acabar?

─Continúe.

─Billy Prue me vendió un paquete de cigarrillos. Me fijé en ella y la consideré la mujer más hermosa de este mundo.

─¿E intentó ganarse sus favores?

─Claro está. Pero no conseguí nada.

─¿Y qué sucedió?

─Cada vez me sentía más interesado por ella y temo que mi tío… en fin, temo que mi tío no aprobara mi proceder…

─¿Qué hizo su tío?

─No lo sé, señor Lam. Le doy mi palabra de honor que no lo sé.

─¿Y usted qué sospecha?

─No sospecho nada.

─Tal vez le pueda ayudar yo en este sentido. Su tío creyó que la muchacha iba solamente detrás de su dinero. Fue a visitarla en su piso y le dijo que si lograba curarle a usted de su locura por ella… saliendo con otro hombre, o arreglándoselas para que usted la encontrara en su piso con otro individuo o algo que le desengañara a usted por ejemplo… le prometió darle mucho más dinero del que podía conseguir casándose legalmente con usted.

─No lo sabía ─dijo el joven sacando un pañuelo de su bolsillo y estrujándolo entre sus dedos─. No podía sospechar una cosa así. No creo que mi tío hiciese una cosa parecida. Creo que ella se hubiese… defendido.

─¿Con un hacha de mano? ─pregunté.

─¡Dios mío! ─exclamó─. ¡Desde luego que no! Billy es incapaz de matar a una mosca. ¡Tenemos que mantener alejada a Billy de este asunto!

─¿Y la fotografía?

─La he escondido tan pronto… tan pronto me han informado de lo sucedido en casa de Billy.

─¿Se la regaló ella misma?

─No. Descubrí casualmente dónde se hacía fotografiar y encargué al fotógrafo una copia. Ella no sabía que yo tenía en mi poder una fotografía suya.

─En fin ─dije poniéndome en pie─. Cada uno con su historia. ─Y sin volver a pronunciar palabra abandoné la habitación, dejando detrás de mí a un joven completamente abatido.