ELLERY Crail estaba paseando delante de nuestra oficina cuando Berta y yo salimos del ascensor.
Emitió un suspiro de alivio al vernos.
Se acercó rápidamente a mí y me cogió de la mano.
─El encargado del ascensor me dijo que algunas veces solían venir aquí por las noches a pesar de cerrar la oficina ya a las cinco.
─Bien, arreglemos su asunto ─dijo Berta beligerante.
─Entremos en la oficina donde podamos hablar un momento ─dijo Crail.
─Nos debe usted trescientos dólares ─continuó Berta.
Crail se la quedó mirando como si no comprendiese a la mujer y luego me miró a mí.
Moví la cabeza y le dije:
─No le he contado nada.
─¿De qué diablos están hablando ustedes dos? ─preguntó Berta.
Crail levantó la mirada y dijo:
─Señora Cool, les agradezco de todo corazón lo que han hecho por mí y a Donald Lam le debo mi entera felicidad.
Berta se lo quedó mirando atónita.
Crail sacó un talonario y una pluma estilográfica de su bolsillo.
─Trescientos dólares ─dijo Berta.
─Supongo sabrán lo que ha ocurrido… Lam, al menos, parece sospecharlo. Recelaba de mi esposa y de Stanberry. No comprendía por qué aquel interés de ella en comprar un edificio que según mis abogados valía la tercera parte de lo que pedían por él. Cuando salió ayer por la tarde… decidí seguirla. Lo decidí súbitamente. No tenía mi coche conmigo y por esto le rogué a Georgia Rushe me prestase el suyo.
»No voy a referirme a todo lo que sucedió en detalle. Lam está enterado de todo. Seguí a mi mujer. Fui testigo del accidente. Regresé a la oficina… y al enterarme del asesinato de Stanberry, lo relacioné inmediatamente con mi esposa.
»Ella admitió que Stanberry la había hecho víctima de un chantaje. No me dijo de qué se trataba. En fin… quise ser un marido comprensivo. No le dirigí ninguna pregunta. Decidí proteger a mi mujer en todo lo que me fuese posible. Por esto quise evitar que el asunto del accidente pasara por los Tribunales, donde existía la posibilidad de que se descubriese que mi mujer había estado siguiendo a Stanberry. Por eso vine a verles.
»Y luego tuve una conversación con Lam sobre los problemas de la vida. Y bien… volví a hablar con ella. Tenía en mi mente la visión de Georgia tendida inconsciente en una cama del hospital. Sabía que había intentado suicidarse por culpa mía y vi las cosas desde un punto de vista muy diferente. E Irma comenzó a hablar de llegar nosotros dos a un acuerdo pecuniario y reconocí mi error de haberme casado con ella. Hemos llegado a un acuerdo con ella. Jamás me he sentido tan aliviado en toda mi vida.
Crail emitió un profundo suspiro. Cogió el talón, lo cubrió con una hoja de papel y lo dejó encima de la mesa. Cuando se puso en pie vi lágrimas en sus ojos. Me estrechó calurosamente la mano, dio vuelta a la mesa escritorio y besó a Berta en los labios.
─Me alegro haya llegado a un acuerdo con su esposa, Crail. Ella no ha matado a Stanberry. Ha sido otra mujer víctima también de Stanberry que la hacía objeto de sus chantajes. Y si ella no hubiese visto que el reloj de Stanberry adelantaba una hora y lo hubiese atrasado… todo el asunto hubiese sido menos complicado.
»Esther Witson se había cansado de ser víctima de las exigencias del hombre. Siguió a Stanberry desde el “Rendez˗vous” de Rimley para tener una cita con él. Quizá pensara ya en aquel momento en asesinarle. Vio a Stanberry entrar en aquella casa. Sabía que Billy Prue vivía allí. Vio salir a la muchacha y decidió investigar lo que ocurría. La puerta estaba abierta. Vio una magnífica oportunidad para eliminar al hombre. Vio la nota en la mano de Stanberry, pero adivinó que era una mentira. Había visto a Billy marcharse en un coche sin dirigirse previamente a la farmacia. Buscó un arma, encontró el hacha y mató a Stanberry. Pero se asustó al no saber dónde esconder el arma. Serró parte del mango y lo metió en su bolso.
Luego la arrojó en el primer coche que encontró cuando bajó del taxi. La Policía ha encontrado el extremo del mango.
Crail escuchaba atentamente.
─¿La señorita Witson, eh? Temí que mi mujer… temí también… bueno, eso ha terminado ya. Regreso ahora al hospital. Buenas noches y Dios les bendiga a ustedes dos. He tratado de expresar mi agradecimiento en este cheque. No saben la gran deuda que he contraído con ustedes. Gracias de nuevo.
Después de que el hombre hubo cerrado la puerta detrás de sí, cogió Berta el talón. Vi su mirada atónita al comprobar la cifra.
─Yo… ¡Maldita sea! ─exclamó en voz alta.
Me hallaba ya en el antedespacho cuando la oí volver en sí.
─¡Escúchame Donald! ─me gritó─. Recuerda que si vas al «Rendez˗vous» no podrás comprar cigarrillos a cuenta de gastos generales. La caja está cerrada ya.
Apoyé mi mano en el pomo de la puerta.
─Y si no duermo en casa esta noche, no te preocupes por ello ─repliqué a mi vez.
Y cerré la puerta antes de que Berta pudiese decir nada más.