SELLERS se acercó un momento a nuestro coche a comprobar si las llaves que había encontrado encima de la mesa de Billy Prue eran las del mismo. Luego nos hizo subir al coche de la Policía, puso el motor en marcha e hizo ulular la sirena.

Era un momento poco oportuno para reflexionar, pero no me quedaba otro remedio y, sobre todo, tenía que pensar rápidamente. Tan pronto hubiésemos llegado a la Comisaría, sería ya demasiado tarde.

La sirena ululaba fuerte y el coche corría a una velocidad desesperada.

Pasamos raudos por un cruce. Casualmente me fijé en el nombre de la calle. Era la calle Mantica.

A nuestra izquierda divisé un hotel. Delante del mismo estaban detenidos unos taxis. Uno de los taxistas nos miró curiosamente cuando pasó el coche de la Policía a toda prisa. Creí recordar el rostro.

─¡Frank! ─grité súbitamente.

Pero ni tan sólo volvió la cabeza.

Al volver una esquina, el coche patinó ligeramente.

─¡Frank, por amor de Dios, para!

Algo en el tono de mi voz le llamó la atención y detuvo el coche.

─¿Qué sucede?

─¡El asesino de Rufus Stanberry!

─Está a tu lado.

─No, no, Frank. ¡Por el amor de Dios!

─Por favor, Frank ─rogó Berta.

─Es lo bastante astuto para haber encontrado una excusa…

Me incliné hacia adelante para apoyar mi mano sobre el hombro del policía. La otra estaba sujeta por las esposas a la mano de Billy.

─Escúchame, Frank ─le dije─. Ahora lo comprendo todo. Hasta estos momentos me he estado preguntando cuándo diablos meterían el arma en mi coche. He recordado todos los pasos que di ayer. No pudo haber sido nadie que supiese que era mi coche y que quisiera complicarme en el caso a no ser que Billy Prue me jugase esta mala pasada, pero confiaba en Billy. Sólo existe una explicación del por qué metieron el arma en mi coche.

Sellers me escuchaba atentamente.

─Escúchame, Frank, lo hago por ti y por nadie más. No permitas que luego los periódicos se burlen de ti.

─No te preocupes por ello ─dijo Sellers─. Continúa.

─La única explicación de que escondieran el arma en mi coche es porque no sabían que era el mío… no sabían a quién pertenecía, no sabían lo que se pescaban de ninguna manera.

─¡Tonterías! ─dijo Sellers.

─Y lo metieron precisamente en nuestro coche porque era el lugar más apropiado para el asesino para esconder el arma y sólo existía una ocasión en que se le presentó esta posibilidad de esconder el arma y ésta fue cuando mi coche estuvo detenido delante del «Rendez˗vous» de Rimley aprovechando un espacio muy reducido e impidiendo la salida del coche detrás del mío. Creí que yo saldría antes que él. Pero no fue así. El hombre puso su motor en marcha y empujó el mío de forma que nuestro coche quedó dentro del estacionamiento reservado a los taxis. Un taxista que estaba allí acercose a mí gritando; este mismo taxista lo acabo de ver ahora mismo detenido con su coche frente a un hotel en la calle Mantica. Y el mango del hacha fue aserrado para que pudiese caber en un bolso de señora.

─Continúa ─me invitó Sellers.

─¿Acaso no comprendes? ─exclamé─. ¿Recuerdas el accidente en la calle Mantica y Garden Vista Boulevard? Ten en cuenta el factor tiempo. Bien, si quieres proceder con lógica hazlo… en caso contrario, allá tú mismo. He dicho todo cuanto tenía que decir. Puedes poner el motor en marcha si quieres.

─¿Qué diablos tiene que ver el taxista con…? ─comenzó Berta.

Pero yo interrumpí:

─Pon el motor en marcha, Frank. Es la única posibilidad que tienes para cubrirte de gloria o que la gente se burle de ti.

─El caso para mí está claro ─dijo Sellers─. Y las pruebas en contra de Billy Prue son demasiado evidentes.

─Se trata de simples coincidencias ─continué yo─. Conocía a Billy antes de ausentarme de la ciudad. Ella sabía que iba a regresar. No podíamos entrevistarnos en su piso si no quería exponerme a que Pittman Rimley me sacara las tripas. Alquiló el piso para que nadie nos pudiese molestar. Es allí donde he estado esta noche.

─¡Maldito seas! ─exclamó Berta indignada.

Frank Sellers permaneció durante unos treinta segundos sin pronunciar palabra. Finalmente volvió a poner el motor en marcha y dio la vuelta en la misma calle. La sirena volvió a ulular.

Nos detuvimos delante del hotel en la calle Mantica donde el taxista que yo había reconocido todavía estaba allí.

Sellers situó su coche al lado del mismo taxi.

─¿Qué significa esto? ─nos preguntó el taxista.

─Ayer por la tarde ocurrió un accidente de automóvil en el cruce de la calle Mantica con el Garden Vista Boulevard ¿Lo recuerda?

─He oído hablar del accidente.

─¿Subió alguien en su coche después del accidente?

El hombre enarcó las cejas.

─Sí. Pero ¿qué diablos le importa esto?

─¿Hombre o mujer?

─Mujer.

─¿Qué quería?

El hombre fijó durante unos segundos la mirada en Sellers, luego la apartó.

Sellers bajó súbitamente del coche, abrió la puerta del taxi y gritó:

─¡Salga de aquí!

El taxista se mostró sumamente sumiso.

─¿Qué es lo que desea saber? ─preguntó.

─¿Quién era esa mujer? ¿Qué quería?

─Me dijo que quería que siguiese a unos coches que dijo darían la vuelta a la esquina.

─Continúe.

─Cuando vio el coche, lo seguimos. Entonces me di cuenta de que un segundo coche seguía al primero. Se lo dije así a la mujer. Me dijo que no hiciese caso del segundo coche y que siguiese al primero. Sólo tuvimos que recorrer tres manzanas de casas. Nos detuvimos delante de una casa de pisos. El hombre que habíamos estado siguiendo entró en la casa. La mujer que conducía el coche que lo había seguido, se marchó. Mi cliente me dijo que aguardase. Estuvimos esperando unos diez minutos.

─Continúe.

─Luego salió una muchacha de la casa, subió a un coche y se marchó. Mi cliente se excitó. Bajó del coche, me largó un billete de cinco dólares y me rogó la esperase. Entró en la casa y estuvo dentro unos diez minutos. Luego salió de nuevo, subió al taxi y me dijo que la llevara al «Rendez˗vous».

»La llevé allí. Un individuo dejó su coche de tal forma que no pude pararme en el lugar reservado a los taxis. Le dije a mi cliente: “Espere un segundo que sacaré el coche de aquí”. Pero ella no quiso esperar. Tuvo que dar la vuelta al coche y luego entró en el “Rendez˗vous”. Luego salió el propietario del coche y le reproché haber detenido el coche allí.

─¿Notó algo peculiar con respecto al bolso que llevaba la mujer? ─preguntó Sellers.

─Parecía pesar mucho. Pero no sé lo que llevaba dentro.

─¿Una barra pesada? ─preguntó Sellers.

El hombre pareció dudar.

─No, no creo que fuese una barra.

─¿Quizás un martillo o un hacha de mano?

─Diablos, sí ─dijo el taxista─. No había caído en ello hasta ahora que me lo preguntan.

─¿Qué aspecto tenía la mujer?

─No estaba mal ─respondió el taxista─. Piernas bonitas, caderas bien formadas… los dientes demasiado grandes y parecían de caballo cuando sonreía.

─¡Diablos! ─exclamó Berta.