ERAN exactamente las tres y diecisiete minutos cuando regresé a la oficina.
En aquel momento estaban tomando declaración a Berta. Un taquígrafo había tomado asiento a la mesa de Elsie Brand y anotaba todo cuanto se decía. Berta Cool estaba sentada en la silla de los testigos con expresión triunfante. El individuo que estaba sentado al lado de Frank Glimson, un hombre de unos cincuenta años de edad, de ojos avariciosos, era, sin duda alguna, Rolland B. Lidfield, uno de los demandantes en el caso.
En tanto le era posible, John Carver Mysgart se había interpuesto entre Berta Cool y Esther Witson. Cuando abrí la puerta, le vi escribir nerviosamente en su libro de notas, al parecer anotando algo que quería preguntar a Berta cuando le llegara su turno.
Todos levantaron las miradas cuando entré. Glimson continuó acto seguido el interrogatorio. Mantenía las palmas de las manos apoyadas sobre su pecho con los dedos muy separados entre sí. Sostenía la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante y su huesudo rostro era inescrutable.
─Bien, señora Cool, díganos exactamente lo que sucedió usted.
─Aminoré la marcha de mi coche al llegar al cruce ─explicó Berta─. Y entonces oí a esa mujer tocar el claxon detrás de mí.
─Sí, sí, continúe.
─En aquel instante me adelantó la señorita Witson y se colocó en el tramo central de la calzada.
─¿Y qué hizo la señorita Witson?
─Se volvió hacia mí para reprocharme que no le gustaba mi modo de conducir.
─¿Detuvo su coche para dirigirle a usted estas palabras? ─preguntó Glimson.
─No. Me dirigió las palabras sin dejar de conducir.
─De forma, pues, que tenía el rostro vuelto hacia usted ─dijo Glimson haciendo más bien una afirmación que una pregunta.
─Me estaba mirando ─contestó Berta.
─¿Vio usted sus ojos?
Esther Witson se movió en su silla.
Mysgart se volvió ligeramente e hizo un ademán con su mano para apaciguar a su cliente.
En los ojos de Glimson descubrió una expresión de triunfo.
─De forma que cuando la señorita Witson la adelantó en su coche, estaba con el rostro vuelto hacia usted y dirigiéndole la palabra. ¿Estoy en lo cierto?
─Sí.
─Veamos si he comprendido correctamente sus palabras, señora Cool. Creo que usted ha dicho que cuando llegó al cruce aminoró la marcha de su coche hasta casi detenerlo.
─En efecto.
─Bien. Cuando la señorita Witson la adelantó, la estaba mirando mientras le dirigía unas palabras y su coche de usted había llegado ya al cruce.
─¿Estoy en lo cierto?
─Sí.
─En este caso, la parte delantera de su coche debía estar ya en el cruce.
─Sí.
─¿Mientras la estaba mirando y dirigiéndole la palabra?
─Sí.
─¿Y durante todo este tiempo condujo a endemoniada velocidad?
─Sí.
─¿Y qué sucedió cuando se volvió para dónde iba? ─preguntó Glimson.
─Súbitamente, pareció desconcertada al comprobar que no había mirado en…
─Permítame una objeción ─intervino el abogado Mysgart─. La testigo no puede justificar lo que cree que pasó por la mente de mi cliente. Sólo puede…
─Sí, sí ─le interrumpió Glimson─. Aténgase a los hechos, señora Cool, y no a sus pensamientos.
─O los de mi cliente ─añadió Mysgart, sarcástico.
Glimson le dirigió una fría mirada.
─Bien, giró rápidamente, pero el otro coche estaba ya encima de ella.
─¿Se refiere usted al coche conducido por el señor Rolland B. Lidfield, el caballero que está sentado a mi derecha?
─Sí.
─¿Y el coche que conducía el señor Lidfield giraba hacia la izquierda, en dirección a la calle Mantica, hacia el Norte?
─Sí.
─Y la señorita Witson cruzó sin mirar dónde iba el cruce del Garden Vista Boulevard y la calle Mantica directamente delante del coche conducido por el señor Lidfield, ¿verdad?
─Sí.
Glimson se retrepó contra el respaldo de su silla y deslizó sus manos por su pecho hasta apoyarlas finalmente en su estómago. Se volvió hacia Mysgart con expresión condescendiente retratada en su rostro.
─¿Desea usted dirigir unas preguntas a la testigo?
Esther Witson se movió nerviosa en su silla.
Mysgart hizo otro ademán inculcando paciencia a su cliente y dijo:
─En efecto.
─Adelante, pues.
─Gracias ─respondió Mysgart con sarcasmo.
Mysgart cambió ligeramente la posición de su silla. Berta Cool me dirigió una mirada triunfante como queriendo decir que aquel abogado sería incapaz de desconcertarla y luego volvió sus vivos ojillos hacia Mysgart.
El abogado carraspeó.
─Volvamos a comenzar por el principio a fin de aclarar los hechos, señora Cool. ¿Avanzaba usted en dirección Oeste por Garden Vista Boulevard?
─Sí.
─¿Cuánto hacía que conducía su coche en dirección Norte por el Garden Vista Boulevard antes de llegar al cruce con la calle Mantica?
─Unas ocho o diez manzanas de casas, quizá.
─Al llegar al cruce con la calle Mantica, ha dicho usted que su coche corría por el tramo derecho de la calzada, o sea, junto a la acera.
─Sí.
─¿Y cuánto hacía que conducía usted su coche por el tramo de la acera?
─No lo sé.
─¿No sería durante ocho o diez manzanas?
─No.
─Parte del trayecto conduciría usted seguramente por el tramo izquierdo de la calzada, o sea, el tramo más cercano al centro de la calzada, ¿no es cierto, señora Cool?
─Supongo que sí.
─¿Y parte del trayecto conduciría usted por el tramo central?
─No.
Mysgart enarcó sus cejas en señal de sorpresa.
─¿Está usted segura de esto, señora Cool?
─Completamente segura ─asintió Berta.
─¿De modo que en ningún momento condujo usted su coche por el tramo central de la calzada?
─No.
─¿Pero parte del trayecto condujo usted por el tramo izquierdo?
─Así es.
─¿Y en el momento de producirse el accidente ocupaba usted el tramo junto a la acera?
─Sí.
─En este caso ─dijo Mysgart con evidente sarcasmo─, ¿puede usted explicarnos, señora Cool, cómo pasó usted del tramo derecho de la misma, sin pasar por el tramo central?
─Lo debí cruzar ─dijo Berta.
─¡Ah! ─exclamó Mysgart con bien simulada sorpresa─. ¿De forma que maniobró usted con su coche por el tramo central??
─Lo crucé.
─¿Directo?
─Sí.
─O sea, ¿que giró usted bruscamente y cruzó el tramo central en ángulo recto?
─No sea estúpido, no fue en ángulo recto.
─¡Oh! ¿Condujo usted bruscamente su coche hacia el tramo derecho frente mismo a los coches que la seguían?
─No podrá desconcertarme ─dijo Berta─. No fue bruscamente, sino de un modo suave.
─Para efectuar esta maniobra recorrería usted seguramente una manzana de casas, o dos, o tres, o cuatro. ¿No es cierto?
─No lo sé.
─¿Pueden haber sido cuatro manzanas de casas?
─No lo sé… quizá.
─O sea, ¿que durante un trayecto bastante largo, señora Cool, digamos durante un recorrido de cuatro manzanas, estuvo usted maniobrando por el tramo central de la calzada?
─Conduje mi coche del tramo izquierdo al derecho.
─En este caso, ¿qué ha querido usted decir cuando ha afirmado que no condujo su coche por el tramo central de la calzada?
─Bien, quería decir… yo… que no conduje mi coche por el tramo central con la intención de continuar en él.
─¿Pero cruzó usted el tramo central?
─Sí, lo crucé.
─De forma que durante cierto tiempo se movió su coche por el Garden Vista Boulevard de tal forma que las cuatro ruedas del mismo estaban dentro de las rayas blancas que marcan el tramo central.
─Supongo que sí.
─No deseo suposiciones ─anunció Mysgart─. Quiero hechos, Veamos, señora Cool, si es usted una experta conductora tal como afirma, ¿nos podrá decir con toda franqueza y sin lugar a dudas si su coche durante algún tiempo del recorrido entre las ocho o diez manzanas corrió de forma que las cuatro ruedas estaban dentro de las líneas blancas que marcan el tramo central de la calzada?
─¡Sí! ─gritó Berta.
Mysgart se retrepó contra el respaldo de su silla.
─En este caso ha hecho una falsa declaración, señora Cool, cuando dijo que en ningún momento maniobró usted con su coche por el tramo central de la calzada.
Berta abrió la boca para decir algo, pero de sus labios sólo surgieron unos sonidos inarticulados. El taquígrafo levantó la mirada.
─Vamos, vamos ─insistió Mysgart─. Responda a esta pregunta.
─Le he dicho ya lo que ocurrió.
─Exacto. Me ha relatado dos hechos diferentes, señora Cool. Trato de averiguar cuál de los dos es el correcto.
Pequeñas gotas de sudor aparecieron en la frente de Berta.
─Está bien, como usted quiera ─dijo la mujer.
─No, no, no como yo quiera ─se interpuso Mysgart rápidamente─. Y le advierto que declara usted bajo juramento, de modo que esta vez diga la verdad.
─¡Está bien! ─le gritó Berta─. Conducía por el tramo izquierdo. Crucé el tramo central para situarme en el tramo derecho. ¿Qué hay de malo en ello?
─Esto lo veremos ahora ─dijo Mysgart condescendiente─. Todo depende de cómo maniobró usted. ¿Dio usted alguna señal antes de cruzar el tramo derecho?
─No.
─¿Miró hacia atrás?
─Claro que sí que miré hacia atrás.
─¿Volvió la cabeza?
─No. Fijé mi mirada en el espejo.
─Y debido al ángulo en que maniobró usted su coche pudo ver en el espejo sólo los coches situados directamente detrás de usted. ¿Vio usted el coche de la señorita Witson?
─No ─admitió Berta,
─¿Cuándo vio el coche por primera vez?
─Cuando me situé en el tramo derecho y me detuve. Miré entonces en el espejo y lo vi directamente detrás de mí.
─¡Oh! ¿Conque detuvo usted su coche?
─Sí, lo detuve ─dijo Berta enojada.
─¿Dio usted alguna señal al detenerse?
─Sí.
─¿Cómo?
─Saqué mi brazo en ángulo por la ventanilla.
─¿Todo su brazo?
─Todo mi brazo.
─¿Y dio la señal de que iba a detenerse?
─Eso es.
─¿Por qué detuvo usted su coche, señora Cool? ¿Llevaba usted pasajeros en el coche que quisieran bajar allí?
─No.
─¿Y sabía que es un lugar donde no pueden estacionarse los coches?
─Desde luego.
─¿Se hallaba usted en el cruce?
─Sí
─¿Hay alguna señal luminosa de tráfico en la calle Mantica?
─Sí.
─¿Y la luz indicaba que el tráfico a lo largo del Garden Vista Boulevard estaba libre?
─En efecto.
─¿Y sin embargo detuvo usted su coche?
─Sí, más o menos.
─No más o menos, señora Cool. Quiero saber si detuvo usted su coche.
─Yo… puede que condujera muy lentamente sin llegar a detenerme.
─¡Pero hace unos segundos ha dicho usted que detuvo su coche!
─¡Está bien! ─le gritó Berta─. ¡Detuve el coche!
─O sea, ¿estaba el coche completamente parado?
─Completamente parado, si lo quiere así.
─No como yo lo quiera, señora Cool.
─Está bien, detuve el coche.
─¿Estaba el coche completamente parado, digo?
─No me entretuve en bajar del coche y comprobar con el dedo delante de la rueda si el coche se movía o no ─replicó Berta, sarcástica.
─Comprendo ─dijo Mysgart como si esto lo explicase todo─. Creo que me ha interpretado mal, señora Cool, o yo la he interpretado mal a usted. O sea, ¿que usted no está completamente segura de sí su coche estaba parado del todo o se movía?
─Eso es.
─¿Pero usted hizo la señal de que iba a detener el coche?
─En efecto.
─Permítame que le pregunte otra vez, señora Cool, ¿por qué detuvo usted su coche? ¿No tendría la intención de estacionarse allí?
─Tenía la intención de girar hacia la izquierda tan pronto el otro coche me hubiese adelantado.
─¡Ah! ¿Conque tenía usted la intención de girar a la izquierda? ¿Y demostró usted su intención mediante alguna señal?
─Sí.
─¿Quiere usted decir que dio la señal de querer girar hacia la izquierda?
─Sí.
─¿Y cómo hizo usted la señal, señora Cool?
─Pues como todo el mundo suele hacerla.
─No, no, señora Cool. Quiero saber cómo actuó usted.
─Saqué mi brazo por la ventanilla…
─¿Todo el brazo?
─Todo el brazo.
─¿Y en aquel momento vio el otro coche detrás de usted?
─Sí.
─¿Por primera vez?
─Sí.
─¿Y quería usted que el coche la adelantase?
─Sí.
─¿Indicó usted al conductor del otro coche cuál era su intención por medio de alguna señal?
─Claro está.
─¿Qué hizo usted?
─Le indiqué que me pasara.
─¿Cómo?
─Moviendo el brazo.
─¿Qué quiere usted decir con «moviendo el brazo», señora Cool?
Berta alargó el brazo izquierdo comenzó a hacer una serie de movimientos circulatorios.
─Anote en el protocolo ─dio Mysgart, dirigiéndose al taquígrafo─ que en este punto de su declaración, la señora Cool extiende su brazo izquierdo y efectúa una serie de movimientos en los cuales el brazo está más alto que su cabeza en el punto elevado de la circunferencia y que el brazo llega casi al suelo cuando lo tiene en posición baja. ¿Estamos de acuerdo ahora, señora Cool?
─De acuerdo ─observó Berta con sarcasmo─. Me alegro de que por fin vea algo claro en todo esto.
─Tan pronto como la señorita Witson se percató de la señal, la adelantó, ¿no es cierto?
─Dio la vuelta a mi coche expresando su opinión en aquellos momentos ─dijo Berta Cool.
─El cristal de la ventanilla de la izquierda de su coche estaba bajado, ¿verdad?
─Sí.
─¿Y el cristal de la ventanilla del coche de la señorita Witson…? Atención ahora, señora Cool. No quiero tenderle ninguna trampa. Simplemente quiero comprobar sus dotes de observación y averiguar lo que es usted capaz de recordar. ¿Estaba el cristal de la ventanilla derecha del coche de la señorita Witson subido o bajado?
Berta meditó durante un minuto.
─Estaba subido ─dijo definitivamente.
─¿Está usted segura de ello?
─Sí.
─¿Todos los cristales de las ventanillas del lado derecho del coche de la señorita Witson estaban subidos?
─Sí.
─¿Y qué dijo la señorita Witson? ¿Qué palabra usó?
Un brillo de triunfo iluminó los ojos de Berta.
─No voy a caer en esta trampa ─afirmó.
Mysgart enarcó las cejas.
─¿Qué quiere usted decir?
─Quiero decir que si las ventanillas estaban cerradas, no podía oír lo que ella decía y usted lo sabe perfectamente. Sólo la vi mover los labios.
─Pero ¿no pudo oír usted las palabras?
─Claro que no. Estando las ventanillas cerradas, era imposible.
─¿No pudo oír ninguna palabra?
─No. Bien… no, no podría jurarlo.
─En este caso, ¿cómo sabe usted que la señorita Witson la expresó en aquel momento su opinión como usted afirma?
─Lo leí en la expresión de su rostro.
─¿No oyó ninguna de las palabras de las que le dijo?
─No.
─Entonces, si usted afirma que ella le dijo su opinión, ¿se basa usted en un fenómeno de telepatía?
─Vi la expresión de su rostro.
Mysgart movió inmediatamente los labios durante unos segundos sin articular sonido audible.
─¿Qué he dicho, señora Cool?
─No ha dicho nada.
─Pero he movido mis labios. He sentado una afirmación. Una afirmación muy concreta, señora Cool. Usted ha visto moverse mis labios y la expresión de mi rostro, ¿no es cierto?
Berta no respondió.
─¿Y no sabe usted lo que he dicho?
Berta se refugió en un impenetrable y extraño silencio.
Mysgart esperó durante cuestión de segundos y luego dijo:
─Anote en el protocolo que la testigo no puede o no quiere responder.
Berta estaba transpirando.
Mysgart continuó:
─Bien, señora Cool, después de pasar súbitamente del tramo izquierdo al tramo derecho de la calzada, directamente delante del coche conducido por mi cliente, la señorita Witson, dio usted de pronto la señal de irse a detener, aminoró la marcha de su coche, pero no sabe usted si el coche quedó completamente parado o todavía rodando. Bruscamente dio la señal de querer girar hacia la izquierda, luego, súbitamente hizo una serie de movimientos con el brazo y detuvo por completo el tráfico por lo que corresponde al tramo derecho de la calzada. ¿Puede usted dar una explicación lógica por haber procedido así?
─Ya le he dicho que era mi intención girar hacia la izquierda y que quería que el coche que me seguía me adelantase.
─Usted sabe perfectamente que no tenía derecho a detenerse en el cruce estando abierto el tráfico a lo largo del Garden Vista Boulevard, ¿no es cierto?
─Sí.
─¿De forma que actuó usted en contra de las ordenanzas municipales?
─Sí.
─¿Sabe usted también que no está permitido girar a la izquierda partiendo del tramo derecho de la calzada?
─Desde luego. Es por este motivo que quería que me adelantase otro coche.
─¿De forma que dio usted dos señales para dos maniobras ilegales, una inmediatamente después de la otra?
─Sí.
─¿Cuándo divisó usted por primera vez el coche conducido por el señor Lidfield?
─Justo antes del choque.
─¿Exactamente cuánto antes del choque?
─No se lo puedo decir. Un segundo, tal vez.
─¿Y dónde estaba cuando usted lo vio por primera vez?
─Iniciando la vuelta.
─¿Y recuerda usted el lugar donde tuvo efecto la colisión?
─Sí.
─¿Dónde?
─Delante mismo de mi coche. Quedé bloqueada sin poder avanzar ni retroceder.
─Exactamente. No le quiero tender ninguna trampa, señora Cool. El examen ha revelado que la distancia desde donde tuvo efecto la colisión hasta el centro del cruce, es de exactamente treinta y un pies. ¿Concuerda esta distancia con su apreciación?
─Sí.
─Es la distancia exacta, señora Cool. El abogado de la otra parte puede certificarlo.
Mysgart dirigió una mirada a Glimson, pero éste guardó silencio.
─Pues bien, señora Cool, ¿cuando vio por primera vez el coche del señor Lidfield se encontraba éste al otro lado del cruce?
─No había llegado todavía al centro del cruce, eso es verdad.
─Exactamente. De forma que el coche tenía que llegar al centro del cruce, dar la vuelta y continuar todavía treinta y un pies antes de entrar en colisión con el coche de la señorita Witson.
─Supongo que sí.
─¿Una distancia, en total de unos cincuenta pies?
─Aproximadamente sí.
─¿De forma que admite usted que el coche de Lidfield tenía que recorrer una distancia de cincuenta pies desde el momento en que lo vio por primera vez hasta el instante ge la colisión?
─Sí.
─Y acaba usted de afirmar positivamente, señora Cool, que divisó usted el coche un segundo antes de producirse la colisión.
─Exacto ─asintió Berta.
─¿Se le ha ocurrido pensar, señora Cool, que un coche que recorre cincuenta pies en un segundo hace un promedio de tres mil pies al minuto? ¿Y que tres mil pies al minuto es más rápido que treinta y cuatro millas por hora?
Berta pestañeó.
─Así, según sus propios cálculos, señora Cool… no quiero tenderle ninguna trampa, según sus propios cálculos, el coche del señor Lidfield dio vuelta en el cruce a una velocidad de treinta y cuatro millas por hora, ¿no es cierto?
─No creo que fuese tan rápido.
─En este caso su testimonio es falso. ¿Cree usted que estaba a una distancia superior a los cincuenta pies del centro del cruce?
─No más.
─O sea, ¿cómo máximo, cincuenta pies del lugar del accidente?
─Sí.
─En este caso su apreciación del tiempo es errónea. ¿Cree usted posible que fuese más de un segundo?
─Quizá.
─Pero acaba usted de afirmar que sólo fue un segundo, señora Cool. ¿Desea usted cambiar de testimonio?
La frente de Berta estaba transpirando de sudor.
─No sé la velocidad a que iba el coche. Levanté la mirada, lo vi y ya tuvo lugar la colisión.
─¡Oh, usted levantó la mirada y lo vio!
─Sí.
─En este caso debía usted estar mirando hacia abajo antes de tener lugar la colisión.
─No sé dónde estaba mirando.
─Comprendo. Usted no sabe si el coche estaba completamente parado o se movía. Usted no sabe si estaba mirando a un lado u otro.
─Estaba mirando hacia abajo ─dijo Berta.
─¿Entonces no estaba mirando a ningún lado?
─No.
─En este caso no puede haber visto a la señorita Esther Witson.
─Sí, la vi.
─Trate de recordar bien ─insistió Mysgart.
Berta guardó silencio.
Mysgart esbozó una sonrisa de triunfo.
─Creo que esto es todo ─anunció.
El taquígrafo cerró su bloc. Esther Witson lanzó una mirada despectiva a Berta y salió de la estancia.
Rápidamente abandonaron los demás personajes la oficina y quedamos solos Berta y yo.