TUVE la confusa visión de un portal iluminado y oí decir a Billy:

─… mi marido… está enfermo… acaba de regresar de los trópicos… gracias… mantas… doble, sí…

Tuve la vaga conciencia de oír correr agua de un grifo, y luego cómo me metían en una cama y cubrían mi cuerpo con una toalla tan caliente que me hizo lanzar una exclamación de dolor.

Vi a Billy Prue inclinada sobre mí.

─Tienes que dormir.

─He de quitarme primero la ropa.

─No seas tonto. Ya te la hemos quitado.

Cerré mis ojos. Me rodeaba el calor, y súbitamente experimenté un gran alivio.

Desperté y vi que la luz del sol iluminaba la estancia. Percibí el aroma de café recién hecho.

En aquel momento se abrió suavemente la puerta. Billy Prue echó una mirada dentro de la estancia. Vi cómo su rostro experimentaba un visible alivio al comprobar que ya estaba despierto.

─¡Hola! ─me saludó─. ¿Qué tal te encuentras?

─Mucho mejor, gracias. ¡Dios mío!, ¿qué me ocurrió ayer noche?

─Nada. Estabas agotado.

─¿Qué hora es?

─¿Cómo diablos quieres que lo sepa? ─respondió─. No llevo reloj. ¿No recuerdas que tú mismo te fijaste en este detalle ayer por la noche cuando discutíamos lo del crimen?

Súbitamente todas las ramificaciones del caso Stanberry se agolparon en mi mente.

─Tengo que telefonear a la oficina.

─Antes tienes que comer algo. El cuarto de baño está a tu disposición. No tardes demasiado; estoy preparando ya el desayuno.

Entré en el cuarto de baño, tomé un baño caliente, me vestí, peiné y súbitamente experimenté un gran apetito.

─Eres un buen muchacho, Donald ─me dijo Billy cuando me reuní con ella.

─¿Por qué lo dices?

─Eres un caballero.

─¿Cómo estamos registrados? ─pregunté con interés.

Sonrió sin responder a mi pregunta.

Probé un bocado, pero de pronto mi estómago se negó a admitir nada más. Aparté el plato de mi vista.

─Sal un momento y siéntate al sol. Si la mujer que regenta el hotelito te pregunta algo, no te sientas cohibido. No llevamos equipaje con nosotros, pero tiene un hijo en la Armada y es muy comprensiva…

Salí al exterior y me senté al sol.

El hotelito estaba situado en las afueras de la ciudad en un pequeño valle. A lo lejos resaltaban las cumbres nevadas de las montañas contra el azul purísimo del cielo.

La mujer del hotel se acercó a mí. Tenía un hijo que prestaba sus servicios en un destructor en el Pacífico. Le dije que yo también había estado en un destructor y que existía la posibilidad de que hubiese visto a su hijo, incluso que hubiese hablado con él sin conocer su nombre. Se sentó a mi lado y durante largo rato guardamos silencio sumidos en nuestros pensamientos. Finalmente vino Billy Prue y se sentó a nuestro lado. Cuando dijo que ya era hora de marcharnos, la mujer se alejó de nuestro lado para evitarnos sentirnos inhibidos por no llevar equipaje con nosotros.

Billy se sentó al volante del coche de la agencia y emprendimos el camino de regreso a la ciudad.

─¿Un cigarrillo?

─No fumo cuando estoy sentada al volante, Donald.

─¡Ah, sí, lo había olvidado!

Cuando llegamos cerca del «Rendez˗vous» me preguntó súbitamente:

─¿Y qué le explicarás al sargento Frank Sellers de lo que te relaté ayer?

─Nada.

Detuvo el coche junto a la acera.

Estrechó suavemente mi mano.

─Eres un buen muchacho, Donald ─saltó─, a pesar…

─¿A pesar de qué? ─le pregunté, al ver que no continuaba la frase.

─A pesar de que hablas cuando estás dormido. Adiós, Donald.

─Adiós, Billy.