Epílogo

—Ariadna, llévame a la Mirada del Cíclope… allí quiero morir.

—No, amigo mío. Estaré a tu lado hasta que tú quieras, pero no me pidas que te ayude a morir.

—¿Por qué me niegas el beneficio de poner fin a la desgracia con la muerte, mi dulce Ariadna?

—Casi hemos crecido juntos, Lluís. Hemos vivido alegrías y miserias que hacen de nuestras vidas existencias paralelas. No me pidas que tu muerte preceda a la mía por expreso deseo tuyo.

—Dame la mano, te lo ruego. Ayúdame a encontrarme con la Mirada del Cíclope.

—Desde aquí, en lo alto de éste acantilado, dime… ¿de qué color ves el mundo ahora que no tienes ojos?

—Del color del mar… el mar Mediterráneo.