27

A la derecha apareció el mundo terrenal. En él no se oían quejas ni lamentos sino sólo suspiros que hacían temblar la eterna bóveda y que procedían de la pena sin tormentos de hombres, mujeres y niños.

—Éstos no pecaron… —decía la voz procedente de una cinta grabada—; y si en vida realizaron buenas obras no fueron suficientes, pues no traspasaron la puerta de la fe y no adoraron a Dios como debían. Yo también soy uno de ellos…

La voz del artista se dejaba oír representada en forma de mimo. Observando los gestos y siguiendo los trazos que Bonnín dibujaba en el muro, el mimo los interpretaba disfrazado de fantasma con una sábana blanca y una corona de laurel, cual Virgilio guiando a Dante por los círculos del Infierno.

—… Por tal pecado estoy condenado yo y quienes estén en situación igual a la mía. Será nuestro castigo vivir con el deseo de ver a Dios, pero sin esperanza alguna.

Aparecieron siete circunferencias, con un signo en forma de cruz en el centro.

—He aquí las siete puertas, que son las siete virtudes del hombre. Justicia, Fortaleza, Templanza, Prudencia, Inteligencia, Sabiduría y Ciencia.

Guiados por su mano atravesamos las siete puertas, y vimos ante nosotros un prado de verde frescor. Había allí hombres de mirada grave, cuyo semblante revelaba gran autoridad; hablaban poco y en voz queda.

—He aquí a Electra, Héctor y Eneas. Y a César, armado, con sus ojos de ave de presa. Mirad a Bruto que arrojó a Tarquino de Roma por traicionar a su pueblo. A Lucrecia, a Marcia, a Cornelia, y a Saladino. Ante vosotros podéis contemplar a Sócrates, a Platón, a Diógenes, Tales, Orfeo, Zenon y Euclides. He aquí a Séneca, Tolomeo, Hipócrates y Galeno.

Después de identificar a los personajes del pasado, el mimo nos guió a una zona de oscuridad, privada totalmente de luz. Entrábamos en el segundo círculo, donde se encuentran los lujuriosos. En él vagan sin cesar, errantes, impelidos por el viento. Minos juzga las almas. El artista dibuja la silueta de una joven embarazada y a un hombre que le tiende la mano. Se oye la conmovedora historia de la pareja y de su amor frustrado por la maldad del tirano. El artista se detiene, y mira al vacío.

—¿Qué pasa? —preguntan todos, en un murmullo infernal.

—No lo sé, tal vez esté agotado —contestó alguien, aferrándose a su copa de cava.

—No, no es ésa la razón. Está acostumbrado a trabajar durante horas en condiciones mucho más duras. —Yo recordaba muy bien su resistencia durante días enteros soportando los calores de África.

—Efectivamente, no creo que esta pausa tenga nada que ver con el cansancio físico —añadió Fabrizio. Y en aquel momento se iluminó la silueta de una joven embarazada. Entonces me acordé de quién era la madre de Marquet Bonnín. Su cansancio no era otra cosa que la pena del alma.

El segundo círculo era un espacio lleno de dolor vivo y punzante. Allí estaba el horrible Minos, quien examina impasible las culpas de cuantos entran; juzga y, según lo que oye, dicta su sentencia. El alma pecadora se presenta ante él y le confiesa sus pecados. El gran conocedor de los errores humanos decide qué lugar del Infierno debe ser asignado al pecador, ciñéndole al cuerpo la cola tantas veces cuantas representa el número del círculo al que debe ser enviado.

—Aquí está condenada el alma de los lujuriosos, castigados por un aire negro. Está entre ellas la emperatriz de una multitud de pueblos donde se hablaban diferentes lenguas, y tan dada al vicio de la lujuria que permitió en sus leyes todo cuanto excitaba al placer, para ocultar de ése modo la aberración en que vivía. Es Semíramis, la cual sucedió a su hijo Nino y luego fue su esposa en el reino de la tierra de la que hoy es dueño Sultán. La otra que veis es la princesa Dido, que se dio muerte por amor a Eneas y quebrantó su lealtad a las cenizas de Siqueo. Y a lo lejos, la lasciva Cleopatra, capaz de seducir al mismísimo Herodes. Y Helena, ocasión de tantos y tan grandes males; también Aquiles vaga entre las almas lujuriosas, por dejarse arrastrar por una pasión que le llevó a utilizar las armas.

Mientras aún recordábamos el nombre de Helena, el mimo detuvo su narración y todos nos sumimos en un silencio reverente. De nuevo, la luz alumbró la figura de quien todos comprendimos que era la madre del artista. Ambos, madre e hijo, se fundieron en una mirada sólo imperceptible para el mediocre.

—No existe dolor más grande que la evocación del tiempo feliz en la miseria… —siguió recitando la voz del mimo—. Pero si tienes tanto afán por conocer cuál fue el origen de nuestro amor, te lo diré, envolviendo mis palabras con el llanto.

Un silencio prolongado siguió a esta frase, cuya tristeza traspasó nuestros corazones. El artista detuvo su mano y contempló los ojos de la mujer a quien él acababa de dar vida. Cual Prometeo y Pigmalión.

Leíamos un día las aventuras de Lancelot y de qué modo cayó éste en las redes del Amor. Estábamos solos y sin abrigar sospecha alguna. Aquella lectura hizo que nuestras pupilas se buscasen muchas veces y que palideciera nuestro semblante; un solo pasaje decidió por nosotros. Cuando leímos que la deseada sonrisa de la amada fue interrumpida por el beso tembloroso en la boca, el libro y quien lo escribió fue para nosotros otro Galehaut, el confidente que favoreció los amores de Lancelot y la reina Ginebra. Aquel día ya no leímos más…

Al final del relato, Fabrizio me cogió la mano mirándome con ternura. Lejos quedaban el Imperio parto, los pergaminos de Cresques y la historia de los Magos de Oriente. Los dos sentíamos felicidad, pero aún quedaba algo por resolver.

El artista empezó de repente a dibujar el tercer círculo, donde se castiga a los glotones y cuya pena consiste en estar metidos en el fango, atormentados por una fuerte lluvia mezclada con granizo y vigilados por el Cancerbero, que ladrando horrísonos aullidos por sus fauces los irrita y aflige sin descanso.

A continuación llegó el cuarto círculo, que llenó de barro pintado de negro y gris. La ausencia de colores en esta zona del tapiz destacaba sobre todas las demás.

—¡Oh!, tú que has venido a éste Infierno colosal, ¿no me reconoces?, ¿quién eres tú, que a tan triste lugar has sido conducido y condenado? Yo no soy aquí la única alma triste; todas las demás están condenadas a igual pena. ¿Cómo terminarán los habitantes de esa ciudad tan dividida en facciones? ¿Hay algún justo entre ellos? Dime por qué razón medra en ellas la discordia.

—¡Pape Satan, Pape Satan! ¡Pape Satan, Pape Satan! —repitió el mimo gritando. El artista se acercó al centro del escenario, donde todos esperábamos ver la figura de Cristo operando el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. En su lugar, Satán escupía su odio al mundo que le habían arrebatado. Apareció Plutón, hijo de Saturno y de Rea y hermano de Júpiter y Neptuno. Al destronar a Saturno, se repartieron los espacios y a él le tocó el Infierno o mundo subterráneo. Pensó en casarse, pero ninguna diosa quiso aceptarle a causa de su fealdad extrema que rayaba en la monstruosidad. Entonces, con el consentimiento de Júpiter, raptó a Proserpina y la hizo su esposa. Su palacio se hallaba en medio del Tártaro, y sus súbditos eran tan numerosos como las olas del mar.

—¡Ah, justicia de Dios! ¿Quién, sino Tú, puede amontonar tantas penas y trabajos como vemos aquí? ¿Por qué nos destruyen las propias flaquezas y debilidades que no somos capaces de controlar? Aquí chocan los condenados unos con otros, lo mismo que la ola saltando sobre el escollo de Caribdis se rompe contra la que sale a su encuentro. La vida sórdida los hizo deformes, y hoy aparecen oscuros e irreconocibles. Continuarán chocando entre sí eternamente y saldrán del sepulcro con los puños cerrados. Por aquí podéis ver cuán velozmente pasa el soplo de los bienes de la Fortuna por los que la raza humana se enorgullece y querella…

El mimo siguió entonces el movimiento que hizo el artista hacia la izquierda del tapiz, que representaba el mundo marino.

—He aquí la orilla, no lejos de un hirviente manantial que vierte sus aguas en un arroyo que le debe su origen y cuyas aguas son más bien oscuras que azuladas. Donde el arroyo ha llegado a la playa gris, impacta, forma una laguna llamada Estigia, donde hay gran número de seres encenegados, desnudos y avergonzados. Sin poder controlar su ira, se golpean con las manos, con la cabeza, con el pecho, con los pies, y se arrancan la carne a pedazos con los dientes. Bajo el agua yacen las almas de aquéllos que han sido dominados por la ira, y también yacen quienes suspiran de melancolía.

»Y después del quinto círculo llegamos a la laguna Estigia, río que posee la virtud de otorgar la inmortalidad. La diosa Tetis sumergió en sus aguas a su hijo Aquiles, convirtiéndolo así en invulnerable excepto en el talón que era la parte del cuerpo por donde lo sujetaba. Durante el asedio de Troya, una flecha envenenada por Paris y dirigida por el dios Apolo le causó la muerte.

Mientras todos escuchábamos atentos la historia de Aquiles, un destello de luz iluminó una figura humana que parecía sobresalir del fondo del tapiz. Y cobraba vida, cual las figuras de barro del titán Prometeo.

—¡Alma malvada, bendita sea aquélla que te arrastró al abismo! La soberbia y la avaricia fueron tus únicas virtudes, que envenenaron todo cuanto hiciste en vida. Junto a ti tendrás eternamente a las feroces Erinias, ejecutoras de las venganzas infernales y siempre teñidas de sangre que te recordarán aquella con la que manchaste tu paso por la tierra…

Esta voz era del artista. Sus palabras salieron llenas de ira.

Antes de ver finalizados los círculos que estaba a punto de trazar, el monstruo Gerión hizo su primer movimiento. La corrupción de los usureros emergía del fondo del mar. Gemidos de asesinos se oían entre sollozos de sus víctimas cuya voz ya nadie más podría escuchar. El Minotauro parecía ocupar el centro del escenario cuando, de repente, se desvaneció toda figura humana o animal en aquel mural de muerte.

—¡Viva el rey…! —gritó una voz, que fue seguida de otras mil que apoyaban, como hicieran tres siglos antes los Botiflers, la presencia de los Borbones en Mallorca. Apareció un escudo, con la flor de lis como símbolo de reconocimiento de su fidelidad al rey. Y aparecieron dos letras medio cruzadas. Canamunt, Canavall, en forma de dos C del mismo color que la sangre, recordaban las luchas centenarias entre familias nobles que reivindicaban su honor en los linajes Anglada y Russinyol, Torrella y Puigdorfila, Despuig y Montaner, Tugores y Cotoner. Quienes no pertenecieran a tales linajes quedaban fuera del predominio socioeconómico que los convertía en amos del Mediterráneo.

A estos linajes se añadió el de Molferrut, quien a pesar de no ser noble se codeó con la nobleza. Me acordé de todos aquéllos que vieron truncadas sus vidas. Pablo Fuster fue condenado por un delito contra natura. Su amistad con Bonnín se vio mancillada por un rumor infame; su origen fue el rechazo a que un chueta interviniera en el templo cristiano. Veladas acusaciones de homosexualidad entre artista y sacerdote terminaron con una muerte atroz. Margarita Cerver no pudo ver realizado su sueño de vivir junto a su amado Ricard. Mi amigo Lluís, que sabía muy bien de dónde procedía la fortuna de su familia, pagó muy caro su sentido del honor. Mientras se dedicara a escribir guías que no pusieran en peligro secretos de familia, le dejaban vivir tranquilo en su casita de piedra, con una paga fija que recibía cada primero de mes. Pero a alguien no agradó el tema que trataba en su volumen IV

El Canto del Pico no podía ver la luz.

Y para evitarlo, nada mejor que privar de la vista a quien se dedicaba a disfrutar con ella escribiendo dañina literatura. Oculos ab orbibus extrabi oportet…, sin ojos, el peligro disminuiría. En materia criminal, nada es nuevo en la tierra. Cualquier tortura que podamos imaginar ya la inventaron otros hace muchos siglos. Arrancar los ojos, o arrojar al mar un cuerpo encerrado en un saco con víboras eran castigos con dos mil años de historia.

Ante el grito de ¡Viva el rey!, me giré para ver de dónde procedía la estridente voz. Quedé sin aliento, como petrificada.

—¿Qué te ocurre, Ariadna? —preguntó Fabrizio, sujetándome por el brazo.

—Xavier… —Mi boca se llenó de un sabor amargo. Noté un nudo en la garganta. Me llevé las manos a la cara como si quisiera evitar que se me partiera en dos.

—¿Qué? —Fabrizio se quedó mirándome un instante como si viera en mi expresión algo que no le gustaba.

—Doña Violeta…

Yo seguía buscando. Faltaba la tercera pieza.

Don Miquel Puigdorfila, cuyo cuerpo imponente se distinguía al fondo entre un círculo formado por otros hombres de no menor presencia, sostenía su copa llena de cava y charlaba animadamente. La insignia que llevaba clavada en su solapa emitía un resplandor parecido al destello de un diamante. O a las calaveras de las SS, desde lejos parecían lo mismo.

Xavier no me vio, y yo nada hice para ser vista.

Tres palabras ocuparon, sucesivamente, la superficie gris hecha de barro.

MANE

Babilonia y el rey Nabucodonosor asistían al derrumbe de sus palacios mientras se oía aún el sonido de sus cantos celebrando el fin de Jerusalén.

THECEL

Griegos y persas entre cadáveres del Peloponeso daban paso a los romanos invencibles con tortugas como escudo humano. Y Majencio, derrotado por el poder de una cruz en el cielo y pisoteado por su propio caballo, cayendo al Tiber junto al palacio Vaticano que ya se preparaba para gobernar cuerpos y almas.

PHARES

Políticos, reyes, emperadores y papas. Todos con su dedo levantado advirtiendo al adversario. Bancos, empresas, instituciones y embajadas. Confusión de lenguas, discusión de razas.

Bonnín se dio la vuelta definitivamente.

Había concluido una obra que representaba su tierra y su mar Mediterráneo. A través de figuras de barro, plasmó el universo humano, demasiado humano.

La música de Verdi sonó de nuevo. El coro de Nabucco suplicaba en vano. Y yo, temblando, miré a Fabrizio buscando algo que creía perdido.

Me devolvió la mirada. De sus ojos negros brotó una lágrima que recogí en un beso. El último compás de Verdi acompañó el gesto de amor que nos fundió en un abrazo. Busqué el rostro de Marquet, en el centro del escenario. Su mano manchada de barro daba el último trazo a la palabra que ejecutó la amenaza de Babilonia.

Las cruces abiertas se cerraron para siempre. Y el mundo vegetal se abría camino hacia un campo exhausto. El barro pedía ser devuelto a su líquido elemento.

Marquet levantó la cabeza mirando al cielo estrellado. Abrió la boca, y como hiciera un día con las gárgolas centenarias, selló la suya propia con arcilla napolitana. Ante un público que apenas distinguía entre realidad y espectáculo, con arcilla y plomo líquido iba asfixiando lentamente su garganta. En pocos segundos, cayó exánime en medio de un escenario lleno de barro. El barro del que estamos hechos los seres humanos.

Expiró ante la vista de todos el nuevo Mesías del arte. En aquel instante, comprendí el significado de las palabras con que empezaba uno de sus cuadernos:

Ésta es mi obra. Nadie la robará jamás.

Quien se atreva a llevársela, tendrá que derribar la catedral…

El silencio dominó la terraza perfumada de jazmines.

Su cadáver yacía en el suelo. Las miradas se posaron en la mueca crispada del artista. Ausente de éste mundo, dio todavía un último mensaje. De sus manos inertes salió una explosión de luces, combinación de colores rojos y negros en forma de letras griegas. Guiadas por un espíritu mágico, formaron una palabra que se iluminó en el firmamento con el brillo de las estrellas de una noche de gala.

Καβιαρ

Lentamente se fueron disociando las sílabas hasta formar tres palabras independientes.

Κα… κια

βι… αστα

αρ… γυρια

Su significado no tardó en llegar, incluso para quienes no habían visto una letra griega en su vida. A medida que aparecía la sílaba Ka…, Fabrizio susurraba cadáver…; al aparecer la sílaba Bi, susurró Bios, y yo completé la tercera parte… ars.

El arte de convertir vida en muerte. O, lo que era lo mismo en términos griegos, el arte de hacer dinero a costa del sufrimiento ajeno.

La infamia de la historia, el peso del silencio, la búsqueda de venganza por la muerte de su amigo, a quien conocía desde su más tierna infancia. Todo ello se hizo visible, ante un público que acudió al Hotel Son Mar para ver un espectáculo nuevo.

De pronto, movidas por la brisa del mar que no estaba lejos, las letras dieron la vuelta. Y ante la sorpresa de todos apareció un mensaje que nadie esperaba.

ρα… βι

ακ…

Iluminaron el firmamento los hexámetros de Homero, que evocan con nostalgia la pérdida del amigo obligado a guardar silencio para siempre. Pablo Fuster murió asfixiado en un saco de brea, brutalmente torturado por mano impía. Sus ojos y su lengua fueron arrancados según manda el código para quien comete lesa majestad. Y de eso se trataba, precisamente. La Feria de Arte que se iba a celebrar en Mallorca tenía como lugar elegido un antiguo cementerio medieval. Pero la feria sería posible solamente si se dejaba libre el terreno que ahora estaba ocupado por majestades reales. La Corona.

Bajo sus regias estancias, un cementerio medieval daba nombre a la actual residencia veraniega. Mar i Vent…, el mar y el viento que proporciona la isla elegida por Saridakis, a principios del siglo XX, para crear un gran museo en las proximidades del mar. Pero en su lugar, la tierra se cubre de sangre… Καβεφια ιαρ Ceres tiene el rostro teñido de sangre. Cortando el verso alejandrino, Marquet Bonnín aprovechó el epíteto de la diosa Ceres para denunciar la injusticia cometida contra su amada isla.

Καβ ιαρ

Se oyó entonces la voz de la Sibila. Era éste su último canto.

Lo jorn del Juditi

parrà qui haurà fet servici.

Jesucrist, Rei universal,

home i ver Déu eternal,

del cel vindrà per a jutja

i a cada u lo just darà.

Gran foc del cel davallará;

mars, fonts i rius, tot cremarà.

Daran los peixos horribles crits

perdent los seus naturals délits.

Ans del Judici l’Anticrist vindrà

i a tot lo món turment darà,

i se farà com Déu servir,

i qui no el cregafarà morir.

Lo seu régnât serà molt breu;

en aquell temps sots poder seu

morirán màrtirs tots a un lloc

aquells dos sants, Elies i Enoc.

Lo solperdrà sa claredat

mostrant-se fose i entelat,

la lluna no darà claro

i tot lo món serà tristor.

Als mais dirà molt agrament:

—Anau, maleits, en el turment!

anau-vos-ne en el foc etern

amb vóstron princep de l’infern!

Als bons dirà: —Fills meus, veniu!

benaventurats posseïu

el regne que us he aparellat

des que lo món va esser créât!

Oh humil Verge! Vós qui heu parit

Jesús Infant aquesta nit,

a vóstron Fill vullau pregar

que de Vinfern vulla’ns lliurar!

Lo jorn del Judici

parrà qui hauràfet servici.

Cuando calló la Sibila, me acerqué al escenario abriéndome paso entre mil asistentes cuyos rostros reflejaban estupor por lo que acababan de presenciar. Sin duda, era aquélla la mejor representación de arte contemporáneo que habían visto jamás. Y la muerte en directo, el mejor espectáculo.

Fabrizio sujetó mi brazo; con un gesto le pedí que me soltara. Según me abría paso, llegaban hasta mí fragancias de perfumes que embriagaban los sentidos. Avancé en dirección al cuerpo sin vida del artista que los había reunido aquella noche de verano.

Subí al escenario. El silencio era aterrador; las miradas, de pánico. Abrí la bolsa de tela que llevaba colgada al cuello. Sin poder disimular el temblor de mis manos, saqué el libro. Observé la cubierta por última vez, y acaricié su papel viejo. Tenía más de un siglo. Por él habían muerto demasiadas personas. Por él, mi amigo perdió los ojos. Y por él, paradójicamente, yo había encontrado el amor.

Observé al público. Por la expresión de sus rostros, supe que por fin lo comprendían: aquello no era una representación. Levanté la mano derecha, y con ella el libro que ya todos podían ver. Pathologia sexualis, la primera edición de 1886, que Lluís guardaba oculta en el arcón de su habitación desde el día en que abandonó el palacete familiar y se instaló en su casa de piedra, en medio de un valle rodeado de silencio y de soledad. Nadie sospechó nunca que él tuviera esa joya que andaban buscando marchantes y bibliófilos desde la muerte de Hitler. Pero cuando el Minotauro supo que yo andaba tras la pista de un fresco gótico en la catedral, se dispuso a devorar a sus víctimas sin contar con lo fundamental: el hilo de Ariadna guiaba el corazón de Fabrizio.

La noche antes de morir, el Führer entregó a su guardaespaldas un código secreto para que lo hiciera llegar a su nuevo destinatario en España, Cristófol Molferrut. En forma de libro, Hitler consiguió mantener a salvo un tesoro enterrado en un cementerio medieval. Sobre sus cimientos, se construyó un palacio protegido por la insignia de la Corona. La misma corona que lucía en su escudo el palacio de Deià. Jamás demostró el rey Midas mayor inteligencia que cuando escogió la insignia real como anagrama de su banco, de su institución cultural y de su propia tumba en la catedral.

El escudo de la Corona protegió al magnate frente a sospechas e interrogatorios. Sólo él sabía que eran cuatro los Reyes Magos. Sólo él conocía el significado de la cuarta corona del pergamino de Cresques. Y sólo él sabía que manteniendo oculto el libro, estaría a salvo el botín que yacía enterrado junto a cadáveres que un día fueron seres vivos.

Dejé caer el libro sobre el escenario. En pocos segundos, quedó atrapado en el líquido viscoso que asfixió a Bonnín. Busqué a lo lejos la mirada de don Miquel, y pronuncié en voz alta la frase más sabia que escuché de su boca:

—Dejemos en paz a los muertos.

Y es que la verdad deja de ser justa si la búsqueda de esa verdad exige turbar la paz de aquellos que no están entre nosotros.