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Deià, Mallorca, julio de 2008

«El 2 de febrero de 2003, un rayo se filtró en las vidrieras del templo gótico. Una luz dorada iluminó la tumba que había permanecido escondida durante siglos…».

En su última Guía insólita que no llegó a terminar, Lluís hizo lo que se había propuesto siempre, enseñar a ver sin necesidad de abrir los ojos.

—¿Crees que yo podré hallar esa tumba? —Me sentía inquieta por lo que Lluís estaba a punto de pedirme.

—Sí, Ariadna. Tendrás que hacerlo tú; sólo así sabré que lo que he escrito ha servido para algo.

—Pero…

—Aunque sea lo último que haga en esta vida, te pido que me ayudes a encontrar esa tumba.

—En la catedral hay docenas de ellas. ¿Cómo voy a saber cuál es la que estamos buscando? ¿Y para qué?

—¿De qué habrá servido toda tu investigación si no consigues descifrar el mensaje del mural?

—¿Me estás diciendo… —lo miré un instante, no me acostumbraba a la ausencia de sus ojos— que sabías desde el principio lo que yo andaba buscando?

—Ariadna, no pierdas el tiempo en hacer preguntas. Busca. Queda poco tiempo…

—¿Para qué?

—Quédate conmigo esta noche, por favor. No quiero estar solo.

—No te dejaré solo, Lluís. Pero hay algo que me preocupa, algo en tu voz me dice que… ¿para qué queda poco tiempo?

—Quédate, por favor. Léeme en voz alta las últimas páginas.

Me senté en el sofá tapizado con roba de llengos. Sobre mi cabeza colgaba el retrato de su madre. Abrí la última guía insólita. Palpando la pared, Lluís buscó su disco preferido. Rechazó mi ayuda, y se sentó en el balancín de roble que perteneció a Robert Graves cuando vivió en Deià y escribía historias de romanos. Se oyó la voz de María del Mar Bonet rindiendo homenaje a Raixa. Con ella, los violonchelos emitían cantos moriscos. La brisa cálida del atardecer despertaba aromas de azahar. Lluís cruzó las manos y echó la cabeza hacia atrás, dispuesto a escuchar su propia obra. Permaneció en silencio.

Con la mano señaló la bandeja, repleta de su dulce favorito. Marron glacé, que le compré en mi pastelería predilecta, La Pajarita.

—«Junto a las tumbas de ricos y purpurados, seglares y prebendados, yacijas anónimas; junto a las de héroes y artífices sublimes, las de huesos olvidados. Frente al sepulcro del cardenal antipapa, dos tablas góticas que recuerdan la trágica noche de octubre de 1403. La inundación de la Riera y el sepelio de pescadores que iban en busca de cebo. El descanso de los huesos de aquellos hombres y mujeres y de sus hijos arrancados al sueño. Lágrimas sobre las fosas comunes de simples ciudadanos. Al sepulcro adosado al muro de la capilla de la Corona, de espaldas al mar, llega un débil murmullo…».

El maullido sostenido del gato interrumpió mi lectura.

—Ven aquí, Platón. —Lluís cogió el gato entre sus brazos y lo acarició con ternura. Me invadió una tristeza infinita. Observé a mi amigo, y continué leyendo:

—«… un débil murmullo que pudiera parecer el gotear continuo del llanto de aquella procesión que de tumba en tumba rueda por todo el ámbito de la catedral. Visitando Interiora Terrae Raptum Invenies Occultum Lignum…». ¿Qué significa esto? —pregunté.

—¿No eras tú la que sabía griego, hebreo y latín?

—Sí, pero… ¿a qué se refiere esta frase?, ¿es una cita de algún poeta romano?

—Deberías saberlo, Ariadna. —Levantó un dedo y lo agitó en el aire.

—No he leído todo lo que se ha escrito.

—Pero sí estás acostumbrada a fijarte en detalles que otros no ven.

Visitando Interiora Terrae… ¿Se refiere al inframundo, es algo esotérico?

—Cierra los ojos. Piensa en los vitrales. Olvídate de sus imágenes y de sus colores. Busca letras.

—Te aseguro que no hay letras en los vitrales de Bonnín. He pasado horas contemplándolos. Y he visto sus reflejos a distintas horas del día. No hay letras.

—Cierra la guía, Ariadna.

—No he terminado de leer.

—Ciérrala.

Me dio una cinta roja para que envolviese la guía, que era un cuaderno grueso con tapas duras. Seis agujeros, similares a los de un cuaderno de anillas, se extendían a lo largo de la cubierta.

—¿Qué hago con esta cinta?

—Dime lo que ves en ella.

—Veo letras sueltas, muchas letras. ¿Qué significan?

—Escucha.

Se oyó de nuevo la voz de María del Mar Bonet.

Primavera soñada,

estío embrujado,

otoño añorado,

invierno desnudo.

¡Ay del vértigo de la muerte que no espera!

Te rodean poco a poco la mano y la espada.

Honda, bien honda será la herida, ahogando

para siempre el espíritu de Raixa y

las voces, las voces, las voces de Raixa.

—¡Qué recuerdos me trae… qué tiempos aquellos de Raixa! ¿Te acuerdas de las noches junto al estanque de nenúfares? Ya no queda en él ni una gota de agua. Está tan seco…

—… Como el corazón de esta isla.

—No nos pongamos nostálgicos, Lluís. Dime, ¿qué significan estas letras?

—Introduce la cinta en las anillas. Procura encajar las siete letras en sus respectivos puntos.

—¿Siete letras? Aquí hay más de cincuenta. —Me levanté y extendí la cinta, que contenía una frase larguísima.

—Haz lo que te digo, por favor.

—Veamos… —La cinta tenía una frase escrita en latín, con intervalos entre sus letras—. Visita Interiora… ¿Es la misma frase de antes?

—Sí.

—¿Y por qué algunas letras vienen marcadas con un punto negro?

—Las que vienen marcadas encájalas en su lugar correspondiente.

—Pero…

—Hazlo. Y no te equivoques.

Me senté de nuevo. Cogiendo la cinta por un extremo fui introduciéndola por los agujeros a lo largo del cuaderno de anillas. Miré varias veces a Lluís, que escuchaba la música y con una mano acompañaba los acordes de violines. Tardé un buen rato en encajar todas las letras. Al presionar cada una sobre el punto correspondiente, ésta quedaba en relieve y las demás apenas eran visibles. Las manos me temblaban. El instinto me decía que estaba a punto de averiguar algo que debería haber descubierto mucho antes. Platón maulló en los brazos de su amo. Miré a Lluís. El sentimiento de compasión por la pérdida de sus ojos desapareció. Sentí zozobra. Empezaba a comprender cuál era el mensaje del mural de terracota. No estaba en los panes ni en los peces, ni tampoco en las cruces que tan hábilmente distribuyó Marquet en su escenificación del milagro de Cristo. Tampoco estaba en los inquietantes ojos del pez que tanta polémica suscitó. El mensaje estaba en las siete letras, que ni siquiera mi atenta mirada durante meses había logrado captar.

—¿V. I. T. R. I. O. L…?

Lluís no contestó. Levantó la mano, y con un dedo marcó el ritmo de la soprano.

Cuando pienso que te has ido,

Negra sombra que me asombras,

Al pie de mi cabecera

Vuelves haciéndome mofa.

Cuando te imagino ausente,

En el mismo sol te muestras,

eres la estrella que brilla

Y eres el viento que ruge.

—7.VII.03… ¿Es la fecha del mural?

Asintió con la cabeza. Seguía el ritmo de la música.

—¿Pero qué significa esta fecha exactamente? ¿Por qué escribió siete de julio de dos mil tres, si no corresponde a la fecha en que terminó su obra? A menos que…

Lluís permanecía en silencio.

—¿No es una fecha, verdad? —Negó con la cabeza.

Cerré los ojos, tratando de recordar el ánfora. Una mancha de sangre cubría parte de la vasija de cerámica en la que estaba inscrita la fecha, o lo que fuera esa combinación de números árabes y romanos.

—Tampoco son números, Ariadna.

La soprano cantó su última nota. Los violines callaron.

La corona, el triángulo…, el reloj de Fabrizio. No era un triángulo, era la mitad de la estrella de David reflejada en los siete vitrales…

—¿Qué significa una corona en la esfera de un reloj?

—¿Dónde la has visto?

—Eso no importa. Dime qué significa.

Platón saltó de los brazos que lo apresaban.

Entonces recordé los dibujos que Marquet hacía en sus cuadernos, cuando empezó a trabajar sobre el Infierno de Dante. «Me he echado a volar fuera del cielo enlutado de dolores, y por fin he llegado a la corona deseada…». Según la leyenda, una corona de luz guía a Teseo por el laberinto tras haber matado al Minotauro; y esta corona de luz viene de Ariadna, que la había recibido de Dionisos como regalo de compromiso.

—Xavier… —dije en un susurro.

—¿Qué has dicho?

No repetí su nombre. Me acordé de Xavier, del pergamino, de la corona medio caída.

Visitando Interiora Terrae…

Junté las iniciales de las siete palabras, y comprendí el mensaje.

«Busca en las entrañas de la tierra y descubrirás los cuadros robados que permanecen ocultos…» —Fabrizio…