10

—Vaya, vaya…, ¡qué investigación más exhaustiva! —Fabrizio regresaba de su reunión en el departamento de Historia.

—Necesito más tiempo, un par de horas. —Un par de horas, comparado con dos mil años…, la proporción es mínima.

—¿Dejarás que, por lo menos, lo haga a mi manera? —Arrodillada en el suelo, estaba poniendo en orden montañas de papeles.

—Sí, claro… —examinó mis apuntes—, aunque, a decir verdad, esto tal vez sirva como digresión histórica, pero no como fondo del asunto.

—¿A qué te refieres? —Me crucé de brazos.

—A que tu público…

—No es mi público —protesté.

—Lo será, Ariadna.

—¿Me puedes explicar qué deberé abordar, exactamente? Además, nunca he hablado en italiano en público. —Sin duda ésta sería una razón de peso.

—No te preocupes por eso.

—Ya.

—De verdad, Ariadna. Yo estaré a tu lado. Después de todo, se trata de explicar imágenes…

—Si es tan sencillo, ¿por qué no ocupas tú mi lugar?

—Porque yo no he sido quien ha levantado el dedo al Rey Mago.

—Así que… de eso se trata, ¿eh? —Me mordí el labio inferior.

Entonces me percaté del dibujo grabado en el pavimento.

—¿Qué miras?

—¿Acaso es…?

—La cruz más antigua del mundo —contestó sin darle importancia.

—La esvástica…

Tuve una sensación extraña.

—¿Y por qué has escogido éste signo para decorar el despacho? —Yo seguía mirando el suelo.

—Lo vi por primera vez en el suelo de la catedral de Amiens. Me llamó la atención verlo en un templo gótico, y me gustó. Eso es todo.

—Poderoso símbolo, sin duda. —Observé que las líneas de sus aspas giraban hacia la izquierda. Buena suerte.

—Lo identifico —explicó Fabrizio— con una encrucijada de calles. El día que encuentre la salida, mi vida tendrá sentido.

—Interesante.

Se dirigió hacia la ventana, y permaneció en silencio. Después vino hacia mí, me besó en la nuca y apoyó las manos sobre mis hombros.

—Ariadna, ¿cómo abordarás la historia?

—Basándome en datos verídicos. Así de sencillo.

—¿Verídicos…, tratándose de una leyenda?

—Una leyenda que surgió entre Siria, Armenia y Caldea. Pero, a su vez, inspirada en otra anterior de Mesopotamia y que fue recogida en el Libro de la Caverna de los Tesoros. Al principio, se identificó a los Magos con reyes caldeos, que vieron en el cielo una estrella.

—¿Y en cuanto al número tres?

—Nada confirma que fueran tres. Orígenes se inventó el número para hacerlo coincidir con la Trinidad, sin ninguna otra razón. Pero ni fueron tres, ni fueron reyes.

—¿Hablarás del cuarto Mago?

—No sé… —Mis ojos seguían la dirección de las líneas de la buena suerte—. A partir del siglo XVI se añadió un cuarto Mago, es cierto…, pero no se sabe cuál fue su nombre.

—¿Estás segura?

—¿A qué te refieres, Fabrizio?

—Posees un documento, que ha llegado a tus manos porque alguien te está pidiendo que investigues…

—No te comprendo.

Hubo un silencio. Vi mis ojos reflejados en los suyos.

—¿Entonces…, no fuiste tú? —Me incorporé, y seguí la dirección de la esvástica. Pisé varias veces la misma baldosa. Recorrí la distancia de la pared a la ventana, y de la ventana a la pared. Fabrizio me observaba en silencio.

De repente, algo llamó mi atención.

—¿Hablas alemán? —Mi vista se posó en lo alto de la estantería.

—¿Por qué lo preguntas?

Me acerqué al estante para coger un volumen encuadernado en piel.

—Ah… —Fabrizio acudió rápidamente, como si no quisiera que tocara sus libros.

—¿Conoces su obra? —Detuve mi mano en alto.

—Sí.

—¿Puedo…? Nunca había visto la edición original. En Mallorca es difícil encontrarla.

—Te la enseñaré luego, Ariadna. Ahora sigamos con lo nuestro. —Me cogió del brazo y me llevó hacia el escritorio.

Rodeada de un montón de papeles, me parecía imposible preparar la intervención en tan poco tiempo. Con un gesto, Fabrizio me instó a aprovechar la oportunidad de cambiar la visión de una leyenda milenaria.

Pero tenía muy poco tiempo. Y demasiadas incógnitas que resolver.

—El viaje de los argonautas… —hice una pausa y miré al auditorio, que llenaba el Salón de Actos— simboliza el viaje al reino del Sol, en busca del vellocino de oro, símbolo de la luz solar. Aceptamos que hubo un trasfondo histórico en el viaje de la Argo: la primera empresa común de los griegos, que abrió las puertas del mar Negro para el comercio y las colonizaciones. Comercio, intercambio de productos, apertura al Mediterráneo… ¿Qué hay de histórico en el viaje de los tres Magos que salieron de Oriente para adorar a Jesús recién nacido?

Todos escuchaban con atención. En sus rostros había desconcierto. También Fabrizio parecía sorprendido por mi comienzo.

—Jesús recién nacido recibe la visita de los tres Magos, que llevan regalos a Jesús: oro, incienso y mirra. Jesús nació en la pequeña ciudad de Belén. El nombre de Belén significa la casa del pan. Y resulta que Belén se encontraba a la sombra de un bosquecillo consagrado a Adonis, dios del trigo representado por el pan. Los tres Sabios siguen una estrella hasta que encuentran a Jesús en Belén. Pues bien, los misterios de Adonis se celebraban gritando: «¡La Estrella de la Salvación ha amanecido en Oriente!». Se trata del Lucero del Alba, que en realidad es el planeta Venus. Venus es uno de los nombres de la diosa que ciertos mitos presentan como consorte de Osiris. Durante milenios se la asoció con la estrella Sirio, situada a los pies de la constelación de Orión. Todos los años, la primera aparición de Sirio era un augurio que anunciaba la crecida de las aguas del Nilo, asociada con el poder renovador de Osiris. La estrella predecía así… la venida del Señor.

Retiré la tela que cubría el cuadro de Leonardo da Vinci. Su Adoración inacabada. El silencio sólo fue interrumpido por mis pasos sobre la tarima de madera. Podía sentir las miradas concentradas en la misma dirección.

—«Harás las figuras en tal postura que sirva para demostrar lo que cada figura lleva en el alma…», escribió Leonardo al abandonar su cuadro. El punto de encuentro entre la cultura clásica y la cultura cristiana llevado a cabo en Roma por el papa Julio II tiene sus primeras manifestaciones en esta obra de Leonardo da Vinci. En ella se pone de manifiesto cómo la Ciencia y la Sabiduría antiguas adoran a la nueva fe y a la nueva religión cristiana, personificada en la Virgen y el Niño, que extiende su mano hacia uno de los dones que se le ofrecen, símbolo de unión de las dos mentalidades. El cuadro está lleno de contenidos simbólicos, los caballos que se mueven en el fondo, las ruinas… compendio del mundo clásico que entra en movimiento con la llegada del Salvador. Los dos personajes, a derecha e izquierda, adquieren un valor filosófico; se puede ver un contraste entre juventud y vejez, belleza física y belleza moral.

»Epifanía es el fenómeno que sorprende, emociona, turba, suscita reacciones diversas, pone en movimiento toda la realidad; incluso los caballos se encabritan ante el fenómeno de la aparición divina. El mundo de Leonardo es naturaleza en pleno movimiento…

Hice una pausa y bebí un sorbo de agua. En mi reloj que había dejado sobre la mesa vi que habían transcurrido ya treinta minutos. Miré a Fabrizio. No me hizo gesto alguno de que fuera concluyendo.

—Joven, lampiño y rubio… no hay más datos acerca de quién fue éste rey, ni tampoco de los otros dos. ¿Podemos, pues, tomarnos en serio que existieran los Reyes Magos? En realidad, ¿a quién debemos esta leyenda?

—¡A santa Helena! —gritó alguien.

—Helena encontró los restos mortales de los tres Reyes Magos y los llevó desde Palestina a Constantinopla… —Agradecía la interrupción—. Luego fueron llevados a Milán, y desde allí el emperador Barbarroja los trasladó a Colonia como obsequio al obispo de esta ciudad. Desde 1164, los cuerpos de los tres Reyes Magos descansan eternamente en la catedral de Colonia. Nada menos que en una catedral… construida en honor de tres reyes que no sabemos siquiera si de verdad existieron.

—Se trata de establecer una línea de continuidad en la tradición de las distintas culturas.

Por fin intervino Fabrizio. Yo estaba a punto de desfallecer.

—Los Reyes Magos —pronunció estas palabras sabiendo que era grande la expectación entre el público— bien pueden simbolizar las tradiciones de la época: India, Persia, Roma, la suma de las culturas heredadas a lo largo de los siglos. Pero ni hay que ver en ello ninguna adoración a un rey, ni la visita a ningún mesías, sino un símbolo de la vida como peregrinación a través de distintas etapas del ciclo vital. Nada más.

—¿Debemos creer acaso que la historia es un cúmulo de mentiras? —preguntó un joven que parecía decepcionado por la dirección que estaba tomando el evento.

—La historia está llena de fábulas, como los propios hechos que la hacen posible; y nos enseña los errores humanos que hacen posible su continuidad. Pero la historia es elocuente para los que saben comprender sus enigmas.

Fabrizio me miraba, convencido de que yo entendía el mensaje de sus palabras.

—¿Qué representa Jesús en la historia de los Magos? —La pregunta era previsible, ya que estábamos en Florencia.

—Los Médicis fueron los principales avaladores de la representación de los Reyes Magos, y bajo su mecenazgo fueron encargadas muchas obras. En algunas de esas pinturas pueden identificarse sin dificultad los rostros de los miembros de la dinastía florentina, como es el caso de la Adoración pintada por Botticelli; en ella el rey Baltasar está representado por Pedro el Gotoso; el rey Melchor es Cosme; y Juan encarna a Gaspar. Lorenzo y Juliano, herederos de la casa Médicis, aparecen formando parte de la comitiva… Pero Baltasar no fue negro hasta el siglo XVI, con la Adoración pintada por Durero, al cual siguieron el Bosco, El Veronés, Rubens y Tiépolo. A pesar de que en el siglo VII el Venerable Beda ya describió a Baltasar con tez morena, el peso de la tradición impidió que nadie pudiese imaginar siquiera un cambio de raza para éste rey. Sin embargo, las necesidades de la Iglesia católica llevaron a implantar un simbolismo inédito, identificando a los tres Magos con los tres hijos de Noé, que representaban las tres partes del mundo y las tres razas humanas que lo poblaban. De éste modo, Melchor pasó a simbolizar a los herederos de Jafet, y representaba Europa. Gaspar representó a los semitas de Asia, y Baltasar, a los hijos de Cam, que representaba África. Con el descubrimiento de América y comienzo de la cristianización del continente americano, surgió un problema cuando las autoridades eclesiásticas se plantearon representar a los habitantes de esas nuevas tierras en el cortejo de la Adoración de los Reyes Magos, pero como ya no querían añadir un cuarto rey a la comitiva, se dejó el número de tres como indiscutible.

En el despacho, Fabrizio entraba y salía de las calles tortuosas de su laberinto en blanco y negro; se frotaba las manos. Retiraba una y otra vez su mechón de pelo rebelde. Finalmente se sentó en el borde del escritorio abarrotado de libros y de mapas antiguos. En él se amontonaban discos antiguos de ópera y de jazz.

—También me gusta la moderna…

—¿Qué?

—No sólo escucho música barroca.

Ningún detalle pasaba desapercibido a aquel hombre astuto, taimado, furbo. Por fin había encontrado el adjetivo para describir la fuerza de sus ojos negros.

—Me gusta todo tipo de música.

—Desde luego existe algo más alegre que Bach —dije poniendo boca abajo las Cantatas. Entonces asomó Gelato al limone.

—¿Paolo Conte? —Me sorprendió ver entre Bach y Monteverdi a mi artista predilecto.

—Para mí es el mejor cantautor de Italia —confesó.

—¿Conoces Azzurro? —Me olvidé de los Reyes Magos.

—Todo el que se haya enamorado alguna vez conoce la canción… —Su respuesta me sorprendió.

»Ariadna, traté de ayudarte en todo momento, para evitar que te sintieras sola ante un público que venía dispuesto a hacer preguntas… comprometidas.

—¿Comprometidas? ¿De qué estás hablando, Fabrizio?

—Me refiero a que cuando uno se atreve a cuestionar la tradición, se arriesga a…

—¿… a qué se arriesga? —Lo miraba fijamente.

Se apartó, y recorrió dos veces las líneas del pavimento.

—Dime, ¿a qué se arriesga, Fabrizio? ¿A tener que defender aquello que uno conoce bien porque ha estudiado hasta sus últimos detalles?

—La historia tiene lagunas como cualquier otra disciplina; tú deberías saberlo, Ariadna.

—Sí, tienes razón. ¿Y en qué afectan esas lagunas históricas a mi interpretación de los argonautas?

—No es eso, Ariadna. Entre el público no sólo había jóvenes estudiantes. Había expertos en…

—No te preocupes, Fabrizio. Ya llegará el momento en que demuestre a esos expertos que no soy una incauta que va levantando dedos en pinturas ajenas.

—¿A qué te refieres?

No contesté.

—Dime, Ariadna. ¿De qué estás hablando?

—Dos meses antes de morir, mi abuelo me reveló un secreto.

—¿Qué secreto?

Fabrizio salió del laberinto y se acercó a la mesa donde yo estaba apoyada con una mano sobre las Cantatas de Bach. Se sentó a mi lado, junto al mapa, poniendo la mano izquierda sobre Ecbatana.

—¿Hay algo que me quieras decir, Ariadna?

Negué con la cabeza. Recordé una conversación con mi abuelo.

A finales de los años veinte, junto con dos amigos descubrió en Berlín el Códice… no estaba segura del nombre, tal vez Arinford. Enseguida supieron que se trataba de un hallazgo importante. Traté de hacer memoria. Me dijo que fue vendido a un bibliófilo de Barcelona y que era de un valor incalculable, tenía unas esferas…

De repente, tuve un sobresalto.

—¿Qué ocurre, Ariadna? —preguntó Fabrizio.

Me aparté bruscamente, y fui hacia el ordenador.

Tecleé Códice Arinford y Miquel Puigdorfila y Cervora.

Leí con atención el nombre que aparecía en pantalla.

Quizás el viaje de los Reyes Magos fuera, en efecto, mucho más que una leyenda.

«¿A quién pertenece la cuarta corona?», había añadido quien depositó en mi bolso la copia del pergamino

Unos magos que venían del Oriente se dirigieron a Jerusalén…

Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo de Israel.

—San Mateo no escribió en latín, ni en griego. Escribió en arameo… —reflexioné en voz alta.

—Sí, es cierto. Sus escritos originales se perdieron.

—Y alguien tradujo el texto del arameo al griego —añadí.

—¿Quién tradujo al griego y al latín lo que san Mateo había escrito originalmente en arameo?

—Eso nunca se sabrá. Los Padres de la Iglesia nos han transmitido su particular versión. ¡Quién sabe lo que de verdad escribió Mateo!

—Puede ser que ni siquiera hablara de magos…

—… Y tal vez se tratase de astrólogos caldeos. Cresques…, Ribes… —murmuré, sin completar la frase.

Alguien llamó a la puerta. Buscaban al profesor.

—Vuelvo enseguida, Ariadna. —Vi en su rostro un gesto de preocupación.

Contemplé de nuevo el mapa. Y esta vez no fueron Jerusalén ni Mesopotamia los nombres que llamaron mi atención.

Italia. Austria. Imperio austro-húngaro, Sicilia, Nápoles, Praga…

Me levanté. Fui a por el libro que había visto en lo alto de la estantería. Subida a una silla, alcancé Die Stadt Palma, el quinto volumen de la obra Die Balearen, escrita por el archiduque.

Luis Salvador Habsburgo —Lorena y Borbón—, archiduque de Austria.

Al abrirlo, cayó al suelo una fotografía. En el reverso, había dos iniciales. C. H.

Y una fecha, 1857.