[1] «Nunca registrado» digo: pues hay en nuestro tiempo un hombre famoso Coleridge que, de ser cierto lo que se cuenta de él, me ha superado grandemente en la cantidad. <<
[2] Podría haberse añadido una tercera excepción: mi razón para no hacerlo es que el escritor al que saludo sólo dedicó sus esfuerzos juveniles a tratar expresamente de temas filosóficos; en la madurez todas sus facultades se orientaron (por razones muy disculpables y comprensibles en vista de la dirección que ha tomado la mentalidad del público en Inglaterra) a la crítica y las bellas artes. Sin embargo, dejando de lado esta razón, me pregunto si no hay que considerarlo, más que un pensador sutil, un pensador agudo. Por otra parte, una grave limitación a su dominio de los temas filosóficos es que, como resulta evidente, no ha disfrutado de las ventajas de una cabal formación humanista: no leyó a Platón en sus años mozos (lo cual, probablemente, se debiera tan sólo a su mala suerte), pero ya maduro tampoco leyó a Kant (y esto es culpa suya). <<
[3] No hago alusión a profesores existentes de los que, a decir verdad, sólo conozco a uno. <<
[4] Por cierto, que dieciocho meses más tarde volví a dirigirme al mismo judío con el mismo propósito y, como para entonces fechaba mis cartas en un colegio prestigioso, tuve la suerte de que estudiase con atención mis propuestas. Mis necesidades no se debían a ninguna extravagancia ni a frivolidades de juventud (pues mis costumbres y la naturaleza de mis placeres me ponían muy por encima de ellas), sino tan sólo a la rencorosa malicia de mi tutor quien, cuando comprendió que ya no podía impedirme que fuese a la universidad, quiso dejarme un último recuerdo de su buena voluntad y se negó a firmar una orden que me permitiera recibir un solo chelín además de la pensión que me pagaba en la escuela, o sea 100 libras al año. En mi tiempo vivir en el colegio con esa suma era apenas posible, y del todo imposible para alguien quien, si bien exento de la ridícula ostentación de despreocuparse ostentosamente del dinero así como de gustos muy costosos, tenía en cambio el defecto de confiar demasiado en los sirvientes y no se interesaba por los mezquinos detalles de la economía doméstica. Pronto me vi en apuros y, por último, tras una prolongada negación con el judío (alguno de cuyos episodios divertirían mucho a mis lectores si tuviese tiempo de contarlos) entré en posesión de la cantidad que había pedido con arreglo a las condiciones «normales», que consistían en pagar al judío un diecisiete y medio por ciento a título de intereses sobre toda la suma del préstamo; por su parte, Israel se embolsaba graciosamente tan sólo unas noventa guineas de dicha suma, mientras el resto correspondía a la cuenta del abogado (por qué servicios —prestados a quién y cuándo, si en el sitio de Jerusalén, la segunda construcción del Templo, o en alguna ocasión anterior— es algo que todavía no he conseguido averiguar). En verdad, he olvidado cuántas pérdidas medía la cuenta, pero la conservo en un gabinete de curiosidades de historia natural y creo que tarde o temprano he de obsequiarla al Museo Británico. <<
[5] El correo de Bristol es el mejor equipado del reino debido a la doble ventaja de una carretera excepcionalmente buena y de una partida especial para gastos suscrita por los comerciantes de Bristol. <<
[6] Se objetará que, en nuestros propios tiempos y en toda nuestra historia, muchas personas del más alto rango y de gran riqueza fueron las primeras en buscar el peligro en el campo de batalla. En efecto; pero éste no es el caso supuesto: una vieja familiaridad con el poder los ha hecho insensibles a sus efectos y atracciones. <<
[7] Φιλον υπνη θελyητρον επικουρον νοσον. <<
[8] ηδυ δουλευμα. EURIP. Orest. <<
[9] αναξανδρων ’Αyαμεμνων. <<
[10] ομμα θεισ’ ειτω πεπλων. El conocedor de los clásicos sabe que en todo este pasaje me refiero a las primeras escenas de Orestes, una de las más bellas exposiciones de los efectos familiares que ofrecen los dramas de Eurípides. Tal vez sea preciso advertir al lector inglés que, al comenzar el drama, la situación es la de la de un hermano a quien sólo asiste su hermana mientras dura la posesión demoníaca de una conciencia afligida (o, en la mitología de la pieza, mientras lo asedian las furias) en circunstancias de inminente peligro a causa de sus enemigos y del abandono o indiferencia de quienes eran amigos tan sólo de nombre. <<
[11] «Se esfumó»: esta manera de retirarse de la escena de la vida parece haber sido muy conocida en el siglo XVII, aunque entonces se consideraba como un privilegio privativo de la sangre real y en modo alguno permitido a los boticarios. En efecto, alrededor del año 1686, un poeta de nombre más bien ominoso (que, dicho sea de paso, hizo entera justicia a su nombre) i. e. el Sr. Flat-man, al hablar de la muerte de Carlos II, expresa su sorpresa ante el hecho de que un príncipe cometa un acto tan absurdo como morir, y añade:
«Desdeñen morir los reyes, sólo desaparezcan».
O sea, que deben fugarse sigilosamente al otro mundo. <<
[12] Se diría, no obstante, que últimamente la gente más enterada abriga ciertas dudas al respecto, ya que en una edición pirata de la Medicina Doméstica, de Buchan, vista una vez en manos de la mujer de un agricultor que la consultaba por cuestiones de salud, se hace decir al doctor: «Póngase especial cuidado en no tomar nunca más de veinticinco onzas de láudano al mismo tiempo». Lo más probable es que el texto original dijera veinticinco gotas, que equivalen a alrededor de un gramo de opio crudo. <<
[13] Entre el gran rebaño de viajeros, etc., cuya estupidez indica de modo suficiente que nunca tuvieron relación alguna con el opio, debo advertir en particular a mis lectores contra el brillante autor de Anastasio. El ingenio de este caballero nos haría presumir que estamos ante un comedor de opio, pero es imposible considerarlo como tal en vista de lo torcidamente que describe sus efectos en las págs. 215-17 del vol. I. Pensándolo bien, aparte de los errores a que hago referencia y que él adopta (entre otros) de la manera más completa, tendrá que reconocer que un anciano caballero de «barba blanca como la nieve» que consume «abundantes dosis de opio» y, sin embargo, es capaz de ofrecer graves consejos (dados y recibidos como tales) acerca de las nefastas consecuencias de dicha práctica no constituye una prueba muy convincente de que el opio provoque la muerte prematura o abra las puertas del manicomio. Por mi parte, sé muy bien lo que se trae entre manos el viejo caballero y adivino sus intenciones: lo cierto es que estaba enamorado del «pequeño receptáculo dorado de la perniciosa droga» que Anastasio llevaba consigo, y la manera más fácil y segura de apoderarse de ella que se le ocurrió fue volver loco de terror a su propietario (quien, dicho sea de paso, no era, para comenzar, persona muy sensata). Mi comentario arroja nueva luz sobre el caso y mejora mucho el cuento, ya que el discurso del caballero es ridículo en tanto que lección de farmacia, pero como broma a Anastasio resulta excelente. <<
[14] No tengo a mano el libro para consultarlo en este momento, pero creo que el pasaje comienza: «Y aún esa música de taberna que alegra a unos y enardece a otros, a mí suele inspirarme un rapto de profunda devoción», etc. <<
[15] Un elegante gabinete de lectura en el que, a mi paso por Manchester, me acogieron muy cordialmente varios caballeros de esa ciudad, se llama, creo, El Pórtico. Siendo extranjero en Manchester deduje que los suscriptores querían proclamarse discípulos de Zenón. Sin embargo, desde entonces me han asegurado que me equivocaba. <<
[16] Calculo que veinticinco gotas de láudano equivalen a un grano de opio, lo cual, según creo, es la estimación más corriente, Sin embargo, como ambas cantidades pueden considerarse variables (la potencia del opio varia mucho y la de la tintura de opio aún más), supongo que en estas cuentas no es posible llegar a una exactitud infinitesimal. El tamaño de las cucharillas de té varía tanto como la potencia del opio. Las pequeñas contienen unas cien gotas, de modo que 8000 gotas son unas ochenta cucharadas. Como puede apreciar el lector, me mantuve, con mucho, dentro de los amplios límites fijados por el Dr. Buchan. <<
[17] Esta conclusión no es, sin embargo, inevitable: la variedad de los efectos que produce el opio según las distintas constituciones es infinita. Un magistrado de Londres (Marriott, Struggels through Life, vol III, pág. 391, tercera edición) ha dejado constancia de que la primera vez que usó láudano para calmar los dolores de la gota tomó cuarenta gotas, la noche siguiente sesenta y la quinta noche ochenta, sin sentir el más mínimo efecto, y esto a una edad avanzada. Aún más: gracias a un cirujano de provincias, me he enterado de una anécdota junto a la cual el caso del Sr. Harriott resulta insignificante; la contaré en el tratado médico sobre el opio que pienso publicar si el Colegio de Médicos me paga por iluminar en la materia los oscurecidos entendimientos de sus miembros: la historia es demasiado buena para contarla gratis. <<
[18] Véanse en las relaciones de cualquier viajero que haya recorrido el Oriente los furiosos excesos cometidos por malayos que han tomado opio o a quienes la mala suerte en el juego empuja a la desesperación. <<
[19] El lector debe tener presente lo que quiero decir por pensamiento: de otra manera esta afirmación resultaría presuntuosa. Últimamente Inglaterra ha tenido, hasta el exceso, pensadores magníficos en los ramos de la creación y la combinación, pero la escasez de pensadores masculinos en todas las vías analíticas es lamentable. Un escocés de nombre eminente nos decía hace poco que se había visto obligado a abandonar hasta las matemáticas por falta de apoyo. <<
[20] William Lithgow: su libro (Viajes, etc.) es mal escritor y pedante, pero la relación de sus propios sufrimientos en el potro de Málaga es de una emoción sobrecogedora. <<
[21] Al decir esto no tengo la intención de faltar al respeto a mi casa, y el lector lo comprenderá mejor si le digo que, salvo una o dos mansiones principescas y unas cuantas menos ilustres que han ido revestidas de cemento, no conozco en este distrito montañoso ninguna casa que sea por completo impermeable. En nuestro condado aplicamos principios exactos a la arquitectura de los libros, me precio de ello, pero la otra arquitectura se halla en estado de barbarie y, lo que es peor, en situación retrógrada. <<
[22] En cuanto a esto, señalaré que yo disminuí la cantidad con demasiada rapidez, lo cual agravó innecesariamente el sufrimiento o, más bien, que no lo hice en forma tan constante y graduada como debía. En fin, para que el lector pueda juzgar por sí mismo, y sobre todo para que el comedor de opio que se está preparando a retirarse de los negocios tenga ante sí toda clase de informaciones, presento aquí mi diario:
¿Qué significan, preguntará tal vez el lector, esas bruscas recaídas a cifras como 300, 350, etc.? El impulso a dichas recaídas fue la simple flaqueza de ánimo; el motivo, cuando al impulso se unió un motivo, fue el principio de reculer pour mieux sauter (pues, con la languidez inducida por una dosis mayor, el estómago quedaba luego satisfecho con una cantidad más reducida y, al despertar, se encontraba acostumbrado, en cierta medida, a la nueva ración), o bien este otro principio: que a igualdad de sufrimientos, se resisten mejor aquellos a los que se hace frente con cólera y así, cada vez que aumentaba mucho la dosis, al día siguiente me sentía furioso y hubiera soportado cualquier cosa. <<