Epílogo

Cuando la noticia de la muerte del jefe de su clan llegó a Garacad, los hombres de la tribu sacad a bordo del Malmö se limitaron a abandonar el barco sin más. El capitán Eklund aprovechó la oportunidad que se le presentaba, para él inexplicable, levó anclas y zarpó mar adentro. Dos lanchas de combate de un clan rival trataron de interceptarlo, pero desistieron cuando un helicóptero procedente de un destructor británico les instó a pensárselo mejor. El destructor escoltó al Malmö hasta puerto seguro en Yibuti, donde pudieron repostar antes de reanudar el viaje, esa vez en convoy.

El señor Abdi supo también de la muerte del jefe pirata y se lo comunicó a Gareth Evans. La noticia del rescate del muchacho les había llegado ya; poco después se enteraron de que el mercante sueco había podido escapar. Evans logró frenar, justo a tiempo, el pago de los cinco millones de dólares.

El señor Abdi ya había recibido su segunda gratificación de un millón de dólares y se había retirado a una agradable casita en la costa de Túnez. Seis meses después unos ladrones entraron en la villa y, al ser sorprendidos por Abdi, lo mataron.

Mustafa Dardari fue liberado de su estancia forzosa en Caithness. Lo llevaron a Londres con los ojos vendados y lo soltaron en una calle cualquiera. Una vez allí, descubrió dos cosas. En primer lugar, la educada negativa oficial a creer que no había estado en su vivienda londinense todo aquel tiempo, puesto que no podía demostrar lo contrario; su explicación de lo que le había ocurrido fue considerada absurda. Y en segundo lugar, descubrió que se había dictado una orden de deportación contra él.

Los Pathfinder regresaron a su base en Colchester y reanudaron su actividad normal.

Ove Carlsson se recuperó por completo. Se sacó un máster en administración de empresas y entró a formar parte de la naviera paterna, pero nunca más volvió a navegar.

Ariel se hizo famoso dentro de su reducido y, para la mayoría de la gente, incomprensible mundo al inventar un cortafuegos impenetrable incluso para él. Su sistema fue adoptado por muchos bancos, empresas de defensa y departamentos ministeriales. Por consejo del Rastreador, se puso en manos de un astuto y honesto gestor que consiguió que el muchacho pudiese vivir holgadamente.

Sus padres se mudaron a una casa más grande dentro de la misma finca, y él continuó viviendo con ellos, siempre encerrado en su estudio.

El coronel Christopher «Kit» Carson, alias Jamie Jackson, alias el Rastreador, se licenció cuando decidió que había llegado el momento, se casó con una viuda muy atractiva y montó una empresa de seguridad privada para gente adinerada que debía viajar al extranjero. Le fue bastante bien. Eso sí, no volvió a pisar Somalia.