6

Faltaban pocos minutos para que la gente comenzara a llegar. Rachel se movía nerviosa de un lado a otro ultimando detalles. Se acercó a una de las mesas y recolocó por décima vez las bandejas de canapés que el servicio de catering había preparado.

April y Matthew se escondieron tras un expositor con un par de libros que habían cogido de una de las secciones de terror. Tumbados en el suelo para que nadie los viera, pasaban las hojas con rapidez en busca de ilustraciones sobre vampiros y hombres lobo, pero las que encontraban en aquellas páginas se asemejaban más a una caricatura que a una imagen real. Con las manos en la boca ahogaban sus risas.

—No se parecen en nada a nosotros —comentó Matthew entre susurros, mientras señalaba la ilustración de un hombre lobo con una enorme joroba, erguido sobre las patas traseras.

April puso cara de asco al ver la espuma y las babas que le habían dibujado alrededor de la boca al licántropo. Pasó otra página y apareció la pintura de un vampiro.

—¿Te imaginas a William con esta pinta? —susurró, apuntando con el dedo a un Drácula engominado, de colmillos puntiagudos que, aferrado a una larga capa de color negro y rojo, envolvía con sus brazos a una chica semidesnuda y desmayada.

Matthew asintió, y los dos niños comenzaron a desternillarse de risa.

Keyla apareció como una sombra siniestra junto a ellos y les quitó el libro de las manos, dándoles un susto de muerte.

—Si no os portáis bien, tendré que llevaros a casa, y me enfadaré mucho si me pierdo la fiesta por vuestra culpa —dijo con el ceño fruncido. Los niños asintieron, tomando muy en serio sus amenazas, y desparecieron corriendo bajo su mirada divertida—. ¡Pequeños diablillos!

Shane y su padre se habían retirado a un rincón, cerca de la trastienda que también hacía las veces de despacho. Hablaban en voz baja y, por sus caras, parecían discutir. Últimamente era algo que hacían a menudo. Shane seguía empeñado en formar parte de los Cazadores. Aquel grupo de hombres-lobo tenía un auténtico cometido, proteger y velar por todos aquellos que respetaban el pacto y vivían de acuerdo a sus leyes, luchando contra los que lo amenazaban: los renegados. Shane deseaba más que nada esa vida. No estaba hecho para lo que su padre esperaba de él. «Hay muchas formas de ayudar a la manada, Shane, sin que tengas que acabar muerto», le repetía continuamente. Y él lo sabía, pero no quería un despacho en un bufete de licántropos. Quería luchar, acabar con aquellos asesinos que los amenazaban sin tregua, allí era donde de verdad sería útil. Y si moría, tampoco habría diferencia, ya estaba muerto viviendo aquella vida de mentira que no soportaba.

Daniel los observaba con disimulo.

—¿Qué ocurre con esos dos? —preguntó Rachel a su marido y le entregó un par de botellas de vino para que las descorchara.

—Es por los Cazadores, Jerome se niega a que el chico vaya con ellos —comentó en voz baja mientras sacaba uno de los corchos.

—¿Y tú qué opinas?

Daniel se quedó pensando un momento.

—Es un trabajo peligroso, sin embargo Shane ya no es un niño. Yo le dejaría escoger su camino, pero es su padre quien debe tomar la decisión de dejarle marchar, y no yo —confesó con un suspiro.

—Eres un buen hombre y te quiero por eso —susurró Rachel, depositando un rápido beso en sus labios—. Pero esta vez tu hermano se equivoca, y alguien debería decírselo antes de que este tema los distancie.

Daniel movió la cabeza mientras sacaba el segundo corcho, y se dijo a sí mismo que hablaría con Jerome más tarde. Miró su reloj, preguntándose dónde diantres se habría metido William. En ese momento el vampiro entró en la librería, impecable con unos vaqueros oscuros y una camisa azul claro bajo una americana de color negro. Daniel soltó un suspiro de alivio cuando vio a sus hijos entrando tras él, vestían de forma similar, sin ningún atuendo extraño que llamara la atención. Un problema menos, ahora solo debían comportarse.

—¡Estáis guapísimos! —exclamó Rachel con total adoración—. ¿Verdad, Keyla?

Keyla se detuvo frente a ellos y los observó uno por uno con detenimiento. El minucioso reconocimiento terminó en William, al que contempló con ojos centelleantes. Sus pupilas se dilataron con un destello dorado, fijas en la pálida piel que dejaba entrever la camisa del vampiro.

—Sí, demasiado guapos. Creo que esta noche se romperá más de un corazón —contestó, esbozando una enorme sonrisa sin apartar sus ojos de él.

—Eso espero —farfulló Evan nervioso, y dio media vuelta para volver a la calle sin dejar de atusarse el pelo.

Todos lo miraron sorprendidos.

—¿Y a este qué le pasa? —preguntó Jared.

—Lleva un par de días muy raro, y anoche se transformó mientras dormía. Me dio un susto de muerte. ¡No quiero imaginar qué estaría soñando! —explicó Carter con un estremecimiento que provocó las risas de los demás.

Poco a poco fueron llegando los primeros vecinos, más motivados por su curiosidad hacia la nueva familia que por la compra de libros. Rachel, haciendo gala de sus grandes dotes como anfitriona, recibía a todo el mundo en la puerta junto a Daniel, entregando a los asistentes pequeñas tarjetitas de presentación decoradas con filigranas plateadas.

Keyla hacía otro tanto paseando entre la gente con su preciosa sonrisa, ofreciendo canapés y refrescos mientras contestaba con paciencia a las preguntas curiosas de un par de colaboradoras del periódico local.

Los hermanos Solomon, junto con William y Shane, se mantenían apartados en un rincón intentando pasar inadvertidos; absortos en su propia conversación e incómodos por todo aquel teatro que se veían obligados a representar para integrarse entre los humanos sin levantar sospechas. Una nueva ciudad requería una nueva identidad, era necesario; pero ellos no terminaban de acostumbrarse. Cada pocos años se veían forzados a cambiar de aires, a encontrar un nuevo hogar para después iniciar otra vez el mismo ciclo, antes de que nadie empezara a sospechar que no envejecían al ritmo de los demás. Estaban obligados a vivir una mentira, rodeados de más mentiras, y mantenerse cuerdos ala vez que fieles a las normas resultaba a veces muy difícil.

Y esos eran los pensamientos que tenía Evan en ese momento, mientras no dejaba de lanzar miradas impacientes a la puerta, sin prestar demasiada atención a las bromas y comentarios sarcásticos que los chicos hacían a su costa por la inminente graduación, y el aspecto que tendría con la toga y el birrete. Cada pocos minutos y con mucho disimulo, le echaba un rápido vistazo a su móvil para consultar si tenía nuevos mensajes. De pronto su corazón se aceleró y una sonrisa le iluminó el rostro.

Ese rápido palpitar captó la atención de William. Miró por encima de su hombro en busca de aquello que tanto alteraba a Evan. Un escalofrío le recorrió la espalda al ver a Kate cruzando la puerta con paso vacilante. Iba preciosa con una blusa de gasa semitransparente y un pantalón ajustado que mostraba una figura perfecta, demasiado atractiva para pasar desapercibida; tanto como la tímida sonrisa que afloró a sus labios cuando saludó a Rachel con un beso fugaz en la mejilla.

—¿La conoces? —preguntó a Evan, intuyendo por su expresión extasiada que no le iba a gustar la respuesta.

—Sí, va a mi instituto —contestó—. Me costó bastante, pero conseguí convencerla para que saliera conmigo esta noche. Es preciosa, ¿no te parece?

—Sí, lo es.

Sus hombros se tensaron, haciendo que la chaqueta se estirara hasta un punto peligroso en el que cada costura amenazaba con explotar. Si aquello que sentía no eran celos, se le parecían bastante. Se maldijo a sí mismo, aquella humana no era nada suyo para sentirse tan posesivo. Y estaba el detalle de su sangre, podía olerla desde allí. A pesar de la cantidad de gente que abarrotaba la librería saturando el aire, el aroma era nítido e intenso, una provocación a sus sentidos; y eso no era bueno.

—Parece un duendecillo, con ese pelo corto y esa nariz respingona. Nunca pensé que me acabaría fijando en una chica como ella. Odia a los futbolistas, ¿no te parece irónico? —continuó Evan.

El cerebro de William comenzó a trabajar con rapidez. Evan había dicho pelo corto, entonces, no se refería a ella. Buscó con los ojos y, unos pasos por delante, halló la respuesta. Jill, la mejor amiga de Kate, conversaba con un par de chicas. Evan tenía razón, su aspecto andrógino le confería una apariencia bastante peculiar, pero no dejaba de ser una chica muy guapa.

Evan desapareció entre la gente, al encuentro de las dos amigas. Kate lo saludó con timidez, intercambiaron algunas palabras y a continuación se alejó para dejarlos solos. Caminaba con una ligera cojera, aunque ya no necesitaba las muletas. Tomó un refresco de una de las mesas y se entretuvo ojeando los estantes repletos de libros, daba pequeños sorbos y arrugaba la nariz cada vez que las burbujas le hacían cosquillas. De vez en cuando levantaba la vista, recorría la estancia, y volvía a centrar su atención en los libros con aire de decepción.

William se retiró a un rincón en penumbras y desde allí la observó sin pudor, hechizado. Recorrió su rostro como si quisiera aprenderlo de memoria. El brillo sonrosado de sus labios, sus largas pestañas, hasta el lunar que se escondía bajo su oreja, eran de lo más atractivo para él. La suavidad de la piel de su garganta, las curvas de su cintura, la gracia inconsciente con la que se movía. Susurró su nombre sin pensar, lanzándolo al aire como un cebo en busca de su presa. Estaba usando su influencia sin darse cuenta, otra habilidad que muy pocos poseían.

Kate se detuvo en seco. Sus pupilas se dilataron y se sintió extrañamente mareada. Todo a su alrededor se fue apagando hasta quedar en silencio, consciente solo de su propia presencia. Sintió el cuerpo ligero como una pluma, empujada por un viento cálido y dulce hacia la tentadora voz que la llamaba. Cerró los ojos y se dejo mecer. Conocía esa voz, el timbre claro y cristalino, la cadencia de su tono; y tenía que ir hasta ella.

—Kate… Kate… Kate…

Aquel sonido estridente la sacó de su dulce sueño. La señora Jones daba saltitos con la mano en alto, intentando atraer su atención. Kate dio un respingo, lo último que quería esa noche era tener una conversación con ella. Con disimulo, intentó esconderse entre los grupos de gente que conversaban. Vio a Charlie Roth en uno de ellos, aquel hombre era tan grande como un armario y, en aquel momento, lo más parecido a un buen escondite.

—Kate, querida —gritaba Clarise Jones con su vocecita chillona, mientras serpenteaba entre el laberinto de personas.

Una estantería, repleta de libros sobre viajes, cortó la precipitada huida de Kate, y no le quedó más remedio que girarse y enfrentar con una amplia sonrisa a la mujer más cotilla que Heaven Falls albergaba.

—Hola, Clarise —saludó Kate, intentando disimular lo molesto que le resultaba aquel encuentro.

—Hola, Katherine, ¿cómo te encuentras? ¡Qué susto nos diste a todos, niña! —exclamó la mujer con la mano en el pecho—. No puedes imaginar lo mucho que me preocupé por ti cuando supe lo de tu accidente. Me dirigí inmediatamente a la consulta del doctor Anderson, para que él en persona me pusiera al tanto de cuál era tu estado, y no creas que le resultó fácil convencerme de que estabas bien. Ya sabes, con eso de la confidencialidad profesional y todas esas paparruchas, no sueltan prenda. Hasta que no vi con mis propios ojos el informe médico, no me quedé tranquila. —Hizo una pausa para suspirar—. Y que quede claro, que todo lo hice por tu abuela. Es mi amiga y me preocupo por ella.

—¿Vio mi informe médico? —preguntó Kate sin dar crédito.

—Por suerte, todo ha quedado en un susto —continuó Clarise, ignorando la pregunta.

Kate la miraba con la boca abierta, intentando averiguar cómo podía hablar tanto y tan deprisa sin tomar aire ni una sola vez, y cómo había tenido la desfachatez de meter las narices en algo tan privado como su expediente médico.

—Bueno, sí, tuve suerte de no romperme nada —dijo algo atontada por el parloteo de Clarise.

—Jovencita, debes tener más cuidado, tu abuela ya no está para estos sustos —le hizo notar en tono de reproche—. Por cierto, dicen que te socorrió uno de los hijos de esta familia. —Hizo un gesto con la cabeza señalando a Rachel, que en ese momento pasaba junto a ellas con una bandeja repleta de vasos.

«¿Cómo demonios se habrá enterado?», pensó Kate con impaciencia.

—No fue uno de sus hijos exactamente…

—¿Quién, entonces? —interrumpió Clarise.

—Un amigo de la familia.

—¡Dios mío, cada vez que pienso en ti, allí sola, a merced de cualquier asesino o violador! —Suspiró profundamente y su semblante adoptó una expresión dramática. Sacó un pañuelo del bolsillo y secó unas lagrimas inexistentes del rabillo de sus ojos—. Porque ese chico no te hizo nada, ¿verdad?

—¡No, por supuesto que no! —contestó a la defensiva—. Fue muy correcto en todo momento.

La señora Jones estudió el rostro de Kate con los ojos entornados, hasta que se convenció de que decía la verdad.

—Has tenido mucha suerte, los chicos de hoy en día son todos unos delincuentes y unos obsesos —afirmó con un sonido de desprecio—. ¿Y ese joven se ha interesado por tu recuperación? ¿Te ha llamado o ha ido a verte? ¿Flores?

Kate comenzó a desesperarse ante aquel interrogatorio.

—No, ni siquiera pienso que eso sea necesario —su voz sonó más dura de lo que pretendía.

—Sí que lo es, niña. Un joven responsable y atento debe tener esos detalles, es lo mínimo después de haberte auxiliado —contestó con suficiencia—. Pero, tras haber conocido a su familia, no me extraña que se comporte así, parecen demasiado… modernos y casquivanos —susurró—. ¡Qué pena que se hayan perdido las antiguas costumbres, los hombres de antes sí que eran unos caballeros! Pero claro, viendo a la familia —volvió a insistir.

—Ya le he dicho que ésta no es su familia, solo son amigos —masculló, sintiendo deseos de estrangularla.

—Lo que sea —contestó sin interés en las aclaraciones de Kate.

William observaba divertido la escena. Había oído cada palabra de la conversación y decidió que la señora Jones era un personaje al que debía evitar a toda costa. Y Kate opinaba lo mismo, vista la forma en la que apretaba el vaso entre sus manos.

—Discúlpeme, Clarise. Si no le importa, voy a salir afuera un rato, necesito tomar el aire —dijo Kate con cierta impaciencia, y salió disparada hacia la puerta sin dar tiempo a que la anciana dijera nada más.

William la siguió con la mirada y, consciente de que cometía un error, salió tras ella sin hacer caso a la voz interior que le exigía que se detuviera.

Había anochecido por completo. El cielo estaba cubierto de estrellas y la luna llena iluminaba con su luz plateada cada rincón de la calle. Había refrescado, y casi todo el mundo se encontraba dentro, protegiéndose de la humedad que flotaba en el ambiente tras el chaparrón de esa misma tarde.

La librería contaba con un pequeño porche en su entrada, en el que se habían colocado algunas mesas para la bebida y la comida. Kate estaba sentada en una de ellas, al fondo, junto a la barandilla. Con las manos en las rodillas, contemplaba inmóvil el fondo de la calle desierta, sin prestar mucha atención a lo que le rodeaba.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó tras ella.

Kate se levantó de golpe, se giró y el corazón le dio un vuelco. Allí estaban aquellos ojos azules con los había soñado cada noche desde el primer encuentro, mirándola con tanta intensidad que se sintió cohibida.

—Perdona, ¿qué has dicho? —preguntó casi sin aliento.

—Te preguntaba por tu recuperación. Es lo que se supone que debe hacer un buen chico, ¿no? —aclaró William con una leve mueca de burla.

El gesto disparó todos los sensores de alerta de los que disponía el cuerpo de Kate. Inmediatamente se dio cuenta de que él había oído su conversación con Clarise, y eso la hizo sentirse muy incómoda.

—¿No piensas contestarme? —inquirió él. Se acercó unos pasos, hasta quedar a solo unos centímetros de ella, deleitándose con su olor.

—Es… estoy bien, gracias —dijo con la voz alterada por el desconcierto. Se sentía intimidada. Era bastante más alto que ella y sus ojos la contemplaban desde arriba, haciéndola sentir pequeña. Se esforzó en sostener su mirada y permanecieron así unos segundos.

William fue el primero en apartar la vista. Se alejó un par de pasos, con los dientes apretados, mientras contenía el aire de sus pulmones intentando mantener a raya el deseo de esconder el rostro en el hueco de su cuello. Se apoyó en la barandilla y cruzó los brazos sobre el pecho. Podía sentir el corazón de Kate latiendo con fuerza. Estaba nerviosa.

—Esa mujer tan peculiar con la que hablabas antes, he visto que la gente huye a su paso —comentó él, observando de forma distraída a un grupo de personas que se despedían de Rachel en la puerta. Le costaba menos concentrarse si no la miraba.

—Yo diría que es irritante —respondió mientras recobraba el control de su respiración y de sus pensamientos—. Se inmiscuye en la vida de todo el mundo como si fuera un deporte.

—Puede que su vida sea tan aburrida que necesite vivir las de otros para sentirse bien. Hay personas así —apuntó William en tono comprensivo, aunque en el fondo él también pensaba que era bastante molesta.

—No lo creo. Disfruta criticando y aireando los trapos sucios de todo el mundo. Si sospecha que escondes algo, no descansará hasta averiguar de qué se trata; y después se lo contará a todo el mundo, añadiendo sus propias suposiciones malintencionadas —replicó, y se sorprendió a sí misma de lo mucho que aquella mujer la irritaba—. Si tienes algún secreto escóndelo bien, o acabará siendo de dominio público —esto último lo dijo sin pensar e inmediatamente se arrepintió del comentario, no había sido apropiado. William se giró hacia ella y la más extraña de las miradas oscureció su rostro. Kate se miró los pies, algo cohibida por la expresión que él había adoptado, y su respiración volvió a acelerarse. Estaba convencida de que había metido la pata y todo en su interior pareció detenerse.

William adivinó sus pensamientos y se sorprendió al recordar lo inseguros e influenciables que podían llegar a ser los jóvenes humanos. Siempre pendientes de lo que pensarán los demás, en vez de ser ellos mismos. La miró fijamente, preguntándose cómo sería su vida, y si también tendría secretos. Se inclinó un poco sobre ella en actitud confidente.

—Puede que algún día descubra que hay cosas que es mejor no saber —dijo en tono misterioso. Con un deje malicioso que hizo que Kate levantara la cabeza de golpe.

Los labios del vampiro se curvaron con una sonrisa maravillosa. Kate lo miró embelesada con el corazón a punto de explotar dentro del pecho. Volvía a tener esa extraña sensación y todo a su alrededor se tornó oscuro, excepto un leve resplandor azulado del que no podía apartar los ojos.

—No… no recuerdo si te di las gracias por ayudarme en la carretera —dijo ella.

—Lo hiciste —respondió él—. Fuiste muy amable.

Kate sonrió algo aturdida y con un gesto lleno de gracia se ladeó el pelo hacia la espalda, dejando a la vista su cuello esbelto. ¡Dios, estaba coqueteando descaradamente! ¿Se daría él cuenta? Bueno, de eso se trataba, ¿no? Tomó aire y apartó esos pensamientos antes de parecer idiota.

—Así que has decidido quedarte algún tiempo —comentó ella, poniendo un énfasis deliberado en sus palabras.

—Solo unos días —contestó él, desviando la mirada, y su rostro se endureció. La visión había despertado su apetito y se enderezó nervioso. Décadas de autocontrol se estaban viniendo abajo en un instante.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Kate.

—Sí —contestó sin atreverse a mirarla, pero lo hizo.

Estaba completamente ruborizada, le brillaban los ojos y sus labios tenían el color de una ciruela madura. Otro tipo de deseo comenzó a despertar. Pensó en lo fácil que sería tomar todo lo que quería de ella, y que el deseo dejara de doler. Sabía que era fuerte y disciplinado, vivir con el tormento ya se había convertido en una costumbre; pero aquello no era simple dolor. Era una agonía insoportable y no sabía durante cuánto tiempo podría soportarla. Aunque no pensaba quedarse para averiguarlo, debía alejarse de ella… ya.

—Pareces un poco tenso —apreció Kate, encogiéndose de hombros.

—Perdona, tengo que…

—¡Allí está! —exclamó Jill.

Acababa de aparecer seguida de Evan y Jared, y señalaba a Kate con un gesto de su mano. La chica se detuvo en seco al ver a William junto a su amiga y una sonrisa de complicidad se dibujó en sus labios. Pensó en darse la vuelta y dejarlos solos. Tarde, Evan ya estaba sobre ellos.

—¡Hola, chicos! —saludó Evan. Apoyó su brazo en el hombro de William, frustrando sin darse cuenta su intento de huir—. Estamos pensando en ir a una fiesta que hay en el mirador, ¿os apuntáis?

William negó con la cabeza. Tenía los dientes apretados y contenía la respiración.

Kate tuvo que parpadear un par de veces hasta poder despegar sus ojos de él.

—La verdad es que estoy muy cansada y este pie me está matando —confesó, frunciendo los labios con un gesto de dolor.

—Iremos a otro sitio en el que puedas estar sentada —sugirió Jill en tono suplicante.

—Prefiero volver a casa, de verdad. Pero tú puedes ir con ellos.

—¿Seguro que no te importa?

—¡Claro que no me importa, tranquila, ve!

—De acuerdo, toma las llaves de mi coche —dijo Jill mientras sacaba tintineando las llaves de uno de sus bolsillos.

—No creo que pueda conducir así. Prefiero llamar a un taxi o pedirle a algún vecino que me lleve —admitió con un ligero tono de disculpa.

—No es necesario —intervino Evan—. William puede acompañarte cuando regrese a casa. Prácticamente le coge de paso.

A Kate se le paró el corazón al escuchar el ofrecimiento de Evan. Lanzó una mirada fugaz a William, que tenía los ojos clavados en el suelo y cuya expresión parecía la de alguien a punto de sufrir un shock.

—No hace falta, de verdad —indicó rápidamente ella.

—Claro que no, yo puedo llevarte —dijo Jared, metiéndose en la conversación. Su hermano había colocado a William en una situación comprometida, seguramente por un exceso de feromonas en su cerebro que lo habían vuelto idiota. Menudo cóctel: vampiro desequilibrado, humana guapa y apetecible, ambos dentro de un coche y en un lugar apartado. Agítalo y ya tienes la receta del desastre—. Le pediré el coche a…

—Yo la acompañaré —intervino William con voz ronca, de una forma que no admitió réplica.

Jared lo miró sorprendido. Normalmente, William eludía cualquier contacto con humanos. Le eran indiferentes en la mayoría de los casos, y cuando no tenía más remedio que tratar con ellos se mostraba frío y distante, demasiado impaciente.

—¡Estupendo, todo solucionado! ¿Nos vamos? —exclamó Evan con algo de prisa. Vio la mirada fulminante que le lanzaba Jared y se encogió de hombros, desconcertado, no tenía ni idea de qué le pasaba ahora a su hermano.

—Te veo mañana —dijo Jill, besando a Kate en la mejilla—. Suerte —susurró junto a su oído, y se alejó dedicándole una sonrisa de complicidad.

Apenas habían llegado a la acera, cuando un todoterreno de color rojo se detuvo junto a ellos con un frenazo que dejó marcas en el asfalto. Un par de chicos con cazadoras blancas y azules descendieron del vehículo, y un tercero bajó la ventanilla del copiloto.

—Hola, Jill, ¿te llevamos a alguna parte? —preguntó el más alto, un chico pelirrojo con el rostro cubierto de pecas con el que Jill había salido un par de veces el año anterior.

—Gracias, Peter, pero ya tengo quien me lleve —contestó algo tensa.

—¿Quién? ¿Ese? —preguntó Peter en tono burlón—. ¿Es que sales con él?

—Sí, sale conmigo, ¿tienes algún problema con eso? —preguntó Evan a su vez.

—Últimamente tus gustos dejan mucho que desear —dijo Peter a Jill, ignorando deliberadamente a Evan.

—Vamos, subid al coche y dejadlos en paz —propuso el chico rubio que conducía.

Jill le dedicó una sonrisa de mofa al pelirrojo y cogió a Evan del brazo, tirando de él para alejarlo de sus compañeros de instituto.

—Sí, Peter, sube al coche —sugirió Evan con acritud. Sus pies estaban clavados en el suelo, ignorando los intentos de Jill por apartarlo.

—Te crees un tipo duro, ¿eh? Puede que lo seas en el campo, pero aquí estamos en mi terreno. Este es mi pueblo, estas son mis calles. No lo olvides. —El pelirrojo parecía empeñado en provocar a Evan.

—¿Me estás amenazando? —inquirió Evan con un parpadeo inocente, soltó una carcajada.

El chico rubio que conducía soltó el volante, y se asomó un poco por la ventana del copiloto.

—Ya vale, Peter, sube al coche —le dijo a su amigo.

—Tranquilo, Justin, solo charlo un poco con nuestro amigo.

—No entres en su juego, Evan, solo quiere provocarte —susurró Jill.

—¿Provocarle? Oh no, de eso ya te encargas tú. ¿Ya lo habéis hecho? Tú eres de las que van rápido, gatita —replicó con desprecio y un tono insultante que sacó a Evan de sus casillas.

—¡Voy a partirte la cara! —gruñó.

Evan no era de los que se mezclaba en peleas, ni tampoco de los que se dejaban provocar. Al contrario, era un chico tranquilo con una gran paciencia, pero aquellos tipos se la estaban buscando desde el primer día; sobre todo Peter, que se había convertido en un auténtico acosador. Se lanzó hacia delante con los puños apretados dispuesto a darle una paliza, pero Jared se interpuso a tiempo, cortándole el paso.

—No merece la pena —susurró mientras lo frenaba con las manos en el pecho.

—Déjalos. No estropeemos la noche —le rogó Jill, tirando de su camisa para apartarlo.

William observó la escena con cautela. Evaluó a los humanos con atención y, a pesar de su actitud provocativa, no percibió en ellos el valor suficiente como para liarse a golpes con nadie; y parecía que Jared estaba controlando bastante bien la situación. Entonces se percató de que el chico rubio que conducía el coche miraba fijamente a Kate sin ni siquiera parpadear. El mismo chico que había visto junto a ella, en la puerta del instituto, unos días antes. No necesitaba leer su pensamiento para saber qué le pasaba por la cabeza, la contemplaba con una mezcla de deseo y posesión que no le gustó.

De repente Shane apareció en el porche como un rayo, con Carter pisándole los talones. El olor de los humanos había llegado hasta él, golpeándolo como una bofetada en plena cara.

—¿Qué hacen esos aquí? —bramó sin poder controlarse.

William percibió el brillo dorado de sus ojos y supo lo que ocurriría a continuación. Saltó la barandilla y en menos de un segundo, como si hubiera salido de la nada, estaba entre los dos grupos con gesto furibundo. Shane llegó junto a él un latido después, tan ciego por la rabia que no reparó en que estaba en medio, y arremetió contra los chicos humanos. William afianzó los pies en el suelo para aguantar la embestida y lo detuvo con una mano en el pecho, fulminándolo con la mirada. Palideció y sus ojos se oscurecieron hasta adquirir un tono marino, casi negro, y durante una fracción de segundo se iluminaron con un destello carmesí. Su rostro se había convertido en una fría amenaza y Shane no la pasó por alto.

Carter sujetó a su primo por el brazo, para asegurarse de que no haría ninguna tontería, sin quitar la vista de encima a sus hermanos.

Kate se acercó a la barandilla sin entender qué ocurría, ni cómo había hecho William para moverse tan rápido. Recorrió con sus ojos la escena, sintiendo en su propia piel la tensión que flotaba en el ambiente. Varias personas de la fiesta habían salido fuera y observaban curiosas la extraña reunión.

—Deberíais iros a casa —intervino William. Su voz sonó fría y oscura, peligrosa; y su expresión minó la seguridad de los chicos, que relajaron su actitud provocadora.

—Solo estamos hablando —replicó Peter con voz ronca, aquellos dos tipos le erizaban el vello. El de los ojos dorados lo intimidaba, su agresividad contenida era palpable, pero el chico de piel pálida, con su aparente tranquilidad, lo asustaba hasta la médula.

—Eso podéis hacerlo en otra parte —dijo William, dando un paso hacia ellos. Metió las manos en sus bolsillos con talante despreocupado, y dio otro paso—. A no ser que sea conmigo con quien queréis hablar.

Nadie contestó.

El chico rubio bajó del vehículo y asomó su cabeza por encima del techo.

—Subid al coche —ordenó a sus amigos. Estos le obedecieron sin perder un segundo.

William los observó, inmóvil, parapetando a los suyos con actitud protectora. Aunque a quienes de verdad protegía era a aquellos chavales cargados de hormonas; era de los licántropos de quienes no se fiaba en ese momento. Esperó hasta que el coche hubo desaparecido calle abajo, entonces se giró hacia los Solomon con un rictus de furia que le desfiguraba el rostro. Cuando habló, lo hizo de forma tan imperceptible que solo ellos pudieron escucharle.

—Cualquiera de nosotros hubiera podido pulverizarlos de un solo golpe, pero si fuese tan sencillo, no tendríamos que vivir ocultándonos —siseó de forma brusca.

Clavó sus ojos en Shane, y se acercó a él hasta que quedaron pecho contra pecho.

—Te ha faltado un segundo para transformarte delante de todo el mundo, estabas descontrolado. Creo que es demasiado pretencioso que quieras formar parte de los Cazadores con esta conducta. ¿Cómo piensas mantener la cabeza fría a la hora de enfrentarte con renegados, si no eres capaz de controlarte con unos simples humanos? —masculló con una nota violenta en la voz.

Shane bajó la mirada, avergonzado. Tenía el orgullo herido por las palabras de William, pero sabía que el vampiro tenía razón.

—Iros a dar una vuelta —sugirió William, al ver a Daniel y Jerome avanzando entre los pocos curiosos que quedaban en la calle.

Obedecieron sin rechistar y salieron en estampida. Evan subió al Range Rover con Jill y Jared, mientras Carter y Shane desaparecían con paso rápido en la oscuridad de la calle.

Daniel y Jerome alcanzaron la acera un instante después.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Daniel.

William se encogió de hombros.

—Nada, charlábamos —contestó.

—¿Qué ha hecho Shane está vez? —preguntó Jerome en tono resignado, con la vista clavada en el fondo de la calle por donde había visto desaparecer a su hijo—. Le cuesta tanto controlar su temperamento.

—El chico no ha hecho nada, Jerome —comentó el vampiro.

—William, se supone que tienes que estar de nuestra parte, no de la de ellos —replicó Daniel, riendo.

—¿De dos viejos perros como vosotros? Olvídalo.

—Escucha, cara bonita —susurró Jerome con malicia—, aún podría darte una buena tunda si quisiera.

—Te creo —admitió William, soltando una sonora carcajada.

—¿Qué os parece si esta noche salimos de caza? Como en los viejos tiempos —sugirió Daniel dándole un codazo a su hermano—. Un poco de sangre fresca no nos vendría mal.

Jerome asintió entusiasmado y el instinto depredador asomó a sus ojos con un leve destello dorado.

—Siento aguaros los planes, pero solo me apetece volver a casa —dijo William, forzando una sonrisa perezosa.

—¡Venga ya! No puedes irte a casa —se quejó Jerome—. Será divertido.

William sintió un cosquilleo en la piel, alzó la vista por encima del hombro de Daniel y sus ojos se encontraron con los de Kate. Ella desvió la mirada, disimulando.

—Cazar nunca ha sido divertido. Yo necesito la sangre para sobrevivir y vosotros matar de vez en cuando para no perder el control sobre vuestro instinto. ¿Qué hay de divertido en eso? —dijo de forma cortante, y él mismo se sorprendió de cómo su ánimo había cambiado en un segundo.

—¿Y a ti qué mosca te ha picado? —inquirió Jerome con disgusto.

William se encogió de hombros, comenzaba a impacientarse.

—Nada, lo siento, estoy cansado.

—¿Estás seguro de que no quieres venir? —intervino Daniel para zanjar el asunto. Era evidente que su amigo no estaba de humor esa noche.

—Hoy no. Quiero ir a casa y leer un rato, desconectar —dijo William, lanzando una mirada fugaz hacia el motivo real de su negativa.