Kate, más afectada de lo que pensaba, contempló cómo el Porsche negro desaparecía entre el tráfico. Había pasado toda la noche imaginando cómo se sentiría si volvía a encontrarse con William. Estuvo ensayando frente al espejo sonrisas y saludos con gesto indiferente, para intentar disimular la desazón que se apoderaba de ella con solo pensar en él. Al final, había logrado convencerse de que todos aquellos sentimientos eran pasajeros, quizá algo idealizados por la gratitud que le debía por haberla socorrido en aquella carretera, y terminó por dormirse con la firme creencia de tenerlo todo bajo control. No era así.
Jill le rodeó los hombros con el brazo, obligándola a caminar.
—William sigue aquí, ¿lo has visto? —preguntó Kate tras tomar aliento. Jill asintió—. ¿Qué sabes de la gente que estaba con él? —volvió a preguntar con curiosidad.
—No mucho, los he visto un par de veces —respondió Jill, y guardó silencio sin intención de seguir hablando.
—¡Vamos, tú siempre lo sabes todo de todos! —exclamó Kate al cabo de unos segundos.
—¿Y desde cuándo te interesa a ti la vida de los demás? —replicó algo incómoda.
—¡Por favor! —rogó con tono compungido.
—Está bien. —Se rindió ante su expresión suplicante—. Ya conoces a Evan —Kate asintió—. El que conducía el Hummer y el chico con el pelo rizado son sus hermanos, creo que también tienen una hermana pequeña, pero no estoy segura. Su padre es economista o algo así, y su madre piensa abrir una librería en el pueblo dentro de unos días. Vivían en San Francisco y se mudaron aquí buscando un ambiente más tranquilo, y para estar cerca de su familia.
—¿Familia? —repitió Kate.
—Sí, el chico más alto y la chica morena son sus primos, por lo que sé, sus padres son hermanos. Estos llevan aquí más tiempo, creo que vinieron en Navidad, pero no se les ve mucho. El chico es algo rarito y asusta un poco —dijo refiriéndose a Shane—, y de ella no tengo la menor idea —relató como si estuviera leyendo el artículo de un periódico.
—¿De dónde sacas toda esa información? —intervino Kate, impresionada.
—Si pasaras tanto tiempo como yo en la consulta de mi padre, tendrías un máster en cotilleo. Te enteras de todo lo que pasa en el pueblo, sobre todo los días que la señora Jones tiene revisión. Esa mujer debería pertenecer a la CIA.
Kate rió a carcajadas, conocía muy bien a la señora Jones. Una vez por semana se acercaba a la casa de huéspedes que Alice, la abuela de Kate, regentaba. Todos los viernes por la tarde se trasladaba hasta Whitewater para tomar el té, de paso hacía un interrogatorio bastante profundo y exhaustivo sobre los huéspedes: edad, profesión, hijos, divorcios, motivo de su estancia y cuánto tiempo pensaban quedarse.
—¿Crees que William está aquí por esa chica morena? —Kate volvió sobre el tema obsesivamente.
—Tú misma lo dijiste, exótica y con piernas kilométricas —replicó. Guardó silencio unos instantes, intentando ignorar la expresión compungida de su amiga—. Déjalo ya, Kate, y no te mortifiques. Se te acabará pasando, siempre se acaba pasando —fue todo lo que consiguió decir antes de entrar en clase de Francés.
—Señorita Lowell, señorita Anderson, llegan tarde —se quejó el profesor desde la pizarra.
—Lo sentimos, señor, Kate sufrió un pequeño…
—Estoy al corriente, señorita Anderson —interrumpió el profesor—. Ocupen sus sitios, por favor. Bueno… ¿dónde estábamos?… Ah, sí, los grupos para el trabajo. Señor Solomon, nos quedaba usted por emparejar, vamos a ver… —Consultó una lista que tenía sobre la mesa—. Anderson, Lowell, ustedes trabajarán con él.
Kate pasó un mal rato tratando de concentrarse en clase de Francés, no porque no supiera el tema que estaban dando, sino porque su mente estuvo la mayor parte del tiempo recordando el encuentro con William. No conseguía apartarlo de sus pensamientos. Si cerraba los ojos, sus emociones se descontrolaban provocando que miles de mariposas ascendieran desde su estómago hasta su garganta cortándole la respiración, porque evocar la imagen de sus ojos azules clavados en ella la ponía al borde del infarto.
Cuando la clase terminó, todos abandonaron el aula en estampida, excepto Jill y Kate, algo más lenta a causa de su cojera. Salieron al pasillo y una voz chistó a sus espaldas.
Evan las esperaba con los brazos cruzados sobre el pecho y la cadera despreocupadamente apoyada contra la pared. Se acercó hasta ellas con paso seguro, miró a Kate, estudió su rostro, y después posó sus ojos en Jill con bastante interés.
—¿Cuándo quedamos? —preguntó sin apartar la vista de Jill.
—¿Qué? —respondió ella con otra pregunta.
—Para el trabajo —aclaró Evan con una sonrisa—. ¿O estabas pensando en otra cosa? —su tono de voz sonó algo engreído.
—¡Ya te gustaría! —gruñó dándole la espalda.
Evan meneó la cabeza, divertido por la reacción de Jill. Se acercó a Kate y le rodeó los hombros con el brazo.
—¿Y tú qué dices, princesa? —preguntó con un guiño—. ¿Te viene bien, no sé, esta tarde a las seis?
—No —intervino Jill, dándole un manotazo en el brazo para que soltara a Kate—. A las cinco y en mi casa. —Arrancó una hoja de su cuaderno, apuntó en ella su dirección y se la entregó con una mirada asesina—. Sé puntual.
Evan se colocó muy tieso, con el rostro serio, y saludó al estilo militar. A continuación dio media vuelta y se alejó por el pasillo muerto de risa.
—Parece simpático —comentó Kate.
—Se lo tiene creído.
—Bueno… tiene motivos. Es bastante guapo.
—¿Sí? No me había fijado —dijo fingiendo indiferencia.
Kate se quedó boquiabierta, conocía a Jill demasiado bien.
—¡Te gusta! —afirmó, sorprendida.
—¡Es imposible que me guste alguien tan idiota! —exclamó Jill a la defensiva, mirando a todas partes menos a Kate. Se llevó la mano a la boca y empezó a roer el esmalte que decoraba sus uñas.
Kate la observaba con atención, dudando entre ser una amiga compresiva y dejar el tema correr, o seguir provocándola, alternativa que le parecía bastante más divertida.
—Conozco esa expresión —dijo, conteniendo una sonrisa.
Jill la fulminó con la mirada, dio media vuelta y se alejó a paso ligero por el pasillo, dejándola atrás. Se detuvo antes de doblar la esquina, lanzó un suspiro y volvió sobre sus pasos.
—Es vanidoso, engreído, arrogante y… para colmo… futbolista. Todo lo que no soporto en un chico —dijo muy seria, mirando fijamente a Kate. Entonces suspiró y se desinfló como un globo—. Pero tienes razón, me gusta desde la primera vez que lo vi, y creo que me gusta mucho —confesó, cubriéndose el rostro con las manos.
Kate rompió a reír.
—¿Sabes lo que nos vendría bien? —preguntó en cuanto consiguió controlarse. Jill negó con la cabeza—. Olvidarnos por hoy de las ensaladas y atiborrarnos de hamburguesas en Lou’s Cafe —propuso en tono conspirador.
—¿Con mucha cebolla? —susurró Jill con un mohín.
—Y salsa barbacoa.
—¡Y patatas! —dijeron a la vez, rompiendo a reír a carcajadas.
Unas horas después, Kate apuraba su segundo batido. Su cesto de patatas estaba vacío, así que la emprendió con el de Jill, que ni siquiera las había tocado.
—Evan me ha invitado a salir —dijo Jill de pronto.
Kate la miró sorprendida, con una patata colgando entre los labios. La dejó caer en el plato.
—¿Cuándo? Si no nos hemos separado en toda la tarde.
—Cuando fuiste al baño. Quiere que nos veamos el sábado, en la inauguración de la librería de sus padres —respondió mientras hacía girar su refresco entre las manos.
—¿Y qué le has dicho? —Se recostó en la silla y alzó su vaso vacío hacia la barra para que le trajeran otro batido.
—Que lo pensaría —respondió Jill y una sonrisa traviesa se dibujó en su cara.
—¿Y qué, vas a aceptar?
—¡Por Dios, sí! —exclamó como si fuera algo obvio—. Me provoca taquicardias solo con mirarme. Es guapo, muy inteligente y tiene un físico que corta la respiración.
—¡Genial! Pero es deportista, tú odias a los deportistas —comentó Kate, clavando los codos en la mesa. Inclinó su cuerpo hacia delante y miró a Jill con los ojos entornados.
—Le gustan las películas de mi adorado Nicolas Cage y llevaba en la mochila una copia de El Círculo de Fuego. Creo que puedo pasar por alto ese detalle del fútbol.
La camarera le trajo a Kate su batido.
—¡Tienes toda la razón! —exclamó Kate, alzando su vaso.
—Sí, la tengo. ¡Y me muero por saber cómo besa! —dijo mientras chocaba su bebida contra la de Kate en un sonoro brindis—. ¿Y tú qué, irás a la inauguración?
—No sé, es el sábado y ya tenemos un par de reservas, puede que tenga que trabajar. Alice y Martha no pueden con todo —respondió Kate. Apoyó la barbilla sobre sus manos entrelazadas y suspiró.
—No puedes trabajar con el pie así.
—Es posible, pero tampoco pienso ir contigo y con Evan. Tres son multitud en una cita —recalcó. Hizo una mueca con los labios y volvió a recostarse en la silla para poder estirar la pierna, el tobillo empezaba a dolerle, otra vez.
Jill se encogió de hombros y le dio un mordisco a su hamburguesa.
—Tu chico estará allí —dijo mientras masticaba—. Sería una oportunidad para… no sé, ver qué pasa.
Kate centró toda su atención en Jill.
—¿Cómo sabes que estará? —preguntó casi en un susurro.
—Me lo ha dicho Evan. —Una sonrisa burlona se dibujó en su cara—. Por lo visto, William es un amigo de toda la vida que ha venido a pasar una larga temporada con ellos.
—¿Larga temporada? —repitió Kate con ojos brillantes. Jill asintió—. ¿Y te has puesto a hablar con el chico que te gusta sobre otro chico? —la regañó.
—Por favor, Kate, despierta. Me interesé por su coche, le dije que mi padre estaba interesado en un modelo parecido y que quería saber si su amigo me lo enseñaría. Lo hice por ti.
—¿Y cuándo habéis conversado sobre eso? —preguntó, arqueando las cejas.
—Mientras hablabas por teléfono con tu hermana —respondió Jill. Alzó la mano y le hizo un gesto a la camarera para que les trajera la cuenta.
—¿Y Evan te dijo algo más?
—No, solo eso, que William estaría el sábado en la librería y que allí podría echarle un vistazo al coche.
Kate clavó la mirada en la mesa y comenzó a tamborilear con los dedos mientras pensaba. Jill tenía razón, esa podría ser una buena oportunidad para conocer a William y ver qué pasaba. En el fondo, se moría de ganas de volver a verlo. De repente su rostro se oscureció, la imagen de la despampanante chica morena cogida de su brazo acudió a su mente.
—No sé, esta mañana… esa chica y él… parecían…
—Yo no he visto nada que no pudieran hacer dos simples amigos —le hizo notar Jill.
La camarera se acercó con la cuenta. Kate dejó unos dólares sobre la mesa y dejó que Jill la ayudara a levantarse de la silla. Unos minutos más tarde, el Lexus de su amiga circulaba por la avenida Madison en dirección a Whitewater, llegaron al cruce con Silvershire y tuvieron que detenerse en el semáforo.
A Kate le dio un vuelco el corazón, William acababa de pararse al otro lado del cruce, esperando a que el semáforo cambiara de color. Charlaba animadamente con un hombre moreno y corpulento. Gesticulaba efusivamente, como si le estuviera contando algo muy divertido a aquel tipo, y un segundo después ambos reían a carcajadas. El semáforo se puso en verde y el corazón de Kate se aceleró por momentos cuando el Porsche avanzó hacia ellas. De pronto sus miradas se encontraron, solo un instante, pero fue como si el tiempo se ralentizara.
Kate se acomodó en el asiento con una sonrisa en los labios. No era su imaginación, William había dado un respingo al verla, incluso había vuelto la cabeza hacia atrás al pasar de largo. Y pensó que, quizá, no sería tan mala idea ir a esa fiesta.