29

Todo el mundo nos está mirando —le susurró Kate a William.

Acababan de entrar en Lou’s. Era sábado por la noche y el local estaba abarrotado de gente. La mayor parte de los clientes se habían vuelto hacia ellos y los miraban mientras serpenteaban entre las mesas cogidos de la mano. Kate sabía que su relación con él iba a despertar curiosidad, y que muchos se preguntarían qué había visto aquel chico europeo en ella, la pobre huérfana que vivía con su abuela medio loca. Intentó que esos pensamientos no la importunaran, en realidad, lo que pensaran los demás no le importaba.

—Te miran a ti —musitó William cerca de su oído—, estás preciosa con ese vestido.

Kate se sonrojó y el corazón volvió a latirle desbocado.

William le dio un ligero apretón en la mano, necesitaba sentirla cerca para mantenerse tranquilo. Contuvo el aire y trató de sacar de su mente cualquier estímulo que no fuera el de su preciosa novia. Aún le costaba rodearse de mortales, y si se encontraba en aquel lugar, era solo por ella. Haría cualquier cosa para que su vida continuara siendo normal. La miró de reojo, embebido en su rostro, sintiéndose el tipo más afortunado del mundo.

Todos estaban allí: Shane, Carter y Jared, aún con algunas magulladuras; Evan y Jill, enfrascados en uno de sus habituales tira y afloja; también Marie, de ella había sido la idea de aquella improvisada celebración. Y, desde luego, tenían muchas cosas que celebrar, entre ellas, que continuaban vivos.

Al cabo de unos minutos, Keyla se unió a ellos en compañía de Stephen. William ni siquiera sabía que la chica hubiera regresado de Pennsylvania y, mucho menos, que conociera al vampiro.

—Puedes sentarte aquí —dijo William, ofreciéndole su silla junto a Kate.

Keyla vaciló un instante, pero al final se sentó.

Tras unos segundos de incómodo silencio, Kate se atrevió a dar el primer paso. Se giró hacia Keyla y la miró a los ojos.

—Estábamos planeando ir a Boston el lunes —comentó con una sonrisa—. Ver tiendas, cenar algo y luego ir al cine. Solo chicas, ¿te apetece venir?

Keyla la observó un par de segundos con el rostro muy serio. Era evidente que trataba de poner fin a algún tipo de lucha interna. Lanzó una mirada fugaz a Stephen y, poco a poco, su expresión se fue relajando. Miró a Kate y le dedicó una sonrisa sincera.

—¡Sí, claro, será divertido! —contestó.

William suspiró de alivio, el que ellas pudieran llegar a llevarse bien facilitaba las cosas. Sus ojos se encontraron con los de Kate. «Te quiero», movió los labios sin emitir ningún sonido. Ella arrugó la nariz con un guiño y él se derritió. Una ligera agitación en el ambiente llamó su atención, ladeó la cabeza y miró a Stephen, la vibración provenía de su pecho. El marine parecía a punto de sufrir un colapso, tenía el rostro desencajado.

—Ven, vamos a tomar el aire —susurró William al vampiro. Le colocó una mano en el hombro y lo guió hasta la salida.

Stephen se precipitó a través del umbral, buscando con ansia un poco de aire limpio. Inspiró y espiró bocanadas de aire fresco, convirtiendo su respiración en un jadeo.

—¿Cómo lo soportas? Me refiero a… a estar entre tantos humanos y no volverte loco por la sangre —preguntó Stephen mientras trataba de recomponer su autocontrol. Se cubrió la cara con las manos y se masajeó las mejillas con fuerza.

William también inspiró un soplo de brisa, limpiando sus pulmones del aire viciado. Se apoyó en uno de los coches aparcados en la acera y cruzó los brazos sobre el pecho, sacudiendo la cabeza.

—He aprendido a soportar el dolor que causa la sed, al menos, durante un tiempo. Cuando ya no puedo más, pongo tierra de por medio entre ellos y yo.

—Pero tu pareja es humana.

William esbozó una sonrisa culpable por su debilidad. La realidad de estar coqueteando con el desastre era abrumadora, pero nada superaba la desesperación que sentía si no tenía a Kate cerca. Apoyó una mano sobre el hombro de Stephen.

—¿Cuánto hace que eres vampiro?

—Me convirtieron en 1990. Enviaron a mi grupo a Haifa, había que encontrar a un infiltrado y sacarlo de allí ileso. Solo recuerdo que hubo una emboscada y que desperté en un callejón. Cyrus me encontró un par de meses después cuando perseguía a unos renegados, alimentándome de cabras en un pueblo perdido de Libia. Se ocupó de mí y me convirtió en un Guerrero. Le estoy agradecido.

—Entonces es normal que te sientas así, aún eres muy joven. Tranquilo, con el tiempo cuesta menos, aunque nunca deja de ser difícil.

—Bueno, sé lo que Cyrus me haría si daño a un humano, así que, casi prefiero la sed.

William rompió a reír.

—Sí, es mejor no provocarle. Creo que no hay en mi cuerpo un solo hueso que él no me haya roto. —Se frotó la mandíbula y miró a Stephen, le caía bien—. ¿Has pensado en mi proposición?

—Sí —respondió Stephen.

—¿Y?

—Creo que eres un buen hombre, y para mí será un placer servirte —dijo en tono respetuoso. Nunca olvidaba con quién estaba hablando en realidad.

—No quiero que me sirvas, Stephen, sino que me ayudes —puntualizó William tendiéndole la mano. Stephen se la estrechó con un fuerte apretón.

La puerta de la cafetería se abrió y Marie apareció a través del umbral, girando como una bailarina, cogida de la mano de Shane. Kate y el resto del grupo los seguían.

William lanzó una mirada inquisitiva al licántropo y este se encogió de hombros, bastante confundido por la situación.

—¡Eh, chicos! ¿Qué os parece si vamos a bailar? —sugirió Marie.

—Yo paso de bailar —dijo Shane con un gruñido.

—No iras a rechazarme, ¿verdad? —le provocó ella con un mohín coqueto en los labios.

Shane no contestó, pero sus ojos lo hicieron por él. No era capaz de negarle nada a la hermosa vampira.

—Podría ser divertido —comentó Kate, rodeando con sus brazos la cintura de William.

—Lo siento, Cenicienta, le prometí a tu abuela que volveríamos pronto —dijo él en tono de disculpa. La acunó entre sus brazos, rozando su frente con los labios.

—¿Desde cuándo tienes toque de queda? —intervino Jill.

—Desde que mi abuela leyó en el periódico que había lobos merodeando por la zona —contestó en broma.

—¡Pero si somos de lo más cariñosos! —ronroneó Carter, y sus ojos se fueron tras una chica rubia con aspecto de animadora.

—Es una pena —dijo Marie. Abrazó a Kate y la besó en la mejilla—. Mañana iré a visitarte, me gustaría conocer a tu abuela.

—A ella también le encantará conocerte.

—¿Vamos? —intervino William ofreciéndole su mano.

—¡Adiós, chicos! —se despidió Kate. Y ya los estaba echando de menos.

Dos horas después, William regresó a la casa de huéspedes. Ocultó en las sombras, la rodeó hasta la parte trasera, donde se encontraba la habitación de Kate. Cerró los ojos y escuchó. Oyó las respiraciones profundas y acompasadas de Alice y Martha, ambas dormían. Saltó sin esfuerzo de ventana en ventana, hasta llegar a la pequeña habitación abuhardillada. Con un toque de sus dedos el pasador se abrió, y entró en el cuarto sin hacer ningún ruido. Ella estaba en el baño, hablaba con alguien por teléfono al tiempo que trataba de cepillarse los dientes. Se tumbó en la cama, con los brazos cruzados bajo la nuca, y cerró los ojos. No era su intención escuchar, pero la conversación llegaba hasta él con nitidez.

—Pensaba decírtelo, Jane, de verdad —dijo Kate.

—Está bien, te perdono. Pero dime una cosa, ¿es guapo? —preguntó Jane al otro lado del teléfono.

—Muy guapo —contestó con énfasis.

—¿Besa bien?

—¡Jane!

—No te hagas la remilgada conmigo y contesta.

—Pues para tu información, he de decirte que besa de maravilla.

Una sonrisa vanidosa se dibujó en los labios de William.

—¿Lleváis mucho tiempo saliendo? —Jane seguía con su interrogatorio de poli malo.

—¡No! En realidad, lo que se dice saliendo, saliendo, solo llevamos unos días.

—Bueno… y ese chico tan maravilloso, ¿a qué se dedica?

Kate abrió la boca para contestar y volvió a cerrarla con el ceño fruncido. No tenía ni idea de qué decir. No sabía a qué se dedicaba William en realidad. Era evidente que, tanto vampiros como licántropos, intentaban llevar unas vidas aparentemente normales: estudiaban, trabajaban, tenían negocios. Pero parecía que William nunca había llevado esa vida normal, al menos, después de convertirse en vampiro.

—Lo cierto es que él… su familia…

—¿No sabes a qué se dedica tu novio? —preguntó Jane con recelo.

—Claro que lo sé, pero es tarde y estoy cansada. ¡Mejor seguimos con esta conversación por la mañana!

—No te atrevas a colgarme, Kate, y contesta a…

—Adiós, Jane.

Kate colgó el teléfono con un suspiro. Terminó de cepillarse los dientes y salió del baño. El corazón le dio un vuelco y comenzó a latirle como un loco al descubrir a William sobre su cama. El vampiro la miraba sonriente, con una nota traviesa y maliciosa. Jamás podría acostumbrarse a aquel hermoso rostro.

—¿Qué haces aquí? —susurró.

—No podía dormir —contestó él despreocupado, y se incorporó sobre el codo para verla mejor. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo empapándose de ella.

—¡Eso ha tenido gracia! —dijo Kate con una risa chispeante. Se colocó el pelo tras las orejas y frunció el ceño—. ¿Por dónde has…? —William arqueó una ceja con chulería y señaló la ventana, esbozando aquella sonrisa perfecta que la dejaba sin aliento—. Eres un presumido.

William soltó una carcajada y palmeó la cama, invitándola a acercarse. Kate se aproximó despacio, con un millón de mariposas en el estómago. Se tumbó junto a él, de lado, con el codo en la almohada y el rostro en la palma de la mano.

—¿Y esto? —preguntó William dando un ligero tirón al camisón de Kate. Era largo y blanco, de tirantes, con un delicado lazo violeta que fruncía la tela por debajo del pecho.

—Marie —señaló ella. Como si el nombre por sí solo lo explicara todo—. Tu hermana no es una buena influencia para mí, empiezan a gustarme todas estas cosas. —Bajó los ojos y acarició la suave tela, consciente de que era la primera vez que estaban solos después de todo lo ocurrido, y ahora que todo había terminado.

—Estás preciosa —susurró él acariciándole la mejilla. Entornó los ojos y dibujó una sonrisa maliciosa—. Así que… beso de maravilla.

Kate enrojeció de golpe, sintiendo un calor insoportable que le quemaba las mejillas.

—¡Serás entrometido, has estado escuchando! —exclamó, y le dio un empujón en el hombro.

—Solo un poquito —replicó divertido.

—Pues no te emociones demasiado, lo dije para dar envidia a Jane.

William tomó un gran trago de aire y lo soltó con fuerza, convirtiéndolo en un suspiro de pesar. Se inclinó un poco, apenas unos centímetros separaban sus rostros.

—Entonces, tendré que esforzarme un poco más —susurró con sus labios sobre los de ella. Los rozó ligeramente, la besó en la barbilla y después en la garganta.

Kate sintió sus labios fríos, pero la piel le ardía allí donde él los posaba.

—Sí, creo que tendrás que esforzarte un poco más —susurró sin aliento.

William volvió a besarla en los labios, muy despacio, mientras le deslizaba una mano por el cuello hasta la nuca.

Kate respondió a su beso con vehemencia y su respiración se volvió áspera. Se deslizó hasta pegarse a él y William la envolvió con sus brazos, estrechándola con ternura. El beso se transformó en una necesidad apremiante y comenzó a desabrocharle la camisa. Deslizó las manos por sus fríos costados hasta el pecho, sin apenas respiración.

William se giró con un rápido y único movimiento que colocó a Kate bajo su cuerpo. Hundió el rostro entre su pelo y acarició con la nariz su garganta aspirando el dulce olor de su piel. Le deslizó por el brazo uno de los tirantes de su camisón y la besó en el hombro, después en la clavícula.

De repente se incorporó sobre los brazos, contemplándola preocupado. Kate estaba inquieta, demasiado nerviosa, podía sentirlo; y no era por la pasión del momento, era otro tipo de inseguridad.

—¿Qué… qué ocurre? —preguntó ella.

—Kate, no vamos a hacer nada que no desees —dijo en tono comprensivo.

—Yo, yo lo deseo —replicó con la voz entrecortada.

—Solo tienes que decírmelo y pararé, no hay prisa —insistió con expresión culpable. Se había dejado llevar más de lo que pretendía, y aquel no era el momento ni el lugar.

—No es eso, es que… —guardó silencio intentando encontrar la forma de contárselo sin morirse de vergüenza.

—Puedes decírmelo.

—Yo nunca…

Una idea cruzó por la mente de William y la sorpresa iluminó sus ojos.

—Nunca has estado con nadie, ¿verdad?

Kate cerró los ojos y negó con la cabeza sintiendo cómo el rubor subía hasta sus orejas.

William se incorporó y se quedó de rodillas frente a ella, y Kate hizo lo mismo muy desconcertada.

—Pero no debes preocuparte por eso —dijo ella. Cogió el rostro de William entre las manos—. Yo te quiero y quiero estar contigo, aquí, ahora. —Lo besó, deslizando los brazos alrededor de su cuello.

Haciendo un gran esfuerzo, William separó sus labios de los de Kate. La cogió por los hombros y la apartó unos centímetros para poder mirarla. Dibujó una sonrisa en la que concentró todo el amor que sentía por ella.

—Yo también te quiero, tanto, que voy a parar esto ahora mismo.

Ella comenzó a protestar y él le puso un dedo sobre los labios. Se sentó al borde de la cama, la cogió por la cintura y la atrajo hasta sentarla en sus rodillas. La acunó contra su pecho, percibiendo la mezcla de sentimientos que hervían en su interior. En ese momento iba ganando terreno un creciente enfado. La besó en el pelo con ternura y sujetó su barbilla para que lo mirara.

—Kate, la primera vez es muy importante y ha de ser especial. Quiero que sea especial para ti. Esa experiencia va a marcar muchos aspectos de tu vida, y ahora yo me siento responsable de… —No pudo terminar la frase porque Kate volvió a besarlo.

—¡Dios mío, eres tan mono! —exclamó envolviendo su cuello con tanta fuerza que temió ahogarlo.

—¿Mono, has dicho que soy mono? —Se levantó de golpe frunciendo el ceño con gesto de desaprobación, y un destello carmesí asomó a sus ojos—. Nunca le digas a un vampiro que podría ser tu tatarabuelo que es mono —susurró, tan cerca de su cara que ella que se estremeció al sentir su frío aliento—. ¿Acaso quieres hundir mi reputación? —preguntó muy serio. Ella sacudió la cabeza.

De repente, William la tomó en brazos tan deprisa que a ella se le escapó un grito, y se dirigió a la ventana mientras ésta se abría sin que nadie la tocara.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Kate con los ojos como platos.

—Has herido mi orgullo, pequeña humana, y ahora me obligas a mostrarte cómo soy en realidad —dijo con un tono fiero y dramático que no podía ocultar lo divertido que le parecía aquel juego.

—¿No irás a…? —Las palabras se le atragantaron en la garganta cuando se precipitó hacia fuera entre los brazos de William. El aire de la noche agitó su pelo sobre el rostro y tuvo que cerrar los ojos al ver el suelo aproximarse muy deprisa. Escondió el rostro en su cuello y un extraño mareo la invadió al respirar el olor de su piel. «Nadie debería oler tan bien», pensó.

Aún tenía los ojos cerrados cuando William la dejó sobre la hierba. Se estremeció al notar la humedad bajo sus pies descalzos y agitó los dedos, era una sensación deliciosa. Abrió los párpados y lo miró, la mantenía abrazada con los ojos fijos en su rostro y una sonrisa traviesa que lo hacía aún más atractivo.

—No pareces asustada —murmuró él.

—¿Y por qué iba a estarlo? —preguntó como si nada, aunque las piernas le temblaban como un flan—. Vas a necesitar mucho más que eso para impresionarme —replicó alzando la barbilla con arrogancia.

William soltó una carcajada y empezó a sacudir la cabeza. Pero al mirarla a los ojos se puso muy serio.

—Eres tan perfecta que duele —susurró, y deslizó un dedo trazando la suave línea de su hombro.

—No lo soy —replicó ella enrojeciendo. No estaba acostumbrada a que la trataran con tanta ternura, y él era tan romántico e intenso que la desarmaba todo el tiempo.

—Eres perfecta para mí. —Le rozó la mejilla y ella inclinó el rostro buscando la palma de su mano—. Y haces que el mundo sea perfecto solo por existir en él.

Kate lo contempló embelesada, abrumada por los sentimientos que él le demostraba sin ningún prejuicio ni pudor. Tuvo que pestañear para controlar las lágrimas, aún le costaba creer que estuvieran juntos y que la necesitara de aquella forma tan apasionada.

—Ven, caminemos un rato —dijo William cogiendo su mano, tirando de ella para que lo siguiera.

Pasearon por la orilla del lago con los dedos entrelazados, mientras la luna proyectaba sus sombras en las aguas. Ninguno de los dos pronunció palabra alguna durante un rato. Simplemente se dedicaron a disfrutar del momento.

—William —dijo Kate.

—Hum —gruñó con placer. Le encantaba el tono personal y confiado con el que ella pronunciaba su nombre.

—Hay algo de lo que quiero hablarte.

William ladeó la cabeza y la miró con atención.

—Dime.

Kate suspiró y miró sus manos entrelazadas.

—Ahora que tú y yo estamos juntos, Alice y Jane sienten cierta curiosidad por ti. Me hacen preguntas, preguntas inocentes, pero a las que yo no sé qué contestar. Y es bastante sospechoso que, si salimos juntos, yo no sepa ciertas cosas. ¿No crees?

—¿Qué clase de preguntas?

—Pues… por ejemplo: a qué te dedicas, si trabajas o estudias, cómo es tu familia. Esas cosas… —soltó de golpe.

—Ah, eso —dijo con indiferencia y un ligero matiz de alivio—. Ya sabes lo que hago.

—¡Vaya y yo preocupada por si metía la pata! Así que, la próxima vez que me pregunten, solo debo decir: Abuela, Jane —simuló que conversaba con ellas—, William es como un ángel exterminador que se dedica a recorrer el mundo desde hace más de un siglo matando vampiros. Por cierto, él también es un vampiro, pero tranquilas, «es de los buenos» —argumentó en tono mordaz.

William se detuvo y la miró sorprendido. Esperaba no tener que discutir nunca con ella, porque no duraría ni un asalto, acabaría con él en cuestión de segundos.

—Bastará con que les hables de los viñedos y las galerías de arte —dijo él intentando no echarse a reír. Le apartó un mechón del rostro y se lo colocó con suavidad tras la oreja.

—Podrías contárselo tú —sugirió ella con un mohín.

William se concentró en la línea de preocupación que surcaba la frente de Kate, la recorrió con el dedo.

—Kate, ¿hay algo que quieras pedirme? —preguntó. Empezaba a ver el trasfondo de aquella conversación.

—El próximo sábado habrá una pequeña reunión familiar en casa. Jane y su novio vienen desde Boston a visitarnos. Sería estupendo que tú estuvieras, así podrían conocerte y… Jane se convencería de que existes.

—Me encantaría demostrarle a tu hermana lo real que puedo llegar a ser. —Una sonrisa iluminó el rostro de Kate—. Pero no puedo, el sábado estaré de camino a Londres.

—¿Londres, te marchas? —preguntó con voz aguda. Sintió cómo su rostro se volvía de piedra y su pecho dejaba de respirar.

—Sí, después de todo lo que ha pasado, debo volver y dar unas cuantas explicaciones. Además, hay algunos temas que debo tratar con mi padre y que no pueden esperar.

Kate lo rodeó y volvió a caminar acelerando el paso. Se estaba enfadando sin poder remediarlo, sabía que se le notaba en la cara y no quería que él se diera cuenta.

—¿Vas a estar mucho tiempo fuera?

—No lo sé, puede que unas semanas —contestó caminando tras ella.

—Semanas —susurró para sí misma—. ¡Es una idea estupenda, seguro que te echan mucho de menos! —dijo con los párpados apretados. Sentía cómo la garganta le ardía por culpa de las lágrimas contenidas.

—Kate, ¿estás enfadada? —preguntó William, podía sentir su cambio de humor.

—¿Enfadada? ¿Porque te vas? ¡No! —exclamó.

Aceleró el paso sin darse cuenta. «Pues claro que estoy enfadada, dos días, solo llevamos juntos dos días y se marcha al otro lado del mundo», pensó con los labios apretados. De repente sintió una ráfaga de aire en el rostro, un leve empujón, y se encontró tumbada sobre el cuerpo de William, que yacía de espaldas en la hierba.

—¿Por qué estás disgustada? —insistió él.

—No lo estoy, de verdad —respondió, forzando una sonrisa. Estaba loca por él, y pensar que no volvería a verle durante tanto tiempo la angustiaba más de lo que podía soportar. Continuó hablando—. Entiendo que tengas que irte. Además, ahora voy a estar muy ocupada, han comenzado las vacaciones de verano y la casa estará llena de huéspedes. Al menos estaremos completos hasta principios de Agosto. También están los preparativos de la boda de Jill… —Guardó silencio sin poder apartar la vista de los ojos de William, sus pupilas brillaban como el ónice negro, enmarcadas en un azul profundo, sobrehumano. Un destello divertido bailaba en ellos, haciendo que no pudiera concentrarse en sus propias palabras—. ¿Qué?

—Es una pena que vayas a estar tan ocupada —dijo él. Giró de golpe y se colocó sobre ella—. Iba a pedirte que me acompañaras. —La besó en los labios y se levantó de un salto, escondiendo una risa ahogada.

—¿Ibas a pedirme que te acompañara? —Trastabilló al levantarse tras él.

—Sí, quería que conocieras a mi familia, que vieras cómo es mi mundo. —La miró un segundo—. Que me conocieras a mí. —Se agachó para coger unas piedras y comenzó a tirarlas contra el agua—. Pero no te preocupes, entiendo que debas quedarte.

—Bueno… quizá podría solucionarlo, seguro que Alice se las arregla sin mí unos días. Y Jill cuenta con Rachel y su madre. ¡William, me encantaría ir contigo! —su voz sonó suplicante.

William se giró hacia ella jugueteando con una de las piedras. Poco a poco una sonrisa se dibujó en su rostro, tan arrebatadora que a Kate le flojearon las piernas. Se acercó a ella y le rodeó la cintura con un brazo.

—¿De verdad quieres venir? —preguntó. Ella asintió. La empujó ligeramente hacia atrás, la cogió de la mano y la hizo girar como si fuera la muñeca de una caja de música. Le dio un leve tirón y la abrazó de nuevo—. Entonces, admite que te has enfadado.

Kate lo miró boquiabierta, el rubor coloreó sus mejillas. Abrió la boca un par de veces con una protesta que no llegó a pronunciar. Al final lanzó un suspiro resignado.

—Vale, me he enfadado —admitió—. ¿Qué haces? —preguntó al ver que William no dejaba de moverse con ella entre los brazos.

—Bailar, antes querías ir a bailar. ¿Qué es lo que te ha molestado? —insistió, no pensaba cambiar de tema. Le sujetó la barbilla cuando ella bajó la cabeza, avergonzada, y la obligó a mirarlo—. Dímelo.

—No soporto la idea de que te alejes de mí. Que una vez en Londres te des cuenta de que no me necesitas y que no quieras volver. —Lo rodeó con sus brazos y escondió el rostro en su pecho. Él la estrechó con fuerza—. ¡Soy horriblemente egoísta, lo sé!

—Aquí el único egoísta soy yo —susurró junto a su oído—. Estoy dispuesto a meterte en un nido de vampiros peligrosos y soberbios, solo por tenerte junto a mí. Para saber qué haces cada minuto del día. Y lo peor de todo es que no me siento culpable.

Kate sonrió y se apretó más contra él.

—Aún estás a tiempo —continuó William con un tono de voz glacial. Kate alzó el rostro sin entender el cambio—. Voy a serte sincero. Te quiero, Katherine. Te necesito más que a nadie en este mundo, y si vienes conmigo no habrá vuelta atrás. Será un compromiso para toda la vida, no me importa lo que pueda pasar después o si acabas odiándome por algo. Nunca te dejaré. —No lo pretendía pero su expresión era feroz—. O todo o nada. Tú decides.

Algo se agitó en el interior de Kate, advirtiéndole de que debería sentirse asustada, pero ella lo ignoró. Se puso de puntillas y lo besó en los labios.

—Todo —murmuró—. Yo ya no puedo vivir sin ti.

William inclinó la cabeza sin apartar la mirada de ella. Cogió su pequeño rostro entre las manos y lo besó con lentitud. Primero en la frente, después sobre los párpados, al final en los labios, demorándose en ellos. El fuego corría por su cuerpo quemándole la piel. Deslizó la boca sobre su cuello y, con un roce tan débil como su voluntad, besó la línea cálida y azulada que latía a través de su piel. Kate, lejos de alejarse, se apretó más contra su cuerpo, sorprendiéndolo con su entrega sin reservas. Confiaba en él ciegamente. Alzó la mirada con un nudo en la garganta y le acarició los labios con el pulgar.

—Pobre de mí. Ahora tú eres la araña y yo la débil mosca atrapada en tus hilos.