28

La noche llegó más rápido que de costumbre, cálida y espesa, demasiado sofocante para estar dentro de la casa. William salió al porche delantero y se apoyó en una de sus columnas con la vista clavada en la oscuridad. Una débil brisa acarició las hojas de los árboles, provocando un ligero murmullo; el único sonido dentro de un inquietante silencio.

—No se escuchan ni los grillos —dijo Shane a su espalda.

—Los animales presienten el mal mejor que nosotros —comentó con calma.

Dejó que sus sentidos sondearan la noche en busca de alguna presencia. Cuando estuvo seguro de aquí allí fuera no había nada, a excepción de los licántropos, se relajó un poco y miró con algo más de atención a Shane.

—No tienes buen aspecto, ¿cuánto hace que no duermes?

—No demasiado —respondió Shane. Guardó silencio unos segundos, pero de pronto volvió a hablar en tono ansioso—. ¡Esta espera me mata! ¿Estás seguro de que hacemos lo correcto quedándonos aquí, esperando sin más? —preguntó nervioso.

—Si nos separamos, nos irán matando uno a uno. Juntos tenemos alguna posibilidad. Son demasiados, Shane.

—¿Crees que vendrá esta noche?

William asintió, hasta cierto punto conocía a Amelia, y era demasiado impaciente e impulsiva.

—Apostaría cualquier cosa. Y espero que no me decepcione haciéndome esperar —dijo esbozando una fría sonrisa—. Quiero acabar con todo esto.

Los árboles volvieron a agitarse con un largo estremecimiento.

Shane emitió un gruñido sordo y sus ojos adquirieron un tono dorado nada tranquilizador.

—¿Lo hueles? —susurró.

William asintió y se concentró en el camino que llevaba a la casa.

—¿Crees que todo este tiempo ha sido un espía? —continuó Shane y su rostro reflejó un atisbo de pena y decepción.

—Pronto lo sabremos.

Un aullido sonó a lo lejos. Uno de los hermanos de Cassius anunciaba la presencia del visitante. Un segundo aullido pedía permiso para atacar y Shane respondió con un gruñido, ordenando que lo dejaran pasar.

Unos segundos después, Stephen se detenía frente a ellos. Llevaba la misma guerrera que el día que lo conocieron y el mismo petate colgado del hombro. Su expresión era seria, sin rastro de temor; solo cuando habló, William se dio cuenta del apremio que sentía.

—¡Ya vienen! —dijo con una sonrisa inquietante.

William entró en la casa, seguido de Stephen; Shane cerraba la marcha.

Kate se levantó del sofá donde estaba leyendo, pero volvió a sentarse cuando William le pidió con un gesto que lo hiciera. El chico se colocó delante de ella, dándole la espalda, y supo que lo hacía para protegerla si era necesario.

—¿Quién viene? —preguntó William clavando sus ojos fríos como el acero en el vampiro.

Daniel entró en el salón con Carter y Samuel. Habían percibido la presencia del nuevo vampiro.

—¿Quién es este? —preguntó Daniel.

—Stephen, el vampiro del que te hablé —respondió Carter a su padre.

—¿Y qué hace aquí? —volvió a preguntar Daniel muy serio.

—Eso intento averiguar —contestó William. Se acercó a Stephen con actitud desafiante—. ¿Quién viene? —repitió la pregunta.

—Ya sabes quién —dijo Stephen—. Estarán aquí en menos de media hora.

—No sé de qué estás hablando.

—¿De verdad quieres perder el tiempo con este pulso de poder? Ella está de camino.

—¿Tú qué sabes de…?

—¡Stephen! —la voz sorprendida de Marie hizo que todos volvieran la cabeza hacia la escalera.

Stephen inclinó la cabeza a modo de reverencia cuando la hermosa vampira llegó hasta él.

—¿Le conoces? —preguntó William desconcertado.

—¡Por supuesto, es el protegido de Cyrus! —respondió ella lanzando una mirada de reproche a su hermano. William llevaba tanto tiempo al margen de la familia, que ni siquiera conocía a sus miembros más recientes—. ¿Por qué estás aquí, ocurre algo? —se dirigió a Stephen.

—Cyrus me envió para que le informara de todo cuanto ocurriera. Y para que vigilara a William, temía que esto pudiera ocurrir; y no se equivocaba.

—¿Cyrus me ha puesto una niñera? —bramó William ofendido—. ¡Si ese viejo estuviera aquí, le diría un par de cosas! —murmuró William con rabia.

—Cuidado con lo que deseas —indicó Stephen y, como si de una anunciación se tratara, el sonido de dos coches acercándose a gran velocidad llegó hasta ellos.

William salió al exterior con los lobos detrás, justo cuando dos jeep se detenían en la entrada con un fuerte frenazo que dejó unas marcas profundas en la gravilla.

Las puertas de los vehículos se abrieron y cinco vampiros descendieron de cada uno. Todos vestían de negro: pantalones, chaquetas y botas de estilo militar; y una funda con correas de cuero que sujetaba a la espalda unas largas dagas de plata con un extraño brillo en la hoja. Se inclinaron ante William con una sobria reverencia, y aguardaron inmóviles con las manos a la espalda y la mirada fija en algún punto al frente.

La manada de licántropos surgió de entre las sombras, dispuestos a atacar a la nueva amenaza, pero Daniel los detuvo con un ligero gruñido a modo de orden.

Uno de los vampiros se adelantó. Era increíblemente alto y corpulento, aunque su rostro apenas aparentaba los quince. Tenía el pelo de un color dorado rojizo y sus ojos brillaban con un azul tan claro como el de un iceberg. En una de las manos llevaba algo alargado, envuelto en una tela de terciopelo y, sin mediar palabra, lanzó el objeto.

William lo atrapó al vuelo con un rápido movimiento. Retiró la tela y una empuñadura forrada de cuero quedó a la vista, seguida de una hoja de doble filo.

—Espero que aún recuerdes cómo se usa —dijo Cyrus.

Lanzó otro fardo y un par de dagas en su vaina brillaron bajo la luz.

William arqueó las cejas ante la provocación oculta en el comentario y una sonrisa se dibujó en su rostro. El viejo vampiro había convertido su llegada en una bendición. Una oportunidad de sobrevivir.

—Te sorprenderán las cosas que he aprendido —dijo William con un deje siniestro en la voz.

La luz del sótano parpadeó tres veces antes de encenderse por completo, iluminándolo con una tenue luz amarillenta. Jared se acercó a la pared del fondo, presionó una de las maderas y la pared cedió dejando a la vista una pequeña habitación.

Kate y Jill se miraron un instante tras ver el zulo, a ninguna de las dos le entusiasmaba la idea ocultarse en aquel lugar.

—Aquí estaréis a salvo —dijo William, acariciando el brazo de Kate—. Daniel lo construyó hace poco para esconder a April y Matthew en caso de un ataque, es el lugar más seguro en estos momentos.

Kate se giró hacia él, tenía los ojos enrojecidos y las lágrimas amenazaban con brotar de nuevo.

—Estoy muy asustada —susurró sin poder apartar los ojos de William. Él había cambiado sus vaqueros y camiseta por un atuendo idéntico al que lucían los otros vampiros.

—No tienes de qué preocuparte. Marie se quedará aquí, con vosotras, y ellos no se moverán de la puerta. —Señaló con la cabeza a Jared y a un vampiro tan alto y corpulento que daba miedo solo con mirarlo.

Ella se encogió cuando el Guerrero la miró a través de unos ojos rojos como el fuego e inclinó la cabeza con una venia. Sin saber por qué, Kate estuvo segura de que aquel hombre moriría antes que dejar que alguien la tocara, y no pudo evitar devolverle el gesto. El vampiro se estiró orgulloso.

—Es por ti por quien me preocupo —susurró Kate, clavando los ojos en el suelo—, he visto a esos renegados, son muy peligrosos. No quiero que vayas.

Él alargó una mano y le tomó la barbilla, obligándola a alzar la cabeza.

—Kate, ésta es mi guerra, yo la empecé y yo debo terminarla.

Había una amargura virulenta en el modo en que lo dijo, pero su expresión era dulce, y una sonrisa de alivio curvó sus labios cuando Kate asintió. Le acarició la mejilla y la sintió arder bajo sus dedos. No importaba cuántas veces la había visto sonrojarse, esa reacción lo turbaba hasta límites que solo él conocía. La abrazó con un anhelo desesperado y la besó en la frente. La apartó suavemente y, con gentileza, la empujó dentro del pequeño zulo.

—Si algo sale mal, quiero que la lleves contigo y cuides de ella —susurró a su hermana mientras la abrazaba.

—Pensaba hacerlo aunque no me lo pidieras —dijo ella—. Ten cuidado. —Lo besó en la mejilla y siguió a las dos humanas dentro de la pequeña habitación.

La puerta se cerró con un suave chasquido. William se quedó inmóvil frente a la pared, y la estudió a conciencia. A simple vista nada mostraba que allí hubiera un doble fondo. Apoyó la mano contra la madera que la recubría y cerró los ojos un instante, despidiéndose de Kate en silencio.

—Vienen desde el sur. Sin ocultarse. Hemos contado veintisiete. Tres de ellos son muy antiguos, tanto como yo —dijo Cyrus a William cuando este regresó del sótano.

—¿Y eso es malo? —preguntó Cassius con brusquedad, estaba demasiado nervioso con tanto vampiro cerca.

Cyrus lo miró tratando de disimular la antipatía que le provocaban los lobos, abrió la boca para contestar, pero Samuel se le adelantó.

—Cuanto más viejo es un vampiro, más fuerte y poderoso se vuelve —aclaró el lobo colocando una mano sobre el hombro de Cassius para tranquilizarlo.

—Sí —confirmó William—, y la recompensa que les haya prometido Amelia debe de ser muy suculenta para que luchen por ella.

—Si vienen desde el sur, tendrán que cruzar el pueblo para llegar hasta aquí —dijo Daniel mientras examinaba un mapa sobre el capó del coche.

—Y matarán a cuantos se crucen en su camino, tomarán toda la sangre humana que puedan para fortalecerse —informó Cyrus. Su rostro joven e inocente no podía ocultar la experiencia que había tras su mirada, era viejo, muy viejo.

—Entonces, tendremos que detenerlos antes de que lleguen —masculló William con una mirada asesina.

Se detuvieron en la primera línea de árboles que bordeaba el extenso claro de Cave Creek. Era el mejor lugar para interceptar a los renegados y que no llegaran al pueblo. Justo en el centro se levantaba un granero abandonado, que inspeccionaron con rapidez para evitar sorpresas de última hora. Sabían que su presencia era muy fácil de percibir, pero se mantuvieron ocultos tratando de no mostrar cuántos eran en realidad. William se colocó al frente del grupo, flanqueado por Daniel y Samuel.

Cyrus, unos pasos por detrás, no despegaba los ojos de él, podía sentir el poder que fluía del joven vampiro. Una rápida mirada al resto de su improvisado ejército le bastó para darse cuenta de que ellos también lo percibían, sentían las oleadas oscuras y misteriosas que se expandían alrededor de él. Era el primero de un nuevo linaje y, por primera vez, no disimulaba esa condición.

William recorrió con la vista el claro, escrutando con atención las sombras, los sonidos que arrastraba el aire, los olores que flotaban en la calurosa noche. Cerró los ojos y desalojó de su cuerpo todo sentimiento que supusiera una debilidad. El vacío dentro de él se extendía llenándose de rabia, de una fuerza malévola y desatada, de una necesidad elemental alojada en lo más profundo de su ser. Era un asesino y esa noche se comportaría como tal.

Abrió los ojos, una furia absoluta se dibujó en su rostro y un gruñido comenzó a vibrar en su pecho. Ya estaban allí. La sensación de peligro se hacía más patente a medida que se acercaban.

Amelia surgió de entre los árboles y se detuvo en la primera línea que delimitaba el claro. Sus cejas se arquearon de forma inquisitiva y con una mirada desdeñosa recorrió el entorno.

—¡Vamos, querido, sé que estás ahí! —canturreó, colocando las manos en sus caderas de forma despreocupada.

William emergió del lugar que lo ocultaba y quedó frente a ella. Forzó una sonrisa rápida que desapareció inmediatamente, y contempló a la mujer que había sido su esposa.

Ella también sonrió, con una sonrisa carente de misericordia y de escrúpulos.

—¿Sabes una cosa, Will? ¡He pensado tanto en nosotros! —comentó con su cara de niña consentida, acostumbrada a conseguir cualquier cosa que se le antojara.

—Hace mucho tiempo que no hay un nosotros.

—Eso es algo que podemos solucionar, ¿no crees? —respondió ella con voz susurrante y seductora—. Podría perdonarte por tu desliz con esa humana, y tú y yo volveríamos a ser uno. Juntos nos convertiríamos en los amos del mundo, un mundo postrado a nuestros pies. ¿No te parece un sueño hermoso? —preguntó, dejando que la miel de sus palabras alimentara la vanidad de William. Lo miró fijamente y, durante un instante, se distrajo admirando su rostro, sintiéndose de pronto indecisa. Apartó la vista para deshacerse del torbellino de emociones que sentía.

Pálido y frío, silencioso y controlado, William caminó hasta el centro del claro.

—Aquella noche, mientras agonizabas entre mis brazos, me pediste que te dejara morir. Entonces no fui capaz —su voz era fría como un puñal y en sus ojos había furia y sed de venganza—, pero esta noche estoy preparado. Ha llegado el momento de dejar que te vayas.

Alzó la mano por encima del hombro hacia atrás, sujetó la empuñadura de la espada y tiró de ella; el sonido del acero al desenvainar recorrió la noche.

Amelia lanzó un bufido y los renegados, armados con dagas y espadas, salieron de entre los árboles ocupando posiciones junto a ella. La decapitación era la forma más efectiva de desangrar a un vampiro y llevarlo hasta la muerte. Guerreros y Cazadores también abandonaron sus puestos entre las sombras. Los licántropos se transformaron, dejando salir a la bestia que luchaba por liberarse, al mismo tiempo que Cyrus y sus hombres desenvainaban con una ira homicida que transformó sus ojos en lagos de sangre.

La embestida fue brutal. Los lobos gruñían y jadeaban con violencia, moviéndose rápidamente para evitar las puntadas del acero. Daniel consiguió abatir a uno de los más jóvenes, y con la ayuda de Samuel consiguió desmembrarlo, asegurándose así de que no volvía a levantarse. Los Guerreros repartían mandobles hiriendo renegados con cada estocada, pero las heridas infligidas no eran lo suficientemente fuertes como para derribarlos, y volvían a recuperarse con gran rapidez.

Uno de los apóstatas más viejos embistió a William, era fuerte y poderoso, y su arremetida fue eficiente y brutal. Lo lanzó varios metros por los aires y se estrelló contra una de las paredes del granero. No tuvo tiempo de levantarse, apenas pudo alzar el filo de su espada entre él y el acero de su atacante. Empujó con fuerza y esta vez fue el renegado quien salió por los aires. William se levantó con una rapidez sobrenatural, incluso para un vampiro, y se lanzó hacia delante con la gracia letal de una pantera. Arrolló al proscrito y lo ensartó clavándolo al suelo. La espada se partió al sacarla del cuerpo inerte.

Un hormigueo en la espalda le hizo girarse, a tiempo de ver cómo Andrew corría hacia él con una daga en cada mano. Lanzó lo que quedaba de su espada contra él, el arma se hundió en el pecho del proscrito sin que a este pareciera importarle. Colisionaron de forma brutal.

William no dejaba de moverse, parando con las manos desnudas cada estocada que el vampiro le lanzaba. Con el rabillo del ojo vio a Shane en el suelo, y por una milésima de segundo perdió la concentración. Andrew aprovechó el momento y se le echó encima, con una daga le arañó el cuello, muy cerca de la yugular, y la otra logró hundirla en su hombro derecho, bajo el hueso de la clavícula. El dolor y la rabia oscurecieron su rostro, apretó los labios con una mueca cruel. Giró el brazo a tal velocidad que el albino no se percató del movimiento. Lo aferró por cuello y lo empujó, arrebatándole la daga, extrajo la otra de su hombro y, con un grito desatado, cercenó la cabeza del albino.

Volvió a gritar, el cuerpo le ardía como si lo tuviera en llamas. Sentía la intensa luz brotando a través de sus ojos, pero esta vez no lo cegó; al contrario, lo vio todo mucho más nítido. Nada escapaba a sus sentidos, anticipándose a los ataques que recibía como si ya supiera de antemano lo que iba a suceder.

Recorrió con la mirada el claro. Uno de los hermanos de Cassius yacía en el suelo, malherido. Evan y Samuel intentaban defenderlo, lanzando fieras dentelladas. Cassius y dos Cazadores tenían acorralado a uno de los Antiguos, en un descuido, el enorme lobo recibió un tajo en el pecho. Stephen, Shane y Carter trataban de mantenerse juntos, espalda contra espalda se protegían de las brutales arremetidas de varios proscritos. Vio a Cyrus arrodillado junto al cuerpo de uno de los Guerreros, otro más cayó herido de muerte junto a ellos.

Los ojos de William pasaron del rojo a un negro absoluto. Miró a su alrededor, localizando cada uno de sus objetivos. Alzó las manos e hizo girar las dagas entre sus dedos. Y perdió el control. Uno a uno eliminó a todos los que arremetían contra él, poseído por un vengativo frenesí. La furia se arrastraba por su cuerpo, fría y mortal. Sus sentidos, extremadamente sensibles, captaban hasta la más leve vibración en el aire.

El último renegado cayó al suelo, decapitado, y William se quedó inmóvil, mirando sin parpadear la sangre que manchaba sus botas. Temblando de arriba abajo por la fuerza con la que aún sujetaba las dagas, contempló el improvisado campo de batalla con unos ojos que, de un modo inexplicable, habían adquirido el color de la plata fundida. Cuatro de los Guerreros habían caído, tres de los Cazadores de Samuel también habían muerto y uno de los hermanos de Cassius estaba malherido. Carter tenía un hombro dislocado, y el resto cortes y magulladuras que ya comenzaban a sanar.

William se giró al notar la mano de Shane sobre su hombro.

—Ha terminado —dijo Shane con suavidad, tratando de calmar el violento temblor que sacudía al vampiro.

William dejó caer las dagas, de repente consciente de las miradas sorprendidas y temerosas puestas en él, aunque no entendía muy bien por qué lo miraban así.

—Se acabó, hemos vencido —insistió Shane al ver que no respondía.

William continuó inmóvil, con una extraña sensación que no conseguía identificar. Volvió a pasear su mirada nerviosa por el claro y entonces reparó en lo que faltaba.

—¿Dónde está? —gritó con un doloroso nudo en la garganta que lo estrangulaba—. ¿Dónde está Amelia? —volvió a gritar con desesperación.

Cerró los ojos y abrió su mente. No entendía por qué, pero sabía que podía hacerlo, solo debía buscarla. El grito de Kate resonó en su cerebro, encogiendo su estómago hasta provocarle náuseas. Echó a correr en dirección a la casa.

El cielo comenzó a cubrirse de nubes oscuras como el carbón, un fuerte viento sopló sobre su espalda, empujándolo como si tratara de ayudarlo. Un rayo zigzagueó de una nube a otra y el trueno que lo siguió retumbó con violencia sobre su cabeza. La tormenta había surgido de la nada y cobraba fuerza a medida que el miedo crecía en su interior. La tempestad parecía proyectar sus sentimientos y, aunque sonaba a locura, supo que era él quien la estaba provocando.

La puerta saltó por los aires antes de que William la tocara. Solo lo había pensado una vez y el marco se había resquebrajado como un cristal. Cruzó el vestíbulo y se dirigió a la puerta del sótano. La habían arrancado, y a través de la escalera ascendían unos sollozos humanos. Se lanzó por el hueco y aterrizo sobre el último escalón.

Su rostro se contrajo con una mueca dolorosa al ver la puerta del zulo destrozada. Jared estaba inconsciente en una esquina, apenas respiraba, y el Guerrero yacía muerto sobre el cuerpo desangrado de uno de los Antiguos que acompañaban a Amelia.

Encontró a Jill acurrucada bajo el hueco de la escalera.

—¡Soy yo, soy William! —susurró a la chica cuando ésta comenzó a gritar y patear el aire.

—¿William? ¡Oh, Dios, William! —Se abrazó a él con fuerza, dejando a la vista un feo golpe en la mejilla.

—¿Te han mordido? ¿Jill, te han mordido? —insistió apartándola de él para mirar su cuello. Jill negó con la cabeza—. ¿Dónde están Kate y mi hermana? —preguntó con ansiedad.

—Se la llevó una mujer rubia —dijo entre sollozos—. Marie se fue tras ellas. ¡No te vayas, no me dejes sola! —gritó al ver que William se ponía en pie.

—Escúchame, Jill. —La alzó por los brazos—. Tengo que ir a buscarlas, y tú debes cuidar de Jared, te necesita. —Atrapó su mirada con sus ojos—. Te necesita —repitió con una extraña cadencia en su voz. Notó cómo el cuerpo de la chica se relajaba y asentía, tranquila.

La puerta trasera ya no estaba, la habían arrancado de las bisagras. Salió al porche, oyó un fuerte crujido y vio la copa de un árbol venirse abajo. Corrió en esa dirección, a tiempo de ver cómo uno de los renegados del parque se levantaba de entre los restos astillados del viejo pino y se lanzaba contra Marie, que corría por el sendero hacia el lago. El proscrito la alcanzó atrapándola por las piernas y logró que cayera al suelo. Cogió a la vampira por los tobillos y la hizo girar con violencia para dejarla tendida sobre la espalda. Se arrodilló a horcajadas sobre ella y comenzó a golpearla.

William saltó sobre ellos. Agarró al vampiro de la nuca y lo lanzó por los aires. Lo atrapó de nuevo y volvió a lanzarlo, esta vez contra el tronco de un árbol. Antes de que pudiera levantarse, arrancó una gruesa rama y se la clavó en el pecho.

Cuando se aseguró de que estaba muerto, corrió al lado de Marie.

—¿Estás bien?

—Sí —contestó. Un feo mordisco en su garganta comenzaba a cerrarse. Se dejó caer sobre el suelo, había perdido mucha sangre y se encontraba muy débil—. ¡Corre, corre! —le gritó a su hermano señalando el sendero.

Kate tropezaba continuamente con las ramas y las rocas. Amelia tiraba de su brazo con fuerza y temió que pudiera arrancárselo en uno de aquellos empujones. La tormenta, que había surgido de improviso, cobraba intensidad sobre sus cabezas. El viento le azotaba el cuerpo, zarandeándola, haciendo que el caminar se convirtiera en algo imposible.

—Voy a cortarte las manos —dijo Amelia. Sus colmillos asomaron un instante a través de los labios, mientras reprimía un gruñido—. Eso es lo que se hace con aquellos que toman lo que no les pertenece.

—Yo no le he quitado nada a nadie —dijo Kate, intentando controlar el miedo y las lágrimas que la ahogaban.

—¡Oh, sí que lo has hecho, pequeña insolente! —susurró Amelia con odio—. Te has atrevido a posar los ojos sobre mi esposo, y lo vas a pagar.

—Tú lo abandonaste hace mucho, no hay nada que lo ate a ti.

Amelia se detuvo y se giró hacia ella furiosa, taladrándola con sus ojos felinos. Apretó con más fuerza la muñeca de la humana.

—Es mío a los ojos de Dios y de los hombres, hasta que la muerte nos separe. ¡Qué pena para ti que seamos inmortales! —Su tono de voz era bajo y sedoso en contraste con el nerviosismo y la excitación que mostraban sus ojos—. Tú solo eres un juguete en sus manos, un entretenimiento. ¿O de verdad crees que está enamorado de ti? Él volverá a mí, nos unen lazos que tú jamás podrás comprender.

Volvió a caminar tirando de la humana sin compasión.

—¡Viniste aquí para matarlo! —replicó Kate. Contuvo un gemido, parpadeando para alejar las lágrimas.

—He cambiado de opinión —indicó Amelia con suficiencia.

—¿Adónde me llevas? —preguntó mientras barría con la mirada el bosque iluminado por los rayos. Deseando que alguien apareciera para ayudarla.

—A ese precioso, oscuro y profundo lago de ahí.

El lago apareció a pocos metros de ellas.

—¿Qué vas a hacer conmigo?

—¡Preguntas, preguntas y más preguntas! ¿Por qué sois tan curiosos los mortales? —preguntó vagamente irritada. Se detuvo junto a la orilla, dio media vuelta para mirar a Kate y lanzó un suspiro—. Voy a desangrarte. No es que me entusiasme alimentarme de ti, pero sé que eso molestará mucho a William. ¿Sabes?, me encantaba disgustarlo, después las reconciliaciones eran tan ardientes. —Sonrió y señaló con una mueca de desprecio la figura de Kate—. Luego hundiré tu cuerpo en lo más profundo de estas aguas. No quiero que quede nada de ti que él pueda llorar. No quiero que haya una tumba que te recuerde.

Kate sostuvo su mirada sacando de su corazón el poco valor que le quedaba. El color le había desaparecido del rostro y la electricidad del ambiente le erizaba el vello de forma dolorosa. Aun así, alzó la barbilla de forma desafiante.

—Demasiadas molestias para alguien que cree que William no siente nada por mí. —La bofetada de Amelia le hizo escupir la última palabra.

—No uses tu estúpida psicología humana conmigo —replicó. Sus ojos llamearon al ver el hilillo de sangre que manaba de la comisura de los labios de Kate. De repente la agarró por el cuello y, muy despacio, acercó su nariz a su rostro. Aspiró el aroma metálico de la sangre que se coagulaba con rapidez, y abrió la boca mostrando los colmillos, dispuesta a beber de ella hasta desangrarla.

—¡Amelia! —la voz de William retumbó como un trueno en los oídos de Kate.

Amelia giró el rostro sin soltar a su presa.

—Amelia, suéltala —dijo él con más calma, empleando todas sus fuerzas en mantenerse bajo control. Miró a Kate con estudiada tranquilidad, podía oír la sangre caliente fluyendo por su cuerpo y el hambre que se agitaba dentro de Amelia.

—¿Y qué vas a hacer si no lo hago? ¿Vas a matarme… otra vez? —preguntó de forma malévola, y su boca se curvó con una sonrisa cruel al percibir el dolor que sus palabras le habían causado.

—Si no la sueltas, sí.

Amelia inclinó la cabeza y sonrió de forma seductora.

—Mi oferta sigue en pie. Ahí fuera hay un mundo esperándonos, será tuyo si lo deseas, y conmigo a tu lado nadie se atreverá a desafiarnos —sus palabras eran dulces como la miel, peligrosas por lo tentadoras que resultaban.

Kate se estremeció, ella misma se sentía atraída por el tono de su voz y, durante un momento, dudó de William, temió que se lanzara a sus brazos.

—Ese mundo ya es mío, no olvides quién soy. No puedes ofrecerme lo que no te pertenece —dijo él.

Amelia cerró los ojos un instante, molesta por el comentario. La ira y la frustración aumentaban dentro de ella como una nube de gas a punto de estallar.

—Puedo ofrecerte otras cosas. —La sensualidad brotó de su garganta como hilos de plata tejiendo una red—. Aún me amas, William. Durante más de un siglo me has perseguido con una obsesión que raya la demencia. ¿Qué es eso sino amor?

—Redención —contestó él con más dolor que ira—. Buscaba redención por todo lo que he provocado al dejarte vivir.

Amelia gruñó y con un movimiento rápido se colocó tras Kate, sujetando su cabeza. Un pequeño giro y le partiría el cuello.

La angustia golpeó de lleno a William que, sin pensar, dio un paso hacia delante. Amelia emitió un largo y lento siseo, como el sonido de una serpiente dispuesta a atacar.

—No te acerques.

—Está bien, pero no le hagas daño.

—¿Y por qué no habría de hacérselo? Tú me torturas con tus desprecios.

—Amelia, por favor. —Sus ojos le imploraron—. Suéltala.

—¿La amas?

—Más que a nada —reconoció sin vacilar.

—¿Más que a mí?

—Creo que eso ya no importa, mira cómo hemos acabado. Pero aún podemos conseguir que esto termine bien.

Amelia guardó silencio, considerando su oferta.

—¿Cómo?

—Empieza por soltarla —sugirió con voz suave.

—¿Y qué gano yo con eso?

—Dejaré que te marches.

—No te creo, llevas demasiado tiempo esperando para clavarme una daga.

—Te estoy dando una oportunidad, una sola. Cuando lleguen, no podré detenerlos. —Los aullidos de los lobos se estaban acercando—. Vete. —Tendió la mano hacia Kate, rezando para que el orgullo de Amelia no fuera más fuerte que su deseo de vivir.

Amelia lo evaluó con la mirada, le era imposible no apreciar los cambios en William. No quedaba rastro del que había sido su esposo, solo la apariencia. De su interior manaba algo distinto y muy peligroso, diferente a todo lo que había conocido. Los ojos de William no se apartaban de los suyos, vio un destello de impaciencia en ellos al tiempo que un rayo caía a pocos metros. Supo por instinto que él lo había provocado.

—¿En qué te estás convirtiendo? —preguntó con un miedo real recorriendo su cuerpo.

—Aún no lo sé, pero empieza a gustarme —admitió mientras un torbellino de ferocidad giraba a su alrededor, cada vez más fuerte y más oscuro.

Amelia lo estudió con atención, insegura. Su soberbia estaba desapareciendo bajo un fuerte instinto de supervivencia.

—Dame tu palabra.

—Márchate, nadie te seguirá. Lo prometo.

Amelia soltó a Kate, muy despacio, y la empujó contra él con un fuerte golpe en la espalda que la hizo trastabillar.

William la cogió antes de que cayera al suelo, y la abrazó con un suspiro de alivio. Ella se apretó contra él y hundió el rostro en su pecho; temblaba de pies a cabeza, muerta de miedo. Verla en ese estado le hizo enfurecer aún más, pero se contuvo. Le había dado su palabra a Amelia y la cumpliría.

Amelia los observó con odio y la soberbia se apoderó de ella.

—Esto no ha terminado. Esa tumba vacía que lleva tu nombre, pronto estará llena —lo amenazó.

William la miró sin inmutarse. De repente, su estómago se encogió con un espasmo, intentó gritar, pero no tuvo tiempo. Sintió pasar el frío acero a solo unos milímetros de su cara. Oyó el sonido de un golpe y la piel al rasgarse, el gemido desagradable que escapó de la garganta de Amelia, y el chapoteo de su cuerpo, casi decapitado, al caer al agua.

Se giró para ver al atacante, y se encontró con Marie, de pie a solo unos metros de donde él estaba. Pálida y fría, rígida como una estatua. Sus ojos del color de la sangre estaban fijos, carentes de cualquier emoción que no fuera la ira y el desprecio. Desvió la mirada hacia su hermano sin ningún arrepentimiento.

—Yo no le prometí nada —dijo sin vacilación, y dio media vuelta alejándose de ellos.

William miró de nuevo al lago, el cuerpo de Amelia se hundía con rapidez. Inmediatamente centró toda su atención en Kate. La mantenía apretada contra su pecho, delgada y frágil, no dejaba de temblar.

—¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño? —le preguntó con ansiedad. Cogió su rostro entre las manos y lo giró para ver la herida del labio.

—Estoy bien —contestó ella. Le dolía la garganta por el esfuerzo de contener las lágrimas.

William la besó en la frente y le acarició las mejillas con los pulgares.

—Si te hubiera ocurrido algo, nunca me lo habría perdonado. —Sacudió la cabeza sintiéndose culpable—. Te juro que no permitiré que algo así vuelva a pasar. Necesito que te sientas segura conmigo —susurró.

Ella lo miró a los ojos.

—Ya me siento segura contigo.

William sonrió, cerró los ojos y le enredó los dedos en el pelo, e inclinándose sobre ella la besó en los labios sin darse cuenta de que lo hacía. La sangre de la herida penetró en su boca y el estómago le dio un vuelco, provocando un enorme vacío en su interior. No podía moverse, si lo hacía, temía no poder controlar el impulso que luchaba por liberarse. Su pecho subía y bajaba muy rápido, y se centró en ese movimiento. Se pasó la lengua por los labios y, muy despacio, volvió a abrazarla. Se concentró en el peso de Kate entre sus brazos, en lo suave que era su piel, en el olor a violetas de su pelo, y en ese otro deseo que despertaba en él. Poco a poco se relajó, el sabor de la sangre seguía en su boca, pero ya no era peligroso.

Kate no se movió ni un milímetro a pesar de que el abrazo la estaba dejando sin respiración. Alzó la vista para contemplar sus ojos, que aún eran de un rojo intenso, parecían ascuas. Vio sus labios manchados, levantó la mano y los recorrió con el dedo. Él lo apresó con los dientes y una sonrisa se dibujó en su cara.

—¿Sabe como esperabas? —preguntó ella con otra sonrisa. Las mariposas de su estómago amenazaban con salírsele por la boca. Necesitaba que aquel tema dejara de ser tabú entre ellos. Era un hecho lo que él sentía por su sangre, e ignorarlo no lo haría más fácil.

—Un millón de veces mejor —susurró con calma. Había superado la prueba y volvió a besarla.

—¿Todo ha terminado? —preguntó Kate con voz temblorosa. Seguía asustada y miró a su alrededor, temiendo que alguien apareciera para hacerles daño.

William asintió. Acarició su rostro con ambas manos, despacio, como si tuviera miedo de que pudiera romperse bajo su caricia.

—Sí —respondió, contemplando de nuevo la oscuridad del lago. Pensó en el vampiro que compartía su don, y en todas las cosas que le había dicho. Una nueva inquietud se apoderó de él, una certeza. Nada había terminado, no había hecho más que comenzar.