Kate se acurrucó abrazándose a la almohada y abrió los ojos poco a poco, aún tenía los párpados pesados y los cerró de nuevo, tratando de volver a dormir. De pronto los recuerdos la asaltaron y se incorporó dando un respingo. Buscó a William con la mirada, él no estaba en la habitación, aguzó el oído intentando averiguar si se encontraba en el baño, nada, el silencio era absoluto. En el fondo se alegró de que no estuviera allí, no necesitaba mirarse en el espejo para saber que su aspecto era horrible. No había podido lavarse los dientes y sentía los ojos hinchados por tantas horas de sueño. No quería que él la viera así. Miró la hora en el reloj de la mesita, parpadeó, y volvió a mirar sorprendida, eran más de las cinco, había dormido casi todo el día.
Se movió entre las sábanas, estirando cada uno de sus músculos entumecidos. Sintió una punzada de dolor en la garganta y, con cuidado, rozó la zona con los dedos. No podía verlo, pero sabía que la mancha oscura de un hematoma le marcaba el cuello. Se estremeció al recordar los dedos fríos del vampiro estrangulándola y su aliento sobre la piel. El miedo le aceleró la respiración, al pensar en lo cerca que había estado de morir. Apartó la sábana y contempló con atención el resto de su cuerpo, tenía más cardenales en la cadera y en los muslos. Gimió levemente al tocarse el codo, lo levantó y vio dos arañazos que ya empezaban a cicatrizar.
Sonaron unos golpecitos y su corazón se agitó con un estremecimiento que le recorrió el cuerpo, pensando que sería William el que llamaba. La puerta se abrió y Jill apareció con una gran sonrisa y una bandeja repleta de comida.
—¡Jill! —exclamó. Se había olvidado por completo de su amiga y se culpó a sí misma por haberlo hecho, con todo lo ocurrido no tenía cabeza para nada.
—¿Tienes hambre? —preguntó Jill sentándose junto a ella en la cama.
El olor a café hizo que el estómago de Kate rugiera con fuerza.
—No sabes cuánta —contestó y, cargando con todo su peso en los brazos, se incorporó lentamente con una mueca de dolor. Tomó un trozo de sándwich y empezó a masticarlo.
Los ojos de Jill se abrieron como platos al percatarse del hematoma bajo la barbilla de Kate.
—¡Madre mía, un médico debería verte eso! —dijo sobrecogida.
—No es nada, estoy bien —le aseguró Kate con un creciente nerviosismo—. Tropecé, ya sabes lo patosa que soy a veces…
Era consciente de que Jill no le había preguntado nada, pero una necesidad imperiosa de justificarse se apoderó de ella. Se levantó de la cama y empezó a moverse por la habitación.
—Me encontré con William por casualidad, estuvimos hablando mientras tomábamos unas cervezas, creo que bebí más de la cuenta y tropecé. —Se señaló la garganta dando a entender que esa había sido la causa de su magulladura—. No quería preocupar a mi abuela y William me ofreció su habitación. —Una expresión de horror se dibujó en su rostro. También se había olvidado de su abuela, la pobre mujer estaría preocupada y buscándola como una loca.
—¿Así que eso fue lo que pasó? Me alegro, porque se parece bastante a la historia que le conté anoche a tu abuela. Pero en mi versión acababas durmiendo en mi casa, no lo olvides.
Kate se quedó de piedra, con los ojos abiertos de par en par.
—¡Lo sabes! —Se giró hacia ella con el rostro desencajado, y su corazón empezó a latir más deprisa cuando Jill asintió con un leve gesto y una disculpa escrita en sus ojos—. ¡Lo sabías y no me dijiste nada! Jill, se supone que soy tu mejor amiga, que confías en mí.
Jill se quedó mirándola durante unos largos segundos.
—Hace un momento me estabas mintiendo descaradamente. Tú mejor que nadie sabes por qué mantuve la boca bien cerrada.
Kate exhaló con fuerza el aire de sus pulmones y, con ese soplo, su pequeña rabieta. Se acercó a la cama y se sentó junto a su amiga cogiendo su mano.
—Perdóname.
De repente Jill se abrazó a ella entre sollozos.
—No te haces una idea de lo que ha sido para mí no poder contarte nada. Sabía que estabas en peligro y no podía alertarte, tan solo rezar para que ellos te protegieran. Te veía sufrir por William y no podía ayudarte, al revés, me alejaba sabiendo lo sola que te dejaba, porque dudaba de mí misma para mantener mi promesa. ¡He temido tanto por ti!
—Tranquila —le susurró Kate acariciando su pelo—. Tranquila, se terminó, ahora estamos juntas en esto.
Jill la soltó y fijó sus ojos llorosos en el rostro de su amiga, una sonrisa curvó sus labios.
—Sí —dijo mientras se secaba las lágrimas con las manos. Una risa alegre brotó de sus labios—. ¿Te das cuenta de que siempre andamos metidas en algún lío?
—Sí, pero este se lleva todos los premios —replicó Kate. Hizo una pausa y su rostro se oscureció—. Es todo tan irreal, que temo despertarme y descubrir que solo ha sido un sueño… que él es un sueño. —Guardó silencio tratando de apartar ese pensamiento de su mente—. William está casado —susurró.
Jill asintió con la cabeza, Evan le había contado la historia.
Kate le devolvió la sonrisa y añadió.
—No me importa, para mi ese matrimonio tiene el mismo valor que un cero a la izquierda.
—El chico que te gusta resulta ser un vampiro, ya tilo único que te preocupa es que está casado.
—Dijo la futura esposa de un hombre-lobo, a la que solo le interesa fastidiar a su padre —replicó Kate arqueando las cejas.
—¡Touché! —dijo Jill y ambas rompieron a reír con fuertes carcajadas.
—¿Dónde está William? —preguntó Kate, se moría por verlo, por estar con él, ahora que por fin estaban juntos.
—Salió esta mañana muy temprano. Evan, Shane y él están vigilando la otra orilla del lago, asegurándose de que… esos renegados no se ocultan por allí.
—¿Quieres decir que Amelia no se ha ido?
Jill se encogió de hombros.
—No lo sé pero, por lo que he oído, es posible que siga por aquí. Evan no me cuenta mucho, no quiere que me preocupe, pero oigo cosas. Esa mujer es peligrosa, Kate, muy peligrosa, y ha venido hasta aquí a por William.
Kate se estremeció y se llevó las manos al pecho, el corazón le latía tan fuerte que casi le dolía.
—Cuéntame todo lo que sabes. Cómo descubriste lo que son, qué pasó en la montaña, porque no fue un perro lo que me persiguió allí arriba, ¿verdad?
Jill negó con la cabeza.
—No.
Pasaron la tarde sin salir de la habitación. Jill puso a Kate al corriente de todo lo que sabía. Le relató cómo había descubierto la auténtica naturaleza de Evan, incluso le contó la historia que Daniel le había narrado a ella sobre el pacto entre vampiros y licántropos. Y Kate empezó a entender el porqué de muchas cosas que antes no tenían sentido. Al menos ahora sabía que no estaba loca, y que todas esas sensaciones raras que tenía respecto a William y los Solomon eran ciertas.
Cuando terminaron de hablar, la alcoba se encontraba sumida en la penumbra, aún faltaba un poco para que anocheciera, pero el cielo se había ido cubriendo de nubes oscuras que anunciaban tormenta.
La puerta se abrió de golpe y Marie entró en la habitación con un par de maletas en las manos.
—¡Hola, chicas! —saludó con voz cristalina.
Jill le respondió con una gran sonrisa, Kate apenas pudo murmurar algo parecido a un hola.
Marie dejó las bolsas sobre la cama, fue hasta la mesa y encendió la lámpara.
Kate la contemplaba embelesada, le resultaba imposible apartar sus ojos de ella. Era increíblemente hermosa, con una larga melena rizada del color del fuego que le caía hasta media espalda. Tenía un cuerpo esbelto, perfectamente proporcionado, y se movía deslizándose con la suavidad de una pluma.
Kate dio un respingo cuando Marie se sentó a su lado, ni siquiera la había visto acercarse. Se encontraba junto a la mesa y, una milésima de segundo después, estaba tan cerca que podía sentir el frío que emanaba de su piel. Marie ladeó la cabeza y la miró intrigada, fijamente, como si intentara ver algo más de lo que se podía contemplar a simple vista.
—Eres preciosa —susurró la vampira—. Tan pálida que casi pareces uno de nosotros. —Le acarició la mejilla con los dedos—. Ahora entiendo lo que William ha visto en ti. Brillas —susurró.
Kate se ruborizó y le dedicó una sonrisa, incapaz de decir nada.
—Bien, como creo que sobran las presentaciones, pasaremos a lo importante. ¡Te he traído unas cosas de tu casa! —dijo Marie, y comenzó a vaciar el contenido de las bolsas.
—No era necesario, podía haber ido yo.
—No, lo siento, pero por un tiempo vas a tener que quedarte aquí, con nosotros —la interrumpió Marie con un tono reprobatorio—. Y ya me han advertido de que eres lo bastante cabezota como para intentar hacer caso omiso a lo que acabo de decir. Por eso no voy a quitarte los ojos de encima.
Una risita se escapó de los labios de Jill y Kate la fulminó con la mirada.
—Deberías vestirte —dijo Marie. Abrió una de las maletas—. Me gusta este, es mi favorito. —Cogió un vestido rojo de tirantes, estiró los brazos y pegó la prenda al cuerpo de Kate.
—Sí, era de mi hermana, creo que nunca me lo he puesto —respondió Kate.
—¡Pues vamos, a qué esperas, pruébatelo!
—Iré a preparar algo de cena mientras jugáis a los desfiles —dijo Jill, y abandonó la habitación muerta de risa.
Kate entró al baño, se duchó y se puso el vestido. Cuando salió, Marie la esperaba junto a la ventana, mirando a través de las cortinas con cuidado.
—Salgamos fuera un rato —sugirió la vampira tomándola de la mano—. No soporto estar tanto tiempo encerrada.
—¡Pero aún no ha anochecido! —exclamó Kate—. El sol…
—No te preocupes por eso, casi se ha puesto y el cielo está cubierto de nubes.
Salieron al porche trasero e inmediatamente un enorme lobo blanco surgió de los árboles cortándoles el paso.
—Tranquilo, Shane, no nos moveremos de aquí —dijo Marie. Se inclinó hasta que sus ojos quedaron a la altura de los del lobo—. Pero puedes quedarte con nosotras si así estás más tranquilo —le propuso con una voz tan dulce, que el lobo bajó la mirada abrumado, dio media vuelta y desapareció al trote por donde había venido.
Marie sacudió la cabeza con una sonrisa traviesa. Volvió a tomar la cálida mano de Kate y la guió hasta un pequeño rincón bajo los robles. Se sentaron en silencio sobre la hierba, muy juntas. El cielo de un gris plomizo anunciaba lluvia. Un tenue rayo de sol se abrió paso a través de la espesa capa de nubes e incidió directamente en el brazo desnudo de Marie.
Kate observó fascinada cómo la hermosa vampira estiraba el brazo, dejando que la débil luz acariciara su pálida piel. Lo giró de un lado a otro, extendió la mano y movió los dedos intentando atrapar las pequeñas partículas de polvo que flotaban dentro de la trazada luminosa. Un siseo doloroso escapó de sus labios a la vez que encogía el brazo y lo ocultaba tras su espalda. El sol se escondió con rapidez, como si la silenciosa queja de Marie lo hubiera reprendido.
—Antes me encantaban los días de sol y odiaba los nublados. Ahora me conformaría solo con esos días nublados —susurró Marie con un atisbo de tristeza. Se miró el brazo, la quemadura ya había desaparecido.
—¿Por qué William es el único vampiro inmune al sol? —preguntó Kate.
Marie se encogió de hombros.
—Ojalá lo supiera. William necesita esa respuesta más que cualquiera de nosotros para dejar de sentirse un bicho raro. Él es diferente a todos, diferente a los humanos y diferente a los vampiros, eso le convierte en alguien demasiado especial. Si creyera en la ciencia, diría que William es el siguiente paso en nuestra evolución, un ser más perfecto. Si creyera en los milagros, pensaría que William ha sido elegido para llevar a cabo algo muy importante —contestó con la mirada perdida, como si hablara consigo misma.
Se recostó sobre la hierba y con un gesto de la mano le pidió a Kate que hiciera lo mismo.
—Me contó que a los dos os mordió el mismo vampiro. Es extraño que solo él haya desarrollado esos… ¿cómo los llamáis? —se interesó Kate.
—Poderes, habilidades, maldiciones…
—Pues esos poderes.
—Desde hace unos meses parece que todo se ha precipitado a su alrededor. Consigue hacer cosas por las que muchos matarían y no parece que vaya a parar. Cada día descubre algo nuevo o se vuelve más fuerte. —Hizo una larga pausa—. En el fondo tiene miedo, le asusta no saber en qué se está transformando. Cree que puede volverse malvado, convertirse en algo peor que esos renegados.
—Eso nunca pasará, él es hermoso y bueno, toda esa maldad jamás lo tocará. Yo me encargaré de eso, no sé cómo, pero lo haré —dijo Kate convencida de sus palabras.
Marie guardó silencio, cerró los ojos y contuvo el aire.
—William es afortunado de tenerte, y me aseguraré de que lo pase muy mal si no te trata como mereces —dijo a cabo de unos segundos, curvando sus labios con una hermosa sonrisa.
Kate se la devolvió y no preguntó nada más, no quería ser pesada.
Durante unos minutos contemplaron en silencio el cielo encapotado. Pequeños pájaros iban y venían de una rama a otra bastante atareados, preparándose para pasar la noche. Marie miró a Kate de soslayo, pudo ver la líneas de su frente arrugada y cómo se mordía el labio inferior de forma compulsiva, señal evidente de que trataba de controlar un fuerte impulso.
—Puedes preguntarme todo lo que desees —dijo Marie volviendo a contemplar el cielo—, es lógico que sientas curiosidad.
—¿Duele convertirse en vampiro? —preguntó con cierta aprensión.
—Imagina el mayor de los sufrimientos… ahora multiplícalo por cien.
Kate giró la cabeza para mirarla con una mezcla de pena y fascinación.
—Cuéntame cómo es.
—Cuando un vampiro te muerde, te infecta con una especie de virus. Ese virus se alimenta de sangre por lo que, poco a poco, comienza a deshacerse de todo aquello que también la necesita. Sientes cómo uno a uno van muriendo todos tus órganos: los riñones dejan de funcionar, tus pulmones de respirar y, por último, tu corazón deja de latir.
Kate se estremeció, sobrecogida, tratando de imaginarse cómo sería sentir la muerte dentro de tu cuerpo, mientras sigues vivo.
—Por eso os alimentáis de sangre, para continuar vivos.
—Sí, si ese pequeño miserable muere, nosotros también, no tenemos alternativa. Pero no te preocupes por eso —susurró rápidamente al ver el miedo en los ojos de Kate—, tú jamás lo experimentarás, nunca lo permitiremos. —Se incorporó con un suspiro—. Será mejor que vuelva a la casa. Tanto hablar de sangre está despertando mis apetitos y… tú hueles demasiado bien.
—¿Yo?
Marie asintió.
—La sangre es para nosotros como para ti la comida. Unas cosas están más ricas o huelen mejor que otras. Hay humanos que son coles, pero tú eres como un pastel de cerezas maduras. —Sonrió al ver la cara de susto de Kate—. No te preocupes, nunca he mordido a un humano, y a ti jamás te haría daño.
Se acercó a Kate y le dio un suave beso en la mejilla, cuando se separó de ella, sus ojos eran como dos rubíes centelleantes. Esbozó una tímida sonrisa y regresó a la casa con paso rápido. Kate la observó alejarse, se llevó una mano al pecho, como si así pudiera contener a su corazón, que latía desbocado.
Un estremecimiento le recorrió la columna. La puerta de la casa se abrió y William salió a través de ella, cruzó unas pocas palabras con Marie y la despidió con un beso en la frente. Lo contempló mientras venía hacia ella con paso seguro. Los anchos hombros erguidos y la mandíbula ligeramente levantada, con una actitud desafiante, nada premeditada, innata en él.
Se sorprendió a sí misma observándolo sin ningún pudor, entreteniéndose en la forma de sus caderas bajo el ancho pantalón, en las curvas que dibujaban los músculos de su torso y sus brazos bajo la camiseta. Y en sus ojos, de un azul tan oscuro que apenas se distinguían sus pupilas; le fascinaba la cantidad de tonalidades que podían adquirir. William se paró frente a ella con una ceja levantada. Empezó a preocuparse.
—¿Va todo bien? —preguntó al ver cómo ella lo miraba tan fijamente.
—Sí —contestó enrojeciendo, preguntándose si él se habría dado cuenta de que era una obsesa del erotismo cuando se trataba de él. Tuvo que tragar para deshacer el nudo de su garganta.
—¿Marie te ha dicho algo inoportuno? —insistió él.
—¡No! Tu hermana es… es maravillosa. No deja de preocuparse por mí, incluso me ha traído ropa de casa. Le dije que no tenía que haberse molestado —hablaba muy rápido por culpa de los nervios—, pero ella parece tan contenta haciendo todo eso por mí…
William dibujó en su cara una sonrisa de alivio.
—Por un momento creí que… —dijo él. Sacudió la cabeza y se pasó la mano por el pelo, despeinándolo.
—¿Qué?
—Que lo habías pensado mejor e ibas a decirme que te marchabas —respondió. Inspiró hondo y su olfato se llenó con una abundancia de olores a cuál más apetecible. Podía paladear el aroma de su sangre, sentir la calidez que exhalaba su piel, la dulzura de sus labios. Una punzada de deseo atravesó su pecho y tuvo que bajar la mirada para que sus ojos no revelaran lo que su mente imaginaba. Alargó su brazo hacia ella—. Ven, demos un paseo alrededor de la casa.
Aquel gesto tan pasado de moda hizo sonreír a Kate, y tuvo que recordarse a sí misma que William no era como los chicos de ahora, que él pertenecía a otra época.
—No estabas cuando desperté —dijo ella al cabo de unos segundos de silencio. Desde que se quedara dormida en sus brazos, no había vuelto a verle.
—¿Te hubiera gustado? —preguntó él clavando sus ojos en ella.
—Me gusta sentir que estás cerca —susurró tímidamente.
—Entonces me tendrás cerca —dijo con evidente placer, y acarició la mano que reposaba sobre su brazo.
—Estoy preocupada por Alice.
—Ella está bien, vengo de allí. La observé durante un rato y me aseguré de que todo estaba en orden.
—Estará a salvo, ¿verdad?
—No debes preocuparte, están vigilando su casa. Ellos no dejarán que os ocurra nada.
Se detuvo y la cogió de las manos para reconfortarla.
—¿Ellos?
—Ellos —repitió él con un guiño. Hizo un gesto con la mano y Kate fijó su atención donde él señalaba.
Al principio no vio nada, solo arbustos y troncos rodeados de maleza; pero siguió observando con interés. Entonces pudo distinguir unos ojos amarillos que le devolvían la mirada, unos metros a la izquierda una sombra oscura se movió y un destello ámbar surgió como un fogonazo para volver a desaparecer. Al menos contó siete, y estuvo segura de que habría más allí fuera.
—Aun así, prométeme que no saldrás sola de la casa —dijo William. La duda de que hiciera algo estúpido como ir a ver a su abuela se instaló en su mente—. ¡Prométemelo!
—Te lo prometo. —Alzó los ojos para que pudiera ver que era sincera, y él le dedicó esa sonrisa arrebatadora que la dejaba sin respiración. La cogió de la mano y se la llevó a la boca. Kate se estremeció al sentir el contacto de su piel, y la fría y húmeda presión de sus labios al besarla en la muñeca la hizo temblar—. Marie dice que huelo demasiado bien, que soy como una tarta de cerezas maduras. —Frunció el ceño, no estaba segura de si eso era algo bueno.
William inhaló con lentitud, sin apartar los labios de las líneas azuladas que recorrían la muñeca de Kate. Negó imperceptiblemente.
—Frambuesas, con un toque de grosellas —susurró sobre su piel en tono áspero.
Ella volvió a estremecerse pero esta vez por otro motivo, una repentina inquietud. William era un vampiro y ella el perfecto aperitivo, aun así no apartó la mano y le acarició el rostro. Enredó los dedos en su pelo revuelto, los deslizó hasta su nuca y lo atrajo hacia ella buscando su boca. Sus labios eran fríos, pero lanzaban oleadas de calor que invadían su cuerpo, provocándole un hormigueo doloroso en el estómago. Y su cuerpo despertó demandando otras cosas. La boca de William se deslizó hasta su cuello y le besó la garganta, entreteniéndose en el hueco que había bajo su oreja.
De repente la soltó, dando un paso hacia atrás. Giró la cabeza con violencia, apartando la mirada de ella, mientras su pecho subía y bajaba con un jadeo. Kate acertó a ver un brillo incandescente en sus ojos y el miedo le recorrió la columna con un doloroso calambre. Se obligó a seguir mirándolo e inmediatamente se recompuso. Dio un paso hacia delante, pero él la detuvo con un gesto de la mano.
—William, mírame —le pidió con suavidad.
Él giró la cabeza, muy despacio, y clavó sus ojos rojos como la sangre en los de ella. Kate sintió su mirada como un desafío.
—No vas a hacerme daño —musitó.
—¿Cómo puedes estar tan segura cuando ni yo mismo lo estoy?
—Porque confío en ti.
William soltó una risa que sonó forzada y algo temblorosa.
—Nunca he sentido por nadie lo que siento por ti, y lo mismo me ocurre con tu sangre. Por eso no podía soportar que te acercaras, que me tocaras. Tenerte tan cerca despierta en mí demasiados anhelos. —Cerró los ojos por un momento, tratando de reunir la fuerza necesaria para decirlo todo—. Tú eres mi mujer perfecta, pero también eres mi plato perfecto —las últimas palabras las escupió sintiéndolas sucias en su boca.
Kate sintió cómo se le erizaba el vello de su cuerpo. Había notado el tormento que contenía la voz de William y había acabado sintiéndolo suyo.
—Sé que no me harás daño —trató de sonar calmada.
—Kate, me cuesta mantener el control solo con besarte, que ocurriría si… que pasaría si…
—¿Si hiciéramos el amor? —preguntó. Se sorprendió de haberlo dicho tan claro y sin pudor.
Él asintió, estupefacto, no era lo que iba a decir, pero sí lo que pensaba en realidad. No era un santo, tenía deseos hacia ella imposibles de ignorar.
—Quiero correr el riesgo y nada de lo que digas me alejará de ti —añadió ella—. Escucha, de pequeña me encantaban las tartas de manzana que hacía mi abuela, me volvían loca y, cuando venía a visitarla, era capaz de comerlas hasta reventar. Eso cambió cuando empecé vivir con ella. ¿Y sabes por qué? Me acostumbré al olor, al sabor, y dejaron de ser especiales. Y eso te pasará a ti, acabarás acostumbrándote a mí.
William la miró como si la viera por primera vez. Preguntándose cómo aquella criatura podía ser tan dulce e inocente, extremadamente confiada y maravillosa, frágil a la vez que fuerte. Y se preguntó qué había hecho él para merecerla. No pudo resistirse a su mirada suplicante y, a pesar de que la sed todavía abrasaba su garganta, le tendió la mano. Ella se lanzó a sus brazos, encerrándose en ellos con una sonrisa, y lo abrazó rodeándolo por la cintura.
—Podemos ir despacio —dijo Kate apoyando la mejilla sobre su pecho—, tan despacio como necesites. Pero, por favor, deja de insistir.
—¿Insistir en qué? —preguntó sin entender.
—En apartarme de ti. Pierdes el tiempo —susurró. Alzó la vista buscando sus ojos, ahora eran de un azul brillante, casi eléctrico, y estaban fijos en sus labios.
—¿Sí? —la cuestionó él en tono seductor.
—Sí —afirmó de manera rotunda—. No conseguirás librarte de mí. —Sus mejillas ardían y su corazón latía desenfrenado. La forma en la que él la miraba era tan intensa y feroz, que su piel se erizaba allí donde él posaba sus ojos.
William no dijo nada, incapaz de encontrar las palabras que pudieran describir cómo se sentía. La envolvió con sus brazos, estrechándola contra su pecho. El cálido aliento de Kate acariciaba su cuello y no pudo evitar apretarla más contra él cuando sintió el roce de sus labios en el hueco de su garganta. Ella no se movió ni un centímetro, a pesar de que el abrazo la estaba dejando sin respiración. Un leve jadeo hizo que él la soltara de golpe.
—Lo siento —dijo William con expresión culpable—, se me olvida lo frágil que eres.
—¡Eh, que no soy tan delicada como tú crees! —exclamó fingiendo estar indignada y lo empujó apartándolo de su lado. Él la cogió de la muñeca con rapidez y volvió a atraerla.
—Lo eres. —Se agachó y cogió una piedra del tamaño de su puño, se enderezó para mirar a Kate y, sin apartar la vista de ella, cerró la mano sin ningún esfuerzo. Cuando la abrió, la roca había quedado reducida a pequeños trozos y fino polvo, bajo la mirada estupefacta de Kate. Añadió—: Y no debo olvidarlo.
—Vale —dijo Kate con un ronco susurro, aquello la impresionó. Sus huesos serían como palillos entre sus dedos, pero él la tocaba con tanta suavidad que le resultaba imposible dotarlo de semejante fuerza. Sintió sus dedos bajo la barbilla, obligándola a levantar el rostro.
—Esto es lo que soy —dijo él en tono de disculpa.
—Eres perfecto tal y como eres —contestó Kate poniéndose de puntillas para besarlo.
—¿Puedo sentarme contigo? —preguntó Kate con timidez.
Shane abrió sus ojos dorados y los clavó en ella. No contestó, pero deslizo su cuerpo a través del peldaño del porche, dejando sitio para que ella se sentara. Kate se acomodó junto a él, dibujando una sonrisa.
—William me ha dicho que has estado cuidando de mí estos días —dijo ella con la vista clavada en las copas de los árboles. Sobre ellas, el cielo finalmente había expulsado a las nubes dejando paso a las estrellas—. Gracias.
—No me las des. Él me pidió que lo hiciera —respondió sin ninguna emoción.
—Y harías cualquier cosa por él, ¿verdad? —preguntó, intuyendo lo importante que William era para él. Shane se limitó a asentir. Y ella añadió—: ¡Me diste un susto de muerte!
Shane la miró de soslayo. Allí, tan cerca, parecía más menuda y pálida que de costumbre.
—Fue divertido verte coger esa piedra —respondió él con una leve sonrisa.
—Para ti hubiera sido una caricia.
La expresión de Shane cambió, transformándose en una máscara oscura.
—Sufrías mucho. No fui capaz de quedarme mirando, por eso dejé que me vieras —admitió con gran esfuerzo.
—Así que no eres tan malo como intentas aparentar.
—No dejes que las apariencias te engañen, soy de todo menos bueno. Pregúntale a cualquiera —replicó esbozando una sonrisa traviesa.
—¿Tratas de impresionarme, Shane? —le preguntó entrando en su juego.
Él había bajado la guardia, abandonando su actitud fría y distante, y ahora estaba bromeando con ella. Frunció el ceño de forma inquisitiva, no iba a desperdiciar la oportunidad de intentar convertirse en su amiga. Shane se encogió de hombros con suficiencia, mientras una risa ronca surgía de su garganta.
—Pues te va a costar bastante superar todo lo que he visto hasta ahora —dijo ella con indiferencia.
De golpe, Shane se puso serio, se levantó muy despacio y clavó sus ojos brillantes como el oro líquido en los de Kate.
—¿Me estás retando? —susurró.
A Kate se le atragantaron las palabras, bajo aquel hermoso rostro percibió una naturaleza completamente salvaje. De repente, él saltó hacia atrás girando en el aire a la vez que cambiaba de forma. Se estiró, se contorsionó y aterrizó sobre sus cuatro patas, tensas por la fuerza de sus músculos. Muy despacio, volvió hasta ella, con la cabeza casi rozando el suelo y un gruñido condensándose en su garganta.
Se quedó paralizada y, de pronto, asustada frente al enorme lobo. Shane se detuvo a menos de un metro de ella. Su boca se curvó mostrando los dientes, pero no hubo gruñido, apenas un gemido contenido y un brillo chispeante en sus ojos. Kate lo miró de hito en hito, aquel presumido se estaba burlando de ella. Se dobló hacia delante con intención de quitarse el zapato y arrojárselo, cuando una figura salida de la nada se interpuso entre ellos.
—Shane Solomon, te aseguro que tú y yo vamos a tener más que palabras sobre esto —amenazó Marie con las manos en sus caderas, ceñidas por un precioso vestido de color morado que marcaba cada centímetro de su cuerpo perfecto.
El lobo dio media vuelta y con un ligero trote, que a Kate le pareció arrogante, se alejó hacia la arboleda.
Marie se sentó junto a Kate con una extraña sonrisa.
—Es como un Neandertal —dijo la vampira recostándose sobre los peldaños.
—Solo va de chico duro, pienso que en el fondo es muy dulce —respondió Kate.
—¿No crees que es muy guapo? —preguntó Marie como si no hubiera oído nada de lo que Kate había dicho.
—Sí, muy guapo… y también muy sexy —aventuró con intención, sin apartar los ojos de la expresión ensimismada de la vampira.
Marie se mordió el labio.
—Sí, y esos vaqueros le sentaban de maravilla —susurró con pena, observando los restos desperdigados de la ropa de Shane. Cruzó su mirada con Kate y ambas rompieron a reír a carcajadas.