De repente, el estruendo de un aleteo sobrevoló sus cabezas, decenas de pequeños pájaros asustados abandonaron la seguridad de los árboles y se alejaron emitiendo un sinfín de molestos graznidos. Lo mismo sucedía en todo el parque, y el cielo estrellado quedó oculto por una nube oscura y brillante que se movía con rapidez.
El cuerpo de William se tensó con un respingo y sus pupilas dilatadas se encogieron hasta transformarse en un pequeño punto oscuro en el azul de sus ojos. Podía oír a la perfección cómo se acercaban, a pesar de que sus pies casi no tocaban el suelo; caminando con el aire furtivo y sobrenatural de una criatura demoníaca. Se giró presa de la cólera y la hostilidad que latían en su pecho al rojo vivo. Sus ojos entornados sondearon la oscuridad. Poco a poco, una mujer y un hombre surgieron de la penumbra.
William agarró a Kate por el brazo y la apartó de los recién llegados, interponiéndose entre ellos. Notó cómo ella se pegaba a él de un modo instintivo.
—¿Qué ocurre? ¿Quién es? —preguntó Kate, contemplando a la hermosa mujer que acababa de aparecer.
Tenía una larga melena rubia que brillaba como si estuviera hecha de hilos de plata. Su pálida piel era hermosa y el óvalo de su rostro enmarcaba unas facciones perfectas. No podía apartar los ojos de ella, algo le parecía familiar en aquella mujer. De golpe, la luz iluminó su mente: se parecía a William, pero no como se parece un hijo a su padre o un hermano a su hermana. Ellos se parecían como un caucasiano a otro caucasiano o como un asiático a otro asiático. Ellos pertenecían a la misma… ¿raza?
«Escúchame, Kate —dijo William, aunque ni una sola palabra brotó de sus labios. Esta vez usó su poder y proyectó el pensamiento en la mente de ella. Nunca antes lo había hecho, pero una certeza en su interior le dijo que funcionaría—. Tienes que confiar en mí. Veas lo que veas, oigas lo que oigas, no te separes de mí. Si lo haces, te matarán».
Kate no contestó, pero pegó su cuerpo al de William como si quisiera fundirse con él. Un pánico descontrolado empezó a apoderarse de ella.
—Amelia —susurró William con una mirada mortífera.
Amelia clavó su mirada dorada y desdeñosa en él. Lo observó de pies a cabeza y un extraño brillo apareció en sus ojos.
—¡Hola, Will! Tengo que reconocer que los años te sientan bien, estás mucho más guapo, si eso es posible —dijo de forma sensual. Un siseo le hizo volver la cabeza, Andrew la reprendía con la mirada. Ella lo ignoró—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—No el suficiente —respondió William. Su rostro se había transformado en una máscara inescrutable.
Hubo un largo silencio mientras se miraban el uno al otro. William siempre se había preguntado cómo reaccionaría al volver a verla, cuáles serian sus sentimientos y si sería capaz de cumplir con su misión de matarla. Ahora todas esas preguntas tenían respuesta. No sentía nada, contemplaba aquel rostro que tantas veces había acariciado y besado, y no sentía nada; solo un odio profundo y el deseo frenético de atravesarle el pecho con una daga.
—Me rompes el corazón —se lamentó Amelia con fingido pesar y frunció sus labios dibujando una hermosa mueca—, creí que te alegrarías de verme.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó William entre dientes.
—Bueno, primero en avión —su voz sonó burlona y despreocupada—, después un largo camino en coche y luego…
William soltó un bufido de advertencia, no estaba para chistes malos. Podía sentir la calidez del cuerpo de Kate en su costado y el ligero temblor que la sacudía. Apretó los puños, cada vez más nervioso, y con el firme propósito de sacarla de allí ilesa.
Una sonrisa maliciosa curvó los labios de Amelia, la ira que emanaba de William la excitaba.
—¿Te refieres a cómo he pasado a través del cerco de tus perros? Creo que sobrestimas demasiado a esas bestias sin cerebro. —Posó sus ojos en Kate—. ¿No vas a presentarnos?
William se movió para ocultar un poco más a Kate tras su espalda.
—Déjala en paz, esto es entre tú y yo… —Hizo una pausa y sus pupilas se contrajeron como las de una pantera—. Y él —añadió con odio, clavando sus ojos en Andrew. Al verlos juntos, la teoría de que Amelia estuviera manejándolos hilos de todo lo acontecido comenzaba a cobrar solidez.
Andrew sonrió con suficiencia y arqueó las cejas despreocupado, tratando de no mostrar la inquietud que William le provocaba.
—¿Acaso no le has hablado de mí? —preguntó Amelia con un parpadeo inocente. Estiró un poco el cuello para ver el rostro de Kate y su expresión respondió a la pregunta. Dejó escapar una carcajada—. ¿Y de ti, le has hablado de ti, Will? —su voz era como el siseo de una serpiente—. Resulta irónico cómo la historia vuelve a repetirse, solo que esta vez voy a disfrutar de cada minuto.
Los ojos de Amelia se tiñeron de púrpura y unos colmillos afilados asomaron a través de sus labios entreabiertos.
—¡Sus ojos! —exclamó Kate con un hilo de voz, y el recuerdo de la noche en que William la había llevado al hospital acudió a su mente. No era una alucinación provocada por la fiebre, aquella noche William la había mirado a través de un mar de sangre. Dio un paso atrás, con el corazón latiendo violentamente. Podía sentir el peligro que emanaba de los extraños visitantes, el poder sobrenatural que los rodeaba. Estaban allí para hacerles daño.
«No te separes de mí o no podré protegerte», William proyectó el pensamiento en su mente.
—Mi nombre es Amelia Crain, y soy la esposa de William —dijo deleitándose con cada palabra, consciente del shock que estaba sufriendo la humana—. Y esto… —Se golpeó uno de los colmillos con la uña de su dedo índice— es la muestra de su amor. Me regaló una vida inmortal, ¿no te parece romántico?
Kate movió los labios para decir algo, pero las palabras se atascaron en su garganta. La información llegaba a su cerebro sin que tuviera tiempo de procesarla, arrastrándola a una pesadilla demasiado real.
—¡Ahora que lo pienso, nunca te di las gracias! —exclamó Amelia desviando su atención a William—. En el fondo me encanta lo que soy. El poder, la eterna juventud, el libre albedrío, la sangre… ¡la humana, por supuesto! —puntualizó con énfasis—. Son tan adictivos.
—Sangre… —murmuro Kate con el pánico haciendo estragos en su voz. Algo se agitó en su interior, cuando la comprensión se abrió paso en su cerebro.
Todo cobró sentido para ella. Miró a William y empezó a relacionar cada detalle. La piel pálida y fría, su actitud gélida y reservada, sus ojos rojos como la sangre y aquellas dos puntas afiladas que seguro escondía tras sus labios apretados; su fuerza, su velocidad, porque ningún hombre normal hubiera podido salvarla de caer al vacío en el mirador. William era un vampiro y, por más irreal que aquella idea le pareciera, sabía que era verdad.
—Todos sois vampiros —continuó con voz pastosa. Eso era lo que él trataba de decirle unos minutos antes, ese era el gran secreto que lo atormentaba y que iba a compartir con ella, alentado por la seguridad del amor incondicional que le había prometido.
«Sí», pensó William, y su voz sonó culpable y desesperada en el cerebro de Kate.
Una carcajada de satisfacción brotó de la garganta de Amelia.
—¡Pobrecita! En el fondo me das pena porque, aunque no lo creas, sé como te sientes. —Su sonrisa se transformó en una mueca de resentimiento, recordando el instante en el que descubrió la naturaleza de William—. Pero no te preocupes, ha llegado el momento de que él pague por sus actos. El problema es que no tengo muy claro cómo hacerlo. Dudo entre arrancarle la piel a tiras mientras lo obligo a mirar cómo te desangro, o mantenerlo vivo para que vea cómo te convierto en mi pequeña esclava vampira.
—Ni lo intentes, o te aseguro que estaréis muertos antes de tocarla —rugió William.
—¿A todos? —inquirió Amelia con burla. De repente tres vampiros surgieron de las sombras—. Ni siquiera tú eres tan fuerte.
William observó a los renegados que lo rodeaban, maldiciéndose a sí mismo por no haber estado más alerta. Ladeó la cabeza un poco y por el rabillo del ojo puedo ver a Kate.
«No dejaré que te hagan daño, te lo prometo».
Presa del pánico, Kate apenas podía mantenerse en pie. Y su miedo aumentó con una idea aterradora. No temía por su vida, sino por la de él. William no tenía posibilidad de vencer y sobrevivir a aquellos seres que parecían esculpidos en piedra, eran demasiados. Poco a poco, movió una mano temblorosa, no podía evitar sentir miedo, un miedo que le atenazaba la garganta, pero envolvió el puño de William con sus dedos. Estaba con él, y quería demostrárselo con aquel gesto.
William sintió la tibia mano de Kate sobre la suya, y cómo sus finos dedos la apretaban con fuerza. La sorpresa lo dejó sin habla. Abrió el puño y dejó que la pequeña mano resbalará dentro de la suya. Aquel gesto provocó en él una subida de adrenalina.
—Eso ya lo veremos —dijo William, y añadió—: Va siendo hora de poner las cosas en su sitio.
Inclinó la cabeza y tensó los hombros, como un tigre a punto de saltar. Levantó el labio superior dejando al descubierto sus colmillos y, sin soltar la mano de Kate, se preparó para luchar.
William vio cómo el renegado rubio con aspecto de vikingo, arremetía contra él. Tiró de la mano de Kate, haciéndola girar, a la vez que él mismo viraba dándole la espalda por completo al renegado. Aferró con el brazo el cuerpo de ella contra su pecho, y lanzó una fuerte patada hacia atrás que impactó en el pecho de su atacante. Volvió a girar y golpeó con el talón el rostro cobrizo de un segundo renegado. Flexionó las rodillas, tomó impulso y, con una rápida pirueta, saltó sobre la cabeza de Kate hasta caer entre ella y el tercer renegado que cargaba con rabia contra ellos, a tiempo de atizarle con el pie en el estómago.
Durante un par de minutos, el terrorífico baile continuó. Kate giraba de un lado a otro, empujada por los movimientos de William, que trataba desesperadamente de protegerla. De repente y sin saber cómo, se encontró rodando por el suelo. Pudo ver a William cayendo con dos de los proscritos sobre él, enredados en una maraña de golpes y mordiscos. Quiso gritar, pero una mano la cogió por la garganta y la alzó. Se encontró con la mirada de un vampiro rubio y su sonrisa maliciosa. Con la mano libre, el desterrado le ladeó la cabeza sin ningún cuidado, dejando expuesta la vena de su cuello. Kate cerró los ojos, sintiendo el frío aliento del vampiro sobre la piel. Sabía lo que iba a pasar y apretó los dientes hasta que rechinaron; no pensaba gritar.
—¡No! —gritó Amelia—. Ella es mía.
El renegado bufó y bajó a Kate hasta que sus pies tocaron el suelo, pero no la soltó.
Un destello rojo surgió de la oscuridad, a continuación, el sonido de la piel al rasgarse, el borboteo de la sangre y el aire escapando a través de la herida. Kate abrió los ojos y su mirada se cruzó con la del vampiro. Él no la veía, ya estaba muerto y su cabeza se descolgó hacia atrás. Entonces Kate se percató de que a su lado había una mujer pelirroja, con una mano alzada a la altura del rostro en la que sostenía una daga manchada de sangre y restos de piel. La mujer la miró a los ojos y después se fijó en su cuello, aún aprisionado. Con un rápido movimiento la soltó y dejó que el cadáver del vampiro se desplomara en el suelo.
—No te separes de mí —dijo a Kate. La agarró por la muñeca y la empujó tras ella. Alzó de nuevo la daga y la blandió en el aire, dispuesta a usarla—. ¡Agáchate!
Kate obedeció justo cuando el albino se lanzaba contra ellas con un grito de furia. Marie gruñó mostrando sus colmillos a la espera del embate, pero este no llegó. William había conseguido liberarse de los dos vampiros con los que luchaba, e interceptó a Andrew con un placaje que les hizo rodar por la hierba.
William sacudió la cabeza un par de veces para despejarse. Había conseguido colocarse entre los dos grupos. A su espalda Kate y Marie, frente a él, los renegados. Amelia no apartaba sus ojos de él, y sonreía. Era evidente que aquel juego la divertía y que iba alargarlo todo el tiempo posible.
—Debe ser mi noche de suerte, dos por el precio de uno —dijo Amelia con voz fría y controlada—. Marie. —Inclinó la cabeza a modo de saludo.
—Amelia —contestó Marie. Sus ojos centelleaban por el odio que sentía por la esposa de su hermano.
William lanzó una mirada interrogante y desconcertada a su hermana.
—Tuve un presentimiento —dijo Marie sin apenas mover los labios, justificando así su oportuna aparición.
—Un presentimiento que no servirá de nada. No tenéis ninguna posibilidad —indicó Amelia percibiendo una nueva presencia. Dos vampiros surgieron de las sombras y se situaron junto a sus compañeros.
—Llegáis tarde —los reprendió Andrew entre dientes.
—Estábamos ocupados —contesto uno de ellos con ironía, mientras se limpiaba con la manga los restos de sangre de su boca.
Amelia dio un par de pasos hacia William.
—Seis contra dos —señaló como si en el fondo le apenara aquella situación—. Venid con nosotros por propia voluntad y dejaré que la humana se vaya.
Una suave risa surgió de los labios de William.
—No —contestó sin más—. No pondrás un solo dedo en mi sangre.
Amelia apenas pudo disimular la sorpresa.
—Así que lo sabes —dijo con la cautela de un gato acechando.
—Tu esbirro tenía la lengua muy suelta, aunque solo lo nombró a él —dijo William, lanzando el cebo. Necesitaba asegurarse de si Amelia y el albino estaban detrás de todo.
—¿Él? —repitió ella con una punzada de temor.
—Él —replicó William señalando con su largo dedo a Andrew—. ¿Quién si no?
Amelia soltó con alivio el aire que contenía sus pulmones.
—Sí, ¿quién si no? —repitió en voz baja, aún con la duda de hasta qué punto sabía William sobre el suero y quiénes estaban detrás—. ¿Y qué más te dijo mi siervo? Es para poder cortarle la lengua por hablar demasiado.
William soltó muy despacio el aire que contenían sus pulmones. Ella acababa de reconocer que era el cerebro de aquella trama y, de algún modo, era lo que él esperaba. Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que le estaba mintiendo? ¿Por qué le parecía que en el fondo no sabía de qué le estaba hablando? Quería preguntarle por el vampiro inmune al sol, saber dónde lo había encontrado; pero una sospecha en su interior lo obligó a guardarse las preguntas. Se mantuvo en silencio.
Amelia ladeo la cabeza, mordiéndose el labio con aire seductor.
—La próxima vez seremos más selectivos —añadió ella. Hizo una pausa y dio otro par de pasos, ahora podía tocar a William con solo alargar la mano—. Lo cierto es que… ya no me interesa tu sangre, ni caminar bajo el sol. Estoy aquí por otro motivo.
William guardó silencio, la cercanía de Amelia comenzaba a afectarle. Tantos años persiguiéndola y ahora estaba allí, al alcance de su mano. Apretó con fuerza los dientes, controlando el deseo irrefrenable de lanzarse sobre ella y estrangularla. Debía ignorar cualquier sentimiento que nublara su juicio, si quería sacar de allí a Kate y Marie.
Amelia alargó una mano y acarició el rostro de William, sorprendida de que él no la rechazara. Lentamente deslizó el dedo por el contorno de su cuello y bajó hasta su pecho, deteniéndose a la altura del corazón. Volver a tocar su piel de esa forma, despertó un desconcertante hormigueo en su estómago.
—Ahora quiero esto —dijo ella, dándole un golpecito con el dedo—. Quiero a este traidor entre mis manos. —Se acercó aún más, hasta que su mejilla casi tocó la de él y, con lentitud, susurró a su oído—. Mi capricho es el que te ha mantenido vivo todo este tiempo. Disfrutaba sabiendo que me dedicabas hasta el último de tus pensamientos. Tu sufrimiento era mi felicidad. —Se separó de él y posó los ojos en sus labios—. Tu culpabilidad mi placer. Pero ahora eso ha cambiado. ¡Has estropeado nuestra gran historia de amor!
—¿Amor? Tú no conoces el significado de esa palabra —replicó William con desprecio.
—¡Por supuesto que lo conozco! ¿Por qué crees que hago esto? Para evitar que vuelvas a sufrir. Alejaré de ti la tentación sin pedirte nada a cambio, solo por amor —dijo en tono sarcástico, al tiempo que adoptaba una expresión inocente. Se alejó un poco más y lanzó una mirada furibunda a Kate.
—Estarás muerta antes de tocarla —dijo él.
—¿Quieres apostar? —lo retó. Su sonrisa se volvió engreída.
Los renegados se adelantaron y se colocaron junto a Amelia. Sus ojos del color de la sangre brillaban como teas ardientes, impacientes por recibir la orden que les permitiría acabar con la vida de su mayor cazador.
William se preparó, listo para el ataque.
De repente se oyó un estruendo, y el Range Rover plateado apareció a gran velocidad con parte del arco que daba entrada al parque colgando del parachoques delantero. Se detuvo con un fuerte frenazo a escasos centímetros de donde William se encontraba. Daniel, Carter, Evan y Jared descendieron del vehículo a la velocidad del rayo, ocupando posiciones junto a William, a la vez que Shane y Cassius surgían corriendo de la oscuridad.
Kate contemplaba la escena muerta de miedo. Se sentía como la persona del público a la que obligan a salir al escenario, para participar en un espectáculo de escapismo sufriendo claustrofobia. Vio que Marie se relajaba un poco y suspiraba aliviada, pero no entendía por qué. El enfrentamiento parecía complicarse cada vez más, ahora se había convertido en el comienzo de una batalla.
«Los Solomon también son vampiros», pensó de pronto. Su estómago se encogió con un doloroso espasmo. ¿Cuántos más habría fuera de allí? ¿Cuántos serían buenos como William y cuántos malos como Amelia? Se sintió mareada, ni siquiera sabía si había diferencia entre Amelia y William. Una voz grave y profunda la hizo salir del pozo en el que se habían convertido sus pensamientos.
—Llévate a Kate de aquí, nosotros nos encargaremos de este asunto —dijo Daniel a William, sus ojos amarillos ardían de furia.
William asintió, aceptando la sugerencia. No deseaba marcharse. Dejar a sus amigos librando su batalla era de cobardes, pero su prioridad era que ella estuviera a salvo, lo había prometido.
—Nadie se moverá de aquí —masculló Andrew, dando un paso adelante.
—Vamos, Daniel, ¿de verdad vas a sacrificar la vida de tus hijos por ellos? A la chica seguro que ni la conoces —intervino Amelia con frialdad.
—A ti tampoco, Amelia, pero hubo un tiempo en el que sacrifiqué a mi familia por ti —contestó Daniel.
Amelia no dijo nada. Vagos recuerdos de la fatídica noche acudieron a su mente, retazos de conversaciones que llegaban a sus oídos mientras se retorcía de dolor, postrada en aquella cama, sintiendo cómo su cuerpo se consumía por un fuego abrasador hasta morir.
—No te debo nada —escupió ella.
—Tanta conversación me está dando dolor de cabeza —dijo uno de los vampiros recién llegados—. ¡Divirtámonos un rato! —Un ronroneo impaciente surgió de su garganta y curvó los labios dejando a la vista los colmillos. Iba a atacar.
Shane reaccionó al aviso y, con un gruñido que paralizó el corazón de Kate, rasgó su camisa y comenzó a transformarse. Cassius lo siguió. Un segundo después, dos lobos descomunales flanqueaban la línea de William lanzando dentelladas al aire.
Kate apartó la vista y se llevó las manos a la boca sofocando un grito. La cabeza le daba vueltas y, por un terrible y escalofriante momento, pensó que su corazón iba a estallar. «Puedo con esto, puedo con esto», se repetía sin cesar. Volvió a mirar. A pesar del miedo, una curiosidad morbosa la obligaba a contemplar la escena. No podía apartar los ojos del lobo blanco y sintió que se ruborizaba. Había estado sobre sus rodillas, acariciándolo. Pero no era un animal, y estaba segura de que ese encuentro no había sido fortuito.
Un aullido sonó a lo lejos, seguido de otro un poco más cerca. Los renegados comenzaron a inquietarse, lanzando miradas a su alrededor.
Amelia permanecía inmóvil, sus ojos entornados evaluaban la situación. Apretó los labios tratando de controlar su ira, furiosa porque nada estaba saliendo como ella deseaba. Su mente trabajaba al límite, sopesando las posibilidades de victoria si había un enfrentamiento en ese momento. No hacía falta ser un buen estratega para darse cuenta de que estaba en desventaja. Seis licántropos, sin contar los que estuvieran en camino, Marie y William, que parecía haberse vuelto más fuerte y rápido que cualquier vampiro que hubiera conocido. No tenía posibilidades de vencerlos, no esa noche.
—¡Quemaré este pueblo con todos vosotros dentro, os lo aseguro! —advirtió Amelia a sus oponentes.
Sus palabras, impregnadas de odio y rencor, llegaron a cada uno de ellos con total claridad, a pesar de que solo las había susurrado. Con un movimiento inesperado, dio media vuelta y huyó, seguida del resto de proscritos.
Cassius y Shane se lanzaron tras ellos, pero Daniel los detuvo.
—¡Dejad que se marchen! —dijo con los ojos fijos en la oscuridad—. Ésta no es la noche ni el lugar para este conflicto. —Se giró hacia William—. ¿Estás bien?
—Sí —contestó el vampiro con una leve sonrisa de alivio—. Gracias, pero… ¿Cómo supiste…?
—Agradéceselo a tu hermana. Nos sacó de la casa a rastras, gritando que algo malo te ocurría. Hasta que no llegué aquí, no tenía ni idea de lo que pasaba. Me cuesta creer que Amelia haya aparecido después de tanto tiempo, pero lo que me parece aún más increíble… ¡Es cómo diablos ha llegado hasta aquí, con todas nuestras medidas de seguridad! —señaló enfadado, mientras recorría una a una las caras de su manada.
Los licántropos bajaron la cabeza avergonzados.
William apenas oyó el comentario de Daniel, sus ojos buscaban con ansiedad a Kate. Marie la mantenía abrazada. Corrió hasta ellas.
—¿Estás bien? ¿Estás herida? —preguntó cuando llegó a su lado.
Kate negó con la cabeza, se sentía aturdida, con todos sus sentidos abotargados.
—Solo está asustada —contestó Marie sin soltarla, temiendo que, si lo hacía, pudiera desplomarse.
—Gracias —dijo William a su hermana.
Ella le dedicó una sonrisa.
—Debemos marcharnos —señaló Marie alertada por el sonido de unas sirenas.
William condujo por la carretera a gran velocidad, con todos sus sentidos alerta. El rítmico golpeteo de sus dedos sobre el volante manifestaba la impaciencia que crecía en su interior. La preocupación por Kate lo estaba ahogando. Ella no había dicho una sola palabra, permanecía inmóvil como una estatua, contemplando fijamente sus manos salpicadas por la sangre del vampiro que había intentado matarla. Estaba muy pálida y su cuerpo temblaba sin parar. William tuvo el deseo de abrazarla, de protegerla bajo su brazo, pero ni siquiera lo intentó. La duda de si ella se lo permitiría le impedía dar el paso.
Aparcó frente a la casa y sondeó la oscuridad con atención. Saltó fuera del vehículo y corrió para abrirle la puerta a Kate. Casi la arrastró hasta el porche, cruzó la entrada principal tras ella, sin dejar de mirar atrás. La casa estaba a oscuras y en silencio. Esa mañana, por precaución, Jerome se había marchado con Rachel, Keyla y los niños a Eire, Pennsylvania, donde Rachel tenía familia.
William olfateó el aire, no había nada extraño que indicara la presencia de algún intruso. Atravesaron rápidamente el vestíbulo y subieron la escalera. La guió hasta su habitación, sumidos en un incómodo silencio. Una vez dentro, cogió una toalla limpia y hurgó sin pudor en la maleta de Marie, buscando algo de ropa. Encontró un pantalón corto y una blusa de seda y encaje, era lo más sencillo y discreto que había entre el montón de vestidos de firma que Marie acostumbraba llevar. Se giró y, con paso vacilante, se acercó a ella.
—Es de mi hermana, pero creo que te estará bien.
—Gracias —susurró Kate, mirándose los pies mientras se abrazaba los codos.
Sin levantar la mirada del suelo, cogió la ropa y se encaminó al cuarto de baño cerrando la puerta tras ella. Se recostó contra la madera y suspiró con ganas de echarse a llorar. Perdida y confundida, necesitaba recomponer los miles de pedazos a los que había quedado reducida su mente.
Se acercó al espejo y observó su rostro. Tenía la barbilla y la garganta salpicadas de sangre, y mucha más en el pecho y en la ropa. Poco a poco se fue desvistiendo y entró en la ducha, dejando que el agua caliente la empapara. Giró sobre sí misma un par de veces, moviendo el cuerpo para que el chorro de agua masajeara por igual sus hombros y espalda. Se apoyó contra los azulejos y muy despacio se fue deslizando hacia abajo hasta quedar sentada.
Se abrazó las rodillas y cerró los ojos, los nervios estaban haciendo estragos en ella. Todo lo ocurrido en la última hora parecía un mal sueño, pero ella sabía que no lo era. Ni estaba loca, ni tenía una imaginación desbordante, ni siquiera consumía sustancias a las que echar la culpa de sus alucinaciones. Todo era real, había ocurrido, y ellos eran… no podía creerlo. El mundo se abalanzó sobre ella como una tormenta en el océano, y acabó llorando bajo el agua hasta que se le agotaron las lágrimas.
Se vistió, sintiéndose algo incómoda con aquellas prendas tan ligeras, estuvo tentada de ponerse una toalla sobre los hombros. Al final abandonó la idea, preocuparse por aquella tontería, con todo lo que estaba sucediendo, le parecía ridículo.
Cuando terminó de cepillarse el pelo, se plantó frente a la puerta y alargó la mano hacia el picaporte, sin atreverse a tocarlo. Con solo pensar que William estaba al otro lado, el corazón se le desbocaba con una mezcla de miedo y excitación. Era un vampiro, lo había visto con sus propios ojos y aún le costaba creerlo. Pero lo que de verdad la desconcertaba era que, en el fondo, le daba igual lo que él fuera, incluso si estaba loco. Porque lo que no podía imaginar, era su mundo sin él.
Se llevó una mano al pecho, como si así pudiera frenar el ritmo de su corazón. Inspiró hondo y, sin pensarlo más, volvió a la habitación.
William estaba sentado sobre la cama, de espaldas al cuarto de baño, inclinado hacia delante con los brazos descansando sobre los muslos. Kate no podía ver su rostro pero, por la tensión de sus hombros, supo que él tampoco se encontraba muy cómodo en aquella situación.
Lo observó unos instantes. Ahora que sabía lo que él era, los detalles que le hacían diferente a los humanos eran más evidentes. Una parte de ella deseaba salir corriendo, huir de él y de lo que representaba; pero otra se resistía a separarse, por muy peligrosa que resultara su compañía.
—Está bien, estoy preparada —dijo Kate, reuniendo todo el valor que pudo.
William enderezó la espalda y giró el rostro para mirarla fijamente. No dijo nada, pero su expresión dejaba claro que no entendía a qué se refería Kate.
—Ahí es donde se interrumpió nuestra conversación. Ahora quiero terminarla —aclaró, tragando saliva. William se levantó, estaban frente a frente con la cama separándolos. Su nerviosismo aumentó y tuvo la sensación de que el latido de su corazón podía escucharse en todos los rincones de la casa—. Bien, ¿cuál es tu secreto?
William la miró con los ojos entornados y no pudo evitar recorrerla de arriba abajo. Estaba tan hermosa que afectaba a su control.
—Has podido verlo por ti misma —respondió.
—Quiero oírtelo decir. Para que no haya malos entendidos y pueda dejar de pensar que he perdido el juicio —replicó. Él seguía observándola, con aquella mirada fría y distante que la hacia sentirse tan insegura—. ¡Me lo debes! —su voz sonó firme y autoritaria, a pesar de que por dentro estaba a punto de desmoronarse.
—Soy un vampiro —dijo sin apartar su mirada gélida de la de ella.
—¿Y qué son los Solomon?
—Licántropos.
—¿Quieres decir que son… hombres-lobo?
William asintió, todo en él era desafiante: el hielo de sus ojos, la tensión de su cuerpo, la enorme sombra que proyectaba sobre ella.
—¿Cuántos años tienes?
—Nací en 1838.
—Eso son… —trató de calcular mentalmente, pero los nervios no la dejaban pensar.
—Ciento setenta y cuatro —dijo William, adivinando su pensamiento.
Kate se puso pálida y sus ojos se abrieron como platos.
—¿Siempre has sido así?
—No, el día que cumplía diecinueve años, un grupo de vampiros atacó a mi familia. Uno de ellos nos mordió a mi hermana y a mí.
—¿La chica pelirroja?
William asintió.
—Se llama Marie.
Kate se sentía cada vez más aturdida. Avanzó hasta la cama y se sentó en el borde, consciente de que él no dejaba de mirarla.
—¿Te alimentas de personas, bebes su sangre? —inquirió sin poder evitar que su voz reflejara repulsión.
—No de la forma que estás imaginando —contestó con una amarga frialdad, sintiendo asco de sí mismo cuando ella se encogió ante el sonido de su voz—. Si tienes dinero, no es difícil conseguirla: centros de donantes, laboratorios… Investigamos la sangre clonada para autoabastecernos en un futuro. Pero la de los animales también sirve, al menos para mantenerme vivo.
De repente sintió la garganta seca, no se había dado cuenta de lo sediento que estaba hasta que había nombrado la sangre.
—¿Has mordido a alguien? —preguntó ella con voz temblorosa.
—Sí, una sola vez.
—¿A quién?
—La conociste en el parque —contestó con voz cansada.
Kate pensó en Amelia, la esposa de William, y esa idea le provocó un dolor intenso en el pecho. Reconoció inmediatamente la punzada de los celos, y la curiosidad se adueñó de ella. Quería saber, anhelaba saber, debía saber. De repente se dio cuenta de un detalle.
—¡El de la fotografía eras tú! —exclamó.
—Sí —respondió sin más.
Kate escondió el rostro entre las manos, después las deslizó por su pelo y lo recogió por detrás de las orejas. Suspiró con angustia.
—Yo… necesito conocerte, saber cosas sobre ti, tu vida. Sino… no crea que pueda con todo esto.
William se quedó de piedra. Llevaba toda la noche aguardando el momento en el que ella saldría corriendo y gritando aterrada, suplicándole que no volviera a acercarse a ella; pero que le preguntara por su vida era algo que no esperaba.
Kate interpretó su silencio y su sorpresa como una negación; y continuó hablando en tono suplicante, con las lágrimas brillando en sus pestañas.
—Tengo que saber. ¡No puedo comprender todo esto así, sin más!
William seguía de pie, inmóvil, sin dejar de mirarla. Tenía el rostro tenso y marcado por unas grandes ojeras. Los suaves sonidos de la noche llegaban con claridad hasta sus oídos: las voces de los grillos, pequeños ratones, aves nocturnas moviéndose entre los árboles, y varias presencias que erizaban su piel por puro instinto. Se acercó a la ventana y observó. Ningún ojo humano hubiera podido verlos, pero para él eran tan claros como el día. Reconoció a dos de los licántropos que había conocido en Boston y aquello lo reconfortó; Samuel había regresado.
—¿Por dónde quieres que empiece? —preguntó sin ninguna emoción.
—Por el principio —indicó ella mientras los latidos de su corazón se intensificaban.
Tras una larga pausa, William comenzó a hablar. Le habló de su madre, de Sebastian y de sus hermanos. Le hablo de su vida en Londres junto a ellos y de cómo había conocido a Amelia. Mientras tanto, Kate escuchaba con atención, impresionada por aquel relato de otra época.
—Era el día de Nochevieja —dijo William—. Yo había pasado toda la noche y parte de la mañana reuniendo el valor suficiente para pedirle a Amelia que se convirtiera en mi esposa. Cuando esa misma tarde se lo propuse ella aceptó sin dudar. Regresé a casa deseando darle la buena noticia a mi familia, y pensé que sería mejor hacerlo durante la cena, la última cena del año. No tuve tiempo. Atacaron la casa, cogiéndonos desprevenidos.
»No recuerdo nada de lo que ocurrió después. Solo que, cuando desperté, estaba tumbado en una cama al lado de mi hermana. Mi madre rezaba junto a nosotros sujetando nuestras manos, y mi padre nos susurraba palabras de ánimo. Recuerdo el dolor, el más intenso que puedas imaginar, duró días y, cada minuto que pasaba, yo suplicaba que acabaran con mi vida. Un día el dolor desapareció, pero lo que sentí después fue aún peor, mucho más horrible. Una sed que me quemaba las entrañas. Mi padre me ayudó a controlarla y también a controlar mis nuevos instintos…
Kate escuchaba en silencio, pero su cabeza hervía con decenas de preguntas que iban surgiendo conforme él avanzaba en la historia, aunque no se atrevió a interrumpirlo.
—Acepté mi naturaleza sin mucho dramatismo —continuó con voz ronca—. Lo que no podía aceptar, era pasar el resto de mi vida sin Amelia. Entonces ocurrió un milagro, o al menos eso creen los miembros de mi linaje. Me habían prohibido salir del palacio hasta que estuvieran seguros de que yo no era un riesgo para los humanos. Los iniciados son muy peligrosos e inestables —aclaró en voz baja—. Hacía semanas que no veía a Amelia y una noche me escapé, me escondí en una ventana y estuve durante horas observándola mientras dormía.
»Antes de que me diera cuenta, el amanecer me sorprendió. Sentí un miedo atroz cuando el primer rayo de sol tocó mi piel, seguro de que iba a morir y que mi muerte iba a ser horrible; pero no ocurrió nada. Ni hubo dolor, ni hubo llamas. Descubrí que el sol no me afectaba, solo un ligero escozor y algo de debilidad.
Kate tragó saliva mientras unía cabos.
—¿Quieres decir que eres el único vampiro inmune al sol? —preguntó, sorprendida. Ni siquiera se había planteado que los tópicos sobre vampiros pudieran ser ciertos.
—Sí, y no solo en eso soy diferente a ellos.
—¿Y sabes por qué?
—No, nadie lo sabe, pero mi gente lo interpretó como una señal, una promesa: creen que, si mantenemos nuestro sacrificio, podremos dejar la oscuridad y vivir bajo la luz. —Hizo una pausa y una risa irónica escapó de su garganta—. Yo solo veía la oportunidad de volver junto a Amelia. Unos meses después nos casamos. Durante dos años fingí ser humano, y debí hacerlo bien porque ella nunca sospechó nada. En todo ese tiempo hubo muchas veces en las que quise decirle la verdad, nunca me atreví. Creo que, en el fondo, sabía lo que pasaría… lo que pasó. —Sacudió la cabeza, como si así pudiera expulsar la verdad de esas palabras.
Kate lo observaba desde la cama, sin atreverse a mover un dedo. Se sentía extraña, con una mezcla de horror y pena que la sobrecogía.
—Una noche, los acontecimientos se precipitaron —continuó él con aspereza, y sus hombros volvieron a tensarse—. Unos renegados me encontraron por casualidad…
—¿Renegados?
—Los malos de esta historia —aclaró sin más detalles.
Kate asintió con un gesto.
—Continúa, por favor —dijo a William.
—Entraron en la casa con la intención de asesinarme. Sabían que eso causaría un daño irreparable a mi padre, pero antes quisieron divertirse y jugaron con nosotros de la forma más cruel que puedas imaginar. Así fue como Amelia descubrió que yo era un vampiro. No pudo soportarlo, lo vi a través de sus ojos: el miedo, el desprecio, la condena. Me veía como algo abominable y huyó de casa —dijo con voz distorsionada. Tragó saliva para aflojar el nudo que tenía en la garganta, y continuó en un murmullo—. Vivíamos cerca de unos acantilados, no sé por qué lo hizo, pero corrió hasta allí. Cuando pude sacarla del agua ya estaba agonizando, su vida se escapaba entre mis brazos y creí que no podría soportar el perderla. Y, a pesar de que ella me suplicó que no lo hiciera, la convertí.
»No me lo perdonó. Ese mismo día aprovechó un descuido y huyó. La he buscado durante años, al principio porque quería recuperarla, después porque debía matarla. —Un gemido de espanto escapó de los labios de Kate. William la miró un instante y volvió a contemplar la ventana—. Amelia se convirtió en una asesina implacable sin ninguna conciencia. No sé cuántos humanos habrán muerto entre sus brazos, pero te aseguro que son muchos. A otros los ha convertido en vampiros, igual de despiadados que ella. —Su voz se había vuelto tan fría como el hielo y en ella había desprecio hacia sí mismo—. ¡Y yo soy el único responsable de toda esa atrocidad! —Se giró hacia ella con un fuerte sentimiento de rabia—. ¿Sabes ya suficiente?