William deseó ser mortal y poder sumergirse en un sueño que le hiciera olvidar el dolor que sentía. No dejaba de oír la voz de Kate diciéndole que lo amaba y, después, gritándole que se marchara con una agonía terrible dibujada en el rostro. Contempló su reflejo en el cristal de la ventanilla, y sus ojos, ahora oscuros y vacíos, le devolvieron la mirada con tristeza. Tenía la certeza de que jamás se recuperaría de ese golpe. Había sido un estúpido permaneciendo en aquel maldito pueblo, consciente de lo que estaba arriesgando.
Para colmo, había descubierto que, al menos, había otro vampiro como él, especial; odiaba aquella palabra con todas sus fuerzas.
El destello de unos faros en el retrovisor lo distrajeron de sus pensamientos. Observó con atención cómo las dos luces se aproximaban a gran velocidad hasta colocarse a escasos centímetros del parachoques trasero del Porsche. Una rápida maniobra y el coche se situó juntó a él, ocupando la mayor parte de la estrecha carretera. Todos sus sentidos se pusieron en alerta, y trató de mantenerse dentro del asfalto sin apartar los ojos del llamativo Aston Martin de cristales tintados. El nuevo vehículo aceleró a fondo con un sonoro chirriar de ruedas, se colocó delante y frenó de golpe, obligándolo a detenerse.
William bajó del coche sin ninguna cautela, en aquel momento no le importaba nada de lo que pudiera ocurrirle.
La puerta del Aston Martin se abrió y una mujer descendió de él con elegantes movimientos.
—¡Sorpresa! —gritó con una voz tan dulce y tintineante como miles de cristalitos chocando entre sí.
Los ojos de William se abrieron como platos, incapaz de dar crédito a lo que veía. La vida regresó en parte a su cuerpo.
—¡Marie! ¿Qué estás haciendo aquí?
Marie corrió hacia él con su larga melena pelirroja flotando sobre la espalda, y saltó a sus brazos con una gracia felina.
—¡Hola, hermanito! —dijo, rodeándole con sus brazos el cuello.
William la abrazó con fuerza y escondió su rostro en el hueco de su cuello.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué estás aquí?
—Tenía un mal presentimiento —susurró junto a su oído—. Llevo días con una vocecita en mi cabeza que no deja de repetirme que me necesitas. —Lo empujó suavemente, tratando de aflojar el abrazo, lo justo para contemplar su rostro—. Y ya veo que estaba en lo cierto, pareces un fantasma. ¿Cuánto hace que no te alimentas? —preguntó. Él no contestó y se limitó a mirarla con una gran sonrisa. Lo cogió de la mano y lo arrastró hacia la espesa maleza—. Vamos, por aquí debe de haber algo más que ardillas.
Horas después, una tenue luminosidad comenzaba a intuirse por el este. Durante la noche el cielo había vuelto a cubrirse de nubes, y ahora amenazaban con descargar una fina llovizna.
William, tumbado boca arriba sobre la hierba, contemplaba cómo unos pajaritos saltaban de un lado a otro de un frondoso arbusto, picoteando con afán las flores amarillas que lo cubrían. Había recuperado las fuerzas después de alimentarse, y sus sentidos estaban atentos y despiertos a cuanto le rodeaba. Sintió una gota resbalar por la frente, y después otra en la mejilla. Bajó los ojos hacia sus pies y observó la espesa melena de Marie descansando sobre su vientre, la nariz respingona que sobresalía de su hermoso perfil y los hoyuelos que formaban su eterna sonrisa.
—¿Cuándo piensas contármelo? —preguntó ella de repente.
—No hay nada que contar —respondió.
—Nunca se te ha dado bien mentirme.
—Deberíamos marcharnos, pronto amanecerá.
Marie se incorporó un poco y apoyó el codo sobre la hierba. Miró con atención el rostro de su hermano; a pesar de la oscuridad, distinguía perfectamente cada línea y cada sombra. Arqueó las cejas.
—Puedo ver a través de ti como lo haría a través de un cristal —dijo muy seria—. Y aún tenemos unos minutos.
William le dio un toquecito cariñoso en la nariz y alzó los ojos al cielo, suspirando.
—He conocido a alguien, una humana. —Hizo una pausa, pero Marie no dijo nada, así que continuó. Le habló de Kate, de lo hermosa y perfecta que era, y de lo irresistiblemente tentadora que le resultaba su sangre. Le habló de los sentimientos que había despertado en él. Los más profundos e intensos que jamás había experimentado, y que hacían que se sintiera más culpable aún respecto a Amelia. Le habló de su último encuentro, de cómo había tocado el cielo con las manos cuando le dijo que lo amaba, y cómo deseó la muerte cuando la hizo sufrir al rechazarla.
Marie escuchó en silencio sin ni siquiera moverse, dejando que William descargara de su corazón toda su agonía.
—¡Eres insufrible! —dijo ella exasperada. Se levantó con un movimiento rápido y felino, y unas ganas terribles de patear a su hermano.
—¿Qué? —replicó sorprendido.
—¡Que eres un completo idiota! —dijo mientras sacudía las briznas de hierba de su vestido y echaba a andar.
—¿Y ya está? ¿No piensas decir nada, solo me insultas? —repuso William caminando tras ella.
—No pienso abrir la boca. —Se giró—. Porque tú esperas que diga lo que quieres oír y no voy a hacer eso —fue su tranquila respuesta y continuó andando.
—Quiero saber lo que piensas, siempre me ha importado tu opinión.
Marie se detuvo y giró sobre sus talones. Sus ojos dorados evaluaron a su hermano, considerando si debía continuar con aquella conversación o no.
—Está bien. Creo que deberías ser egoísta, el ser más egoísta de este mundo, y hacer por una sola vez lo que de verdad deseas.
—Eso no sería justo para ella —dijo él en un tono bajo y hosco. Desvió la vista, incómodo por la mirada de Marie, una mirada que parecía colarse a través de cada agujero de su mente.
—De alguna forma… sí que lo es. —Sonrió—. Ella también consigue lo que desea, que es estar contigo.
—Jamás funcionaría —masculló William y comenzó a caminar de nuevo.
—¿Por qué? Porque ella es humana y tú un vampiro —dijo Marie tras él en tono burlón. William no contestó pero su silencio significaba un sí rotundo—. ¿Y qué pasa con tu madre? Ella era humana, y Sebastian…
—No es comparable —la interrumpió sin poder disimular la ansiedad que le provocaba aquella conversación.
—¿Por qué? —preguntó Marie. Saltaba tras él entre la maleza, tratando de no perder el ritmo apresurado que su hermano marcaba.
William abrió la boca para decir algo, pero no encontraba palabras para explicarse, de hecho, no tenía ninguna explicación sólida más allá de sus propios miedos.
—Justo lo que yo pensaba —replicó Marie con suficiencia, mientras jugaba con uno de sus rizos.
William se detuvo.
—Suéltalo —dijo el vampiro con las manos en las caderas. Estaba demasiado cansado, hastiado de aquella lucha interior que no cesaba, y quizá Marie tuviera la solución.
—Tú eres el problema. Todo comienza y termina en ti —le recriminó ella. Se apoyó en su espalda y le rodeó con los brazos la cintura—. No tienes miedo de que pueda sufrir, porque sufrirá contigo o sin ti, así es la vida. —Hizo una pausa y suspiró—. Tienes miedo de ser tú el que sufra, y no eres consciente de que ya estás soportando más de lo que deberías. —Notó cómo el cuerpo de William se tensaba entre sus brazos—. Cuando Amelia supo quién eras en realidad, ¿qué fue lo que viste en su rostro que tan infeliz te hizo?
Las manos de William se cerraron violentamente de un modo reflejo.
—Me miró como si fuera un animal, la peor de las bestias. No te haces una idea de lo que es verte como un monstruo a través de los ojos de alguien a quien amas —reconoció por primera vez—. Dejé de sentirme humano aquella noche.
Marie sintió una ira profunda hacia la que había sido la esposa de su hermano, no podía soportar el dolor que percibía en él ante ese recuerdo.
—Y temes que, algún día, esa chica pueda mirarte así —intervino ella abrazándolo más fuerte, presionando su mejilla contra su espalda.
—No podría soportarlo, de Kate no —confesó por fin. Ese era su miedo, no podría soportar que ella lo considerara un monstruo.
—Amelia es menos que nada, es ponzoña que corrompe todo lo que toca. No permitas que esa serpiente te siga manipulando —susurró y lo estrechó de forma protectora.
—Ella ya no tiene ningún poder sobre mí —aseguró, girando sobre sí mismo para quedar frente a Marie.
—¿De verdad? ¿Estás seguro de eso? —lo cuestionó con la mirada puesta en aquellos ojos azules que asentían convencidos—. Demuéstralo. Busca a esa chica y dale una oportunidad.
William contempló con detenimiento el rostro de su hermana. Marie tenía un extraño poder sobre él, conseguía crear luz donde él solo veía oscuridad. Y se rindió, sintió cómo los muros que lo contenían se iban derrumbando. Kate lo amaba, se lo había dicho esa misma noche y, por encima de todo, Kate no era Amelia. Ella era hermosa por dentro y por fuera. Una luz que alejaba las tinieblas de su alma, porque con ella cerca, sentía que volvía a tener alma. Un pequeño punto comenzó a arder en su interior, una llama de esperanza. Y en ese mismo instante, cortó las cadenas que lo mantenían atado al fantasma de Amelia.
A pesar de su determinación, su rostro se endureció con un rictus de amargura. Había sido muy duro con Kate, la había herido para que se alejara de él.
—Ya es tarde, no querrá volver a verme —susurró él con una expresión desesperada—. He sido muy duro con ella.
—Eres un cobarde —dijo Marie, dándole un empujón.
—Marie, mi paciencia tiene un límite —gruñó.
—Al igual que tu tiempo. Puede que tú seas eterno, pero ella no —le espetó de mala gana. La actitud de William la exasperaba—. Cobarde, cobarde, cobarde, cobarde… —repitió sacando la lengua con burla.
William sacudió la cabeza y sus ojos se tiñeron de rojo.
—Tú te lo has buscado —replicó con una sonrisa maliciosa.
William se abalanzó sobre su hermana, pero Marie fue más rápida y saltó en el aire sin esfuerzo. Se agarró a una de las ramas del viejo roble que se alzaba sobre ella, se balanceó y, saltando por encima de su hermano, aterrizó en la hierba. Comenzó a correr, saltando por encima de los arbustos con la agilidad de una gacela. William la perseguía divertido y, durante unos minutos, creyó encontrarse en otra época y en otro lugar, cuando sus corazones aún latían y el contacto de su piel era cálido.
De pronto, Marie se detuvo, bufó y arqueó la espalda dispuesta a atacar. Un gruñido amenazador llegó hasta William.
—¡No, no, no! —gritó él mientras corría como el viento. Saltó sobre Marie y aterrizó entre ella y el enorme lobo blanco que la amenazaba mostrando unos dientes afilados—. ¡No, Shane, es Marie, mi hermana! —gritó William.
El lobo se quedó inmóvil y sus ojos se abrieron de par en par. Inmediatamente, su cuerpo comenzó a convulsionarse, recuperando la forma humana.
—Lo siento —se disculpó con William en cuanto pudo hablar—. Creí que era uno de esos chupasan… Perdona, no pretendía ofenderte… —se dirigió a Marie con una mueca de pesar.
—No pasa nada —respondió ella desviando la mirada. El licántropo estaba desnudo y no parecía ser consciente de ello.
William se quitó la camiseta y se la ofreció a Shane.
—Ten, cúbrete —dijo con cierta incomodidad por la sonrisa tonta que se había dibujado en el rostro de su hermana.
—Llevo toda la noche buscándote —comentó Shane, tapándose con la prenda a modo de pareo—. Encontré tu coche junto a un deportivo de color gris aparcado en la cuneta. —Marie levantó un dedo dando a entender que el coche era suyo—. Y me preocupé —indicó sin apartar la vista de la vampira.
—Estoy bien, mejor que bien con Marie aquí —dijo William rodeando con el brazo la cintura de su hermana—. Bueno, creo que debería presentaros de forma correcta —observó—. Shane, te presento a Marie, mi hermana. —Dibujó una sonrisa en la que concentró todo el amor que sentía por ella, y la besó en la sien—. Marie, él es Shane Solomon, el sobrino de Daniel —dijo en un tono que denotaba un profundo respeto.
Shane dio un paso hacia Marie y le tendió la mano que tenía libre. Ella se la estrechó con una sonrisa, y un pequeño estremecimiento los recorrió a ambos. El contacto de la piel fría de Marie contrastaba en exceso con la piel caliente de Shane.
—Tienes algo aquí —dijo él, señalando la comisura de los labios de la vampira.
Una pequeña gota de sangre destacaba sobre su pálido rostro. Marie se limpio con timidez, algo turbada por la mirada penetrante del licántropo, y desvió sus ojos hacia William.
—Tengo que marcharme. Y vosotros deberíais salir de aquí, estamos rastreando el perímetro en busca de más renegados y el olor de tu hermana puede interferir —dijo Shane a William. Elevó el rostro hacia el cielo y una fina lluvia comenzó a caer.
—¿Renegados aquí? ¿Vais a contarme qué está pasando? —preguntó Marie preocupada. William apartó la vista—. ¡William! —su tono era apremiante a la vez que reprobatorio.
—Ven —dijo él, cogiéndola de la mano—. Tenemos que hablar.
El sol comenzó a ponerse y el calor sofocante de la tarde estaba dando paso a una noche algo más fresca. La luz del crepúsculo teñía todo el entorno de un naranja intenso, transformando el paisaje en un cuadro de sombras extrañas.
William contempló a través de la ventana cómo la ardiente y dorada esfera se ocultaba tras las montañas. La puerta se abrió y Daniel entró en el estudio con aspecto cansado.
—Samuel estará aquí antes del amanecer, un grupo de Cazadores vendrá con él —dijo Daniel apoyándose sobre el escritorio. Se frotó la mandíbula—. Y Cassius y sus hermanos ya están vigilando los alrededores; quien intente llegar hasta ti, lo va a tener muy difícil.
—Te agradezco todo lo que estás haciendo, sobre todo ahora que Marie está aquí. No quiero que corra ningún peligro.
—Somos hermanos, sabes que haría cualquier cosa por ti —dijo con sinceridad.
—Y yo por ti —respondió William, colocando su mano sobre el hombro de Daniel. El licántropo respondió con el mismo gesto y le dio un ligero apretón—. Por ahora no debe saberse lo de ese vampiro. No quiero que Marie, ni nadie, averigüe que hay otro como yo. Quedará ente nosotros.
—Tranquilo, nadie dirá nada. Marie seguirá creyendo que se trata solo de renegados. Yo también creo que es lo mejor, pero te juro que voy a remover cielo y tierra para encontrarlo. Conseguiremos respuestas.
—Va siendo hora de saber quién soy, y ese tipo parecía saberlo.
Daniel asintió con una expresión feroz en el rostro. Nadie pondría una mano sobre William si él podía evitarlo.
—Hay un asunto que debemos tratar —indicó Daniel un poco vacilante—. Tenemos que hablar de Kate, esa chica ya no está segura entre los de su especie —prosiguió, mirando a William con cierta aprensión.
William se pasó la mano por la cara y suspiró con amargura.
—Lo sé, y me odio por haberla colocado en esa situación.
Volvió a la ventana y buscó las primeras estrellas de la noche. Ya faltaba poco y el nerviosismo empezaba a apoderarse de él.
—Me preocupan las decisiones que puedas tomar, y cómo afectarán esas decisiones a nuestro futuro —dijo Daniel en un tono de voz, que era poco más que un susurro. No quería molestar a William con sus dudas, pero eran lo suficientemente importantes como para plantearlas.
El vampiro se dio la vuelta y enfrentó su mirada.
—Daniel, amo a Kate y deseo protegerla por encima de todo. Pero yo mismo acabaré con su vida si se convierte en una amenaza para nuestros linajes, aunque eso suponga mi propia muerte. ¡Te lo juro, no volverá a repetirse! —aseveró y su tono no dejó lugar a dudas.
—En ese caso, no tengo nada más que decir. Confío en ti y en tu buen juicio, así que lleva este asunto como mejor te parezca. Pero mientras no lo soluciones, deberíamos pensar en una forma de protegerla que no levante sospechas.
—Ya me he encargado de eso.
Kate levantó el rostro del lavabo con el agua fría resbalando por la piel y contempló su imagen en el espejo. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, y un aspecto enfermizo poco favorecedor. Le dolía mucho la cabeza y trató de aliviarse masajeándose las sienes con suavidad, pero solo consiguió que le palpitara de una forma más dolorosa que le provocó nauseas.
Escuchó la voz de su abuela ascendiendo a través de la escalera y corrió a la cama. Se tapó con el edredón y cerró los ojos tratando de que su respiración pareciera lenta y acompasada, como si en realidad durmiera. La puerta de la habitación se abrió y escuchó los pasos de Alice acercándose a la cama. Notó los labios de la mujer sobre su rostro y, a continuación, un profundo suspiro seguido de los pasos que se dirigían de nuevo fuera de la habitación.
Se levantó, buscó una chaqueta entre el montón de ropa que tenía apilada encima del sillón, y se la puso sobre la camiseta de tirantes y el pantalón que usaba para dormir. Descendió la escalera sin hacer ruido y salió a la calle. Caminó durante un rato bordeando el lago. Un par de pescadores remaban en su dirección, las voces parecían conocidas y lo último que deseaba era una charla sobre el mal tiempo de los últimos días. Cambió de rumbo y ascendió por uno de los senderos que se adentraban en el bosque.
Los ojos volvían a escocerle y notó las lágrimas resbalando por sus mejillas. Las secó con la manga de su chaqueta, frotando con fuerza, enfadada consigo misma por el sufrimiento y la tristeza que sentía. Las palabras de William seguían atormentándola como una pesadilla. Se sentó sobre un tronco caído y escondió el rostro entre las manos, dando rienda suelta al dolor que sentía en lo más profundo de su pecho.
Un crujido la sobresaltó, se secó las lágrimas con rapidez y miró a su alrededor, pero allí no había nadie. Se arrebujó bajo la chaqueta y siguió buscando con los ojos, algo inquieta. Su corazón se detuvo. Allí, frente a ella, surgido de la nada, estaba el lobo más grande que jamás había visto, tan grande que parecía sobrenatural. La miraba fijamente con unos ojos amarillos que reflejaban una inteligencia impropia de un animal. Su pelo era blanco como la nieve y estaba cubierto por un manto de pequeñas gotas de rocío que lo hacían brillar con miles de destellos.
Intentó ponerse en pie, pero sus piernas no respondieron y cayó de espaldas sobre la hierba. El nudo que le oprimía la garganta no dejaba pasar el aire hacia sus pulmones, y mucho menos gritar. Comenzó a arrastrarse hacia atrás, y su espalda chocó contra el tronco de un árbol que detuvo su accidentada huida. Se quedó inmóvil con la vista clavada en la bestia.
El animal avanzó hacia ella. Kate palpó con la mano el suelo, en busca de algo con lo que pudiera defenderse. Encontró una piedra algo más grande que su mano y la aferró, apretándola hasta que los nudillos se le pusieron blancos. El lobo se detuvo y se sentó sobre sus patas traseras sin apartar la vista de ella. Kate observó al animal muerta de miedo, el corazón le palpitaba tan fuerte que temió que estallara, y su respiración se convirtió en un jadeo.
—Mar… márchate —dijo con un hilo de voz, empuñando la piedra. El lobo hizo una mueca que dejó al descubierto sus dientes y, por un instante, a Kate le pareció que sonreía—. Por favor, márchate —gimoteó, y las lágrimas volvieron a su rostro. Soltó la piedra y dejó caer los brazos—. Adelante, machácame, me da igual —susurró temblando de pies a cabeza—. Me harás un favor.
Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se manchó la mejilla de tierra. Un grito ahogado escapó de sus labios cuando el lobo se levantó y comenzó a caminar hacia ella. La bestia se detuvo a solo unos centímetros de su rostro, le olisqueó la mano y, con mucha suavidad, la empujó con el hocico. De repente el animal se tumbó en el suelo, junto a ella, y apoyó la cabeza sobre sus piernas ocultándolas casi del todo, aplastándolas con su peso.
Kate lo observaba con los ojos muy abiertos, sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo. Lentamente levantó una mano sobre la cabeza del animal y, aún más despacio, la bajó hasta que las yemas de sus dedos le rozaron el pelo del cuello tras las orejas. Se quedó quieta, esperando alguna reacción. Nada. Una sonrisa le iluminó el rostro y con el corazón latiéndole a mil por hora enredó sus dedos en la piel del lobo. Una suave risa, mezcla de nerviosismo e incredulidad, apareció en sus labios.
El timbre de su móvil la sobresaltó, se llevó la mano al pecho y sintió latir su corazón con tanta fuerza como si lo sostuviera entre los dedos. Miró al lobo temerosa de que pudiera reaccionar mal ante el insistente sonido, pero la bestia se limitó a cerrar los ojos y acomodar la cabeza en su regazo.
—¿Sí? —la palabra se atragantó en su garganta—. ¿Sí?… Hola, tío Ben… Claro, estaré ahí en un rato. —Colgó el teléfono y enredó de nuevo los dedos en la espesa piel del lobo—. ¿Te apetece dar un paseo?
El lobo se puso en pie como si hubiera entendido la pregunta. Kate lo imitó sin apartar los ojos de él. Era evidente que no pensaba hacerle daño, si esa hubiera sido su intención, ya no quedarían de ella ni los huesos. Comenzó a andar muy despacio y el animal la siguió adaptando su paso al de ella. No podía dejar de sonreír, se sentía como Jane Goodall, solo que ella no había domesticado a un gorila, sino a un enorme lobo de más de cien kilos.
—No creo que mi abuela me deje quedarme contigo —dijo cuando estaba a punto de salir del bosque, para adentrarse en el claro donde se levantaba la casa—. Seguro que comes muchísimo. Aunque creo que pode… mos…
Giró a su alrededor buscando con la mirada, el lobo ya no estaba, se había ido sin que ella se diera cuenta.
William detuvo el coche al final de la calle sin salida, justo enfrente del pequeño arco de madera cubierto de hiedra que daba entrada al parque de Heaven Falls. En realidad no era exactamente un parque, sino una extensión del frondoso bosque que se había acondicionado como tal. Contempló la arboleda durante unos instantes, todo estaba quieto y en silencio. Sus manos aún aferraban el volante y, con un suspiro, apoyó la frente sobre él. Estuvo así unos segundos, tratando de calmar los nervios que le estrujaban el estómago.
Observó la calle a través del espejo retrovisor, vio el viejo coche de Kate y el desasosiego volvió con fuerza minando su ánimo. Lo mataban las dudas.
Una sombra surgió junto a su ventanilla.
—Lleva ahí dentro algo más de una hora —dijo Shane entre susurros, cuando William bajó del coche—. He dado una vuelta por los alrededores, todo está tranquilo.
—Gracias —respondió William. Se encogió de hombros y guardó las manos en los bolsillos de sus tejanos, tratando de sacudirse de encima la sensación de inquietud.
Un ligero carraspeo sonó tras ellos y de entre las sombras surgió Cassius, uno de los licántropos a los que había llamado Daniel por si surgían problemas. Su piel negra como el ébano brillaba bajo la luz de la luna, iba descalzo y solo vestía un pantalón, dejando al descubierto un torso duro y musculado.
—La zona sigue tranquila —anunció. Hizo un leve gesto de asentimiento y el vampiro se lo devolvió con sincera gratitud.
William se despidió de los dos hombres y observó durante un rato la calle desierta. El sonido de unos pasos captó su atención. Una mujer había salido de una de las casas con una bolsa en la mano, la depositó en un cubo de basura que estaba en la acera y volvió sobre sus pasos sin percatarse de su presencia.
No sabía con exactitud qué era lo que Kate hacía en aquel lugar. Shane le había dicho algo sobre un hombre mayor al que había llamado tío, pero no recordaba que ella le hubiera hablado de ningún otro familiar que no fuera Alice, Martha o Jane.
William se puso tenso. La voz de Kate fluía con claridad desde en el interior de la casa. La puerta se abrió y la chica apareció en el porche con un sobre marrón entre los brazos.
—Gracias por dejarme la reveladora, tío Ben.
—Gracias a ti por haber pasado un rato con este viejo —dijo un hombre bastante mayor con el pelo completamente blanco—. ¿Volverás pronto a visitarme?
—Claro que sí, sobre todo si me preparas ese pastel de boniatos tan rico —contestó ella sin dejar de sonreír.
—A tu madre le encantaba mi pastel de boniatos —dijo el hombre con nostalgia—. ¡Te pareces tanto a ella!
—Buenas noches, tío Ben —se despidió Kate, dándole un beso en la mejilla.
William observó toda la escena desde las sombras. A pesar de la distancia y de la poca luz, podía verla con claridad. Vestía unos tejanos de color claro y una camiseta verde de tirantes. Grácil y hermosa descendió los peldaños del porche en dirección a su coche. La culpabilidad lo abofeteó de lleno en cuanto vio su rostro. Estaba pálida como un cirio, y unas profundas marcas de color violeta, hinchadas en exceso, rodeaban sus ojos. La vio rebuscar en su bolso, y supo que si quería hablar con ella, debía hacerlo ya, antes de que se marchara y volviera a encerrarse en su habitación; tal y como había hecho los últimos tres días.
—Kate.
Kate dio un respingo. Alzó los ojos casi con miedo y se estremeció cuando encontró a William frente a ella.
—No pretendía asustarte —dijo él.
Ella no contestó, un doloroso nudo le oprimía la garganta. Empuñó la llave del coche e intentó meterla en la cerradura, probó varias veces, pero aquel trozo de metal se negaba a entrar en su sitio.
William sujetó su mano y la guió con pulso firme. Un segundo después, la puerta abierta. Kate se apartó de su contacto y le dio la espalda.
—Te pedí que te fueras —dijo en un susurro.
—Créeme, lo intenté.
—¿Qué quieres, William? —preguntó con un tono cargado de rencor, sin levantar la vista de sus pies.
—Necesito hablar contigo.
—No creo que haya nada más que decir entre nosotros —dijo categórica.
William contuvo un suspiro frustrado. Kate estaba muy dolida y no iba a ser fácil que abandonara aquella actitud orgullosa. Colocó una mano sobre su hombro y la hizo girar lentamente. El color había desaparecido de su rostro por completo y un ligero temblor sacudía sus labios. Se inclinó hacia ella buscando su mirada.
—Hay mucho que decir —aseguró. Kate ladeó la cabeza y clavó sus ojos en él. William vio en ellos un punto de flaqueza y aprovechó la oportunidad—. ¡Por favor, solo te pido que me escuches un minuto! —suplicó. Kate tragó con dificultad y después asintió—. Aquí no —indicó William, mirando en derredor. La mujer que un rato antes había sacado la basura los observaba desde una ventana—. Demos un paseo.
Kate dejó el bolso y el sobre en el coche, y sin decir una palabra caminó junto a William en dirección al parque. Cruzaron el arco de madera y tomaron uno de los senderos que se adentraban en la arboleda.
William suspiró, tratando de reunir el valor que le faltaba. Era consciente de las miradas fugaces que ella le lanzaba, y de la curiosidad que sentía. También del acelerado latido de su corazón. Aquel sonido lo alteraba, y el olor de su sangre era esa noche más dulce que nunca. Se frotó las sienes y tragó saliva. Había llegado el momento de contarle la verdad y se dio cuenta delo mucho que deseaba hacerlo. A pesar de lo mal que podría ir todo si Kate no reaccionaba bien ante lo que se le venía encima. Rezó para que confiara en él, y empezó a hablar con voz ronca.
—La primera vez que te vi, sentí algo que jamás había sentido antes. Al principio creí que solo se trataba de una atracción pasajera, tienes algo que… —Dudó un momento e inhaló de forma deliberada el aroma de su sangre. La saliva en su garganta se transformó en fuego—. Algo a lo que me cuesta resistirme. Pero después me di cuenta de que mis sentimientos eran más profundos: me estaba enamorando de ti.
»Hice todo lo posible para que no ocurriera, sabía que debía marcharme por el bien de los dos. Y lo intenté, pero el destino parece empeñado en mantenerme junto a ti. —Permanecía con los ojos clavados en el camino, sin atreverse a desviarlos hacia ella. Continuó hablando—. Estoy cansado de luchar contra lo que siento, y estoy cansado de tener miedo. ¡Te amo, Kate! Te amo como jamás creí que amaría a nadie. Me has dado una razón para vivir y lo que más deseo es estar contigo. Pero antes hay algo de mí que debes saber. —Kate lo miraba sin parpadear, y él se giró para enfrentar su mirada—. La otra noche dijiste que no te importaba quién fuera o lo que hubiera hecho, ni cuántos secretos pudiera esconder —dijo en voz baja—. ¿Sigues pensando lo mismo?
—Sí —respondió Kate con un nudo en la garganta, la declaración de William la había dejado sin respiración.
—¿Y si te dijera que no soy lo que aparento?
—Seguiría pensando lo mismo.
—¿Y si hubiera puesto tu vida en peligro?
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —preguntó desconcertada. Su voz apenas era un susurro.
William se pasó la mano por el pelo, un gesto que hacía siempre que estaba nervioso. Cerró los ojos un instante y volvió a mirarla con resolución.
—El mundo al que pertenezco es oscuro y peligroso. En él hay personas que quieren algo que yo poseo, y esas personas ahora saben de tu existencia y de lo importante que eres para mí. —Advirtió que ella empezaba a temblar—. ¡No dejaré que nadie te haga daño, te lo prometo!
—¿Trabajas para la mafia? ¿Es por eso por lo que no podemos estar juntos? —preguntó ella en tono vacilante. Pensó que eso explicaría muchas cosas: su actitud peligrosa, la gran cantidad de dinero que parecía poseer.
Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de William y el deseo de abrazarla se le hizo insoportable.
—No —respondió.
El corazón de Kate empezó a latir violentamente.
—¿Entonces?
—¿Cuál es tu peor pesadilla? —preguntó él.
El tono de su voz hizo que Kate sintiera un nudo de miedo en el estómago.
—Arañas —respondió, no entendía el giro de la conversación.
—¿Te dan miedo las arañas? —preguntó abriendo los ojos, y por un instante su expresión pareció divertida.
Kate asintió.
—Sueño que me despierto cubierta de arañas. Que recorren mi cuerpo con sus patas peludas e intentan meterse en mi boca y en mi nariz; y por más que las sacudo y las piso, aparecen más y más —confesó. Nunca se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Jill. Un escalofrío recorrió su cuerpo y observó con atención a William. Sus ojos brillaban con un azul eléctrico, era imposible que alguien tuviera ese color.
—Piensa en la araña más grande, terrorífica y letal que puedas imaginar —murmuró él con los ojos puestos en sus labios—. Yo soy esa araña, y tú la mosca atrapada en mis hilos.
Kate lo miró fijamente y supo que decía la verdad. Podía sentir el aura oscura y peligrosa que lo rodeaba, algo salvaje bajo su superficie. Aun así, su instinto le decía que con él estaba segura.
—No me importa, me da igual quién seas —afirmó, manteniéndose firme en su postura.
—No sabes nada de mí, ¿cómo puedes estar tan segura?
—No necesito saber quién eres, me basta con escuchar ami corazón —dijo muy convencida—, y me dice que tú eres bueno.
Kate apoyó una mano en el pecho de William, justo a la altura del corazón. Él no la rechazó, al contrario, el leve sonido de un sollozo lo hizo estremecerse y ella sonrió ante su reacción. Deseaba tanto tocarlo, sentir que era real.
—Puede que cambies de opinión cuando esta conversación acabe —replicó él de forma desafiante.
—Nada de lo que puedas decirme hará que mis sentimientos cambien. Podrías ser el peor asesino en serie de todos los tiempos y te seguiría queriendo —confesó. Dio un paso hacia él y le acarició el rostro—. ¿Por qué tu piel es siempre tan fría? —La expresión de William se endureció e intentó apartarse—. ¡No! —exclamó atrayéndolo hacia ella—. Me gusta —susurró. Dejó escapar el aire a través de sus labios entreabiertos, y volvió a colocar la mano sobre su pecho y ascendió hasta el cuello. Acarició con la yema de los dedos su pálida piel. ¡Cuántas veces había deseado tocarlo así!
William recorrió su rostro con los ojos, abrumado por la calidez de su mano y un ansia desesperada en su interior. Había llegado el momento, y no tenía ni idea de cómo decirle que era un vampiro. Sonrió a medias y alzó la mano para rozarle la mejilla. Sintió miedo, miedo a que lo rechazara, miedo a perderla. La soltó despacio, como si no pudiera soportar no sentir su tacto.
—Hay algo muy importante que tienes que saber de mí.
—Ya te he dicho que no me importa…
—Kate —la interrumpió, inclinándose sobre ella algo alterado—. Después de lo que tengo que decirte, es posible que reces para no volver a verme. —Se enderezó y respiró hondo a pesar de que no necesitaba el aire.
Kate lo miró preocupada y sintió una punzada de miedo en el estómago. La pálida piel de William relucía bajo la luz de la luna dándole un aspecto sobrecogedor. Su rostro reflejaba una absoluta desolación y sus ojos tenían un brillo oscuro, extraño y siniestro, que la hicieron temblar de pies a cabeza. Durante un instante, pensó que tenía delante a uno de esos ángeles oscuros que aparecían pintados en un cuadro que su abuela guardaba en el sótano. Era una imagen sobre el infierno, y en ella se veían unos ángeles de alas negras, hermosos y majestuosos, pero a la vez tan tentadores y peligrosos que asustaban. Pero aquel ángel que había frente a ella tenía el rostro del chico al que amaba, y no iba a permitir que nada lo apartara de su lado. Siempre sospechó, en lo más profundo de su corazón, que había algo distinto en él. Y aunque había tratado de ignorar las señales, ahora estaba completamente convencida de que William no era como el resto de la gente que conocía. Él era especial.
—Está bien, estoy preparada. Suéltalo.