22

Kate bebió el té que Jill le había preparado, sin apartar la vista de la mesa, sintiéndose más estúpida que otra cosa. Empezó a cuestionarse, seriamente, el que alguien la hubiera maldecido con mala suerte. Su abuela, que creía en esas cosas, estaba convencida de que era eso lo que le ocurría. En poco tiempo, su vida había dado un giro extraño en el que nada le salía bien. Bueno, no todo, había tenido suerte con Harvard, aunque ahora ya no estaba tan segura y esperaba que, de un momento a otro, el teléfono sonara pidiéndole disculpas por el error y deseándole suerte para otro año. Se enderezó un poco en la silla, sentía los ojos de Keyla clavados en la espalda y no eran muy amables, pero no tenía intención de amedrentarse por ese motivo.

—Estabas asustada y creíste oír la risa de un hombre, a veces el miedo juega malas pasadas. No tienes que sentirte mal por eso —comentó Jill—. El agente Jonas le dijo a mi padre que habían visto perros salvajes por la zona, seguro que era eso lo que te seguía. Si vamos a la policía, solo conseguiremos que se burlen de nosotros —mintió, y se encogió de hombros ante la mirada ofendida de su novio.

—Sé lo que oí, y no era un perro —dijo Kate con timidez. En ese momento todos la miraban, incluido William—. Sé lo que oí —insistió para sí misma.

William farfulló una disculpa y desapareció en busca de la tranquilidad de su habitación. Necesitaba alejarse de los ruidos, de las voces, y de la placentera a la vez que dolorosa distracción que Kate suponía para él. Tenía que pensar, encontrarle sentido a algo que no lo tenía; pero por más vueltas que le daba, siempre acababa en mismo punto. «Suero», la palabra resonaba en su mente, una palabra que según quién la usara, podía significar vida o devastación.

Se sintió mareado, las venas le ardían como hierro fundido. No se había dado cuenta de lo sediento que estaba y de la debilidad que empezaba a apoderarse de él. Se miró en el espejo y una mueca de desprecio hacia sí mismo se dibujó en su rostro.

El olor de Kate impregnaba la casa, cerró los ojos y agudizó su oído, desde allí podía distinguir su latido del resto. Aquel sonido se había convertido en su identificación personal. La presión de sus dientes al transformarse lo cogió desprevenido. Los rozó con la lengua, sintiendo las puntas afiladas arañando el interior de los labios. Abrió los ojos y volvió a contemplarse en el espejo. Era malvado, una criatura de la oscuridad, y eso nunca cambiaría. Nada podría cambiar jamás la naturaleza de un vampiro, ni siquiera el amor.

Unos golpes en la puerta le devolvieron a la realidad.

—¿Puedo pasar? —preguntó Keyla al otro lado.

William suspiró resignado. Keyla y él apenas habían cruzado un par de palabras desde lo sucedido en el aparcamiento. Se dirigió a la puerta y la abrió en silencio, dejando que ella entrara en la habitación.

—Lo de ese vampiro nos tiene a todos desconcertados —dijo la chica, apoyando la cadera contra la ventana—. ¿Crees que todo está conectado? El robo, el ataque a Evan, lo sucedido hoy.

—Todo parece indicar que sí —contestó William con la mirada perdida en la creciente oscuridad del exterior.

—Pero… ¿no es posible que ese ser sea como tú y que todo se resuma a un nuevo capricho de la naturaleza?

—Mi instinto me dice que no, pero si así fuera, el peligro aún existiría. Si no consiguen mi sangre, conseguirán la de él. Y si los renegados logran sintetizar un suero que anule el efecto mortal del sol, el infierno será un parque de juegos comparado con lo que se desatará aquí.

—¿Y qué piensas hacer?

—Voy a buscar a ese ser y averiguaré todo lo que sabe, después lo mataré —dijo con voz envenenada.

—William, no conozco a la perfección todas las normas que conlleva el pacto, pero matar a un inmortal sin un motivo sostenible es un delito. Buscarías tu propia condenación, tu posición no te exime —señaló Keyla. Comenzaba a preocuparse seriamente por él. Algo extraño le ocurría a William, su eterna tristeza y su ánimo sombrío estaban desapareciendo, dejando que un halo salvaje y de superioridad ocupara su lugar.

—Creo que olvidas quién soy realmente. Si yo decido que ese inmortal es una amenaza y que debe morir, así será —dijo fulminándola con la mirada—. ¿Te parece bastante sostenible ese motivo?

—Tienes razón, lo siento.

William cerró los ojos un momento, una expresión lúgubre entristeció su semblante.

—Yo también lo siento, estoy siendo muy brusco contigo y tú no tienes la culpa de que este asunto comience a obsesionarme. —La miró fijamente, era hermosa, con su piel aceitunada y los ojos tan negros como una noche sin luna. Y se preguntó si se habría enamorado de ella, de haberla conocido antes que a Kate.

Keyla se aproximó a él, tan cerca que solo unos pocos centímetros los separaban. Ladeó la cabeza hacia un lado en busca de sus ojos azules, que ahora miraban fijamente el suelo. Le dedicó una sonrisa cuando él alzó la mirada, y le guiñó un ojo.

—Me obligarás a besarte si continuas tan serio —su voz sonó como un murmullo dulce y tranquilizador.

William soltó el aire que contenía en su pecho, en lo que pareció un gemido desesperado.

—Si pudiera enamorarme de ti lo haría —dijo con ansiedad y un deseo real en el tono de su voz, aferrándose a sus profundos ojos negros como si fueran un salvavidas.

—Inténtalo —rogó Keyla, acercándose un poco más. Lo miró de una forma ardiente y feroz.

—No sería justo para ti, mereces a alguien que te ame por encima de cualquier cosa, y yo solo lo haría por… —se detuvo, no había necesidad de herirla.

—Dame una oportunidad, conseguiré que olvides y acabarás queriéndome. Sé que lo harás —dijo con ternura, y muy despacio buscó con su mano la de él, que colgaba inerte. Dibujó una sonrisa cuando William no rechazó el contacto—. Además, podríamos conseguir tantas cosas si estuviéramos juntos.

—No entiendo qué quieres decir.

—Imagínate, un Crain y una Solomon juntos, marido y mujer. Derribaríamos tantos muros, tantos prejuicios. Uniríamos a nuestros clanes a través de un sentimiento hermoso, el pacto se convertiría en algo mucho más fuerte y un mundo nuevo se abriría para los inmortales.

—Keyla…

—Shhh… —Puso un dedo sobre sus fríos labios—. Piénsalo, sin prisa, tómate el tiempo que necesites —su voz era como una suave caricia, tan tentadora—. Por suerte, el tiempo es algo que nos sobra.

—Keyla, yo…

—¡Por favor, piénsalo! Después aceptaré lo que decidas.

William guardó silencio, aunque ya sabía cuál iba a ser la respuesta que le daría. Nunca podría entregarle lo que ella anhelaba, por mucho que lo intentara, por mucho que lo deseara. Y ella acabaría odiándolo por ello. Vio el deseo en sus ojos y supo que iba a besarlo, aun así no se movió. Ella lo atrajo hacia su boca y sintió sus labios ardientes como el fuego presionando contra los suyos. No le devolvió el beso, pero tampoco lo rechazó y dejó que lo besara, deseando en su interior que aquellos labios pertenecieran a otra persona, sintiéndose miserable por eso.

Sus sentidos reaccionaron como si una descarga eléctrica los hubiera sacudido. Miró a la puerta a tiempo de ver cómo Kate, con el rostro pálido y desencajado, giraba sobre sus talones y se encaminaba a la escalera. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo.

—Es mejor así —dijo Keyla.

William se volvió angustiado hacia ella. Sabía que Keyla tenía razón, pero no era capaz de dejar que Kate se marchara sin más.

—¡Kate, espera!

William salió tras ella y la alcanzó en la escalera.

—Lo siento, solo quería darte las gracias por lo de esta tarde, no pretendía interrumpirte —se disculpó ella sin detenerse.

—No has interrumpido nada —señaló William bastante incómodo.

—Bueno… algo sí, os estabais besando —replicó sin mirarlo, intentando disimular lo desolada que se encontraba. Salió fuera y se detuvo en seco, sorprendida de que su coche estuviera frente a la casa.

—Shane fue a buscarlo —indicó William al intuir su desconcierto. Y añadió—: Era ella.

—¿Qué? —inquirió. Cerró los ojos cuando se giró hacia él, intentando que no se cruzaran con los de él. Finalmente se encontró mirándolo a la cara y esta vez fue William quien apartó la vista.

—Era ella quien me besaba —aclaró.

—Ella a ti, tú a ella, no creo que haya diferencia —dijo con la voz distorsionada por culpa de los nervios. Notó cómo sus mejillas ardían, estaba muy enfadada y sentirse así la enfurecía aún más—. ¡Dijiste que no había nada entre vosotros! —le espetó.

—Y no lo hay —aseguró William, desconcertado por su reacción. Aspiró con fuerza para tranquilizarse, pero solo consiguió que el olor de la sangre de Kate llegara hasta su olfato con más intensidad. La sed cobró fuerza, mareándolo.

—¿Cómo lo puedes seguir negando? Acabo de verte —replicó en un tono bajo para no llamar la atención de los ocupantes de la casa. Aunque clavó sus ojos en él con rabia.

—¿Por qué estás tan enfadada? —preguntó molesto. Se sentía débil, sin fuerzas, y enojarse era lo último que su autocontrol necesitaba en ese momento.

—Porque dijiste que éramos amigos y, a pesar de eso, me has mentido. Me dijiste que no había nada entre vosotros, os encuentro besándoos y aún tienes el descaro de seguir negándolo.

—Entre Keyla y yo no hay nada —repitió, y un punto ardiente en su interior comenzó a llamear con fuerza—. Pero si así fuera, no creo que sea asunto tuyo, al igual que no es asunto mío lo que te traes con ese tal Justin —indicó con una voz tan fría y dura como el hielo.

Kate soltó un sonido de sorpresa y sacudió la cabeza.

—¿Qué? Estás tratando de darle la vuelta a este tema. Sabes muy bien que Justin y yo solo somos amigos.

—No dabais esa impresión cuando llegasteis a la fiesta cogidos de la mano, o la otra tarde en el instituto, bajo la lluvia —siseó las palabras con rabia.

—¿Estabas allí? —preguntó, recordando cómo se había sentido observada.

—Durante cada segundo —dijo él, lentamente, arrastrando las palabras con malicia mientras acercaba su rostro al de ella y sus ojos quedaban a la misma altura. La imagen de aquel día acudió a su mente y sintió cómo los celos brotaban en su pecho. La miró casi con odio por hacerlo sentir así, pero ella, lejos de amedrentarse, alzó la barbilla plantándole cara—. Vi cómo le mirabas —añadió él.

—Mirar no es lo mismo que besar —respondió ella sin dar su brazo a torcer.

—Pero… ¿por qué insistes en eso? ¡No entiendo por qué te molesta tanto! —intentó mostrarse paciente y comprensivo, pero sabía que si ella volvía repetir la palabra «beso» acabaría perdiendo la paciencia.

—¿Molestarme? ¿Acaso crees que me importa lo que hagas? —contestó agriamente—. Por mí puedes besar a quien quieras —dijo con las lágrimas amenazando con brotar en cualquier momento, y se dirigió hacia su coche con paso firme. La mano de William sobre su muñeca detuvo su precipitada huida—. ¡Suéltame!

Los ojos del vampiro brillaron con una determinación mortífera. Estaba luchando por controlarse y, mientras lo hacía, sus dedos aferraban con más fuerza su muñeca, sintiendo en ellos su pulso desbocado.

—¡Suéltame, me haces daño! —gritó retorciéndose.

La soltó y dando media vuelta entró en la casa con los ojos cerrados, escondiendo tras los párpados las llamas que los devoraban. Sintió cómo iba perdiendo el control, Kate había conseguido sacarlo de quicio. La sed abrasaba su garganta con un dolor insoportable, las venas le ardían y la ira brotaba de su interior en oleadas cada vez más intensas, mientras las palabras de ella martilleaban en su cabeza.

Al cabo de un rato, las paredes de la casa lo asfixiaban. Salió fuera, subió a su coche y lo puso en marcha haciendo que derrapara al pisar el acelerador a fondo. De repente, pisó el freno de forma violenta para evitar atropellar a la figura que acababa de aparecer en medio del camino.

Shane apoyó sus poderosas manos entre los faros, clavó los pies en el suelo y empujó con fuerza, aguantando la embestida del vehículo.

—¿Te vas de juerga sin avisar? —preguntó el licántropo en tono irónico, cuando el coche se detuvo.

William no contestó, pero hizo un movimiento con la cabeza, invitándolo a subir.

—¿Crees que aún seguirá por allí? —preguntó Shane, adivinando los planes del vampiro. Se removió en el asiento haciendo sitio para sus largas piernas.

William se limitó a encogerse de hombros.

Dejaron el coche cerca de la carretera e intentaron volver sobre sus pasos hasta el lugar donde habían encontrado a Kate. Se movieron entre los espesos matorrales y las raíces nudosas de los viejos robles, escrutando cada palmo de tierra en busca de huellas.

William inspiró hondo en busca de algún olor que estuviera fuera de lugar, pero no encontró nada. Caminó sin prisa, tratando de hacer el menor ruido posible. De repente, sus pies se hundieron hasta los tobillos, miró el suelo y encontró un pequeño trozo de tierra removida. Se agachó para ver mejor. Aquel agujero no lo había excavado ningún animal, de hecho, comprobó sorprendido que alrededor había varias huellas de distintos animales, pero que todos ellos se habían desviado para evitar pisar el terreno horadado. Hundió la mano a través de la tierra, sacó un puñado y maldijo mientras lo dejaba caer.

—¿Cómo no me di cuenta? Estuve a solo unos pasos —murmuró entre dientes.

—Estaba bien escondido, a esa profundidad era imposible percibir nada.

—Debí imaginarlo, es de manual. El lugar más seguro para un vampiro cuando está al descubierto, es un agujero en la tierra —replicó, molesto por su ineptitud.

—Tranquilo, daremos con él, aunque se esconda en la fosa más profunda. Seguro que aún sigue por aquí.

Llevaban una hora en aquel bosque y varios kilómetros recorridos, cuando un intenso olor a podrido llamó su atención. Shane arrugó la nariz y contuvo la respiración, mientras con la cabeza indicaba una marca de arrastre sobre la hierba. La siguieron unos metros, hasta un montón de ramas y piedras con forma de túmulo, bien oculto entre la maleza.

William empujó varias piedras con el pie. Sus ojos se abrieron como platos cuando una mano humana, con los dedos crispados, apareció en el hueco.

—Lleva aquí varios días —dijo Shane, contemplando el cadáver del cazador. Volteó su cuello en busca de la marca con forma de media luna—. ¿Crees que será del pueblo? —preguntó sin apartar la vista del desgarro mortal que aquel hombre tenía en la garganta. William se agachó y rebuscó en los bolsillos de la víctima.

—No, Portland —susurró, y tiró la documentación al suelo. Señaló un rifle semioculto entre las ramas—. Es un furtivo, esas armas solo se consiguen en el mercado negro. —Miró a su alrededor de forma meticulosa, agudizando sus sentidos al máximo—. Nos enfrentamos a un renegado bastante fuerte y peligroso —continuó—. Los mata mientras se alimenta de ellos así que, además de su sangre, también se apodera de la esencia vital.

—Eso no suena bien —dijo Shane algo inquieto.

—La sangre humana duplica las fuerzas de un vampiro, pero la esencia vital es otra cosa. Para uno de nosotros es maldad en estado puro, incrementa nuestros instintos y poderes hasta límites que no puedes imaginar. Es adictivo.

—¿Tienes miedo? —se burló con una sonrisa maliciosa.

William no contestó, había creído oír algo. Alzó la mano cuando Shane abrió la boca de nuevo. Se concentró, intentando encontrar de nuevo aquel sonido. Oía claramente el agua golpeando contra las piedras, el zumbido de los insectos y el suave roce de las plumas de un búho desperezándose en algún árbol cercano. Allí estaba otra vez, un rítmico golpeteo que cobraba velocidad, acompañado de unos gemidos ahogados por una respiración seca y jadeante, y un rechinar de dientes apretados por el miedo. Él mismo se sorprendió de la claridad con la que percibía aquellos sonidos, a pesar de la distancia y de lo débil que se sentía.

—¡Te tengo! —musitó.

William corrió intentando que aquel ser no lo detectara, el vuelo de un pájaro era más ruidoso que él en ese momento. Había dado un rodeo para acercarse con el viento en contra, pero pronto se dio cuenta de que habían sido unas medidas innecesarias.

Encontró al vampiro de pie, frente a él, con los brazos cruzados sobre el pecho, reclinado en el tronco de un viejo roble. El cadáver de una mujer con pinta de excursionista yacía a sus pies.

—No has huido —dijo William, estudiando al vampiro. Era alto y corpulento, tenía el pelo muy corto y oscuro, y un rostro hermoso, angelical, al contrario que sus ojos cargados de odio.

—Creo que… habría sido un esfuerzo inútil —comentó el vampiro con calma. Una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro y descruzó los brazos muy despacio—. Tienes mal aspecto, puedes servirte si lo deseas. ¡Oh, no te preocupes, está muerta, no me gusta transformarlos! —explicó al ver que William no apartaba los ojos de la chica.

—He visto al cazador.

—Sí, un hombre joven y fuerte, aunque su sangre no lo era tanto. Estaba plagada de alcohol y nicotina. Pero hay que conformarse con lo que Dios provee —señaló en tono mordaz. Dio un par de pasos, de modo controlado y preciso, adoptando una postura menos relajada—. No me mires de esa forma o conseguirás que me ruborice. Al menos, yo soy capaz de admitir mi naturaleza.

—¿Y cuál es esa naturaleza?

—La misma que tú tratas de reprimir. Soy un vampiro, me alimento de humanos y los desangro hasta la muerte. Me apodero de su esencia y eso me hace más fuerte.

—¿Tanto como para caminar bajo el sol? —preguntó sin dar rodeos—. ¿Sabes?, tengo curiosidad por saber cómo lo habéis conseguido: sintetizar el suero y que funcione. Porque en la caja fuerte apenas había un vial con unas gotas de mi sangre.

El vampiro arqueó las cejas como si pensara que William estaba loco.

—¿Qué? Creo que la sed te está afectando al cerebro. Puedo sentir tu debilidad, hazme caso, aliméntate —dijo con condescendencia, haciendo un gesto hacia la chica muerta.

William bufó exasperado y sus colmillos destellaron en la oscuridad.

—Eres inmune al sol. Así que debo suponer que es porque se ha logrado sintetizar un suero o porque eres otro bicho raro —masculló con desprecio—. Ahora solo necesito saber cuál de las dos opciones es la correcta. Aunque yo me decanto por la primera, y creo que estás aquí porque esperas conseguir más de mi sangre.

—Bonita hipótesis —dijo el vampiro con una sonrisita—. ¡Tienes imaginación!

—¿Vas a darme las respuestas que necesito o tendré que sacártelas? —preguntó con una voz cuidadosamente controlada.

El vampiro ladeó la cabeza y observó a William, sus ojos destilaban un odio profundo.

—¿Y por qué crees que podrías? ¿Porque eres William Crain, príncipe de los vampiros?

—Porque hace mucho tiempo que no me importa lo que pueda ocurrirme: si vivo o muero, porque ya estoy muerto. Lo único que me mueve es el deseo de saldar cuentas —respondió con un destello asesino.

El vampiro abrió los ojos, sorprendido. Sabía de qué estaba hablando William, porque ese mismo sentimiento lo experimentaba él bajo la piel. Durante un instante, desvió la vista, indeciso. Miró de nuevo a William y esta vez su expresión no era tan soberbia.

—Esta conversación ha terminado —anunció dando media vuelta.

—¡De eso nada! —replicó William abalanzándose sobre él.

De repente, el vampiro saltó en el aire por encima de William y, con una rapidez vertiginosa, arrancó el árbol que tenía a su espalda y lo lanzó con violencia. William apenas tuvo tiempo de reaccionar y el viejo roble cayó sobre su pecho, aplastándolo. Flexionó los brazos y empujó el pesado árbol hacia atrás, estrellándolo contra las piedras. Se levantó de un salto, al tiempo que un fuerte impacto en el estómago volvía a arrojarlo contra el suelo, trazando con el cuerpo un profundo surco en la tierra.

El vampiro alzó de nuevo la raíz que había arrancado y la lanzó contra él. Esta vez, William pudo detener el impacto. De un salto se incorporó con ojos llame antes y toda la rabia contenida en las últimas horas brotando de su cuerpo en forma de aura brillante. El vampiro dudó un instante y, aunque en su cara no había ni un atisbo de miedo, giró sobre sí mismo y emprendió una frenética huida.

William lo siguió, acortando rápidamente la distancia entre ellos. Flexionó las piernas y con un ligero impulso se elevó en el aire surcando el espacio que los separaba. Cayó sobre el vampiro y rodó por el suelo sin soltarlo. Se golpearon con brutalidad. El tipo era muy fuerte, pero la ira de William aumentaba su poder con cada puñetazo que recibía, y en pocos segundos lo tuvo acorralado contra una pared de roca, estrangulándolo con la mano. De pronto, su debilidad reapareció, parpadeó un par de veces para de liberarse del mareo que oscurecía su mente.

El vampiro se percató de su debilidad y aprovechó aquel segundo para sacar una daga que llevaba oculta a la espalda. La alzó despacio, dispuesto a asestarle una cuchillada en la zona vulnerable que tenía en el cuello, lo justo para conseguir que lo soltara pero sin herirlo mortalmente.

Un gruñido surgió de la oscuridad y el vampiro solo tuvo tiempo de ver el parpadeo de unos ojos amarillos y el destello de unos dientes afilados cerrándose sobre su mano. El enorme lobo blanco aterrizó a unos pocos pasos de los dos vampiros, y de su boca colgaba la daga. El renegado lanzó un alarido desgarrador mientras se sujetaba la mano destrozada, haciendo presión con la otra. Un segundo después las heridas habían desaparecido, a tal velocidad que William parpadeó sin dar crédito. Nunca había visto una regeneración tan rápida. Se obligó a concentrarse y, con el ceño fruncido, acercó su rostro al de él.

—Dejaré que te arranque la mano si no me dices todo lo que quiero saber, y eso no sana tan fácilmente —dijo recuperando las fuerzas.

—¿De qué me servirán las manos cuando esté muerto? Vas a matarme aunque te diga lo que quieres saber. Yo lo haría. —Aseguró. Su sonrisa se volvió engreída.

Shane curvó los labios dejando a la vista una hilera de dientes afilados manchados de sangre.

—Yo no, me has cogido en un buen día —replicó William, tratando de no aflojar la presión que ejercía sobre el cuello del vampiro—. En realidad, estoy pensando en algo más doloroso.

—¿Vas a torturarme? —preguntó en tono burlón—. Puedes arrancarme las dos manos si quieres, o las piernas si eso te hace feliz; no te diré nada —dijo mientras agitaba el brazo frente al rostro de William. La manga de la camisa se le subió hasta el codo, dejando al descubierto un extraño tatuaje.

—Puedo hacerte cosas peores que arrancarte los miembros. ¿No te da miedo sufrir? —preguntó de forma fría y controlada, sin poder apartar los ojos de aquel extraño dibujo. Parecían dos alas negras que se movían con vida propia.

El vampiro también miró las alas y su expresión se transformó en una máscara sombría. Su actitud cambió mientras las contemplaba.

—Sí, pero temo mucho más lo que él podría hacerme —dijo para sí mismo. Rió con un sonido amargo en la voz y clavó sus ojos en William.

—¿Él? —preguntó William, perplejo. Inconscientemente se había convencido de que el cerebro de aquella trama era Amelia. La única con una mente tan enferma como para llevar a cabo aquel plan suicida sin posibilidades de éxito.

—La persona por la que estoy aquí —respondió. Relajó el cuerpo y se apoyó contra la roca. Le dio a William un manotazo en el brazo para que lo soltara, y este aceptó la sugerencia, pero sin bajar la guardia—. ¿Quieres respuestas? Bien, voy a darte algunas. Sí, soy inmune al sol, y no, no es por el suero, el suero es una quimera. Soy como tú, otro bicho raro —dijo con desdén, usando las mismas palabras que William unos instantes antes.

—¿Por qué somos diferentes a los demás?

—Eso deberás averiguarlo por ti mismo, merece la pena, te lo aseguro. Y a mí no me creerías.

—¿Quién es él y qué quiere?

—¡Tu sangre, por supuesto! La necesita para romper la maldición, esa parte es real.

—Acabas de decir que el suero es una fantasía.

—Y lo es, pero hay otros caminos que no tienen nada que ver con el científico —respondió, y antes de que William pudiera abrir la boca prosiguió—. La persona que está detrás de esto es el mismísimo diablo. No tienes ni idea de qué es capaz. Ni de los medios que posee para conseguir todo lo que desea. Ahora quiere tu sangre y, créeme, la tendrá. Conseguirá que los vampiros caminen bajo el sol, y entonces este mundo dejará de existir tal y como se lo conoce, para convertirse en el edén de los proscritos. —Sus ojos ardían de pura furia.

William tragó el nudo que atenazaba su garganta y entornó los ojos.

—¿Tratas de impresionarme? Pierdes el tiempo. Verteré cada gota de mi sangre en el océano, antes de permitir que un renegado la toque.

—¿Y si esa gota de sangre sirviera para salvarle la vida a tu humana? Él sabe de su existencia, yo mismo le he hablado de ella: pelo largo y castaño, ojos verdes, guapa… y huele bien.

William sintió que su pecho se desgarraba, como si él mismo hubiera dibujado una diana sobre Kate.

—Esa mortal no significa nada para mí, y si tu amo le causa algún daño, solo me estará dando un motivo más para reducirlo a cenizas.

—Casi me convences —dijo el vampiro en un tono bajo y hosco.

—Y si somos iguales, ¿por qué no usa tu sangre?

—Porque necesita la de ambos y yo le daré la mía encantado —dijo entre dientes, y ni aun así pudo disimular lo mucho que le costaba pronunciar esas palabras.

—¿Quién está detrás de todo esto?

El vampiro se encogió de hombros y esbozó una leve sonrisa.

—Dime su nombre —insistió William con un brillo asesino en sus ojos azules.

—No, y voy darte un consejo: ofrécete a él, no tienes elección, o pondrás en peligro a todos los que amas.

La violencia que William se esforzaba en contener se desbordó y, con un rápido giro de su brazo, volvió a atrapar el cuello del vampiro. Le dio una fuerte sacudida.

—Dime su nombre.

—Solo somos peones sin voluntad, y le entregarás tu sangre quieras o no.

—¡Su nombre! —gritó William.

—No puedo traicionarlo —musitó el vampiro con un asomo de tristeza, pero se recompuso de inmediato, adoptando de nuevo su actitud soberbia. Soltó una risa espantosa, le guiñó un ojo a William y se desvaneció. En un visto y no visto se había desmaterializado sin que el aire llegara a agitarse.

Una expresión de incredulidad transformó los rostros de William y Shane, que no dejaban de mirarse de hito en hito. Ni siquiera William hubiera podido moverse a tal velocidad, por lo que aquel tipo se había desvanecido sin más, por increíble que pudiera parecerles.

—No pierdas el tiempo intentando encontrarme, me largo de aquí —la voz surgió tras ellos. Se giraron de golpe para encontrarse con aquel ser a escasos metros, apoyado contra el tronco de un árbol y con los brazos cruzados sobre el pecho. Y añadió—: Aunque nos veremos pronto. Por desgracia estamos condenados a seguir el mismo camino.

Y de nuevo desapareció como por arte de magia.