William terminó de recoger sus cosas y dejó las maletas junto a la puerta. Se marcharía en cuanto la fiesta hubiera terminado. Había reservado un vuelo privado hasta Génova y desde allí viajaría en coche a su villa cerca de Laglio; le encantaba hacer esa ruta. Esa mañana se había puesto en contacto con Teresa, la mujer que se encargaba de la casa, y le había dado todas las instrucciones necesarias para que preparara su llegada y la de Shane.
Había pensado en pasar allí el verano, hasta que el curso en Oxford comenzara y, entonces, quizá, él también se matricularía. Podría ser divertido hacer algo diferente, pasar más tiempo en casa y disfrutar de la vida que había abandonado durante décadas. Tenía una posición dentro de la raza y, tal vez, había llegado el momento de asumirla.
Ya había anochecido cuando tomó el camino que conducía a la casa de huéspedes. Sabía que esa iba a ser la última vez que vería a Kate, así se lo había prometido a sí mismo; una rápida despedida y se acabó para siempre. Sintió cómo su corazón se hacía añicos por esa realidad. Detuvo el coche frente a la casa y se quedó sentado un momento, con el motor apagado. Sacó el paquete plateado de la guantera, se bajó del coche y cruzó el jardín dirigiéndose a la entrada.
—¡William! —dijo Alice con afecto al verlo frente a su puerta.
—Buenas noches, Alice —saludó con su mejor sonrisa—. ¿Está Kate en casa? Tengo algo para ella. —Alzó ligeramente el regalo.
—Sí, está arriba —contestó radiante. Sus ojos recorrían el rostro de William con adoración.
—¿Le importaría decirle que estoy aquí? —sugirió al ver que la mujer no se movía del umbral de la puerta.
—¡Oh, por supuesto! Pero pasa, no te quedes ahí.
—Gracias, prefiero esperar aquí, si no es una molestia —indicó William forzando otra sonrisa. En su interior todo se estaba desmoronando.
Alice regresó adentro y William aprovechó para volver al aire limpio y fresco del exterior. Dentro de aquella cristalera el calor era sofocante incluso para él. Enseguida oyó que alguien bajaba las escaleras a toda prisa. La puerta se abrió de golpe y Kate apareció a través de ella dando un pequeño traspiés. Se enderezó atusándose el pelo.
—Hola —saludó ella con la respiración entrecortada.
—Hola —repitió William tras contemplarla unos segundos, y un doloroso nudo se formó en su garganta. Ella llevaba un vestido sin mangas y escote barco en seda verde oscuro que hacía juego con sus ojos. Estaba preciosa.
—Me sorprende verte después de cómo te fuiste el otro día —dijo un poco dolida.
—Lo siento, debería haber cuidado mis modales —se disculpó. Dio un par de pasos hasta colocarse frente a ella y de forma vacilante le tendió el paquete—. Es para ti, por tu graduación. Creo que te gustará —comentó sin perder detalle de sus gestos.
Kate miró el paquete y después a William. Debería estar enfadada con él, de hecho, lo había estado hasta el mismo instante en el que cruzó la puerta y se encontró con su hermoso rostro y aquellas dos llamas azules que eran sus ojos; unos ojos que le cortaban la respiración. Cogió el regalo y lo abrió.
—¡No puedo aceptarlo, es demasiado! —repuso con las mejillas arreboladas, el libro de fotografía temblaba entre sus manos.
—Por favor, acéptalo —rogó él con un tono muy tierno y afectuoso.
Tras un instante de vacilación, Kate asintió aceptando el regalo. Era incapaz de negarse a aquella mirada suplicante.
—Gracias —estrechó el libro contra su pecho—. Significa mucho para mí.
William la contempló sin atreverse a apartar la mirada, empapándose de ella. Quería recordarla así, tal y como estaba en ese preciso momento.
—Estás preciosa —dijo de pronto.
—Gracias, es un regalo de mi hermana, por la graduación —explicó. Bajó la mirada y se ruborizó, alisando la falda del vestido con la mano. Él había dicho que estaba«preciosa» y, aunque no quería alimentar esperanzas, no podía dejar de sentir todas aquella mariposas en el estómago. De repente se acordó—. ¡Me han admitido en Harvard! —dijo con una sonrisa radiante.
La tensión contenida entre ellos era tal, que el aire parecía electrificarse a su alrededor.
—¿De verdad? Eso es estupendo. Me alegro mucho por ti, aunque estaba seguro de que ibas a lograrlo. —Un suspiro de alivio escapó de su garganta. Iba a tener una conversación bastante incómoda con Larry por haber tardado tanto con la admisión.
—¡Aún no termino de creerlo! He recibido la llamada de un tal señor Clarkson. Por lo visto, hace semanas que me envió la decisión y, al comprobar que no recibía mi respuesta, decidió llamarme. Supongo que la carta se perdería. ¡Estoy tan contenta! Es que ya daba por perdido este curso —comentó encantada.
William sonrió abiertamente, observándola con ojos ansiosos mientras una idea acudía a su mente con timidez.
—Kate… me preguntaba si… querrías…
No terminó la frase, un todo terreno rojo apareció a gran velocidad, deteniéndose a unos metros de ellos.
Justin Hobb bajó del vehículo con un enorme ramo de rosas amarillas. Un respingo le sacudió el cuerpo, apretó los dientes y resopló con fuerza por la nariz al percatarse de la presencia de William. Rodeó el vehículo y avanzó por la gravilla hasta las dos siluetas recortadas contra la luz que iluminaba la galería.
William pudo ver la tensión en el rostro del muchacho y la mirada asesina que le dirigió cuando pasó por su lado.
—¡Hola, Kate! —dijo Justin, entregándole las flores—. Estás muy guapa.
—Gracias, Justin, tú también estás muy guapo —dijo ella sin apartar los ojos de William.
—Tengo que marcharme —musitó William. Dio media vuelta y se dirigió a su coche, intentando controlar el ataque de celos que estaba sufriendo en ese momento. Bajo su camisa, sus músculos se tensaron como el acero, y de su garganta surgió un gruñido bajo y agresivo.
—Discúlpame un momento, Justin —rogó Kate. Le puso las flores y el libro en las manos, recogió la larga falda de su vestido y corrió tras William. Estaba segura de que él había intentado pedirle que salieran juntos, esta vez no era su imaginación. Había ido a verla con una propuesta, la propuesta que ella llevaba esperando mucho tiempo.
El vampiro se detuvo cuando oyó pasos tras él y se giró lentamente para encontrarse con los ojos de Kate a unos centímetros.
—William. —Vaciló un instante—. Ibas a pedirme que… que te acompañara esta noche, ¿verdad? —Lo miró fijamente, con desesperación, no quería parpadear para no perder de vista ni un segundo la expresión de su rostro ante la pregunta.
—Sí, iba a pedirte que fueras conmigo —admitió, y se sorprendió de que su voz sonara serena y uniforme, cuando por dentro todo su ser se consumía.
—¿Y me lo dices ahora? —preguntó sin dar crédito. Su cuerpo se estremecía con cierta agresividad y tuvo que abrazarse los codos para controlar el temblor.
—Lo siento, debería haber supuesto que ya tendrías un acompañante —el tono de su voz era dulce, pero encerraba un atisbo de ira—. Perdóname, no pretendía molestarte.
—¡Por favor, William, deja ya de disculparte! —susurró frustrada.
—Perdona, yo… —Cerró la boca inmediatamente, ella lo estaba fulminando con una mirada asesina.
—Kate, deberíamos marcharnos —sugirió Justin desde lejos.
Ella no apartó la mirada de William y él simplemente la observó, de esa forma tranquila y suficiente que empezaba a sacarla de quicio.
—Diviértete, es tu noche —dijo él con voz queda y entró en el coche.
La entrada al hotel se encontraba atestada de gente cuando William llegó. Todo el instituto estaba allí. Cruzó el amplio hall y buscó la puerta que daba a los jardines donde se estaba celebrando la tan esperada fiesta. Tuvo que reconocer que la organización se había esmerado. Todo estaba iluminado por decenas de farolillos de papel, bolas de cristales multicolores que habían convertido el jardín en un enorme caleidoscopio, mesas con manteles azules y servilletas blancas en honor a los colores del Instituto; hasta un gran escenario con música en vivo.
—¡Eh, ya estás aquí! —dijo una voz a su espalda. Evan acababa de llegar con Jill de la mano—. ¡Vaya, esto es impresionante! ¿Esos son…?
—¡Síiiiii, lo son! —exclamó Jill con un grito exageradamente agudo, mientras señalaba a los músicos del escenario y daba saltitos—. ¡Vamos, quiero pedirles un autógrafo! —dijo tirando de la mano de su prometido.
—Note muevas de aquí, enseguida vuelvo —le indicó Evan con un suspiro, y desaparecieron entre la masa de gente.
Sintió una palmada en el hombro y Carter apareció a su lado con Jared y Shane. Desde las escaleras dominaban con sus ojos todo el jardín. Sondearon cada rincón y escrutaron los alrededores con sus agudos sentidos, asegurándose de que no había ningún motivo de alarma. Desde el ataque del renegado, no habían conseguido relajarse, la guardia alta en todo momento; tanto, que podía resultar agotador.
William buscó un lugar tranquilo, alejado del vertiginoso remolino de estudiantes eufóricos, mientras los Solomon se servían un tentempié de la mesa dispuesta para la comida. Trató de concentrarse en el aroma de la hierba, evitando aspirar el intenso olor a vida que flotaba en el aire. Contempló con frialdad, casi con indiferencia, los rostros que pasaban frente a él; observando en ellos los síntomas físicos de la excitación por las expectativas de la noche.
Un martilleo asfixiante se instaló en su pecho. Kate y Justin acababan de aparecer cogidos de la mano. Kate llevaba el pelo semirrecogido, sujeto y adornado con un pequeño ramillete de flores secas que dejaba al descubierto su largo y esbelto cuello. Se acercaron a Evan y Jill, que conversaban con unos amigos, pero Justin la alejó de allí en cuestión de segundos y, acaparándola por completo, la llevó al encuentro de sus propios amigos. Ella no se sentía cómoda siendo el centro atención y, en cuanto pudo, se disculpó para ir a buscar una bebida.
William continuó observándola mientras se alejaba, y no pudo resistir el impulso de hablar con ella por última vez. La encontró junto a la mesa del ponche, agitando una servilleta sobre su cuello para aliviar un poco el calor. Enviando hacia él, a través del aire, oleadas de aquel sabor dulce, a la vez que metálico, que tanto deseaba. Una mezcla de sensaciones que despertaban su deseo, y su odiosa sed empezó a apoderarse de él.
—Hola —musitó a su espalda, con la vista atrapada en el latido de su garganta. Kate se giró sobresaltada, y a punto estuvo de tirar su copa de ponche sobre él—. ¡Tranquila, no vengo a disculparme! —dijo con una sonrisa traviesa.
Kate no pudo evitar sonreír, su rostro de ángel provocaba en ella un amor tan fuerte y lacerante que la desarmaba; perdía toda su voluntad. Tragó el sorbo de ponche que aún guardaba en la boca y una risita atragantada escapó de sus labios.
—¿Dónde está tu futbolista? —susurró él cerca de su oído.
—Anda por ahí, hablando de yardas y de touchdown. Y no es mi futbolista —replicó, dejando su copa en la mesa.
Una canción de suave melodía comenzó a sonar.
—Entonces no creo que le importe.
—¿El qué? —preguntó ella en un tono tan inocente que él no puedo evitar sonreír.
—Que te invite a bailar —aclaró, ofreciéndole su mano—. ¿Me concedes este baile?
Kate se ruborizó hasta las orejas y empezaron a temblarle las rodillas.
—No se me da muy bien bailar, y supongo que tú estás acostumbrado a hacerlo en otros ambientes —indicó sin ser muy consciente de lo que en realidad quería decir con aquella frase.
—Perdona, no… no entiendo lo que quieres decir —replicó William algo desconcertado.
Kate se obligó a no apartar la mirada de sus ojos. Esta vez no iba a callarse sus pensamientos, aunque a él pudieran incomodarle.
—Tu forma de hablar, de comportarte; esas personas que la otra noche se inclinaron ante ti. Tú… tú no eres como los demás, como la gente que yo conozco. ¿Quién eres en realidad? —preguntó, observándolo con suma atención.
William guardó silencio, ligeramente incómodo. Eso hizo que ella empezara a retorcer sus dedos, nerviosa, otra vez insegura bajo su mirada de lapislázuli.
—Solo lo que ves. Todo lo demás, es la corte que sigue a un apellido que… que apenas tiene que ver conmigo —contestó al fin.
—Eso no contesta a mi pregunta.
William cogió una de sus manos y la llevó hasta su hombro, después le cogió la otra y la apretó con suavidad alzándola ligeramente. La tomó de la cintura y tiró de ella, haciéndola girar mecida entre sus brazos. Ella se dejó llevar y disfrutó de la sensación.
—Pertenezco a una familia muy antigua que desciende de la nobleza europea. Mi educación ha sido un tanto especial, quizá por eso te parezco… diferente. —Se sentía incómodo diciendo esas palabras.
—¿Eres como un príncipe? ¿Como los de las pelis? —preguntó Kate, impresionada. Empezó a reír, no porque le hiciera gracia, era culpa de los nervios. No esperaba semejante respuesta.
—Dicho así suena ridículo —musitó él. Desvió la mirada y cerró los ojos un poco avergonzado.
—No es… No es ridículo… Tiene sentido —observó ella fascinada, e intentó ocultar el escalofrío que cruzaba su espalda—. ¡Dios mío! Ahora me siento aún más insignificante —no se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta y enrojeció violentamente.
—Tú lo eres todo menos insignificante. Brillas con luz propia sobre todo lo que te rodea —dijo con un destello diamantino en los ojos. Entrelazó sus dedos con los de ella y la hizo girar sobre sí misma con una elegante pirueta. Volvió a tomarla por la cintura y la atrajo un poco más cerca, limitándose a observarla con curiosidad. Con aquella mirada fría e insondable que solía usar cuando quería mantenerse distante.
—No me acostumbro a tu forma de hablar, ni de mirarme. Consigues que me sienta muy rara —confesó ella sin apartar sus ojos de él.
—Lo siento —se disculpó, apartando la vista.
—¡No, no me molesta, al contrario, me parece encantador! —Bajó la mano por el brazo musculoso de William y volvió a ascender con la suavidad de una caricia; notó cómo su cuerpo se tensaba—. Perdona, olvidé lo mucho que te cuesta que te toquen.
William no dijo nada, la miraba fijamente a los ojos, sin parpadear. Rodeó por completo su cintura y la acercó un poco más a su cuerpo, con un ansia desesperada en el interior. «Un beso, solo un beso, necesito llevarme ese recuerdo», pensó. Acercó lentamente su rostro al de ella, sintiendo cómo su corazón latía cada vez más rápido, expectante. Ella sabía lo que él se proponía y que no lo rechazaría, podía verlo en sus ojos.
Jill apareció junto a ellos como una exhalación.
—¡Hola chicos! —jadeó. Enmudeció, de repente consciente de que acababa de interrumpir algo importante; y si tenía alguna duda al respecto, ésta se disipó cuando vio lo aturdidos que ambos estaban al girarse hacia ella—. Justin anda por ahí, buscándote como un loco.
Kate se encogió de hombros con indiferencia y no contestó, ignorando por completo el comentario. Lo último que deseaba en ese momento era separarse de William. No quería apartar sus ojos de él, que aún la mantenía cogida de la mano con fuerza. De golpe, sus rodillas flojearon, y una sombra negra oscureció sus ojos.
—Kate, Kate… —insistía Jill palmeándole las mejillas.
—Estoy bien, estoy bien —susurró Kate, abriendo los ojos. William la sujetaba por los brazos, la mantenía dolorosamente apretada contra él. Sabía que unos minutos después vería la marca de sus dedos allí donde la sostenían ahora, y eso la reconfortó de extraña manera—. Solo ha sido un pequeño mareo.
—Tienes la piel muy caliente, parece que tienes fiebre —señaló Jill muy preocupada.
—No es nada, solo necesito refrescarme un poco.
—Con cuidado —sugirió William en voz baja, ayudándola a erguirse.
—Está bien, vamos al baño —dijo Jill, rodeándola con su brazo por los hombros—. William, ¿te importaría decirle a Evan lo que ha ocurrido? Seguro que estará buscándome.
William asintió y contempló a Kate con inquietud, mientras ésta se dirigía al interior del hotel. Pudo ver cómo ella giraba la cabeza y susurraba una palabra. «Espérame», leyó en sus labios. Apretó los puños con fuerza, había estado a punto de besarla, de cruzar el límite. Estaba a pocas horas de su marcha y no se le ocurría otra cosa que besarla. ¡No se podía ser más idiota! Dio media vuelta y fue en busca de Evan, maldiciéndose por su irresponsabilidad.
Un movimiento, casi imperceptible en la oscuridad, llamó su atención. Sintió el extraño impulso de acercarse, a la vez que un hormigueo familiar lo incitaba a ponerse en guardia. Cruzó el jardín, adoptando una postura y un semblante más corpulento y peligroso.
Una figura surgió de las sombras, hasta quedar completamente iluminada por la tenue luz que llegaba de los farolillos hasta allí. Era un hombre de unos veintitantos años, vestido con un atuendo de estilo militar y un petate al hombro.
—Hola —dijo el hombre cuando William llegó hasta él.
—Hola —respondió William, estudiando con recelo al visitante.
Recorrió con los ojos su pálida piel, sus ojos oscuros de grandes pupilas, su constitución fuerte a la vez que esbelta. El pequeño arete que colgaba de su oreja, la insignia con un apellido en la guerrera: Halloran. Aquel tipo de chaqueta era la que llevaban los SEALs en la guerra del Golfo.
—Mi nombre es Stephen —dijo el visitante, ofreciendo su mano a William, pero este permaneció inmóvil sin quitarle los ojos de encima.
—Yo soy…
—William Crain, lo sé —contestó.
—¿Me conoces? —preguntó atónito.
—¿Y qué vampiro no te conoce? —preguntó a su vez con un brillo inteligente en los ojos.
—¿Me estabas buscando?
—No, este encuentro ha sido pura casualidad. He oído que aquí necesitan a alguien que se encargue del mantenimiento durante la noche, y yo necesito trabajo —comentó, mirando a William a los ojos.
A William le pareció que decía la verdad.
—¿Piensas instalarte por aquí? —interrogó, aún con desconfianza.
—¡No, que va! Lo mío es ir de un lado para otro, aunque de vez en cuando tengo que quedarme en algún sitio un par de semanas. Solo el tiempo necesario para conseguir algo de dinero. La sangre se cotiza a lo alto en el mercado negro.
Shane y Carter surgieron de repente junto a William con actitud protectora. Con los cuerpos ligeramente adelantados, relegaban al vampiro a una posición más protegida. Sus ojos dorados como el fuego relampagueaban fijos en el nuevo visitante.
—¡Vaya, qué concurrido está este pueblo! —observó Stephen en tono irónico al percatarse de que eran licántropos.
—¿Va todo bien? —preguntó Carter, estudiando al vampiro.
—Sí. De momento —respondió William, entornando los ojos—. Este es Stephen. Va a quedarse por aquí un par de semanas.
—Hola —dijo Stephen tendiendo la mano a Carter. El licántropo no se movió y lanzó una mirada inexpresiva a la mano que le ofrecía—. Ya veo que no sois muy hospitalarios —señaló el recién llegado, moviendo la cabeza de un lado a otro.
—No nos fiamos de los desconocidos. Hace poco un renegado atacó a mi hermano muy cerca de aquí —comentó Carter sin relajar su postura tensa.
—Soy legal, os lo aseguro. No tengo intención de buscar problemas, solo estoy de paso.
Shane, que no había dicho ni una palabra, dio un paso hacia Stephen.
—Soy Shane Solomon —se presentó, ofreciéndole la mano del vampiro. Por alguna extraña razón, aquel tipo le caía bien, no era más que una sensación, pero su instinto no solía fallarle con esas cosas—. ¿Tienes dónde quedarte?
—Sí, he encontrado una casa abandonada con un sótano muy acogedor.
—¡William! —el grito de alarma cruzó el aire como un trueno.
William se giró sobresaltado.
Jared venía corriendo hacia ellos, su rostro era la viva imagen de la angustia.
—¡Es Kate, no se encuentra bien! —gritó con evidente tensión.
Las palabras de Jared llegaron hasta el vampiro como una bofetada. Salió disparado con el miedo a punto de estrangularlo. Pasó corriendo entre la gente sin que nadie se percatara siquiera de que lo había hecho, y cruzó bajo la puerta que daba paso al interior una décima de segundo después. Evan apareció cortándole el paso.
—No, William, no. Está sangrando —dijo entre dientes.
—Aparta —masculló, quitándolo de en medio de un empujón.
Había un grupo de gente arremolinada y los apartó sin miramientos. La encontró en el suelo sin apenas sentido. Jill la tenía abrazada contra su pecho y sujetaba un pañuelo ensangrentado sobre su frente.
—Ha vuelto ha desmayarse, se ha golpeado la cabeza contra ese macetero —explicó Jill entre lágrimas.
William se arrodilló junto a ella. Inspiró deliberadamente y el olor de la sangre ascendió por su olfato. Jadeó a través del fuego que sentía en la garganta, dispuesto a combatir el irresistible deseo por la sangre que urgía bajo sus venas. La tomó en brazos con todo el cuidado del que fue capaz y se dirigió veloz a la calle con la cabeza de Kate reposando en su pecho, sintiendo cómo aquel liquido caliente y espeso mojaba su camisa.
—¿A dónde la llevas? —gritó Jill. Sabía lo que William era y de qué se alimentaba, y temió por Kate—. ¡Evan, no puedes dejar que se la lleve! —le recriminó a su novio.
—¿Y qué quieres que haga? —repuso Evan nervioso.
—¿Quieres tranquilizarte? —susurró Shane, que acababa de aparecer, con tono severo—. Estás llamando la atención sobre nosotros.
—Pero… —se volvió hacia Shane con ojos suplicantes.
—Él jamás le haría daño, se quitaría la vida antes de tocarla.
William pisó a fondo el acelerador a pesar del intenso tráfico, esquivando un coche tras otro sin apenas mirar la carretera. Sus ojos observaban con ansiedad el rostro de Kate, tan pálido que parecía carente de vida. La mantenía abrazada, impidiendo que resbalara del asiento, a la vez que luchaba por no perder el control sobre la situación. Ella abrió los ojos y a su cara asomó lo que parecía una sonrisa.
—William —musitó.
—Shhh —la hizo callar con ternura.
—Tus ojos… ¿qué les ocurre a tus ojos?
William apartó la mirada de ella y se miró en el retrovisor. Sus ojos eran dos rubíes de un color tan intenso, que brillaban como si tuvieran luz propia. Apretó los labios entreabiertos, tratando de ocultar otro detalle que evidenciaba su naturaleza, sus colmillos estaban completamente desplegados y arañaban su lengua.
Entró por la puerta de urgencias con ella colgando entre los brazos, había perdido el conocimiento solo unos segundos antes de llegar al hospital. La herida había dejado de sangrar, pero un hematoma bastante feo estaba apareciendo alrededor del golpe.
—¡Keyla! —gritó al ver a la hija de Jerome por el pasillo. Apenas llevaba unos días trabajando allí.
—¡William! —exclamó ella. Sus ojos se abrieron como platos, imaginando lo peor al contemplar a la chica en sus brazos. Tardó un segundo en reconocerla y los celos despertaron en su interior.
—Tiene mucha fiebre y se ha dado un golpe bastante fuerte en la cabeza.
—Ven, sígueme. —Lo condujo a través del pasillo hasta una doble puerta abatible—. Colócala aquí —señaló una camilla.
—¡Dios mío, si es Kate! —exclamó el doctor Anderson al entrar en la habitación.
—Tienes que salir, William —dijo Keyla cogiéndolo por el brazo.
—¡No!
—No puedes quedarte aquí —insistió con tono autoritario.
William entró en la sala de espera completamente abatido. No podía soportar la idea de que a Kate pudiera sucederle algo, que desapareciera de un mundo que solo tenia sentido si ella se encontraba en él. Se sentó en una de las sillas y cerró los ojos mientras un violento temblor estremecía su cuerpo. Cuando volvió a abrirlos, Carter y Shane, junto con Jared, entraban por la puerta. Diez minutos después, Evan y Jill aparecían con Alice.
—¿Dónde está? ¿Cómo está? —preguntó la mujer con voz temblorosa.
—No lo sé —dijo William con pesar y la cogió de la mano para que se sentara.
De repente, Justin entró como un oso furioso y arremetió contra William.
—¿Quién te crees que eres para llevártela así? —gritó, apuntándolo con el dedo.
—¿Dónde estabas tú? Había ido contigo y la dejaste sola —bramó William, lívido y airado. El olor a alcohol penetraba en su olfato, podía olerlo en las venas del chico. Lo apartó de un empujón, poniendo cuidado en no lastimarlo a pesar de que se moría de ganas de aplastarlo como a un insecto.
—Eso no es asunto tuyo —respondió Justin, esquivando su mirada. De pronto se sintió inseguro, William era más alto, evidentemente más fuerte y había algo siniestro en él que le helaba la sangre. Todo su valor se vino abajo y una sensación de miedo se apoderó de él.
—Yo creo que sí —replicó William. Parecía que su cuerpo crecía por segundos, inclinándose oscuro y amenazante sobre Justin—. Si tiene que ver con ella, es asunto mío.
—A ti lo que te pasa es que no soportas que me haya elegido a mí. —Las últimas palabras casi se le atragantaron en la garganta. La expresión feroz de William lo asustó hasta la médula.
—¡Basta! —gritó Alice—. El que quiera quedarse aquí tendrá que comportarse, o tendré que pediros a los dos que os marchéis.
William no se movió, deseaba aplastar a aquel parásito. La mano temblorosa de Alice sujetó su muñeca.
—William —susurró suplicante. Su enfermo corazón aumentó las palpitaciones.
William percibió la debilidad de la mujer y su rostro se suavizó al mirarla a los ojos.
—Lo siento —se disculpó, y volvió a ocupar la silla con la vista clavada en el suelo.
Justin lanzó un bufido furioso y se marchó herido en su orgullo. Jamás nadie lo había amedrentado de esa forma, pero aquel tipo era diferente. Había percibido algo siniestro bajo su mirada azul, una amenaza real que había puesto en marcha su instinto de supervivencia.
Un par de horas después, el doctor Anderson entraba en la sala de espera.
—Tengo buenas noticias —dijo con una enorme sonrisa—. Kate está bien, solo tiene una pequeña conmoción. Pero me gustaría que se quedara aquí un par de días para hacerle algunos análisis…
—Pero acabas de decir que está bien —dijo Alice preocupada.
—Y así es, pero tengo la sensación de que Kate no se cuida mucho últimamente, y eso puede afectar a su salud.
—¿Y la fiebre? —preguntó Jill.
Su padre la miró un segundo, muy serio, aún no la había perdonado por su inminente boda y por negarse a ir a Princeton.
—Tiene una fuerte infección en el oído interno, eso le provocaba los desvanecimientos. Una semana con antibióticos y estará como nueva —explicó sin mirar directamente a Jill—. Alice, acompáñeme, por favor. Me gustaría hacerle algunas preguntas sobre los hábitos de Kate en casa. Por cierto, ¿quién de vosotros es William?
—Yo —contestó William poniéndose en pie.
—Kate ha insistido mucho en hablar contigo y se niega a dormir hasta que pueda verte. Solo cinco minutos, por favor, necesita descansar. Los demás podéis marcharos a casa, no habrá más visitas por esta noche.
William se dirigió a la habitación que le indicaron. Encontró a Kate recostada sobre la cama, con los ojos cerrados. Su respiración se había vuelto pausada y su corazón latía con un ritmo acompasado, síntomas de un sueño profundo. Se acercó a ella, limitándose a observarla. Su rostro había perdido el brillo febril y en su lugar un precioso tono sonrosado coloreaba sus mejillas. Tuvo el impulso de acariciar su piel y, lentamente, deslizó el dedo índice a lo largo de su brazo, hasta la palma de la mano donde dibujó un pequeño círculo. Se sentó en el borde de la cama y observó con detenimiento su rostro, preguntándose cuántos años tendrían que pasar para que pudiera olvidarlo.
—Hola —susurró Kate entreabriendo los ojos.
—Hola. —Se levantó como si un resorte lo hubiera empujado alejándolo de la cama.
Ella arrastró su cuerpo hacia arriba, tratando de incorporarse. La cabeza comenzó a darle vueltas y un dolor palpitante apareció donde tenía la herida.
—Quería darte las gracias por lo de esta noche —dijo con voz temblorosa, todavía se sentía algo desorientada.
—No es necesario, cualquiera hubiera hecho lo mismo.
—Sí, pero has sido tú, y es la segunda vez que me salvas, apuesto príncipe —añadió enrojeciendo.
—Eso no ha tenido gracia —repuso él con una suave risa.
—No, pero te estás riendo —le hizo notar Kate, sonriendo también. Se sentía feliz con solo mirarlo—. El médico quiere que me quede aquí un día más, va a hacerme unas pruebas para ver cómo anda mi salud. Cree que no me estoy cuidando mucho.
—¿Y tiene razón? —preguntó William con tono reprobatorio.
—La verdad es que sí, llevo unas semanas en las que apenas como, ni duermo.
—¿Por qué?
—Supongo que por las preocupaciones —respondió, bajando los ojos hasta sus manos unidas sobre las sábanas.
—¿Qué preocupaciones? —preguntó con curiosidad.
—Bueno, ya no tenemos tantos huéspedes como antes, eso significa menos dinero y alguna factura sin pagar. Sé que Alice no se encuentra bien, aunque ella se empeñe en aparentar lo contrario. —El rostro del vampiro se tensó ante el comentario—. La respuesta de Harvard me estaba volviendo loca y… —Suspiró—. Otras cosas más difíciles de explicar —añadió clavando sus ojos en William. El amor que sentía por él la estaba consumiendo poco a poco, pero esto no podía decírselo.
—Solo dispones de un cuerpo para esta vida, debes cuidarlo, comenzando por alimentarte como es debido —replicó William como si estuviera recriminando a una niña, había vuelto a recuperar su actitud fría y controlada.
—Podrías ayudarme con eso —sugirió Kate, volviendo a enrojecer.
Un detalle que turbaba a William en exceso.
—¿Necesitas algo?
—No —contestó y su respiración se agitó—, pero… podrías invitarme a cenar cuando salga de aquí. ¿Qué tal pasado mañana?
—Kate… yo…
La puerta se abrió de golpe y Keyla entró en la habitación con una bandeja en la que portaba un vaso de agua y unas pastillas. Se detuvo un instante y recorrió la escena con ojos felinos, evaluando con especial atención la expresión de sus rostros.
—Son para que descanses —le indicó a Kate dedicándole una sonrisa poco natural—. ¡Así que estabas aquí! —dijo a William, mientras entregaba a Kate el vasito con la medicación—. ¿Te importa si volvemos juntos a casa? Estoy muy cansada para conducir.
—Sí, claro —contestó William, sin apartar la vista de Kate.
—Pues vamos. —Lo cogió de la mano y tiró de él hacia la puerta—. Mi turno ya ha terminado y esta niña debe dormir.
Enfatizó la palabra niña con una sonrisa perversa, o al menos eso le pareció a Kate. William frenó la marcha, soltándose suavemente de su agarre.
—¿Por qué no te adelantas? Yo te alcanzaré enseguida —sugirió en un tono que no daba lugar a réplica.
—No tardes —rogó Keyla con voz mimosa, lanzando una mirada fugaz de resentimiento a Kate.
William esperó a que la puerta se cerrara por completo. Con lentitud giró sobre sus talones, hasta quedar frente a Kate. Ella se contemplaba las manos entrelazadas sobre el regazo.
—Kate, respecto a la cena…
—¿Sabes qué? Olvida la cena, yo tampoco creo que sea buena idea —dijo sin levantar los ojos de la sábana.
William lanzó un suspiro entrecortado, se sentía tan frustrado que temió cometer una estupidez, como invitarla a cenar, a pasar juntos un fin de semana en París, a compartir toda la eternidad con él. Cualquier cosa que borrara aquella sombra oscura de su precioso rostro.
—Debo marcharme —anunció. Guardó las manos en los bolsillos traseros de su pantalón, para volver a sacarlas rápidamente con impaciencia y frotarlas contra las caderas.
—No la hagas esperar, parecía bastante cansada —comentó ella en tono mordaz. Estaba que echaba chispas y con un deseo enorme de tirar algo contra William, síntomas inequívocos de un ataque de celos—. Para ser solo amigos, te controla bastante. No sé, pero da la impresión de que ella levanta la mano y tú saltas —no pudo controlarse y dijo en voz alta lo que pensaba.
—Ahora estás enfadada y no sé por qué —dijo él, desconcertado.
Kate alzó la mirada sintiéndose culpable, consciente de que no tenía ningún derecho a hablarle así.
—Perdona, creo que estoy más cansada de lo que pensaba —se excusó con cobardía, incapaz de reconocerle que estaba enfadada, muerta de celos y a punto de llorar si él no la abrazaba de inmediato.
—Entonces te dejaré dormir, seguro que por la mañana te encontrarás mejor —comentó él—. Cuídate, por favor —musitó con la amargura de la despedida. La miró fijamente, muy serio. Sumergiéndose por última vez en aquellos ojos verdes que lo habían enamorado.
Kate asintió. Si hablaba, no podría contener las lágrimas. Una oleada de pánico la asaltó. ¿Por qué le habían sonado tan mal aquellas palabras? ¿Por qué la inquietaban tanto? Se limitó a sostener su mirada, incapaz de decir una sola palabra.
William se encaminó a la puerta con resolución, giró el pomo y abrió; se detuvo antes de salir y miró a Kate por encima de su hombro.
—Entre ella y yo no hay nada de lo que imaginas —dijo con voz queda, y abandonó la habitación sin más.
William se dirigió al aparcamiento con la mente saturada por todo lo ocurrido. Sentía en el pecho un enorme vacío, oscuro y doloroso. Su corazón había muerto por segunda vez sin posibilidad de que volviera a recuperarse. Contempló las estrellas mientras caminaba, y cómo las luces de un avión se alejaban velozmente hasta desaparecer. En muy poco tiempo, él también estaría huyendo en uno.
Encontró a Keyla apoyada contra el coche, con los brazos cruzados sobre el pecho y golpeando impacientemente el suelo con uno de sus vertiginosos tacones; el eco resonaba con fuerza en el silencio de la madrugada. Solo le faltaban unos pasos para alcanzarla cuando ella se lanzó contra él.
—¿Acaso has perdido el juicio? —gritó enfadada mientras lo golpeaba en el pecho con las dos manos. Su fuerza sobrenatural lo cogió desprevenido y casi lo tiró de espaldas.
—¿A qué viene esto? —preguntó William, sorprendido por la reacción de la chica.
—No te haces una idea del miedo que sentí al verte aparecer con esa humana sangrando en tus brazos, por un momento temí lo peor —señaló con la voz entrecortada.
—¡Gracias por la confianza! —repuso William en tono mordaz y apoyó la cadera contra el coche. Con el ceño fruncido miró su camisa, acababa de perder un par de botones en el empujón, y estaba completamente manchada de la sangre de Kate. Con un movimiento la arrancó de su cuerpo y la lanzó lejos, abrió la puerta trasera y sacó una sudadera, la misma que le había prestado a Kate la noche de la inauguración. Se la puso y durante unos segundos trató de subir la cremallera sin conseguirlo. Al final abandonó el intento, dejando al descubierto su torso desnudo.
—Confío en ti, pero no puedes arriesgarte de esa forma —susurró Keyla—. Esa chica estaba sangrando, y si hubieras perdido el control, habrías firmado tu sentencia de muerte y nadie podría hacer nada para ayudarte. ¡Prométeme que no volverás a hacer algo parecido!
William sacudió la cabeza. Quiso dar un paso atrás pero el coche se lo impedía. Era la primera vez que se encontraba a solas con ella, después de saber de sus sentimientos hacia él.
Keyla se acercó a William con ojos cristalinos y un ligero temblor en los labios. Lentamente cogió la cremallera y la subió hasta la altura de su pecho, rozándole la piel con los dedos. Subió la mano y le acarició el rostro.
—No tienes idea de lo importante que eres para nosotros… —susurró. Pegó su estómago al de él sin poder apartar la mirada de su boca—. De lo importante que eres para mí… —Se puso de puntillas y lo besó, envolviendo su cuello con los brazos.
Durante un segundo, William le devolvió el beso, necesitado de aquel contacto, pero inmediatamente la sujetó por los hombros y la apartó con todo el cuidado del que fue capaz.
—Lo siento, no puedo —dijo algo aturdido.
—¿Por qué? ¿Es por lo que soy?
—¡No, por supuesto que no! ¿Cómo puedes pensar eso? ¡Que seas un licántropo no es un problema para mí! —respondió ofendido. Él sería el último en tener esos prejuicios.
—Entonces, ¿dónde está el problema? ¿No te gusto? —insistió exasperada.
—No es eso, Keyla. Eres una mujer increíblemente hermosa y deseable, pero mis sentimientos por ti no van más allá de los que tendría por una hermana.
—¿Es por ella, por esa humana? He visto cómo la miras —gruñó dándole la espalda. William no contestó—. ¿La quieres? —Se giró de nuevo hacia él con expresión ansiosa, interpretando su silencio como un sí.
—Eso no importa —respondió él.
—A mí sí —insistió.
—Keyla —su voz sonó suplicante—, aunque así fuera, ¿qué más da? Hay un avión esperándome en Boston, me marcho en unas horas.
—¿Por qué? ¿Por qué te marchas?
—Debo continuar con mi vida.
—¡Aquí tienes una vida! —replicó Keyla.
William resopló exasperado y la miró con dureza.
—¿De verdad esperas que me quede aquí, fingiendo vivir como un humano? ¿Que busque un trabajo? ¿Que compre una casa? —preguntó de modo desafiante.
—Yo lo hago y no me va tan mal —respondió ella con dulzura. Acortó los pasos que los separaban y colocó las manos sobre el pecho de él—. Podrías ser muy feliz aquí si lo intentaras —ronroneó las últimas palabras como si fueran una promesa.
—Puede que tengas razón, pero no quiero intentarlo.
—Destrozarás a mi hermano, eres su único amigo y si lo dejas solo… —repuso consciente de que era un sucio chantaje lo que estaba intentando.
—No te preocupes por Shane, viene conmigo, y tu padre está de acuerdo. —Su rostro tenía una expresión tensa, pero trató de sonreír.
—Pero…
El teléfono de William sonó en el coche.
—Discúlpame —dijo, agradecido por la pausa en aquella incómoda conversación. Se alejó unos pasos en busca de un poco de intimidad. Cuando regresó, su rostro estaba tenso.
—¿Ocurre algo malo? —preguntó ella.
—Han suspendido mi vuelo. Parece que hay algún problema con el avión. No volverá a estar preparado hasta dentro de dos días —explicó con malestar.
Keyla no hizo ningún comentario, pero una sonrisa de suficiencia se dibujó en su cara. Tenía cuarenta y ocho horas por delante para conseguir que William cambiara de opinión.