William llegó a la bifurcación. No tardó en divisar el roble y el camino; y también una señal, semioculta entre la maleza, en la que se podía leer: Sendero del lobo.
«Tiene gracia», pensó.
Se estremeció con una suave risa, era irónico que se llamara así, sobre todo cuando conducía a la nueva residencia de una familia de licántropos.
Avanzó por el camino de tierra convertido en un barrizal por culpa de la lluvia. Una gota le cayó en la mejilla desde el pelo mojado, haciéndole cosquillas. El coche se deslizaba con mucha facilidad sobre el barro, e intentó secarla frotando la cara contra el hombro sin quitar las manos del volante. Apartó la cara de golpe al percibir el olor de la chica impregnado en la prenda, mientras una emoción desconcertante se agitaba dentro de su pecho: el tenue recuerdo de un corazón palpitando en su interior, rivalizando contra el hambre que se agitaba dentro de él. Respiró profundamente, intentando calmarse, hasta que empezó a recuperar de nuevo el control de sus pensamientos.
Por suerte, una imagen lo distrajo. Una casa de madera y piedra, con el tejado de pizarra, apareció a lo lejos rodeada por el espeso bosque. Tenía grandes ventanales que dejaban ver el interior de la vivienda y, conforme se fue acercando, pudo distinguir varias figuras que se movían por las amplias estancias. Sonrió, y una sensación de calor le recorrió el pecho. ¡Cuánto los había echado de menos!
Una explanada de gravilla servía de aparcamiento a un monovolumen y a un Range Rover plateado último modelo. Detuvo el coche junto a los otros vehículos y tocó el claxon un par de veces. El portón de madera que daba entrada a la casa se abrió de golpe, y una niña que no contaba con más de siete años salió disparada a través del umbral.
—¡Ya está aquí, ya está aquí! —gritó la pequeña. Corrió hacia William con sus diminutos pies descalzos y una amplia sonrisa dibujada en la cara. Tenía el pelo rubio, recogido en una coleta que ondeaba sobre su espalda, y unos ojos grandes y grises de los que era imposible apartar la mirada.
William se agachó para recibirla y la niña saltó a sus brazos abiertos con una gracia que lo desarmó.
—¡William! —gritó con voz cantarina.
—¡Hola, April, cómo has crecido! —exclamó abrazándola.
La niña asintió, emocionada, y se apretó contra su cuello.
—Te he echado mucho de menos —dijo con un mohín.
—Y yo a ti, princesa, y yo a ti —reconoció mientras la besaba en la frente.
William dejó a April en el suelo y abrió los brazos a la mujer que se acercaba hasta ellos con paso rápido, Rachel, la esposa de Daniel. Lucía una larga cabellera rubia recogida en una trenza, y vestía un pantalón corto de color blanco y una camisa a cuadros sin mangas que dejaban al descubierto una piel dorada por el sol. Era una mujer bellísima, exuberante, y nadie diría que aquel cuerpo había sufrido cuatro embarazos. La seguían tres muchachos de anchos hombros y grandes sonrisas en unos rostros muy atractivos.
—¡Will! —exclamó Rachel, saludando efusivamente con la mano.
—¡Hola, Rachel!
—¡No sabes cuánto me alegro de que estés con nosotros! —dijo emocionada. Se abrazaron unos segundos y ella tomó su rostro entre las manos para darle un beso en la mejilla—. Mírate, tan guapo como siempre. ¡Dios mío! ¿Qué te ha ocurrido? ¡Estás empapado!
William sonrió y meneó la cabeza, restándole importancia a su aspecto.
—Tuve un pequeño incidente en la carretera, nada importante.
—¿Estás seguro? Pareces un poco cansado.
—¡Ya vale, mamá, vas a conseguir que resucite con tanta ñoñería! —dijo el más joven de los tres chicos que la acompañaban. Tenía dieciséis años, aunque aparentaba alguno más. Se parecía mucho a su madre, excepto en el cabello, que era un poco más oscuro y rizado. Se acercó a William y le estrechó la mano con fuerza.
—¿Qué tal, tío?
—¿Cómo demonios haces para crecer tanto, Jared? —preguntó William, mirando al chico de arriba abajo.
—¿Que cómo? Se pasa el día colgado de la ventana del vestuario de las animadoras —contestó un chico de ojos grises, con el pelo rubio, muy corto, y aspecto de deportista. De hecho, era el mejor quarterback que el instituto de Heaven Falls jamás había tenido.
—¡Vete al infierno, Evan! —replicó Jared bastante molesto.
—Jared, no le hables así a tu hermano —repuso Rachel con autoridad—, y tú, déjalo en paz o te tocará lavar los platos toda la semana —amenazó a Evan mientras le apuntaba con el dedo.
—¡Estos niños! —comentó con suficiencia una tercera voz. Carter, el mayor de los hijos de Daniel y su vivo retrato. Alto, moreno y corpulento, con unos ojos oscuros y penetrantes, traviesos—. Me alegro de que hayas venido, William, este sitio será más divertido contigo por aquí.
Se abrazaron, entrelazando sus manos con un fuerte apretón. Entonces William se percató de la enorme figura que ocupaba el umbral de la casa, y que los observaba con expresión divertida.
—Daniel —susurró, y se encaminó a la casa esbozando una gran sonrisa.
Se detuvo frente a su amigo y se miraron a los ojos.
—¡Bienvenido a casa, hermano! —dijo Daniel, conteniendo la emoción.
Se abrazaron unos instantes. Había pasado algo más de un año desde la última vez que se vieron, demasiado tiempo incluso para ellos.
Tras charlar un rato en el salón, pasaron a la cocina. Rachel estaba sumergida entre ollas y sartenes, dedicó una sonrisa cargada de ternura al vampiro y comenzó a lavar unas verduras para la cena. Los chicos se organizaron para preparar la mesa; mientras, Daniel sacó unos filetes del horno y los fue sirviendo en los platos.
—Eh, William, el coche de ahí fuera es nuevo. ¿Qué le ha pasado al otro? —preguntó Evan con curiosidad.
—Reventé el motor con un par de renegados cuando cruzaba Vancouver, allí terminó su viaje y también el mío —contestó mientras cortaba con destreza unas zanahorias para Rachel.
—Pues a mí me gusta mucho más este —comentó Carter. Se acercó al armario para coger más platos y los fue colocando sobre la mesa—. Me encantan los coches grandes y rápidos. ¡Ya verás la preciosidad que tengo en el garaje!
—¿Has dicho preciosidad? Esa cosa es tan grande y ruidosa como una excavadora —replicó Rachel—. Aún no entiendo en qué pensaba tu padre cuando te lo regaló.
—¡Me ofendes, mamá! —exclamó Carter, fingiendo sentirse apenado, empezando así la discusión de siempre—. ¿Cómo te sentirías si yo comparara tus…?
Pero Rachel enseguida lo interrumpió.
—Piensa muy bien lo que vas a decir, cariño —dijo en un tono claro de amenaza.
Carter esbozó su sonrisa de pirata y pestañeó con gesto inocente.
—Solo digo que… ¡Ay! —exclamó, frotándose el costado. Su padre acababa de darle un codazo.
—Tienes las de perder —canturreó Daniel al oído de su hijo. Una mueca maliciosa se dibujó en su cara—. Y al final acabaré teniendo yo la culpa. Cierra el pico.
—El Range tampoco está nada mal —intervino William, escondiendo su risa. Se sentó en una esquina, sobre la encimera de madera, contemplando a través de la ventana cómo iba anocheciendo. El cielo era como una paleta de colores que iban del naranja al violeta en todas sus tonalidades, y las primeras estrellas titilaban por encima de los árboles creando un efecto espectacular.
—Ha sido un capricho de Daniel, cree que para estas carreteras es más cómodo y seguro un todoterreno —informó Rachel.
—Y lo es, vivimos en medio de un bosque al pie de las montañas. Cada vez que llueve los caminos se inundan…
Rachel levantó la mano, interrumpiendo la excusa, mil veces repetida, de su marido.
—Daniel, nuestro viejo coche también era un todoterreno.
Daniel chasqueó la lengua.
—No exactamente, era un híbrido y sin tracción trasera. Necesitábamos un coche con tracción trasera.
—¡Oh, vamos, que ya nos conocemos! ¡Querías un coche nuevo y la lluvia era la excusa perfecta! Cuando se trata de coches eres tan caprichoso como un niño.
Daniel puso los ojos en blanco y le dedicó una sonrisa de complicidad a William.
—Y ya que estamos hablando de ruedas —intervino Evan—. ¿Por qué le habéis comprado un coche nuevo a Carter y yo tengo que compartir el monovolumen con mamá y Jared?
—Ya conoces la respuesta —respondió Daniel.
—Sí, pero… si es un premio por sus notas en la universidad. Yo también me gradúo este año en el instituto y he conseguido una beca. ¿Por qué yo no tengo coche?
—Porque esa beca la has conseguido con el fútbol, no es lo mismo —replicó Carter, dedicándole una mueca burlona.
—Sí que lo es —dijo Evan, enfadado. Se giró hacia su padre—. ¡Papá, no es justo!
Daniel lanzó un sonoro suspiro y sus ojos relampaguearon un segundo con un brillo dorado.
—Está bien, lo discutiremos mañana.
—De eso nada —intervino Jared—. Si Evan consigue un coche, yo también.
—¿Uno a pedales? —preguntó Evan con un gesto de mofa.
—¡Piérdete! —replicó Jared.
—Ya está bien, chicos —gritó Daniel para hacerse oír—. Vamos a cenar.
Rachel se acercó a William y le hizo un gesto para que la siguiera.
—Hay cosas que nunca cambian —dijo el vampiro mientras alcanzaban el vestíbulo. Los chicos continuaban discutiendo y sus voces resonaban en cada rincón, cada vez más altas.
—Los adoro, pero te juro que a veces deseo asesinarlos.
William rompió a reír y ella se contagió de su risa. Lo condujo escaleras arriba, hasta un dormitorio al final del pasillo. Abrió la puerta y dejó que él entrara primero.
—¡Ésta es tu habitación! —anunció ella.
La estancia era muy amplia y luminosa, con una cristalera corredera que daba paso a una terraza. Había una mesa de dibujo bajo una de las ventanas, un sofá negro de piel junto a una librería antigua, perfecto para descansar y leer; equipo de sonido y una cama bastante grande que ocupaba el centro de la habitación. William se dio cuenta de inmediato de que la habían decorado pensando en él. Menos por un detalle.
—¿Una cama? Sabes que no la necesito —señaló, arqueando las cejas. Una nota de diversión destacó en su voz.
—Hay que guardar las apariencias —susurró ella en tono malicioso—. Ven, hemos conseguido algo para ti.
Rachel se acercó a las puertas del vestidor y las abrió por completo. Fue hasta el fondo y tanteó la pared con suavidad. Uno de los paneles de madera cedió con un leve crujido, y dejó al descubierto un armario refrigerado repleto de bolsas de sangre. William se quedó de piedra, con los ojos abiertos como platos y un enorme vacío en el estómago.
—¡No debéis arriesgaros de esta forma por mí! —le reprochó.
—No hemos corrido ningún riesgo. Las consiguió una persona de confianza —dijo ella con calma—. Daniel y los chicos salieron de caza la otra noche, abundan los ciervos de cola blanca y en las montañas han visto algunos osos, pero sabemos que esto es lo mejor para ti. Y es mucho más seguro —puntualizó—. Estamos cerca de una reserva y hay demasiada vigilancia.
—No importa. No quiero que andéis por ahí comprando sangre. No es prudente. —La tomó por la barbilla y la miró a los ojos—. Es mi problema, ¿de acuerdo?
Rachel asintió y le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—Para mí eres como un hijo. —Sonrió y sacudió la cabeza con los ojos en blanco—. Aunque eres tú quien podría ser mi padre —bromeó. William soltó una carcajada—. Lo que intento decir es que… formas parte de esta familia y haremos cualquier cosa por ti. Y aunque me asuste reconocerlo, sé que cada uno de ellos daría su vida para protegerte. No puedes evitar que se preocupen de tus necesidades.
William no supo qué responder a eso, él sentía lo mismo por cada uno de ellos. La tomó por los hombros y la abrazó con fuerza, sintiendo una profunda gratitud. Sonó un ligero carraspeo. Daniel estaba en el vano de la puerta, con las manos enfundadas en los bolsillos de su pantalón y una gran sonrisa iluminando su cara. Se acercó a ellos y besó a su mujer en la frente.
—Creo que deberías bajar y controlar a esos salvajes. A ti te obedecen más que a mí.
—Eso es porque tú los consientes y los mimas demasiado —señaló ella, golpeándolo cariñosamente en el pecho con el dedo. Daniel frunció los labios—. Tranquilo. Vosotros poneros al día, que yo me ocupo de los chicos.
Abandonó el cuarto, dejándolos solos, y enseguida la oyeron gritar un sinfín de amenazas a cual más terrible.
—¡Da miedo! —exclamó el vampiro, estremeciéndose.
—No te haces una idea.
Había anochecido por completo cuando William y Daniel salieron de la casa por la puerta trasera. Caminaron hasta alcanzar la primera línea de árboles y continuaron por un estrecho sendero que descendía hasta el lago. En pocos minutos, llegaron junto a unas aguas teñidas de plata por el reflejo de la luna llena.
William contempló el paisaje que abarcaban sus ojos. A lo largo de la orilla se distinguían algunas casas y muelles de madera junto a los que flotaban pequeños botes. El aire se notaba pesado e inmóvil, con un exceso de humedad, molesto incluso para él.
—Así que acabaste en Vancouver, pensaba que el rastro de Amelia te había llevado hasta el norte de Quebec —dijo Daniel, frunciendo el ceño.
—Y así fue, pero volvió sobre sus pasos, y he pasado los últimos ocho meses recorriendo Canadá tras ella. Siempre un paso por detrás —reconoció con voz ronca, llena de exasperación—. En Alberta estuve a punto de cogerla y en Vancouver tuve otra oportunidad, pero volvió a escabullirse. ¡No tengo ni idea de cómo lo hace!
—Es lista, William, y cuenta con ayuda. Son muchos los que la siguen y la protegen.
—Cacé a uno de sus siervos y me dio un mensaje.
Daniel ladeó la cabeza para mirarlo.
—¿Qué decía el mensaje?
—Que seguía vivo porque ninguna muerte le parecía lo suficientemente horrible para mí, pero que eso podía cambiar si no dejaba de perseguirla —su voz era casi un gruñido y tuvo que aclararse la garganta.
Guardó silencio y mantuvo la mirada fija sobre las pequeñas olas que se formaban en la superficie del lago.
Daniel observó al vampiro, intentando adivinar qué le pasaba por la cabeza, pero desistió al momento. Cruzó los brazos sobre el pecho, movió la cabeza con un gesto negativo y respiró profundamente. De repente estalló. Llevaba demasiados años viendo cómo William se consumía en aquella búsqueda tras un fantasma.
—¿Cuándo vas a terminar con esto? Tú no eres responsable de todas las muertes que ella ha provocado. Recorres medio mundo eliminando a los que ha transformado, limpiando sus masacres. ¡Por Dios, William, hace tiempo que expiaste tu culpa! —hablaba cada vez más deprisa, al ritmo que aumentaba su enfado. Tomó aire para frenar su respiración y que su voz sonara calmada—. El amor no justifica todo este sacrificio. Después de un siglo tras ella, va siendo hora de que la olvides y que empieces a vivir.
William dejó vagar su mirada alrededor.
—Hace tiempo que dejé de amarla, mis motivos son bien distintos. Lo único que quiero es verla muerta —aseguró con sinceridad, mientras un frío destello iluminaba sus ojos. Hacía mucho tiempo que ya no albergaba ningún sentimiento por la que era su mujer, solo se sentía responsable del monstruo en el que ella se había convertido por su culpa. Resopló—. Pero ya estoy cansado de esta persecución. El odio me está consumiendo y siento una terrible oscuridad sobre mí, tengo miedo de acabar convirtiéndome en uno de ellos.
—¡Pues termina de una vez! Hay otros que pueden encargarse de esta cruzada, deja que sean ellos los que le den caza —sostuvo Daniel de forma severa.
—Ni los Cazadores ni los Guerreros han conseguido acercarse a ella tanto como yo. No la conocen, no saben cómo piensa; yo sí.
Daniel posó una mano en el hombro del vampiro y le dio un ligero apretón.
—Tienes que vivir. Tienes que vivir y perdonarte.
William alzó la cabeza para mirarlo directamente a los ojos, y se sintió culpable por la angustia que mostraba el semblante de Daniel. Asintió con la cabeza.
—¿Por qué crees que estoy aquí? Quiero recuperar mi vida y no estoy seguro de poder conseguirlo yo solo —reconoció abatido—. Me he alejado de todo y de todos. Siento la oscuridad creciendo dentro de mí y lo que intenta hacer conmigo. No quiero acabar como uno de esos proscritos.
—Eso nunca pasará. No dejaremos que pase. Ahora estás aquí, ¿no?
William asintió con lo que parecía una sonrisa. Inhaló profundamente y contempló el cielo, el bosque. Guardó en su mente cada sonido y olor que percibía, estudiando cada palmo del terreno como lo haría un depredador. Una brisa ligera sopló a través de los árboles, las ramas se balanceaban con gracia, susurrantes, arrastrando efluvios humanos desde el otro lado del lago. Sintió una punzada de hambre y debilidad, y las puntas de sus colmillos le rozaron la lengua.
—¿Dónde conseguisteis la sangre? —preguntó.
—No te preocupes por eso, fue una operación segura.
—Estoy convencido, pero quiero saberlo —insistió William.
—La consiguió Keyla.
—¿Keyla? —repitió. No recordaba ese nombre, aunque tenía la sensación de que debería.
—Es la hija de Jerome, trabaja en la unidad de donantes de sangre del hospital de Concord.
—¿Jerome está en Concord? —preguntó sorprendido.
—No, vive un poco más arriba, esa fue una de las razones por las que vine a Heaven Falls —contestó.
William sonrió más animado. Jerome era hermano de Daniel y una de las personas más nobles y bondadosas que jamás había conocido. Habían pasado muchos años, demasiados, desde la última vez que estuvieron juntos.
—¡Eso es fantástico! —exclamó—. Sí, creo recordar que tenía tres hijos, ya me habías hablado de ellos: Keyla, Shane y…
—Matthew, el más pequeño, tiene la misma edad que April; y mañana durante el desayuno podrás conocerlos —dijo Daniel. Y cambiando de tema, añadió—: ¿Qué tal tu habitación? ¿Te gusta?
—Es estupenda, pero no era necesario que os tomarais tantas molestias. Me habéis dado el mejor cuarto de la casa.
—Necesitas un lugar que sea solo para ti, donde puedas descansar o refugiarte cuando lo necesites. A no ser que decidas hacer definitiva tu estancia aquí y quieras vivir solo. Si es así, hay una casa al norte que sería perfecta para ti. ¡Tienes que verla! Es enorme, con ventanas tan grandes que ocupan casi toda la pared. Yo quise comprarla, pero el dueño parece tener algún problema con los canadienses; creo que su ex mujer lo es, y el tipo parece resentido con ella.
William sacudió la cabeza.
—Daniel… no estoy seguro de si podré acostumbrarme a este lugar, quizá Inglaterra sea mejor para mí que todo esto.
—¿Por qué estás hablando de marcharte? Has venido para quedarte con nosotros, para alejarte de todo —la voz de Daniel sonó cortante y sombría.
—Y así es, pero no te aseguro que vaya a quedarme mucho tiempo. No sé si estoy preparado para una vida tan… humana.
Daniel bufó y enfundó las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Tus fantasmas son tuyos, William, e irán allí donde tú vayas sin importarles el lugar. Ya sea Laglio, Inglaterra o Heaven Falls; y te digo una cosa más, en este pueblo se respira una paz especial, puedo sentirla. Si no eres capaz de vivir aquí, no lo harás en ninguna otra parte —replicó abatido, frustrado por no saber cómo ayudar a su amigo.
—Puede que tengas razón, pero por más que lo intento, no consigo librarme de mis fantasmas. Llevan demasiado tiempo conmigo —reconoció exasperado, con Daniel podía mostrarse débil sin sentirse desprotegido.
—Empieza por olvidar aquella noche, deja de soñar despierto con lo que pasó.
Una sonrisa irónica curvó los labios de William.
—¿Tú lo has hecho? ¿Has conseguido olvidar esa noche? —preguntó con tristeza.
Daniel guardó silencio sin apartar la mirada de William y, lentamente, meneó la cabeza. Ninguno de los dos olvidaría jamás lo que pasó aquella noche en Summerside.