18

Kate dejó escapar un gruñido, y se tapó la cabeza con las sábanas en cuanto el sol entró a raudales por la ventana. Tanta luz le estaba dando dolor de cabeza. Cerró los ojos e intentó dormir de nuevo, pero enseguida se dio cuenta de que no lo conseguiría. No paraba de darle vueltas a lo ocurrido unas noches antes en la residencia de los Solomon. La última hora en esa casa había sido surrealista: hombres colgando de los árboles, la actitud misteriosa que todos ellos habían adoptado y su marcha precipitada, prácticamente forzada, minutos después.

Había intentando sonsacarle algo a Jared mientras la llevaba a casa, pero el chico se había mostrado distante y evasivo, además de elegantemente educado, cuando se había burlado de ella por su desbordante imaginación. Y quizá estaba en lo cierto, y todo era producto de sus propias paranoias.

«Jill», pensó en su amiga. Se levantó y buscó el teléfono entre el desorden de la mesa. Regresó a la cama y con gesto cansado se masajeó las sienes. Parpadeó un par de veces, tratando de aclarar su vista borrosa, y marcó de nuevo. Al otro lado una voz nasal le repitió que el número al que llamaba no estaba disponible. No esperó a que sonara el pitido del buzón de voz. En los últimos dos días había dejado diez mensajes, y Jill no había contestado a ninguno. No había vuelto a casa, ni tampoco había ido al instituto, al igual que Evan.

Se vistió deprisa y pasó del desayuno, tenía el estómago revuelto.

Cuando llegó al aparcamiento del instituto, buscó con la mirada el coche de su amiga. Esa mañana tampoco estaba en el sitio de costumbre. Se acercó al banco donde Carol y Emma charlaban, y se sentó junto a ellas esperando a que comenzara su primera clase. Fingió durante un rato que le interesaba la conversación, hasta emitía algún sonido de sorpresa ante el extenso repertorio de noticias y cotilleos de esa mañana. Por eso supo que Travis y Selene habían roto después de una pelea monumental durante el último entrenamiento, y que habían pillado a Mason dándose el lote con Cinthya Gray en el asiento trasero de su coche. Al cabo de unos minutos, Kate dejó de prestar atención y se dedicó a repasar la lista de tareas que tenía pendientes.

Por el rabillo del ojo vio cómo Rebecca Hobb se acercaba con su escolta de animadoras, seguida de su hermano Justin y de algunos de los chicos del equipo de fútbol. Les encantaba pavonearse delante de todos, conscientes del interés y las envidias que despertaban en muchos de sus compañeros. Kate tuvo la sensación de que Rebecca la miraba con demasiado interés.

—Kate, Becca no deja de mirarte —susurró Carol. Soltó un gritito y se tapó la boca con las manos—. ¡Dios mío, creo que viene hacia aquí!

«Genial», pensó Kate. Nada mejor para empezar el día como que Rebecca Hobb la tomara como blanco de sus burlas.

La chica se paró frente a ella, con su minifalda tamaño cinturón y su pelo dorado agitado por el viento, haciendo gala de lo bien que se le daba manejar las tenacillas. Siempre iba masticando chicle, con aquel gesto altivo y prepotente que le hacía torcer la boca hacia un lado.

—¿Hoy tampoco ha venido tu amiga la rarita? —preguntó Becca en tono burlón y mostrándole una sonrisa que se esfumó con la misma rapidez que había aparecido.

—Perdona, ¿has dicho algo? —preguntó Kate a su vez con mala cara.

Becca tamborileó con sus uñas pintadas de rosa pastel la carpeta que abrazaba.

—Desde que sale con Solomon tiene poco tiempo para estar con las amigas. —Hizo una pausa y puso los ojos en blanco—. Bueno, no exageremos… amiga. Porque eres la única que tiene ¿no?

—¿Qué quieres, Becca? —preguntó Kate arrastrando las palabras y su irritación aumentó al ver la sonrisa inocente que esbozó la rubia.

Becca se ahuecó el pelo con los dedos antes de contestar.

—Las chicas y yo hemos pensado que… —empezó a decir en tono aburrido. Kate lanzó un vistazo al grupo de animadoras, que reía entre susurros sin apartar la vista de ellas—, quizá te gustaría venir con nosotras a la fiesta de este sábado.

Kate la miró con suspicacia y lanzó otra mirada a las animadoras. Incluso pensó en echar un vistazo a su espalda para ver si ya llevaba colgado el cartel de inocente.

—¿Es una broma?

—¡No, por supuesto que no! ¿Por quién me tomas? —respondió Becca con la mano en el pecho—. Siempre hemos pensado que eres guay, una empollona, pero guay. Y no sé… ahora que Justin ya no sale con Jess, tú podrías ser su pareja en la fiesta. ¡Lo pasaremos de miedo! —exclamó dando un saltito.

Kate solo tardó un segundo en comprender de qué iba el asunto, no había que ser un genio, y tuvo que morderse los labios para no soltar una carcajada. Becca tenía que haber hecho algo muy gordo y Justin debía haberse enterado, aprovechando la situación para chantajear a su hermana con aquel favor a cambio de su silencio.

—¡No sabes cuánto te agradezco el detalle! —dijo Kate con un tono tan superficial como el suyo—. Pero es que ya he quedado. Con mi amiga, ya sabes, la rarita.

El rostro de Becca cambió de color. Su piel, bronceada por muchas horas de sol, comenzó a adquirir un tono granate. Desvió la mirada hacia su hermano, fulminándolo con los ojos entornados, y de nuevo miró a Kate esbozando su mejor sonrisa.

—No importa, la culpa es mía. Debí avisarte con más tiempo —dijo con un mohín—, pero… ¿sabes qué? Tengo una idea mucho mejor: hoy comerás con nosotros, y no acepto un no por respuesta —dijo mientras se alejaba con una sonrisa triunfante.

Kate se levantó de un salto.

—Becca, no creo que pueda… —Trató de alcanzarla, pero no sirvió de nada. Becca ya cruzaba la entrada del edificio sin mirar atrás.

—¿Estás loca? —preguntó Carol con los ojos como platos—. Becca te invita a la fiesta del año, te prepara una cita con Justin y… ¡tú la rechazas! ¿Sabes cuántas chicas matarían por estar en tu lugar?

Kate resopló con los ojos en blanco y se encaminó a la puerta con las dos chicas pisándole los talones.

—Déjala en paz, Carol —susurró Emma—. Yo creo que hace bien en no mezclarse con ellos.

Las clases de la mañana transcurrían con demasiada lentitud, o al menos eso le pareció a Kate, mientras miraba el reloj de la pared por décima vez en el último minuto. La profesora Harris les estaba dando una charla sobre lo que debían esperar del futuro ahora que se graduaban, y era la tercera esa semana. Parecía como si todos los profesores se hubieran puesto de acuerdo para repetir las mismas palabras. La única diferencia era que, en boca de la señorita Harris, con su habitual tristeza, aquel discurso era deprimente.

Llovía, otra vez, y Kate se entretuvo en contemplar cómo resbalaba el agua por el cristal de la ventana. Su abuela decía que era la primavera más lluviosa de las últimas dos décadas, y las nuevas goteras del tejado daban fe de ello. Pensó en Alice, esa mañana se había levantado más tarde de lo habitual, con unas grandes ojeras de color azulado que entristecían su rostro. Su piel parecía más cetrina cada día y sus ojos vidriosos comenzaban a perder ese brillo alegre que siempre los iluminaba. Tenía un mal presentimiento sobre la salud de su abuela, un vacío en el estómago que le cortaba la respiración, y ni siquiera tenía a Jill cerca para contárselo.

A la hora de la comida seguía lloviendo y su plan para escaparse de Becca y las animadoras terminó antes de empezar. Con un poco de suerte, se habrían olvidado de ella, así que entró en la cafetería intentando pasar desapercibida entre los estudiantes que hacían cola. Cogió una ensalada y un trozo de tarta, y se dirigió a la mesa que Emma y Carol ocupaban cerca de la puerta. Compartir la comida con ellas era mejor que hacerlo sola, y Emma le caía bien.

Estaba dejando su bandeja sobre la mesa, cuando una voz la llamó desde el otro extremo de la cafetería. Reconoció el tono agudo y chirriante de Rebecca, y notó cómo el calor arrebolaba sus mejillas y subía hasta sus orejas. Todos la miraban, sorprendidos de que la chica popular se fijara en la empollona. Levantó la mirada y vio a Becca subida en una silla, agitando la mano por encima de su cabeza, mientras sonreía mostrando unos dientes excesivamente blanqueados. Ésta volvió a gritar su nombre dando pequeños saltitos.

Kate sabía que Justin era el artífice de la treta, y se dijo a sí misma que tendría que hablar con él, a fin de que olvidara ese absurdo interés que tenía en ella. Pero también sabía que aquel no era el lugar, así que tomó aire y se encaminó a la mesa de la animadora. Sentía las miradas de sus compañeros clavadas en la espalda y cómo susurraban a su paso. Eso la hizo sentir muy incómoda y nerviosa, tanto que se le enredaron los pies y a punto estuvo de caer.

Becca salió a su encuentro con su brillante sonrisa, tan ensayada que casi parecía natural. Le rodeó los hombros con el brazo y la arrastró hasta un sitio que acababa de quedar libre junto a Justin. «Que casualidad», pensó Kate con sarcasmo. El chico se levantó y tomó la bandeja de sus manos para colocarla junto a la suya en la mesa.

—Me alegro de que aceptaras comer con nosotros —dijo el muchacho, ofreciéndole la silla libre.

—Tu hermana puede ser muy persuasiva —contestó Kate, lanzando una mirada asesina a la chica.

—¡Vamos, dale una oportunidad! Quiere ser tu amiga.

—Tanto como que le salga un grano —replicó con ironía—. No me tomes por idiota, Justin. Sé que todo esto es idea tuya.

—¡Culpable! —confesó él. Una sonrisa radiante iluminó su cara—. No te enfades, por favor. Ya que no quieres salir conmigo, tenía que inventar otra cosa. Y me debes un café, lo prometiste.

Cuando terminó la comida, Kate tuvo que reconocer que la experiencia no había sido tan mala. Justin no había apartado sus ojos de ella ni un segundo, aunque esta vez había algo diferente en su mirada: era limpia, sin rastro de soberbia, ni de su habitual vanidad. No había intentado seducirla, ni tampoco asfixiarla con demasiadas atenciones. Hablaron mucho y de muchas cosas, y durante un rato se olvidó de sus propias preocupaciones.

Comprobó la hora en su reloj. Solo faltaban unos pocos minutos para su siguiente clase, Historia, y se sorprendió de que el tiempo hubiera pasado tan deprisa. Justin también estaba en esa clase, se ofreció a acompañarla y ella aceptó sin dudar. El Justin que ahora tenía frente a ella no estaba tan mal, y debía admitir que era un chico bastante atractivo por el que la mayoría de las chicas matarían. Pensó que quizá no era una locura conocerle un poco más, sobre todo ahora que ya no podía pasar tanto tiempo con Jill, y que sus expectativas con William se habían desvanecido.

—¡Vaya, llueve más que antes! —dijo Justin mirando al cielo gris. Debían cruzar todo el patio para llegar al edificio donde estaba el aula. Se quitó la chaqueta y cubrió su cabeza y la de Kate con ella—. ¿Preparada? —Una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Kate asintió, devolviéndole la sonrisa con ojos chispeantes—. ¡Corre!

Cruzaron el patio tan rápido como se lo permitían los grandes charcos que había en el suelo. Pese a todo, estaban empapados cuando llegaron a la entrada. Las mejillas de Kate brillaban por el rubor de la carrera y de su nariz caían pequeñas gotas que se deslizaban desde el pelo de su frente. Justin sacó un pañuelo del bolsillo y le secó las mejillas, acariciándole la piel con las puntas de los dedos.

—Gracias —dijo Kate sujetando su mano, y retrocedió un paso. De pronto el contacto de sus dedos le había hecho sentirse incómoda y, sin saber por qué, la imagen de William había acudido a su mente como una sombra. Se sentía como si lo estuviera traicionando, y se molestó consigo misma por tener ese pensamiento. A William le traía sin cuidado con quién pudiera estar, de eso no tenía la menor duda.

De repente se le erizó la piel, con la extraña sensación de que alguien observaba aquella escena. Recorrió con los ojos todo el espacio abierto que los rodeaba, comprobando que allí no había nadie salvo sus compañeros, y que ninguno de ellos les prestaba demasiada atención. Aun así, la impresión de ser vigilada persistía y un escalofrío le recorrió la espalda.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Justin cogiendo su mano. Se preocupó al ver lo caliente que estaba su piel y le rozó la frente.

—Sí, solo es un escalofrío —contestó vacilante, y forzó una leve sonrisa.

—Será mejor que te lleve a la enfermería, creo que tienes fiebre —sugirió él. Le rodeó los hombros con el brazo y la hizo girar para conducirla al interior del edificio.

William rechinó los dientes, enfadado. Los celos lo estaban consumiendo. El azul de sus ojos destellaba mientras contemplaba cómo Kate entraba en el edificio abrazada por ese chico. Dio un paso al vacío desde la copa del árbol y su cuerpo aterrizó de forma grácil en el suelo; por un momento pensó en seguirlos, pero¿para qué? ¿Para seguir torturándose?

Se alejó del instituto de regreso al lugar donde había aparcado el coche. Caminaba deprisa, con la frustración dibujada en el rostro y con la mente desbordada por las contradicciones entre su juicio y su corazón. Sabía que jamás estarían juntos, que estar con él la ponía en peligro y que nunca podría ofrecerle una vida normal. Sabía que llegaría un momento en el que ella encontraría a alguien con quien compartir sus besos, sus noches, su vida. Alguien que la amaría, pero nunca tanto como él. Porque la amaba. ¿A quién quería engañar negando esa idea? Solo a sí mismo, porque estaba loco por ella por más que intentaba ignorarlo.

Dos horas después, y tras haber recorrido media montaña en busca de más rastros, William aparcó frente a la residencia de los Solomon. Descendió del coche y se encaminó a la casa sin preocuparse en rodear los grandes charcos, en los que sus pies se hundían hasta los tobillos. Se quitó las zapatillas en el porche y entró descalzo.

—¿Has encontrado algo? —preguntó Daniel a William cuando el vampiro apareció en el estudio. Abrió los ojos como platos al ver su aspecto demacrado, pero no hizo ningún comentario.

William negó con la cabeza.

—Los demás tampoco —continuó Daniel.

—No hay que darle más vueltas, ese tipo vino solo —observó Shane.

—Eso ya no importa, lo que debe preocuparnos es si vendrán otros —dijo Jerome con gesto cansado—. El incidente del robo, ahora ese renegado, puede que todo esté relacionado y que tú te hayas convertido en un trofeo a conseguir —indicó, dirigiéndose a William.

—Siempre vienen otros, siempre han venido y siempre vendrán —dijo el vampiro.

—Ese proscrito vino hasta aquí solo, para enfrentarse a ti. ¿Cuántas veces ha ocurrido eso? —lo cuestionó Daniel con tono severo, la pasividad del vampiro lo exasperaba. William no contestó, así que él respondió en su lugar—. Nunca. Se esconden como ratas. Luchan si no les queda más remedio. Te temen. —Guardó silencio unos segundos y tomó asiento tras su mesa—. Un motivo muy importante hizo que ese vampiro tuviera el valor de venir en tu busca, no debemos tomarlo a la ligera.

—Mi hermano está en lo cierto, William. Algo está pasando ahí fuera y no es bueno. Y todos creemos que tú estás en el centro de esta historia. No debemos descuidarnos —añadió Jerome, sentado sobre el largo sofá.

Todos asintieron ante el comentario.

—Samuel nos lo advirtió en Boston. Hay un grupo de renegados bastante grande viajando hacia al sur. Se están uniendo, y si tú eres el objetivo de esa unión, corres peligro —dijo Shane en un tono que denotaba una profunda preocupación.

—¡Pues claro que soy el objetivo! —soltó William con malos modos. Estaba teniendo un día horrible y su paciencia se había agotado hacía rato—. Todos lo sabemos, vienen a por mí, a por mi sangre. Quieren un suero para vencer al sol y harán lo que sea para conseguirlo; aunque eso les cueste la vida. Así que dejad de buscar fantasmas y planes ocultos. Los renegados se están uniendo y se organizan bajo el deseo de ser invencibles. Si lo consiguen… —Guardó silencio un segundo, la idea que tomaba forma en su mente era demasiado espeluznante—. Tendremos un serio problema.

—Sé que tienes razón, pero ese no es motivo para descuidarse, tendrás que ser precavido —intervino Carter, apuntándolo con el dedo a modo de aviso—. Si algo te ocurre, no solo perderemos a un hermano. Tú eres el puente que mantiene unidos a vampiros y licántropos. Si tú caes, la alianza se debilitará.

William meditó las palabras de Carter unos segundos. Era increíble cómo aquel granuja podía ser tan razonable. Bajo su imagen ostentosa y superficial, se escondía en realidad un hombre muy inteligente, justo y seguro de sí mismo; pero consciente de sus debilidades, y William lo respetaba por todo ello. Carter había heredado la marca y, con ella, el derecho a suceder a su padre. Nadie dudaba de que algún día sería un buen líder.

—Está bien, tendré cuidado —aceptó William, encogiéndose de hombros. No tenía ánimo para seguir discutiendo aquel tema. Sabía que, hasta cierto punto, tenían razón, pero no estaba dispuesto a esconderse tras la manada. Nunca lo había hecho y nunca lo haría.

—Alguien se acerca —advirtió Shane.

El ruido del motor de un coche llegó hasta ellos a través del silencio que reinaba en el exterior. William se acercó a la ventana, posando sus ojos en el camino. El vehículo se acercaba despacio, con un ronroneo agónico.

Un soplo divertido escapó de la boca de Evan.

—Es Kate, el sonido de ese trasto es inconfundible. Si ya hemos terminado, avisaré a Jill.

Daniel asintió, dando permiso a su hijo para que saliera.

William se mantuvo junto a la ventana, observando cómo un viejo Volkswagen de color blanco se detenía frente a la casa. Kate se desabrochó el cinturón y se bajó del coche, una ráfaga de viento agitó su cabello sobre el rostro y levantó de forma sutil su vestido, el mismo que llevaba el día que William la conoció. Bajó la vista aturdido, ya sufría bastante cuando se encontraba lejos de ella, pero sentir su presencia era incluso más doloroso. Volvió a mirarla de soslayo. Era adorable, hermosa y perfecta.

Sintió la presión de sus dientes sobre la lengua y la necesidad de salir a cazar se apoderó de él. Se encontraba muy tenso, nervioso, estaban pasando demasiadas cosas en muy poco tiempo, y no estaba acostumbrado a no tener el control de la situación. Ni tampoco a tener sentimientos, no los que ahora sentía.

—Tengo que salir o acabaré destrozando la garganta de alguien —dijo a Daniel sin rodeos.

El licántropo enmudeció y un destello de entendimiento iluminó su mirada. Asintió con un leve movimiento de cabeza.

—William —dijo Daniel antes de que el vampiro abandonara el estudio—. Recuerda que debes estar aquí cuando ellos lleguen. Talos —aclaró al ver la mirada interrogante del vampiro.

—Talos —susurró. Lo había olvidado por completo. Esa noche, Neo y Drew comparecerían ante Daniel para que este atendiera su petición—. No te preocupes, no tardaré.

Jill apareció corriendo sobre la gravilla mojada, luciendo una gran sonrisa en el rostro. Abrió los brazos y estrechó con fuerza a Kate, que dejó escapar un ¡Ay!, divertido.

—Me alegro de que hayas llamado, me tenías muy preocupada, ¿sabes? —dijo Kate, separándose un poco para verle el rostro. Había algo diferente en su expresión que no supo interpretar.

—Lo siento, he estado un poco liada —contestó vacilante.

—Jill, ¿estás bien? No has ido al instituto, no contestas a mis mensajes y tu padre me ha dicho que no has vuelto a casa desde el sábado.

—¡Vaya, al menos se ha dado cuenta de que no estaba!

—Tu padre te quiere, está preocupado —señaló Kate, mirando en derredor.

—Sí, creo que una nota en su agenda se lo recuerda de vez en cuando —replicó dolida—. Apenas consigue mirarme a la cara. Le recuerdo demasiado a mi madre y, dentro de poco tiempo, me odiará tanto como a ella.

—No digas eso —susurró Kate, acariciándole el brazo.

—Perdona por los mensajes. Perdí el teléfono, no recordaba tu número… Ya sabes cómo soy.

—Sí, un desastre —dijo Kate con una sonrisa.

El sol comenzaba a ponerse, alargando las sombras de los árboles y tiñendo el cielo de un morado intenso. Kate escrutó de nuevo los alrededores. La sensación de ser observada había vuelto con un incómodo hormigueo que recorría su nuca.

—¿Buscas algo o… buscas a alguien? —preguntó Jill arqueando las cejas con una mueca traviesa.

Kate saltó como un resorte, sabía perfectamente a quién se refería Jill.

—¡Nada de eso! —exclamó.

—Entonces demos un paseo, tengo que contarte muchas cosas.

William contempló desde el tejado cómo Kate se alejaba con Jill dando un paseo hacia la carretera. Sus instintos se sacudían en su interior intentando salir a la superficie a borbotones: el deseo despierto y la odiosa sed que estrujaba su cerebro. Durante un segundo la imaginó entre sus brazos, entregándose a él, girando levemente su cuello para ofrecerle su mayor tesoro. Él la tomaba sin dudar, saciándose de su sangre, embargado por el placer que eso le causaba. Cerró los ojos y alejó el inquietante pensamiento de su cabeza antes de hacer algo estúpido.

«Voy a volverme loco», pensó. Dio media vuelta y el espeso bosque quedó frente a él. Corrió por la mediana del tejado para tomar impulso, y con la agilidad y la elegancia de un felino cruzó el aire hasta alcanzar el tronco de un viejo arce. Se apoyó sobre una de las ramas y saltó al suelo.

Caminó en dirección contraria a la que había tomado Kate, hacia el bosque, internándose en la montaña. Necesitaba estar solo, algo que apenas lograba desde hacía semanas. Tenía demasiadas cosas en las que pensar, pensamientos que ordenar, y no estaba en condiciones de hacerlo con cierta sensatez. Kate se estaba convirtiendo en un problema para él, el mayor de todos, por encima de los renegados, de Amelia… No lograba separarse de ella, sabía que eso era lo que debía hacer, marcharse, pero era incapaz. Aquella humana se había convertido en algo vital para él, tanto como la sangre.

—¿Te casas? —preguntó Kate con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa.

—Sí. Evan me lo pidió el domingo.

—Y… y… ¿cuándo pensáis…?

El susto estaba reduciendo su vocabulario al mínimo.

—En agosto.

—¡Pero si solo faltan unas semanas! ¡Dios mío, apenas dos meses! —Una mirada acusadora le hizo fruncir el entrecejo—. ¿No estarás embarazada?

—¡Kate! Eso podría esperarlo de mi madre, pero no de ti.

—Lo sé, perdona. Es que… no sé qué decir.

—Pues di que te alegras.

Kate la miró fijamente a los ojos y pudo verlo en su cara. Necesitaba que se lo dijera, que le dijera que estaba haciendo lo correcto.

—Pues claro que me alegro. Soy feliz si tú eres feliz. No lo dudes nunca. —La abrazó fuertemente—. Es que… pensaba que esto llegaría más tarde. Ya sabes, ahora viene la universidad, disfrutar de la independencia, de la vida adulta.

—Y lo haré, pero casada con él.

—¿Cómo se lo han tomado tus padres? —preguntó Kate.

—Aún no lo saben —dijo con un suspiro entrecortado—. Mi madre viene para la graduación. En cuanto llegue, intentaré que ella y mi padre asistan a una cena en la que también estarán los padres de Evan. Ellos le pedirán mi mano.

—Creí que era el novio quien hacía esas cosas —comentó Kate algo perpleja.

—Lo sé, pero creo que con Daniel y Rachel allí, mis padres no montarán un número, culpándose mutuamente de que yo sea así —dijo con tono dramático, alzando las manos para señalarse a sí misma.

Kate soltó una carcajada.

—A mí me gusta cómo eres. —Se llevó las manos a las mejillas mientras esbozaba un puchero—. ¿Y qué voy a hacer ahora sin ti? —preguntó en tono mimoso.

—¿Sin mí? Señorita, usted viene conmigo. No iré a Princeton. Iré a Harvard con Evan.

Kate juntó las manos a la altura de su pecho como si estuviera rezando.

—¿Vas a quedarte?

Jill asintió con una gran sonrisa.

—Pero a tu padre le va a dar algo —añadió Kate con los ojos abiertos de par en par.

El doctor Anderson siempre había querido que Jill fuera a Princeton y que, una vez allí, estudiara Medicina al igual que las generaciones anteriores de su familia. Incluso la había amenazado con dejarla sin un céntimo si no seguía sus pasos.

—Pues que se tome una de sus pastillitas, además, él no va a pagar las facturas —señaló con rabia—. He aceptado que los Solomon me ayuden y así podré estudiar Periodismo, que es lo que de verdad me gusta —añadió ante la mirada estupefacta de Kate—. ¡Seguiremos juntas! —exclamó dando saltitos.

El rostro de Kate se ensombreció y desvió la mirada hacia los árboles, iluminados solo por las luces que bordeaban el camino.

—¿Qué pasa? —preguntó Jill al notar su cambio de ánimo.

—Aún no he recibido respuesta de la universidad, y estaba tan segura de mis posibilidades… Fui tan idiota que no me planteé ver otras opciones —admitió con pesar.

—Llegará, estoy segura. Así que no quiero que te preocupes, ¿vale?

Kate asintió con las lágrimas amenazando con brotar en cualquier instante. Volvía a dolerle la cabeza, el oído derecho le zumbaba y un intenso calor bajo la piel comenzó a agobiarla.

—Bueno… ¿y tú qué tal en el instituto? —preguntó Jill tratando de cambiar de tema.

—Nada del otro mundo. Rebecca me ha invitado a ir a la fiesta del sábado y comí con Justin y todo el grupito de los populares —dijo como si tal cosa, sin embargo una sonrisa se dibujó en sus labios a la espera del grito estupefacto de su amiga.

—¿Qué? ¡Te dejo sola un par de días y te lías con el culturista! ¡Qué fácil es corromperte! —exclamó, fingiendo una gran decepción.

—¡No me he liado con nadie! —repuso Kate a la defensiva, y dejó que su mirada vagara para no mirar a Jill—. Aunque… puede que sí me plantee… salir con él. No sé, hoy le he visto algo diferente —admitió, intentando parecer segura de sí misma.

—¿Quieres matarme? Dime que ese tío te gusta y caeré fulminada aquí mismo. —Alargó los brazos hacia el cielo y los agitó como si un rayo imaginario la hubiera alcanzado.

—Ja, ja —Kate la reprendió con la mirada.

Jill dejó las bromas a un lado y sonrió con cierto apuro.

—¿Y qué pasa con William? —preguntó. Ahora que conocía el secreto del vampiro, empezaba a intuir el problema en toda su magnitud. La reticencia que él tenía para acercarse a Kate había cobrado sentido para ella, y no supo distinguir si, en el fondo, se alegraba de que su amiga pusiera los ojos en otro chico.

—Nada, nada de nada. Por eso debo mirar a otra parte —explicó, tratando de mantener su voz serena. Hablar de William le resultaba difícil—. Soy completamente invisible para él.

—Yo no diría que invisible —apuntó Jill frunciendo el ceño. Evan le había hablado del vampiro y de los sentimientos que este parecía tener hacia Kate.

—Amigos. Lo ha repetido tantas veces. Eso es lo que soy, una amiga. —Hizo una mueca de disgusto—. Ni siquiera eso, los amigos se ven de vez en cuando, quedan para ir al cine. Él sale corriendo cada vez que yo aparezco. No le intereso, Jill. Para qué seguir perdiendo el tiempo. Sin embargo, a Justin parece que le gusto de verdad y, si le doy una oportunidad, puede que él acabe gustándome a mí. Debo reconocer que es guapo.

Jill se llevó las manos al cuello y lo masajeó lanzando un suspiro.

—Kate, no funciona así y lo sabes. Ya conoces la sensación, lo que se siente cuando tu cuerpo se estremece por otra persona. Solo estarás utilizando a Justin, y que conste que no le estoy defendiendo, porque me sigue cayendo fatal; pero no sería justo para él si de verdad siente algo por ti. Sin contar con que te estarías engañando a ti misma.

—Te odio cuando haces esto —bufó Kate.

—¿El qué? —preguntó Jill con una carcajada.

—Convertirte en la voz de mi conciencia —refunfuñó, pasándose la mano por la frente.

La sensación de calor en su cuerpo aumentó, se le empezó a secar la boca. Notó como si un gran velo se extendiera poco a poco sobre su mente dejándola a oscuras por completo. Oía voces a lo lejos que se iban desvaneciendo, y sintió que unos brazos duros y fríos la levantaban del suelo. Flotaba y pequeños retazos de lo que pasaba a su alrededor llegaron hasta ella como si se tratara de un sueño. Cerró los ojos y dejó de sentir.

William encontró a Shane en el porche y supo instintivamente que le estaba esperando. Aceleró el paso y recompuso su aspecto, abrochando los botones de la camisa y doblando los puños salpicados de sangre. Shane le hizo un gesto con la barbilla, señalando un punto junto al garaje. Ladeó la cabeza y se encontró con un Mercedes de cristales tintados oculto en la oscuridad.

—Tus amigos han llegado antes de lo previsto —anunció Shane, saliendo a su encuentro.

—¿Talos? No los esperaba hasta después de medianoche —señaló sorprendido. Shane se encogió de hombros—. ¿Llevan mucho tiempo esperando? —preguntó, mostrándose algo ansioso. Adelantó a Shane sin esperar a que este le contestara.

—Solo un poco… ¡William, espera! —El vampiro se detuvo y se giró al percibir algo extraño en el tono de su voz—. Kate sigue aquí.

William volvió sobre sus pasos con una mirada asesina.

—¿Por qué habéis permitido que se quede? —susurró para que no lo oyeran en la casa, pero la expresión de su rostro gritaba enfurecida—. Kate no es estúpida, acabará por darse cuenta de que aquí pasa algo.

—¡Tranquilízate! No quedó más remedio —dijo Shane entre dientes.

—¿Qué quieres decir?

—Ella y Jill salieron a dar un paseo. De vuelta, a un kilómetro de aquí, sufrió un desvanecimiento. Justo en ese momento aparecieron los vampiros. Fue ese tal Neo quien se presentó con ella en brazos.

—¿Cómo está? —preguntó William con un tono de voz que dejaba al descubierto su preocupación. Su enfado se había transformado en angustia.

—No lo sé, pero parece que bien. Hace apenas unos minutos que ha despertado y están intentando convencerla para que vaya al hospital. Pero esa chica es incluso más cabezota que tú.

William soltó con fuerza el aire contenido en sus pulmones. Dio media vuelta y corrió hasta la casa. Abrió la puerta con toda la calma que pudo y entró intentando que su rostro no mostrara ninguna emoción; pero sus ojos lo traicionaron buscando con avidez a Kate.

Estaba sentada en uno de los sofás del salón, con Rachel a su lado y Jill arrodillada a sus pies. También estaba Drew, la humana que quería convertirse en vampiro, sosteniéndola con una mano en la espalda. La joven se levantó de golpe en cuanto vio a William en la puerta y, dando un paso hacia él, lo saludó realizando una leve reverencia.

William respondió con un seco asentimiento. Su mirada se encontró con la de Kate, que lo miraba boquiabierta, y pudo ver en sus ojos cómo su mente buscaba una explicación a lo que acababa de suceder. Entreabrió los labios para decir algo, pero Daniel apareció a través de la puerta del estudio con Talos y Neo a su espalda. Ambos vampiros se acercaron a él con gesto solemne e inclinaron sus cabezas de forma respetuosa.

—Es un placer volver a veros, señor —dijo Talos con voz profunda.

—Gracias —musitó William muy incómodo. Lanzó una mirada fugaz a Rachel para que sacara a Kate de allí.

—Vamos, cariño. Te llevaré al hospital, Jill llamará a tu abuela —intervino Rachel.

Kate parpadeó un par de veces como si despertara de un sueño y miró fijamente a Rachel.

—Sí —musitó con las mejillas ardiendo. Notaba vagamente dónde estaba el suelo, pero le daba la impresión de que era incapaz de mantenerse erguida. No tenía energía para más esfuerzos y, cuando notó los brazos de Shane cargando con su peso, se dejó llevar arropada en su pecho.

Faltaba poco para el amanecer cuando el monovolumen se detuvo en la entrada. William, tumbado a oscuras sobre la cama, escuchó el ruido de las llaves al abrir la puerta, y el paso lento y suave de Rachel encaminándose a la cocina. Se incorporó un poco, entrelazando las manos bajo la nuca, adivinando por el sonido cada uno de los movimientos de la mujer. El grifo abierto, el agua llenando la tetera, el chasquido del fogón al encenderse, todo llegaba nítidamente a sus oídos. Se levantó y fue a su encuentro sin hacer ruido, el resto de la familia aún dormía.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó desde la puerta.

—¡Claro, me apetece compañía! —respondió ella mientras colocaba un par de bolsitas de té en una taza—. ¿Qué tal ha ido?

—Bien, o al menos eso creo. Dentro de unos días esa chica dejará de ser humana y lo hará con nuestra bendición —dijo en tono sarcástico.

—No pareces contento.

—Me alegro por ellos, si es lo que desean. Pero no entiendo cómo alguien puede querer esta vida —repuso William, que parecía encontrarse en uno de esos estados de ánimo sombríos que solían embargarlo—. Los humanos que conocen nuestra existencia, tienden a dotarnos de un romanticismo que únicamente existe en los libros, se engañan a sí mismos. La realidad no es tan hermosa. Deberíamos protegerlos de esta vida, no invitarlos a que formen parte de ella —dijo con creciente malestar.

Rachel guardó silencio unos segundos, contemplando el rostro del vampiro oscurecido por las sombras.

—Esa vida de la que hablas, también es la mía y la de mi clan, la de tu familia, la de todos los que nos acogemos al pacto. Personas buenas que solo quieren vivir en paz y tener un lugar en este mundo. No creo que esa vida sea tan mala. Temes por los humanos y por el peligro que puedan correr, y no te das cuenta de lo inútil que es ese sentimiento. Los humanos, desde que nacen, están en peligro, en peligro por su propia mortalidad. Enfermedades, accidentes, asesinatos, ¿quién puede protegerlos de eso?

—Una vida eterna en tinieblas, alimentarse de sangre, el deseo continuo de arrebatarle la vida a cualquier ser vivo; de eso sí podemos protegerlos.

La tetera silbó y Rachel la apartó del fuego, sirviendo a continuación un poco de agua en la taza. No dejaba de lanzar miradas preocupadas al vampiro.

William alzó la cabeza hacia el techo con un suspiro y transcurrieron unos segundos antes de que volviera a hablar.

—¿Cómo está Kate? —preguntó al fin. No pudo reprimir la preocupación que lo mantenía en tensión toda la noche.

—Bien, el médico dice que solo es agotamiento. No puedo decir lo mismo de su abuela.

—¿Por qué dices eso? —preguntó William con un estremecimiento.

—Esa mujer está enferma, muy enferma —recalcó—. Pude oler su mal, no superará el invierno —señaló, esbozando una triste sonrisa—. ¿Kate tiene más familia?

—No, bueno, sí, una hermana… pero creo que no se llevan muy bien.

—Al menos tiene a Jill, que la adora, y a nosotros mientras estemos aquí —dijo Rachel—. Es una chica encantadora, es muy fácil cogerle cariño.

—Sí, muy fácil —contestó William con la mirada perdida.

Rachel dio un paso atrás y apoyó la cadera contra uno de los armarios. Dio un sorbo a su té.

—Parece que os lleváis bien, quiero decir que… es el primer humano en mucho tiempo…

—¿Tan transparente soy? —preguntó él en tono amargo, interrumpiendo el torpe intento de Rachel.

—Lo siento, no pretendía inmiscuirme —se disculpó—, pero ya que lo dices, sí, tanto como un cristal. Te conozco desde hace muchos años y nunca te había visto mostrar interés por un humano, una humana para ser más exactos.

William no hizo ningún comentario, sentía la garganta ardiente e inflamada y se dirigió nervioso a la puerta que daba paso al porche trasero. La abrió y salió fuera, respirando el aire cálido de la noche a pesar de que no lo necesitaba; simular aquel acto reflejo lo calmaba.

Rachel dejó la taza sobre la mesa y salió tras él.

—¿Qué te reprime, William?

—Es humana —contestó fríamente.

—Sé que lo que te voy a decir no te va gustar, pero no sería tu amiga si no lo hiciera. —Hizo una pausa buscando las palabras adecuadas—. Creo que tus razones son en realidad excusas, y que lo único que de verdad te da miedo… es que ella te tema, te odie o te desprecie por lo que eres. Al igual que lo hizo esa esposa de la que no quieres renegar.

—No es un detalle que deba olvidar, aún estoy casado con ella. —Sus ojos oscuros y dilatados la miraron con dureza—. Algo que solo me concierne a mí.

—¿Qué? —En ese momento, Rachel deseó golpearlo para que reaccionara—. ¡Estás casado con un fantasma y eso es lo mismo que nada! No le debes ninguna lealtad a esa mujer —le espetó, dando media vuelta dispuesta a marcharse. William la exasperaba con su indiferencia ante su propia vida. Mostrando de forma evidente lo poco que le importaba vivir o morir—. ¡Tú y tu estúpida moralidad! —murmuró.

—¡Rachel! —exclamó William tras ella—. Lo siento, no te marches. No quiero estar solo.

Rachel volvió junto a él sin ningún signo de enfado y apoyó una mano afectuosa sobre su brazo. William se la estrechó con fuerza, necesitado de ese contacto.

—Estas perdido, inmerso en un mar de dudas que te está consumiendo, ¿me equivoco?

—No tengo dudas respecto a Kate —respondió al cabo de un rato y su voz sonó fría como el filo de un puñal—. Ella está mejor sin mí.