—Me siento incómoda presentándome aquí sin avisar —dijo Kate frente a la puerta de los Solomon.
—Llamé a Rachel mientras te cambiabas de ropa, y se emocionó muchísimo cuando le dije que vendrías —admitió Jill.
—No he debido dejar que me convencieras —masculló con un hilo de voz.
Estaba muy nerviosa. Nunca había tenido problemas para conocer gente, de hecho, trataba con gente desconocida continuamente, por la casa de huéspedes. Pero aquella familia la hacía sentirse extraña, había algo diferente en ellos que no conseguía explicar.
—¿Ya te he dicho lo mucho que significa para mí que estés aquí? —preguntó Jill con gesto inocente.
—Como un millón de veces en los últimos quince minutos.
—¡Vamos, Kate! Tú eres lo más importante para mí. —Se colocó frente a ella y cogió sus manos—. Quiero que te conozcan, y seguro que lo pasas bien, son muy simpáticos.
—Recuérdame por qué hago esto —dijo resignada.
—Porque me adoras y harías cualquier cosa por mí —contestó Jill con voz mimosa—. Y porque te mueres por estar con William.
Kate soltó un bufido y le dedicó una mirada de reproche a su amiga.
La puerta se abrió y Rachel apareció al otro lado, sonriente.
—Hola, cariño, me alegro de verte —saludó, dando un cálido abrazo a Jill—. Y tú debes de ser Kate —continuó—. Te recuerdo, estuviste en la inauguración de la librería. —Kate asintió esbozando una tímida sonrisa—. ¡Bienvenida! —La estrechó con cariño, presionando ligeramente su mejilla contra la de ella—. Vamos, entrad. Esta noche cenaremos en el jardín.
Daniel y Jerome conversaban en la cocina frente a una botella de vino tinto y ambos las saludaron con una gran sonrisa.
—¿Por qué no vais con los chicos? —sugirió Rachel—. Están afuera, preparando la mesa. Estaré con vosotras en cuanto termine este puré de guisantes —dijo mientras trataba de remover, sin mucho éxito, una espesa pasta de color verde.
William llevaba toda la tarde encerrado en su habitación, ojeando unos documentos que su abogado había enviado desde Londres. Cuando terminó de firmar el último manuscrito, intentó leer un rato. Al cabo de unos minutos, tiró el libro al suelo, incapaz de concentrarse. Recorrió con los ojos la estancia, sin saber qué hacer. Algo en la cama llamó su atención, una pequeña caja de lápices y un bloc de dibujo asomaban bajo uno de los almohadones. April debía de haberlos olvidado allí.
Miró fijamente la caja durante un rato. Llevaba décadas sin dibujar y ni siquiera recordaba por qué había dejado de hacerlo. Tenía aquella afición desde niño y, con el tiempo, la había convertido en una forma de expresar sus emociones. Una realidad se abrió paso en su cerebro: dejó de pintar cuando dejó de sentir.
Cogió un lápiz y el bloc. Se recostó en el sofá y con pulso firme comenzó a trazar líneas con suavidad. Un rostro ovalado tomó forma en el lienzo. Al cabo de una hora, y tras retocar un par de sombras, el dibujo estaba terminado. Arrancó con cuidado la hoja y la acercó a la lámpara que tenía sobre la mesa.
Kate lo miraba desde el papel con ojos brillantes y sus labios carnosos ligeramente entreabiertos. Parecía tan real como una fotografía en blanco y negro.
Shane entró en la habitación sin llamar a la puerta.
—¿No bajas?
—Dentro de un rato —contestó William.
El licántropo le echó un vistazo de soslayo al papel y sus labios se curvaron con una amplia sonrisa.
—Se te da muy bien —dijo con su habitual tono de indiferencia. Viniendo de Shane, el comentario era todo un cumplido.
—He perdido práctica —observó William, mientras examinaba el dibujo con expresión crítica.
—Si tú lo dices.
William sacó de su vieja mochila un portafolios cerrado por un cordón de terciopelo bastante deshilachado. Hacía años que no lo abría y le costó un poco desatarlo sin romperlo. Guardó dentro el boceto de Kate.
—¿Puedo verlos? —preguntó Shane, señalando el montón de dibujos que abarrotaban el portafolios.
William se los entregó con un poco de reticencia. Nunca se los había enseñado a nadie y tenía la sensación de estar dejando una parte muy intima de él al descubierto. Aunque esa idea en el fondo era una estupidez, al fin y al cabo, solo eran dibujos.
Shane comenzó a ojearlos en silencio. Con cada ilustración su asombro aumentaba, William tenía un don para captar el espíritu de las personas.
—¡Madre mía! ¿Quién es? —exclamó, sin disimular lo atractivo que le resultaba aquel rostro delicado y virginal que acababa de aparecer.
—Es Marie, mi hermana —contestó William, divertido por la reacción del chico.
—Está como un tren —admitió sin pensar—. Perdona, no te ofendas, es que…
—Tranquilo, Marie suele causar esa impresión.
—No me extraña —señaló Shane, dejando escapar de su garganta un sonido de admiración—. ¿Sale con alguien?
—¡Olvídate, no tienes posibilidades! —exclamó, conteniendo la risa. Los hombres por los que se interesaba Marie eran muy diferentes a Shane. Demasiado estirados, o al menos eso le parecían a William, y con un pequeño detalle en común, todos eran vampiros.
—Eh, no me subestimes. Yo también tengo mi encanto.
William soltó una carcajada.
—Disfrutaré viendo cómo lo intentas.
El rostro de Amelia apareció sonriente entre el montón de pinturas. De repente, una punzada de odio traspasó su helado corazón. Recordaba perfectamente el día que hizo aquel retrato. Fue un par de semanas después de instalarse en Summerside, cuando el amor que sentía por ella aún no le dejaba ver a la persona tan ambiciosa y malévola que era en realidad. Arrancó el dibujo de las manos de Shane y lo sujetó con el propósito de romperlo, pero fue incapaz. No tenía intención de olvidar aquel rostro, al menos, hasta que sus cenizas reposaran en una fosa muy profunda.
—¿Es…? —empezó a decir Shane.
—Sí, es ella —contestó William, adivinando la pregunta. Su voz estaba cargada de desprecio.
Cogió el portafolios de la mesa y guardó el retrato en el fondo, boca abajo, como si así pudiera convertirlo en invisible. Empezó a dar vueltas por la habitación, como un animal enjaulado. La imagen de Amelia había perturbado su interior y supo con certeza que, por mucho que lo intentara, jamás podría cerrar aquel capítulo de su vida.
Shane lo observó en silencio, intuía la tormenta que se había desatado en el interior de William.
—Creí que esta parte ya la tenias superada —replicó el licántropo, se cruzó de brazos, apoyando con despreocupación la cadera en la mesa.
—¡Pues es evidente que no! —contestó a la defensiva. Sus ojos se habían vuelto de un rojo intenso. Se sentó en la cama hundiendo la cara entre las manos—. ¿A quién quiero engañar? Esto no terminará hasta que Amelia cruce las puertas del infierno y arda en él para siempre. Y yo ando perdiendo el tiempo jugando a las casitas, fingiendo ser lo que no soy. ¡Porque no soy un maldito humano, Shane! Soy el que se los come, el que los acecha —gritó, angustiado.
—No, William, eres un hombre, un hombre bueno. Y eres un Guerrero que protege a los humanos de sus auténticos depredadores. Tú los salvas.
Una sonrisa irónica curvó los labios de William.
—Será mejor que vayas con los demás —su voz sonó triste en contraste con la rabia que hervía bajo su piel.
Shane no se movió, estaba preocupado por William. Temía que, si lo dejaba solo, acabara por marcharse en un arrebato de ira.
—No te ofendas, pero me gustaría quedarme solo. En este momento no soy una buena compañía, ni para ti, ni para nadie —dijo entre dientes, intentando mantener su rostro tranquilo, aunque la postura tensa que había adoptado reflejaba claramente su ánimo. La ira se apoderaba de él por momentos y, en esas condiciones, quedarse a solas era lo más seguro para todos.
—No sé si debes quedarte solo, pareces a punto de explotar.
—Créeme, es lo mejor. En unos minutos estaré bien —resopló, el hormigueo había vuelto a sus miembros.
Shane se levantó y se dirigió a la puerta. Agarró el picaporte y abrió, pero se detuvo antes de salir. No estaba seguro de si hacía lo correcto, pero quizá así conseguiría que William pensara en otra cosa. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios.
—Ah, por cierto. Jill ha traído compañía —dijo como quien no quiere la cosa.
William se enderezó con un escalofrío que despejó su mente de la niebla densa y oscura en la que se había sumergido. Alzó el rostro para mirar a su amigo y sus ojos, como dos zafiros, mostraron un brillo intenso. Su cuerpo entero parecía vibrar de energía.
—Me sorprende que no te hayas dado cuenta —continuó Shane y olfateó el aire.
William inhaló una fuerte bocanada de aire, era cierto, ella estaba allí. Se levantó de un salto, con ese movimiento salvaje y felino que no podía disimular cuando su auténtica naturaleza asumía el control de su mente y su cuerpo, anulando por completo su fingida humanidad.
—¿Adónde crees que vas? —Shane se dio la vuelta tapando todo el hueco de la puerta para impedir su paso, preguntándose si habría cometido un error.
En aquel momento, el aspecto de William era el de un espectro surgido de las tinieblas, con aquella expresión feroz y peligrosa que helaría la sangre de cualquier mortal.
—Quiero verla —contestó, con la necesidad imperiosa que sentiría un alcohólico por una copa de vino después de varios días de abstinencia.
La atmósfera entre ellos se volvió algo tensa.
—Estás descontrolado.
—Me portaré bien —susurró, forzando una sonrisa con la que trataba de convencerse a sí mismo de sus palabras.
Shane lo evaluó con la mirada, podía sentir algo extraño e intenso que emanaba de William. Como si otra personalidad surgiera de su interior.
—No sé si te has dado cuenta, pero… pareces un vampiro. —Le hizo notar con un deje de sarcasmo, pero cuando continuó hablando, lo hizo en un tono mucho más serio—. La asustarás si te ve así. Se dará cuenta de que no somos lo que se dice normales y ya sabes lo que pasará después.
William desvió la mirada hacia su reflejo en el espejo del baño y lo observó un par de segundos. Él mismo se sorprendió de lo inhumano que parecía su rostro en aquel momento, y odió su imagen. Soltó un sonido bajo de exasperación y clavó sus ojos en Shane.
—Vamos a tomar el aire —sugirió el licántropo, cerrando la puerta tras de sí.
Salió a la pequeña terraza que tenía el dormitorio y subió de un salto a la barandilla. Examinó los alrededores para asegurarse de que no había miradas indiscretas observándoles y se dejó caer al vacío. William se lanzó tras él y lo siguió al bosque.
Bordearon el arroyo en dirección a las montañas sin mediar palabra. Estaba anocheciendo y la luz del crepúsculo comenzaba a fundirse con la incipiente claridad de la luna creciente, confiriéndole al bosque un aspecto fantasmagórico. Un búho sobrevoló sus cabezas ululando con voz chillona, para posarse en un árbol cercano desde donde los observó con curiosidad, atento a los movimientos de aquellos seres extraños con aspecto de hombres.
Aceleraron el paso, y lo que empezó siendo un paseo acabó convirtiéndose en una frenética competición. La frondosa maleza les hacía cada vez más difícil no chocar contra las rocas y las raíces que sobresalían del suelo cubierto de hojarasca. El paisaje se volvió más escarpado, plagado de riscos, en los que el arroyo se transformaba en pequeñas cascadas.
El aire limpio y el agua fría que salpicaba su piel comenzaron a distraer a William. Su atención se centró en los sonidos que lo rodeaban: roedores que corrían entre la hierba, murciélagos que batían sus alas a la caza de insectos y las fuertes pisadas de Shane, que resoplaba tras él. Una sonrisita asomó a sus labios, no era vanidad, aunque no podía dejar de sentirse bien al comprobar, una y otra vez, cómo sus facultades iban a más.
Llegó al nacimiento del arroyo, el agua brotaba del interior de una cueva y se detuvo para ver con más atención aquel lugar. Era precioso. El musgo formaba un manto mullido y suave sobre el suelo, y se dejó caer en él como si fuera un lecho. Tumbado boca arriba, contempló los millones de estrellas que coronaban el cielo esa noche, dibujando mentalmente las constelaciones que conocía.
Unos minutos más tarde, Shane apareció a su lado y se sentó junto a él sin decir una palabra, intentando controlar su respiración acelerada por el esfuerzo. Gruñó y se dejó caer pesadamente sobre la espalda.
Fue William quien rompió el silencio.
—Conforme pasan los años, mis habilidades aumentan, puedo hacer cosas con las que otros vampiros ni siquiera soñarían. Soy más fuerte, más rápido… —Hizo una pausa antes de continuar y suspiró—. Pero también me cuesta más mantener el control, sobre todo cuando me enfado. Me transformo por completo, me dominan mis instintos y actúo sin pensar. Como hace un rato, si no hubieras estado allí, yo…
—Crees que habrías ido a por ella —dijo Shane en tono amargo.
—Sin dudar, el deseo era demasiado fuerte.
—¡Maldita sed! —exclamó el licántropo, arrojando con rabia una piedra contra el agua.
—¿Sed? No era su sangre lo único que deseaba en ese momento. —Una sonrisa desfigurada curvó sus labios. Se avergonzaba del pensamiento que había ocupado su mente unos minutos antes—. La quería a ella.
Shane abrió los ojos como platos cuando el mensaje caló en su mente.
—Que la desees no te convierte en un pervertido, ni en un psicópata.
—No lo entiendes, y tratándose de ti me sorprende. No pensaba llevarla a tomar un café, para después intentar que me invitara a su casa. —Un brillo extraño centelleó en sus ojos—. Tengo otros recursos más rápidos.
—¿Qué pensabas hacer? ¿Llevártela a rastras?
—Se me pasó por la cabeza —admitió entre dientes. Se sentó, miró a Shane a los ojos y añadió—. Al ver el retrato de Amelia he sentido un odio tan fuerte que me quemaba las entrañas y, de pronto, cuando me he dado cuenta de que Kate estaba en la casa, ese odio se ha transformado en un deseo irrefrenable. Solo quería poseerla, hacerla mía para siempre. No me importaba nada más.
Se puso en pie y se acercó a la orilla del arroyo. Contempló su reflejo en el agua, sus ojos habían recuperado el color azul y volvía a reconocerse en aquel pálido semblante.
—Un solo segundo delante de ella y no me habría controlado —añadió en un susurro.
—No lo creo —replicó Shane, convencido.
—¿Cómo estás tan seguro? Apenas me conoces.
—Te conozco lo suficiente como para saber que tú no eres así. No somos así —dijo con rabia—, por eso sigue vivo ese imbécil de Justin Hobb. Cada vez que se cruza en mi camino, me muero de ganas de arrancarle la cabeza con mis propias manos, pero nunca doy ese paso. Al igual que tú nunca le pondrías a Kate una mano encima sin su consentimiento. Puede que demos miedo, pero no somos monstruos.
William esbozó una ligera sonrisa y no dijo nada. No tenía tanta confianza en sí mismo como Shane. Se sentó de nuevo junto a él y alzó el rostro para volver a contemplar las estrellas. Jirones de nubes avanzaban muy rápido, cubriendo buena parte del cielo. Un resplandor surgió de ellas con un estallido, seguido de otro aún mayor que anunciaba la proximidad de la tormenta. Las copas de los árboles comenzaron a mecerse con el viento que silbaba a través de sus hojas, arrastrando un ligero olor a humedad.
—Siento curiosidad por algo que has dicho antes —dijo Shane muy serio.
William asintió, invitándolo a que preguntara con libertad.
—Has dicho que… puedes hacer cosas con las que otros ni siquiera soñarían —comentó. William asintió de nuevo—. ¿Qué cosas?
El vampiro se puso en pie con lentitud y una sensación incómoda creció en su interior. Se alejó unos cuantos pasos, hasta quedar frente a Shane. Dejó escapar un suspiro y abrió un poco los brazos. Sus pies se despegaron del manto de musgo. Lentamente, se elevó hasta quedar a un par de metros por encima del suelo.
Shane lo contempló estupefacto. Sabía que los vampiros eran como arañas que podían subir por cualquier superficie, desde la pared de un edificio a un escarpado acantilado. Podían dar increíbles saltos en los que parecía que volaban. ¿Pero levitar? Levitar era otra cosa.
William aterrizó en el suelo con la misma lentitud con la que había ascendido y se quedó en silencio, esperando a que Shane dijera algo.
—¡Es increíble! ¿Qué más puedes hacer? —exclamó Shane, estaba impresionado, incluso frenético.
—Empiezo a mover cosas con la mente.
Shane dejó escapar un gemido, incapaz de disimular que estaba disfrutando con aquello.
—Eres como un superhéroe. ¿Qué más puedes hacer?
—No quieras saberlo —respondió William en tono misterioso—. Escucha, Shane. Esto solo lo sabe Marie, y ahora tú. No quiero que nadie más se entere, al menos, por el momento. Prométeme que no se lo contarás a nadie.
—Puedes confiar en mí, no diré nada. —Miró fijamente al vampiro durante unos instantes, mientras su mente se saturaba buscando respuestas—. ¿No has intentado averiguar por qué eres tan especial?
—No me gusta esa palabra —susurró con voz cansada.
—Pero lo eres. Eres inmune al sol cuando el resto de tu gente moriría con exponerse unos minutos, se necesita una manada entera para vencerte y ahora puedes levitar. Quién sabe de qué serás capaz dentro de unos años.
William esbozó una sonrisa que solo reflejaba desesperación.
—No tengo ni idea y eso me preocupa bastante. Lo único que sé es que el veneno que infectó mi sangre es distinto, parece una mutación del veneno original. El por qué no me afecta el sol o por qué estoy desarrollando estas habilidades, sigue siendo un misterio. Es como si ese veneno hubiera activado una parte de mi cerebro…
—Espera, no te sigo —lo interrumpió Shane.
—Hay una teoría que asegura que la mayor parte del cerebro se encuentra inactivo, y que si el ser humano pudiera usarlo en su totalidad, sería como una especie de superhombre capaz de cualquier cosa —explicó. Shane asintió sin mucho convencimiento—. Pues si partimos de esa teoría, sería posible que se hubiera puesto en marcha una de esas partes inactivas de mi cerebro y que, gracias a ella, cada vez soy más fuerte en todos los sentidos. Tanto como para soportar la luz del sol o para elevarme en el aire con solo desearlo. Me está perfeccionando.
Shane enderezó la espalda, pensativo, apoyó los codos sobre las rodillas y sujetó su barbilla con los manos entrelazadas.
—Pero si así fuera, la sed también desaparecería.
—Eso pensé, y durante un tiempo he esperado que ocurriera, pero después he comprendido que, en el caso de los vampiros, la sed no es una debilidad, sino la fuerza que nos mantiene vivos. Sería un suicidio.
—Y todo eso lo sabes porque…
—Porque hace tiempo accedí a que me hicieran algunas pruebas, con la esperanza de conseguir, partiendo de mi sangre, un suero que hiciera a los vampiros inmunes al sol; pero no funcionó. El efecto apenas duraba unos pocos minutos. Después de un tiempo, Sebastian se negó a continuar y finalizamos la investigación, convencidos de que si había alguna cura, ésta desapareció aquella noche junto con el vampiro que me infectó.
—Ahora entiendo mejor lo del robo.
Shane dejó escapar con fuerza el aire contenido en sus pulmones. La vida de William no dejaba de sorprenderle y cada detalle convertía su imagen en algo cada vez más fascinante. Muy en el fondo sintió una punzada de envidia, su vida era tediosa y predecible comparada con la del vampiro. Pero no estaba tan desesperado como para querer esa vida para sí mismo.
El cielo volvió a iluminarse con un chasquido, seguido de un trueno que retumbó ensordecedor dentro de las cuevas.
—Ese ha caído cerca —indicó William, observando el manto oscuro de nubes que había cubierto las estrellas.
—Volvamos —dijo Shane, golpeó en broma el hombro de William—. Me he largado sin decir nada y no quiero tener más problemas con mi padre. Desde que volvimos de Boston, no me quita los ojos de encima. Es como si pensara que voy a fugarme o algo así —comentó, molesto por esa situación.
—Tu padre es un buen hombre. Solo se preocupa por ti.
—Lo sé, pero debería relajarse un poco. No somos capaces de mantener una conversación sin acabar discutiendo —admitió en tono amargo.
La vuelta a casa se convirtió en una contrarreloj, con la lluvia pisándoles los talones. Cuando salieron de entre los árboles, el agua ya empapaba todo el paisaje. Cruzaron el jardín trasero, donde la mesa con los restos de la cena era bombardeada por un diluvio. Las sillas caídas en el suelo daban a entender que sus ocupantes habían salido en estampida hacia la casa, sin tiempo a recoger nada.
Entraron como un rayo en la cocina. Todos estaban allí, sacudiendo el agua de sus cabezas y de sus ropas con gran alboroto.
—¿Se puede saber dónde estabas? —preguntó Jerome a su hijo.
—Ha sido culpa mía —intervino William—. Tuve que salir por un pequeño asunto y le pedí que me acompañara —aclaró, cargando sus palabras de un significado oculto.
Jerome asintió, convencido de que ese pequeño asunto estaba relacionado con su peculiar alimentación.
—Está bien, no pasa nada —dijo, sonrió a su hijo y le palmeó la espalda, más calmado.
La cara de Kate se iluminó al ver a William cruzando la puerta, ya había perdido toda esperanza de que apareciera esa noche. Estaba empapado y su cabello oscuro se le pegaba a la cara dándole un aspecto muy atractivo. Su voz jugueteaba sobre su piel con un ligero cosquilleo. Podría haber recitado el manual de instrucciones de una lavadora, que a ella le habría sonado igual de seductora. Él la miró, la saludó con una inclinación de cabeza y una sonrisa torcida, y sus ojos se deslizaron sobre ella como una caricia. Kate se ruborizó. Podría pasar toda la vida observándole, pero con tanta gente alrededor no se atrevía a sostenerle la mirada; estaba deseando revelar el carrete con las instantáneas de esa misma mañana y tener una foto suya. De repente, su semblante cambió y una expresión de horror se dibujó en su cara.
—¡Mi cámara! —exclamó.
Unos minutos antes, había estado tomando unas instantáneas de April vestida con su pequeño disfraz de hada, y con el revuelo de la lluvia había olvidado la cámara sobre la mesa. Pasó como una exhalación en dirección a la puerta, sin que nadie tuviera tiempo de detenerla.
—¡No, Kate, está diluviando! —gritó Jill tras ella.
Kate corrió hasta la mesa, y antes de alcanzarla sus ropas ya estaban empapadas por el agua que caía de forma torrencial. Cogió la cámara y giró muy rápido, de vuelta a la casa. Un grito escapó de su garganta cuando resbaló sobre la hierba, iba a darse de bruces contra el suelo. Cayó de rodillas, con las palmas de las manos sobre el césped. La cámara salió despedida y tuvo que gatear para recuperarla.
Llegó hasta ella sin que lo hubiera sentido moverse, la sujetó por los brazos y la ayudó a levantarse. Kate alzó los ojos y vio a William mirándola a través de la cortina de agua que caía por su rostro. Al ponerse en pie volvió a resbalar. Con aquellos zapatos era imposible caminar sobre el suelo mojado. Se estremeció cuando él la sujetó con más fuerza y la estrechó contra su cuerpo. Apoyó las manos en su pecho, la ropa se le pegaba a la piel marcando cada línea, cada contorno del torso, y tuvo la sensación de estar tocando una escultura de mármol, la de un hermoso dios griego. Apretó los párpados con fuerza un instante.
—Lo siento, son estos malditos zapatos —dijo algo agitada. Se sentía ridícula teniendo tales pensamientos en aquella situación, pero se las arregló para sonreír.
William mantuvo la vista clavada en su rostro, sin aflojar las manos de sus brazos, haciendo caso omiso al comentario. Notó el cálido aliento de Kate sobre la piel y eso bastó para encenderlo, el fuego corrió por sus venas y por un momento temió volver a perder el control. Respiró hondo, tratando de calmarse, la apartó un poco y, con un movimiento elegante, la tomó en brazos.
—Esto empieza a convertirse en una costumbre —dijo William con una sonrisa, y se encaminó a la casa apretando el paso.
Kate enrojeció de nuevo. Tenía la piel erizada, sobre todo en los brazos, con los que rodeaba el cuello de William. Se estaba acostumbrando a aquel tacto frío, tanto que incluso le resultaba placentero. Desvió la mirada a la casa y la magia se desvaneció. Todos les observaban a través de las ventanas, excepto Shane, que se encontraba en el exterior, bajo el porche, con una postura demasiado tensa.
—Creía que confiabas en mí —dijo William al pasar por su lado.
—Y confío —corroboró—. Era solo por si acaso —aclaró tras él.
Kate no entendió ni una sola palabra, pero tampoco dijo nada.
William no soltó a Kate hasta que estuvo dentro de la casa. Con cuidado la dejó en el suelo y, de forma espontánea, le quitó de la mejilla una gota de barro, entreteniéndose en el gesto.
—¡Dios mío, Kate, eso ha sido una locura! —dijo Rachel mientras se acercaba a ella con una toalla en las manos. Se la colocó sobre los hombros y comenzó a frotarlos con energía—. Podías haberte hecho daño.
—Lo siento mucho. No lo pensé —se disculpó Kate, enrojeciendo hasta las orejas, convencida de que toda la sangre de su cuerpo se concentraba en ese momento en su rostro.
—Era de su madre —explicó Jill, tomando la cámara de las manos de su amiga, y le dedicó una sonrisa comprensiva—. Yo hubiera hecho lo mismo.
—Si quieres puedo echarle un vistazo, no se me dan mal esos trastos —se ofreció Jared, algo cortado.
Kate asintió, dándole las gracias con la mirada. Cogió la cámara de las manos de su amiga y se la entregó a Jared, que desapareció con ella inmediatamente.
—Jill, acompaña a Kate arriba para que se quite esas ropas mojadas, antes de que pille un resfriado —dijo Rachel—. Y vosotros deberíais hacer lo mismo, estáis empapando el suelo de mi cocina —les hizo notar a los chicos.
Jill abrazó a Kate, sujetó la toalla sobre sus hombros y tiró de ella hacia las escaleras.
—Vamos, tengo algo de ropa que puede servirte —dijo William a Shane, y ambos abandonaron la cocina bajo la atenta mirada del resto de la familia.
Todos guardaron silencio unos segundos, cruzando miradas interrogantes los unos con los otros. Afuera seguía lloviendo de forma torrencial y los truenos retumbaban en la cocina como si la tormenta tuviera lugar dentro de la casa. Rachel salió un momento y regresó con una manta con la que tapó a Matthew, el niño acababa de quedarse dormido en uno de los sillones, al lado de April.
—Bueno, está siendo una noche de lo más reveladora —dijo Rachel, sentándose a la mesa junto a Daniel y Jerome.
—Sí —respondieron los dos hombres a la vez.
—Me sorprende que no nos haya contado algo así —repuso ella en voz baja.
—¡Es que no hay nada que contar, mamá! —intervino Evan, no había que ser un lince para saber a qué se refería su madre—. Tan solo son amigos, te lo aseguro. Bueno… amigos sería exagerar.
—Pero es evidente que se gustan —comentó ella de forma casi inaudible.
—Hablaré con él —dijo Daniel sin poder disimular su preocupación.
—Esto no es asunto nuestro —medió Carter muy serio—. Que William sea nuestro amigo no nos da derecho a inmiscuirnos en su vida.
—Nunca pensé que diría esto, pero Carter tiene razón —declaró Jerome, dando una palmada en la mesa—. No tenemos ningún derecho a entrometernos.
—Me preocupan las consecuencias que esta historia pueda acarrear —admitió Daniel, mirando a los ojos de su esposa—. No quiero que la historia se vuelva a repetir, no quiero que sufra.
—Ni yo, pero no está en nuestras manos.
Jill acompañó a Kate al piso de arriba y la llevó a través del pasillo hasta el baño, sin dejar de frotarle los hombros para que entrara en calor.
—Aquí es —dijo, abriendo la puerta, y se apartó un poco para que Kate entrara primero.
Las paredes eran blancas al igual que en el resto de la casa, y en ellas destacaban unos hermosos muebles de madera envejecida que, por el aspecto, parecían ser muy antiguos. Jill abrió un armario y sacó de él un mullido albornoz de color violeta.
—Ten, puedes ponerte esto mientras te conseguimos algo de ropa.
—Me da no sé qué usar las cosas de Rachel, tengo la sensación de estar abusando de su confianza.
—No te preocupes, este es mío —admitió Jill, enrojeciendo un poco.
—¿Has traído tus cosas aquí? —preguntó Kate con los ojos abiertos de par en par.
Bueno… no exactamente. Rachel me regaló algunas cosas, últimamente paso más tiempo aquí que en casa.
—Jill, no me resulta fácil decirte esto, pero…
—¡Ya estamos otra vez! —la interrumpió Jill en tono amargo—. Sé lo que vas a decir, que no sabes dónde tengo la cabeza, que me estoy precipitando…
—Jill…
—Que acabará por partirme el corazón y que serás tú quien tenga que recoger los pedazos…
—Jill, para…
—¿Pues sabes qué te digo? Que esta vez te equivocas…
—¡Jill, quieres parar de una vez! —gritó Kate sin poder contenerse.
Jill cerró la boca de golpe y miró a Kate con sus ojos castaños abiertos de par en par.
—No iba a decir eso —aclaró con calma. En su rostro se dibujó una cálida sonrisa y dio un paso hacia su amiga para mirarla directamente a los ojos—. Puede que antes sí, pero, después de esta noche, he cambiado de opinión. Me gusta Evan y me gusta su familia. Creo que son unas personas maravillosas que te quieren mucho, y no puedes imaginar cuánto me alegro de que los hayas encontrado, porque te mereces una familia como ésta que cuide de ti. Siempre has estado muy sola.
Se le formó un nudo en la garganta cuando pronunció las últimas palabras y tuvo que apartar la mirada para no echarse a llorar. Quería mucho a Jill y nunca dejaba de repetirse que ella era la hermana que debería haber tenido en lugar de Jane.
Jill se lanzó contra ella, abrazándola con tanta fuerza que casi la tiró de espaldas.
—Nunca he estado sola porque te tenía a ti —le dijo al oído en voz baja—. Y sé que nunca lo estaré mientras sigas a mi lado… y ahora será mejor que te quites esta ropa.
Sonaron unos golpecitos en la puerta y Rachel apareció con un bonito vestido de color chocolate entre las manos.
—Espero que sea de tu talla —dijo, entregándole la prenda a Kate.
—Gracias. Todos estáis siendo muy amables conmigo —admitió con timidez.
Rachel se entretuvo observando su rostro y le dedicó una sonrisa cargada de ternura. No lo pretendía, pero había escuchado cada palabra de la conversación y se sentía conmovida por la relación que mantenían las dos chicas. Se alegró de que Evan hubiera encontrado a Jill, y deseó que su instinto no se equivocara respecto a Kate. Ella podía ser la luz que iluminara el camino de William a través de su propia oscuridad.
—Eres una niña encantadora, y sería un regalo para esta familia que continúes visitándonos —confesó. Le dio un beso en la mejilla y abandonó el baño para darles intimidad.
—Te dije que le gustarías —le hizo notar Jill al ver la expresión de sorpresa de Kate—. Te dejo para que puedas cambiarte. Te espero abajo, ¿vale?
Kate se quedó inmóvil, tratando de digerir todo lo ocurrido en los últimos minutos. Recordó el tacto frío y suave de las manos de William sobre su piel, y la forma en la que la había mirado a los ojos, tan extraña e intensa. No quería hacerse ilusiones pero, durante un instante, creyó ver algo más que amistad en su rostro. Sacudió la cabeza y desechó aquel pensamiento, segura de que todo era fruto de su imaginación y de lo que sentía por él.
Alargó los brazos con el vestido colgando de sus manos, le encantaba el tacto sedoso y ligero de la tela. Se desprendió de toda su ropa mojada y se vistió. Se miró en el espejo y comprobó con agrado que le sentaba bien. Nunca se había preocupado demasiado por la forma de vestir, de hecho, a excepción de un par de vestidos con estampado floral heredados de su hermana, todo su vestuario se reducía a unos cuantos tejanos, un par de pantalones de corte amplio y unas camisetas.
Terminó de secarse el pelo con la toalla e intentó peinarlo con los dedos. Desistió al cabo de unos minutos, era imposible domar aquellas ondas encrespadas por la lluvia. Salió del baño y recorrió el pasillo de vuelta a la escalera. La puerta de uno de los dormitorios estaba abierta y no pudo evitar lanzar una mirada curiosa al interior. Jared estaba sentado frente a un escritorio, observaba con sumo cuidado un par de piezas de la cámara fotográfica bajo el foco de una lámpara, e intentaba devolverlas intactas a su posición original.
—Hola —saludó Kate. Se apoyó en el marco de la puerta, sin atreverse a entrar.
Jared levantó la cabeza, sin prisa, como si hubiera sabido que ella estaba allí antes de haber articulado palabra, y con un gesto de la mano la invitó a entrar.
—¿Qué tal está? —preguntó, preparada para lo peor.
—Bien, estas cámaras son mucho más resistentes que cualquier digital que puedas encontrar ahora —explicó Jared a media voz. Era mucho más tímido de lo que en un principio le había parecido—. Tiene un poco de hierba en el obturador, necesitaré un pincel pequeño o algo parecido para limpiarlo. Espérame aquí, solo tardaré un momento —indicó mientras se ponía en pie, y abandonó la habitación.
Un par de segundos después, regresaba con un pincel muy fino, como los que se utilizan para pintar con acuarelas.
—William me ha prestado uno de los suyos —comentó, sentándose de nuevo a la mesa.
Los ojos de Kate se abrieron como platos por la sorpresa.
—¿William pinta? —preguntó, intentando no parecer demasiado interesada.
—Antes sí, le encantaba.
—¿Y ahora no?
—Ha estado ocupado con otras cosas.
Kate se acercó a la ventana para ver si la lluvia había aflojado.
—Tuvo que ser muy malo lo que le pasó, para haberlo marcado de esa forma —susurró, limpiando con la mano el vaho de su aliento en el cristal.
Jared levantó la cabeza y la miró con atención.
—¿Te ha contado algo? —preguntó desconcertado.
—Si te refieres a si me ha contado su historia, no, no me ha contado nada.
Jared soltó el aire que estaba conteniendo y volvió a centrarse en la cámara.
—Es muy reservado. ¡Parece que a vosotros no os gusta hablar mucho! —añadió ella.
Jared sonrió.
—Nunca pienses mal de él, todo en su vida tiene un porqué, hasta su silencio —comentó en voz baja.
—Supongo que tienes razón, tú eres quien de verdad lo conoce. Yo no sé nada de él —emitió un sonido bajo de pesar.
—Te diré un secreto —dijo Jared sin levantar la vista de la mesa—. Le caes bien, y eso es más de lo que nadie ha conseguido en mucho, pero que mucho tiempo.
Kate sonrió para sí misma ante la confidencia y continuó observando por la ventana. Parecía que la tormenta se estaba alejando y la lluvia ya no era tan intensa. Un relámpago iluminó el bosque con un fogonazo, un destello blanco alumbrando las nubes oscuras, tan bajas que se enredaban entre las copas de los árboles más altos. Durante un par de segundos, vio con total claridad los riachuelos que cruzaban la explanada de gravilla y pudo distinguir con nitidez el aspecto esponjoso de la corteza húmeda de los árboles. De repente sus ojos se abrieron como platos y un gemido agudo escapó de su garganta. Pegado a uno de los troncos, había un hombre que la miraba fijamente. Sin saber por qué, la escena de una película acudió a su mente: cuando Tobey Maguire, haciendo de Spiderman, contemplaba la ciudad desde la pared de un rascacielos, sujeto solo por sus pies y manos como si estuviera pegado a ella.
—¿Estás bien? —preguntó Jared, levantándose de la silla.
—Sí, es solo que creí ver algo, pero es imposible… —Hizo una pausa, mientras sacudía la cabeza tratando de liberarse de la extraña sensación que le recorría la espalda—. No me gustan las tormentas y mi imaginación se dispara un poco —se excusó, sintiéndose algo ridícula.
—¿Qué has visto? —volvió a preguntar Jared.
Se acercó a la ventana y escrutó la oscuridad con interés.
—Nada, ya te he dicho que es imposible —respondió ella.
—Me encantan los imposibles —insistió. Su ceño fruncido transformó la dulce expresión de su rostro.
Kate se sorprendió por el interés del muchacho y tuvo la sensación de que se había puesto tenso. No solo tenso, la ansiedad contraía sus labios a pesar de que se esforzaba por parecer tranquilo.
—He creído ver un hombre…
—¿Dónde? —la interrumpió. Sus ojos recorrieron la noche concienzudamente.
—En ese árbol, a unos cuatro metros del suelo. Pero estaba de espaldas al tronco, como si estuviera pegado a él, y… me miraba.
—¿Te miraba?
—Sí, qué tontería, ¿verdad? —dijo un tanto incómoda por el disparate.
—En la oscuridad todo parece más siniestro. Seguro que era una sombra —comentó él, mientras corría las cortinas. La miró un segundo y se esforzó por sonreír.
—Sí, eso debía ser.
—Ven conmigo —dijo él de pronto.
La cogió de la mano y tiró de ella a través del pasillo.
—¿Adónde vamos? —preguntó sin entender nada. Él no le contestó.
Se detuvieron frente a una puerta, ligeramente abierta, y Jared entró en el dormitorio sin llamar.
Kate lo siguió con la mirada, vio cómo se detenía frente a otra puerta, la golpeaba con los nudillos y alguien la abría desde dentro. Su estómago se encogió de forma casi dolorosa cuando William apareció desnudo de cintura para arriba, frotando enérgicamente su pelo con una toalla. Observó cómo Jared le susurraba algo al oído, un intercambio de palabras que duró un minuto, y cómo William dejaba caer la toalla al suelo y venía directo hacia ella.
—Pasa, Jared no ha sido muy educado dejándote en la puerta —dijo con su amable y perfecta sonrisa, aunque había una actitud preocupada tras ella que no le pasó desapercibida a Kate—. Siéntate, por favor. —Señaló el sofá con un leve gesto y se dirigió al armario, de donde sacó una camiseta que se puso con rapidez. Se sentó sobre la cama y comenzó a ponerse unas zapatillas.
Jared abandonó la habitación dejándolos solos.
—Te sienta muy bien ese vestido —admitió él con un débil temblor en la voz.
—Gracias —fue lo único que consiguió decir. Estaba demasiado concentrada en controlar su respiración.
—La tormenta ha aflojado un poco, pero creo que solo es un descanso antes de que aumente con más violencia. Deberíais aprovechar para volver a casa, más tarde puede ser peligroso —comentó, intentando parecer lo más natural posible. Pero la realidad era que estaba muy preocupado. Si había una posibilidad de que un vampiro estuviera por los alrededores, debían alejar a Kate y a Jill de la casa, y averiguar qué había traído a aquel ser hasta Heaven Falls. Aunque podía hacerse una ligera idea.
Kate asintió y la extraña sensación de que algo ocurría cobró fuerza en su interior. Observó a William dirigirse de nuevo al baño, y tuvo la impresión de que guardaba algo metálico entre sus vaqueros y su camiseta. Negó con la cabeza y se reprochó a sí misma su desbordante imaginación. William salió del baño y, con un gesto elegante, abrió la puerta del dormitorio, sujetándola mientras ella abandonaba la habitación.
Bajaron juntos al salón. Los niños dormían en el sofá y Rachel los estaba arropando con otra manta. No había rastro de Daniel ni de Jerome, tampoco Carter ni Shane estaban por allí.
—Kate —dijo Jill, levantándose del regazo de Evan—. Parece que la tormenta va a empeorar, deberíamos volver.
—Está bien.
—Jared te acompañará a casa y yo llevaré a Jill, si a ti no te importa. Es lo más rápido y seguro —explicó Evan, sonreía, pero en sus ojos había un brillo extraño.
Kate asintió, cada vez más convencida de que algo estaba pasando.
—¡Pues andando! —intervino Jared.
—Muchas gracias por todo —dijo Kate, dirigiéndose a Rachel.
—No tienes que darme las gracias. Pero prométeme que volverás pronto. —La abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—Sí, claro —respondió Kate con timidez—. En cuanto me sea posible, así podré devolverte el vestido.
—Quiero que te lo quedes, te sienta mucho mejor que a mí.
—¡No puedo aceptarlo!
—Por favor, me hace mucha ilusión que te lo quedes —aseguró bajo la mirada de apremio de William.
—De acuerdo.
—Estupendo, y ahora marchaos cuanto antes —rogó Rachel, acariciando la mejilla de Jill. Su sonrisa no era capaz de esconder la inquietud que crecía en su pecho.
—Llévate mi coche, es más rápido —dijo William a Evan, y le lanzó las llaves—. Que Jared coja el Range Rover, por si los caminos del lago se han inundado.
La lluvia había amainado convirtiéndose en un ligero chirimiri. Ríos de agua corrían entre los coches, abriendo sendas en la gravilla de la explanada, y pequeños bancos de niebla comenzaron a asentarse alrededor de la casa. El cielo volvió a iluminarse y un trueno sonó sobre sus cabezas. Después de todo, era cierto que la tormenta estaba cobrando fuerza, eso pensó Kate mientras avanzaba junto a William hacia el coche. Él caminaba con pasos ligeros y confiados, balanceando los hombros con un movimiento felino imposible de imitar. A Kate le parecía increíble cómo podía llenar el lugar con su sola presencia, incluso en aquel espacio abierto.
William abrió la puerta del Range Rover y, mientras Kate se acomodaba en el asiento, observó con disimulo los alrededores en busca de cualquier movimiento extraño.
—¡Eh! ¿A qué viene esa cara tan triste? —preguntó él casi en un susurro.
Kate contemplaba su regazo a la vez que entrelazaba los dedos con nerviosismo. Él le puso un dedo bajo su barbilla y la alzó, obligándola a que lo mirara a los ojos.
—No me gustan las tormentas —mintió para no reconocer lo que de verdad le preocupaba. Desde que había creído ver a esa especie de hombre araña en el árbol, todos se habían puesto un poco nerviosos. «Qué idea tan estúpida», pensó, convenciéndose a sí misma de que todo estaba en su imaginación. Pero entonces, ¿por qué se sentía tan inquieta?
—Pues a mí comienzan a gustarme —dijo William. Acercó su rostro al de ella y una sonrisa traviesa iluminó su cara—. Sobre todo desde que cierta personita acaba en mis brazos cada vez que se desata una.
—¡No te acostumbres, héroe! —replicó ella con una sonrisa radiante. El comentario había agitado millones de mariposas en su estómago. ¿Era su imaginación o William estaba coqueteando con ella?—. Puedo cuidarme solita —enfatizó la última palabra con un tono coqueto. Podría estar sobre un río de lava y no sentir nada, solo su voz acariciando su piel.
—¡No tengo la menor duda! —reconoció él mientras cerraba la puerta.
William esperó a que los coches hubieran desaparecido por el camino. Entonces todos sus sentidos se centraron en la oscuridad absoluta que reinaba en el bosque. Un brillo depredador iluminó sus ojos. Si aquel ser estaba allí por él, iba a asegurarse de que le encontrara.