15

Llevamos tres días hablando de esto, Daniel —dijo William, recostado en el sofá que había en el estudio del licántropo. Entrelazó las manos bajo la nuca y cruzó las piernas que colgaban por el reposabrazos.

—Lo sé, pero es que no termino de entender el cambio de Samuel, no es propio de él actuar así. Aquí hay algo más —respondió, estudiando el rostro del vampiro con atención.

—Todo sucedió tal y como te he contado. Perseguía a los mismos renegados que Shane y yo, por eso nos encontramos. Y me dijo lo que ya sabes, que ya era hora de olvidar y seguir adelante. Y te aseguro que era sincero.

—Sí, es posible, supongo que, después de un siglo y medio, su enfado ya no es más que un simple recuerdo. —Meneó la cabeza, seguía sin estar muy convencido—. Pero conozco a mi hermano y me cuesta creer que sea tan fácil.

William soltó de golpe el aire de sus pulmones con un sonido de disgusto.

—Empiezo a pensar que no te alegras de que tu hermano y yo hayamos resuelto nuestras diferencias —repuso de forma malintencionada. Ya estaba cansado de darle vueltas al tema, y aunque deseaba contarle a su amigo la verdad, había prometido a Samuel que no lo haría.

—¡No me vengas con esas! —replicó Daniel, molesto por el comentario—. Nadie deseaba más que yo este momento. Ambos estáis en mi corazón.

William se incorporó para sentarse y apoyó los codos sobre las rodillas.

—Perdóname.

Daniel resopló y se acarició la barba incipiente.

—Tú también deberías perdonarme. —Se sentó junto a William y apoyó una mano en su hombro—. Te estoy exigiendo unas respuestas que no posees. Lo que de verdad me importa es que, por fin, todo está volviendo a su sitio.

—Casi todo —corrigió William—. Llevo mucho tiempo fuera de casa. Marie y mi madre insisten para que vuelva y… No estoy siendo justo con ellos. —Sacudió la cabeza.

—Deberías remediarlo.

—Y lo haré, pero dentro de un tiempo. Ahora necesito quedarme aquí, este sitio me hace sentir bien —reconoció con un brillo intenso en los ojos.

—Me alegro mucho de oírte decir eso.

—Cambiemos de tema —sugirió William. Se levantó del sofá y empezó a moverse por el estudio, curioseando los libros de las estanterías—. ¿Has pensado en lo que te dije? Hablo de Talos y su familia, y esa chica… Drew.

—Sí.

—¿Y?

—Hablaremos con ellos y juntos tomaremos una decisión. Prepara el encuentro.

—Un momento, ¿has dicho que juntos tomaremos una decisión? No, no voy tomar esa decisión.

—Sí, la tomarás, aunque tenga que obligarte. Ellos esperan que te involucres en este tema, por eso acudieron a ti. Te consideran lo más parecido a un protector y actuarás como tal —dijo en un tono que no dejaba lugar a réplicas.

William se encogió de hombros, derrotado.

—Tú mandas, pero te lo advierto, no podré ser imparcial.

—Ya cuento con ello —replicó Daniel, riendo por lo bajo.

Unos golpes sonaron en la puerta y Rachel entró sonriente en el estudio, con una taza de café en cada mano.

—¿No crees que va siendo hora de que liberes a tu prisionero? —preguntó a Daniel, ofreciéndole una taza—. Los chicos llevan un buen rato esperándole fuera.

—¿Vas a ir con ellos al pueblo? —preguntó Daniel, sorprendido.

—Sí, me apetece salir un rato —comentó William con una nota burlona, y se dirigió a la puerta jugueteando con las llaves del coche en la mano.

—William, no dejes que espanten a los clientes —le rogó Rachel—. Y que tampoco destrocen nada, ¿vale?

William dejó escapar una carcajada divertida y le hizo un guiño cargado de malicia.

—No los perderé de vista.

El matrimonio Solomon contempló cómo el vampiro desaparecía por el pasillo.

—Está cambiando —dijo Daniel, dando un sorbo a su café.

—Sí, cada día es más evidente.

—¿A ti te ha contado algo? —curioseó.

—No, ¿y a ti?

—Ni una palabra.

—Bueno, está contento por lo de Sam —observó Rachel con la mirada fija en la puerta.

—Conozco a ese vampiro muy bien, y dudo mucho que Samuel tenga algo que ver en este cambio —aseguró, lanzando una mirada significativa su esposa.

Rachel se encogió de hombros.

—Sea lo que sea, es bueno para él.

Daniel asintió mientras entornaba los ojos, preguntándose cuál podría ser el motivo por el que William volvía a parecerse al joven vampiro que un día conoció.

Era temprano y el café estaba repleto de gente que tomaba el desayuno. La vitrina rebosaba de tartas recién hechas que despedían un aroma dulzón, y desde la cocina llegaba el chisporroteo de los huevos y el jamón, ingredientes estrella del especial de la casa. Las camareras, con su uniforme de color rosa, iban y venían de una mesa a otra sirviendo menús.

—Aquí tenéis, chicas. Cappuccino sin azúcar para ti —dijo la camarera poniendo una taza frente a Jill—, y otro con mucha crema para ti. —Puso una segunda taza frente a Kate—. Ahora mismo os traigo la tarta.

—¿Crees que se da cuenta? —preguntó Jill haciendo un gesto hacia la camarera, cuando ésta se hubo marchado. Removió con fuerza el capuchino y lamió la cuchara.

—¿De qué? —preguntó Kate inclinándose hacia delante.

—Ese tic, arruga el labio como si estuviera oliendo algo asqueroso —comentó entre susurros.

—¡Desde luego, te fijas en unas cosas! —repuso Kate, dejando escapar una tímida sonrisa.

—Es que es imposible no fijarse… ¡Chist, que viene!

—Y aquí está la tarta, os he traído sirope por si os apetece un poco.

—Gracias, Mandy, eres un sol —dijo Kate, relamiéndose, no había un sirope mejor que el que preparaba Lou.

—De nada, chicas… —Mandy se quedó muda y un gesto bobo apareció en su rostro—. ¡Son todos tan guapos! —exclamó con un suspiro, mientras miraba fijamente por la ventana.

Kate y Jill miraron en la misma dirección. Los chicos Solomon cruzaban la calle en ese momento, incluido Shane.

—Tú sales con uno de ellos, ¿no? —consultó Mandy a Jill.

—Sí, uno de ellos es mi novio —admitió, recalcando la palabra novio a la vez que extendía la mano en dirección a Mandy para que pudiera ver su precioso zafiro.

—¡Vaya, las hay con suerte! —comentó con descarada admiración—. ¿Y tu novio tiene hermanos solteros?

Jill asintió y le enseñó dos dedos de su mano mientras le guiñaba un ojo. Mandy sonrió, estiró la espalda y metió estómago, y dando media vuelta se dirigió a la cocina.

La puerta se abrió con el sonido de las campanillas y entró Carter, seguido de Evan, Jared y Shane, que cerraba la marcha con su habitual expresión malhumorada. Avanzaron entre la gente intentando mantenerse ajenos al interés que despertaban. Después de varias semanas, aún había vecinos que dejaban de hablar o de comer para mirarlos sin ningún pudor.

Carter fue el primero en ver a las chicas y aceleró el paso. Llegó a la mesa en dos zancadas y se sentó al lado de Jill, rodeándole los hombros con el brazo.

—Hola, pecosa —dijo con un guiño y una sonrisa seductora que marcó hoyuelos en su rostro.

—Hola, Carter —saludó Jill, poniendo los ojos en blanco. Hacía poco que trataba al hermano de Evan, pero ya conocía su peculiar sentido del humor. Y su carácter atrevido. Y su actitud arrogante… Y que era imposible enfadarse con él cuando esbozaba aquella sonrisa tan mona.

—¡Quita esa mano de ahí y mueve el trasero! —gruñó Evan a su hermano.

Carter apartó las piernas y dejó que Evan se sentara junto a Jill.

—¿Te importa si nos sentamos aquí?

Kate ladeó la cabeza y levantó los ojos. Jared y Shane estaban de pie, a su lado, mirándola. Dio un respingo al percatarse de que la pregunta era para ella.

—No, claro que no. —Se deslizó hasta la ventana para dejarles sitio en su asiento.

—¿Y estos preciosos ojos cómo se llaman? —preguntó Carter, inclinándose sobre la mesa para mirarla de cerca.

—Chicos, ella es Kate, mi mejor amiga —enfatizó la última frase, mirando directamente a Carter.

El chico entendió a la perfección el mensaje implícito en el comentario. «Ni se te ocurra pasarte con ella, o te las veras conmigo». Soltó una carcajada y se recostó en el asiento examinando el local.

—Estos son Jared, Shane, y el Romeo se llama Carter.

—Hola —saludó Kate algo cortada y bajó la vista hacia la mesa.

Mandy se acercó con su bloc de notas en la mano y el maquillaje completamente retocado, de una forma tan exagerada que sus labios parecían una enorme ciruela. Jill y Kate cruzaron una mirada cómplice y una sonrisa maliciosa curvó sus labios.

—¿Queréis alguna cosa? —preguntó Mandy con los ojos puestos en Shane—. Tenemos tortitas como las del otro día.

—No, gracias, solo un café sin azúcar —respondió el chico, algo incómodo por el evidente interés de la camarera.

—Muy bien, un café por aquí, ¿y vosotros? —se dirigió a los demás sin perder la sonrisa.

—Yo sí que quiero probar esas tortitas —dijo Carter. Cogió con el tenedor de Jill un trozo de la tarta que había sobre la mesa y lo engulló—. Y otra de estas, y un vaso grande de leche, batida, con mucha espuma.

Evan y Jared hicieron un gesto negativo con la mano y Mandy se marchó de nuevo a la cocina.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Jill.

—Mi madre quiere que nos encarguemos de la librería esta mañana.

—¿No se encuentra bien?

—Sí, pero le apetecía tomarse el día libre —respondió, dándole un empujón cariñoso con la rodilla—. Y creo que quiere prepararte algo especial para la cena de esta noche.

Jill se atragantó con un sorbo de su cappuccino, tosió, y miró a Evan con los ojos muy abiertos.

—¿Para qué cena? —consultó.

—Les he dicho a mis padres que vendrías a cenar esta noche —dijo con calma.

—¡Pero es que no voy a ir a cenar, Evan! ¡Ni siquiera me has preguntado si quiero ir a cenar! —le espetó molesta.

—Porque pensaba hacerlo ahora.

—¡Evan! Yo ya tengo planes para esta noche. No… no… ¡Arrrggghhh! ¡Tienes que consultarme! —repuso Jill, alzando un poco la voz.

—Esto amenaza tormenta —canturreó Jared, escondiendo una sonrisa. Miró hacia otra parte como si así les otorgara algo de intimidad.

—Kate y yo pensábamos salir juntas —continuó Jill sin disimular su enojo. No le gustaba nada que le organizaran su tiempo y, mucho menos, sin consultarle. Estaba loca por Evan y adoraba pasar cada minuto con él, pero también necesitaba estar con su amiga, y últimamente no se veían tanto como antes.

—Si ese es el problema, Kate puede venir con nosotros —respondió él, desconcertado. No entendía por qué su chica estaba tan molesta—. ¡Cuantos más mejor!

—¡No es mala idea! —comentó Jill, considerando la posibilidad.

—Sí, ven con nosotros, mejor amiga de Jill. Será mucho más divertido —intervino Carter, interesado de nuevo en la conversación. Clavó los codos en la mesa y estudió a Kate a conciencia. Ni se molestó en disimular para que pareciera que no lo hacía.

—Creo que paso —dijo Kate.

—Deberías venir, o esos dos no llegarán a su primer aniversario —le susurró Jared con disimulo, haciendo un gesto con los ojos hacia la pareja.

Ella no pudo evitar sonreír ante la mueca. Parecía un chico tranquilo y cariñoso, con un brillo inteligente en los ojos a la vez que enigmático, aspecto que compartía con el resto de su familia. Kate decidió de inmediato que le caía bien.

—¡Kate, por favor! Lo pasaremos bien —rogó Jill.

—¡Sí, Kate, por favor, por favor! —repitió Carter en tono burlón—. Y si se hace tarde, puedes quedarte a dormir. En mi cama hay espacio de sobra para los dos —su voz se había convertido en un susurro seductor y su sonrisa en la de un depredador.

—Cierra el pico. ¿Qué quieres, asustarla? —intervino Shane fulminándolo con la mirada—. No le hagas caso, su cerebro no da para más —le dijo a Kate sin apartar la mirada de Carter.

—Ja, ja —replicó Carter.

—Lo pensaré, ¿vale? —dijo Kate de forma evasiva. Ladeó la cabeza para lanzar una rápida mirada por encima de su hombro, lo justo para ver con el rabillo del ojo cómo se abría la puerta y William cruzaba el umbral. Vestía un pantalón negro y una camiseta gris que resaltaba el contorno de su pecho. Su rostro de alabastro, tan bello como el de un ángel, tenía ese gesto serio, imperturbable, que acentuaba aún más la leve sombra purpúrea que había bajo sus ojos. Kate apartó la vista y la clavó en su taza de café, escondiendo que se había sonrojado hasta las orejas.

William hizo un minucioso examen del entorno mientras avanzaba entre los clientes que abarrotaban la barra. De repente, sus ojos se encontraron con los de Kate, y algo empezó a latir allí donde debería hacerlo su corazón, como si de pronto hubiera recordado aquella sensación. Avanzó hasta la mesa, llevando consigo una silla libre que encontró a su paso, y se sentó entre Carter y Shane, que ocupaban el extremo opuesto a la ventana.

—No puedo creerlo, ¿vais a desayunar otra vez? —preguntó sin apartar la vista de Kate. Ella agitaba la espuma de su cappuccino con aparente naturalidad. Le dedicó una sonrisa a modo de saludo y ella se la devolvió ruborizándose de nuevo.

Jill levantó la mano y le dio la bienvenida con un rápido movimiento de sus dedos.

—Solo Carter, que no sé qué tiene más grande, si el ego o el estómago —aclaró Shane, arqueando las cejas con una mueca de burla en los labios dirigida a su primo.

—¡No conseguirás picarme! —replicó Carter canturreando.

—No lo intento.

—¿Qué es eso? —preguntó Jared. Un papel doblado en la mano de William había captado su atención.

—Hay una chica en la calle que los está repartiendo —contestó William mientras le entregaba el panfleto.

—¡Es el anuncio de una fiesta! —exclamó el chico dando la vuelta al pequeño cartel para que todos pudieran verlo.

—Fiesta de graduación, sábado por la noche, bla, bla, bla —leyó Evan en voz alta—. ¿De qué va esto?

Mandy apareció con una bandeja repleta de platos y, sin perder su gran sonrisa, fue depositando el pedido de los chicos sobre la mesa.

—¿Te sirvo algo, guapo? La tarta de chocolate está recién hecha —le sugirió a William con un guiño.

—No, gracias —contestó en un susurro. Podía sentir las miradas curiosas de los clientes sobre él y se inclinó hacia delante, cruzando los brazos sobre la mesa. Trató de ignorarlas y fijó su atención en los platos de comida que reposaban frente a él, aunque solo consiguió sentir náuseas y el estómago le dio un vuelco. Frunció el ceño y se recostó en el respaldo de la silla.

Kate le dedicó una mirada preocupada, a la que él respondió encogiéndose de hombros, quitándole importancia a su gesto.

—¡Eh! Mandy, ¿tú sabes algo de esta fiesta? —curioseó Jill señalando el panfleto, mientras daba los últimos sorbos a su cappuccino.

—¡Sí, todo el mundo habla de ello! —respondió Mandy, arqueando las cejas sorprendida. Le costaba creer que no supieran nada de lo que iba a ser uno de los acontecimientos del año—. El ayuntamiento ha organizado una gran fiesta para todos los estudiantes que se gradúan este año.

—El ayuntamiento —repitió Jill en tono escéptico.

—Más bien el alcalde —aclaró la camarera—. Sus mellizos se gradúan este año y va a dar una fiesta por todo lo alto para todos vosotros. La gente dice que ha contratado a un grupo muy famoso para que toque esa noche.

—¡Es increíble! —exclamó Kate, sorprendiendo a todos. Hasta William dio un respingo al oír el tono acerado de su voz—. Va a dar una fiesta para Becca y Justin. La va a pagar con el dinero de los contribuyentes y, además, nos usa a nosotros como excusa para que todo parezca de lo más desinteresado. ¡Ese hombre es un hipócrita! —dijo al tiempo que dirigía una mirada envenenada al alcalde. El hombre desayunaba unas mesas más allá de donde ellos se encontraban.

—Chicos, llamadme si necesitáis algo más —dijo Mandy con los ojos en blanco ante el comentario de Kate, y dio media vuelta para seguir atendiendo las mesas.

Jill se inclinó sobre la mesa.

—Tienes toda la razón, pero la fiesta es una idea estupenda —dijo a su amiga. Kate arqueó las cejas cuestionando esa afirmación. Jill no hizo caso de su gesto y continuó hablando—. Si vamos a esa fiesta, podré librarme de la estúpida celebración que mi madre está preparando. No podrá negarse a que asista si es para todo el instituto.

—Pues conmigo no cuentes —repuso Kate—. Ese hombre es un estafador y no pienso colaborar en nada que tenga que ver con él. Aún recuerdo lo mal que se lo hizo pasar a mi abuela, cuando quiso comprar la casa de huéspedes.

—¿Sabes, Kate? Deberías relajarte un poco, no te vendría mal divertirte.

—Yo puedo ayudar con eso —intervino Carter con un trozo de tarta en la boca.

—¡Cierra el pico, Carter! —replicaron todos al unísono.

Excepto William, que no podía apartar los ojos de Kate. Las mejillas de la chica estaban encendidas con un tono sonrosado muy intenso. Estaba enfadada y las pulsaciones de su corazón habían aumentado con rapidez, haciendo que la línea azulada de su cuello se marcara aún más bajo la pálida piel, palpitando a simple vista. Se quedó atrapado en el latido de aquella garganta y tuvo que apartar la mirada de golpe.

—¡Yo ya me divierto, me divierto continuamente! —repuso ella algo ofendida, aunque sabía que su amiga tenía razón. Miró se soslayo a William. Volvía a sentirse insegura, una emoción que había acabado convirtiéndose en una costumbre cuando él andaba cerca. ¿Qué estaría pensando en aquel momento? ¿Pensaría que era una chica sosa y aburrida como insinuaba Jill?

—Sí, es cierto —admitió Jill—. Eres la única persona que conozco que se lo pasa en grande estudiando y trabajando todo el día. No entiendo cómo el resto del mundo pierde el tiempo saliendo por ahí con sus amigos. Con lo divertido que es quedarse en casa sacándole brillo a la cubertería.

Una sonrisa apareció en el rostro de los chicos. Escuchaban en silencio el tira y afloja de las dos amigas, sin atreverse a opinar.

Aquella sonrisa molestó a Kate más que cualquier otra cosa, incluso William había curvado levemente sus labios.

—¿Crees que soy incapaz de divertirme? —era una afirmación más que una pregunta.

Jill asintió con expresión triunfante. Conocía a Kate a la perfección y sabía lo que iba a decir en ese momento.

—Pues te equivocas, listilla —contestó con suficiencia—. Iré con vosotros a esa estúpida fiesta —dijo con determinación.

—¡Estupendo! —exclamó Jill alzando las manos con gesto de victoria—. ¿Y a la cena?

Kate empezó a negar con la cabeza.

—Lo siento, Jill, pero prefiero quedarme en casa. Alice no se encuentra muy bien. Iba a decírtelo antes de que ellos llegaran —su voz sonó a disculpa.

—¡Katherine Lowell, no tienes remedio! —dijo Jill, frunciendo el ceño. Solo usaba su nombre completo cuando estaba enfadada con ella. Kate no mentía nunca, pero aquello le había sonado a excusa.

—Tengo que irme —dijo Kate mirando su reloj.

Se puso de pie con toda la dignidad que pudo. Sacó un par de dólares del bolsillo y los dejó sobre la mesa. Jared y Shane se levantaron con diligencia de su asiento, para que pudiera salir. Sus ojos se posaron en William un instante. Al pasar junto a él le rozó el brazo con la cadera, y tuvo la impresión de que las aletas de su nariz se movían, su pecho se hinchaba con una profunda inspiración y su rostro se contraía por la presión de los labios al contener la respiración.

Por un momento, deseó enredar los dedos en los mechones de su brillante pelo oscuro y borrar aquella sombra que lo entristecía. Le lanzó otra rápida mirada, solo para comprobar que la concentración de su gesto era total y que la ignoraba. Se sintió mal, le era imposible predecir los cambios de William, para saber a qué atenerse. Pasaba en cuestión de segundos de ser un chico atento, a ser completamente frío e indiferente. Continuó con la cabeza inclinada y ni siquiera la alzó cuando ella se despidió con un escueto adiós.

William ladeó la cabeza y la siguió con los ojos hasta que abandonó el café. De repente, él también se levantó.

—Os veo en la librería —dijo casi en un susurro. Pasó entre Shane y Jared, que todavía permanecían en pie, y se dirigió a la salida a toda prisa.

—¡Espera, voy contigo! —dijo Jared, pero una mano sujetó su brazo impidiendo que se moviera. Shane sacudió la cabeza ante su expresión interrogante. Pensó unos instantes, de repente su mente se iluminó con una loca posibilidad—. ¿Ellos? —consultó de forma casi imperceptible para que los demás no pudieran oírles.

Shane se echó a reír entre dientes y su expresión contestó afirmativamente a la pregunta.

Los comercios acababan de abrir y la afluencia de gente en la calle se había multiplicado en solo unos minutos. William inspiró profundamente y decenas de sutiles aromas inundaron su olfato. Comenzó a descartarlos con rapidez, rastreando con ansia el que le interesaba, uno que conocía a la perfección. El olor de su sangre se había grabado a fuego en su cerebro y ahora podía encontrarla en cualquier parte. Tomó aire por la boca y un sabor afrutado se pegó a su lengua provocando un exceso de saliva. El olor era intenso, cada vez más.

La encontró sentada en el primer escalón del porche de la librería. Abrazada a sus rodillas, se mecía con lentitud, saludando de vez en cuando a algún que otro conocido. Bloqueó todos sus sentidos, alejó el deseo de su mente y dejó paso al gran placer que sentía al contemplarla, atraído por lo que veía. Todos sus movimientos eran hermosos, desde la forma en la que se recogía los mechones de pelo tras la oreja, a cómo humedecía sus labios con la lengua y cómo se acariciaba los brazos.

—Así que esta noche no tendré el placer de tu compañía —dijo William.

—¿De dónde has salido? —preguntó sorprendida, dando un respingo.

William no contestó, sus ojos, muy abiertos y dilatados, seguían clavados en su rostro y en la adorable curva de su garganta. Tuvo el deseo de aferrarla por el cuello y acercarla a él para poder esconder el rostro en el hueco que había bajo su oreja. Apretó con fuerza los puños y controló el impulso.

—Tengo mucho que hacer —dijo ella a la defensiva, contestando así al comentario de William.

—Es una pena.

Se sentó a su lado con una sensación cálida en el estómago, en cierto modo, su cercanía también lo reconfortaba. Una extraña mezcla de sentimientos, que amenazaban con arrebatarle el juicio. Aquella chica era capaz de despertar en él emociones contradictorias.

De pronto, Kate se echó a reír. William la miró con curiosidad.

—¿Qué? —preguntó él contagiándose de su risa.

—¡El placer de tu compañía! —repitió, intentando imitar la voz de William—. ¿Te das cuenta de que hablas como el personaje de una peli antigua? Ya nadie habla así.

—Yo sí —contestó él. Inclinó la cabeza sin apartar la mirada de ella y sonrió.

—Eres tan diferente —susurró, abrumada por la intensidad de las sensaciones que su mirada provocaban en ella, y rezó para que sus ojos no revelaran lo rara y confusa que se sentía respecto a él. Era el chico más extraño con el que jamás se había topado.

—Lo tomaré como un cumplido… creo.

—¡Vaya, y también un optimista si crees que eso era un cumplido! —Arqueó las cejas con un gesto exasperado. William la miró desconcertado y ella soltó una carcajada, inclinó su cuerpo hacia él y lo empujó con el hombro—. Es broma.

Él le dedicó su mejor sonrisa, la que le hacía parecer un ángel.

Los dos enmudecieron con la vista al frente, sin fijarse en nada concreto.

—¿Qué haces aquí? —consultó el vampiro con curiosidad, al cabo de unos segundos.

La pregunta sacó a Kate de sus pensamientos y clavó los ojos en William como si acabara de verlo por primera vez. ¿Era su imaginación o sus ojos acababan de cambiar de un azul oscuro a un azul muy brillante, eléctrico?

—Tengo que comprar un regalo. Mañana es el cumpleaños de Alice y quiero regalarle un libro, pero aún no está abierto —explicó, señalando con la cabeza la puerta que había a su espalda.

William se levantó de un salto, sacó unas llaves del bolsillo y las hizo tintinear en sus dedos.

—¡Se acabó la espera!

Sostuvo la puerta mientras ella entraba. Encendió las luces y se sentó en el mostrador con los pies colgando hacia fuera; y, con disimulo, se dedicó a observarla. Llevaba un pantalón de lino y una camiseta negra sin mangas. El pelo, semirrecogido, le caía sobre los hombros formando suaves ondas, y tenía la piel más pálida que jamás había visto en un humano. Recorría las estanterías despacio, balda por balda acariciaba con el dedo índice el lomo de los libros, mientras leía los títulos con un gesto que a William le pareció encantador: ladeaba la cabeza a la vez que se mordía el labio con expresión ausente.

William miró hacia otro lado y se bajó del mostrador, necesitaba ocuparse en algo que no fuera observarla. Sacó un par de cajas de la trastienda y comenzó a colocar los libros que contenían, mientras les echaba un rápido vistazo. Apartó un par con intención de leerlos más tarde y ordenó el resto en un expositor.

Varias veces sorprendió a Kate observándole. Le resultó graciosa la forma en la que ella lo miraba, para después apartar los ojos rápidamente. El modo en el que su pulso se descontrolaba y cómo se ruborizaba solo con que él posara sus ojos en ella. Dejó el cómic que estaba ojeando. Frunció el ceño y sus ojos azules mostraron una mirada pensativa. Llevaba tanto tiempo solo, con aquel vacío frío y oscuro en su pecho que lo había convertido en un autómata, alimentado por el odio y la culpa, que había olvidado todas aquellas señales. Se movió incómodo, con un extraño nerviosismo. La duda de que ella pudiera sentir algo por él se instaló en su pecho como si pesara una tonelada. «Esto no es bueno», pensó. Romperle el corazón era lo último que deseaba.

—¡Vaya, creí que estaban agotados! —exclamó Kate, sacando un ejemplar sobre fotografía de uno de los estantes. Lo llevó con sumo cuidado a la mesa que Rachel había dispuesto para que los clientes pudieran ver con más comodidad las publicaciones. Se sentó y lo abrió como si se tratara de algo muy valioso.

William abandonó sus oscuros pensamientos y se acercó con curiosidad. Se sentó junto a ella y observó con detenimiento las páginas que Kate iba pasando, tan despacio que parecía moverse a cámara lenta. Al cabo de unos segundos, se distrajo del libro y fijó su atención en el rostro de la chica. Estaba fascinada, con un brillo intenso en los ojos.

—Mi madre tenía uno como este —susurró ella, conteniendo la emoción que sentía—, pero desapareció con algunas de sus cosas al poco de su muerte.

—¿Era fotógrafa? —preguntó William, sobrecogido por la tristeza escondida en su voz.

—Sí, y era muy buena. Llegaron a publicar muchas de sus fotografías —respondió orgullosa—. Te las enseñaré si te pasas algún día por casa —comentó. Alzó el rostro y se encontró con sus ojos azules sobre ella. Sintió una sacudida en el pecho que aceleró su respiración y tuvo que desviar la mirada.

—Me encantaría —respondió William.

Ella volvió a sonrojarse y sus manos temblaron ligeramente. Se contemplaron unos instantes. Kate bajó la vista hacia su bolso, lo abrió y sacó del interior su cámara Hasselblad.

—Era de ella, la llevo encima a todas horas. Siempre hay que estar preparada, porque nunca sabes dónde puede aparecer esa imagen mágica que convierta un trozo de papel en toda una historia. Al menos, eso decía mi madre. —Apuntó con la cámara a William y disparó—. ¿Sabías que todavía hay gente que cree que las fotografías atrapan tu alma, transformándola en algo malvado? Yo simplemente creo que la muestran tal y como es. —Pulsó el disparador por segunda vez—. Estoy deseando ver la tuya.

Aquel comentario levantó una pequeña ampolla en William. Estaba convencido de que su alma había abandonado su cuerpo el día que murió para convertirse en vampiro, llevándose con ella toda su esencia humana. Aquella sensación de vacío en su interior había llegado a atormentarlo durante mucho tiempo. Sin alma, la oscuridad podía campar a sus anchas dentro de su cabeza y de su corazón, podía borrar los recuerdos y eliminar la conciencia, podía transformar a un buen hombre en un perverso demonio, en un vampiro, en un renegado.

—¿De verdad crees que un trozo de papel te va a mostrar mi alma? ¿Cómo estás tan segura de que tengo una? Venga Kate, ¿cómo crees que es la mía? —preguntó William con ojos feroces.

Su pálida piel centelleó con un aura salvaje, de una forma tan sutil que pasó desapercibida a la mirada humana de Kate. Aunque el tono de su voz la intimidó.

Ella se inclinó hacia atrás en la silla, alejándose con disimulo de él. Tragó saliva para deshacer el nudo de su garganta y apretó los labios sin apartar la vista de su dura expresión. William había cambiado bruscamente, otra vez. Su rostro parecía esculpido en granito y sus ojos dos trozos de hielo. Tardó un momento en recobrarse lo suficiente como para responder.

—En un par de días te lo diré. —Sacó el carrete de la cámara y lo guardó dentro del bolso—. Pero estoy segura de que es mucho más hermosa de lo que tú crees.

William la miró como si lamentara las preguntas.

—Lo siento. —Se levantó de la silla y se alejó dándole la espalda, cerró los ojos con un angustioso remordimiento—. He vuelto a hacerlo… te he intimidado.

—¡No! —dijo ella, acercándose un poco a él.

—Sí, te he asustado y no era mi intención. Siento haber perdido el control —replicó con voz ronca, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón para controlar el temblor que las recorría.

—¿Tan malo es lo que guardas ahí dentro? —preguntó ella, sintiendo una profunda pena. Apoyó una mano en la espalda de William.

Él se giró al sentir el suave roce.

—Sí —respondió. Sabía que estaban iniciando una conversación que no deberían mantener. Deseó decirle algo grosero para que se enfadara y se marchara, para que dejara estar las cosas. Era lo más rápido y efectivo, aunque no tuvo valor; mirándola a los ojos no se sentía capaz de herirla.

—Puede que si hablaras de ello, si lo sacaras fuera…

Antes de que terminara la frase, él ya estaba negando con la cabeza.

—No se me da bien hablar…

—De ti mismo, lo recuerdo —dijo ella, suspirando de impotencia—. No pretendía entrometerme en tu vida, es que pensé… que empezábamos a ser amigos.

—¡Y lo somos, de verdad! Eres la primera persona a la que consigo acercarme en mucho tiempo. Estar aquí, hablando contigo, es toda una hazaña para mí. —Dejó escapar el aire con nerviosismo, mientras se pasaba una mano por el pelo—. Hay cosas sobre mí que muy pocos saben, Kate. Cosas que querría contarte, pero que no… puedo —dijo entre dientes, muy frustrado—. ¿Lo entiendes? No puedo.

—Sí —respondió ella percibiendo su angustia.

Se miraron durante unos segundos en un incómodo silencio.

—¿Vas a regalarle este a tu abuela? —preguntó William de repente, intentando cambiar de tema.

Se acercó a la mesa y cogió el libro.

—No, a ella no le interesa la fotografía y, aunque le interesara, no podría permitirme los cien dólares que cuesta. Estos manuales son bastante caros. —Se acercó a él y tomando el libro de sus manos lo devolvió con pena al estante—. Ahora le encantan las orquídeas, ha llenado toda la casa con ellas. Había pensado en algún libro de jardinería que le ayude a cultivarlas.

William fue hasta una de las estanterías que había junto a la ventana y cogió un tomo de color verde con la imagen de una orquídea en su cubierta.

—Has tenido suerte: Todo sobre el cultivo de la orquídea —indicó, sosteniendo el volumen frente a ella.

—Ese es perfecto.

—Ven, buscaremos algo para envolverlo.

William le entregó el libro dentro de un llamativo sobre plateado con un gran lazo rojo.

—No es muy discreto —comentó ella, estirando el pomposo lazo.

William soltó una carcajada, a él también le parecía horrible.

—Dices eso porque no has visto el resto, los eligió April. —Le guiñó un ojo, sin dejar de reír.

Kate se contagió de su risa. Volvían a estar bien. Su relación se había convertido en una montaña rusa, repleta de subidas y bajadas, de giros imposibles una vuelta tras otra, para volver siempre al principio donde nada ocurría.

—Tengo que irme. Le prometí a mi abuela que la ayudaría a servir la comida —dijo con cierta aprensión.

—¿Qué tal han salido las pruebas? —se interesó. Todo lo que rodeaba a Kate había adquirido una importante relevancia para él.

—Todavía no tenemos los resultados, pero tengo el presentimiento de que algo no va bien. —Soltó un suspiro y contempló un instante el rostro de William. Él la observaba de aquella forma tan intensa que tanto la desconcertaba.

—Te preocupa mucho, ¿verdad? —preguntó él.

—Es la única persona que cuida de mí.

—¿Y tu hermana?

—Jane tiene una visión de la vida muy diferente a la mía. Para ella la familia es un lastre en su brillante carrera. —Sonrió con desgana.

William rodeó el mostrador y fue junto a ella, su fragilidad le hacía bajar la guardia y desear protegerla.

—Kate. —La cogió de la mano con suavidad—. No nos conocemos mucho, y tampoco es que empezáramos con muy buen pie. Pero quiero que me consideres tu amigo y si alguna vez necesitas algo, no importa lo que sea, acudas a mí y me lo pidas. ¿De acuerdo? —su voz sonó ansiosa.

Ella no pudo contestar. Un nudo atenazaba su garganta y las lágrimas amenazaban con inundar sus ojos. Desvió la mirada intentando recomponerse, quería a aquel chico con toda su alma. «Lo que necesites, pídemelo», había dicho. Pero lo que ella necesitaba él no podía dárselo, porque él solo quería ser su amigo y ella anhelaba mucho más. Le dedicó una ligera sonrisa y abandonó la librería sin decir una palabra.

William apretó los dientes y cerró los ojos con un intenso dolor que le taladraba el pecho. Se maldijo a sí mismo por ser un completo idiota, por haberse involucrado en aquella historia cuando no debía, por no poder olvidarse de ella. Un gruñido brotó de su garganta, transformándose en un grito contenido, no pudo controlarse y al final lo liberó con un fuerte golpe sobre el mostrador que lo partió en dos.

La frustración lo ahogaba, era incapaz de dar rienda suelta a sus deseos y aquella chica lo afectaba cada vez más. Con ella era incapaz de relajarse, ni siquiera un poco. Siempre tenso, contenido, ya fuera por la sed o por sus sentimientos hacia ella.

Sacó del estante el libro de fotografía y acarició con las yemas de los dedos el lugar donde Kate había posado su mano unos minutos antes. Lo empaquetó en uno de aquellos sobres plateados y esta vez arrancó el lazo. Guardó cien dólares de su cartera en la caja y marcó un número en su teléfono móvil.

—¿Qué pasa, chico? —preguntó una voz al otro lado.

—Jerome, necesito un favor.

—Lo que sea, ¿va todo bien?

—Sí, tranquilo —contestó mientras empujaba con el pie la madera partida—. Te espero en la librería y… trae contigo tu caja de herramientas.