William y Shane se pusieron en marcha en cuanto amaneció. En menos de una hora habían realizado todos los encargos de la familia: los focos para el coche de Carter, unos marca páginas que Rachel había encargado para obsequiar a los clientes, y un par de caprichos para Jerome.
—Si mi hermana se entera de esto, puedo darme por muerto —dijo Shane mientras cargaba dos cajas de costillas en el maletero.
—Yo no se lo voy a decir —señaló William, divertido por el comentario.
—No hará falta, tiene un sentido especial para darse cuenta de cuándo se la estamos jugando —comentó a modo de reproche—. ¿Sabías que ha solicitado un puesto en el hospital de Heaven Falls?
—No me ha dicho nada —dijo William mientras subía al coche.
—Está a punto de terminar su contrato en el hospital de Concord y quiere trabajar en el pueblo para estar más tiempo con nosotros. ¡Lo que me faltaba! —susurró bastante molesto. Se abrochó el cinturón y se acomodó en el asiento intentando encajar sus largas piernas bajo el salpicadero.
—¡Venga, seguro que no es tan mala! —replicó William, dejando escapar una carcajada ante la expresión malhumorada de Shane.
Keyla era una chica con mucho carácter, tanto que podía resultar intimidante. Pero sin él, le hubiera resultado casi imposible haber logrado que su familia continuara adelante tras la muerte de su madre. Ella había tenido que ocuparse de todo, sacando tiempo de donde no lo tenía para poder estudiar y cuidarlos a todos.
—Pues toda tuya, y estoy seguro de que a ella no le importaría nada —masculló Shane.
—¿Por qué has dicho eso? —preguntó el vampiro con un ligero tono de sospecha. Había un trasfondo en sus palabras que no le gustaba.
Shane lo miró de lado y arqueó las cejas, sorprendido. Una sonrisa socarrona se dibujó en su cara.
—¿Me vas a decir que no te has dado cuenta?
—¿Cuenta de qué?
—¡Le gustas! Siempre está hablando de ti y los fines de semana apenas sale. Pasa todo el tiempo con nosotros, bueno… contigo —su voz reflejó una nota burlona.
—Eso no es cierto.
Shane sonrió confiadamente y arqueó una ceja.
—Sí lo es.
William se quedó callado, mirando fijamente la carretera con aprensión. Le había cogido mucho cariño a Keyla pero, a pesar de que era una mujer increíblemente hermosa, nunca había sentido hacia ella nada más que un amor fraterno. No quería que las cosas se estropearan entre ellos y, si Shane tenía razón, había muchas posibilidades de que eso ocurriera.
—¡Eh, no te preocupes, no pasa nada! —dijo Shane sin dejar de sonreír—. Conociéndola, solo serás un capricho pasajero.
—Tu hermana es una mujer estupenda, pero yo…
—No te justifiques conmigo. Si yo tuviera que elegir entre mi hermana y Kate, me quedaría con Kate.
William dejó caer la cabeza hacia atrás y suspiró.
—No tengo intención de dejar que Kate forme parte de mi vida. Ya te lo he dicho.
—Esa chica ya forma parte de tu vida, William —intervino Shane sin mucha paciencia—. Mira, yo no soy quién para darte consejos, pero no creo que haya nada malo en que seáis amigos, y tampoco creo que pase nada si al final acabáis siendo algo más. Es posible que funcione, fíjate en el vampiro que conociste anoche.
—Ya has visto cómo es mi vida, lo de anoche solo fue un indicio de la vorágine en la que estoy inmerso. Mi cabeza tiene precio, Shane. ¿Qué le estaría ofreciendo? ¿Un billete directo al infierno? Jamás volveré a mezclarme con humanos, al menos en ese sentido —sentenció William con una mirada de advertencia, dando por finalizado aquel tema. Atarse a nivel emocional con ella era absurdo. El problema era que ya lo estaba.
Dos horas después de abandonar Boston, William circulaba por el camino de tierra que conducía hasta la residencia de los Solomon. No había ningún vehículo en la entrada y la casa parecía estar vacía. Una vez dentro, saludó en voz alta y Rachel le respondió desde la cocina.
—¡Hola! ¿Qué tal el viaje? —preguntó ella mientras buscaba en su bolso las llaves del garaje.
—Bien, sin problemas —respondió William. Le entregó la caja con los marcapáginas y ella la agitó con el ceño fruncido.
—Esta vez pienso contarlos, estoy segura de que ese tipo de la imprenta me está timando —dijo para sí misma. Clavó sus ojos en William y le dedicó una sonrisa cariñosa—. ¿Y qué tal con Mayers? Ese lobo es detestable.
William se encogió de hombros con gesto indiferente.
—Ya veo, tan simpático como siempre —continuó ella—. Un día de estos vamos a tener un pequeño encuentro y entonces veremos quién le baja los humos a quién —masculló, frunciendo los labios con un rictus de enfado.
Él sonrió y meneó la cabeza.
—Olvídalo. No merece la pena. Voy un rato arriba, necesito descansar.
—Claro, sube. Yo tengo que salir, tienes la casa para ti solo.
Rachel agarró el bolso y se encaminó a la puerta principal.
—Ah, por cierto —se volvió de repente—. Keyla pasó por aquí esta mañana. Te trajo algo y se tomó la libertad de guardarlas en el armario.
William cerró los ojos un segundo y resopló. Se pasó la mano por la cara.
—No para de abastecerme. Le he pedido que deje de hacerlo, que yo puedo ocuparme, pero no me hace caso.
—Es natural, se interesa mucho por ti e intenta complacerte —señaló Rachel cargada de intención.
William interpretó a la perfección su comentario.
—¿Qué pasa, todo el mundo se ha dado cuenta menos yo? —masculló muy incómodo, algo más brusco de lo que hubiera querido—. Shane me ha dicho lo mismo esta mañana.
Rachel se acercó a él y le acarició el brazo a la vez que dejaba escapar un suspiro.
—Es normal que esto acabe ocurriendo. Pasáis mucho tiempo juntos, y eres el único chico, fuera de la manada, con el que no tiene que fingir que es humana. Y si a eso le sumamos que eres irresistiblemente guapo y encantador —comentó en tono desenfadado, intentando que William se relajara con el tema.
—¿Y qué se supone que debo hacer ahora?
—Nada, a no ser que tú también sientas algo.
—No la veo de esa forma, y todo esto empieza a incomodarme —soltó un profundo suspiro—. Creo que lo mejor es que me marche a Inglaterra.
—¡De eso nada, tú no vas a ninguna parte! Escúchame con atención. Adoro a mi sobrina, pero este problema no es tuyo, sino suyo. Es una niña caprichosa, pronto se olvidará. ¿Entendido?
William se limitó a mirarla y no contestó, él no lo veía tan fácil.
—¿Entendido? No quiero que hagas una tontería, como, por ejemplo, marcharte. Me darías un disgusto y también a Daniel —insistió ella.
Él sonrió y le dio un abrazo, no porque estuviera de acuerdo con ella, sino para que se quedara tranquila; y, egoístamente, para que también se marchara y poder quedarse un rato a solas.
Tras despedirse de Rachel, William subió al piso de arriba sin dejar de pensar en el problema que le había surgido con Keyla. Se pasó los dedos por el pelo, lanzó un profundo suspiro y se masajeó el puente de la nariz. No tenía dudas, si pudiera, se enamoraría de Keyla. Ella no correría ningún peligro junto a él, no despertaría su odiosa sed cuando estuvieran juntos, y podría compartir toda su vida con ella; una vida eterna sin soledad. Pero había un problema en aquella promesa de felicidad: él no la amaba, ni la amaría aunque lo intentara. No ahora que su corazón volvía a removerse en su pecho a causa de Kate.
Entró en la habitación y con un par de sacudidas se quitó las zapatillas. Uno a uno se deshizo de los botones de la camisa y dejó que resbalara de sus brazos hasta el suelo.
Cogió una copa del armario del baño, la colocó sobre la mesa, junto a la ventana, y abrió el vestidor. Tanteó con las manos la pared, y sonó un chasquido cuando presionó el sistema de apertura de la pequeña puerta. Tomó una bolsa de sangre y fue de vuelta a la mesa. La rasgó con los dientes y sirvió parte de su contenido en la copa. La alzó frente a la ventana, mirando a través del espeso líquido la luz cegadora del sol. Todo se volvió rojo, al igual que su vida cuando su mundo empezó a girar en torno a aquel néctar maldito. Cerró los ojos y dio un pequeño sorbo, sintió el sabor metálico de la sangre deslizándose con lentitud por su garganta. Otro sorbo y un calor asfixiante subió desde su vientre hasta el pecho. Tragó todo el contenido de la copa con urgencia, sin necesidad de respirar, y se sirvió el resto con tanta ansiedad que estuvo a punto de derramarlo todo. Apuró hasta la última gota y se dejó caer sobre la cama, disfrutando de la vida que regresaba a su cuerpo.
La luz del sol bañó su torso desnudo, calentándole la piel. Sintió aquel hormigueo en los dedos tan familiar, y cómo iba avanzando a través de las venas por todo su cuerpo.
Cerró los ojos y escuchó. Las ramas de los árboles crujían en lo más alto zarandeadas por la brisa, mientras las hojas susurraban entre ellas como si estuvieran conspirando. Una araña corría por el techo, podía oír con total claridad el golpeteo de sus patas sobre la madera, una serpiente reptando entre la maleza, el chapoteo de un ciervo abrevando en el lago…
Se sentía bien, mejor que bien. Se sentía pletórico, extasiado. Odiaba aquella sensación, pero la deseaba aún más y sonrió satisfecho.
El reloj de la entrada dio la hora con un sonoro gong que le taladró los tímpanos. Se levantó de un salto, se puso las zapatillas y cogió una camiseta limpia del armario. Se peinó un poco con los dedos y se aseguró de que las comisuras de sus labios estaban limpias de cualquier resto.
Unos minutos más tarde, aparcó frente a la entrada del instituto, y aguardó nervioso con la vista clavada en la puerta. No tenía ni idea de qué iba a decirle a Kate. Sabía que cometía un error al dar ese paso, que era mejor dejar las cosas como estaban, pero su conciencia le arañaba el pecho y le hacía sentir miserable. Era incapaz de olvidar su imagen, escondida tras el coche como si hubiera hecho algo malo de lo que tuviera que avergonzarse.
Los estudiantes comenzaron a salir. Se colocó la gorra y las gafas oscuras para proteger sus ojos del intenso sol, y bajó del vehículo con un nudo en la garganta. Unos minutos después, Kate apareció junto a un par de amigas que parloteaban entre risas bajo su mirada aburrida. Llevaba el pelo recogido en una coleta que dejaba a la vista su cuello esbelto, del que colgaba una fina cadena de plata con una pequeña cruz.
William la contempló hipnotizado, ella destacaba por encima de todos, con ese aura brillante que la rodeaba. Era como si no perteneciera a aquel lugar, observándolo todo en la distancia a través de su mirada perdida.
Una extraña sensación se apoderó de Kate, estaba convencida de que alguien la observaba. Recorrió con la vista el lugar y el corazón le dio un vuelco cuando reconoció a William bajo la gorra y las gafas de sol, de pie, con las manos en los bolsillos, inmóvil sobre la acera. Se revolvió impaciente, le temblaron las manos y una sensación de mareo comenzó a aturdirla. Tuvo el impulso de salir corriendo en dirección contraria, pero su cuerpo se resistió, respondiendo a una necesidad visceral alojada en lo más profundo de su cerebro. Era como si su deseo de estar cerca de él se hubiera convertido en un lazo físico que la arrastrara a su lado.
—¿Quién es ese? —preguntó Emma, una de las dos amigas que acompañaban a Kate.
Carol, la otra chica, se giró para ver a quién se refería.
—¡Madre mía, es guapísimo! —exclamó, tapándose la boca con la mano para disimular la risa tonta que le había entrado de repente.
William se quitó las gafas y dio un par de pasos con los ojos clavados Kate.
—¡Chicas, nos está mirando a nosotras! —susurró Carol mientras sacudía las manos y daba saltitos. Encantada con el deseo de ser la afortunada ganadora de aquel juego de miradas.
Kate se llevó una mano a la garganta y enredó un dedo en la cadena de plata con nerviosismo. Su corazón se había disparado y tuvo la sensación de que todo el mundo podía oírlo palpitar.
—Tengo que irme —dijo con voz casi inaudible. Estaba segura de que William la esperaba a ella, que el motivo de su aparición tenía que ver con el encuentro de la mañana anterior, cuando le dijo sin pensar lo que sentía.
Él le había prometido que hablarían a la vuelta de su viaje, y eso la mantuvo despierta toda la noche sin poder conciliar el sueño ni un solo minuto. Lo que no esperaba era que regresara tan pronto y, mucho menos, que al final apareciera; porque una voz en su interior le decía que William volvería a evitarla. Pero la voz se había equivocado, y allí estaba, aguardándola.
Apretó los labios y se encaminó hacia él con decisión; cuanto antes aclararan aquel asunto antes volvería cada uno a su vida sin el otro. «Está serio, pero no parece enfadado. ¿Y ahora qué hago? ¿Saludo con una sonrisa o mejor me muestro distante?», no dejaba de pensar mientras caminaba entre sus compañeros de instituto. Iba tan concentrada en sus pensamientos que no vio a Justin pararse frente a ella, cortándole el paso, y a punto estuvo de chocar con él.
—Hola, Kate, te estaba esperando.
Kate alzó la vista, sobresaltada, encontrándose con los ojos color avellana de Justin fijos en su rostro.
—¿Te importa si hablamos un momento? —preguntó el chico, mientras la cogía del brazo y tiraba de ella hacia un lugar más apartado.
Justin Hobb era uno de los tres hijos del alcalde de Heaven Falls. Impulsivo, engreído y con una fuerte personalidad con la que conseguía que todos le siguieran. Estaba acostumbrado a ser el centro de atención, tanto fuera como dentro del campo de juego. Aunque eso había cambiado con la llegada de Evan Solomon, el chico había demostrado ser mejor quarterback que él. Lo odiaba por ello, y si aún no había intentado romperle las pierna sera porque se había convertido en uno de los mejores amigos de Kate. Y, por el momento, no quería hacer nada que estropeara la escasa relación que mantenían.
Nunca se había fijado en ella. No era del equipo de animadoras, ni del equipo de natación. No pertenecía a ninguno de los grupos con los que él se relacionaba, y si no hubiera sido por un par de suspensos en matemáticas, jamás se habría prendado de ella.
—¡Me han admitido en Yale! —dijo Justin, excitado, y agitó un papel que llevaba en la mano, la carta con la respuesta de la universidad—. Y todo te lo debo a ti, a tus clases.
—El mérito es tuyo, yo solo te demostré que eras capaz de conseguirlo —señaló Kate con impaciencia, mientras lanzaba miradas nerviosas por encima de su hombro—. Perdona, pero tengo que irme.
Justin no la soltó.
—¿Por qué no vamos a tomar algo? —sugirió, inclinándose sobre ella. Alzó la mano y le sujetó la barbilla con los dedos—. Quiero celebrarlo contigo, profe.
Hacía tiempo que Kate intuía los sentimientos que Justin albergaba hacia ella, pero lo que también intuía era que todos esos sentimientos se concentraban en un único deseo: llevarla al asiento trasero de su coche tal y como había hecho con tantas otras chicas.
—Ahora no puedo, Justin —dijo en tono severo, movió el brazo para soltarse.
—Vamos, solo un café —insistió el chico.
—Lo siento, pero no tengo tiempo —replicó de forma más firme, y se deshizo de la mano que todavía aferraba su brazo—. ¡En otro momento, lo prometo!
—Te tomo la palabra, Kate —gritó él, observando cómo se alejaba.
William no perdía detalle de la escena, la sangre le hervía bajo la piel con un efecto fatal para su autocontrol. La imagen de ese humano insignificante tocando el cuerpo de Kate lo estaba sacando de quicio. Y si en ese momento ella no se hubiera deshecho del muchacho, él mismo habría acudido a separarlos. Dejó de mortificarse y se enderezó.
Kate atravesó el patio, bordeando una zona de césped en la que los aspersores habían comenzado a funcionar. Avanzó hacia William y, durante un instante, estuvo a punto de pasar de largo. No fue capaz. Se sintió atrapada por el azul de sus ojos fijos en ella y por la sonrisa que jugueteaba en sus labios. Suspiró y, sin dar más rodeos, se paró frente a él.
—Hola —la saludó William.
—Hola —susurró. La respiración se le aceleró hasta un punto crítico, haciendo que su nerviosismo creciera más de la cuenta, y estalló dejando que sus palabras salieran sin control—. Mira, siento mucho todo lo que dije ayer, no tenía ningún derecho a hacerte sentir mal y te aseguro que por mi parte no hay ningún problema —las palabras salían a borbotones y gesticulaba de forma exagerada—. Así que puedes estar tranquilo y seguir con tu vida sin preocuparte por mis tonterías, además, seguro que tienes algo más importante que hacer en este momento que…
William se llevó un dedo a los labios y siseó haciéndola callar.
—Kate, hablar contigo es lo único que me importa en este momento —dijo con sinceridad—. ¿Qué te parece si damos un paseo? —sugirió mientras abría la puerta del coche.
—Es que… le prometí a mi abuela que compraría unas cosas —comentó, resistiéndose casi sin fuerzas a la oferta.
—¡Pues vamos de compras! —señaló William sin soltar la puerta.
Tras un momento de duda, Kate accedió y subió sin decir una palabra más, y permaneció inmóvil en el asiento, abrazada a su mochila.
William rodeó el coche, mientras unos ojos furibundos le observaban sin ningún disimulo. Alzó la cabeza y su mirada se cruzó con la de Justin, el chico levantó la barbilla con gesto desafiante. William captó el mensaje implícito en aquel gesto y una sonrisa enigmática curvó sus labios.
—Cuando quieras —dijo para sí mismo.
William soltó el freno, puso el coche en marcha y se incorporó al tráfico. Condujo por las calles de Heaven Falls, pensando en qué iba a decirle a Kate para arreglar las cosas. No tenía ni idea. Llegó a las afueras y tomó la carretera que bordeaba el lago hasta las montañas.
—¿Adónde vamos? —preguntó ella algo desconcertada.
—A un sitio tranquilo donde podamos dar un paseo y hablar —aclaró con tranquilidad, sin apartar los ojos de la carretera. Y añadió—: No te preocupes por tus compras, las harás.
Miró a Kate de reojo, su olor se había adueñado de cada molécula de aire. Una mezcla de notas aromáticas explosiva para su olfato. Disfrutó del placer de tenerla cerca sin el sufrimiento de la sed, y fue más consciente de la atracción que sentía por ella, ahora que el deseo de beber su sangre apenas era un leve hormigueo en la garganta.
Se adentró en el bosque y detuvo el coche al final de un camino de tierra. Bajo los árboles, el ambiente era fresco y la luz del sol suave. Caminaron durante un rato sin decir una sola palabra y, poco a poco, penetraron en lo más profundo de la espesura, donde el camino acabó convirtiéndose en un sendero sinuoso cubierto por un mantillo de roble.
William se sintió aliviado cuando el sol dejó de filtrarse a través de los viejos árboles, y una ligera penumbra invadió el paisaje. Las ramas de los castaños, hayas y robles formaban una frondosa cúpula, tan densa que solo unos pocos rayos de luz penetraban en ella. Aún quedaban pequeños bancos de niebla atrapados entre el húmedo y tupido bosque, confiriéndole a la zona un aspecto irreal.
Un par de ardillas corretearon por el suelo, lanzándoles miradas curiosas, y Kate se entretuvo observándolas, tratando de disimular los nervios que le estrujaban el estómago. Alcanzaron el curso de uno de los pequeños arroyos que nacían en la montaña. Un agua cristalina corría entre las piedras, lanzando destellos plateados con un murmullo hipnotizador.
William se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en un tronco, y la observó. Ella se había detenido a un par de metros, siempre guardando las distancias, y dibujaba con el pie pequeños círculos sobre el suelo. Pensó que estaba preciosa bajo aquella tenue luz, y que le gustaba cómo le sentaba el pelo recogido; tanto como la blusa verde que vestía, haciendo juego con sus ojos. Usaba ese color a menudo.
Se dio cuenta de que estaba divagando, y que lo hacía porque estaba completamente bloqueado, sin saber qué decir. ¿Cómo iba a justificarse si ni siquiera podía ser sincero contándole la verdad? ¿Qué mentira podría servir de excusa para su actitud indiferente, incluso grosera? Un suspiro de frustración escapó de su garganta. No podía decirle que su comportamiento frío y distante era un disfraz con el que alejaba a los humanos, manteniéndolos a salvo de él. Que era especialmente duro con ella para evitar cualquier posibilidad de acercamiento, porque desde que la vio por primera vez no había pasado ni un solo minuto sin pensar en ella y en el dulce olor de su sangre. Que por ese motivo había apartado su mano de aquella forma tan brusca, en cuanto fue consciente de que no tendría fuerzas para controlarse ni un segundo más. No podía decirle que, a pesar de todo, allí estaba, sucumbiendo a la debilidad en la que ella se había convertido para él. Entrelazando el frágil hilo de su vida a su existencia inmortal solo por el deseo egoísta de tenerla cerca.
—¿Serías capaz de confiar en mí si te lo pidiera? —dijo al cabo de unos segundos.
Kate alzó la vista, sorprendida.
—¿Qué?
—¿Me darías la oportunidad de empezar de nuevo contigo? Ahora, a partir de este momento, olvidando todo lo que ha pasado entre nosotros —aclaró, resuelto a evitar cualquier diálogo que lo pusiera en una situación aún más difícil. Consciente de que había cometido un nuevo error al llevarla allí, al querer hablar con ella.
—¿Qué? —repitió ella, sin entender nada.
—Yo… te pido disculpas si te he hecho sentir mal o te he ofendido. No era mi intención. Olvidémoslo.
Kate pestañeó sin dar crédito a lo que oía, captando de inmediato la jugada del chico. Sacudió la cabeza muy despacio.
—¿Y ya está? Creí que querías hablar exactamente de eso, de lo que ha pasado entre nosotros. Explicarme por qué te resulta tan difícil… —comentó, desconcertada. Los nervios estaban haciendo estragos en su carácter, y de repente explotó—. ¿Sabes qué? No quiero. De hecho, ahora soy yo la que quiere hablar de lo que ocurrió aquella noche, y de por qué llevas un mes evitándome o fingiendo que no me ves cada vez que te cruzas conmigo. ¡Quiero que me des una explicación! —dijo de forma tajante.
—Tienes todo el derecho —respondió William muy serio. Se levantó del suelo y apoyó la espalda contra el árbol, con los brazos cruzados sobre el pecho, sin dejar de mirarla.
—¿Qué es lo que has visto en mí que tanto te disgusta? Solo fue una caricia inocente. ¿Qué pensabas? ¿Qué iba a saltar sobre ti, a besarte? ¿Pensaste que te estaba acosando? —replicó Kate muy nerviosa. Colocó las manos sobre sus caderas y esperó la respuesta con actitud desafiante. Estaba enfadada, pero más consigo misma que con William. Enfadada porque si se hubiera tratado de otro chico, no le habría afectado en absoluto su indiferencia. Enfadada porque se había enamorado por primera vez y no era correspondida, y esa sensación le provocaba un vacío doloroso en el corazón.
—¡No! —exclamó él escandalizado. Dejó caer los brazos—. Ni se me pasó por la cabeza algo así.
Ella se encogió de hombros, sin paciencia.
—Entonces, ¿qué pasa? ¿Te gusta llevar la iniciativa? ¿No te gusta que una chica dé el primer paso? Aunque te aseguro que esa no era mi intención.
—No es nada de eso…
—¡Pues dime qué es! —Sabía que había perdido los nervios y que su voz sonaba desesperada, pero ahora eso le daba igual, iba a desahogarse.
—Kate…
—Puede que no sea el tipo de chica al que estás acostumbrado, pero sé que soy bastante atractiva, tengo buena conversación y puedo ser muy divertida. Por eso no entiendo qué problema ves en mí, para ni siquiera ser un poco amable. ¡Solo quería ser tu amiga, solo eso!
—No tengo nada en contra tuya.
—¿Estás seguro? Pude ver el rechazo en tu cara y en la marca que tus dedos dejaron en mi muñeca —replicó con osadía, alzando el brazo en su dirección. Cuatro manchas de un amarillo apenas visible marcaban su brazo.
Los ojos de William se abrieron como platos, sintió cómo se le revolvía el estómago a causa del desprecio por sí mismo.
—¡Lo siento mucho, nunca quise hacerte daño! —las palabras de Kate habían hecho mella en él y el muro tras el que se escondía se vino abajo. Acortó la distancia que los separaba con un par de pasos y la cogió de la mano. La acercó a su rostro y le rozó con los labios la muñeca—. Lo siento, perdóname, por favor.
Kate se quedó paralizada por la reacción de William, solo era consciente del tacto frío de sus labios sobre su piel. Todo el enfado y la aprensión desaparecieron de un plumazo, y se rindió ante la culpa que reflejaba su hermoso y pálido rostro. No fingía, estaba realmente desolado.
—No era por ti, sino por mí —dijo William con tristeza. Soltó la mano de Kate, pero esta vez con suavidad, dejando que sus dedos resbalaran por la palma de su mano—. Lo que viste era mi frustración… por no ser capaz de responder a… Créeme, no hay nada malo en ti, al contrario, es lo que hay dentro de mí. Algo en mi interior no funciona bien desde hace tiempo y no creo que vaya a hacerlo jamás. No se me da bien relacionarme con la gente, Kate. Ya viste cómo reaccioné cuando me tocaste —intentó mostrarse tranquilo mientras hablaba, pero sus ojos reflejaban el esfuerzo que le suponía decir aquello. Dio un par de pasos atrás y alzó la cabeza para mirar la bóveda de ramas—. Escapa a mi control y siempre acabo comportándome como un estúpido o… como un salvaje —susurró mirando de nuevo las marcas de su brazo.
Kate tragó saliva para aflojar el nudo de su garganta, estaba conmovida.
—No te preocupes, en realidad no me hiciste daño —dijo ella, consternada por la imagen desolada de William.
Él dibujó una sonrisa triste y sacudió la cabeza.
—Te lo agradezco, pero no tengo excusa. Te he hecho daño, te he ofendido, y no tenía ningún derecho.
Kate no terminaba de entender lo que William le estaba contando, pero sí comprendía que algo en su vida lo había traumatizado tanto como para convertirlo en un chico distante y solitario. Y con saber eso le bastaba. Ella sabía muy bien lo que era vivir con traumas, arrastrando la pesada carga de un pasado difícil.
—Olvídalo, William —dijo, quitándole importancia a todo lo ocurrido—. Yo ya lo he hecho. —Levantó la mano para consolarlo, pero la bajó de nuevo con gesto reprobatorio, había estado a punto de cometer el mismo error.
William se dio cuenta de su reacción y una sonrisa apenada asomó a su rostro.
—No se me da bien hablar de mí, ni de mis problemas, pero necesito que me creas cuando te digo que no hay nada malo en ti. Al contrario, eres maravillosa.
Ella recuperó la sonrisa y esa visión casi lo desarma. Lo abrumaban las sensaciones que recorrían su cuerpo, deseando más que nada volver a ser humano en ese momento. Si lo fuera, no estaría perdiendo el tiempo con excusas, sino que la estaría invitando a cenar, le regalaría flores y, después, cuando la acompañara a casa, la besaría al despedirse. Pensó en lo maravilloso que sería hacer esas cosas. Y se dijo a sí mismo que no debía enamorarse de ella. «Demasiado tarde», respondió una voz en su cabeza.
A Kate le temblaba todo el cuerpo y no pudo evitar sonrojarse. Su respiración se aceleró y un jadeo escapó de su garganta, lo que hizo que el rubor de su rostro se acentuara aún más.
William podía oír perfectamente los latidos de su corazón desbocado y el aire que entraba y salía por sus labios entreabiertos, con un siseo tremendamente sexy. Tuvo que desviar la mirada un segundo, para no lanzarse sobre ella y besarla con una necesidad como jamás antes había experimentado.
—Creo que eres una mujer estupenda, Kate. —Hizo una pausa y continuó, escogiendo las palabras con cuidado para no demostrar ningún sentimiento que no fuera la mera amistad—. Me gustas mucho como persona, y me encantaría ser tu amigo. Solo si tu quieres, por supuesto.
—Amigo —repitió Kate con una nota de desencanto en la voz.
—Sí —asintió William.
—¡Claro que sí! —contestó Kate con todo el entusiasmo del que fue capaz. El peso de la decepción se instaló en su pecho. Quería ser cualquier cosa menos su amiga, porque a una amiga jamás la besaría con pasión hasta que le temblaran las rodillas.
—Entonces, ¿amigos? —preguntó él.
—Sí.
Se estrecharon la mano y el tiempo pareció detenerse, se quedaron así, con las manos cogidas, contemplándose.
William se obligó a apartar los ojos de ella, retiró la mano y miró su reloj; era hora de acabar con aquella cita. No debía pasar más tiempo en aquel lugar, a solas con ella. No era lo más sensato.
—Creo que te he retenido demasiado tiempo. Te llevaré de vuelta.
—No importa, no tengo prisa —se apresuró ella a contestar, y se inclinó de puntillas hacia delante con un ligero vaivén que hizo oscilar su coleta de un lado a otro.
Él cerró los ojos un segundo, para perder de vista aquella visión adorable.
—Vamos, te acompañaré a hacer tus compras.
—¿Vas a venir conmigo? —preguntó sorprendida.
William frunció el ceño.
—Sí, pensaba acompañarte y llevarte después a casa. Me he fijado en que no tienes coche, pero si tú no quieres… —dijo con inquietud. Estaba malinterpretando el asombro de Kate.
—¡Sí, claro que quiero!
El móvil de Kate comenzó a sonar. Lo sacó de su bolsillo con rapidez y contestó sin apartar los ojos de William, temía que si dejaba de mirarlo pudiera desaparecer.
—¿Sí?
—¿Dónde estás? —preguntó una voz preocupada al otro lado.
—Hola, Jill, estoy en el bosque con…
—¿Y qué haces ahí? Llevamos un rato buscándote —la interrumpió, aún más preocupada tras oír que estaba en el bosque.
Kate se dio la vuelta y se alejó un par de pasos, buscando intimidad.
—Estoy con William —susurró algo sofocada.
El vampiro esbozó una sonrisa y fingió entretenerse con el paisaje. La conversación llegaba perfectamente a sus oídos sin necesidad de prestar mucha atención.
—Está con William —explicó Jill a alguien que se encontraba con ella.
—¿Y qué hacen esos dos juntos? —preguntó la voz de Evan con asombro.
—Vaya, así que ha ido a buscarte —continuó Jill sin hacer caso a su novio.
—Sí.
—¿Y habéis hablado? ¿Va todo bien? Puedo ir a buscarte si quieres.
—Sí, sí y no —contestó Kate a las tres cuestiones—. No te preocupes, estoy bien.
—De acuerdo, pero llámame en cuanto puedas. ¡Tienes que contármelo todo! —dijo Jill sin poder disimular su curiosidad.
—Vale, prometo llamarte.
Colgó el teléfono y volvió a guardarlo. Se giró para quedar frente a William y lanzó un suspiro.
—Era Jill.
William asintió a modo de reconocimiento.
—¿Lista para irnos? —preguntó él con una sonrisa.
La vuelta al coche fue más rápida. Caminaban muy juntos, pero poniendo todo el cuidado en no tocarse. Hablaron sobre los maravillosos paisajes de Heaven Falls, sobre lo poco que faltaba para la graduación. De todo menos de ellos mismos.
Pasearon por los largos pasillos del supermercado en busca de harina, azúcar y jengibre. Todo lo que Alice necesitaba para su receta especial de galletas. Poco a poco, el ambiente se había ido relajando entre ellos sin que se dieran cuenta. Conversaban entre risas y miradas intensas, que reflejaban lo que ninguno de los dos se atrevía a decir.
Kate no paraba de hablar, probablemente nunca había pasado tanto tiempo parloteando. Le habló a William de lo excéntrica que era su abuela, de las extrañas manías del señor Collins y de la cantidad de situaciones divertidas que se habían dado con algunos de los huéspedes.
William la escuchaba embelesado, disfrutando de cada minuto. Enganchándose a su compañía como un adicto.
—… y cuando me asomé a la ventana, no podía creer lo que veía. Allí estaba, completamente desnudo con una botella de vino en cada mano, mientras le gritaba a la luna: ¿Te sirvo un trago?
—Debía estar muy borracho —señaló William.
—Como una cuba —aclaró Kate mientras le pasaba la última bolsa para que la guardara en el maletero—. Pero lo más divertido fue ver a mi abuela corriendo tras él, intentando cubrirlo con una toalla mientras el huésped gritaba: Libre, al fin libre. Nunca he visto a nadie celebrar así un divorcio.
Las campanas de la iglesia sonaron a lo lejos. Kate sacó el móvil de su bolsillo para comprobar la hora y un gemido escapó de su garganta.
—¡Es tardísimo! Tengo que acompañar a mi abuela al hospital dentro de un rato.
—¿Está enferma?
—No, al menos espero que no. —Sacudió la cabeza con lentitud—. Lleva unos días más cansada de lo habitual y su médico quiere hacerle algunas pruebas.
—Seguro que no es nada —dijo él, dedicándole una sonrisa tranquilizadora.
Unos minutos más tarde, William detenía el coche frente a la casa de huéspedes, y ayudaba a Kate a llevar las bolsas al interior.
—¡Abuela! —gritó ella desde la puerta.
—En la cocina, cariño —contestó Alice.
Kate entró en la cocina seguida de William, que cargaba sin ningún esfuerzo con la mayor parte de la compra. Alice se encontraba colocando unos tarros de mermelada casera en uno de los armarios.
—Abuela, ¿qué haces? Deberías estar preparándote. El doctor Anderson nos espera en su consulta en menos de una hora —dijo con reprobación. Puso la bolsa que cargaba sobre la mesa y dejó caer la mochila en el suelo.
—Tengo tiempo de sobra. ¡Vaya, qué sorpresa! —exclamó cuando se giró y vio a William tras su nieta.
—Hola, Alice. ¿Cómo se encuentra?
—Como un roble, muchacho, a pesar de que los demás crean lo contrario —contestó, lanzando una mirada de reproche a Kate—. Deja aquí esas bolsas, querido, Martha se encargará de colocarlas cuando vuelva del taller.
—¿Del taller? —preguntó Kate sin poder reprimir su entusiasmo. Esas palabras solo podían significar una cosa.
—Sí, esta mañana estuve apretándole las clavijas a ese de bruto Charlie Roth, y le dije que si el coche no estaba terminado para el mediodía, le contaría a Clarise Jones su pequeño encuentro con esa camarera del café. Hace un rato que llamó para que pasáramos a buscarlo —explicó, francamente divertida.
—Entonces, ¿vuelvo a tener coche? —consultó Kate con una gran sonrisa.
—Sí, tesoro, pero esta vez procura no maltratar tanto a esa pobre lata.
—¡No soy yo, es que ese viejo trasto se cae a trozos! —replicó a la defensiva.
William las observaba en silencio, con las manos en los bolsillos, divertido por la escena.
—¡Oh, déjate de excusas y ofrécele algo a este chico tan guapo! —dijo Alice, dándole un pellizco cariñoso a su nieta en la mejilla—. Estoy segura de que aún no habéis comido nada, ¿verdad? —Kate negó con la cabeza—. Hay asado en el horno, serviros un poco mientras subo a cambiarme de ropa.
Alice abandonó la cocina y desapareció escaleras arriba tarareando una canción que William reconoció enseguida.
—¿A tu abuela le gusta AC/DC? —preguntó asombrado.
Kate asintió como si nada.
—Y la saga completa de Terminator, y todas las de Vin Diesel, y la lucha libre. Cuando The Rock se retiró, estuvo sin hablar tres días —comentó ella con naturalidad, mientras abría el horno y sacaba una fuente repleta de carne—. Y además cree que es bruja y que puede leer el futuro en las galletas.
—¡No lo dices en serio! —la cuestionó William, frunciendo el ceño. No estaba muy seguro de si le tomaba el pelo.
—Sí, mi abuela es muy especial, no se parece a nadie que haya conocido —respondió. Cerró con un golpe de cadera la puerta del horno y se dirigió a la mesa.
—La lucha libre… El futuro en las galletas —repitió William para sí mismo. Arqueó las cejas y se alborotó el pelo mientras reía entre dientes.
Kate asintió con una sonrisa divertida y se quedó parada, mirándolo embobada, ¡aquel gesto de sus cejas le había parecido tan atractivo! De repente notó un calor intenso en las manos y soltó la fuente, que acabó estrellándose contra el suelo.
—¿Estás bien? —Corrió a socorrerla.
—¡Qué torpe! —se disculpó Kate, dejando que William revisara sus manos en busca de alguna quemadura.
—Están bien, no te has quemado —musitó aliviado.
—No, pero nos hemos quedado sin asado —le hizo notar ella con un mohín, sin apartar la vista de la carne.
—No te preocupes, no tengo hambre.
—Puedo preparar un sándwich…
—No es necesario.
—¿Una ensalada, tal vez?
—Verás, Kate, tengo un pequeño problema con la comida —dijo él, sosteniendo aún sus manos. Las apretó un instante y las soltó despacio—. Hace tiempo que desarrollé cierta intolerancia a algunos alimentos, y debo tener mucho cuidado con lo que como. Así que… sigo una dieta estrictamente líquida.
—¿Solo te alimentas de zumos y cosas así? —preguntó un tanto perpleja. No entendía cómo podía tener aquel cuerpo escultural alimentándose solo de batidos.
—Sí, más o menos —le contestó de forma evasiva. Suspiró al darse cuenta de que el sueño acababa de terminarse—. He de marcharme.
William comprobó, una vez más, que era inevitable que surgieran temas personales entre ellos, temas de los que él jamás podría hablar con sinceridad; ni siquiera sobre algo tan simple como la comida. Otro motivo más por el que debía desaparecer de la vida de Kate, antes de que fuera demasiado tarde para ambos.
—¿Tan pronto? —preguntó ella, sin poder disimular su desencanto—. Me he divertido mucho —admitió, encogiéndose de hombros con timidez.
—Yo también —dijo William, clavando sus ojos azules en los de ella—. Bueno… adiós —se despidió. Le resultaba difícil marcharse, y alargar la despedida no lo iba a mejorar, así que sin más salió de la casa.
Kate se quedó inmóvil bajo el marco de la puerta, y observó con el estómago lleno de mariposas cómo William se marchaba. Habían estado juntos casi dos horas, las mejores de toda su vida.