La noche era calurosa y la humedad que flotaba en el ambiente hacía el aire irrespirable. William sentía sobre su piel la brisa pegajosa procedente del mar, pero nada de eso afectaba a su cuerpo frío como el hielo. Ni una gota de sudor salpicaba su piel, ni la fina camisa se adhería a su torso por culpa de la transpiración. No podía decirse lo mismo de las personas que caminaban a su alrededor. Ligeras de ropa, dejaban a la vista una piel brillante por el sudor, marcando a su paso un intenso rastro de humanidad que, mezclado con la sangre, lo mareaban.
Las calles estaban llenas de universitarios que salían en busca de los locales de copas. Faltaba muy poco para que las clases terminaran y todos intentaban apurar los últimos días de independencia antes de volver a casa para las vacaciones de verano.
Se sentía incómodo entre aquel bullicio y se sorprendió de las ganas que tenía de volver a Heaven Falls, el único lugar en el que había encontrado algo de paz en más de un siglo.
—No creo que esto sea buena idea —dijo William algo tenso.
Acababan de llegar al lugar del que Troy les había hablado. Un tipo corpulento controlaba la puerta de acceso al interior y, en ese momento, discutía con un par de menores que trataban de colarse con carnés falsos mientras una larga fila de gente protestaba en la acera por el retraso.
—Puede que tengas razón, a mí tampoco me entusiasma este ambiente —admitió Shane. Un grupo de chicos con aspecto de estar ebrios bajaban de un coche montando bulla—. Larguémonos de aquí —sugirió de pronto.
Dieron media vuelta. Apenas habían andado unos pasos, cuando una voz gritó sus nombres a lo lejos.
—¡Shane, William! ¡Aquí!
Troy corría hacia ellos, cargando con la funda de su bajo. Su aspecto había cambiado y ya no se parecía al chico desaliñado de esa mañana. Vestía completamente de negro, con una cazadora de estilo aviador y una gorra de los Mets que le ocultaba los ojos.
—¡Eh, habéis venido! —exclamó con una gran sonrisa, feliz de que estuvieran allí.
William y Shane intercambiaron una mirada, desconcertados por el gran entusiasmo del chico, ahora no tenían más remedio que entrar.
—¡Pues claro que hemos venido! Nos habías invitado, ¿no? —exclamó Shane, tratando de aparentar la misma alegría.
Troy asintió encantado.
—Venid conmigo, empezaremos en cinco minutos.
Siguieron al muchacho hasta lo que parecía ser la parte trasera del local, donde otro tipo con aspecto de luchador vigilaba una puerta.
—Hola, Tom —lo saludó Troy cuando llegó a su altura.
El hombre le dedicó un seco asentimiento y fijó su atención en los dos chicos que lo seguían.
—Vienen conmigo —dijo con su sonrisa perenne.
Tom separó los brazos que descansaban cruzados sobre su pecho y los estudió con cierto recelo. Sus años de marine le habían dotado de un sexto sentido que nunca fallaba, y ahora le decía que aquellos dos eran peligrosos. Sobre todo el de los ojos azules, tan brillantes, tan vívidos, que parecían de neón; mejor tenerlo como amigo. Empujó la puerta que tenía a su espalda y los dejó pasar.
Entraron a un corredor atestado de cajas de cerveza y refrescos, en el que se encontraban los servicios, el almacén y lo que parecía un camerino, del que salía el sonido de las notas afinadas de un par de guitarras y el murmullo de las risas de un grupo de chicas.
—Tengo que prepararme —indicó Troy, deteniéndose ante el camerino—. Por esa otra puerta saldréis a la sala, pasadlo bien y… no seáis muy críticos —señaló algo nervioso—. Bueno, nos vemos en el descanso.
William y Shane cruzaron la puerta abatible que Troy les había señalado. Hasta el último rincón estaba lleno de gente que charlaba y reía a gritos para hacerse oír por encima de la música que sonaba demasiado alta, pero aquel detalle no parecía incomodar a nadie salvo a ellos; sobre todo a William. Él, que podía escuchar el aleteo de una mariposa o el siseo de una araña agazapada tras su presa a varios metros, notó cómo sus tímpanos vibraban hasta embotar su cabeza. El olor a sangre era muy intenso y colmaba su olfato, saturándolo; apretó los dientes dispuesto a ignorar el fuego que abrasaba su boca.
—Salgamos de aquí, William, no tienes por qué pasar por esto —dijo Shane. Lo cogió del brazo y tiró de él para que lo siguiera hasta la calle.
—¡No, espera! Puedo hacerlo. —Tomó un poco de aire para poder hablar y se aclaró la garganta—. Hace tiempo que aprendí a soportar el dolor de la sed, en unos minutos ya no será tan fuerte.
—¿Estás seguro?
—Sí —afirmó entre dientes—. Además, parece importante para Troy que estés aquí.
—Eso me da igual.
—Pero a mí no, es un buen chico. Me cae bien.
Shane se quedó quieto, valorando la situación.
—De acuerdo, quince minutos y nos vamos —cedió finalmente.
No les costó mucho esfuerzo abrirse camino entre la multitud. Encontraron un par de sitios libres en una esquina de la barra, desde allí podían ver la mayor parte de la sala y todo el escenario. William se acomodó junto a la pared, parapetado con premeditación por Shane, y durante unos segundos observaron el entorno, más por su instinto precavido que por curiosidad.
Una chica que servía copas tras la barra se acercó a ellos.
—¿Qué os pongo, chicos? —preguntó con la actitud coqueta de alguien acostumbrado a ser el centro de atención.
—Dos cervezas —respondió Shane, sin prestarle mucha atención.
—Marchando —dio media vuelta y volvió unos segundos más tarde con un par de botellas—. Son quince pavos.
El licántropo depositó dos billetes sobre el mostrador. La camarera cogió el dinero y se apresuró a atender a un par de chicas que la llamaban con impaciencia.
—Podías haber pedido otra cosa —dijo William, haciendo girar la botella entre sus manos.
—¿Y a ti que más te da? No vas a bebértela —fue la burlona respuesta, pero cambió el tono al continuar—. Es lo que toman casi todos. Pediría un vaso de sangre, pero dudo que tengan embotellada, toda la mercancía es natural y a temperatura ambiente. Si te apetece servirte.
Intercambiaron una mirada y la risa surgió de sus gargantas como el agua que brota fresca y clara de un manantial. Shane se limpió los ojos, hacía tiempo que no reía a carcajadas.
—Jamás encajaremos entre ellos. —Hizo un gesto casi imperceptible hacia la gente—. Lo sabes, ¿verdad? —musitó entornando los ojos.
William asintió sin perder la sonrisa. Los humanos eran la raza más numerosa que existía, repletos de miedos, prejuicios y supersticiones que los hacían muy peligrosos para los seres como ellos. Por eso se mantenían ocultos, intentando vivir entre los mortales sin llamar la atención, a la espera de que algún día las mentes humanas estuvieran preparadas para aceptarlos.
—¿Puedo preguntarte una cosa? —consultó Shane.
—¡Claro! Dispara.
—Hoy dijiste que mis tíos se distanciaron aquella noche —empezó a decir. William asintió de nuevo—. ¿Qué pasó entre ellos?
—Mira, Shane, yo no soy el más indicado para contarte esa historia —dijo mientras hacia girar la botella entre sus dedos.
El licántropo resopló manifestando su desacuerdo.
William sabía que jamás sería capaz de explicar los matices más profundos de lo que aquella noche pasó entre los hermanos, pero Shane no era un chico fácil de conformar, así que lo intentó.
—Está bien, te lo contaré, pero no es fácil de explicar. Esa noche… —William hizo una pausa antes de seguir hablando en un tono muy bajo. Era increíble cómo su voz podía sonar tan clara en los oídos del licántropo a pesar del ruido— cuando se descubrió lo que hice, Samuel quiso acabar conmigo y con Amelia…
—¿Por qué?
William hizo un movimiento apenas imperceptible con la mano y Shane guardó silencio.
—Porque él así lo creía y porque respetaba el pacto por encima de todo, y… ¡ojalá lo hubiera hecho! Así no tendría que cargar con tantas muertes sobre mi conciencia —gruñó aplastado bajo aquel sentimiento de culpabilidad que jamás desaparecería—. Daniel no se lo permitió, puso nuestra amistad por encima de su propia familia, y eso fue un duro golpe para Samuel.
—Entiendo —intervino Shane.
—No, no lo entiendes. Aquella fue la primera orden que Daniel dio como jefe de tu clan porque, hasta entonces, había renunciado a ese derecho en beneficio de Samuel, de por vida.
La explicación caló en la mente de Shane y comenzó a intuir el auténtico significado de lo que William acababa de contarle.
—Samuel quiso matarte, no le quedó más remedio; y si era su derecho… hizo bien. Daniel hizo lo correcto, pero Samuel… —susurró dolido. Respetaba a su tío Samuel, por eso le resultaba especialmente dolorosa esa revelación.
William se movió en el asiento, incómodo, frunció el ceño y meneó la cabeza.
—Escúchame con atención, no tomes partido por ninguno de los dos en este asunto —dijo muy serio—. Samuel actuaba con la cabeza y Daniel con el corazón, pero ambos creían hacer lo correcto. Aquí el único culpable soy yo.
El público estalló en aplausos y silbidos, sacando a los dos chicos de la burbuja en la que sus mentes se habían sumergido, ajenos durante unos minutos a todo lo que les rodeaba.
Troy y su banda ya estaban en el escenario dando los primeros acordes del concierto. La voz grave e intensa del cantante sonaba a través de los altavoces con un estribillo pegadizo que animaba a la gente a bailar. Los músicos dejaron de tocar, excepto Troy, que se adelantó hasta colocarse al borde de las tablas con su bajo, y comenzó un solo que arrancó de nuevo los aplausos del público. Su mano izquierda subía y bajaba por el mástil con rapidez, mientras la derecha golpeaba las cuerdas con un ritmo alucinante.
—¡Es muy bueno! —exclamó Shane con los ojos como platos, se llevó la mano a los labios y silbó con fuerza—. Ya veo que piratear sistemas no es lo único que se le da bien —reconoció impresionado.
William esbozó una sonrisa complacida. Aprovechó el momento para cambiar de conversación, hurgar en el pasado seguía siendo doloroso.
—¿Hace mucho que os conocéis? —preguntó, pero su voz se quebró con la última palabra atragantándose en su garganta. Intentó mantenerse tranquilo, porque no estaba seguro de si lo que acababa de ver era real o solo una ilusión de su mente.
—Desde niños, pero nunca hemos sido muy amigos. ¡Eh, tienes mala cara! —dijo Shane al ver su rostro desencajado. Era como si acabara de ver un fantasma.
William se levantó de un salto con la respiración acelerada, su cuerpo adoptó una postura tensa, rígida como una estatua, mientras sus ojos recorrían con ansiedad las caras de la gente. Ahora estaba completamente seguro. Unos ojos de color carmesí, enmarcados en un rostro tan pálido como la luz mortecina de la luna llena, habían aparecido por segunda vez de la nada, para volver a desaparecer de la misma forma. Un hormigueo incómodo recorría su cuerpo, como si fueran descargas eléctricas, confirmándole que su instinto había acertado de nuevo.
Shane pensó que William estaba perdiendo el control a causa de su deseo de sangre. Se colocó frente a él, sirviendo de escudo para las personas que allí se encontraban, dispuesto a arremeter contra su amigo si no lograba contenerse. Aunque no tenía ni idea de cómo hacerlo, aún no había visto al vampiro peleando, pero por lo que contaban los Solomon, era mejor no cruzarse en su camino si no querías acabar hecho trocitos.
—Hay un vampiro entre la gente o puede que dos, no estoy seguro —dijo William con una voz tan áspera que parecía surgir de un profundo agujero en su pecho. El odio y la rabia que habían arraigado en su corazón con el paso de los años hervían en su sangre, desatando su naturaleza homicida y anulando cualquier rastro de cordura.
—Tranquilízate, William, estamos llamando la atención —susurró Shane. Algunas cabezas se habían girado hacia ellos con curiosidad. Colocó una mano en su hombro apretando con fuerza, frenando el temblor que sacudía el cuerpo del vampiro, mientras sus ojos recorrían con disimulo el espacio que los rodeaba—. Mi familia sabe de la existencia de un grupo de vampiros en la ciudad, no llegan a la decena y son una familia tranquila que nunca ha dado problemas. Puede que hayas visto a uno de ellos.
—No, reconozco a un renegado cuando lo veo —replicó sin apenas articular las palabras.
—Está bien, te creo, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Shane, apretando los dientes. La adrenalina le fluía por las venas, aumentando los latidos de su corazón y el ritmo de su respiración. Era posible que estuviera ante su primer enfrentamiento serio y la excitación sacudía su cuerpo en oleadas cada vez más intensas.
—Darle caza y acabar con él antes de que sea tarde, había una chica rubia colgada de su cuello —contestó William, con un tono frío y cortante como el acero.
—De acuerdo, yo iré por este lado —dijo Shane girando a su izquierda.
William lo sujetó por la muñeca y entornó los ojos muy preocupado.
—Mantente donde pueda verte.
Shane asintió y se deslizó entre la gente como si fuera un fantasma.
William se movió a través de la masa de humanos, con todos sus sentidos alerta. Si se concentraba, podía percibir el suave susurro de las palabras a través de los labios de una pareja junto al escenario, o ver las gotas de sudor que resbalaban por la espalda descubierta de una chica al otro lado de la sala. Hasta el movimiento más ligero oculto en las sombras, nada pasaba desapercibido a su mirada. Inspiró profundamente tratando de encontrar algún rastro, solo captó el cálido aroma de la sangre mezclado con decenas de matices: perfumes, jabón, comida, alcohol…
Aguzó el oído y continuó zigzagueando entre el laberinto de personas agitadas y sudorosas que bailaban a su alrededor. Decenas de conversaciones llegaron de golpe retumbando en sus oídos. Se esforzó en mantener la concentración y una a una las fue descartando, en busca de la que pudiera darle alguna pista. Cruzó su mirada con la de Shane y este negó con disimulo ante su gesto interrogante.
Una voz flotó en el aire llamando la atención de William.
—¿Habéis visto a Lisa? —preguntó una chica muy cerca de él.
—Hace un momento estaba aquí, con ese chico que conoció anoche —contestó otra joven.
—No me gusta ese tipo, tiene una mirada muy extraña —comentó la primera voz—. ¡Eh, Rose! ¿Has visto a Lisa? —preguntó a una tercera persona.
—¿Lisa? Sí, por allí va.
William se giró a tiempo de ver cómo la chica señalaba la puerta de salida, sus ojos siguieron esa dirección y un escalofrío le recorrió la espalda. Un chico moreno de unos veintitantos años salía del local con una joven rubia abrazada a su cintura. Su piel, pálida en exceso, brillaba bajo las luces de neón. No dejaba de sonreír mostrando unos dientes perfectos y afilados, mientras su mirada fría y maliciosa recorría con avidez el rostro de la chica.
William se lanzó en su persecución, procurando no dañar a nadie en su frenética salida. La probabilidad de darle alcance entre tanta gente, sin provocar el caos, era mínima. Llegó a la puerta al mismo tiempo que Shane y salieron a la calle buscando con la mirada a la pareja. Pequeños grupos de universitarios conversaban en la acera, otros iban y venían de los distintos pubs que abarrotaban la zona, alborotando con gritos y risas la tranquilidad de la noche.
—¡No consigo verle! —exclamó Shane con apremio—. Esa chica está muerta si no encontramos su rastro.
—No pueden estar lejos —dijo William. Se pasó las manos por la cabeza y se revolvió pelo con frustración—. Intentará llevarla a un sitio poco transitado como un callejón, un garaje, un edificio abandonado… Un lugar donde le resulte fácil deshacerse del cuerpo cuando la mate. Y espero que la mate si no llegamos a tiempo, porque si la deja con vida tendremos un problema mayor.
—Antes esto era una zona industrial, más abajo solo hay almacenes y alguna fábrica, la mayoría son edificios abandonados.
—Tiene que estar ahí.
—¡Pues vamos! —dijo el licántropo con un brillo depredador en los ojos.
—Es mejor que te quedes aquí…
—¡De eso nada!
—Si tengo que preocuparme por ti, acabará por matarnos a los dos, y si eso ocurre, tu padre es capaz de bajar al infierno a buscarme —replicó molesto.
—Estamos perdiendo el tiempo —gruñó Shane entre dientes, y desapareció corriendo calle abajo.
—Es igual de cabezota que todos los Solomon —masculló William para sí mismo con un bufido, y corrió tras él.
Dejaron atrás la calle iluminada por las luces de los pubs y se adentraron en una travesía desierta, donde el resplandor amarillento de las farolas apenas alumbraba un par de metros el suelo de alrededor. Se mantenían ocultos en las sombras, con el cuerpo en tensión y atentos a cualquier sonido o movimiento que indicara la presencia del renegado y la chica.
Un grupo de perros husmeaba en unos contenedores de basura situados junto a lo que parecía una antigua fábrica y, al percibir la presencia de aquellos seres extraños, comenzaron a gruñir, dispuestos a atacar si se acercaban más de la cuenta. William siseó entre dientes una advertencia que los ahuyentó, excepto a uno. El perro, de un tamaño gigantesco, se mantuvo en su posición, desafiante, percibiendo al vampiro como una gran amenaza.
El aroma de la sangre penetró en el olfato de William. Aceleró el paso hasta llegar a los contenedores, con los ojos fijos en la calle que rodeaba al destartalado edificio del que fluía el olor, trazando un sendero invisible. El can se encogió dispuesto a saltar sobre él, pero no tuvo tiempo. Shane se había colocado entre el vampiro y el perro lanzando un gruñido seco y áspero; un brillo dorado iluminó sus ojos, y el animal se encogió en el suelo gimiendo de forma sumisa.
—Márchate —ordenó al perro con un susurro.
El enorme can obedeció y desapareció en la oscuridad.
William se agachó junto al contenedor e indicó a Shane con un gesto que hiciera lo mismo.
—Al otro lado de ese edificio —informó, girando apenas la cabeza para señalar el lugar—. Un rastro humano, tres de vampiro.
Shane asintió en silencio con los dientes apretados por los nervios. A él tampoco le habían pasado desapercibidos los olores que emanaban de la oscura callejuela, y supo, sin lugar a dudas, que ya no podían hacer nada por la chica.
—Si nosotros podemos percibirlos, ellos también sabrán que estamos aquí y se esfumarán —susurró Shane sin poder disimular su impaciencia.
Agachado como estaba, William adelantó una pierna y apoyó los brazos sobre la rodilla. Se inclinó hacia delante y una sonrisa divertida curvó sus labios.
—Primera lección, Cazador: los renegados son seres soberbios e indisciplinados, tan pagados de sí mismos que lo más probable es que estén con la guardia baja saciando su sed con esa pobre chica; pero tranquilo, si nos descubren intentaran arrancarnos la cabeza antes de huir. Así que… tendremos que ser más rápidos —dijo con humor, pero su voz se convirtió en una advertencia cuando continuó—. Segunda lección: harás lo que yo te diga cuando yo te lo diga, sin preguntar, sin dudar, solo obedecerás, ¿está claro? —consultó con voz imperiosa. Shane volvió a asentir—. Quiero que vuelvas a Heaven Falls de una sola pieza, por lo que no voy a dejar que hagas ninguna tontería. ¿Lo entiendes?
William observó durante unos segundos el rostro del licántropo, a la espera de alguna queja, pero ni una sola palabra salió de su boca.
Un grito ahogado llegó hasta ellos, seguido de una risa perversa carente de humanidad. William pensó durante un instante en cómo acercarse a los renegados. Si tenían alguna posibilidad de sorprenderlos, sería desde los tejados, con el viento diluyendo sus presencias.
Más rápidos que el viento saltaron la valla que marcaba el perímetro de la fábrica, deslizándose entre las sombras como fantasmas. Encontraron las puertas y ventanas tapiadas, incluso los muelles de carga y descarga estaban ocultos tras muros de ladrillo.
William cruzó su mirada con la de Shane y con un gesto señaló el tejado. El muchacho esbozó una leve sonrisa, dio unos pasos atrás y, con un ligero impulso, saltó hasta agarrarse al escaso centímetro de alfeizar que sobresalía de la ventana tabicada. De un vistazo calculó el espacio que había hasta el siguiente, y sin ningún esfuerzo se impulsó con los brazos; hizo lo mismo con el trecho que quedaba hasta el tejado, pero la distancia era mucho mayor y le faltó un palmo para aferrarse al alero. Chocó contra la pared, y habría caído si una mano dura y fría como el hielo no lo hubiera sujetado por la muñeca, elevándolo en el aire.
William había trepado por la pared de ladrillo con la destreza sobrenatural propia de su especie. Solo que en él, todas las habilidades de los vampiros estaban aumentando en fuerza y poder con el paso de los años, convirtiéndolo en un ser especial, incluso para su propia gente. Y puede que la palabra especial ya no fuera suficiente para describirlo. Levitaba, movía objetos con la mente, la forma tan clara y nítida en la que ahora sus sentidos percibían el mundo que lo rodeaba; quizá la palabra adecuada fuera: único.
Recorrieron la mediana del tejado hasta llegar al otro lado. Con una precaución extrema ojearon el fondo de la calle.
El vampiro que había sacado a la mujer del pub estaba sentado en el suelo, sobre un trozo de escalera de incendios que se había desprendido de la pared. Una suave risa surgió de su garganta, mientras contemplaba cómo otro vampiro sujetaba a la chica rubia entre los brazos, obligándola a bailar una melodía que tarareaba entre dientes.
El aspecto de la joven era lamentable, apenas se mantenía en pie, con un tono ceniciento en su piel que resaltaba las heridas con forma de media luna que había en su cuello y en las muñecas. Sus ojos vacíos lo miraban con espanto, y un gemido escapó de sus labios cuando aquel hombre de piel negra y ojos rojos acercó de nuevo su boca a ella para lamer el hilillo de sangre que le resbalaba por la garganta.
No había rastro del tercer vampiro.
—Es guapa —dijo el vampiro que sujetaba a la chica—. He de reconocer que tienes un gusto exquisito.
—No está mal, pero después de tanto tiempo a mí me parecen todas iguales. Me interesa lo que contienen, nada más, Miles —comentó con desinterés.
—¡Venga ya, Russ! A ti lo que te pasa es que solo tienes ojos para ella —replicó con resentimiento. Dejó caer a la chica, su cuerpo golpeó el suelo con un sonido sordo, y la miró desde arriba—. Está casi muerta.
—Drake se va a enfadar, prometiste dejarle un poco.
—¡Que se vaya al infierno, ya estoy cansando de él! —dijo con acritud. Se agachó junto a la joven y le acarició el rostro, después los labios y por último el hueco del cuello.
—Deberías tener más cuidado con lo que dices, te arrancará el corazón con los dientes si te coge hablando así.
—Que lo intente si se atreve —advirtió con un bufido—. A mí no me impresiona que se haya convertido en uno de los preferidos de esa arpía.
—No te pases, Miles —replicó Russ, ofendido.
—¡Oh, perdona, olvidaba que tu devoción por ella te nubla el juicio!
El joven moreno resopló y se levantó de su improvisado asiento para acercarse a la chica.
—¿Qué hacemos con ella? ¿Dejamos que se transforme? —preguntó.
William observó toda la escena sin perder ni el más mínimo detalle, midiendo las fuerzas de los vampiros. Parecían peligrosos, pero se había enfrentado a sujetos peores. Se puso en pie y, dando un paso al frente, se dejó caer. Sus pies se posaron en el suelo sin hacer ruido, con la vista clavada en el sucio asfalto. Alzó la cabeza, muy despacio, mostrando apenas un indicio de sus ojos rojos y fríos como un rubí, y estudió con atención a los dos vampiros que tenía frente a él.
—¿Tú quién eres? —preguntó Miles, sorprendido, pero inmediatamente se puso alerta.
—Pasaba por aquí y olí eso —respondió William, y señaló a la chica con un gesto de su cabeza.
—Llegas tarde, está seca —replicó Russ. Se colocó junto a su compañero y añadió—: Donde encontramos a ésta hay muchas más que seguro serán de tu agrado, hermano —arrastró la última palabra intentando parecer tranquilo, pero algo en su interior le decía que aquel ser era una amenaza—. Yo te conozco de algo…
—Lo dudo, soy nuevo en el país.
—¿Sabes una cosa? No me gustas —dijo Miles.
William dibujó una sonrisa que lo era todo menos amistosa.
—Tú tampoco me vuelves loco. Tu trato deja mucho que desear.
—Voy a darte un consejo. Lárgate por donde has venido, si no quieres tener problemas —le advirtió Miles dando un paso hacia él.
—Hace un momento hablabais de Amelia, ¿verdad? ¿Sabes dónde está? —preguntó William a Russ ignorando el aviso del otro renegado.
Russ entornó los ojos y estudió con más atención a William.
—¿No sabes que es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas? —inquirió Miles, dando otro paso hacia él con expresión amenazante.
—¿Qué quieres tú de ella? —preguntó Russ con desconfianza, y lanzó una mirada frustrada a Miles. El maldito vampiro era incapaz de mantenerse callado.
Una sonrisita burlona se dibujó en la cara de William.
—Somos viejos amigos.
—Sí, seguro —masculló Miles.
—Conozco a todos sus amigos y tú no estás entre ellos —replicó Russ.
—Te sorprendería lo unidos que estamos —aseguró, y moduló su voz hasta convertirla en un arrullo—. ¿Dónde puedo encontrarla?
—Dime tu nombre y dónde se te puede localizar. Si dices la verdad, ella se pondrá en contacto contigo.
Una descarga eléctrica recorrió cada terminación nerviosa del cuerpo de William. Aquel proscrito sabía dónde se encontraba Amelia.
—Ya… pero tengo un problema con tu sugerencia. El asunto por el que la busco no puede esperar —su tono se volvió duro, tan duro como su mirada. Sentía la presencia del tercer vampiro acercándose rápidamente, no podía desaprovechar la oportunidad de conseguir la información que llevaba tanto tiempo buscando.
—¿No crees que eres demasiado arrogante? Sobre todo cuando es evidente que estás en desventaja.
—No te fíes de las apariencias —le advirtió William.
—¡Oh, amigo, estás jugando con fuego! —exclamó Miles sin apenas contenerse.
—¡Cállate, Miles! —exclamó Russ, y volvió a dirigirse a William—. Supongamos que te creo. ¿Para qué quieres verla? ¿Cuál es ese asunto?
—Eso es algo entre ella y yo. Pero te aseguro que se alegrará de verme. ¿Está aquí?
—No, no está en Boston —contestó Russ. Algo en la seguridad de William le dijo que no mentía, conocía a Amelia. Pero sobre la verdad de sus motivos para querer verla, no estaba tan seguro.
—Pero sabes dónde está —indicó William estudiando a Russ con mucha atención. Se estaban midiendo, evaluando. El vampiro asintió y un destello carmesí iluminó sus ojos—. Y no piensas decirme… —William no terminó la frase porque una voz salvaje gritó tras los renegados.
—¡Es el hijo de Crain, matadle!
Drake, el tercer vampiro, acababa de aparecer en la calle y había reconocido a William. Lo había visto una sola vez, muchos años antes, pero jamás olvidaría su rostro. Era el peor depredador que tenían los renegados, los había perseguido durante décadas, aniquilando sus pequeños grupos y matando a todos los conversos que estos creaban.
Los vampiros tardaron un segundo en reaccionar ante la orden de Drake. Atónitos, sus ojos fueron del rostro de William al rostro del proscrito. Se movieron como si un resorte los hubiera impulsado y se separaron en actitud ofensiva, formando un semicírculo frente a William. Dispuestos a atacar desde distintas posiciones, acometieron los tres a la vez, como leones hambrientos.
William aguardó la embestida sin moverse, con la cabeza agachada y los hombros tensos. Golpeó con una patada en el estómago a Miles, e inmediatamente, girando sobre sí mismo, agarró a Russ por el brazo y lo lanzó contra el suelo con una violenta voltereta. Drake tuvo más suerte y consiguió caer sobre él. Lo agarró por cuello sin que a William le diera tiempo a reaccionar y ambos rodaron por el pavimento, envueltos en polvo.
William golpeó con fuerza el estómago de Drake, pero el renegado era fuerte y lo aferró por la garganta con una violencia brutal. Podía oler la sangre humana en su aliento, acababa de alimentarse, y él se encontraba más débil de lo que pensaba. Se movían con rapidez, apenas una mancha borrosa para el ojo humano. William se retorció y consiguió sentarse a horcajadas sobre el pecho del renegado, pero no logró que aflojara la presión sobre su tráquea. Lanzó un puñetazo a su mandíbula, una lluvia al costado; a la vez que con las piernas contenía el avance de los otros vampiros. Drake agitó las caderas y con un fuerte tirón de sus brazos lanzó a William por encima de su cabeza; aprovechó el impulso y esta vez fue él quien quedó a horcajadas sobre el Guerrero.
Shane observaba con impaciencia la escena, obedeciendo la orden de William de no entrometerse, pero no estaba en su naturaleza quedarse mirando. Saltó del tejado, transformándose en lobo mientras caía. Sus patas tocaron el suelo un instante después y corrió a defender a William. El vampiro sujetaba con una mano el rostro de Drake, mientras con la otra trataba de aflojar la presión de los dedos que lo estrangulaban. Shane hundió sus colmillos en la pierna del renegado y tiró de él con rabia, desgarrándole parte de la pantorrilla.
Drake sintió un dolor tan intenso que soltó a William sin pensar, y giró para encararse con su agresor. Sus ojos se abrieron como platos al ver al enorme lobo aferrado a su pierna. Gritó cuando los colmillos se hundieron aún más en el gemelo y se vio arrastrado sobre el asfalto por aquella enorme bestia de pelaje blanco.
—¡Maldito chucho! —exclamó, propinándole una fuerte patada en el hocico.
Shane soltó a su presa algo mareado por el golpe, sacudió la cabeza para librarse de aquella sensación y enfrentó al renegado, que acababa de ponerse en pie a pesar de la herida abierta que tenía desde la rodilla hasta el talón. Shane se impulsó con las patas traseras y saltó sobre el proscrito, lanzando dentelladas contra su cuello.
Miles y Russ aprovecharon la confusión, y se abalanzaron sobre William justo cuando este se levantaba para ayudar a Shane. Intentaban por todos los medios que abriera un hueco por el que pudieran llegar hasta alguno de sus puntos vitales.
William esquivaba los golpes mientras giraba en círculos, y aprovechaba cualquier error para descargar una ráfaga de patadas y puñetazos. Durante una décima de segundo trastabilló al chocar contra la pared. Los renegados reaccionaron bajo un mismo pensamiento: Russ lo golpeó en la cara mientras Miles le propinaba una patada en las costillas, y ambos cayeron sobre él. William trató de zafarse, deteniendo casi sin pensar la mayor parte de los golpes que le lanzaban, porque su atención se centraba en la pelea que tenía lugar entre Shane y el proscrito, cada vez más encarnizada.
Un ronco gemido escapó de su garganta. Drake había conseguido soltarse del abrazo asfixiante del lobo, y con ambas manos lo sujetaba por el cuello. Lo alzó en el aire por encima de su cabeza, y lo lanzó con fuerza contra el muro, a la altura de una gruesa barra de hierro soldada a la pared. El golpe fue brutal y Shane cayó al suelo entre escombros, lanzando un alarido sobrecogedor. Intentó levantarse ante la mirada asesina del vampiro, pero sus patas traseras no podían sostenerle; su espalda se había roto por varios sitios y eso tardaría en sanar. Una sonrisa malévola y vengativa apareció en el rostro de Drake, arrancó un hierro de la escalera de incendios, y lo esgrimió dispuesto a enterrarlo en el cuerpo del lobo.
El miedo sacudió a William, transformándose inmediatamente en rabia descontrolada. Un grito salvaje brotó desde lo más profundo de su pecho, liberando la oscuridad que llevaba dentro. Sus ojos brillaron sin parpadear, oscuros y mortíferos, evaluando con rapidez la situación. Golpeó con el codo el pecho de Miles, haciendo que rodara varios metros por el suelo, y con el otro brazo sujetó a Russ por la garganta. Se levantó con un movimiento fluido, seguro, mientras mantenía aferrada a su presa sin ningún esfuerzo. Su piel palideció hasta volverse casi transparente, envuelta por un aura oscura y etérea como el humo, y sus ojos se iluminaron con un brillo diamantino. Apretó los dedos con fuerza sobre el cuello del renegado, y continuó comprimiendo hasta que oyó un crujido sordo de huesos al partirse. Un destello metálico surgió de la mano de Russ y una daga de plata se alzó por encima de sus cabezas. William golpeó su brazo y el arma salió despedida. Se impulsó sobre el joven vampiro elevándose en el aire, atrapó la daga y cayó al suelo con una velocidad increíble, tan sobrenatural que su cuerpo se transformó en una mancha borrosa. Un giro de muñeca y el renegado se desplomó con la garganta abierta, desangrándose antes de que pudiera regenerarse.
Estrelló el cuerpo contra la pared y, con la misma mano que acababa de dejar libre y sin apenas moverse, paró la colisión de Miles, que intentaba sorprenderlo por la espalda. Hundió la daga hasta la empuñadura en su pecho y el proscrito cayó fulminado con la sorpresa dibujada en su cara. Vio a Drake pateando con saña el cuerpo de Shane, tratando de causarle todo el sufrimiento posible antes de ejecutarlo. Se lanzó a por él, cruzando de un salto los escasos metros que los separaban.
Estaba apunto de caer sobre el renegado cuando advirtió la presencia de unas sombras surgidas de la nada arremetiendo contra él. No tuvo tiempo de reaccionar. Sintió dos impactos, el primero golpeó sus piernas y el segundo su hombro. Salió despedido y cayó al suelo trazando con su espalda un surco en el asfalto desgastado.
Se levantó con un único movimiento, incluso antes de haberse detenido, y se encontró cara a cara con dos lobos de un pelaje tan negro como la noche más oscura. Gruñían mostrando unos colmillos puntiagudos, acechando con aquellos ojos amarillos y con los músculos temblando por la tensión. Un tercer lobo había apresado a Drake por la garganta y lo arrastraba dejando un reguero de sangre, alejándolo de Shane, que yacía inconsciente en el suelo. Soltó al vampiro agonizante y, con una nueva dentellada, le arrancó la cabeza, para a continuación escupirla con asco. Inmediatamente después, se colocó junto a sus compañeros formando un muro de sólidos músculos y colmillos letales contra William.
William pudo ver la duda en los ojos de los licántropos, no atacaban, pero tampoco abandonaban la postura tensa y agresiva que habían adoptado, era como si estuvieran esperando algo.
Conservando aún la forma animal, Shane despertó de su inconsciencia con la mente aturdida. A través de sus ojos vidriosos pudo ver a William de pie, inmóvil a pocos metros de distancia. Recorrió con la mirada el entorno que su postura yaciente le permitía, vislumbró los cuerpos de los renegados diseminados por la calle y posó de nuevo sus ojos sobre el vampiro. Una imagen caló en su retina despejando su cerebro de la espesa niebla que lo abotargaba. Tres licántropos desconocidos acorralaban a William contra la pared, amenazándolo con las fauces abiertas. Se levantó ignorando el dolor insoportable que sentía en cada músculo de su cuerpo, y se precipitó vacilante hasta colocarse frente a la nueva manada de lobos para proteger al vampiro. Jadeaba con fuerza, haciendo subir y bajar su lomo de forma exagerada a causa del esfuerzo. Un leve gruñido vibró en su garganta, que cobró fuerza en el momento en que separó las mandíbulas para mostrar unos dientes amenazantes.
El lobo que ocupaba el centro se adelantó un par de pasos, retando a Shane con un ronco aullido.
—¡Basta! —ordenó una voz en la oscuridad.
El licántropo regresó a su sitio con gesto sumiso.
Un hombre surgió de entre las sombras. Llevaba el pelo muy corto, resaltando una frente marcada por las arrugas. Su semblante era serio y sus ojos reflejaban un cansancio acumulado durante décadas, a pesar de que su aspecto era el de un hombre joven que apenas pasaba de los cuarenta.
Los lobos se apartaron cuando llegó hasta ellos y, con una inclinación de sus cabezas, se retiraron unos metros sin dejar de vigilar con ojos atentos.
—Ten, vístete —dijo el hombre mientras lanzaba unos pantalones a Shane, que acababa de recuperar su forma humana.
—Gracias —musitó Shane, sorprendido a la vez que confuso por la presencia del recién llegado. Se apresuró a ponerse los pantalones, tapando su desnudez.
El hombre dio un par de pasos hacia delante y clavó sus ojos oscuros en William con expresión vacilante, como si intentara tomar una decisión crucial en ese mismo momento.
—Hola, William —dijo al fin, tendiéndole la mano al vampiro.
William observó fijamente su rostro, estudiándolo con una mezcla de sorpresa y recelo que endurecía sus facciones.
—Samuel —respondió al saludo, estrechando la mano que le ofrecía.