—¿Qué hacemos aquí? Tendríamos que estar en Boston —preguntó Shane desconcertado y soñoliento mientras se frotaba los ojos.
Se había quedado dormido en los primeros minutos del viaje, detalle que William había agradecido al cielo con fervor, y acababa de despertar frente a un edificio que reconocería en cualquier parte.
—Y vamos a Boston, pero antes necesito ver a alguien —aclaró William, mucho más calmado. Durante el viaje había tomado una decisión, tenía que compensar de alguna forma a Kate, y sabía cómo hacerlo. Sacó de la guantera un talonario de cheques y, bajo la atenta mirada del lobo, lo rellenó, guardándolo después en el bolsillo de su pantalón—. Puedes dar una vuelta si quieres, aunque no creo que la visita me lleve más de unos minutos.
Bajó del coche y se dirigió a la entrada repleta de alumnos. Cruzó el patio como una exhalación, el sol de mediodía cegaba sus ojos y un ligero escozor apareció sobre su piel expuesta a la luz. Entró en el edificio, aliviado por el ambiente fresco y oscuro de los pasillos, y se dirigió a los ascensores, donde varios jóvenes esperaban la apertura de las puertas. Pasó de largo encaminándose a las escaleras, estaba muy cansado, incluso débil, y no le apetecía nada malgastar fuerzas controlando su sed en un pequeño habitáculo atestado de sangre repleta de feromonas.
Subió hasta la segunda planta y enfiló el pasillo hacia una puerta de cristal que ya conocía. Varios grupos de estudiantes conversaban en susurros, algunos de ellos giraron la cabeza para observar a William con ojos seductores. Dejó escapar un largo bufido, le incomodaba provocar aquellas reacciones. Había humanos mucho más perceptivos que otros, que caían rendidos ante el atractivo innato que emanaba de los vampiros. Acudían como las moscas a la miel, sin saber que aquella atracción podía ser su sentencia de muerte si daban con el vampiro equivocado.
Golpeó la puerta con los nudillos y entró sin esperar a que lo invitaran. Una mujer atendía el teléfono al tiempo que tomaba notas en un pequeño cuaderno con tapas de piel. Un ventilador, sobre la mesa, agitaba los mechones sueltos de su pelo recogido en un moño, a la vez que dispersaba por la habitación el aroma de un empalagoso perfume. Dedicó una sonrisa a William y le indicó que se sentara con un gesto de la mano. Un par de minutos después colgó el auricular, y una sonrisa mucho más amplia que la anterior apareció en su cara.
—¿En que puedo ayudarte? —preguntó con una vocecita chillona.
William se levantó y se aproximó a la mesa.
—Necesito hablar con el señor Clarkson.
—Lo siento mucho, joven, pero el señor Clarkson está muy ocupado y me ha pedido que nadie le moleste —dijo sin aflojar la sonrisa—. Puedo darte una cita para mañana.
William apoyó las manos sobre el escritorio y se inclinó sobre la mujer.
—Disculpe, señorita…
—Helen —respondió, sonrojada por la cercanía de aquel chico de rostro divino.
—Helen —repitió William con una cálida sonrisa—. Verá, Helen, estoy seguro de que si el señor Clarkson supiera que estoy aquí, querría verme.
—Lo siento mucho, pero insisto, me ha pedido que no se le moleste bajo ningún concepto.
William se armó de paciencia, aunque el deseo de saltar por encima de la mesa y echar la puerta abajo empezaba a hacerse irresistible.
—Por favor. —Descolgó el teléfono y se lo pasó a la secretaria, dedicándole una encantadora sonrisa a la que nadie hubiera podido resistirse—. Dígale que William Crain desea verle, y verá que estoy en lo cierto.
Helen cogió el teléfono que William le ofrecía, estaba como hechizada. Y, sin apartar la vista de sus ojos, marcó un par de números y esperó.
—Señor Clarkson, aquí hay un joven que desea verle… Sí, sí, ya sé que me pidió… Señor, el joven asegura que usted le recibirá… Lo siento mucho… No le habría interrumpido si… ¿Su nombre? Crain, William Crain.
Se oyó un golpe seco en la habitación contigua, y en menos de un segundo un hombre de unos sesenta años abrió la puerta con una mezcla miedo y sorpresa.
—¡Cuánto lo siento, William! Pasa, por favor, si hubiera sabido que venías —hablaba de prisa, nervioso. Dejó que William entrara primero y lo siguió, cerrando la puerta tras de sí—. Siéntate, por favor. —Le ofreció una silla frente a su mesa y la rodeó para colocarse al otro lado del escritorio con toda la diligencia que pudo—. ¿Qué tal te encuentras, todo marcha bien? —preguntó intentando parecer natural.
—No puedo quejarme —replicó el vampiro con una media sonrisa—. ¿Y tú? ¿La familia bien? —preguntó por cortesía.
—Sí, todos estamos bien. —Se frotaba las manos de forma compulsiva—. Ha pasado mucho tiempo. ¿Cuánto? ¿Diez años?
—Doce —corrigió William.
—Doce —susurró observando con fascinación su rostro, el mismo rostro joven y hermoso que había conocido treinta años antes—. ¿En qué puedo servirte?
—Larry —lo tuteó William—. Necesito saber sobre una solicitud de admisión.
—¿Una solicitud?
—Sí, a nombre de Katherine Lowell, Heaven Falls, New Hampshire.
Larry se giró hacia el ordenador e introdujo todos los datos.
—Sí, aquí está. Ahora la recuerdo, un expediente académico impresionante, y la entrevista superó las expectativas, pero no ha sido admitida. De hecho, ya se le debería haber comunicado la negativa, no entiendo por qué… —explicó sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.
—¿Por qué no está admitida? —preguntó William, algo molesto.
—El único motivo es económico. Solicitó una beca completa, algo comprensible dada la situación de su familia, pero no se le ha concedido —comentó con calma—. ¿Por qué te interesa?
—Quiero que la traigas aquí —ordenó William, haciendo caso omiso a su pregunta.
—¡No puedo hacer eso! —exclamó Larry.
—¿Qué te lo impide? Estoy al tanto de que ahora tú eres el responsable de esas gestiones, y ella merece estudiar aquí —replicó con voz fría y cortante.
—No dudo de que lo merezca, pero nuestro fondo de ayuda, a pesar de ser grande, no es suficiente para ayudar a todos los alumnos que quieren ingresar en esta universidad y, por desgracia, algunos se quedan fuera —se justificó con un atisbo de miedo en la voz—. Haría cualquier cosa para contentarte, lo sabes. Pero lo que me pides no es posible.
—¡No te estoy pidiendo dinero, Larry! —espetó William. Se levantó irritado—. Eso ya lo tengo, y también tú desde que estás a mi servicio. ¿No tendrás queja de tus pequeñas recompensas? —le recriminó con ironía.
—¡No, por supuesto que no! —Enrojeció avergonzado—. Al contrario, te estoy muy agradecido, pero sigo sin entender qué es lo que quieres.
William lo miró a los ojos durante unos segundos. Metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó el cheque doblado por la mitad.
—Quiero que admitas a la señorita Lowell en Harvard. Yo me encargaré de todos los gastos, y tú solo tendrás que enviarle una carta en la que le comunicarás su admisión y lo contento que estás de contar con ella como estudiante. —Le entregó el cheque—. Harás efectivo el dinero en su cuenta como si se tratara de esa maldita beca, y esta vez seré yo quien te deba el favor.
Larry desdobló el cheque y sus ojos se abrieron como platos.
—¡Esto es mucho dinero! —señaló mientras contenía la respiración.
—Cien mil, veinte mil son para ti, tendrás otros veinte cuando ella esté aquí. Búscale una buena residencia y alguien que la cuide. No quiero que le pase nada, y cuando digo nada, me refiero a que ni el aire roce su piel —dijo William muy serio.
—Tu interés por esa chica…
—Eso es asunto mío —atajó William con un gruñido—. Basta con que recuerdes que según el trato que le dispenses así será tu compensación. —Sus ojos se tiñeron de rojo a modo de advertencia.
Larry se encogió sobre el asiento. Hacía treinta años que conocía a William y fue por casualidad que supo que era un vampiro, desde entonces habían mantenido una extraña relación de la que ambos sacaban provecho. Nunca había tenido motivos para temerle, pero era consciente de que seguía vivo, únicamente, porque él así lo quería.
—Haré todo lo que pueda —aseguró Larry.
—Estoy seguro de ello —dijo William dirigiéndose a la puerta, y con un gesto de la mano se despidió—. Me alegro de verte, Larry.
Shane había vuelto a dormirse, con la cabeza colgando hacia atrás en una extraña postura. Roncaba levemente con la boca abierta y William no pudo evitar darle un codazo en las costillas.
—¿Qué? —exclamó Shane sobresaltado.
—Estás babeando sobre mi hombro.
—¿Y?
—Que es asqueroso.
Shane frunció el ceño y se frotó el costado allí donde había recibido el golpe.
—Lo siento, anoche no dormí mucho —se disculpó bostezando—. ¿Has terminado?
—Sí, ya podemos irnos —contestó William, dando marcha atrás—. ¿Y por qué no has podido dormir? —preguntó con curiosidad.
Ya no recordaba esa sensación, lo placentero que resultaba acomodarse en una cama mullida, cansado después de un largo día, y dejar que el sueño arrastrara cualquier resto de consciencia.
—Necesitaba pensar —dijo con tono evasivo.
—No tienes por qué contarme nada, no es asunto mío —musitó William.
Shane apretó los dientes y clavó los ojos en la carretera. Nunca se había sentido cómodo hablando de sí mismo, ni siquiera con su propia familia. Miró al vampiro de reojo y sintió las palabras agolpándose en su garganta, aquella sensación lo cogió por sorpresa y la necesidad de sincerarse creció en su interior. Algo le decía que William podría comprenderle.
—Fui a las montañas, por eso no dormí. Necesitaba aclarar mis ideas y últimamente solo lo consigo como lobo. —Guardó silencio unos instantes, para después continuar con rapidez—. Yo no soy como ellos, no quiero un trabajo ni una casa grande repleta de niños, no soy como Carter, ni como Evan, aunque mi padre se empeñe en lo contrario. No quiero pasarme toda la vida fingiendo ser otra cosa. Esta ropa, este pelo, incluso mi actitud es un disfraz. Soy un licántropo, ¿desde cuándo los lobos estudian en Yale? Quiero ser un Cazador y pertenecer a un único mundo, al mío, al nuestro, William. A pesar del pacto, los humanos siguen en peligro, y también nosotros. El número de renegados crece, no hay suficientes Guerreros, ni Cazadores para acabar con todos ellos. Debemos erradicarlos de este mundo y yo no pienso quedarme cruzado de brazos mientras sigan por ahí acechándonos —su voz ronca estaba llena de determinación. Se llevó las manos al rostro y masajeó su mandíbula, ahogado por la frustración que sentía.
—¿Le has dicho todo esto a tu padre?
—Un millón de veces, pero no quiere ni oír hablar del tema —contestó con amargura—. Repite una y otra vez que le prometió a mi madre que cuidaría de nosotros y que jamás permitiría que corriéramos ningún peligro. ¿Por qué crees que vivimos en Heaven Falls? Allí lo peor que te puede pasar es que acabes cabeza abajo dentro de un cubo de basura, gracias a Justin Hobb y a su pandilla de idiotas atiborrados a esteroides —resopló, apretando los puños.
William clavó los ojos abiertos como platos en Shane.
—¿Es por eso por lo que tanto los odias, te…?
—¡No! —atajó Shane—. Conmigo no se hubieran atrevido. Fue a Matthew. —Su rostro se crispó ante el recuerdo—. Uno de los días que fui a recogerlo al colegio, no estaba donde de costumbre, lo busqué por el patio y dentro del edificio. Cerca de la cafetería vi un grupo de niños arremolinados que gritaban y reían. Tuve una corazonada y corrí hasta ellos, Matt estaba dentro de un cubo de basura. No lloró, ni siquiera cuando me vio, pero su expresión me partió el alma en dos. Cuando me contó quiénes habían sido, quise matarlos, y lo único que me lo impidió fue que mi padre se convirtió en mi sombra desde ese momento. No me gustan los humanos, son mezquinos. —Hizo una pausa para recomponerse, pero estaba demasiado nervioso y estalló—. ¡Por Dios, solo tiene siete años y ellos…!
Su cuerpo comenzó a convulsionarse y el brillo dorado de sus ojos alertó a William.
—Vamos, Shane, la calle está llena de gente y nadie se va a tragar que mi mascota es un lobo de ciento veinte kilos. —Puso una mano en su hombro, intentando apaciguarle.
—Tranquilo, estoy bien —dijo entre dientes, mientras inspiraba profundamente una vez tras otra, tratando de controlar su rabia—. Es que no soporto la idea de que alguien pueda hacerle daño. Él no se parece a nosotros… es como mi madre.
—¿Qué quieres decir?
—Que mi madre era humana, completamente humana, y Matt también lo es.
—No tenía ni idea —susurró William—. ¿Ella sabía que tu padre era un licántropo? ¿No le importaba?
—Claro que lo sabía, pero eso nunca le preocupó, lo quería demasiado —dijo con un nudo en la garganta. La muerte de su madre había dejado en su interior una herida profunda y dolorosa que jamás sanaría.
William guardó silencio y viejos recuerdos acudieron a su mente. Hubo un tiempo en el que creía ciegamente que Amelia lo amaba de esa misma forma, pero se equivocó, y aún estaba pagando las consecuencias.
—¿Cómo estás tan seguro de que tu hermano no es un licántropo? Todavía es joven, y no huele como un humano, te lo aseguro.
—No puede regenerarse, ¿qué más pruebas necesitas? —respondió con un atisbo de culpabilidad—. Cuando Matthew era un bebé, tuve un descuido y cayó por unas escaleras, pasó dos semanas en el hospital. Una forma demasiado contundente de descubrirlo.
—Lo siento.
Ambos guardaron silencio. Shane, con la cabeza apoyada en la ventanilla, observaba con desinterés a la gente que paseaba por Newbury. Se sentía raro y a la vez aliviado, no estaba tan mal tener un amigo con quien hablar.
William apenas prestaba atención a lo que le rodeaba, su cerebro se empeñaba en crear imágenes que tenían que ver tanto con el pasado como con el presente y el futuro. Vio el rostro infantil de Matthew envejeciendo ante la joven mirada de sus hermanos. La visión cambió, y apareció el cuerpo magullado de Amelia entre sus brazos, pero al descubrir su rostro ya no era ella, sino Kate la que yacía moribunda junto a su pecho, esa imagen le provocó un dolor insoportable. También vio pasar los rostros de todos aquellos a los que tuvo que asesinar. Hombres y mujeres convertidos en vampiros por culpa de un monstruo vengativo del que solo él era responsable, y los remordimientos sacudieron de nuevo su conciencia.
—¿Y tú no piensas contarme qué es lo que te pasa con esa chica? —preguntó de pronto Shane.
La pregunta sacó a William de su trance y miró a Shane con las pupilas dilatadas, como si acabara de despertar de una pesadilla.
—Perdona, ¿qué decías?
—Te preguntaba por la chica de esta mañana, se llama Kate, ¿no?
—¿Y qué es lo que quieres saber? —preguntó William con recelo.
—¿Hay algo entre vosotros, te interesa?
—¡No, por supuesto que no! —contestó a la defensiva—. No entiendo a qué viene la pregunta.
Shane contempló su rostro con atención y no creyó ni una sola palabra.
—Quería saber si salías con ella.
—Pues no, ni siquiera me había fijado en ella en ese sentido —aseguró William, intentando aparentar indiferencia.
—Eso me deja el camino libre.
—¿Cómo que eso te deja el camino libre? —repitió desconcertado.
—Voy a invitarla a salir cuando volvamos…
William abrió los ojos como platos, sin dar crédito a lo que oía.
—No me había fijado en ella hasta esta mañana —continuó Shane—, y hay que reconocer que está como un tren. No es que piense ir en serio ni nada de eso, porque quiero marcharme en cuanto pueda, pero, mientras, podría pasar un buen rato con ella.
William adoptó una postura tensa y apretó con fuerza el volante, esa reacción animó a Shane a seguir con la conversación.
—¿Quién sabe? Quizá detrás de ese aspecto tímido se esconde una gatita muy cariñosa, y a mí no me importaría tenerla ronroneando a mi alred… —no pudo terminar la frase, porque el coche se paró en seco y unos dedos fríos como el hielo estrangularon su garganta.
William se había limitado a escuchar en silencio, tratando de que aquellas palabras no le afectaran. Pero oír cómo Shane se refería a ella como si se tratara de un simple pasatiempo le revolvió el estómago, y no pudo contenerse.
—No vuelvas a hablar así de ella —gruñó sin apenas separar los labios. Sus ojos ardían de pura furia y tuvo que luchar por no partirle el cuello al joven lobo en aquel momento.
—Eh, no lo decía en serio —musitó Shane, en cuanto sintió que aflojaba un poco la presión sobre su cuello.
El sonido insistente del claxon de los vehículos que circulaban tras ellos forzó una pausa en aquel momento tan tenso.
William puso el coche en marcha y siguió conduciendo. Estaba muy enfadado con Shane, y durante un buen rato hizo todo lo posible por ignorar su presencia.
—Nada de lo que he dicho antes iba en serio. Solo quería comprobar algo —se excusó Shane, en cuanto pudo recobrar el funcionamiento de sus cuerdas vocales.
William le lanzó una mirada asesina. Detuvo el coche, aparcando sobre la acera. Se giró hacia Shane con la frente arrugada y lo miró a los ojos. Shane, lejos de amedrentarse, se inclinó hacia él.
—Solo quería ver si reaccionabas. Hasta un ciego se habría dado cuenta esta mañana de que esa chica, Kate, te importa más de lo que quieres reconocer. Tendrías que haberte visto la cara, agonizabas; y ahora empiezo a entender tu actitud de estas semanas pasadas. Pero a pesar de lo que sientes, intentas mantenerte alejado de ella, y estoy casi seguro deque no es por la sed. No sé, William, quizá sea porque empiezas a caerme bien, pero me preocupa lo que te pueda ocurrir. No me gusta ver cómo lo pasas mal.
William suspiró, soltando todo el aire que contenían sus pulmones, y apoyó la frente sobre el volante. Shane había leído en él como en un libro abierto y no tenía derecho a enfadarse por ello.
—Perdona, no debí meterme donde nadie me llama, tu vida no es asunto mío y no tenía ningún derecho —se disculpó el licántropo.
—No hace falta que te disculpes, tienes razón —admitió William sin levantar el rostro del volante.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Es humana, y cuando un humano se mezcla con vampiros siempre sale mal parado.
—Creo que deberías deshacerte de algunos prejuicios, hay licántropos que han tenido parejas humanas. Fíjate en mi padre, en Evan, incluso yo he acabado en la habitación de alguna chica. ¿Por qué no un vampiro? No hay ninguna ley que nos prohíba salir con humanos, solo comérnoslos —observó con ironía—, y tú ya tienes superada esa parte, ¿cierto?
—Yo no estaría tan seguro, su sangre tiene el olor más delicioso que jamás he percibido. —Hizo una pausa para tragar la saliva que ardía en su boca—. Pero tienes razón, podría soportarlo, son otros miedos los que me reprimen —admitió sin reservas.
—Si te refieres a mantener el pacto, te garantizo que no será un problema si llega el momento. Mi tío es un hombre justo y benévolo, y no es la primera vez que adapta las leyes a su sentido común. Ya lo hizo con mi padre cuando le permitió contarle a mi madre nuestro secreto. Él sabía que ella nunca nos traicionaría —parecía empeñado en convencerlo.
—Lo sé, conozco a Daniel, pero ese no es el problema, el problema soy yo. —Hizo una pausa para armarse de valor antes de continuar—. ¿Qué sabes de mí?
—Solo lo que necesito, que para mi familia eres otro Solomon, y que tu padre es el mandamás de los vampiros —dijo encogiéndose de hombros.
—¿Sabes quién es Amelia?
—Por supuesto, todos saben quién es esa asesina, pero ¿qué tiene que ver eso ahora? —preguntó algo extrañado.
—¿Sabías que hace algo más de un siglo era humana? —inquirió William con la mirada fija en la calle. Shane negó con la cabeza sin comprender el cambio de conversación—. Era una chica preciosa cuando la conocí, segura de sí misma y con las ideas muy claras, sabía perfectamente lo que quería de la vida. Pero no tuvo tiempo de vivirla… y todo por mi culpa —susurró las últimas palabras con amargura.
Los ojos de Shane no se apartaron ni un segundo del rostro del vampiro, y su respiración se volvió más áspera conforme lo escuchaba. No le gustaba el cariz que estaba tomando la conversación, pero se mantuvo en silencio, aguardando la bomba que William estaba a punto se soltar.
—Amelia es mi esposa, nos casamos en 1858 —dijo con frialdad, percibiendo la tensión que crecía en el interior del licántropo—. Una noche tres proscritos atacaron mi casa y, de la forma más horrible que puedas imaginar, Amelia se enteró de que yo era un vampiro. Prácticamente enloqueció, y aquella demencia la llevó a despeñarse por un acantilado; la amaba tanto que no tuve fuerzas para dejarla morir y la convertí en el monstruo que es hoy. ¿Entiendes ahora por qué el problema soy yo? No dejaré que la historia se repita.
Shane estaba clavado sobre el asiento, el impacto de aquella noticia lo había dejado sin habla. Se esforzaba por mantener la calma, sin saber cómo debía reaccionar ante aquella revelación; en ese momento, William se había convertido en un asesino que representaba todo lo que él odiaba y contra lo que quería luchar.
—¿Por qué me lo cuentas? —interrogó con actitud vacilante.
—Porque es lo justo después de que tú hayas confiado en mí.
—¿Mi tío sabe lo que hiciste?
William asintió como si lo lamentara.
—Sí, Samuel y tu padre también, ellos estaban allí y evitaron que los renegados me mataran. —Respiró muy hondo, le dolía recordar aquellos momentos—. Esa noche fui culpable de muchas cosas, de que tus tíos se distanciaran, de convertir a mi mujer en un ser perverso y vengativo, y de todas las muertes que ha provocado desde entonces. Yo no tengo salvación, Shane, ni derecho a que me sucedan cosas buenas. He intentado redimirme persiguiéndola durante años, pero no me ha servido de nada. Ahora lo único que quiero es descansar.
—¿Quién más está al tanto de esto? —preguntó Shane con ansiedad. Se dio cuenta de que no estaba enfadado con William, y de que lo que de verdad le preocupaba era que alguien pudiera usar aquel secreto en su contra.
—Rachel, sus hijos y también mi familia, Sebastian siempre le estará agradecido a Daniel por haberme protegido —respondió algo confuso por la pregunta, no era esa la reacción que esperaba del muchacho.
Shane se bajó del coche sin avisar.
—Vamos, estamos cerca de la casa de Mayers, podemos ir andando —dijo antes de cerrar la puerta, y empezó a caminar por la acera.
—No has dicho nada sobre lo que te he contado y no sé si alegrarme o preocuparme —señaló William algo nervioso, cuando le dio alcance.
Shane se detuvo y clavó sus ojos en los del vampiro. Acercó su cara a la de él y le puso una mano sobre el hombro.
—Hay casos en los que es mejor que el pasado se mantenga oculto, y el tuyo es uno de esos. A mí me basta con saber que aquella noche la manada tomó la decisión de protegerte, lo demás no me importa —dijo con tranquilidad, y la expresión de su rostro mostró que decía la verdad—. Ahora vamos a por esos papeles.
Shane condujo a William hasta un estrecho callejón sin salida, cerrado por una alambrada de unos tres metros de altura. Los edificios de alrededor parecían abandonados y, por la basura y las cajas de cartón desparramadas por la calle, saltaba a la vista que aquella zona no era de las preferidas por el servicio de limpieza de la ciudad. Shane recorrió el entorno con la mirada y olfateó el aire.
—¿Captas algo? —preguntó con voz casi imperceptible.
William cerró los ojos e inspiró, forzando todos sus sentidos, negó con la cabeza cuando volvió a abrirlos.
—Nada que sea una amenaza —contestó.
El licántropo flexionó las rodillas y, con un leve impulso, se encaramó a la parte superior de la alambrada, saltando desde allí al oscuro pasaje. William lo imitó y aterrizó al otro lado con la suavidad de una pluma sin ni siquiera haber tocado el alambre. Avanzaron unos cuantos metros por el callejón, cada vez más estrecho, y llegaron hasta una puerta de hierro perfectamente camuflada bajo las capas de mugre y pintura que la recubrían. Shane pulsó un timbre un par de veces y, un instante después, alguien contestaba a través de un pequeño altavoz junto al llamador.
—¡Llegas tarde! —dijo una voz con malestar.
—Abre la puerta, Mayers —replicó Shane, sin mucha paciencia.
La puerta se abrió con un ligero chasquido y ambos entraron en un pasillo con poca luz, que terminaba al comienzo de unas sucias escaleras.
—Déjame hablar a mí —indicó Shane a William—. Mayers es bastante quisquilloso y no le gustan los vampiros. No le hizo ninguna gracia que mi tío le pidiera este trabajito.
William asintió con un leve gesto y siguió al joven lobo a través de las escaleras. Después de un par de tramos, alcanzaron una puerta de acero sin cerradura. Shane llamó con fuerza, golpeando con la palma de la mano, unos pasos bastante torpes y lentos acudieron a la llamada. La puerta se abrió y un joven que rondaba los veinte salió a recibirlos.
—¿Qué tal, tío? —preguntó el chico a Shane, a la vez que le palmeaba el hombro con entusiasmo—. Hola, soy Troy, me alegro de conocerte —dijo a William, nervioso, mientras le tendía la mano—. Mi abuelo os está esperando, acompañadme, por favor.
Siguieron al muchacho a través del laberinto de cables que ocupaba la mayor parte del suelo de lo que parecía el salón, hasta varias mesas unidas en forma de U repletas de material informático: escáneres, impresoras, ordenadores y decenas de discos duros que funcionaban entre una montaña de envoltorios de hamburguesas y refrescos.
—Si no te importa, tengo que tomarte una fotografía —dijo Troy a William sin perder la sonrisa. Agarró una cámara digital de una de las mesas que tenía a su espalda y pulsó el disparador varias veces—. Vale, lo tendré todo listo en un par de minutos. —Dio media vuelta y desapareció tras la pantalla de un portátil.
—Vamos a ver a Mayers, le gusta tocar el dinero antes de dar la mercancía —observó Shane en un tono bajo y hosco. Se acercó a una puerta de cristal entreabierta, la empujó sin miramientos e irrumpió en la sala.
Un hombre calvo y de barriga prominente estaba sentado frente a una mesa, sujetando un par de cubiertos con los que troceaba un filete sangrante. Levantó un poco la cabeza para observar a los recién llegados, y dejó caer los cubiertos con malestar. Sin decir una palabra, se sirvió una copa de vino de la que bebió sin prisa. Dejó la copa con extrema lentitud y clavó sus diminutos ojos en William, estudiándolo de arriba abajo con el ceño fruncido y una expresión de asco que afeaba su rostro todavía más.
—No sé bajo qué clase de hechizo tienes a esta familia. —Señaló a Shane con el dedo sin apartar la mirada de William—, pero te aseguro que a mí no me engañas —dijo en tono desafiante—. Jamás creeré en la amistad entre vampiros y licántropos. El amo nunca liberó al esclavo y oculto en las sombras aguarda el momento de volver al pasado; el que crea lo contrario es un iluso al que solo le esperan cadenas —anunció como si se tratara de una profecía, y sus ojos se clavaron en Shane para volver al vampiro destilando odio.
William le sostuvo la mirada y se mantuvo en silencio, dispuesto a cumplir la palabra que había dado unos minutos antes.
—Tienes suerte de que mis padres me enseñaran a respetar a los mayores —dijo Shane en tono amenazador. Sacó un fajo de billetes del bolsillo de su pantalón y lo tiró sobre la mesa, cerca de donde reposaba la mano de Mayers. Este se apresuró a contarlos—. Te habrás dado cuenta de que hay más de lo acordado. Tómalo como un pequeño regalo de la familia por tu buena disposición —agregó con un deje de sarcasmo.
—Más bien, para que mantenga la boca cerrada —escupió Mayers entre dientes—. Por cierto, estoy cansado de tratar siempre con los cachorros, ¿cuándo piensa dar la cara nuestro magnánimo líder? —repuso con cierta ironía.
—Pues estás de suerte, tengo entendido que va a hacerte una visita en breve, solo espera a que Samuel esté en la ciudad para que pueda acompañarle. —Se esforzó para que el aire de suficiencia que había adoptado fuera creíble, porque estaba a punto de perder los nervios con aquel tipo pretencioso.
El color abandonó el rostro de Mayers y un ligero temblor apareció en sus manos; su frente se cubrió de pequeñas gotas de sudor que resbalaban sin cesar por su cara. Todo el clan licántropo sabía que Samuel solo aparecía en compañía de Daniel cuando había que dar algún escarmiento. Aquella posibilidad preocupaba enormemente a Mayers.
La duda se estaba adueñando de su conciencia y empezó a barajar con rapidez las razones por las que Daniel Solomon se haría acompañar de su hermano para visitarle. Siempre había respetado las leyes y nunca había dado motivos para que los Cazadores vinieran a por él. Pero, por otro lado, no había tenido reparos en manifestar su desacuerdo con la forma en la que su señor llevaba los asuntos del clan, lo había criticado abiertamente ante los oídos de cualquiera que estuviera dispuesto a escuchar ley, ahora, era posible que la familia de lobos dominante estuviera molesta por su campaña, y quisiera ponerle fin.
—Para mí será todo un privilegio que los hermanos Solomon visiten mi humilde hogar —comentó, secándose el sudor de la frente con una sucia servilleta que había cogido de la mesa—. Y espero que el motivo sea del agrado de todos —indicó, intentando sondear a Shane.
—Si todo está en orden, me gustaría que me entregaras la documentación que te pedí —intervino este, haciendo caso omiso al comentario.
—Todo está bien, mi nieto te la entregará —señaló, y su voz sonó mucho más amable.
Shane salió de la cocina sin despedirse, con William pisándole los talones. Encontraron a Troy terminando de plastificar un permiso de conducir.
—Justo a tiempo, seguidme —dijo el chico con una enorme sonrisa que dejaba a la vista unos dientes demasiado grandes para su boca. Se dirigió a una de las mesas y rebuscó en un par de cajones; después entre un montón de tebeos que había en el suelo. Sacó un sobre marrón de entre el desorden y guardó dentro el permiso de conducir. Se lo entregó a William—. Aquí tienes todo lo que puedes necesitar: pasaporte, seguro médico, partida de nacimiento, permiso de conducir, todo puesto al día. ¡Bienvenido de nuevo a la vida, señor Crain! —bromeó.
—¿Seguro que no levantaré sospechas si alguien decide comprobar alguno de estos documentos?
—No te preocupes por eso, lo tengo todo bien atado —respondió Troy, y palmeó la parte superior de un ordenador que parecía salido de la NASA.
—Troy es el mejor —intervino Shane con sinceridad.
—¿Puedo pedirte un favor? —preguntó William a Troy.
—Lo que quieras.
William sacó una tarjeta del bolsillo interior de su cazadora y se la dio al muchacho.
—Necesitaría que enviaras una copia de todo a esta dirección, es el abogado de mi familia y el que se ha encargado de mis asuntos hasta ahora. Los necesitará para preparar mi vuelta a Inglaterra.
—Duncan Campbell —leyó en voz alta—. No hay problema, lo haré hoy mismo.
—Gracias.
—Lo que sea por un amigo de los Solomon —susurró, encogiéndose de hombros, y enrojeció cuando sus ojos miraron directamente a los de William. Nunca había estado tan cerca de un vampiro, y le sorprendió su aspecto angelical y el aura dulce y amigable que envolvía a aquel ser. Su abuelo siempre hablaba de ellos con desprecio, describiéndolos como la personificación del mal, pero William no parecía ser así.
—¡Ah, esto es lo tuyo, Shane! —Entregó otro sobre al licántropo—. Los expedientes académicos de Jared y Evan. Si quieres yo mismo puedo enviarlos al nuevo instituto.
—Gracias. Por cierto, ¿podrías hacer algo con un par de sanciones? En Yale no llevan muy bien que te pelees con sus niños ricos.
—Cuenta con ello —dijo Troy, esbozando una sonrisa cómplice—, por la mañana serás tan inocente como un recién nacido.
—¡Troy, eres el mejor! Eh, ¿qué tal va lo del grupo? —preguntó Shane, acababa de ver en una esquina un bajo y un amplificador, y eso le recordó que unos meses antes el muchacho se había unido como bajista a un grupo de rock.
Troy sonrió con timidez y se sonrojó un poco.
—No va mal, ya hemos conseguido tocar todos la misma canción —señaló de forma irónica, y una risa chillona surgió de su garganta contagiando a Shane y William de su buen humor—. Llevamos unas semanas tocando en varios garitos de la ciudad. Esta noche tenemos un par de pases en un nuevo local que hay en la bahía. ¿Os apetece venir?