8

Kate salió de la ducha con un estremecimiento y se envolvió en la toalla. Tomó otra del armario y comenzó a frotarse el pelo para secar el agua que le escurría por la espalda. Entonces se acercó al espejo y con la mano limpió el vaho de su superficie.

Contempló su imagen detenidamente, estiró los dedos para tocar su reflejo y se dio cuenta de que no dejaban de temblar. Había pasado la mayor parte del día muy nerviosa, pero ahora, a solo unos minutos de que una legión de vampiros invadiera Blackhill House, sus nervios se habían transformado en pánico. Era una humana en un nido de vampiros, como vino para un alcohólico. Se obligó a desenredarse el pelo sin prisa y, aparentando la misma calma, se aplicó una loción hidratante por toda la piel. Volvió a mirarse en el espejo y sonrió para infundirse confianza.

Kate salió del baño y se encontró con Aileen y Marie que la esperaban junto a la cama. Las dos vampiras ya estaban vestidas para el baile de solsticio, con el que celebrarían el aniversario del pacto, y eran la viva imagen de la belleza y la elegancia.

Aileen llevaba un vestido rojo de satén que marcaba su preciosa figura. Se había recogido el pelo en un moño alto decorado con perlas negras y dos plumas que colgaban rozando su nuca. Lucía un collar, también de perlas negras, que resaltaba la extrema palidez de su piel. A su lado, Marie resplandecía con luz propia, enfundada en un vestido de seda verde oscuro con un ribete de encaje que decoraba el escote barco de su corpiño. Una preciosa tiara de diamantes mantenía su larga y rizada melena apartada de su rostro.

—¡Estáis… increíbles! —exclamó Kate.

—Tú también lo estarás cuando hayamos terminado contigo —dijo Marie con una gran sonrisa.

Con un gesto de su mano la invitó a que se sentara frente al tocador en el que habían cubierto el espejo. Kate dejó que la peinaran y maquillaran, disfrutando del mimo con el que la trataban. Al cabo de un rato, Aileen le puso unas gotas de perfume en el cuello y con una sonrisa orgullosa se alejó unos pasos para poder contemplarla.

—¿Qué tal estoy? —preguntó Kate poniéndose en pie.

Se giró y alargó el brazo para descubrir el espejo.

—¡No, todavía no! —le pidió Aileen sujetando su mano—. Falta lo más importante.

Marie salió de la habitación para regresar un instante después con un vestido en los brazos. Lo dejó sobre la cama con mucho cuidado.

—Es para ti. Un regalo de nuestra parte —dijo la vampira pelirroja mientras se abrazaba a su madre. Ambas observaron con adoración la expresión boquiabierta de la chica.

—Es precioso —susurró ella sin poder apartar los ojos del vestido negro. Con lentitud acarició el encaje que sobresalía de la enagua, la suave tela de la falda, la pedrería del corpiño—. No puedo aceptarlo —dijo de repente dando un paso atrás.

—¿Vas a rechazar nuestro regalo? —preguntó Aileen sin poder disimular una nota de desencanto.

—Es que… es demasiado bonito, y seguro que cuesta una fortuna —las palabras salían a borbotones de su boca—. Es imposible que pueda quedarme bien. Parecerá que voy disfrazada de… de… ¡Por favor, miraos, yo jamás podría lucir así!

—¡No digas tonterías! —la interrumpió Aileen. Se acercó a ella y le rozó la mejilla con los dedos—. Eres preciosa, Kate, por dentro y por fuera. ¡Ojalá pudieras ver lo que yo veo! —La rodeó con sus brazos y la estrechó—. Ahora deja a un lado esas ideas y vístete. Te esperaremos fuera.

Marie siguió a su madre sin dejar de sonreír ni un segundo, estaba encantada con el baile y con tener a Kate a su lado.

—¡Ni se te ocurra mirar! —le dijo a la chica antes de salir.

Kate asintió, y en cuanto se cerró la puerta tomó el vestido. Lo pegó a su cuerpo y giró un par de veces. Entonces se percató de la caja azul que había sobre las sábanas. Dejó el vestido con cuidado para que no se arrugara y se sentó al borde la cama. Puso la caja sobre su regazo. La destapó muy despacio, apartó el papel que cubría el contenido y sus mejillas enrojecieron inmediatamente. Rozó con los dedos el encaje y el satén de la ropa interior; era tan suave y liviana.

Se desprendió de la toalla y se puso el conjunto. La combinación le hacía cosquillas sobre la piel. Acarició la tela con timidez y volvió a ruborizarse; era imposible no sentirse guapa y sexy con aquellas prendas.

Kate terminó de vestirse y deslizó los pies dentro de unos zapatos con tacones de vértigo. Tragó saliva al dar los primeros pasos, convencida de que sería incapaz de mantenerse derecha sobre ellos. Fue hasta la ventana con paso inseguro, pero enseguida se dio cuenta de que el truco estaba en enderezar la espalda y no mirar al suelo. Sonrió cada vez más segura, e imitando el porte de una modelo regresó hasta la cama sin un solo traspié.

Unos golpecitos sonaron en la puerta.

—¿Lista? —preguntó Marie, asomando la cabeza. Aileen entró tras ella y ambas se pararon en seco con los ojos abiertos de par en par.

Kate asintió con un suspiro. Estaba deseando ver su aspecto y esa ansiedad hacía que le sudaran las manos.

Marie retiró la tela que cubría el espejo y se apartó.

Kate enmudeció mientras contemplaba su reflejo. Su pelo, rizado por las tenacillas, estaba semirrecogido sobre su nuca con un pasador. Mechones sueltos enmarcaban su cara y caían sobre los hombros. El maquillaje hacía destacar sus ojos con sombras oscuras y sus mejillas con un suave tono melocotón. Cerró los ojos un momento y volvió a mirarse, le costaba creer que aquel rostro hermoso que le devolvía la mirada fuera el suyo.

El vestido se adaptaba a su cuerpo como si estuviera hecho a medida, resaltando los hombros, el escote, su vientre liso y la forma de sus caderas. No podía apartar los ojos del espejo, se sentía hermosa.

—Estás preciosa —susurró Aileen junto a su oído. Le deslizó una fina cadena alrededor del cuello, de la que colgaba una esmeralda engarzada—. Es un regalo de Sebastian, era de su madre. Ahora quiere que la conserves tú y se molestará mucho si no la aceptas.

Kate le sonrió al reflejo de Aileen en el espejo y acarició con la yema de los dedos la joya. Se sentía un poco incómoda con todas aquellas atenciones, porque no tenía forma humana de devolverlas, pero no dijo nada. Era incapaz de causarles cualquier tipo de contrariedad.

Aileen colocó las manos sobre sus hombros y la besó en la mejilla.

—Perfecta. Hace juego con tus ojos.

—Vas a dejarlos sin habla, y sé de uno que no podrá quitarte las manos de encima —dijo Marie en tono travieso.

—¡Marie! —la reprobó Aileen con una sonrisa azorada.

Kate se sonrojó y volvió a mirarse en el espejo.

—¡Qué, es cierto! —exclamó Marie—. Cuando William la vea, seguro que sufre una combustión espontánea. El deseo causa ese efecto en nosotros.

—¡Marie! —Aileen volvió a reprenderla, esforzándose por no romper a reír a carcajadas.

Marie frunció los labios con un mohín burlón dirigido a su madre y tomó las manos de Kate. Tiró de ella obligándola a dar vueltas, girando cada vez más rápido, como si fueran dos niñitas jugando, y se detuvieron junto a la ventana sin dejar de reír.

Aileen también reía, contemplándolas con adoración.

—Debo acompañar a Sebastian para recibir a los miembros del consejo —anunció. Se acercó a Kate y con sus pálidos dedos le recompuso un par de mechones sobre los hombros. Dio media vuelta y salió de la habitación.

Cuando la puerta se hubo cerrado, Marie tiró de Kate y la obligó a sentarse junto a ella en el diván.

—Tengo que contarte una cosa muy importante. La otra noche pasó algo entre Shane y yo —dijo Marie en un susurro.

Kate asintió, mordiéndose el labio para disimular una sonrisa.

—Lo sé, vi cómo te besaba en el cenador.

Marie abrió los ojos de par en par con un atisbo de temor.

—¿Y William?

—No, él no estaba conmigo.

—Menos mal —suspiró llevándose una mano al pecho.

—¿Por qué? ¿No quieres que se entere?

—Sí, pero quiero que lo sepa por mí. Verás, es que… siempre he sido muy caprichosa con los hombres. He cambiado de novio como de zapatos y a veces, sin yo pretenderlo, les he hecho daño. Estoy segura de que mi hermano pensará que Shane es un nuevo capricho, y querrá apartarme de él. No se arriesgará a que pueda herirle, lo aprecia mucho. Por eso debo ser yo quien se lo diga.

—¿Y es cierto? ¿Es un nuevo capricho?

Marie empezó a negar compulsivamente con la cabeza.

—¡No! Claro que no.

—Es un buen chico, y se nota que le gustas mucho.

—Lo sé —admitió la vampira—. Y él no solo me gusta, le quiero de verdad.

—¿Estás segura?

—Sí. Lo sé porque conozco el sentimiento. Hace mucho tiempo, cuando aún era humana, sentí algo parecido. —Una triste sonrisa se dibujó en sus labios. Apretó la mano de Kate y la miró a los ojos—. Se llamaba Lawrence Bettany, su madre me daba clases de piano y después siempre me invitaba a tomar el té. Lawrence nos acompañaba, y no tardamos en enamorarnos. Soñaba despierta que me casaría con él, que tendríamos cuatro hijos: dos niños y dos niñas. Y que disfrutaríamos de una vida perfecta en Bristol. Donde él daría clases en la universidad y yo cuidaría de los niños y de nuestra preciosa casa. —Lanzó un profundo suspiro y sus ojos brillaron.

A Kate le pareció que las lágrimas asomarían de un momento a otro, pero entonces recordó que los vampiros no podían llorar.

—En aquel tiempo me convertí en vampira —continuó Marie—, y no me quedó más remedio que abandonarle. Nunca dejé de amarle, siempre observándole en la distancia. Se casó, tuvo hijos; y, a pesar del dolor que eso me causaba, nunca miré a ningún otro hombre. Le fui fiel hasta el día de su muerte cuarenta años después.

Marie se puso en pie con una expresión apenada. Se acercó a la ventana y la abrió, dejando que la suave brisa nocturna refrescara la habitación. Se giró hacia Kate, que la observaba con preocupación, y forzó una sonrisa para indicarle que todo estaba bien, que aunque recordar a Lawrence aún la entristecía, ya era un tema superado.

—Lo que siento por Shane es incluso más intenso. La pasión que despierta en mí me hace perder el sentido. Estoy irremediablemente enamorada de él, lo sé, y siento que es para siempre. No concibo mi vida sin él, ahora ya no. ¿Puedes entenderlo?

Kate sonrió.

—Sí, te entiendo perfectamente —respondió, porque ella sentía lo mismo por William.

William y Shane cruzaron el vestíbulo con el sonido de sus elegantes zapatos resonando sobre el suelo de mármol rojo. Entraron en el estudio de Sebastian, donde él y Robert los esperaban, y tomaron asiento junto a ellos.

Sebastian se puso en pie, se dirigió al armario y sirvió sangre templada en tres copas; llenó la cuarta con vino tinto. Sin prisa repartió.

—Bien, la gran noche ha llegado —anunció mientras ocupaba de nuevo su lugar junto a Robert—. Duncan llamó hace unos minutos, pronto llegarán los primeros. Sé que no es necesario que diga esto, aun así lo diré. Este maldito baile es el mayor pulso político y de poder al que tenemos que hacer frente. Han pasado muchas cosas y ellos lo saben. No quiero conflictos, sed pacientes, no entréis en sus juegos y controlad vuestro temperamento. —Miró directamente a su hijo mayor cuando pronunció esas palabras. Robert forzó una sonrisa amable y apuró la sangre de su copa chasqueando la lengua—. Esta noche es especial, la presencia de Shane y Katherine la convierten en todo un desafío. Los miembros de nuestro linaje tendrán que controlar sus instintos…

William se removió incómodo ante el comentario.

—… su hostilidad y sus prejuicios —continuó Sebastian—. Al margen de lo que acabo de comentar, el solsticio de verano es importante para Aileen. Ella disfruta con todas estas celebraciones, tratemos de no disgustarla.

Sonaron unos golpes en la puerta y un Guerrero entró en el estudio.

—Señor, el primer coche se acerca.

Un Mercedes negro se detuvo frente a la puerta. Cyrus, irreconocible con su esmoquin, esperaba junto a la escalinata. Se acercó al vehículo y con fría cortesía abrió la portezuela. Ofreció su mano a una vampira de espesa melena oscura y la ayudó a descender.

Todos los miembros del consejo fueron llegando poco a poco. Sebastian, Aileen y Robert los iban recibiendo junto a la escalinata, prodigándose en cumplidos y atenciones a sus invitados.

Algo más apartados, William y Shane trataban de pasar desapercibidos, ignorando el impacto que estaban provocando. La presencia de William ejercía tal fascinación entre los vampiros, que todos lo miraban sin ningún disimulo.

—Deberías relajarte, estás muy tenso —dijo Shane entre dientes.

—Y me lo dices tú. Puedo oler tu adrenalina como si fluyera por mis propias venas —susurró William, mientras inclinaba su cabeza saludando a un joven vampiro.

—Pero lo mío es comprensible, se llama instinto de supervivencia. Me resulta imposible reaccionar de otra forma con tanto vampiro cerca. —Se inclinó con una leve venia ante una vampira que le sonreía con timidez y algo de desconfianza.

William resopló exasperado.

—Es que no soporto cómo me miran. Me observan como si estuvieran esperando que de un momento a otro chasqueara los dedos y… ¡Voila! William agita la varita y… —Extendió sus manos como lo haría un mago para mostrar que no oculta nada en ellas—. ¡Magia! ¡Ya estáis curados! ¡Alabado sea el señor!

Shane se llevó una mano a la boca y tosió para disimular su risa.

—Deja tus oraciones para otro momento. Charlotte y sus hermanas acaban de llegar —apuntó Robert tras ellos. Rodeando sus hombros con los brazos los empujó hacia el vestíbulo.

—¿Quién? —preguntó Shane con curiosidad.

—Unas vampiras tan ambiciosas como hermosas y, créeme, son muy hermosas —respondió Robert.

—¿Y huimos por eso?

—¿Qué te sugieren las palabras encerrona y matrimonio? —preguntó William a Shane arqueando las cejas.

—Nada bueno —respondió el lobo.

—Pues ellas son capaces de cualquier cosa con tal de emparentarse con un Crain. Y ahora que lo pienso, puede que también con un Solomon —apuntó Robert, guiñándole un ojo con malicia.

Cruzaron el vestíbulo y traspasaron las puertas del hermoso salón de baile. Donde ya se encontraba la mayor parte de los invitados. Las copas de sangre se alzaban junto a breves reverencias y ademanes de cortesía; y el ambiente se llenó de extraños acentos y lenguas exóticas.

William y Shane ocuparon un lugar al fondo del salón, junto al quinteto de cuerda que en ese momento tocaba el Minuetto de Boccherini. Robert apareció un segundo después portando tres copas. Entregó una a su hermano y otra a Shane, tomó un buen trago de la tercera y miró su contenido con una mueca en los labios.

—Está fría —dijo con disgusto. Alzó la vista de la copa y clavó sus ojos en su hermano—. ¿Qué ocurre?

William miraba fijamente hacia la puerta con los ojos entornados y los labios apretados.

—¿Qué hace ese aquí? —preguntó con desprecio.

Robert se giró buscando con la mirada, y de pronto sus hombros se pusieron rígidos. Sonrió, pero sus ojos estaban serios mientras observaba cómo un vampiro de larga melena oscura hacía su entrada en el salón.

—Es un miembro del consejo, puede estar aquí —respondió Robert sin poder disimular el odio profundo que sentía por aquel tipo. Empezó a mirar a su alrededor muy inquieto—. ¿Dónde está Marie?

—Arriba, con Kate —contestó William.

—¿Qué pasa con ese? ¿Y qué tiene que ver con Marie? —preguntó Shane con voz ronca.

—Ese es Fabio. Marcelo, su mentor, es uno de los vampiros más viejos y respetados del consejo, por eso no lo echamos a patadas en este mismo momento —dijo William en voz baja—. Lleva años obsesionado con Marie. Ansía unirse a ella y formar parte de esta familia.

Los ojos de Shane se transformaron con un brillo dorado y sus labios comenzaron a temblar por la tensión de su mandíbula apretada. Movió la cabeza de un lado a otro, como lo haría un depredador midiendo las fuerzas de su presa.

—Marie no debe quedarse sola… —empezó a decir Robert.

—¿Crees que ese tipo sería capaz de hacerle daño? —murmuró Shane, esforzándose al máximo para mantener una actitud calmada.

—Si te refieres a clavarle una daga de plata en el corazón, no, no lo hará. Pero se le da bastante bien acosar y forzar a las mujeres. No creo que llegue a esos extremos con mi hermana, sabe que le arrancaríamos el corazón sin dudar, pero suele molestarla hasta un extremo que sobrepasa nuestra paciencia —indicó Robert sin apartar los ojos de Fabio.

Shane se puso derecho y cada uno de sus músculos se tensó bajo la sofisticada chaqueta de su traje. Durante un instante sus ojos se encontraron con los del vampiro acosador y lo que vio en ellos le causó repulsa. Un instinto territorial y posesivo despertó en él un sentimiento desconocido. Pensó en Marie y todo su cuerpo se electrificó. La sorpresa lo sacudió como lo haría un terremoto. No era solo atracción lo que sentía por la hermosa vampira, era algo mucho más intenso e importante. Sabía lo que eso significaba y que ya no había vuelta atrás, no para él.

—Vosotros tenéis cosas que hacer, yo me ocuparé de que ese tipo no se acerque a Marie —dijo Shane muy serio. Entregó su copa a Robert y se alejó con paso firme.

Su aspecto era el de un hombre, pero era el lobo que había dentro de él quien dominaba la situación y sus instintos en ese momento. Todo en él destilaba peligro. Sus ojos se deslizaban como una advertencia sobre los rostros que lo contemplaban, al tiempo que su cuerpo se balanceaba amenazante a la vez que elegante con cada paso que daba.

—¿Tiene la marca? —preguntó Robert a William, sin apartar los ojos de la espalda de Shane. Percibía con claridad la fuerza que emanaba del licántropo.

—No, la tiene el primogénito de Daniel. ¿Por qué lo preguntas?

—¿Es completamente blanco? ¿Cuando se transforma es blanco? —aclaró al ver la expresión alucinada de William.

—Sí.

Robert se acercó a su hermano y con un gesto de su cabeza le indicó un cuadro que colgaba frente a ellos. William se sorprendió de no haberse fijado antes en la pintura, debía llevar allí siglos. La imagen representaba la firma del pacto en Roma en el año 1009. Los ojos de William se abrieron como platos, sin dar crédito a lo que veía.

—Ese que está junto a nuestro padre, es Victor Solomon, ¿entiendes ahora mi curiosidad? —preguntó Robert poniendo una mano sobre el hombro de su hermano.

William paseó la mirada desde el cuadro hasta el rostro de Robert y de vuelta al cuadro.

—Victor y Shane son como dos gotas de agua —musitó Robert con una sonrisa—. Mi larga vida me ha enseñado una cosa, hermano, no existen las coincidencias.