7

En el exterior la noche era silenciosa. Solo se oía el murmullo del agua de la fuente, resbalando sobre las esculturas de jaspe de las que manaba. El cielo estaba despejado y un mar de estrellas lo iluminaba con miles de destellos. Kate cruzó los jardines de camino al cenador. El templete de piedra se encontraba en la parte de atrás, entre los parterres de rosas. Sonrió al descubrir a Shane y a Marie bajo él, sentados sobre un elaborado banco de hierro forjado, semiocultos tras la celosía.

Algo le dijo que no debía acercarse. Se detuvo en el mismo instante en el que Shane se inclinaba sobre Marie y la besaba con una pasión desenfrenada. Cuando ella se sentó a horcajadas sobre él, Kate se dijo que no quería ver aquello, y dio media vuelta para otorgarles intimidad.

Vagó sin rumbo durante un rato. Pronto sus ojos se acomodaron a las sombras y empezó a distinguir la silueta de la arboleda. Pensó en Harriet y en que no sería mala idea hacerle una pequeña visita. Así podría disculparse por la forma precipitada en la que se había marchado esa mañana.

Comenzó a caminar y no tardó en arrepentirse de aquella decisión. Desde la mansión la arboleda no parecía tan lejana, pero estaba más cerca de la casita que del enorme castillo y continuó andando. Poco a poco el contorno de la casa se dibujó ante sus ojos. Era pequeña, apenas tendría tres habitaciones. La hiedra había cubierto gran parte de la fachada y el tejado. Sobre el alfeizar de las ventanas había jardineras repletas de flores. Olía a jazmín.

Se paró frente a la puerta. No había luz en las ventanas y tampoco se escuchaba ningún ruido que indicara que allí hubiera alguien. Golpeó con los nudillos, nadie contestó. Insistió con más fuerza y esperó. Al cabo de un minuto se convenció de que la casa estaba vacía.

Una ligera brisa agitó las ramas de los árboles y el rumor de las hojas se extendió en el aire con un sonido hipnotizador. Unas campanillas comenzaron a sonar y Kate se sobresaltó dando un respingo. Miró hacia arriba y vio colgando del pequeño soportal un carillón que no dejaba de mecerse con aquel estridente tintineo.

Una nueva ráfaga de aire hizo ondear su pelo y su vestido, arrastrando otros sonidos. Una rama crujió sobre su cabeza. Miró con atención y tuvo la vaga ilusión de que algo se deslizaba de un árbol a otro. Sintió que cada centímetro de su piel se erizaba y que su corazón latía más deprisa. La sensación de que alguien la observaba se instaló en su pecho como un punto frío que congelaba el aire de sus pulmones.

—¡Hola! —dijo en voz alta.

Inmediatamente se dio cuenta de que aquello no había sido una buena idea. Si allí había alguien, ya no tendría ninguna duda sobre su presencia y lo asustada que estaba.

—¿Harriet? Soy Kate. —Llenó sus pulmones de aire y trató de que su voz sonara más calmada—. He venido para… ¡Dios, esto es ridículo! —susurró.

«Vale, tranquilízate, este sitio es el más seguro de la tierra. Es imposible que haya alguien acechando en la oscuridad. Seguro que es una ardilla», pensó.

Observó con atención los árboles. Obligando a sus ojos a ver a los diminutos animales, pero no encontró nada. Entonces se dio cuenta de un detalle. Desde que llegó a Blackhill House no había visto ningún animal, ni un pajarito revoloteando por sus alrededores. Eso no era normal, todo ser viviente temía aquel lugar y ahora empezaba a temerlo ella.

Desde allí podía ver las luces de la mansión como si fueran faros y empezó a caminar en esa dirección. Tan rápido como se lo permitían sus pies, pero sin correr. Su lado lógico la obligaba a convencerse de que no había ningún peligro, probablemente alguno de los Guerreros estaría vigilando por aquella zona. «Sí, eso debe ser», se dijo a sí misma.

Su instinto la empujaba a que echara a correr, pero su cerebro le decía que no era una buena idea; en las películas nunca acababa bien. La chica siempre salía corriendo y terminaba escondiéndose en el único lugar que no debía, o girando justo al lado contrario de donde se encontraba su única salida. Un grito ahogado escapó de su garganta, aquel crujido había sonado justo detrás de ella. Se giró y sus ojos captaron un movimiento, apenas una leve perturbación en el aire. Y su lado lógico dejó paso al irracional.

Sus pies se hundían en la hierba mientras corría a la mansión. Al cabo de unos minutos tuvo que aflojar el paso hasta detenerse. Casi no tenía aliento y le dolía un tobillo. Miró por encima de su hombro, nadie la seguía, y se sintió estúpida por haber tenido ese ataque de pánico. Movió la cabeza y echó a andar; entonces chocó contra algo muy duro. Sus ojos se abrieron como platos, y todo el aire contenido en sus pulmones se escapó de golpe en lo que debería haber sido un grito.

Se quedó paralizada frente a aquel hombre de ojos penetrantes. Podía verlos destellar en la oscuridad como si fueran brasas ardientes. Y enseguida supo lo que era. El vampiro ladeó la cabeza y su mirada la recorrió de arriba abajo. Movió el cuello hacia el otro lado y repitió el gesto. Kate dio un paso atrás, y el vampiro también se movió acortando la distancia, limitándose a mirarla.

—¿Te has perdido? —preguntó el vampiro con voz suave y melodiosa.

—No —se apresuró a responder Kate.

Tragó saliva.

—Entonces, ¿por qué corres tan asustada? —curioseó en tono malicioso.

—¡No estoy asustada! Corría porque me esperan en la mansión —respondió tratando de aparentar calma y seguridad—. Estoy aquí invitada por la familia Crain y no quisiera hacerles esperar. Así que si me disculpa —dijo con la firme esperanza de que ese comentario disuadiera al vampiro de cualquier despropósito. Al fin y al cabo, ¿quién estaría tan loco como para molestar a los Crain?

Kate rodeó al vampiro y se encaminó de nuevo a la mansión, esforzándose por mantener un ritmo tranquilo y acompasado al caminar. Lanzó una rápida mirada hacia atrás y comprobó aliviada que el misterioso ser no se movía.

—¡Ah!

Kate sintió cómo la sangre se le paralizaba en las venas. En un visto y no visto el vampiro se había deslizado hasta abordarla de nuevo. Ahora que se hallaban más cerca de la mansión, las luces de esta le ayudaron a verlo con más claridad. Tenía el cabello dorado, un poco más largo por delante que por detrás. Sus ojos eran de un azul oscuro, ligeramente rasgados, con unas pestañas largas y espesas. Era muy alto y esbelto y bajo la fina camisa de lino que vestía, pudo adivinar un cuerpo musculoso. Sonrió un poco al aproximarse a ella.

—No deberías caminar sola. La noche puede resultar peligrosa cuando no sabes lo que se esconde en ella —dijo con tono indiferente, y metió las manos en los bolsillos de su ancho pantalón de color beis.

—Dudo que aquí pueda correr algún peligro. William no lo permitiría y seguro que ahora estará buscándome —indicó a modo de aviso.

—¿William?

Kate asintió.

Una sonrisa arrogante se dibujó en los labios del vampiro, mientras deslizaba los ojos sobre ella logrando que se le pusiera la piel de gallina.

—Entonces deberíamos aliviar su preocupación. Nadie desea que el señor Crain se disguste, ¿verdad? —siseó entornando los ojos con un brillo malicioso.

Kate asintió de nuevo y el vampiro se estremeció con una risa silenciosa.

—Me aseguraré de que llegas de una pieza —dijo inclinándose sobre ella.

Sin avisar la tomó en brazos y echó a andar hacia la mansión. Kate quiso gritar, pero antes de que pudiera abrir la boca, él la dejó en el suelo junto a la fuente.

—No era necesario —gruñó ella, alisándose el vestido.

El vampiro esbozó una sonrisa torcida y sus ojos volaron a la puerta principal. William apareció en el umbral junto a Shane y Marie.

—¡Ahí estás! —señaló William con una sonrisa. Inmediatamente su expresión se transformó con un gesto de sorpresa—. ¡Robert!

El vampiro rubio sonrió.

—¡Por Dios, William! ¿No has encontrado ni una sola tienda decente donde comprarte algo de ropa? Mírate, pareces un vagabundo —dijo Robert, observando con una mueca de disgusto sus tejanos desgastados y la camiseta blanca.

William soltó una carcajada y abrazó a su hermano.

—No te preocupes, no pienso avergonzarte más de lo necesario —repuso divertido, y sus ojos se posaron en la chica, que los contemplaba algo aturdida—. Veo que ya has conocido a Kate.

—Aún no hemos hecho las presentaciones. Estábamos en ello —indicó Robert.

La miró con los ojos entornados, con una expresión depredadora que contrastaba con sus movimientos suaves.

Kate no dijo nada, incapaz de parpadear o de moverse. Robert poseía el encanto innato de William. Compartía la belleza de sus rasgos y ese aura oscura y atrayente que los convertía en el objeto de deseo de cualquier humano. Al fin y al cabo esas eran sus armas de caza. Pero Robert poseía algo más, algo que le encogía el corazón con un extraño sentimiento que no lograba descifrar.

—Kate, te presento a Robert, mi hermano —dijo William.

Robert la tomó de la mano y depositó un beso sobre sus nudillos, apenas la rozó con los labios, y lo hizo sin apartar ni un instante la vista de sus ojos.

—Si la belleza tuviera un nombre, ese sería el tuyo, querida. ¡Katherine! —lanzó su nombre al aire con tal sentimiento, que ella no pudo evitar alzar los ojos esperando verlo cobrar forma.

—¿Tratas de flirtear con mi novia? —preguntó William divertido.

Rodeó la cintura de Kate con el brazo y la acercó a su cuerpo.

—¡No, Dios me libre de semejante insensatez! —exclamó Robert—. Pero sería una mayor ofensa ignorar lo que es evidente. Y por desgracia, después de mil años, sigo siendo un enamorado de las hijas de Eva.

—¿Y qué opina Charlotte de esa declaración? —inquirió Marie tras él.

Una sonrisa iluminó el rostro de Robert y lentamente se giró hacia su hermana.

—No debes preocuparte por la hermosa Charlotte, ni suponer que entre nosotros había algo más que simples escarceos. Mi corazón es solo tuyo, mi dulce hermana.

Marie soltó una carcajada, fresca y clara como el agua de un manantial, y se lanzó a los brazos de Robert. Él la recogió en un cariñoso abrazo y la hizo girar en el aire.

—Eres un adulador, ¿lo sabías?

—Sí, y también un hermano preocupado —el tono de su voz se volvió frío de repente—. Casi pierdo el juicio cuando supe que te habías marchado sola. Fue una temeridad, podría haberte pasado cualquier cosa: renegados, cazavampiros… y Dios sabe qué más.

—Por favor, no seas melodramático. Sé cuidarme —replicó Marie bastante molesta.

—Robert —intervino William—, no la regañes. Ella sabe que no estuvo bien lo que hizo, pero se encontraba conmigo. Yo jamás hubiera permitido que le ocurriera nada.

—Sois mis hermanos, no podéis pretender que no me preocupe por vosotros. Protegeros es mi prioridad.

—Estaban protegidos —la voz grave de Shane resonó contra las piedras—. Esa también es nuestra prioridad.

Robert se giró hacia él y examinó con tranquilidad al licántropo, que le sostuvo la mirada con suficiencia y aplomo.

—Tú debes de ser Shane Solomon. He oído algunas cosas sobre ti que no dejan indiferente.

Shane realizó un leve gesto de cortesía con la cabeza.

—Yo también he oído algunas cosas sobre ti —respondió. Miró de soslayo a Marie. Ella bajó los ojos y una sonrisa turbada curvó sus labios.

La puerta principal volvió a abrirse y Aileen apareció como una hermosa visión.

—¿Pero que hacéis todos aquí? ¡Ah, Robert, me alegra que hayas regresado! Queda tanto por preparar.