William terminó de vestirse mientras Kate se daba una larga ducha borrando de su cuerpo cualquier rastro de los últimos dos días. Estaba agotado y sediento, había evitado tomar sangre por si ella la necesitaba, y no sabía cuánto tiempo iba a poder estar así. Esperaba que el envío urgente que la Fundación Crain les había remitido llegara pronto. Cinco vampiros en Heaven Falls ya eran demasiados para que la pobre Keyla los alimentara con sus pequeños robos al banco de sangre.
Se recostó en la cama y desde allí tuvo una amplia visión del baño a través de la puerta entreabierta. Kate, envuelta en una toalla, se miraba en el espejo con atención, recorriendo con los dedos la pálida piel de su rostro. Se inclinó sobre el lavabo para ver más de cerca sus ojos y después elevó el labio para observar sus diminutos colmillos.
—Sigues siendo preciosa, más aún —dijo él. Kate lo miró con escepticismo por encima del hombro.
—Mis ojos son violetas, ¿a cuántas personas conoces con unos ojos como estos? —preguntó de en vuelta a la habitación.
—Lo que yo decía, preciosa y única. —Esbozó una sonrisa torcida que también la hizo sonreír a ella.
—No vas a dejarme sola ni un segundo, ¿verdad? —inquirió Kate arrojándole la toalla con la que se estaba secando el pelo.
William negó con la cabeza y se encogió de hombros con una expresión de es lo que hay. Se levanto, fue hasta ella y le rodeó la cintura con los brazos, besándola en el hombro descubierto mientras rebuscaba en una pequeña maleta que Alice había preparado con algo de ropa.
—Quizá podamos salir un rato —dijo William. Ella asintió con una enorme sonrisa—, pero solo a la terraza, no nos alejaremos de la casa, ¿de acuerdo?
Kate volvió a asentir. Cogió unos pantalones y una camiseta, y empezó a vestirse.
Contemplaron abrazados el cielo cubierto de estrellas. Todo estaba tranquilo, en calma, sumido en una especie de hipnótico letargo. William cerró los ojos e inspiró reteniendo el nuevo olor de Kate en sus pulmones. No era del todo diferente, pero sí más intenso, y le provocaba miles de mariposas revoloteando en su interior descontroladas. Ella se estremeció y se puso tensa de repente.
—¿Qué? —preguntó él.
—¿Tú también lo oyes? —inquirió ella un poco nerviosa.
—¿El qué?
—Todos esos sonidos, el ruido, los golpes. El «pum pum» y el «zas zas», ese repiqueteo y los susurros.
William escuchó tratando de identificar esos sonidos. Sonrió y la estrechó con fuerza para que se sintiera mejor.
—El «pum pum» parece el latido de algún animal, probablemente el de algún ratón asustado. El «zas zas» son pájaros batiendo sus alas. El repiqueteo es del grifo que hay en el garaje, aún no he tenido tiempo de arreglarlo. Y los susurros solo son las hojas de los árboles agitadas por la brisa.
—¿Puedo oír el corazón de un ratón desde aquí? —preguntó muy sorprendida.
—Sí.
—¡Vaya! Es tan… —vaciló buscando las palabras.
—Abrumador, increíble, atrayente…
Kate rompió a reír.
—Sí. —De golpe se puso seria. Un halo de tristeza la rodeó y deshaciéndose del abrazo de William se alejó unos pasos. Alzó la cabeza y contempló el cielo—. Pero hay otras que no lo son tanto —suspiró—. No hay colores en la noche, no hay amarillos, ni azules, ni rojos… no hay luz.
—Kate, la única persona que puede conseguir que esta nueva vida sea buena eres tú. Yo puedo ayudarte, pero tienes que ser tú quien quiera seguir adelante.
Ella le sonrió con tristeza y volvió a contemplar la oscuridad.
—Tienes razón —dijo de pronto—. ¿Sabes? Creo que voy a plantar esas flores en la tierra. —Señaló unas macetas que había comprado unos días antes.
—Me parece una idea estupenda. Yo recogeré esas ramas y las hojas que derribó el viento, dejaremos un jardín precioso, ¿vale?
—Vale —respondió algo más animada.
Al cabo de un rato, William había amontonado todas las ramas junto al tocón y las cortaba para apilarlas en la leñera, la madera serviría para la chimenea. Kate seguía enfrascada en su tarea y colocaba piedrecitas blancas a modo de jardinera alrededor de las plantas. En ese momento Shane apareció en el jardín cargando con una caja.
—¡Hola, chicos! —saludó.
Miró a Kate y se alegró de verla en el exterior con tan buen aspecto.
William le hizo un gesto de bienvenida con la cabeza y se limpió las manos en los pantalones.
—¡Hola! —dijo Kate con una sonrisa, contenta de volver a verle. Se puso en pie y fue a su encuentro para darle un beso en la mejilla—. ¿Y Marie?
—Vendrá dentro de un rato. Y amenaza con traer otra de sus películas románticas. Si algún día me encuentro con Hugh Grant en persona, le daré un mordisco, te lo juro —refunfuñó.
Kate empezó a reír y le revolvió el pelo. Volvió junto a las plantas y se arrodilló para cavar otro agujero.
—¿Dónde pongo esto? —preguntó Shane a William.
—Ven, por ahora usaré la nevera de la cocina. Pero tendré que buscar un sitio un poco más discreto.
Entraron en la cocina y Shane dejó la caja refrigerada sobre la mesa. La abrió y empezó a sacar bolsas de sangre que William fue colocando en el frigorífico.
—Con esto tendréis para algunos días.
William asintió taciturno. Tomó una de las bolsas y se sirvió la mitad en un vaso. Apoyó la cadera contra la encimera y empezó a beber sin apartar los ojos de Kate.
—¿Cómo lo lleva? —preguntó el licántropo mientras la observaba.
—No sé para qué me molesto, jamás podré ver estas flores abiertas —gruñó Kate. Arrancó las flores con sus pétalos cerrados y las tiró lejos.
Entró en la cocina y desapareció camino de la sala, la oyeron subir las escaleras a toda prisa y entrar en el dormitorio dando un portazo. Algo de cristal se estrelló contra el suelo.
—Ahí tienes la respuesta —dijo William con un suspiro, y apuró la sangre de su vaso. Se sirvió el resto y salió fuera. Shane lo siguió—. No va a poder con todo esto, Shane. No puede vivir en la oscuridad y temo que acabe consumiéndose.
—Se acostumbrará.
—Tiene claustrofobia, ¿lo sabías? —Shane negó con la cabeza y frunció el ceño preocupado—. Parece un animal enjaulado en ese sótano, sufre.
—Podemos buscar una manera de sellar la casa durante el día, contraventanas de acero sobre rieles que puedan cerrarse de forma automática con un temporizador. Eso le dará espacio.
—Ya he pensado en ello. ¿Te importaría organizarlo?
—Está hecho.
—Aunque eso solo hará que la jaula sea un poco más grande —musitó.
—¿Y tú qué tal? Y no me digas que bien, porque sé que no es así.
—No quiero pensar. Intento no pensar. Pero no dejo de imaginar todas las formas posibles de asesinar a Adrien, voy a arrancarle el corazón con mis propias manos. ¿Sabéis algo de él?
—Como si se lo hubiera tragado la tierra, pero no dejaremos de buscar, lo encontraremos.
El vampiro asintió apretando los dientes y el odio se desbordó en su pecho como la lava de un volcán. Arrojó el vaso con la velocidad de un proyectil y este se hizo añicos contra el tronco de un árbol.
William terminó de recoger la sala después de que Shane y Marie se hubieran marchado. Kate seguía inmóvil junto a la ventana, contemplando el cielo, una tenue luminosidad anaranjada se intuía sobre los árboles.
—Debemos ir abajo, está amaneciendo —dijo William tras ella, le apartó el pelo de la nuca y la besó allí. Ella se abrazó los codos con un estremecimiento y continuó mirando por la ventana.
—No tienes por qué bajar conmigo —dijo ella al cabo de un minuto.
—No quiero separarme de ti.
—Estaré bien. Tú puedes salir, hazlo. Seguro que tienes cosas que hacer.
William la estrechó besándola en la coronilla y suspiró contra su pelo.
—Vamos —susurró, y la empujó con su cuerpo obligándola a caminar. Al llegar al principio de la escalera que bajaba al sótano, se detuvo y la cogió de la barbilla para que lo mirara—. Lo intentaremos.
—¿Qué?
—Eres fuerte y muy cabezota, mucho. Así que, si te lo propones, es posible que puedas controlarte.
—¿De qué hablas?
—Esta noche saldremos. —Ella abrió los ojos como platos al oír sus palabras—. Iremos al pueblo, si funciona, intentaremos ver a Alice otra noche.
Kate se lanzó a su cuello y lo abrazó con tanta fuerza que le crujieron todos los huesos de la espalda, tuvo que apartarla.
—Cuidado, ahora podrías romperme las costillas —dijo con una mueca de dolor. Sonrió al ver su mirada estupefacta y le apartó un mechón de la cara con la mano.
—Ahora soy fuerte, ya no tienes que tratarme como si pudiera romperme con el más mínimo roce.
William se encogió de hombros.
—Supongo que no —respondió. Miró hacia a las ventanas, la luz comenzaba a entrar—. He puesto un televisor abajo. Toca cine. ¿Qué te apetece ver… La Cosa o La Guerra de los Mundos? La versión antigua, por supuesto.
Kate frunció el ceño como si pensara.
—Creo que tengo otra cosa en mente —dijo agarrándolo por la camisa y atrayéndolo hacia ella con una sonrisa coqueta.
William empezó a reír, convencido de que lo arriesgaría todo, hasta su propia alma, por verla siempre así de feliz.
—¡Mujer insaciable! —replicó tomándola en brazos.
—¿Por qué me miran así? —preguntó Kate a William al doblar la esquina, unos chicos que salía de una pizzería se habían detenido para mirarla sin ningún disimulo.
—¿Qué por qué? Estoy a punto de volver y licuarles el cerebro para que dejen de pensar esas cosas —replicó él lanzando una mirada furibunda por encima del hombro.
Kate se detuvo y lo miró a los ojos con curiosidad.
—¿Sabes lo que piensan?
—No, pero no es necesario, solo había que verles las caras.
Kate ladeó la cabeza y sonrió.
—Así que… a ti pueden acosarte mis amigas —dijo recordando cómo reaccionaba Carol cada vez que se encontraba cerca de él—, y a mí no pueden mirarme unos chicos —lo cuestionó.
—Digamos que… sí —admitió.
Kate sonrió. El suave sonido de su voz la colmaba de felicidad, sin importarle las tonterías que estuviera diciendo por culpa de sus celos tontos.
—Se fijan en mí por lo que soy, como te ocurre a ti, ¿no es cierto? Las chicas siempre te miran como si fueran a devorarte.
William le rodeó los hombros con el brazo y continuaron caminando.
—El encanto vampírico, irresistible. Pero tú no lo necesitas, te miran porque eres preciosa. ¿Cómo estás? —preguntó al notar que seguía tensa, incapaz de relajar los músculos.
—Tenías razón —admitió con voz ronca—. El latido de sus corazones, la sangre fluyendo por sus venas… A veces es lo único que oigo en mi cabeza. Pero tranquilo —añadió al ver que él se detenía alerta—, por ahora no tengo el deseo de lanzarme al cuello de nadie.
—Bien, lo estás haciendo muy bien. Tienes que acostumbrarte a moverte poco a poco entre ellos. Ahora no estás sedienta, pero puede que en otra ocasión sí lo estés y entonces será muy importante que hayas desarrollado toda la resistencia posible a tus instintos.
—Ellos, lo dices de una forma…
—Las cosas son así. Ahora son ellos a un lado, y tú y yo al otro. —Hizo una pausa y olfateó el aire—. Carol doblará esa esquina dentro de unos segundos, seguro que se parará para hablar con nosotros. Podemos evitarlo si no estás segura.
—No, está bien, pero… ¿cómo lo sabes?
—Tú también lo sabrías si prestaras atención. Vamos, inténtalo.
Kate inspiró con una profunda inhalación, decenas de olores llegaron a su olfato, olores que ni siquiera sabía que existían, solapándose unos a otros de tal forma que al final no conseguía distinguir ninguno con claridad.
—Me estoy mareando —dijo mientras se tapaba la nariz con la mano.
—Tienes que separarlos e ir descartando, no es tan difícil como parece —le indicó tomándola de los hombros para que se concentrara solo en él.
Kate lo intentó de nuevo. Al principio no consiguió nada, pero después pudo diferenciar un par de ellos y apartarlos. En segundos lo tenía dominado y encontró el que buscaba, justo cuando su amiga dobló la esquina.
—¡Eh, que sorpresa! —exclamó Carol—. Creí que tenías gripe, o eso me dijo ese amigo tuyo, Jared.
—Estoy mejor, gracias.
—Pues si lo hubiera sabido, te habría llamado para la fiesta —repuso con un mohín.
—¿Fiesta?
—¡Sí, pero daos por invitados, venid conmigo! Ya deben de estar todos allí. —Hizo un gesto con la cabeza animándolos a seguirla—. Aunque se supone que es una sorpresa y que yo no tengo ni idea, por lo que tendréis que fingir asombro y abrir mucho los ojos… Ya sabéis, en plan… ¡Ooooh!
—Sí —susurró Kate algo abrumada.
Carol sacudió la cabeza mientras contemplaba a su amiga.
—No tienes ni idea de lo que te estoy hablando.
—No, lo siento —reconoció Kate apenada.
—¡Mi cumpleaños! Llevo dos semanas hablando de ello.
—¡Es cierto! Lo siento, lo olvidé —se disculpó Kate—. ¡Felicidades!
—Feliz cumpleaños, Carol —dijo William.
Carol arrugó el ceño, pero inmediatamente sonrió.
—Vale, te perdono si me das un abrazo. —Se lanzó al cuello de Kate estrechándole con fuerza mientras soltaba una risita floja—. ¡Diecinueve añazos, ya soy toda una abuelita!
Kate sintió como si le hubieran pinchado adrenalina directamente en el corazón. La piel de Carol parecía fuego en contacto con la suya. Olía de maravilla, a fruta y a sal, vida en estado puro. Comenzó a temblar asustada. El murmullo de la sangre de Carol la estaba mareando, y los colmillos presionaban en sus encías. De repente su amiga se apartó, justo cuando que creía que no podría controlarse ni un segundo más.
—¿Y tú no me vas a dar un abrazo? —le dijo a William. Él la estrechó un instante y volvió a felicitarla. Se separó completamente ruborizada—. Bueno, ¿os apetece ir de fiesta?
—Gracias, Carol, pero Kate aún no está completamente restablecida y creo que voy a llevarla a casa —replicó William con su mejor sonrisa.
—Está bien. Cuídate esa gripe, ¿vale? —le dijo a su amiga mientras se alejaba.
A Kate le flojearon las piernas y William apenas tuvo tiempo de sujetarla por los codos y aguantar su peso.
—Ha sido horrible —dijo ella con la voz ronca—. He pensado en morderla. Lo he considerado de verdad y, por un momento, he llegado a convencerme de que estaría bien… de que no pasaría nada… —William la abrazó y ella enterró el rostro en su pecho—. ¿Así es cómo te sentías cuando estabas conmigo?
William le puso las manos a ambos lados del rostro y la obligó a mirarlo.
—Solo a veces, y porque lo que yo siento por ti es tan intenso que se magnifica en todos los sentidos.
—¡Dios mío! Estar conmigo te hacía sufrir y aun así querías que continuáramos juntos.
—Porque te quiero. Verte cada día, acariciarte, lo compensa todo. Kate, escúchame, mejorará con el tiempo, lo que sientes no será tan intenso. Fíjate en Robert y en Marie, se relacionan con humanos sin ningún problema. Y cuando no estés segura, aléjate. —La besó en la frente.
—Pues alejémonos —susurró mirando con miedo a las personas que pasaban junto a ellos.
William le rodeó los hombros como si fuera un escudo protector. Se alejaron de las zonas concurridas y pronto encontraron una calle desierta y poco iluminada.
—¿Lista? —preguntó él. Kate asintió—. Cierra los ojos —le susurró antes de desvanecerse con ella en brazos.
Kate leyó el último párrafo del libro y lo cerró. Se levantó y lo puso sobre el que había leído el día anterior. A ese ritmo, pronto tendría una buena pila. Pensó en terminar de recortar y pegar el resto de fotografías en el álbum que estaba montando. Inmediatamente se arrepintió, no tenía ánimo para contemplar paisajes bajo el sol, días de instituto, recuerdos de cosas que no podría volver a disfrutar.
Conforme avanzaban las horas, más deprimida se sentía. Había telefoneado a Alice a media mañana, conversaron un ratito y al despedirse, cuando le preguntó por milésima vez si se estaba tomando los antigripales y si comía bien, estuvo a punto de contarle la verdad. Se sentía fatal por tener que mentirle de la forma en que lo estaba haciendo. William insistía en que una mentira piadosa no era una mentira en sí, que la verdad en el mundo vampiro era muy relativa; y ella deseaba que llegara el día en el que pudiera verlo de esa forma. Por ahora se sentía como una sucia embustera.
Miró su reloj y soltó un gruñido, faltaba una eternidad para que anocheciera. Empezó a andar de un lado para otro, mirándose los pies para ignorar el techo y las paredes que tenía alrededor. No conseguía acostumbrarse a estar encerrada, ni siquiera lo toleraba. Superaba las horas a duras penas y casi todo el mérito era de William, que no la dejaba sola ni un segundo. Pero esa mañana lo había convencido para que saliera. Llevaba días posponiendo sus obligaciones, y aún tenía que recoger algunas de sus cosas de casa de los Solomon, como el ordenador portátil. Lo mantenía allí por la conexión a Internet, otra de las cosas que necesitaban en casa. Cuando te tienes que pasar media vida bajo tierra, aislada del mundo, necesitas de las nuevas tecnologías para no perder el contacto con lo que ocurre fuera.
Pensó en llamarlo, solo para escuchar su voz y tranquilizarse con su sonido, pero entonces él se preocuparía. Pensaría que algo no iba bien y regresaría, abandonando todo lo que estuviera haciendo.
Se sentó en el sillón, cerró los ojos, e intentó relajarse. Suspiró, ni siquiera disponía de un poco de silencio para conseguirlo. Infinidad de sonidos vibraban en el aire. En el jardín algún animal olisqueaba las plantas, con seguridad un conejo; los pájaros trinaban en el tejado. Había partes de la casa que no dejaban de crujir; hasta podía oír la corriente eléctrica viajando por los cables, un chisporroteo que podía acabar poniéndola de los nervios.
Sobre su cabeza sonaron unos pasos. Miró hacia arriba y vio una araña de largas patas correteando por el techo. Pensó que era asquerosa, con todas esas patas peludas y ese cuerpo regordete. ¿Cuánta sangre podría tener en su cuerpo un animal como aquél? Cerró los ojos y apretó los párpados con fuerza. ¿De verdad había pensado aquello? ¡Por Dios, estaba pensando en la sangre de aquel bicho! Cuando William le decía que al principio la sangre era una obsesión, que no se calmaba por más que bebieras, debía de referirse a aquello.
Buscó el termo, necesitaba beber. Al menos eso la tranquilizaría un rato. Lo abrió.
—¡No, no! —susurró agitando el bote, no quedaba ni una gota. William lo había dejado lleno antes de irse y no recordaba habérsela bebido.
Ahora no podía pensar en otra cosa. Necesitaba beber, le dolía el estómago, tenía la garganta seca…
Contempló la escalera. Vaciló unos segundos, sabía que no era buena idea, pero al final se puso en pie y subió los peldaños. Abrió la puerta un poco y la luz le taladró los ojos, se los frotó y poco a poco pudo distinguir lo que tenía alrededor. Salió afuera y se pegó a la pared, desde allí contempló la sala. La distancia hasta la cocina era muy grande y haces de luz se colaban a través de las ventanas convirtiendo la habitación en una trampa mortal. Pensó qué hacer. Si tenía cuidado podría evitar los rayos de sol y llegar hasta la nevera.
Se pegó a la pared todo lo que pudo y avanzó de puntillas como si recorriera el borde de un precipicio. Dobló la primera esquina y se agachó para pasar por debajo de un haz que rebotaba en la pared. Gateó tras el sofá, desde allí había unos cinco metros hasta la puerta de la cocina y todo estaba en sombras. Se puso en pie con una sonrisa de triunfo en los labios. Sin embargo, un sexto sentido la urgía a que regresara al sótano. Pero la nevera estaba tan cerca.
Aceleró el paso e inmediatamente se detuvo mirando a su alrededor. Asustada comprobó que las sombras se movían. Miró hacia las ventanas, había nubes en el cielo que ocultaban el sol, pero estas se estaban moviendo. La primera trazada le dio de lleno en el brazo, al principio se sorprendió de no sentir nada, entonces el dolor surgió insoportable y la piel comenzó a echarle humo.
Gritó y cayó al suelo, se arrastró como pudo. Volvió a gritar, esta vez el sol le había tocado la pierna. Consiguió llegar a la puerta del sótano y entró lanzándose escaleras abajo. Apoyó la espalda contra la pared para no desplomarse y se revisó la piel. Tenía ampollas por todo el brazo y las piernas, y le dolían horrores. Dejó que su espalda resbalara por la pared hasta sentarse en el suelo y se encogió abrazándose las rodillas mientras se mecía, concentrándose en el movimiento para no pensar en las quemaduras. Para su alivio y asombro se curaron en pocos minutos, pero la experiencia la había dejado exhausta y más sedienta.
Miró de reojo a la escalera y aguzó el oído. Se puso en pie, alguien se acercaba a la casa corriendo por el camino. Podía oír con total nitidez la gravilla crujiendo bajo el peso de los pies y una respiración acelerada que parecía un silbido. El timbre de la puerta sonó un segundo después.
—Kate, ¿estás ahí?
A Kate se le doblaron las rodillas y casi se cae de culo al oír la voz de Jill. Había regresado, su mejor amiga estaba allí y… ¡No podía entrar de ninguna manera, no podía acercarse a ella! Jill no sabía nada de su nueva situación. Todos habían guardado silencio para no estropear la luna de miel de los recién casados. Kate sabía que su amiga lo dejaría todo y regresaría para estar con ella, por eso se lo había ocultado.
La oyó dar media vuelta y alejarse, detenerse y dar media vuelta otra vez, para a continuación rodear la casa.
—Vete, vete, vete, por favor —susurró Kate, consciente del peligro que entrañaba aquella situación.
Era una vampira, recién convertida, sin apenas control de sí misma y muy sedienta.
La puerta corredera de la cocina se abrió.
—¿Kate, dónde estás? —canturreó Jill a pleno pulmón y Kate pensó que iban a reventarle los tímpanos. ¿Desde cuándo tenía Jill aquella voz tan aguda? Guardó silencio, con suerte se convencería de que allí no había nadie.
—¡Vamos, sé que estás por aquí! En la entrada está tu precioso coche nuevo, ¿y sabes por qué sé que es tuyo?, porque la marca la elegí yo… —alargó la o con otro grito—. ¡Madre mía, esta casa es una pasada! —exclamó desde el salón—. Si estás en el baño, no me importa, voy a subir —dijo junto a la escalera.
Kate dio un paso atrás y sin darse cuenta pisó el termo, que rodó por el suelo con un ruido metálico.
—Nena, ¿estás ahí abajo?
Kate se mordió el labio y se frotó las mejillas con frustración.
—Sí, pero no bajes —contestó nerviosa.
—¡Cómo que no baje! ¿Eso es lo que me dices después de casi tres semanas sin vernos? Ni cómo estás, ni cómo te ha ido, ni un me alegro de verte o te he echado de menos. —Empezó a descender la escalera, lo hacía despacio porque no había luz y sus ojos tardaban en acostumbrase a la penumbra—. A ti te pasa algo.
—Jill, por favor, no bajes, te lo digo en serio. Mira, sí que pasa algo, pero ahora no puedo contártelo. Más tarde, te lo prometo… ¡No bajes! —le ordenó cuando vio sus pies aparecer en los peldaños.
—¿Qué pasa, Kate? Me estás preocupando —dijo al llegar abajo.
Kate le dio la espalda y se alejó de ella poniéndose de cara a la pared en una de las esquinas. Se cubrió el rostro con las manos para no oler la sangre de su amiga.
—Cariño, ¿qué haces aquí abajo a oscuras? —preguntó Jill sin apartar los ojos de ella.
—¿Cuándo has llegado? —preguntó Kate a su vez. Jill se detuvo a su espalda, podía sentir su mirada fija y se alejó refugiándose en la otra esquina.
—Hace unos minutos, ni siquiera he pasado por casa. Le pedí a Evan que me dejara en el camino, porque no podía esperar a verte. Él… él ha ido a deshacer el equipaje —respondió mientras se acercaba de nuevo a Kate—. ¿Por qué te escondes de mí? ¿Qué te pasa? —puso la mano en su hombro intentando que se girara.
—¡Nada! —le espetó Kate de malos modos a la vez que la apartaba de un empujón, con tanta fuerza que Jill salió despedida hacia atrás estrellándose contra un montón de cajas.
Kate se quedó inmóvil un instante, sin dar crédito a lo que acababa de hacer. Corrió a ayudar a su amiga, se arrodilló junto a ella y la sujetó por los brazos para que pudiera sentarse.
—¿Estás bien? No sé… no sé que me ha pasado. Yo… yo jamás te haría… —Sus ojos se posaron en la herida que Jill se había hecho por encima de la muñeca—… daño —terminó de decir sumiéndose en un peligroso trance.
Cerró los ojos inspirando el olor de la sangre fresca que manaba del brazo, lo acercó a su rostro y volvió a inspirar. Una parte de su cerebro empezó a protestar urgiéndola a apartarse, la otra la apremiaba a beber, y tenía tanta sed que esa segunda parte era la que más la atraía. Abrió los ojos teñidos de violeta y miró a Jill con una sonrisa que mostraba un atisbo de sus diminutos colmillos, la sonrisa tranquilizadora del depredador antes de abalanzarse sobre su presa.
—¡Dios mío, eres un…! —exclamó Jill sin poder terminar la frase. Kate le puso un dedo en los labios y siseó para hacerla callar, mirando fascinada cómo resbalaba la sangre por su brazo. Sintió el ansia que esa visión le provocaba.
—Kate, suéltame —replicó Jill con tono imperioso. Ya sabía bastante del mundo de los vampiros y los licántropos como para saber qué le ocurría a Kate y en lo que estaba pensando. Kate parpadeó confundida, su voz severa hizo que se fijara de nuevo en su rostro—. Suéltame el brazo.
—No puedo, no aguanto más. Te dije que no bajaras —susurró compungida, avergonzada y culpable.
De repente una ráfaga de aire frió congeló el sótano. William apareció en la escalera y en un visto y no visto apartó a Kate sujetándola por la cintura. Ella empezó a forcejear, golpeando como podía con brazos y piernas, sin poder apartar la vista de la sangre. A él no le quedó más remedio que estamparla contra la pared y sujetarla por el cuello con una mano, mientras trataba de inmovilizarla con su cuerpo. Kate no dejaba de gruñir y de retorcerse para liberarse.
—Tú eres más fuerte que todo esto, eres la persona más fuerte que conozco —le dijo William al oído—. Escúchame, cariño, no dejes que te domine, no mires la sangre sino a Jill. Mírala a ella, es tu amiga y no quieres hacerle daño. —Ella persistía en zafarse. Y él le gritó mientras la zarandeaba—. ¡Maldita sea, Kate, nunca podrías perdonártelo! Yo lo sé y tú también.
Kate dejó de forcejear. Parpadeó como si despertara de un mal sueño y fijó sus ojos en William, que le devolvía una mirada angustiada. Se abrazó a él con todas sus fuerzas.
—Lo siento —gimió mirando a Jill por encima del hombro del chico—. Lo siento mucho. Yo jamás… Soy horrible —se le atragantaron las palabras y hundió el rostro en el pecho de William.
Jill se levantó del suelo con esfuerzo, bastante magullada por el golpe.
—Tú no eres horrible —le dijo a Kate. Ella alzó el rostro desolada y Jill le sonrió con ternura—. Somos hermanas, juntas pase lo que pase, ¿recuerdas? No importa lo que haya pasado.
Kate asintió y se abrazó con más fuerza al cuello de William.
—Ya no soy la misma.
—Sí lo eres, para mí sigues siendo la de siempre.
Kate gimió sin poder contestar.
—Jill, será mejor que subas a lavarte ese brazo, yo iré en un minuto —dijo William.
—Sí —contestó. Miró a Kate sin dejar de sonreírle—. Nos vemos después, ¿vale?
William entró en la cocina y se sentó a la mesa frente a Jill. Apoyó los codos sobre la madera tapándose el rostro con las manos. Estuvo así unos segundos, tratando de mantener la compostura y no venirse abajo. Kate estaba destrozada por lo sucedido, se había sentado a oscuras con la vista fija en la pared y sin decir una palabra. Solo se había movido para devolverle el termo vacío.
—¿Estás bien? —preguntó al fin con un suspiro.
—Sí, no te preocupes por mí —respondió Jill—. ¿Cómo está ella?
—Ahora está mejor. La sed en un neófito es tan dolorosa que son incapaces de controlarse —dijo a modo de justificación. Guardó silencio mientras sostenía la mirada preocupada de Jill—. Ha sido culpa mía, no debí dejarla sola —se lamentó—. ¿Quieres que te cuente algo gracioso? Estoy aterrado. No sé si cuido bien de ella, quizá deba llevármela lejos de aquí hasta que no sea tan peligrosa para los humanos.
—¿Y adónde te la llevarías? —preguntó Jill en un tono que dejaba claro que no estaba de acuerdo con esa idea.
—A cualquier parte donde el humano más cercano esté a muchos kilómetros de nosotros. —Hizo una pausa y la miró a los ojos—. Kate es increíblemente fuerte, más de lo que imaginaba. Tiene una capacidad de autocontrol que ni yo mismo conseguí hasta muchos meses después de convertirme, pero supongo que no es suficiente.
—Sí lo es —aseguró Jill. Alargó su mano por encima de la mesa y cogió la de él, le dio un ligero apretón de consuelo—. No creo que me hubiera mordido, ella es incapaz de dañar a nadie por muy vampira que sea.
William sonrió y le devolvió el apretón. Nunca se habían entendido muy bien, desde el principio había existido entre ellos una especie de muro de antipatía que quizá se debiera a una simple cuestión de celos absurdos. Pero estaba claro que ambos la querían y que no soportaban verla sufrir.
—Tienes razón.
—La tengo. Tú mismo lo has dicho, tiene una capacidad de autocontrol increíble.
—Sí.
—Sí —repitió Jill, asintiendo compulsivamente—. Por eso aquí nunca ha pasado nada. Kate no me ha atacado y lo del brazo me lo he hecho al caerme de vuelta a casa. Ni Evan ni nadie tiene que saber qué ha ocurrido aquí, ¿de acuerdo? ¿De acuerdo? —insistió al ver que William dudaba.
—Sí —respondió.
—Bien. —Hizo una pausa y se inclinó sobre la mesa—. ¿Ha sido Adrien? ¿Fue él?
El vampiro la miró estupefacto, y ella añadió:
—No me mires así, jamás pensaría que has sido tú. Y ese tipo nunca me ha dado buena espina.
William se puso en pie de repente. Fue hasta la ventana, se detuvo un instante y volvió sobre sus pasos.
—Fue Adrien. Y no hay que ser adivino para saber el porqué. Quiere machacarme, destrozarme, y lo ha conseguido. Está seguro de que romperé la maldición por ella.
—¿Y lo harás?
—Kate me lo ha prohibido. Dice que romperá nuestro compromiso si lo hago —respondió con una lúgubre sonrisa. Habían tenido esa conversación una decena de veces y Kate siempre la zanjaba de la misma forma. Le prohibía tajantemente que contemplara esa posibilidad. «Lo hecho, hecho está, y no sabemos qué consecuencias puede acarrear cumplir la profecía», decía sin vacilar.
Jill también sonrió y se reclinó en la silla.
—¿De verdad sería tan malo que esa estúpida profecía se cumpliera?
William se acercó de nuevo a la cristalera y la abrió para que entrara el aire y aliviara el ambiente sobrecargado por el olor de la sangre de Jill. Se quedó allí parado, contemplando cómo la tarde avanzaba. En pocas horas el sol se pondría y Kate saldría de su encierro. Necesitaba con urgencia que Shane pusiera las persianas de acero en las ventanas, para que durante el día no necesitara encerrarse en aquel frío e incómodo sótano que le provocaba una claustrofobia insoportable.
Jill se levantó de la silla y fue a su lado, le rozó el brazo con afecto para traerlo de vuelta de sus pensamientos. William ladeó la cabeza y le sonrió.
—Los renegados no son estúpidos, por eso se alimentan de vosotros de una forma que no llame la atención, ¿y sabes cuál es el motivo principal? —Jill negó con la cabeza—. Que son vulnerables durante el día y eso es una desventaja muy grande. Pero si no temieran al sol nada les detendría, saldrían a la luz y, para cuando los humanos fueran conscientes del peligro, habría tantos convertidos que…
—¡Vale, vale, me hago una idea! —exclamó Jill frotándose los brazos—. Tengo que irme, pero volveré más tarde. Sé que me necesita y quiero estar con ella.
William asintió.
—Gracias, eres su mejor amiga, puede que entre los dos consigamos que supere todo esto.
—Lo hará, ya lo verás —aseguró Jill.