37

Kate se dirigió en su resplandeciente coche hasta la que sería su nueva casa muy pronto. El más leve roce sobre el acelerador y aquel vehículo pasaba de cero a cien en un suspiro. Sonrió encantada, ya no tenía que ir encorvada sobre el volante mientras lo sujetaba con fuerza como si así pudiera hacer que fuera más deprisa, como cuando conducía su viejo Volkswagen.

Llegó a la bifurcación, giró a la izquierda y el corazón comenzó a latirle con fuerza. Se le encogió el estómago con la sensación de tenerlo lleno de mariposas y sus labios se curvaron dibujando una sonrisa imposible de borrar.

Se detuvo frente a la entrada y sacó las llaves del bolsillo de sus vaqueros. Su sonrisa se ensanchó mientras pensaba que no iba a costarle mucho acostumbrarse a todo aquello.

—¡William! —lo llamó al entrar. Dejó las llaves sobre la repisa de la chimenea—. ¡William! —insistió.

Subió a la planta de arriba, en el pasillo encontró un par de cajas con un matasellos inglés y no pudo resistir la tentación de curiosear dentro. Eran algunas de las pertenencias que William tenía en Blackhill House: unos pocos libros, fotografías, un estuche con lo que parecía una colección de relojes…

Salió de la casa por la parte trasera, a través de la cocina.

—¡William! —insistió—. ¿Dónde se habrá metido?

El aire se agitó con una especie de onda expansiva que retumbó dentro de su pecho y después otra algo más fuerte, seguida de un estruendo en el bosque. Siguió esa dirección, deslizándose bajo las ramas de los árboles y saltando sobre sus raíces nudosas. Alcanzó la orilla del arroyo y la siguió con paso vacilante por culpa de los guijarros arrastrados en la última crecida.

De nuevo aquella vibración y el ruido de algo desintegrándose. Lo encontró junto a la cascada. Abrió la boca para llamarlo, pero el nombre se le atragantó. William había agitado su mano y una especie de fuerza invisible había surgido de ella, doblando ramas y troncos hasta impactar contra una roca al otro lado del arroyo. Lanzó aquella cosa una vez más, dos, y la roca quedó reducida a grava y polvo.

—Empecé a hacerlo esta mañana, sin saber cómo. Casi mato a Shane —dijo William mirándose las manos. Se giró y su cara se iluminó al contemplar a Kate.

—Llevo un rato llamándote —dijo ella un poco preocupada.

—Lo siento, debía de estar muy concentrado.

—Sí, tan concentrado que si llego a ser otra persona, ahora tu secreto ya no sería tan secreto. ¡William, podría haberte visto cualquiera!

Él esbozó una sonrisa compungida, se acercó a ella y la abrazó por la cintura.

—Me gusta que te preocupes por mí. —La besó en los labios—. Pero necesito saber cómo funciona, aprender a controlarlo. Cuanto más fuerte sea y más poderes domine, más posibilidades tendré de vencer.

—Vencer a Adrien —musitó ella desviando la mirada—. No has encontrado nada en ese diario, ¿verdad?

William negó con la cabeza.

—El diario nos condujo al viejo granero de Cave Creek, dentro había una especie de cripta. Pero si el cáliz estaba allí, ya no está, alguien se nos adelantó. La habían abierto hace poco, supongo que Adrien, por lo que no sé si lo ha encontrado o no.

—¿En el granero? Yo estuve allí con Adrien poco después de que llegara al pueblo. Estuvo rebuscando bajo las tablas del suelo.

William la soltó y se frotó la mandíbula tratando de esconder su disgusto.

—No me habías contado nada de eso.

—Es que no le di importancia —aseguró ella—, de eso hace ya varias semanas, antes de que tú volvieras.

—¿Sabes si sacó algo de allí?

Kate meneó la cabeza.

—No, al menos cuando estuvo conmigo —respondió con timidez. No quería que William se enfadara con ella, ni que esos estúpidos celos que sentía hacia Adrien volvieran a hacerle dudar de lo que sentía por él—. Eso fue al poco de llegar y desde entonces me consta que ha seguido buscando ese cáliz. ¡Y espero que lo siga buscando toda su vida! Si esa cosa no aparece, nadie saldrá herido —dijo con malestar.

William le acarició la mejilla y la besó en el pelo mientras la abrazaba.

—Kate —susurró. La meció entre sus brazos—. Solo es cuestión de tiempo que aparezca, lo hará, así está escrito. Por eso no tengo opciones, ya no sé dónde más buscar y no puedo dejar que sea Adrien el que se haga con él. Necesito que lo entiendas, necesito que comprendas que debo hacerlo.

—Pero si te ocurre algo, yo… William, estamos planeando un futuro juntos, ¿qué pasa con eso? ¿Qué futuro nos espera si te matan?

—No va a sucederme nada, muerto no les sirvo. —Le tomó el rostro entre las manos y la obligó a alzarlo para que lo mirara a los ojos—. ¿Tan poco confías en mí? Soy tan fuerte como él.

—Pero él… —Hizo una mueca de desprecio—, él mata personas, se apodera de su esencia y eso le hace muy fuerte.

—Matar a un ser humano y arrebatarle su esencia es como un veneno para un vampiro. Esa esencia se transforma en oscuridad, en maldad. El odio, la ira, la venganza… son sentimientos de una fuerza inagotable, y si los potencias te conviertes en algo imparable; aunque también te destruyen poco a poco. Pero yo he descubierto que otros sentimientos pueden hacerte igual de fuerte, incluso más. Existe otro veneno por el que yo me dejaría dominar para siempre: mi amor por ti y el miedo a perderte. No hay nada más fuerte que eso. Contigo a mi lado soy invencible.

Kate sonrió, se puso de puntillas y lo besó en los labios. William se estremeció con un gemido y su cuerpo empezó a brillar con una tenue luz. Abrió los ojos para mirarla, cada vez eran más plateados, con pequeñas máculas azules y una pupila negra y brillante en la que podía verse reflejada. Sonrió y poco a poco recuperaron su color, ese color azul en el que adoraba sumergirse.

—Eres tan hermoso —susurró con la frente sobre su pecho.

—He temido que todos estos cambios te dieran miedo —musitó William algo inseguro.

—¡No! Aunque… —Se mordió el labio y desvió la mirada.

—¿Qué?

—Bueno, eres medio ángel. Yo siempre he creído en Dios y todo eso. ¿Técnicamente esto es un sacrilegio? El que te quiera y… te desee.

Una sonrisita burlona se dibujó en la cara de William y esta vez sus ojos se iluminaron con un destello púrpura.

—¿Me deseas? —preguntó en un tonito insinuante.

Kate se ruborizó, tanto que su cara parecía una tea ardiente.

—No me hagas contestar a eso —respondió cerrando los ojos.

—Yo también te deseo —susurró él junto a su oído—. Y no me importa si es sacrilegio, técnicamente no soy un ángel.

—Técnicamente sí lo eres —dijo una voz.

Ambos dieron un respingo y, por instinto, William tiró de Kate ocultándola tras su espalda.

Gabriel, vestido completamente de blanco, estaba bajo uno de los árboles con la espalda apoyada en el tronco, partiendo ramitas con los dedos.

—¿Quién es? —preguntó Kate en voz baja.

—Gabriel —respondió William sin abandonar su postura tensa.

—Técnicamente, sí lo eres —repitió el arcángel. Se enderezó y se acercó a ellos sin prisa—. Esa parte de ti está dominando casi por completo tu naturaleza vampira. Aunque hay rasgos que serán imposibles de eliminar: el deseo de sangre y esa sombra oscura que oculta tu alma. Por lo demás, nada te diferencia de mí. —Tiró la última ramita al suelo y se sacudió las manos centrando su atención en Kate—. Por lo que sí es un sacrilegio vuestra unión. ¡Pero a quién le importa! A mí no. —Ladeó la cabeza y sonrió sin apartar la vista de ella, le ofreció la mano.

—Kate, ¿por qué no vas a casa? Yo iré en un minuto —dijo William.

—Tranquilo, William, solo quiero tocar su mano —replicó el arcángel.

Kate salió de detrás de William y con un nudo en el estómago dejó que su mano descansara sobre la palma de ángel. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y de golpe se relajó. El ambiente empezó a oler a tarta de manzana, después a ceras de colores como las que usaba en el colegio cuando era pequeña, a la colonia de su padre, a la crema de manos de Alice y… a la piel de William cuando la abrazaba.

El aire a su alrededor era suave como plumas y sonrió con esa sensación de bienestar con la que despertaba después de dormir toda una noche a pierna suelta. Entonces Gabriel apartó la mano y todo se desvaneció. Abrió los ojos sorprendida, pero la mirada estupefacta de Gabriel sobre ella lo era aún más.

—Hacía tiempo que no encontraba tanta pureza en un único ser —dijo Gabriel entornando los ojos—. No cruzaste, me preguntó por qué.

—¿Cruzar? ¿Adónde? —preguntó Kate.

Gabriel sonrió con condescendencia y miró hacia la otra orilla del arroyo. Contempló los destrozos que William había provocado.

—Veo que tus poderes aparecen con rapidez. Eso es bueno. Aprende a controlarlos, hasta que no necesites pensar en ellos para usarlos.

—No es tan fácil, necesito concentrarme tanto que dejo de prestar atención a lo que me rodea, y me vuelvo vulnerable.

—Eso es porque tienes demasiadas dudas sobre ti mismo, acepta de una vez lo que eres y verás como simplemente fluyen.

Chasqueó los dedos y una llama apareció flotando en el aire. La tomó en la palma de la mano y la llama creció hasta convertirse en una bola del tamaño de una pelota. Con un rápido movimiento la lanzó convertida en una llamarada, en una larga lengua de fuego que envolvió por completo un enorme pino. El árbol comenzó a arder sin control, con un sonoro crepitar que retumbaba por todas partes, rebotando entre las piedras cada vez con más intensidad. Entonces Gabriel hizo un nuevo movimiento y el fuego desapareció como si un agujero se lo hubiera tragado. Se giró hacia William.

—Ahora tú.

William sonrió sin dar crédito a lo que acaba de ver, seguro de que jamás podría hacer algo así. Rindiéndose incluso antes de intentarlo.

—Sabes hacerlo, está en ti. Inténtalo —insistió Gabriel y esta vez su tono era imperioso.

William se apartó de Kate por miedo a dañarla y suspiró. Miró con atención el pino intacto. Inspiró un par de veces y concentró toda su atención en la palma de su mano. Nada. Gabriel se colocó a su espalda.

—No te esfuerces, relájate —el tono de su voz resultaba tranquilizador—. Imagina esa llama y aliméntala.

—¡No puedo! —exclamó William. Se llevó las manos a la cabeza y se apretó las sienes—. Siento como si la cabeza me fuera a estallar.

—Eso es porque continuas pensando. Vacía tu mente, escucha el zumbido y libéralo —lo urgió sin mucha paciencia. Sin embargo, su voz apenas era un susurro que solo William podía oír—. ¡Vamos, William! ¿Con qué armas piensas enfrentarte a los Oscuros? ¿Cómo piensas protegerla a ella?

Los ojos de William destellaron como plata fundida, estiró el brazo y este prendió hasta el codo. El fuego le lamía los dedos enroscándose como una serpiente. Gabriel dio un paso atrás como sorprendido de que aquel ser, medio vampiro y medio ángel, tuviera tanto poder.

William observó su brazo, lo giró ensimismado, sintiendo el fuego sobre la piel. Estaba frío, retorciéndose como un gatito que busca las caricias de su dueño. Apretó los labios recreando el rostro de Adrien en su mente, y la llamarada surgió como una explosión rodeando el pino, alzándose un par de metros por encima de la copa.

—¡Bien, ahora apágalo! —dijo Gabriel.

William cerró la mano y el fuego desapareció. Dio media vuelta y enfrentó al arcángel temblando de arriba abajo.

—Enséñame más.

Gabriel soltó una risa fuerte y clara, música a los oídos de los mortales. Su piel se iluminó, sus ojos plateados brillaban como faros con algo parecido al orgullo.

—No hay nada más que pueda enseñarte. Todo está dentro de ti, necesitabas liberarlo, nada más.

—Continúas ayudándome, pero aún no me fío de ti. Porque… ¿quién me asegura que tú no quieras utilizarme al igual que ellos?

—No pierdas el tiempo disgustándome, William. Esa profecía está a punto de cumplirse y no veo que tú hagas nada para evitarlo. —Lanzó una mirada de reproche a Kate—. A veces solo hay un camino, por muy doloroso que este sea. No todos tienen salvación. —Hizo una pausa y clavó sus ojos en William—. Mata a Adrien.

Kate estaba paralizada, demasiado impresionada, incapaz de interrumpir la conversación. Se suponía que aquel ser debía ser bueno y justo, pero estaba hablando de asesinar a otra persona y le estaba pidiendo a William que lo hiciera.

William también miró a Kate, tenía el rostro desencajado y en sus ojos brillaban las lágrimas. Allí el único ángel, el único ser puro y bondadoso, era ella. Empeñada en salvar a todo el mundo.

—No hasta que no me quede más remedio —respondió sin mirar directamente a Gabriel.

—Te arrepentirás de esta decisión.

—No si aún puedo encontrar el cáliz —respondió levantando la voz.

—No hay más ciego que el que no quiere ver, William. Y tú eres dos veces ciego. Primero porque no quieres asumir que tu victoria depende de si Adrien vive o muere, y segundo porque lo que buscas nunca ha estado oculto —le espetó con ira. Dio media vuelta con intención de marcharse.

William lo siguió cortándole el paso.

—¿Qué quieres decir? ¿Sabes dónde está el cáliz? ¿Está aquí? Venga, necesito un poco de ayuda.

Gabriel no contestó y se limitó a sostenerle la mirada sin ninguna emoción.

—Ya. Lo olvidaba, no puedes intervenir —continuó William con tono mordaz. Lo miró de arriba abajo con desdén y dio media vuelta, dejándolo allí plantado. Tomó a Kate de la mano y enfiló la vereda de vuelta a la casa.

—¡William! —gritó Gabriel. El vampiro se detuvo y lo miró por encima de su hombro—. Te estás quedando sin tiempo. Tienes que acabar con él, no hay otra forma y lo sabes.

William continuó caminando, mientras mascullaba palabras en una lengua que ni sabía que conocía. Por más que intentaba convencerse de lo contrario, sabía que Gabriel estaba en lo cierto, y tenía esa certeza desde el instante en que supo que la profecía hablaba de Adrien y él. Uno de los dos debía desaparecer para que nunca llegara a cumplirse.

—¡William, para, William! —exclamó Kate forcejeando para que la soltara—. ¿Vas a hacer lo que te ha dicho? ¿Vas a enfrentarte a Adrien?

—Kate, no voy a hablar de esto ahora —replicó exasperado.

—¡Os están usando a los dos, en alguna otra parte otro de esos ángeles estará incitando a Adrien para que vaya a por ti! ¿No lo ves?

—No quiero hablar de esto ahora —repitió, mirando a todas partes menos a ella. Su cabeza bullía en ese momento con un montón de pensamientos confusos.

—Sé que Adrien no quiere hacerte daño, y tú tampoco quieres hacerle daño a él. Busquemos alternativas.

—¡Kate! —gritó. Respiró hondo, una inspiración, dos. Intentó hablar de una forma más calmada—. No quedan alternativas, he intentado cumplir mi promesa, creer que Adrien de verdad es otra víctima en esta locura. Pero se acabó, si no logro encontrar ese cáliz en los próximos días, Adrien puede darse por muerto. Así que vas a tener que elegir, él o yo.

Kate bajó la vista hacia el suelo y contempló su precioso anillo de compromiso. No había cabida para las dudas. Si tenía que elegir salvar a alguien, ese sería William, por encima de todo el planeta.

—Siempre tú —respondió.

William suspiró aliviado, la estrechó con fuerza escondiendo el rostro en su pelo y se desvaneció con ella en brazos.

Llamaron a la puerta justo cuando se materializaban en el amplio salón. El timbre sonó otro par de veces con insistencia.

—¿Quién será? —preguntó ella.

William aguzó sus sentidos, percibió el olor, el sonido de sus respiraciones y el tono de sus voces susurrando tras la puerta.

—Tienes visita —le dijo a Kate arqueando una ceja. Ella se encogió de hombros con expresión interrogante—. Esas amigas del instituto, Emma y… esa tan…

—¿Cotilla? —termino de decir Kate. William asintió, sonriendo con una disculpa en la cara—. Carol, se llama Carol.

Otra vez el timbre.

—Deberías abrir, puede que sea importante.

Kate se dirigió a la puerta, agarró el pomo y compuso una enorme sonrisa antes de abrir. Carol y Emma abandonaban en ese momento la entrada, convencidas de que en la casa no había nadie. Se giraron al oír un ruido y la sorpresa transformó sus caras.

—¡Así que es cierto! —exclamó Carol.

—Quiere decir… —intervino Emma mientras fulminaba con la mirada a Carol—, que tu abuela nos dijo que estarías aquí.

Carol asintió de forma compulsiva sin dejar de sonreír. Sus ojos brillaban muy abiertos, se moría por empezar a hacer preguntas. Kate la conocía lo suficiente como para saber que no se rendiría hasta conocer el último detalle, y quizá fuera lo mejor. Heaven Falls era un pueblo pequeño donde todos conocían la vida de todos, un rumor o un cotilleo solía tardar como mucho una mañana en ser de dominio público. Por lo que la noticia de su compromiso ya debía de ser tema de conversación entre los habitantes del pueblo.

—¡Dios mío, mira su mano! —exclamó Carol sin poder contenerse. Corrió hasta Kate y le tomó la mano—. Es un anillo de compromiso precioso, Kate.

—Gracias.

—Así que todo lo que se rumorea es cierto. —Carol soltó un sonoro suspiro y miró a Kate—. ¿Y cuándo pensabas contárselo a tus amigas?

Kate forzó una sonrisa de disculpa.

—Esperaba el momento oportuno.

—Carol, estamos aquí para pedirle un favor a Kate, no para que te cuente su vida que, por si no lo sabías, es privada —intervino Emma.

—En el pueblo circulan un montón de versiones, y algunas son realmente raras. Alguien tiene que contar la verdad y acallar los rumores.

—¿Alguien como tú? —preguntó Emma con una sonrisa sarcástica.

Carol puso los ojos en blanco y enlazó su brazo al de Kate. Con una habilidad pasmosa, se las arregló para colarse dentro de la casa.

—¡Quién lo iba a decir, tú a punto de casarte, y con ese chico tan guapo! ¡Madre mía, y esta casa es preciosa! —Recorrió con los ojos toda la estancia—. Debe de haber costado una fortuna.

—¡Carol! —Emma le tiró del brazo—. No tienes remedio.

—Es que es tan emocionante. ¡Kate se casa! —De repente se dejó caer en el sofá, asintiendo como si ya supiera antes de tocarlo que iba a ser muy cómodo—. ¿Te lo pidió de rodillas? Tienes que contarnos cómo fue.

William descendió la escalera con una caja en brazos. Las chicas enmudecieron y se ruborizaron cuando se detuvo frente a ellas con una enorme sonrisa.

—¡Vaya, qué agradable sorpresa! —dijo él. Dejó la caja sobre la mesa y rodeó los hombros de Kate con el brazo—. ¿Y a qué se debe esta visita?

Carol se puso en pie sin poder apartar los ojos del vampiro. Parecía como si de pronto su extensa y prolífica cháchara se hubiera reducido a escuetos monosílabos.

—Queríamos pedirle un favor a Kate, y a ti también, si no tienes inconveniente. Necesitaremos toda la ayuda posible —dijo Emma.

—Por supuesto, ¿de qué se trata? —preguntó William con curiosidad.

—Supongo que sabréis que, con las últimas lluvias, el tejado del local donde se guardaban las carrozas para el desfile quedó destrozado. Y que las carrozas también han quedado inservibles —les explicó Emma; Kate asintió—. Mi familia va a celebrar una fiesta benéfica para recaudar fondos, y cualquier colaboración nos vendría bien. Había pensado que podrías ayudarnos con la comida y la decoración del interior. William también podría ayudar a los chicos con las mesas y la iluminación de fuera. Aceptamos cualquier contribución por pequeña que sea, es por una buena causa.

—Sí —respondió Kate entusiasmada—. Cuenta con nosotros, ¿verdad? —preguntó clavando sus ojos verdes en William.

—Por supuesto —respondió él.

—¡Genial, os espero a primera hora de la mañana en mi casa!