—¿Adónde vamos? —preguntó Kate a William, mientras este le rodeaba la cintura con el brazo urgiéndola a que caminara más deprisa.
Él no contestó, pero le dedicó tal sonrisa que a ella le flojearon las piernas. Doblaron la esquina y serpentearon entre las personas que hacían cola frente a la taquilla del cine. Se colocaron al final, justo detrás de Becca Hobb, que no dejaba de lanzarles miradas curiosas por encima del hombro. Y no era la única, casi todas las chicas que esperaban en la fila se habían fijado en él. Kate empezaba a acostumbrarse a que causara ese efecto, pero no dejaba de ser un poco incómodo. Además, un instinto nuevo y desconocido la obligaba a demostrarle a la competencia que aquel chico con rostro de ángel era solo suyo. «Mío», y con ese pensamiento enlazó los brazos en su cuello.
—¿Cine? —preguntó Kate alzando una ceja.
—Sí —respondió él, y se inclinó para darle un beso en los labios.
—¿Y hemos venido aquí por qué…?
—Porque esto es una cita, nuestra primera cita —reveló con una sonrisa—. Nunca hemos tenido una de verdad.
—Cita —repitió Kate conteniendo una carcajada.
—Sí, ya sabes, refrescos, palomitas, te cogeré de la mano en la oscuridad. Iremos a tomar una hamburguesa, jugaremos al billar y después…
—Espera un momento, ¿esto es lo que tú entiendes por una cita de verdad?
—Haré como que no he oído ese tonito —replicó él fingiendo ofenderse.
Kate empezó a reír con ganas y lo abrazó por la cintura.
—Es que has descrito las citas que tenía con quince años. Ahora, no sé, una cena con velas en un lugar romántico me parece más sugerente —respondió con aire seductor.
—Me estás dejando por los suelos —repuso él con el ceño fruncido.
Kate se mordió el labio y puso su mirada más inocente. En el fondo comenzaba a sentirse como la bruja del cuento por haber hecho ese comentario. Las únicas citas con chicas que William había tenido, si es que podían considerarse como tales, se limitaban a largos paseos por jardines interminables y estiradas meriendas de té y pastas, en compañía de las criadas e institutrices que cuidaban de la joven. Lo sabía porque él se lo había contado.
—Vale, lo siento, es una cita estupenda —admitió ella con un guiño—. Te has quedado en una partida de billar y después, ¿qué? Ibas a decir algo antes de que desinflara tu ego.
—Después nada. Tenía preparada una sorpresa, pero no te la mereces —respondió sin más.
—¿Una sorpresa?
William asintió, mientras le echaba un vistazo a los carteles de las películas.
—¡Oh, vamos! ¿Qué sorpresa?
Él hizo como si no la hubiera escuchado y continuó su repaso a la cartelera. Frunció el ceño pensativo.
—Y si un chico quisiera impresionar a su pareja en la primera cita, ¿qué película crees que elegiría?
Kate se volvió para mirar los carteles.
—Bueno, el chico elegiría una comedia romántica como… esa. —Estiró el brazo señalando uno de los carteles—. Convencido de que así parecería más sensible y dulce a los ojos de su cita. El problema es que las chicas preferimos ver esas películas con nuestras amigas, mientras nos comemos un kilo de helado y lloramos con el final. Así que yo le diría al chico que eligiera esa. —Señaló el cartel de la segunda parte de Transformers—. Ese es el tipo de película que a la chica le gustaría. Además, en esas pelis es fácil fingir que te asustas, y un novio atento te rodearía los hombros con su brazo para hacerte sentir mejor.
William la miró con una sonrisa traviesa.
—¿Y tú has usado esa táctica alguna vez? —preguntó con un atisbo celoso en la voz.
—No —respondió ella alargando la palabra—. Bueno, un par de veces, pero no funcionó.
Él le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—Me alegro de oírlo, así no tendré que despellejar a ese «par de veces» —susurró en tono cómplice. Una sonrisa taimada cargada de deseo curvó sus labios.
Kate se estremeció y su corazón comenzó a latir muy deprisa. Lentamente él se inclinó para besarla, pero un ligero carraspeó los interrumpió. La chica que vendía las entradas los miraba con una sonrisa poco natural, a la vez que hacía un gesto hacia el resto de la gente que esperaba tras ellos.
Mientras en la pantalla Sam revivía a Optimus Prime con la matriz, Kate no podía apartar los ojos de William. Recostado en la butaca, estaba completamente concentrado en las escenas, masticando con rapidez los M&M’s de su cuarta bolsa. No podía retirar la mirada de sus labios, gruesos y rosados; las mejillas le ardían con solo imaginarlos sobre los suyos. De repente, él ladeó la cabeza y la miró con su hermosa sonrisa de ángel, la tomó de la mano y se la llevó a los labios para besarla. Ella se la apretó ligeramente y, con un nudo en la garganta, intentó seguir el hilo de la película.
Tras el cine, cenaron hamburguesas y jugaron al billar en el Wildcat y acabaron paseando por una pequeña feria que se había instalado a las afueras del pueblo con ocasión del festival musical de verano.
Las casetas se distribuían por toda la explanada, entre atracciones iluminadas por centenares de bombillas fluorescentes y banderines multicolores; puestos de helados y de perritos calientes. Un mago con capa y chistera hacía trucos con pañuelos ante un público que aplaudía boquiabierto. Cuando Kate pasó junto a él, el mago estiró la mano y sacó una bonita flor de entre su pelo que le entregó con una floritura de su brazo. Ella sonrió oliendo la flor y le devolvió el saludo.
Un grupo de jovencitas aguardaba su turno frente a la carpa de una pitonisa. El cartel de la entrada aseguraba que podía predecir el futuro a través de su bola de cristal y de las cartas del tarot. Un poco más adelante, entre una caseta de tiro y un puesto de palomitas, una chica hacía fotos a los visitantes con una Polaroid. Lucía un atuendo que le daba un parecido más que inquietante con Dorothy, la protagonista de El Mago de Oz. Aunque los piercings que lucía en la nariz y las uñas pintadas de negro, mostraban a las claras que ese no era su vestuario habitual.
—¿Os hago una foto? ¡Seguro que queréis tener un recuerdo de esta noche! —dijo la chica saliéndoles al paso—. ¡Vamos, solo son cinco dólares!
Kate dio un paso atrás cuando la chica agitó la cámara ante su cara con una enorme y suplicante sonrisa. Jill y ella siempre se habían burlado de esas cosas. Hacerse una foto ridícula junto al chico que te gusta, delante de un mural con corazones o querubines alados, no era su idea de cómo recordar una cita. Al final, esas fotografías acababan convirtiéndose en una pesadilla de la que no sabías cómo deshacerte, porque siempre salías con cara de idiota, bizca o con la boca abierta.
Pero William no parecía pensar lo mismo, porque sacó de su bolsillo un billete de cinco dólares y se lo entregó a Dorothy.
—¡Estupendo! —exclamó la chica, guardando el billete en un bolsito de crochet que llevaba cruzado sobre el pecho—. Podéis elegir entre: Luna llena en el Cairo, Atardecer en Santa Mónica o Amanecer en las cataratas Victoria —explicó señalando tres lienzos enormes que servían de fondos, apoyados en una furgoneta verde pistacho cubierta de pegatinas.
—Elige tú —susurró William.
Ella arrugó el ceño.
—Esto es bochornoso.
—¡Vamos, será divertido! —insistió él.
Kate observó las fotografías con atención y al final decidió que la que más le gustaba era la del amanecer. Un sol que apenas comenzaba a intuirse por encima de la cascada, proyectaba su luz hacia un cielo violeta salpicado de nubes oscuras, perfiladas por un borde dorado tan brillante que costaba mirarlo. Sonrió sin darse cuenta, ensimismada en la ligera niebla que formaba el agua en la parte inferior.
—Esa —señaló con la mano.
La chica asintió de acuerdo con la elección y colocó la imagen en un caballete en el suelo. Empujó a la pareja hasta colocarlos delante y les apuntó durante unos segundos con la Polaroid, buscando el mejor encuadre. Kate suspiró impaciente.
—Espero que mi sorpresa merezca la pena.
William se limitó a reír por lo bajo, con un sonido tan hermoso que a ella se le aceleró el corazón.
—¿Listos? ¡Sonreír! —exclamó la chica alargando la r. Apretó el disparador. Unos segundos después agitaba la instantánea y se perdía en el interior de su furgoneta—. Solo tardaré un minuto.
—No te muevas de aquí, vuelvo enseguida —le pidió William.
—¿Adónde vas?
—A preparar tu sorpresa —respondió en tono misterioso.
Kate lo observó mientras se alejaba serpenteando entre la gente, vio cómo se detenía junto al mago e intercambiaba unas palabras con él. Contempló la escena con curiosidad, tan intrigada que no prestaba atención a nada de lo que pasaba a su alrededor. Dio un grito al sentir unos dedos nudosos sujetando su muñeca con fuerza.
—¡Aléjate del demonio de ojos rojos! —le dijo la adivina apretando con más fuerza su brazo.
—¿Qué?
—Te quitará lo más valioso que posees, te arrebatará la luz.
—¡Suélteme! —le espetó Kate, dando un tirón con su brazo. Pero la mujer era fuerte y no la soltó, al contrario, acercó su rostro al de ella y en sus ojos había pánico—. Lo he visto, te quiere. Aléjate del demonio de ojos rojos.
—¡Suélteme! —insistió Kate forcejeando nerviosa, intentando zafarse de la mujer.
—¡Salma! —gritó la chica de la Polaroid corriendo hacia ellas—. ¿Qué haces? Suéltala.
—No, tiene que escucharme, corre peligro. Tiene que alejarse del demonio de ojos rojos.
—¡Salma, déjala, vas a hacerle daño! —le ordenó la chica agarrando su mano, y empezó a retorcerle los dedos para que soltara a la chica.
William apareció como una corriente de aire frío, sujetó a la mujer por el codo y la apartó de un empujón.
—No la toques —gruñó con los dientes apretados e inmediatamente se fijó en Kate—. ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?
—No, solo me ha asustado —contestó ella masajeándose la muñeca.
—¿Pero qué te pasa, Salma? —inquirió la chica con disgusto.
La mujer no contestó. El color había abandonado su cara y miraba a William fijamente con los ojos abiertos como platos. Destilaba miedo por cada poro.
—Lamia, lamia, lamia —susurraba sin dejar de santiguarse.
—¡Vayámonos de aquí! —masculló él tomando a Kate de la mano.
—¡Esperad! —exclamó la chica—. Os dejáis esto. —Le entregó a Kate la foto, pegada a una cartulina roja decorada con unas flores secas y un lacito en el margen superior para poder colgarla.
—Gracias.
—Siento… siento mucho lo que ha pasado con Salma. Nunca se le había ido la pinza de esa manera. Es cierto que está un poco loca, pero es buena persona, no… no entiendo qué le ha pasado —les explicó la chica un poco cortada.
—Kate —la urgió William disgustado.
Ella le lanzó una mirada de soslayo y se dejó arrastrar por él.
Caminaba tan deprisa que a Kate le costaba seguirle el paso. Se obligó a aflojar el ritmo cuando la oyó resoplar con la respiración ahogada. Se sentía desconcertado por cómo lo había llamado la mujer. Era imposible que un humano tuviera ese tipo de percepción, aunque si algo había aprendido en los últimos meses, era que pocas cosas son imposibles.
—Esa mujer se asustó al verte y te llamó lamia, ¿qué significa? —preguntó Kate.
—Vampiro —respondió William—. Lamia, Lamian, Lamiae, son nombres por los que se conoce a los vampiros.
—Entonces sabía quién eres. ¡Dios mío! ¿Y si se lo dice a alguien? ¿Y si empieza a gritar que hay vampiros en Heaven Falls?
—Esa mujer no me conocía de nada, no nos habíamos visto nunca. Y si dice algo, pensarán que está loca.
—¿Eso significa que es una vidente de verdad? ¿Puede ver cosas que ya han pasado o que van a pasar?
—Es posible, sería la primera que conozco que no es una farsante. Pero también puede que solo tenga una percepción excepcional, un don, y que pueda ver más allá de lo que muestra nuestra apariencia.
Se detuvieron junto al coche y William hurgó en sus bolsillos buscando las llaves.
—No lo creo, esa mujer puede ver cosas —dijo Kate desviando la mirada. Hizo una pausa y miró de nuevo a William muy seria—. Me dijo algo antes de que tú aparecieras. En el fondo no quería hacerme daño, solo prevenirme. Me dijo que… me alejara del demonio de ojos rojos.
—¿Qué?
—Dijo que me alejara del demonio de ojos rojos porque me quería.
—¿Demonio de ojos rojos? —repitió frunciendo el ceño disgustado.
—Sí —respondió Kate con una sonrisa, y colocó las palmas de sus manos sobre el pecho de él—, y tiene razón ¿no? —En ese momento los ojos de William relampaguearon con un destello carmesí y torció el gesto—. No en que seas un demonio, sino en que me quieres.
William suspiró a medias y esbozó una sonrisa.
—Más que a nada —dijo rodeándola con sus fuertes brazos.
Kate hundió el rostro en su pecho inspirando el maravilloso olor de su piel, y se dejó acunar con la agradable sensación de sus manos enredándose en su pelo.
—¿Por qué no nos olvidamos de todo esto y me das mi sorpresa? —sugirió ella en un susurro.
William suspiró de nuevo, pero estaba vez de forma entrecortada, nerviosa. Ella intentó separarse, pero la abrazó con más fuerza, inmovilizándola, y la besó en el pelo. Llevaba días planeando esa noche, y aunque una parte de él estaba asustada, otra se agitaba con un anhelo como nunca había experimentado. Dejó de abrazarla y sus ojos verdes y adorables se posaron en él expectantes.
—Tu sorpresa… —indicó en tono misterioso.
Sacó un pañuelo de su bolsillo y lo sujetó con la punta de los dedos frente a su rostro.
—¿Esta es la sorpresa? —preguntó Kate sin poder disimular su decepción—. ¿Un pañuelo negro?
—Date la vuelta —dijo él con una risita, le resultaba graciosa la expresión de su bonito rostro.
—Pero…
—Date la vuelta —repitió.
Ella abrió la boca para replicar, pero él hizo un gesto con la mano urgiéndola a que obedeciera. Cogió el pañuelo con las dos manos y le tapó los ojos. Ella dio un respingo y sujetó sus muñecas.
—Espera, ¿por qué me tapas los ojos?
—Confías en mí, ¿verdad? —le susurró junto al oído. Ella se estremeció al sentir su aliento en el cuello y asintió con el corazón latiendo cada vez más deprisa—. Entonces, cierra los ojos.
William la ayudó a bajar del coche. Ella intentó quitarse el pañuelo y él se lo impidió sujetándole las manos.
—Aún no, espera a que yo te lo diga.
La tomó en brazos y comenzó a andar.
—¿Dónde estamos? —preguntó ella abrazada a su cuello.
—Pronto lo verás.
Un búho pasó ululando sobre sus cabezas y ella se estremeció sobresaltada. Una ligera brisa sopló haciendo que las hojas de los árboles se mecieran con un sonido suave. El rumor del agua rompiendo contra las rocas llegó hasta sus oídos con nitidez.
—Estamos en el bosque —susurró Kate.
Entonces William la dejó en el suelo, sujetándola por los brazos con manos temblorosas, y la atrajo hacia él para que su espalda descansara contra su pecho. Bajó la cabeza y le rozó con los labios un lado del cuello.
—Quítatelo —susurró sobre su piel.
Kate se quitó el pañuelo lentamente y por un instante le flojearon las piernas. La luz de la luna incidía directamente sobre la estructura de piedra y madera, reflejándose en los grandes ventanales. Parecía como si un halo de luz la rodeara por completo con un aspecto de ensueño que encogía el estómago.
—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó buscando su mirada, aunque en su interior sospechaba la verdad y esa certeza le provocaba vértigo. Una sensación tan emocionante que la estaba dejando sin aire.
William alzó ante su cara una cadena de la que colgaba una llave. Le cogió la mano y puso la llave sobre ella, cerrándola con su propia mano.
—Es tuya —dijo emocionado.
—¿Qué?
—Que es tuya.
—Pero… no… —Se llevó las manos a la boca y comenzó a negar con la cabeza—. No puedes comprarme una casa, es… una locura. No puedes cumplir cada disparate que digo…
William se inclinó sobre Kate y sus labios conectaron haciéndola callar. La besó con tanto amor que ella cerró los ojos extasiada, cuando volvió a abrirlos estaban junto a la puerta de entrada.
—Vamos, abre —dijo William, rodeándole la cintura con los brazos.
Kate empuñó la llave con manos temblorosas y la metió en la cerradura, la giró y la puerta se abrió tras un leve clic. Entró casi con miedo, el interior olía a madera y a barniz. Olía a nuevo y, cuando decenas de velas se encendieron de improviso iluminando el salón, supo por qué. Estaba equipado con muebles que parecían recién comprados, aunque había bastantes huecos y las paredes estaban desnudas.
—Conectarán la luz eléctrica a primera hora —indicó él a modo de disculpa.
—No importa, me gusta la luz de las velas.
Giró varias veces sobre sí misma, contemplando los techos altos y los grandes ventanales a través de los cuales se podía contemplar el bosque en toda su extensión. A su derecha pudo entrever la cocina, y el corazón le dio un vuelco seguido de un rápido aleteo. Recordó su fantasía.
Él la rodeó de nuevo con sus brazos.
—¿Te gusta? —preguntó.
—¡Dios mío, es maravillosa! Me cuesta creer que exista algo tan bonito. Pero… —enmudeció con un nudo en la garganta.
—¿Pero?
—No sé qué decir. Yo… —Giró entre los brazos de William para quedar frente a él y poder ver sus ojos, que en ese momento eran de un azul eléctrico—. ¿Por qué?
Él cerró los ojos un instante y tragó saliva. Por un momento se sintió incapaz de responder. ¿Y si la asustaba? ¿Y si aún no estaba preparada?
—Porque… —Le acarició la mejilla—, porque quiero que vivamos juntos en esta casa.
Kate abrió los ojos como platos, mirándolo fijamente sin ni siquiera parpadear.
—¿Juntos? ¿Aquí? —tartamudeó.
William le puso un dedo en los labios y siseó para que guardara silencio. Metió una mano en su bolsillo y sacó una pequeña cajita negra de terciopelo. La hizo girar entre sus dedos, estaba tan nervioso que temió que se le cayera, así que la apretó con fuerza contra la palma de su mano. La abrió lentamente.
Kate contuvo una exclamación al ver el precioso anillo que había dentro: un diamante azul oscuro engarzado en platino. Nunca había visto nada igual, nada tan hermoso.
—¡Ay, Dios! —exclamó perpleja al darse cuenta de lo que estaba a punto de suceder.
William se agachó y clavó una rodilla en el suelo, tomó el anillo sin apartar los ojos de Kate ni un instante.
—Cásate conmigo.
—¿Qué? —preguntó sin saber por qué, porque había oído perfectamente la proposición.
Él sonrió y la tomó de la mano.
—¿Quieres casarte conmigo?
Kate se mordió el labio con tanta fuerza que casi se hizo sangre. Bañado por la luz dorada de las velas, William era el sueño perfecto, su sueño. Empezó a asentir con la cabeza. Separó los labios para decir que sí, pero lo único que salió fue un gemido.
—¿Sí? —preguntó él esbozando una sonrisa esperanzada.
—Sí —respondió asintiendo de nuevo. Entonces él deslizó el anillo en su dedo y se puso en pie, mirándola con tal intensidad que pensó que iba a echarse a llorar—. Sí, sí, sí, sí… —repitió mientras se lanzaba a su cuello abrazándolo con fuerza. No sabía si era por los nervios o por lo feliz que se sentía, pero no podía dejar de reír.
Se besaron, un roce en los labios, como de plumas. La alzó del suelo y la hizo girar en el aire. La besó de nuevo, muy suave al principio, pero después con vehemencia, ciñéndola contra su cuerpo hasta que ella gimió. Ese sonido le hizo volver en sí, se estaba dejando llevar demasiado.
Se separó un poco con la sensación de que todo su cuerpo latía a la par que el de ella.
—Compré algunos muebles, solo unos pocos para poder mudarme. El resto podemos elegirlos juntos —dijo intentando recuperar el control, ignorando la fiebre que le calentaba la piel.
—¿Te has mudado?
—Hace un par de días. Ahora esta es nuestra casa, así que es aquí donde debo estar —respondió acariciándole un mechón de pelo. Lo enredó en su dedo.
—A Alice le va a dar algo —susurró Kate pegándose de nuevo a él. Inspiró y su olor era tan maravilloso que las mariposas revolotearon por su estómago. Se moría por volver a besarlo.
—Hablaré con ella y le pediré su consentimiento. Haré las cosas bien. ¿Quieres ver el resto de la casa? —le sugirió.
Ella sonrió y le dio un tímido beso en los labios. Lo miró a los ojos un instante y volvió a besarlo con un sentimiento dulce y maravilloso.
—Quiero ver qué hay arriba —susurró junto a su cuello.
Él dejó de estrecharla, vislumbrando la invitación oculta en aquel comentario. Deseaba lo mismo, más que nada. Pero las veces que había estado a punto de suceder, siempre pasaba algo malo. Esa noche no quería tentar a la suerte. Quizá había un motivo para que el destino no les dejara dar ese paso. Y conforme lo pensó, le pareció la idea más absurda del mundo.
—Arriba están los dormitorios, un estudio, un gimnasio y una terraza. Mañana con luz podrás…
—Quiero verla ahora —insistió ella tirando de su brazo.
Él se dejó arrastrar escaleras arriba casi sin fuerzas.
—Solo hay cuatro habitaciones, pero son muy grandes y todas tienen baño —le explicó abriendo la primera puerta, que daba a una habitación completamente vacía.
—¡Vaya, es enorme! —exclamó ella.
La estancia se veía con claridad a pesar de que la única luz era la que proyectaba la luna a través de la ventana.
—Esta podría ser para Alice —sugirió William.
—Ella jamás abandonará la casa de huéspedes —contestó Kate mientras avanzaba por el pasillo.
William apoyó la espalda contra la pared y se limitó a observar cómo ella se movía. Caminaba con la gracia de una bailarina, de puntillas sobre la madera. Se puso tenso cuando se detuvo frente a la última puerta.
—En esta hay muebles —dijo ella.
—Sí, son un regalo de Rachel. Insistió, y ya sabes cómo es. —Cerró los ojos y se masajeó la frente. Cuando los abrió, ella ya no estaba en el pasillo. Suspiró y fue a su encuentro.
La encontró en medio de la habitación, contemplando el anillo en su mano, tan hermosa que le dolía mirarla. La necesidad de tocarla se convirtió en un dolor físico en su pecho. Entonces ella se giró y le tendió la mano. Dudó un instante, pero no pudo resistirse al efecto que sus ojos verdes como brillantes esmeraldas tenían en él. Sostuvo su mano alzada y entrelazaron los dedos. Se contemplaron un instante con una agradable sensación de euforia recorriéndoles la piel.
Ella lo atrajo hacia sí, enredó los dedos en su pelo y lo besó apretándose contra su cuerpo. Sus labios descendieron hasta su mandíbula, besándola muy despacio, y él abrió los ojos un segundo completamente cautivado. Si continuaba no podría parar. Abrió la boca para decir algo, pero ella volvió a sus labios con un nuevo beso, esta vez más intenso.
Él comenzó a desesperarse por tomar el control o por perderlo si lo tomaba. Pero ella parecía tan segura de lo que estaba haciendo, de no detenerse, y él necesitaba más de todo cuanto pudiera darle. Un calor insoportable le recorrió el cuerpo cuando ella le mordió el labio inferior, y después lo lamió lentamente. Casi sin voluntad, rompió el contacto y apoyó la frente sobre la de ella.
—¿Estás segura? —susurró.
Ella asintió, buscando de nuevo su boca.
No necesitaba más respuestas. La rodeó completamente con sus fuertes brazos y la pegó a su cuerpo, presionando sus caderas contra las de ella, estómago contra estómago, a punto de fundirse.
La piel de Kate se erizaba allí donde él la tocaba. Abrió los ojos un instante, maravillada de que tales sensaciones pudieran existir. Estaba tocando el cielo con las manos, porque el cielo estaba entre sus brazos. Se dejó arrinconar contra la cama. Deslizó las manos por la espalda de William, por debajo de su camiseta, y tiró hasta sacársela por la cabeza. Contuvo el aire mientras acariciaba su pecho, las dos alas grises se agitaban al ritmo de su respiración y las recorrió con los dedos. Después las besó, con suavidad, entreteniéndose en cada roce.
Él le tomó el rostro entre las manos y lo inclinó hacia atrás para mirarla a los ojos. Sin apartar la mirada, Kate se desabrochó la blusa y dejó que resbalara por sus brazos.
La luz de la luna bañaba sus pálidos cuerpos que parecían traslúcidos, hermosos, resplandecientes mientras se abrazaban hasta convertirse en uno solo.