Adrien tomó las dos cervezas que le sirvió el camarero y se dirigió a la mesa, puso una frente a William y se sentó dándole un trago a su botella. William colgó el teléfono y lo guardó en el bolsillo.
—¿Ella está bien? —preguntó Adrien mientras su vista vagaba por el local recién remodelado. Nadie hubiera dicho que diez días antes aquel lugar casi quedó reducido a escombros por la pelea contra los Nefilim.
William lo miró de reojo con disgusto.
—Sí, estaba en casa.
—¿Y cómo se ha enterado?
—Una de sus amigas nos ha visto entrar.
—Así que sabe que estás aquí… conmigo —apuntó como si nada. William asintió una vez—. ¿Y cuánto crees que tardará en aparecer?
William sonrió porque él se estaba preguntando lo mismo. Le había pedido que se quedara en casa, pero la conocía bastante bien como para saber que no iba a hacerlo.
—Tiene mi coche, no creo que tarde mucho —respondió mientras hacía girar la cerveza entre sus manos—. Antes, allí arriba, por un segundo pensé que había sido cosa suya. Una encerrona para que habláramos.
Adrien movió la cabeza y dio otro trago a su cerveza.
—Sí, yo también, pero inmediatamente me di cuenta de que no se hubiera arriesgado a dejarnos solos.
William se inclinó sobre la mesa y lo taladró con unos ojos tan fríos como el hielo.
—Ella está conmigo, estamos juntos de nuevo y quiero que la dejes en paz.
—No voy molestarla. Pero no porque tú me lo digas, sino porque ella me lo pidió —confesó en voz baja—. Pero en cuanto Kate lo quiera o tú la fastidies de nuevo, estaré con los brazos abiertos para recibirla.
—Eso no pasará —le aseguró William con un brillo acerado en los ojos.
—¿Eso es lo que te repites cada noche para vivir tranquilo?
William soltó una risita sin pizca de humor y clavó sus ojos en el vampiro.
—Kate se empeña en ver solo el lado bueno de la gente, aunque este sea prácticamente inexistente. Por eso se empeña en protegerte, cree que acabarás haciendo lo correcto. Yo sé que no.
—Debe de molestarte mucho que se preocupe por mí.
—Kate se preocupa por todo el mundo, ella es así. Cree en ti, cree que no serás capaz de seguir adelante. Aunque tú y yo sabemos que está equivocada, ¿no es así? Te conozco, no vas a detenerte.
Adrien se enderezó en la silla y apretó los puños.
—Tú no me conoces, no sabes nada de mí —masculló con rabia.
—Sé cosas, como que tu padre es un ángel, que tu madre es una vampira descendiente de Lilith, y que tu nacimiento solo se debe a una profecía que predice el resurgimiento del mayor depredador que el ser humano ha tenido jamás. Tú mismo lo dijiste, no somos exactamente iguales. Pero solo porque pertenecemos a bandos diferentes. Por lo demás, somos como dos gotas de agua. Y si tu empeño en que se cumpla esa profecía es tan firme como el mío en evitarlo, no te detendrás.
Adrien se repantigó en la silla sin demostrar ninguna emoción.
—Así que ya sabes toda la historia: quiénes somos, por culpa de quién estamos aquí y para qué estamos destinados. ¡Y lo has averiguado tu solito, bien por William!
—¿Cómo lo averiguaste tú? ¿O siempre supiste quien eras?
—Eso es algo que a ti no te importa.
—Entonces dime por qué lo haces.
—Eso tampoco te importa —respondió Adrien sintiéndose de repente incómodo.
—Yo creo que lo haces por miedo. Recuerdo lo que dijiste la primera vez que nos vimos, y creo que es a tu padre a quien temes. Es él quien quiere que se cumpla la profecía, el que está detrás de todo, ¿verdad?
—Estás empezando a disgustarme, eso no te conviene.
William sonrió con una mueca engreída.
—Lo de tomar una copa juntos fue idea tuya.
—Sí, tomar una cerveza, nada de hablar, y tú pareces una cotorra. —Se inclinó amenazante sobre la mesa—. Déjame en paz, deja de intentar parecer mi amigo. No somos amigos.
—Pero podríamos serlo, venga, mira a tu alrededor. Somos diferentes a todos, estamos solos. Esta tregua podría convertirse en un acuerdo para siempre, podemos cambiar las cosas.
—Esto nunca ha sido una tregua. —Soltó una carcajada al ver que William se ponía tenso y apretaba los puños—. Tranquilo, no voy a saltarte encima. La realidad es que yo no puedo matarte porque te necesito vivo, y si tú no has intentado matarme todavía, supongo que será porque le habrás prometido a Kate que no lo harías. Y mantendrás esa promesa siempre y cuando encuentres el cáliz antes que yo y puedas destruirlo. Si no lo hallas, vendrás a por mí sin dudar.
—No tiene por qué ser así, el destino somos nosotros, no ellos. Nunca tendrán el control, lo tenemos tú y yo. Si destruimos el cáliz todo terminará con él, sin consecuencias para nadie.
—Sin consecuencias —repitió con una nota burlona—. ¿De verdad te crees lo que acabas de decir?
William resopló con un atisbo de exasperación.
—Sí, me niego a pensar que no controlo mi vida.
—No la controlas, otros la controlan —señaló Adrien meneando la cabeza—. Rebélate cuantas veces quieras, no importa, siempre volverás a este punto. —Se inclinó sobre la mesa y observó a William con el ceño fruncido—. Has dicho ellos, así que no estamos hablando únicamente de mi padre: ¿quién te controla a ti?
—A mí no me controla nadie.
—Ya, hasta que encuentren tu punto débil.
—¿Cómo han hecho contigo? Kate tiene el presentimiento de que no actúas por voluntad propia, y Marcelo insinuó algo parecido. Si es así puedo ayudarte.
—¡No quiero tu ayuda porque no necesito tu ayuda ni la de nadie! —masculló con rabia, y la mesa crujió bajo su mano.
—Lo que pretendes no está bien y lo sabes. Si la maldición se rompe, los renegados sembrarán el caos en pocas semanas. Habrá una guerra.
—¿Y crees que me importa? No pierdas el tiempo buscando mi lado bueno, no tengo.
—No te creo.
—¿No? ¿Ves a todos esos humanos? —preguntó recorriendo con los ojos el local—. Para mí no son nada, mi fuente de alimento. Desangrarlos hasta la muerte solo me costaría unos minutos y disfrutaría. Pero en este momento me conformo con romperles el cuello. ¿Sabes cuánto me llevaría eso? Un instante, y no podrías detenerme. Podemos jugar si quieres. ¿A cuántos crees que mataré mientras tú parpadeas?
Sin darse cuenta se habían puesto en pie e inclinados sobre la mesa se sostenían la mirada con un gesto desafiante. La madera crujió con la presión de sus cuerpos, que la comprimían bajo el impulso apenas contenido de abalanzarse el uno contra el otro.
La puerta se abrió de golpe y Kate entró trastabillando con la respiración agitada. Enseguida se dio cuenta de que había llegado a tiempo, porque aquellos dos parecían a punto de liarse a golpes. Con toda la calma que pudo aparentar se dirigió hacia la mesa.
—¿Por qué no le dices eso a Kate? Estoy deseando que me libere de mi promesa —masculló William para que ella no pudiera oírlo.
Adrien lo fulminó con la mirada y se obligó a relajarse. Eran la rabia y el descontrol quienes habían hablado un momento antes, y no él.
—Hola. ¿Va todo bien? —preguntó Kate tratando de parecer animada.
—Sí, muy bien —respondió Adrien mirándola a los ojos. Forzó una sonrisa que inmediatamente se ensanchó de forma natural. Llevaba días deseando escuchar su voz, aspirar su olor.
—Sí, todo bien —confirmó William. Alargó la mano y le acarició la mejilla—. ¿Tú no ibas a quedarte en casa?
—¿Y dejaros solos?, de eso nada. Cuando Carol me ha llamado para decirme que os había visto juntos…
Los evaluó con la mirada y lo que vio no la tranquilizó. William tenía sangre en su ropa a la altura del hombro y del costado, estaba más pálido que de costumbre y su rostro reflejaba un gran cansancio. Adrien no estaba mejor, y su actitud defensiva y ese muro arrogante tras el que se escondía parecían haber resurgido en su carácter.
Kate se sentó y ellos la imitaron.
—¿Os habéis peleado?
—¡No! —respondió William a toda prisa.
—¿En serio? Porque parece todo lo contrario.
—No le he puesto un dedo encima —replicó Adrien levantando las manos a la defensiva—. Es más, le he salvado el pellejo. Deberías darme las gracias —le dijo a William con una sonrisa desdeñosa.
—Después de ti, conservas la cabeza gracias a mí —comentó William en el mismo tono.
Kate los observaba con los ojos abiertos como platos, era como estar viendo a dos niños peleándose.
—Sí, seguro.
—No impresionas a nadie con esa actitud.
—Dejadlo ya, por favor —intervino ella. Miró a William—. Toda esa sangre… ¿Vais a contarme qué ha pasado?
William la tomó de la mano.
—Creímos que los Nefilim se habían marchado, pero no era así. Han estado observándonos sin que nos percatáramos de ello, y muy de cerca. —Lanzó una mirada envenenada a Adrien—. Esta mañana uno de ellos, una chica, te robó el teléfono. —Sacó el móvil de su bolsillo y lo puso sobre la mesa, se había roto por el golpe. Kate lo miró alucinada e inconscientemente tocó su bolso como si esperara palparlo dentro. William continuó—. Lo utilizaron para enviarme un mensaje en el que pedías ayuda, Adrien también lo recibió. Cuando llegamos al lugar que indicaba, descubrimos que todo era una trampa para cazarnos. La noche que os atacaron, debieron de darse cuenta de que él y yo somos diferentes, y querían eliminarnos los primeros para llegar más fácilmente a los demás.
—¿Y qué ha pasado con ellos?
—Que están muertos —respondió Adrien recostándose en la silla sin dejar de mirarla fijamente. Ella asintió, como si el hecho de que estuvieran muertos fuera la única opción aceptable, y eso hizo que Adrien sonriera para sí mismo con regodeo.
—¿Cómo no me di cuenta? —susurró Kate. Cogió el teléfono y lo sopesó en su mano—. ¿La chica era morena y con flequillo? —Ellos asintieron a la vez—. Chocó conmigo en la calle, caí al suelo y todas mis cosas quedaron desparramadas en la acera. Ella me ayudó a recogerlas, en ese momento debió de quitármelo. Después intentó hablar conmigo, me preguntó por un lugar donde acampar y yo le dije que la cascada estaba bien. ¿Es ahí dónde…? —Ellos volvieron a asentir—. Todo parecía casual, pero algo irracional me empujaba a alejarme de ella. Debí sospechar.
—No podías saber nada —replicó William.
—Es que ni se me pasó por la cabeza comprobar si tenía todas mis cosas. Si lo hubiera hecho… es posible que…
—Olvídalo —intervino Adrien—. Ni yo hubiera sospechado algo así. ¿La chica parecía todo un angelito? —comentó con ironía.
—¿Parecía? —repitió Kate con aprensión—. ¿Está muerta?
—No, él la dejó escapar. Así que si los Nefilim vuelven será culpa suya —contestó Adrien fulminando a William con la mirada.
—No volverá —replicó sin paciencia. Acarició la mano de Kate—. Está anocheciendo, deberíamos irnos.
Se puso en pie. Ella lo siguió y con una tímida sonrisa clavó sus ojos en Adrien.
—Bueno… adiós… Supongo que ya nos veremos —dijo Kate.
—Aún no he terminado lo que me ha traído hasta aquí. Así que supongo que sí —contestó con tono desafiante, y su mirada se encontró un momento con la de William.
Kate le dedicó un gesto a modo de despedida y tomó la mano que William le ofrecía con actitud posesiva. Podía sentir a cada paso la mirada penetrante de Adrien sobre su espalda. Al llegar a la salida se detuvo.
—Espera un segundo, necesito decirle algo —indicó ella.
—¡Kate! —replicó William.
—No puedo marcharme sin darle las gracias, solo será un segundo.
William la miró fijamente, en su cara se reflejaba lo poco que le gustaba la idea, aun así la dejó ir. Se cruzó de brazos sin apartar la vista de ella.
Kate se acercó hasta la barra donde Adrien acababa de pedir una copa al camarero. Él se giró y le dio un sorbo a su bebida.
—¿No crees que es un poco pronto para eso? —preguntó ella mirando el whisky.
—No, el alcohol es una de las pocas cosas que me afectan y terminar la noche ebrio me parece un buen plan. ¿Has olvidado algo?
—Gracias —dijo ella—, gracias por ir a rescatarme. Creíste que estaba en peligro y acudiste sin dudar. A pesar de que te pedí que te alejaras de mí.
El vampiro se encogió de hombros.
—Sí, soy como uno de esos perros vagabundos de los que cuesta deshacerse cuando les acaricias la cabeza —repuso mientras apartaba la vista. Le costaba mirarla.
—¡Adrien! —susurró ella sintiéndose impotente ante aquella situación.
—Tranquila, lo digo para hacerte sentir culpable, nada más.
—Pues lo estás consiguiendo.
Él sonrió y dejó ver un atisbo de sus colmillos.
—Bueno, así estamos en paz. Tú también me haces sentir culpable —replicó clavando la vista en su garganta. Su sonrisa se ensanchó al ver que William daba un par de pasos hacia ellos con los puños apretados.
Kate miró por encima de su hombro y William se detuvo.
—Lo que pienso sobre ti no ha cambiado, pero no está bien que nos comportemos como amigos cuando es imposible que podamos serlo. No quiero ser el motivo por el que alguien acabe herido —dijo ella con suma cautela—. Gracias otra vez.
Iba a alejarse cuando se le ocurrió una pregunta.
—¿Por qué pensaron los Nefilim que yo era importante para ti? Parece que estaban muy seguros de que acudirías a mi mensaje.
Él la miró de arriba abajo, se movió inquieto y se pasó una mano por el pelo con disgusto.
—Si me estaban vigilando, puede que me vieran de paso por tu casa alguna que otra vez.
—¿De paso?
—Vale, merodeando —admitió mortificado—. No me fío de él. —Hizo un gesto casi imperceptible hacia William—. Y necesito saber que estás bien.
—Él jamás me haría daño.
—Ya te lo ha hecho y no te ha visto sufrir como yo. Él nunca está cuando lo necesitas, yo sí. ¿Ya le has contado lo que pasó en el río? Estás viva porque yo cuidaba de ti, ¿qué ha hecho él? Abandonarte cada vez que las cosas se ponen difíciles —dijo con rabia, y su única intención era que William lo oyera.
Kate enmudeció. Dio un paso atrás con el rostro desencajado y él la sujetó por la muñeca.
—Lo siento, no quise decirlo —se disculpó completamente arrepentido.
El aire vibró anticipando el rumor de la tormenta, Adrien se puso tenso y clavó sus ojos en William, que venía directamente hacia ellos.
—¡Adrien! —gritó Amanda emocionada. Acababa de entrar en el local con unas amigas y al ver al vampiro se acercó corriendo—. ¡Vaya, qué sorpresa! Te he llamado varias veces, pero supongo que no habrás visto los mensajes. Pensé que te habías marchado, pero luego me dije que… no lo harías sin despedirte —explicó mientras se ruborizaba.
—No, por supuesto que no —respondió Adrien sin mirarla. Sus ojos estaban fijos en Kate e ignoraba de forma premeditada a William—. ¿Qué tal estás?
—Bien, he venido a cenar con unas amigas. Si quieres puedes unirte a nosotras. Hola, Kate —dijo Amanda.
—Hola.
—También hay sitio para tu novio y tú, si os apetece —añadió la chica.
—Gracias, pero nosotros ya nos íbamos —intervino William rodeando con su brazo los hombros de Kate.
Kate asintió con una sonrisa y se dejó arrastrar por el vampiro.
Fuera casi había anochecido. El sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte, convirtiendo el cielo en una paleta de tonalidades naranjas y violetas, que contrastaban con las sombras oscuras del bosque.
Mientras avanzaban hacia el Porsche, William no dejaba de escudriñar todo el espacio que divisaban sus ojos, alerta hasta un punto que rozaba la obsesión. Era imposible relajarse en aquel sitio que parecía haberse convertido en el epicentro de todos los desastres sobrenaturales: vampiros, hombres lobo, ángeles y Nefilim. William empezaba a preguntarse quién más acabaría llegando a aquel pueblo atraído por la magia del lugar.
—¿Quieres que vaya delante? —preguntó Kate.
William asintió con el rostro muy serio. Cada uno subió a un coche y condujeron hasta la casa de huéspedes. Antes de que Kate pudiera quitar la llave del contacto, él ya estaba a su lado abriendo la portezuela y ayudándola a salir con demasiadas prisas.
—¿Qué demonios pasó en el río? —preguntó William tomándola por los hombros.
Kate cerró los ojos un instante y suspiró, había pasado todo el viaje temiendo ese momento.
—Nada.
—¡No me mientas, Kate!
Negó afligida con la cabeza, al tiempo que soltaba un suspiro.
—No te estoy mintiendo.
—Entonces no me ocultes cosas. ¿Qué pasó en el río? —insistió.
—Fui a nadar…
—¿Y? —la apremió para que hablara. Ella bajó la vista. Le tomó la barbilla con los dedos y la miró intentando no parecer severo—. Sabes que puedes contármelo todo.
—Se me enredaron los pies en unas raíces y estuve a punto de ahogarme, faltó poco. Adrien me sacó. Solo eso.
—Solo eso —repitió él—. Estuviste a punto de morir y dices que fue solo eso… —Movió los labios como si fuera a sonreír, sin embargo esbozó la mueca más triste que Kate jamás le había visto—. Si te hubiera pasado algo, yo… No te merezco, desde que te conozco no he hecho otra cosa que complicarte la vida. Él tiene razón, nunca estoy cuando me necesitas.
—¡No, eso no es cierto!
Él empezó a negar con la cabeza e hizo ademán de apartarse de ella.
—¡William, quieres escucharme! —Le tomó el rostro entre las manos y lo obligó a mirarla—. No puedes culparte por todo lo que me ocurra. Si mañana me atraganto comiendo o resbalo en el baño, ¿también será culpa tuya?
—Sí, si no estoy contigo para evitarlo.
—Pero eso es imposible, ¿te das cuenta de que no puedes controlarlo todo? No puedes, y no puedes culparte por ello o acabarás volviéndote loco. —Le sonrió con ternura y parpadeó para alejar las lágrimas—. Tienes que asumir que puede acabarse mañana y que no será culpa tuya.