—Me hubiera encantado ver a Jill vestida de blanco —dijo Alice.
—Estaba preciosa, como una princesa. ¡Y tan feliz! —comentó Kate mientras se ponía unos calcetines.
Alice tomó el vestido del suelo y lo colgó de una percha tras la puerta.
—Debería haber ido, conozco a esa niña desde que era un bebé.
—Sabes que no debes exponerte, podrías coger una gripe o algo más serio y tendrían que hospitalizarte —replicó Kate mientras guardaba la corona de flores en un cajón de la cómoda.
—Lo sé, lo sé. ¿Quieres un consejo? No envejezcas, mantente siempre joven y hermosa… y sana. —Suspiró y acarició la mejilla de su nieta—. ¿Y qué tal se comportó Luce? Esa mujer es tan superficial y vanidosa, que no me extrañaría que hubiera intentado robarle el día a su propia hija. ¿Y el doctor Anderson? ¿Iba solo o acompañado por alguna amiguita?
—Abuela, estoy muy cansada —dijo Kate con un mohín.
—Vale, pero por la mañana me lo contarás todo.
—Hasta el último detalle, prometido.
—Bien, entonces hasta mañana, tesoro. —Besó a Kate en la frente y cerró la puerta al salir—. ¡Tómate el chocolate, te ayudará a dormir! —gritó desde el pasillo.
Kate esperó tras la puerta. Cuando estuvo segura de que su abuela ya estaba en su habitación, apagó las luces, corrió a la ventana y la abrió. Una décima de segundo después, William se colaba en el cuarto.
—Te he echado de menos —susurró él, la estrechó con fuerza entre sus brazos y la alzó haciéndola girar.
—¡Pero si apenas has estado un ratito ahí fuera!
—Me ha parecido una eternidad. —Le rozó la nariz con un dedo y sus ojos brillaron con total adoración. Olfateó el aire—. ¡Chocolate! —Fue hasta el escritorio y acercó la nariz a la taza—. ¿Vas a tomártelo?
—Eh… no, no me apetece. Me lo llevaré si te molesta el olor.
—¡Molestarme! —exclamó tomando la taza entre las manos. Lo agitó con la cuchara y se la llevó a los labios para lamerla. Kate lo miró asombrada y sus ojos se abrieron aún más cuando él pescó una nube y la masticó con deleite—. ¿Qué son estas cosas?
—Nubes —respondió Kate como una autómata.
—Me gustan. —Y se comió otra. Entonces se detuvo con la cuchara suspendida en su mano a medio camino de la boca—. ¿Qué? —preguntó con el ceño fruncido al ver que ella lo miraba boquiabierta.
—¡Estás comiendo! —musitó.
—Sí, bueno… es una de las pocas ventajas que tiene convertirse en medio ángel —reconoció un poco cortado. Ella se llevó las manos a las mejillas y soltó una risita—. ¿Qué? —volvió a preguntar, y también empezó a reír.
—Es que verte comer te hace parecer tan normal.
En ese mismo instante recordó que Adrien también comía, ese había sido uno de los motivos por los que no había desconfiado de él.
—Y eso es bueno, ¿no? —preguntó William. Dejó la taza y relamiéndose agarró a Kate por la cintura.
Ella asintió con una sonrisa radiante.
—Sí, porque me debes una cena, ¿recuerdas?
William le devolvió una sonrisa pícara y en un visto y no visto saltó hacia la cama arrastrándola con él, arreglándoselas para caer de espaldas con ella encima.
—Habrá muchas cenas, y comidas, y desayunos —dijo en voz baja acariciándole la cara con el dorso de los dedos. Descendió por la línea de su mandíbula y acabó rozando con el pulgar la vena de su cuello con un brillo hambriento en la mirada.
Kate se estremeció y contuvo el aire un instante. Él parpadeó percibiendo su reacción y levantó la vista hacia sus verdes ojos, esbozó una sonrisa de disculpa.
—Pero la comida no… no compensa… —musitó ella.
—¿La sed? —terminó de decir William. La atrajo hacia su pecho y la abrazó—. No, sigo necesitando y deseando la sangre con la misma intensidad, pero sigo siendo capaz de controlarlo.
El teléfono de Kate vibró un par de veces en la mesita. Se incorporó para mirarlo y una sonrisa apareció en su rostro.
—Es un mensaje de Jill. Ya están en el avión y quiere saber si es delito arrojar por la ventanilla a la azafata que coquetea con su marido. Llamará mañana, cuando se hayan instalado.
Tecleó una respuesta y volvió a dejar el teléfono en la mesita. William abrió los brazos para acogerla de nuevo y ella se acurrucó a su lado descansando la cabeza sobre su pecho.
—¿Y qué le has contestado?
—Que sí es un delito. Así que le he sugerido que lo haga cuando nadie mire.
Él soltó una carcajada tan fuerte que Kate se vio obligada a taparle la boca para que no despertara a su abuela. William le mordisqueó la palma de la mano y ella lo soltó, propinándole un golpecito en el pecho.
—De luna de miel por África, quien lo diría. Me imagino a Jill en muchos sitios, pero… ¿de safari por África? ¿Si cree que los ratones son peligrosos? —comentó Kate.
—Bueno, puede que al tener a un licántropo como marido, los leones ya no le parezcan tan fieros —le hizo notar él bastante divertido, y añadió—. Además, África es un continente fascinante, todo el mundo debería visitarlo al menos una vez en la vida.
Kate se incorporó un poco para mirar su cara.
—¿También has estado en África?
—En dos ocasiones, pero hace mucho tiempo.
Kate se mordió el labio mientras jugueteaba con uno de los botones de la camisa de William.
—¿Y dónde has estado estas últimas semanas? —preguntó algo insegura.
William alzó la barbilla y contempló el techo. Sus ojos brillaban con un intenso color azulado, y Kate comprobó fascinada que un nuevo halo plateado rodeaba su iris.
—Buscando respuestas —musitó él.
—¿Y las has encontrado?
—Más de las que necesitaba. —Guardó silencio unos segundos y de forma distraída comenzó a acariciar el brazo de Kate, formando círculos con los dedos—. Ya sé quien soy y por qué existo, y es peor de lo que esperaba.
—¿Qué quieres decir?
—Existe una profecía…
Trató de resumir aquellas semanas, pero sin omitir nada. Sabía que ella debía conocer lo que estaba en juego, lo que podría pasar y a qué se estaba exponiendo al volver a estar juntos. Eran un equipo y esa idea lo aterraba tanto como lo hacía feliz. El mundo podría ponerse patas arriba si una sola gota de su sangre tocaba ese cáliz, y ella debía ser consciente de esa realidad.
—Así que voy a hacer todo lo necesario para que nada de eso ocurra, lo que sea —terminó de explicar con un suspiro.
Kate se sentó sobre las sábanas sin apartar ni un instante los ojos de él y se abrazó las rodillas.
—Y si ese hombre es un arcángel de verdad, ¿por qué no hace nada? —preguntó confusa.
—Asegura que no puede intervenir, pero aunque pudiera, no confío en él. No confío en nadie, y tú no deberías confiar en Adrien. No sé por qué motivo tú y él… —Se puso en pie con una mueca de desagrado y se acercó a la ventana. Se había prometido a sí mismo no mencionar la relación que ellos habían establecido, hasta que fuese ella la que hablara del tema. Pero no pudo contenerse—. No sé qué te habrá dicho para conseguir que te pongas de su parte, pero…
—¡Yo no estoy de su parte, pero tampoco en su contra! Me salvó la vida, dos veces, y se lo agradezco de todo corazón.
—¡Y yo, por eso aún…! Kate, ese tipo es peligroso, muy peligroso.
Ella suspiró apenada.
—Puede que no lo entiendas… —Se llevó las manos al rostro y se puso en pie—. ¡Dios mío, ni siquiera yo logro entenderlo! Pero no creo que Adrien quiera hacerle daño a nadie. Tiene remordimientos, tiene que haber algo bueno dentro de él para sentirlos. Además, hay cosas que no se pueden fingir. Llámalo intuición o como quieras, pero yo he pasado más de una semana con él y le he… le he visto cosas —rememoró cómo se había sorprendido ante el gesto de confianza que le había dedicado Lou en el café.
—Kate, ¿has oído algo de lo que te he dicho? Adrien está aquí porque busca el cáliz, y lo quiere para romper la maldición de los vampiros, y solo puede lograrlo con mi sangre. Junta las piezas y verás como encajan. —Hizo una pausa y se pasó la mano por la cara—. Incluso si alguien lo estuviera obligando a hacer todo esto, no cambia nada. Él quiere que la profecía se cumpla y yo debo evitarlo. No voy a arriesgarme a ver qué pasará después.
—Pero es que no tiene por qué pasar nada. Yo puedo conseguir que Adrien hable contigo y tú… tú puedes convencerle para que no siga adelante. Hazle ver todo lo que está en juego.
Un músculo de la mandíbula de William se tensó mientras la miraba.
—Me sorprende tu preocupación por él y esa confianza ciega, sobre todo por el poco tiempo que hace que le conoces —dijo con un atisbo de ira.
Las aletas de su nariz se movían con cada inspiración de aire. No lo necesitaba, pero el oxígeno llegaba a sus pulmones con un efecto calmante; sin embargo, esta vez no funcionaba. Los celos estaban abriendo un agujero en su pecho tal y como lo haría una pequeña gota de ácido a través de su piel.
Le dio la espalda a la chica. Apoyó las manos en el marco de la ventana y contempló el exterior sin ver nada que no fuera la luz roja que nublaba su vista.
—¿William? —Kate se acercó hasta él—. ¿Crees que yo siento algo por Adrien? —Lo obligó a girarse. Entonces le tomó el rostro entre las manos para que la mirara a los ojos—. ¡No! Yo solo te quiero a ti, ¿me oyes?, solo a ti. Nunca habrá nadie salvo tú.
Lo abrazó enterrando el rostro en su pecho. Inspiró su olor, había cambiado. Ahora era mucho más intenso, también cálido, y la hacía derretirse por dentro.
William la rodeó con sus brazos.
—Perdona, ha estado fuera de lugar.
Ella alzó la barbilla para mirarlo con una sonrisa.
—No hay nada que perdonar. Que un guapo vampiro, de casi doscientos años, tenga celos y se sienta inseguro por mí, me hace sentir muy sexy.
Kate se ruborizó cuando él le dedicó una sonrisa torcida, mientras deslizaba un dedo desde su barbilla hasta el hueco de su escote. Ladeó la cabeza para mirarla con deseo en los ojos y sintió como cada una de sus articulaciones se aflojaba.
William suspiró y apoyó la palma de la mano sobre su piel, a la altura del corazón. Los latidos desbocados vibraron en su mano como una caricia cargada de anhelo. Ella sentía lo mismo y el momento se transformó en una emocionante agonía. En otro instante, en otro lugar, habría dejado que el fuego estallara. La besó en la frente y la envolvió con los brazos.
Se quedaron así, abrazados e inmóviles durante un rato. Entonces Kate se estremeció y contuvo un bostezo, no quería dormir, quería permanecer dentro de aquel refugio para siempre. Pero su cuerpo no parecía dispuesto a obedecerla y comenzó a relajarse sintiendo los párpados muy pesados.
—Vamos, princesa, hora de dormir —susurró William tomándola en brazos.
—No —gimió Kate, pero cerró los ojos y escondió el rostro en su cuello.
La dejó con cuidado sobre la cama y la arropó con ternura. La acarició mientras observaba su respiración cada vez más pausada. Cuando creyó que se había dormido, se levantó sin hacer ningún ruido.
—Quédate —musitó ella aferrándolo por la muñeca.
El vampiro sonrió mientras le apartaba un mechón ensortijado de la cara. Se tumbó a su lado y ella se acurrucó pegándose a su cuerpo hasta que acabó descansando la cabeza sobre su pecho. En pocos segundos se quedó profundamente dormida por primera vez en semanas.
Kate esbozó una sonrisa de auténtica felicidad y se desperezó bajo las sábanas. Giró el rostro en la almohada e inspiró, el olor penetró en su nariz con un ligero cosquilleo, dulce y adorable. Abrió los ojos y su sonrisa se ensanchó.
Tomó la rosa y la pegó a su nariz mientras se acercaba al escritorio. Con expresión soñadora la colocó junto a las otras en el pequeño jarrón de cristal. El mismo número de rosas que de noches maravillosas en las que se había quedado dormida en brazos de William. Cinco rosas desde que había regresado con ella, cinco días desde que ella había vuelto a respirar sin que le doliera.
Al lado del jarrón vio las llaves del Porsche y una nota.
El depósito está lleno y la documentación en la guantera, por si la necesitas. No te enfades, pero ahí también encontrarás algo que quiero que uses. Prométeme que lo harás. Te llamaré en cuanto acabe.
Deséame suerte.
Te quiero.
—Suerte —susurró, deseando con todas sus fuerzas que William encontrara en sus pesquisas alguna pista sobre ese cáliz.
Se dio una ducha rápida y engulló media docena de tortitas como si llevara hambrienta una semana. Recogió la cocina y salió de la casa sin hacer ruido para no despertar a Alice, que había vuelto a quedarse dormida en el sofá.
Se acercó a su viejo coche y lo contempló con pena. El motor había fallecido sin posibilidad de reanimación, ni siquiera con cuidados intensivos. Por eso William había insistido en que usara el Porsche hasta que pudieran encontrar algo para ella. Kate había accedido, pero después de que él le prometiera que la dejaría elegir el nuevo vehículo y pagarlo con sus propios ahorros.
Una hora más tarde, Kate abandonó la consulta del doctor Anderson y se dirigió a la farmacia con una decena de recetas bajo el brazo. Alice necesitaba cada vez más medicación, nuevos tratamientos que costaban una verdadera fortuna. Sin contar las facturas del hospital.
—¿Cómo está tu abuela? —le preguntó el señor Ryss tras el mostrador.
—Mucho mejor, gracias —respondió Kate con una sonrisa.
—Me alegro, tu abuela es una mujer muy fuerte. Se recuperará —dijo el hombre. Kate asintió y volvió a sonreír agradecida—. Bien, iré a buscarte todo esto, tardaré solo un minuto.
Mientras esperaba, Kate se dedicó a mirar a su alrededor. Se tocó el bolsillo otra vez, para asegurarse de que no había perdido aquel trocito de plástico y que seguía allí. Lo que William había dejado en la guantera, era una tarjeta de crédito de color plateado. Kate nunca había visto una así, y desde luego no pensaba usarla.
El farmacéutico apareció con un montón de cajitas.
—Kate, hay algo que debo decirte, y lo siento mucho, de verdad, pero no creo que pueda seguir dándote más medicamentos si no pagas los que debes. Te daré estos, pero no podré hacerlo la próxima vez. Mi jefe acabará despidiéndome si se entera. Lo entiendes, ¿verdad?
Kate se ruborizó, en parte por la vergüenza que sentía al deber todas esas medicinas y por la angustia de no saber cómo iban a arreglárselas a partir de ahora.
—Sí, por supuesto. No se preocupe señor Ryss, usted nos ha ayudado mucho. ¿A cuánto asciende… cuánto debo?
—Veamos —dijo el hombre. Sacó un cuaderno de uno de los cajones del mostrador. Suspiró al ver la cifra y miró a Kate con una sonrisa forzada que pretendía ser tranquilizadora—. Seiscientos sesenta dólares.
Kate se llevó la mano a la boca para contener una exclamación. Con los ojos muy abiertos miró el cuaderno y comprobó que no era un error. Vaciló un instante, pero finalmente sacó la tarjeta y se la entregó. No podía permitir que por su orgullo Alice no recibiera su tratamiento. Ya buscaría la forma de devolvérselo a William.
—¡Vaya, veo muy pocas como esa! —exclamó el señor Ryss mirando a Kate sorprendido.
—Tengo amigos que se preocupan por mí.
—Eso he oído —susurró el hombre, y en su voz no había recelo, ni sarcasmo, solo un sentimiento cariñoso—. Heaven Falls es un pueblo pequeño y el regreso de tu amigo ha sido una de las noticias de esta semana.
—Sí, ya imagino —logró articular con las mejillas encendidas. Sabía que en el pueblo se hablaba de ella, pero tener la confirmación la puso nerviosa.
Kate se despidió del señor Ryss y salió a la calle como una exhalación. Mientras caminaba por la acera, rebuscó con la mano libre en el bolso. Atrapó el teléfono con la habilidad de un contorsionista y marcó el número de William.
—Te echo de menos —dijo él al otro lado.
Kate sonrió mientras el corazón le daba un vuelco. Iba a responder que ella también le echaba de menos, pero se obligó a recordar cuál era el motivo de la llamada.
—Pienso devolverte hasta el último dólar —dijo muy seria. Le pareció oír que William reía por lo bajo.
—¡De eso nada! —replicó él.
—Pero, no puedo aceptar…
—Sí que puedes —la atajó—. Tú quieres compartir mis problemas y yo quiero compartir lo que poseo contigo.
—¡No es lo mismo!
—Sí lo es. Estamos juntos, ¿no? Pues entonces lo mío es tuyo.
Kate suspiró con un sentimiento cálido en el pecho.
—Y lo mío tuyo, solo que yo no tengo nada que darte.
—Kate, me has devuelto la vida, yo jamás podré compensarte eso —contestó él—. Así que usa la tarjeta sin preocuparte por el dinero.
—¿Pero en qué? —preguntó. Empezaba a rendirse.
—En pagar los gastos del hospital, sé que ya no tienes seguro médico. Y después en lo que te apetezca.
—¿Cómo sabes tú eso? —inquirió sorprendida.
—Porque te quiero y me preocupo por ti. Y tú eres demasiado orgullosa para contármelo.
—Voy a matarte.
—Me parece justo —replicó él entre risas.
Kate colgó el teléfono con una gran sonrisa. Trató de volver a guardarlo sin dejar de caminar, entonces chocó contra alguien y cayó al suelo como un trapo.
—¡Cuánto lo siento! —exclamó una chica arrodillándose junto a ella—. ¿Estás bien?
Kate asintió con la cabeza y miró a la chica. Tenía una melena negra y lacia que le llegaba por los hombros, con un flequillo muy corto y recto, y unos ojos grandes y marrones que le daban el aspecto de una muñeca.
—Sí, creo que sí —respondió frotándose el brazo. Frunció el ceño con disgusto cuando vio todas sus cosas desparramadas por el suelo. Se arrodilló y empezó a recogerlas.
—Lo siento, lo siento mucho. Deja que te ayude.
—Gracias —dijo Kate cuando la chica le tendió el bolso.
—¿Gracias? ¡Pero si casi te mato!
—Tranquila, estoy bien. —Se miró el codo, se había arañado la piel y le sangraba un poco.
—¡Estás herida! —exclamó la chica con los ojos muy abiertos.
—No es nada, solo un arañazo —le hizo notar mientras pensaba que no era para tanto. Solo habían chocado y la desconocida estaba reaccionando como si la hubiera atropellado con un autobús.
—Puedo llevarte a un hospital… si me dices dónde hay uno —sugirió frotándose las manos nerviosa.
—De verdad que no es nada, estoy bien. —Volvió a asegurarle. Se puso en pie sacudiéndose la ropa—. Bueno, adiós —se despidió mientras echaba a andar.
—¡Espera! —gritó la chica dándole alcance—. A lo mejor me puedes ayudar. Verás, estoy aquí de vacaciones con mi novio y… me preguntaba si conoces algún sitio tranquilo donde poder montar una tienda de campaña sin llamar mucho la atención. Ya sabes lo tiquismiquis que se ponen los guardabosques con las zonas de acampada. Y no tenemos mucha pasta así que… bueno, ya me entiendes.
Kate ladeó la cabeza con curiosidad. Al final asintió con una sonrisa dispuesta a ayudarla.
—¿Eso que tienes es un mapa? —preguntó señalando un papel doblado que sobresalía del bolsillo del pantalón de la chica.
—Sí —respondió mientras se lo daba.
Se apoyaron en un coche y Kate desplegó el plano. Lo giró y observó durante unos segundos, al final señaló un punto con el dedo.
—Aquí, en esta cascada. En este punto el arroyo forma un remanso. —Ladeó la cabeza y miró a la chica—. La orilla es tan ancha que parece una pequeña playa, y se puede llegar fácilmente a través de este camino forestal —explicó mientras señalaba la línea que marcaba la senda—. Siempre y cuando no esté embarrado, pero hace días que no llueve.
—Parece que conoces bien la zona.
—Suelo ir bastante por allí, es un lugar precioso.
—Gracias. Y de nuevo lo siento.
—No ha sido nada. ¿Ves?, ya estoy perfecta. Pásalo bien con tu novio —respondió Kate, y con un gesto de la mano se despidió.