29

Jill se puso de espaldas al grupo de chicas eufóricas, apretó el ramo entre sus manos y con un fuerte impulso lo lanzó hacia atrás. William aprovechó el momento para escaparse un rato de la fiesta. Enfiló el sendero y llegó hasta el lago. Esa noche sus aguas parecían un oscuro y profundo abismo salpicado de leves destellos que oscilaban en el suave oleaje.

Apoyó la espalda contra el tronco de un frondoso sauce y cerró los ojos tratando de vaciar su mente. Necesitaba olvidarse, al menos durante unos minutos, de la búsqueda del cáliz, de Adrien y de cómo había perdido al ser que más amaba. Si estar separado de ella había sido horrible, tenerla tan cerca y no poder tocarla era aún peor. ¡Por Dios, los celos habían estado a punto de consumirlo mientras ella bailaba con su hermano! Pero sabía que aquella reacción instintiva era una insensatez. Primero, porque no tenía por qué sentir celos de Robert y segundo, porque ni siquiera tenía derecho a experimentar tal sentimiento.

Una leve perturbación en el aire agitó su conciencia. Se frotó el pecho con el pulgar, el tatuaje comenzaba a quemarle.

—Bonita ceremonia —dijo una hermosa voz a su lado.

William abrió los ojos lentamente y se encontró con la mirada plateada de Gabriel sobre él.

—¿Has cambiado de opinión? —preguntó el vampiro en tono mordaz.

Gabriel rió por lo bajo y enfundó las manos en los bolsillos de su elegante pantalón negro.

—No tengo intención de matarte, William. Con un poco de suerte otros se ocuparán de ese menester.

William frunció el ceño con desconfianza y se enderezó hasta que sus rostros quedaron a la misma altura.

—No, yo no envié a los Nefilim —añadió el arcángel esbozando una sonrisita de suficiencia— y sí, puedo ver parte de tus pensamientos. Por eso estoy aquí. Te pedí que te alejaras del otro espíritu… —Se encogió de hombros—. O que lo mataras. Creí que había sido muy claro contigo, la profecía no puede cumplirse. Así que, ¿a qué esperas?

—Si puedes ver mis pensamientos ya sabes cuál es la respuesta —replicó William de forma desafiante, había tomado la decisión de no confiar en nadie salvo en sí mismo.

Una furia absoluta se dibujó en la cara de Gabriel, que desapareció tras una sonrisita burlona carente de cualquier humanidad. Los pensamientos de William eran nítidos en su mente. Su determinación respecto a Adrien era un muro contra el que iba a estrellarse. De nada iban a servirle en ese momento las amenazas, pero la paciencia era una virtud que solía dar grandes recompensas. Al final el vampiro haría lo que debía hacer, él mismo se encargaría de que así fuera.

Dio un par de pasos hacia William y alzó las cejas con un gesto desdeñoso.

—Busca ese cáliz y destrúyelo —ordenó con voz inexpresiva mientras se diluía en el aire.

William volvió a reclinarse contra el árbol con un suspiro. Se llevó la mano a la frente y se masajeó las sienes con el pulgar y el dedo corazón. Apoyó la cabeza sobre la corteza cuarteada del tronco y cerró los ojos.

La olió incluso antes de oír sus pasos, se acercaba por el sendero con paso vacilante por culpa de los altos tacones de sus sandalias. Estaba nerviosa, con el corazón acelerado y la respiración agitada. Podía sentirlo en las vibraciones que llegaban hasta él a través del aire.

Pasó a menos de dos metros del sauce y se acercó a la orilla sin percatarse de su presencia. Se quedó inmóvil y callado, y la observó con un nudo en la garganta que lo ahogaba. Su piel estaba más pálida de lo habitual. El maquillaje prácticamente le había desaparecido y sus mejillas se veían coloreadas por un rubor natural. Simplemente preciosa.

Kate contempló el agua ensimismada. Cerró los ojos y una leve sonrisa curvó sus labios agradecida por el silencio que reinaba en aquel sitio. Estaba que se subía por las paredes y deseaba, con todas sus fuerzas, que la fiesta terminara cuanto antes para poder volver a casa, meterse en la cama y olvidarse de todo. De la tortura que estaba sufriendo al estar tan cerca de William.

Un sexto sentido la hizo girarse. No había escuchado ningún ruido, ni había visto nada, pero supo instintivamente hacia dónde mirar. Unos ojos de un azul misterioso brillaron y luego se cerraron. Contuvo la respiración y el corazón comenzó a latirle como si lo tuviera en la garganta. La visión de William la dejó sin palabras. Tenía la ancha espalda apoyada contra el árbol y las manos enfundadas en los bolsillos, una pierna descansaba en el suelo y el pie de la otra contra el tronco. Estaba imponente entre aquellas sombras. A pesar del tiempo que llevaban separados, Kate se dio cuenta de que sus sentimientos no habían hecho más que aumentar. Dio un respingo y salió de aquel estado de hipnotismo. Hizo el ademán de marcharse.

—No, no es necesario que te marches por mí. Yo ya me iba —dijo él incorporándose.

La contempló un instante. Ella le dio la espalda mirando de nuevo hacia el lago, y eso le dolió más que cualquier golpe que hubiera recibido antes. Se enderezó, apretó la mandíbula y tomó el sendero de vuelta a la casa.

Kate parpadeó para alejar las lágrimas, le escocían los ojos y el nudo que le oprimía la garganta era tan doloroso que se asustó. Se estremeció con un escalofrío y se abrazó el estómago. Sintió la suave tela de una americana sobre la piel, estaba fría. Unas manos se posaron en sus hombros, y descendieron muy despacio por sus brazos hasta que rompieron el contacto bruscamente a la altura de los codos.

En la larga pausa que siguió, ninguno de los dos dijo nada. Ella permaneció inmóvil con los párpados apretados y él con los ojos fijos en su nuca, en la curva de su cuello, en el arco de sus hombros.

—Te lo suplico, habla conmigo —susurró William—. Por favor.

Kate se estremeció al sentir su aliento. Dudó, pero finalmente se dio la vuelta muy despacio. Alzó los ojos y se encontró con su mirada brillante y ansiosa.

—He tardado ciento cincuenta años en encontrarte y solo he necesitado unos días para perderte. ¡Me voy superando! —dijo con una amarga ironía, en la que no pudo esconder una enorme tristeza.

—No me perdiste, me dejaste —replicó medio enfadada.

—Entiendes por qué lo hice, ¿verdad?

—Estabas asustado, enfadado, decepcionado… cansado…

—Sí —susurró sin aliento.

—Y elegiste el camino fácil —terció ella sin poder disimular la rabia que sentía. Clavó los ojos en el suelo.

Él le colocó una mano a cada lado del cuello y con los pulgares en la barbilla la obligó a que lo mirara a los ojos.

—¿Fácil? Dejarte es lo más duro que he hecho nunca, pero estaba convencido de que así te protegía y no dudé. Que estés a salvo es lo único importante para mí y haré lo que sea necesario para conseguirlo.

—Como volver a marcharte.

La soltó muy despacio y dio un paso atrás. Sacudió la cabeza.

—No voy a marcharme.

—¿Por qué?

—Porque no puedo vivir sin verte, aunque solo pueda hacerlo de lejos. Te he hecho daño y entiendo que quieras evitarme… A pesar de que dijiste que me esperarías —le recordó con un deje de disgusto mientras se revolvía el pelo con la mano.

El comentario sacudió a Kate. Se puso rígida y lo miró a los ojos de forma severa.

—Aquí el único que no cumple sus promesas eres tú. «No habrá vuelta atrás, será para siempre, todo o nada», ¿recuerdas tus palabras? —le espetó alzando la voz—. Yo he cumplido. Cada día al despertar esperaba verte junto a mi cama, si llamaban a la puerta corría rezando para encontrarte al otro lado. Esperaba verte aparecer al doblar cada esquina y… —Apartó la vista emocionada—. Y cuando por fin regresas yo no soy el motivo. Va siendo hora de que asuma la realidad, que lo nuestro se terminó.

Él frunció el ceño, sorprendido.

—¡Qué tú no eres el motivo! Cuando supe que los Nefilim iban a atacaros, en lo único que podía pensar era en ti. ¡Jamás he tenido tanto miedo! Por eso no me quedó más remedio que romper mi promesa de que jamás volverías a verme, y regresé. Kate, no hay excusa que valga, pero si hice aquello fue por miedo a mí mismo. Me aterrorizaba la idea de que algún día pudiera hacerte daño.

Estaban alzando la voz y aquella conversación empezaba a parecer una discusión.

—Lo que hiciste estuvo mal y fue estúpido. No puedes tomar tú solo decisiones que nos incumben a ambos, por muy nobles que creas que son tus razones —replicó Kate exasperada, y su enfado se arremolinó en el aire.

William podía percibirlo sobre su piel, pequeñas vibraciones que le erizaban el vello. Otra cualidad de su nueva naturaleza. Una percepción que podía llegar a ser incluso molesta, aunque en aquel momento deseaba con todas sus fuerzas que fuera aún más aguda y poder leer el pensamiento de ella. La tomó de las manos esperando que lo rechazara, pero ella simplemente las dejó inertes entre sus dedos.

—Te quiero, eres lo más importante en mi vida, esa es la única razón.

—Pero sigues teniendo miedo —musitó ella.

Él empezó a mover la cabeza, como si así pudiera darle más énfasis a sus palabras.

—No, ya no. He tardado en darme cuenta, pero ahora sé que jamás podría lastimarte. No importa en qué acabe transformándome, hasta mi yo mezquino es incapaz de vivir sin ti. Los dos te necesitamos viva y sana para sobrevivir. Por eso necesito pedirte algo: puedes ignorarme, no me perdones si no lo deseas y si no quieres volver a hablarme, también lo entenderé. Pero deja que siga cerca de ti, lo justo para ver que estás bien. No te molestaré, ni siquiera tendrás que verme. Te lo ruego. ¿Me dejarás?

William apretó los puños, estaba temblando por el esfuerzo de no abrazarla.

Kate asintió y tuvo que cerrar los ojos para contener las lágrimas.

—Gracias —musitó él aliviado—. Será mejor que me marche, no deseo incomodarte más. Y por favor, no te quedes aquí sola mucho más tiempo. Nunca se sabe qué puede surgir de las sombras.

Miró a su alrededor con inquietud, pero sus sentidos no percibieron ninguna presencia extraña. Soltó un suspiro entrecortado. La miró una vez más y sus labios se curvaron con una leve sonrisa, ella estaba arrugando la nariz de esa forma que a él le parecía tan graciosa, como siempre que se ponía nerviosa. Dio medio vuelta y se encaminó de regreso a la fiesta, con la cabeza inclinada hacia abajo y los hombros hundidos. Completamente abatido.

Kate notó una fuerte presión en el pecho, el corazón le latía con tanta fuerza que le dolían las costillas. William creía que ella no deseaba volver con él, cuando era lo único que ocupaba su mente. Pero allí estaba, como una estatua, completamente bloqueada permitiendo con su silencio que él se alejara para siempre.

—¡William! —gritó sin aliento.

Él se detuvo y apenas ladeó la cabeza; tenía miedo al dolor que le causaba contemplarla, pero al final se giró con determinación. Entonces ella echó a correr, saltó y se abrazó a su cuello, estrechándolo con tanta fuerza que le crujió la columna. Temblaba de pies a cabeza y la abrazó con toda su alma mientras la alzaba del suelo.

—No vuelvas a hacerme algo así nunca más, ¿me oyes? —dijo Kate al borde del llanto—. ¡Jamás, jamás en la vida vuelvas a hacerme algo así!

—¿Eso quiere decir que…? —preguntó él con voz ronca.

Sin apenas dar crédito, la dejó en el suelo con cuidado para poder ver su cara.

—Que vas a tener que portarte muy bien si quieres que te perdone —terminó de decir ella.

Entonces él le tomó la cara y la besó con fuerza en la boca. La apretó contra su cuerpo con delicadeza, absorbiendo el calor de su piel. Nada le parecía lo bastante cerca. Amor y deseo corrían por sus venas, y algo mucho más abrasador cuando ella arqueó la espalda eliminando el espacio entre sus caderas. Se separó un poco para volver a mirarla, como si le costara creer que aquello fuera real. Le brillaban los ojos y apretaba la mandíbula.

Kate supo que estaba tratando de no echarse a llorar. A pesar de su metro ochenta y cinco, de la fuerza de su cuerpo y de su poder, parecía un niño el día de Navidad ante su deseo cumplido. Kate le dedicó una sonrisa para tranquilizarlo y notó los labios entumecidos por el beso. Pero no le importó, se puso de puntillas y lo atrajo hacia su boca enredando los dedos en su pelo.

Un ligero carraspeó les trajo de vuelta a la realidad. Shane los observaba con una ancha sonrisa, semioculto entre las sombras del sendero.

—No me odiéis por interrumpiros. Pero Jill y Evan están a punto de marcharse y quieren despedirse de vosotros —dijo con tranquilidad—. Por cierto, Marie os pilló hace rato y se lo está contando a todos. Las apuestas van diez a uno a que te perdona después de patearte el culo —le indicó al vampiro con una risa maliciosa.