Entraron en el grill cogidos de la mano. La puerta se cerró tras ellos a la vez que los ojos de Shane se levantaban de la mesa. El gruñido surgió de su pecho como un trueno. Se puso en pie de un salto, la silla salió despedida hacia atrás y un par de vasos bailaron en la mesa hasta volcar por la fuerza del empujón.
—¡Hijo de…! —bramó lanzándose contra el vampiro.
Kate trató de interponerse entre ellos, pero Adrien se lo impidió con un rápido movimiento que la colocó tras él, afianzando los pies en el suelo para aguantar la embestida.
Carter, que se encontraba en el extremo más cercano, consiguió agarrar a su primo en el último momento.
—¿Qué haces?
—Ese es el tipo que va tras William, y tiene a Kate —masculló tratando de liberarse del abrazo de Carter.
Carter se puso pálido y todo su cuerpo se estremeció con una oleada de cólera.
—Delante de los humanos no —dijo en apenas un susurro, pero con tono imperioso.
Shane lanzó una rápida mirada a su alrededor. Todos los humanos del local les miraban fijamente y el camarero había salido de detrás de la barra dispuesto a mediar en la riña. Lanzó un gruñido y apartó las manos de Carter de su pecho. Con fingida calma dio unos cuantos pasos hasta detenerse frente a Adrien.
—Kate, ven aquí —dijo entre dientes.
—Shane, no hay tiempo, tienes que escucharle —replicó ella intentando acercarse a él. Pero Adrien la mantenía sujeta con actitud protectora.
—¡Suéltala! —gruñó Shane, sus ojos ardían como oro fundido. La bestia luchaba en su pecho pugnando por liberarse y él apenas tenía un atisbo de voluntad para controlarla.
—Suéltame, Adrien, nadie va a hacer daño a nadie. —Adrien la soltó con reticencia sin apartar sus ojos del licántropo—. Shane, tienes que confiar en mí. Alguien viene a por vosotros.
La sorpresa transformó la cara del licántropo. Volvió el rostro hacia la mesa, donde el resto de los chicos les observaban ansiosos. Marie le hizo un gesto paciente con la mano y asintió a modo de reconocimiento para que escuchara a Adrien.
—¿Por qué debería confiar en él? —se dirigió a Kate, seguro de que aquel tipo la estaba manipulando. Se culpó por no haber prestado más atención a la chica, de forma que hubiera podido evitar aquella situación.
—Si estoy aquí, es por ella. No he conseguido convencerla de que os dejara. Vosotros no me importáis nada —intervino el vampiro.
—Habla —masculló Shane; la respuesta le pareció sincera. Tampoco le pasó desapercibida la forma posesiva en la que miraba a Kate.
—Van a atacaros.
—¿Cuándo?
—Están a punto de llegar.
—¿Quiénes?
Adrien apretó los puños y una mueca contrajo su rostro. Todo su cuerpo se tensó hasta que sus músculos parecieron esculpidos en piedra.
—Ya están aquí —musitó, su oído había captado el sonido de las furgonetas acercándose, y en ese instante todo empezó a desarrollarse de forma vertiginosa—. Nefilim, son Nefilim, cazadores. Hay que sacar de aquí a los humanos.
Instintivamente agarró a Kate y la empujó al centro del local, alejándola de la puerta.
—¿Y qué cazan? —preguntó Shane contagiándose de su nerviosismo; su instinto le decía que por esta vez debía confiar en el vampiro.
Carter ya estaba gritando a los humanos para que salieran por la puerta de atrás, mientras convencía al camarero de que también abandonara el local, porque un grupo de camorristas borrachos venían con intención de destrozarlo. El tipo con aires de gallito era en realidad un cobarde, porque fue el primero en salir corriendo.
—Nos cazan a nosotros: lobos, vampiros, todo ser sobrenatural diferente a ellos —respondió Adrien mientras sacaba de su espalda dos dagas de plata. Clavó sus ojos en Kate y se acercó a ella, su única preocupación esa noche era mantenerla a salvo.
—¡Kate, ven conmigo! Intentaré sacaros a Jill y a ti de aquí —la urgió Marie interponiéndose entre ellos, y lanzó una mirada de advertencia al vampiro.
Kate asintió, estiró la mano para tomar la que le ofrecía Marie, pero no pudo asirla. El empujón la dejó sin aire en los pulmones. Oyó el sonido de los cristales al romperse y cayó hacia atrás a la vez sentía que algo le arañaba la sien. Dos flechas de ballesta se clavaron en la barra y una tercera entre las botellas de uno de los armarios tras la barra.
Adrien consiguió sujetarla antes de que se golpeara contra el suelo.
—Gracias —dijo Marie al vampiro, de pie frente a ellos. Él también la había apartado a ella, evitando que la flecha la alcanzara.
El chico ni siquiera la miró. Toda su atención se concentraba en Kate. Le giró el rostro para ver la herida, solo era un rasguño, pero sangraba. De un tirón arrancó un trozo de su camiseta y lo colocó sobre el golpe.
—Presiona un poco —susurró tratando de parecer calmado, sus ojos se habían convertido en dos llamas candentes. La visión de la sangre, más la expectativa de violencia que estaba por desatarse, estaban haciendo estragos en él.
Una nueva lluvia de flechas los obligó a lanzarse al suelo. Adrien cubrió a la humana con su cuerpo. Una décima de segundo después, los Nefilim entraban a través de puertas y ventanas.
—Tienes que llegar a la cámara frigorífica. ¡Rápido! —urgió Adrien a Kate.
Se puso en pie y encaró a los Nefilim haciendo girar las dagas entre los dedos.
Kate buscó con la mirada cómo llegar a la cámara, que debía de estar en la cocina. Gritó el nombre de Jill y esta le respondió desde algún punto detrás del mostrador. Trató de gatear evitando mirar hacia atrás, hacia la lucha que tenía lugar a sus espaldas, para no perder la voluntad. Alguien aterrizó frente a ella, era Evan.
—Ven, te llevaré con Jill —dijo con tono urgente.
Él la tomó por los brazos, pero algo embistió contra ellos y Evan salió volando por los aires mientras que ella caía de espaldas golpeándose contra una silla. Quedó aturdida durante unos instantes, meneó la cabeza para despejarse y la escena que contempló la dejó atónita. Por encima de todo el estruendo oyó a Shane gritando.
—No cambiéis, no os transforméis —rugía con rabia. Los Nefilim portaban cadenas de las que él jamás podría olvidarse.
Kate se quedó inmóvil, sobrecogida por la violencia que contemplaba. Marie sujetaba con fuerza a uno de aquellos tipos, mientras Keyla trataba sin éxito de romperle el cuello. El Nefilim logró liberarse de ellas y con una rapidez sin igual golpeó a Keyla en el estómago. Aferró a Marie aplastándola contra la pared y alzó una daga en el aire dispuesto a enterrarla en el pecho de la vampira.
Shane apareció como un obús, blandiendo una tubería. Golpeó al Nefilim una vez tras otra hasta aturdirlo, para al final ensartarlo en el suelo.
—Siervos, me dais asco —dijo una voz tras Kate, sintió como la aferraban por el cuello y la levantaban del piso.
Un chico moreno, con un rostro tan dulce e inocente como el de un niño, la miraba con odio. La abofeteó con la mano libre y la lanzó contra la mesa de billar. Kate gritó aterrada mientras aquel chico partía por la mitad uno de los tacos convirtiéndolo en un par de estacas.
—Si estuviéramos solos, te enseñaría qué hacemos con las que son como tú —dijo el chico mirando de arriba abajo el cuerpo de Kate.
—¿Como yo? —replicó desafiante mientras se arrastraba de espaldas sobre la mesa.
—Sí, rameras, amantes de estos monstruos —le espetó agarrándola del tobillo para volver a atraerla.
Kate se retorció cuando el tipo alzó la estaca sobre ella. Sin que nadie lo tocara, él salió volando hacia atrás, estrellándose contra la pared. En ese mismo instante, una de las mesas voló hasta romperse sobre su cuerpo. Adrien apareció al lado de Kate y la ayudó a levantarse.
—¡Jared! —gritó ella casi sin aliento.
El licántropo se agachó, pero no a tiempo. Uno de los extremos de la cadena se enrolló a su cuello, un Nefilim tiraba del otro y la sangre comenzó a correr por el pecho del chico.
Kate se lanzó hacia delante para socorrer a Jared, pero Adrien la detuvo.
—¡Suéltame, lo van a matar! —gritó ella.
El vampiro soltó una maldición.
—¡Escóndete, por favor! —rogó desesperado. La empujó apremiándola y voló para ayudar a Jared.
Kate giró sobre sus talones, cumpliendo el ruego, pero captó un movimiento con el rabillo del ojo e inmediatamente todo el mundo se detuvo a su alrededor. Su respiración se convirtió en un jadeo y el corazón la amenazó con salirse de su pecho. Empezó a temblar de forma violenta, completamente atónita.
William sintió la tormenta desatándose dentro de su pecho, cuando su mirada se encontró con la de Kate. Estaba sangrando, la habían herido, e iba a matar a aquellos semiángeles por haberse atrevido a rozarla. Pero antes debía ponerla a salvo.
Sus sentidos reaccionaron al crujido. Un Nefilim se levantaba de entre un montón de maderas empuñando una ballesta y apuntaba a Kate. Todo fue muy rápido, saltó hacia delante para apartarla, pero una figura se materializó frente a él. Reconoció a Adrien y el miedo lo golpeó de lleno. Trató de alcanzarlo, seguro de que también intentaba atacar a la chica, por eso le costó entender lo que estaba viendo. Adrien la sujetó por los brazos, tiró de ella y la hizo girar pegándola a su cuerpo, consiguiéndose así interponerse en el camino de la flecha que acabó impactando en su espalda. Ambos cayeron al suelo.
William sintió un fuerte golpe en el estómago y otro en las piernas que le hizo perder el equilibrio. Mientras luchaba contra los dos tipos que lo pateaban sin tregua, sus ojos no perdían detalle de cada movimiento de Kate. Adrien se levantó con ella en brazos, el vampiro sangraba de forma profusa por el pecho, la flecha lo había atravesado de lado a lado y parecía mareado. William pensó que iba a volverse loco cuando los vio desvanecerse en el aire. Gritó y una oleada de energía se dispersó a su alrededor como la onda expansiva provocada por una bomba.
Se puso en pie, derribando a todo el que se le ponía por delante. Alguien chocó contra él, se giró empuñando una daga, y un rugido escapó de su garganta al ver el rostro de Adrien.
—¿Dónde está Kate? —bramó.
—A salvo —respondió mientras evitaba los golpes de un Nefilim—. Preocúpate de salvar a tus amigos, de ella ya me preocupo yo.
William le lanzó una mirada asesina y arremetió contra los intrusos. Instantes después los Nefilim se replegaban y huían.
William lanzó a Adrien a la calle a través de la puerta resquebrajada. Se abalanzó sobre él y rodaron por el suelo bajo la mirada estupefacta de los demás, que no habían tenido tiempo de intervenir.
—¿Dónde está? —preguntó William asestándole un golpe en la mandíbula.
Adrien dibujó una sonrisita burlona en sus labios y le devolvió el puñetazo.
—No te metas —gritó William a Shane, cuando este hizo ademán de interponerse.
Los dos se pusieron en pie, cansados y vapuleados, pero sin intención de frenar la discusión. Se enzarzaron en una pelea de titanes hechos una furia.
—¡Parad ahora mismo! ¡Ya! —exclamó Kate surgiendo del bar como una exhalación. Jill y Evan, que acababa de sacarlas de la cámara frigorífica, iban tras ella.
Ambos giraron el rostro para mirarla y eso le dio tiempo a colocarse entre ellos con los brazos extendidos, como si así pudiera contenerlos.
—Apártate, Kate, no tienes ni idea de quién es —dijo William, su voz sonó casi como una súplica.
Kate cerró los ojos un instante. Oír de nuevo su voz, cómo pronunciaba su nombre, era más de lo que podía soportar esa noche. Estaba allí, había vuelto, pero nada era como había imaginado.
—Sé perfectamente quién es —respondió Kate, obligándose a mirarle.
—Kate, ese tipo es un asesino —intervino Robert. Dio un paso hacia ella, pero se detuvo cuando le apuntó con el dedo y se acercó un poco más a Adrien como si lo protegiera.
—Sé que ha matado a algunas personas, pero puede que lo haga porque no tiene más remedio.
—Déjalo estar, Kate —susurró Adrien.
—¡No te dirijas a ella! —le espetó William apretando los puños.
—No lo haré si ella me lo pide —replicó Adrien de forma provocativa.
—¡Basta! —gritó Kate y con su mirada recorrió cada uno de los rostros presentes—. Escuchadme todos. Ha tenido miles de ocasiones de hacerme daño y no lo ha hecho, al contrario, ha cuidado de mí. Ayer me salvó la vida, a mí y a todos los que estábamos en el café. Y hoy ha vuelto a hacerlo, nos ha salvado a todos. Si él no hubiera venido hasta aquí estaríamos muertos. Así que nadie va a tocarle un solo pelo, se lo debemos. ¿Está claro?
Nadie contestó y todos desviaron las miradas. Marie, rodeada por los brazos de Shane, no apartaba los ojos de William, que miraba a Kate completamente atónito a la vez que molesto.
Entonces Kate se volvió hacia Adrien.
—Si le haces daño a uno solo de ellos, te mataré con mis propias manos. No sé cómo, pero buscaré la forma y te mataré. —Él asintió con gesto solemne—. Bien, ahora llévame a casa.
Todos dieron un respingo, sorprendidos.
—¡No puedes irte con él! —exclamó William.
—Así estaré segura de que ninguno de vosotros intenta nada en su contra.
—Te lo ruego, quédate y hablemos —sugirió él desesperado.
Kate se volvió hacia William, le dolía contemplar su rostro porque aún creía que se trataba de una alucinación. Observó su pelo revuelto, que le caía sobre la frente, y su rostro de ángel pálido como la cera. Se estremeció. Había soñado tantas veces con el reencuentro, que saltaba a sus brazos y él la aferraba con fuerza apretándola contra su pecho. Sin embargo, lo único que surgió en ese momento fue una pregunta.
—¿Por qué has vuelto? Y dime la verdad.
William no apartó sus ojos de los de ella en ningún momento, y una expresión de verdadera determinación le hizo apretar la mandíbula.
—Supe que los Nefilim atacarían. Intenté contactar por teléfono, fue imposible, y no me quedó más remedio que regresar —reconoció.
—No te quedó más remedio —repitió ella muy despacio—. Si esa es la razón por la que has vuelto, creo que no tenemos nada de qué hablar —dijo sin poder ocultar la decepción y el dolor que esa respuesta le había causado—. Sácame de aquí —le susurró a Adrien.
En un visto y no visto, Adrien la rodeó con sus brazos y desapareció.
William se abalanzó sobre ellos para detenerlos, pero ya era tarde, no estaban. Solo quedó una pequeña vibración en el aire y el olor de Kate que comenzaba a desvanecerse. Cada vez más frustrado, se pasó una mano por el pelo. Deseaba gritar hasta quedarse sin garganta. Oyó que Stephen y Carter comenzaban a organizar una forma de limpiar aquello y acallar al dueño.
Shane se acercó a él y le puso una mano en el hombro.
—¿Estás bien? —preguntó el licántropo.
—No —respondió. El sentimiento de culpa estalló en su interior, castigándolo con dureza.
—Me alegro —replicó Shane, y sin avisar le dio un puñetazo en plena cara.
—¡Shane! —exclamó Marie.
De un salto Evan agarró a su primo y lo apartó de un tirón.
—¿Qué demonios te pasa? —le gritó.
Robert empezó a reír con ganas.
—Alguien tenía que hacerlo.
—No, déjalo. Me lo merezco —dijo William, sujetando a Evan de un brazo para alejarlo de su primo. Se masajeó la mandíbula.
Decepcionado, Shane entrelazó los brazos sobre el pecho.
—¿Qué más pruebas necesitas para comprender que alejarte de todo no protege a nadie? —le espetó.
—Creí que os protegía, que la protegía. Estoy cambiando y soy peligroso. Si algún día pierdo los estribos, si me dejo llevar…
Shane resopló por la nariz y sus ojos brillaron como dos faros amarillos.
—Peligroso. ¡Ja! ¿Y yo qué soy, un suave muñequito de peluche? ¿Cuándo soy más adorable? ¿Cuando me transformo en un lobo de ciento veinte kilos con el único deseo de matar y devorar a cuanto se me pone por delante? ¿Crees que yo no me siento culpable por eso o que no tengo miedo de lo que podría hacer a los que quiero? En este momento deseo arrancarte la cabeza, pero eso no significa que vaya a hacerlo. Y te juro que hace rato que perdí los estribos.
—Tienes razón —contestó William, y apretó los labios.
—¡Por supuesto que la tengo! Te fuiste y las cosas no han hecho más que empeorar. Querías proteger a Kate y mira qué has conseguido. Acaba de largarse en brazos del tipo que quiere verte muerto.
William se llevó las manos a la nuca y entrelazó los dedos, mirando al cielo con un sentimiento de frustración que lo ahogaba.
—Lo sé, lo sé. Soy un estúpido —contestó.
—No hace falta que me lo jures —masculló Shane.
—Estoy disfrutando de esta conversación, de verdad. Porque llevo días intentando meterle eso mismo en la cabeza —intervino Robert—. Pero creedme cuando os digo que en este momento hay cosas más importantes de las que hablar, ¿verdad William?
William lo miró de medio lado y asintió. Aunque no podía dejar de pensar en Kate, en que en ese mismo instante estaba con Adrien en alguna parte, y todo por su culpa. Lo único que quería era ir en su busca y traerla de vuelta, a su lado. ¿Cómo podía haber estado tan ciego? Había perdido lo único importante y real en su vida. Y si tenía alguna posibilidad de recuperarla, acababa de desperdiciarla con la estúpida respuesta que le había dado a su pregunta.
Pero Robert tenía razón. Estaban sucediendo demasiadas cosas, demasiadas coincidencias como para ignorarlas. De una forma u otra, todos habían sido atraídos al mismo lugar. Heaven Falls se estaba convirtiendo en el epicentro del desastre.
Shane suspiró más calmado, se acercó a William con una sonrisa y le dio un ligero empujón en el hombro.
—Me alegro de verte.
—¿No me odias por marcharme sin decirte nada? —preguntó William.
—Eres mi mejor amigo. Las ganas de matarte solo me duraron un par de semanas.
William no pudo evitar sonreír y le devolvió el empujón, pero inmediatamente su rostro se oscureció por la preocupación. Vigiló la oscuridad como si esperara ver surgir algo de ella.
—No temas por Kate, dudo mucho que ese tipo intente hacerle daño —dijo Shane en voz baja.
—¿Cómo puedes saberlo? —musitó con amargura.
El licántropo se frotó las palmas de las manos contra el pantalón y ladeó la cabeza con un gesto de pesar, como si le costara pronunciar las palabras consciente del daño que iban a causar.
—Porque está enamorado de ella. Por esa razón estaba aquí y por esa razón luchó a nuestro lado. La quiere.
William sintió como si alguien acabara de atravesarle el corazón con un hierro candente.
Faltaba poco para el amanecer cuando William salió de la casa tras la larga conversación que todos habían mantenido sobre los acontecimientos de las últimas semanas. Apoyó las manos en la baranda del porche, volcando todo su peso en la débil estructura. Contempló el tupido bosque que crecía silvestre, alimentado por el arroyo que fluía a través de él. El sonido del agua entre las rocas llegaba a sus oídos como un dulce bálsamo relajante. Solo que no era capaz de disfrutar de nada de eso, la sensación opresiva de su pecho se estaba convirtiendo en una oscura premonición de la que no podía desprenderse.
Sus ojos brillaron con un fulgor rojizo y airado en la oscuridad de la noche, y la madera crujió entre sus dedos mientras el aire comenzaba a arremolinarse a su alrededor cada vez más frío.
Cerró los ojos, le estaba costando mucho calmarse. La mezcla de sentimientos que hervían en su interior amenazaba con desquiciarlo. Se sentía realmente mal: celoso, estúpido, enfadado; un completo idiota incapaz de hacer nada bien.
La puerta se abrió y Marie apareció a través de ella vistiendo un tejano desgastado y una de las camisetas de Shane, que le llegaba por encima de las rodillas. Se apoyó en la barandilla, a su lado, y contempló el bosque en silencio.
—Me gusta tu casa —dijo William.
Marie lo miró a los ojos y esbozó una sonrisa.
—Si hace tiempo me hubieran dicho que acabaría viviendo en una casita de cuento en medio del bosque, jamás lo hubiera creído. Puede que en un ático en Nueva York. —Se dio la vuelta y apoyó la cadera en la columna, William la imitó y contemplaron la casa.
—Shane ha hecho un trabajo estupendo.
—Tenías que haberla visto hace unas semanas, parecía un cobertizo. Yo pensaba contratar a alguien para que la reconstruyera, pero Shane dijo que quería hacerlo él, y me alegro de que así fuera, porque ha quedado preciosa.
—Te va como anillo al dedo, aunque esa camiseta… —repuso mirándola de arriba abajo.
Marie soltó una carcajada.
—Prueba a caminar por este bosque con zapatos de tacón y un Versace.
—Te he visto hacerlo —replicó William, contagiándose de su risa—. ¿Te acuerdas de aquella Noche Vieja en los Alpes Franceses? Cuando salimos de caza con aquella nevada. «Nunca se sabe con quién te puedes encontrar», repetías todo el tiempo.
—No me lo recuerdes —se quejó Marie cubriendo su rostro con las manos—. Esa noche perdí mi pulsera favorita y mi precioso vestido quedó destrozado. ¿De verdad soy tan presumida?
William asintió sin dejar de reír.
—Fue la de 1982, ¿no? —inquirió ella.
—1983.
—Prometimos que pasaríamos cada Noche Vieja juntos, que las celebraríamos para no convertir ese día en una fecha maldita. —Alzó los ojos hacia él—. ¿Seguirás manteniendo tu promesa?
—Quiero hacerlo.
Se quedaron en silencio un rato, contemplando de nuevo el bosque.
—¡Dios mío, William! —exclamó Marie de repente—. ¿Cómo pensabas soportar todo esto tú solo? Lo que Robert y tú nos habéis relatado esta noche es para volverse loco: ángeles, ritos, profecías… y querías cargar con todo ese peso sin ayuda. No estás seguro de si puedes confiar en ese arcángel, y ese otro que asesinó a Marcelo…
—Eh, eh, tranquila —dijo William tomándola por los hombros.
—¡Es que me he sentido tan culpable!
—No eres culpable de nada.
—Si yo no hubiera… tú…
William le puso un dedo en los labios para hacerla callar, sonrió y le acarició la mejilla. Ella se abrazó a él, escondiendo el rostro en su pecho.
—¿Estás bien? —preguntó él un poco preocupado por lo que parecía un ataque de ansiedad.
Ella asintió y lo estrechó con más fuerza.
—Te he echado mucho de menos. Me tenías tan preocupada. Te buscamos por todas partes…
William la meció entre sus brazos.
—Lo siento. Pero no era capaz de mirarte a los ojos después de saber lo que te hice.
—Olvida eso, tú no me hiciste nada. Soy feliz, más de lo que he sido nunca, debería darte las gracias por morderme. De otro modo no hubiera conocido a Shane.
Hubo un nuevo silencio.
—Hiciste mal en huir —añadió Marie.
William suspiró, sintiéndose cada vez más culpable, impotente porque no tenía ni idea de cómo arreglar la situación. Dejó de abrazarla y fijó la vista en algún punto lejano.
—Estaba convencido de que lo mejor era desaparecer. Me sentía solo, traicionado por mi propia familia… culpable por lo que hice y asustado por lo que podría hacer. Creí que si desaparecía, todos estaríais mejor…
—Pues no ha sido así, y Kate…
—Pensé que la ponía a salvo —repuso William interrumpiéndola—. Abandonarla es lo más duro que he tenido que hacer nunca. Vivir sabiendo que le he hecho daño me resulta insoportable —dijo desesperado, con un peso que le oprimía el pecho—. Y tanto sufrimiento para nada.
Marie volvió a abrazarlo y le acarició la nuca con ternura, no soportaba ver sufrir a su hermano.
William la apartó un poco y la miró a los ojos.
—Esta vez sí que la he fastidiado.
—No te castigues.
—Se fue con él.
—Sí, pero puedes estar seguro de que esa decisión no tiene nada que ver con que pueda sentir algo por él. William, Kate te quiere, pero ha sufrido mucho estas últimas semanas. Te marchaste y ella quedó perdida, sin un norte que marcara su camino, porque su camino eres tú.
—He cometido el mayor error de mi vida, y sé que no lo merezco, pero quiero recuperarla. Sin ella nada tiene sentido para mí.
—¡Pues díselo! —replicó Marie con un atisbo de impaciencia.
—No creo que con eso baste.
—No, pero es un comienzo, y ella te quiere.
William volvió a abrazarla, y con ojos furiosos miró al cielo donde comenzaba a intuirse la claridad del alba. La idea de que Kate continuara en compañía de Adrien sacaba lo peor de sí mismo.