Kate se alejó de Heaven Falls por la tranquila carretera que llevaba hasta el Wildcat Grill. Conducía deprisa, Jill la había amenazado con no dirigirle la palabra nunca más si le daba plantón en una noche tan especial, y ya llegaba con media hora de retraso.
En realidad no estaba para muchas fiestas. No dejaba de darle vueltas a la cabeza, repasando mentalmente las escenas de la tarde anterior.
No dejaba de preguntarse dónde se habría metido Adrien o si estaría bien, porque no había sabido nada de él desde su desaparición en el café. Se preguntaba quién sería realmente —aunque tenía una ligera idea sobre la respuesta a esa pregunta—, y hasta qué punto sus impresiones sobre él serían acertadas. Le costaba creer que la desesperación que había encontrado bajo su arrogancia y suficiencia fueran una mentira. Había captado su sufrimiento de una forma tan tangible, que le resultaba imposible imaginar que tal sentimiento se pudiera fingir.
La carretera comenzó a serpentear adentrándose entre las montañas y Kate se obligó a prestar más atención a su forma de conducir. En aquella zona, y sobre todo durante la noche, no era difícil cruzarse con más de un ciervo que surgía de la nada asustado por los faros de los coches.
A través del parabrisas miró hacia el cielo, no había luna, la oscuridad era absoluta y las estrellas brillaban en el cielo como diamantes. Era una noche preciosa.
Un rugido a su espalda la sobresaltó, a la vez que un fogonazo de luz en el espejo retrovisor la dejaba momentáneamente ciega. Parpadeó y el corazón le dio un vuelco al comprender de quién se trataba. La moto negra se colocó a su lado, con un violento acelerón la adelantó y se puso al frente, controlando la marcha.
Continuaron así a lo largo de dos kilómetros, hasta que Adrien puso el intermitente. Se hizo a un lado de la carretera, donde el arcén se ensanchaba, y se detuvo por completo. Kate lo imitó, sacó la llave del contacto y se apeó del coche. Con el corazón en un puño fue hasta él, que acababa de quitarse el casco y lo estaba colgando del manillar.
—Te he llamado como un millón de veces. ¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó Kate.
—Hola —respondió nervioso. Metió los pulgares en los bolsillos y empujó una piedra con el pie.
—Hola. ¿Dónde estabas? Llevo todo el día sin moverme de casa por si aparecías.
—Lo sé —respondió lanzando rápidas miradas a su alrededor, como si esperara ver surgir algo de entre los árboles.
—¿Entonces por qué no…? Un momento, no has vuelto porque creías que te había delatado a los Solomon —señaló boquiabierta, dando por hecho que él ya sabía quiénes eran.
—Yo lo habría hecho.
Kate frunció el ceño, ofendida.
—Pues yo no, al menos hasta después de darte la oportunidad de explicarte.
—Debí suponerlo al ver cómo te comportaste en el café, fuiste muy valiente. Por cierto, ¿cómo tienes la mano?
—Bien, el corte no era profundo.
—Me alegro.
Kate sentía su corazón golpear contra las costillas mientras contemplaba lo que parecía la silueta de Adrien en la oscuridad. Y él la observaba a ella, lo sabía porque sus ojos brillaban como dos faros plateados.
—Tenemos que hablar —dijo Kate muy seria.
—Lo sé, pero es que… —Hizo una pausa y exhaló de golpe el aire que contenían sus pulmones—. No tengo ni idea de cómo empezar.
—¿Qué te parece si yo hago preguntas y tú respondes? —sugirió con tono vacilante.
Adrien no contestó, pero a ella le pareció que asentía con la cabeza.
—Tú eres el vampiro al que todos están buscando —no era una pregunta sino una afirmación.
—Sí.
—¡Pero tu corazón late, yo lo sentí!
—No, Kate, no late. —Una sonrisa amarga curvó sus labios—. Se me da bien crear ilusiones.
—¿Quieres hacerme daño?
—¡No! A ti menos que a nadie.
—¿Estás aquí por William?
—Él no está aquí —respondió.
—¿Si estuviera intentarías hacerle daño?
—No —respondió sin dudar, porque esa era la verdad, no quería hacerle daño. Aunque se lo haría si no tenía más remedio, pero eso no iba a decírselo.
—Sé que William es la clave en algún tipo de plan demencial para que los vampiros… —Hizo un gesto exasperado—. No necesito contarte la historia, tú ya la conoces, ¿no es así? —Él no respondió—. Tú formas parte de ese plan, quieres su sangre, ¿cómo piensas conseguirla sin hacerle daño?
—En el supuesto de que así fuera, hay otros caminos al margen de la violencia.
—No te la dará —su voz sonó suplicante—. ¡Por Dios Santo, Adrien! ¿Por qué estás metido en este disparate? ¿Te están obligando?
De repente un viento helado se arremolinó a los pies del vampiro. Maldijo por lo bajo y se despeinó el pelo con frustración. Las palabras se agolpaban en su boca y en ese momento odió más que nunca su vida. Apretó los párpados con fuerza cuando sintió las lágrimas titilando en sus ojos. Ella le hacía sentirse desnudo, como si su piel fuera transparente y sus sentimientos palpables bajo ella. Era absurdo que se sintiera así, el lazo emocional que había establecido con ella no era lógico. Porque en su interior no había cabida para otra cosa que no fuera la frialdad, incluso la crueldad de la que se alimentaba desde hacía tiempo para poder sobrevivir. Pero con ella todo su mundo se estaba poniendo patas arriba.
—Ya te he dicho que no quiero hacerle daño, eso debería bastarte.
—Pero no es suficiente…
—Esto ha sido un error —la interrumpió él, y dio media vuelta con intención de dirigirse a su moto y marcharse.
—¡Está bien, está bien! —exclamó Kate yendo tras él. Lo sujetó por el brazo con manos temblorosas, deteniéndolo—. Por favor. No insistiré.
Lo soltó y se abrazó los codos con nerviosismo, tratando de ordenar todo lo sucedido desde… ¡Dios, parecía que hiciera una eternidad desde que su vida se había cruzado con la de los vampiros!
Intentó concentrarse en lo que quería hacer, probablemente esa sería la única oportunidad que tendría de encontrar sentido a aquella locura. Incluso, si actuaba con la suficiente inteligencia, podría dar con la forma de pararla. Adrien nunca le había hecho nada, más bien al contrario; casi mató a aquellos tipos la tarde anterior para salvarla. Si conseguía llegar hasta él, conocer la razón que le movía…
Él se giró muy despacio y hubo un largo silencio, cada segundo se hizo eterno. Kate esperó hasta que sus miradas volvieron a encontrarse en la oscuridad, tragó saliva y continuó.
—¿Qué pasa con los Solomon? Ellos son como una segunda familia para mí.
—No tengo nada en su contra. Si no se cruzan en mi camino, yo no me cruzaré en el suyo.
—¿Entonces qué haces aquí?
Adrien negó con la cabeza y bajó los ojos al suelo con disgusto. No podía contestar a esa pregunta. Como si de un truco de magia se tratara, su piel pareció emitir un leve resplandor que iluminó de forma muy tenue sus rasgos.
Kate, boquiabierta por la imagen, se obligó a concentrarse. Observó apenada su rostro irresistiblemente hermoso, que en aquel momento reflejaba una profunda amargura.
—Bien, lo intentaré con otra. ¿Lo tenías planeado? Me refiero a instalarte en mi casa y convertirte en mi amigo.
—¿Me consideras tu amigo? —preguntó sorprendido mientras levantaba la mirada del suelo. El cambio de humor hizo que su luz se apagara y que quedara sumergido de nuevo en la oscuridad. Ella asintió—. Te juro que no lo planeé, la idea era mantenerme alejado. Pero la casualidad hizo que nos encontráramos en esa calle y después que aparecieras en la cafetería, y una cosa llevó a la otra. Yo quería que continuáramos hablando, me gusta el sonido de tu voz. Y pensé que merecía la pena correr el riesgo, a pesar de lo mucho que me exponía a tus amiguitos inmortales —pronunció las últimas palabras con un deje mordaz.
—¿Te gusta mi voz? —pestañeó extrañada.
Adrien sonrió con tristeza, pero la oscuridad impidió que ella lo viera.
—Entre otras muchas cosas —murmuró tras un instante.
Kate se revolvió incómoda, la extraña conexión que habían establecido la hacía sentirse culpable. Inexplicablemente, Adrien le caía bien, le había cogido cariño. No solo eso, necesitaba su amistad, y sí, el sentimiento que le oprimía las costillas en aquel instante era preocupación. Sin embargo, la certeza de que esos sentimientos no eran correctos la agobiaba, sentía que los estaba traicionando a todos: a los Solomon, a los Crain… a William.
—Te creo cuando dices que no quieres hacer daño a nadie, pero será mejor que termines cuanto antes con eso que te ha traído hasta aquí y que te marches. Aquí corres peligro. Si mis «amiguitos inmortales» te encuentran, no se lo pensarán dos veces, intentaran matarte sin darte la más mínima oportunidad para que te expliques.
—¿Te preocupas por mí?
—Mas bien por ellos. No sé por qué, pero creo que llevan las de perder si se enfrentan a ti. —Hizo una pausa y apartó la mirada—. Pero también me preocupa lo que pueda sucederte, te has convertido en alguien importarte para mí.
—¿De verdad?
Kate se mordió el labio sin estar muy segura de si podría contestar a la pregunta. Tenía la respiración tan acelerada que le costaba articular las palabras. Respiró hondo.
—Estos últimos días han sido estupendos. Los necesitaba, y tú pareces saber qué hacer y qué decir en cada momento para que me sienta bien. Me ha gustado tenerte cerca y, aunque no sé muy bien por qué, confío en ti.
De nuevo aquella corriente fría volvió a arremolinarse a los pies de Adrien, pero esta vez con tanta fuerza que agitó el pelo de Kate azotando su cara. Ella empezó a relacionar los cambios de humor y sentimientos del vampiro con las ráfagas de aire, el cambio de temperatura y aquella luz que surgía de debajo de su piel.
—Pues no deberías, no lo hagas. No confíes nunca en mí —gruñó él.
—¿Por qué?
—Ya te lo dije, solo ves lo que quiero mostrar.
—Si intentas convencerme de que la persona que he conocido estos días solo era una ilusión, pierdes el tiempo —le aseguró completamente convencida.
—¡Mato personas! —gritó de repente.
Kate negó con la cabeza de forma compulsiva.
—No te creo. Ayer pudiste desangrarme, a mí y a esos tipos, y no lo hiciste.
Una risa lúgubre brotó de la garganta de Adrien.
—Aún no entiendo cómo conseguí controlarme. Tu mano, la sangre… —La sed agitó su estómago al recordarlo y una risa amarga surgió de su garganta—. Están muertos.
Cada uno de sus músculos se tensó bajo la ropa hasta adquirir la solidez del granito. Todo en él era puro desafío.
—¿Qué?
—Esos tres. Los soltaron esta mañana, los seguí y los maté. Y mataré a otros, es algo que no puedo evitar, y ni sé si quiero evitarlo.
Kate se llevó una mano a la boca para contener una exclamación.
—¿Por qué?
—Mejor ellos que alguien inocente.
De repente Kate recordó algo que Adrien había dicho en el café y su mente se iluminó rememorando una conversación entre Sebastian y ella la noche del baile. Se le contrajo el corazón, lanzando oleadas de adrenalina por todo el cuerpo.
—Veo que sabes de qué estoy hablando —añadió él interpretando sus emociones.
Kate asintió.
—Sí, alguien me habló de ello. El placer que un vampiro siente cuando mata mientras se alimenta es tan intenso que, una vez que lo prueba, ya no puede parar.
—¿Placer? —le espetó de forma brusca—. Quién te dijo eso debería bajarse del pedestal en el que se halla subido y ver la vida real. No siento ningún placer, créeme.
—Entonces, ¿qué sientes? —preguntó con la voz entrecortada por el miedo.
No quería sentir ese temor, pero era un instinto primario que no conseguía controlar. Aun así quería llegar hasta Adrien, encontrar una forma de acercarse a él, a lo que había en su interior.
—Un odio profundo hacia lo que estoy haciendo. Después muero mientras ellos mueren, una vez y otra. Su esencia vital entra en mí, me arden las venas. El poder me desborda, me siento invencible y cruel, despiadado. Soy capaz de cualquier barbarie, y me odio aún más porque siento deseos de volver a hacerlo.
—¿Y cómo llegaste a esto? —preguntó Kate con voz ahogada y cargada de pena.
—¡No me compadezcas! —susurró entre dientes.
—No lo hago, pero no dejo de preguntarme qué te empujó a… —Alzó los brazos al cielo, sintiéndose impotente—. ¡Tú no eres uno de esos renegados sin escrúpulos, lo veo en tus ojos! Algo tuvo que ocurrir, algo tuvo que empujarte a esto. Por favor, déjame ayudarte.
Adrien soltó el aire ruidosamente, la tensión estaba haciendo estragos en él. En un visto y no visto se deslizó hasta quedar frente a ella, tan cerca que sus cuerpos se tocaban.
El pecho de Kate subía y bajaba cada vez más deprisa por la proximidad de Adrien.
—¿Por qué querrías hacer algo así? —susurró él rozándole la mejilla con el dorso de la mano.
—No lo sé.
—Esa respuesta no me vale.
Ella ladeó la cabeza al sentir que se ruborizaba.
—¿Por qué, Kate? —insistió y puso un dedo bajo su barbilla para obligarla a que lo mirara.
—Me siento bien contigo, llenas el vacío de mi pecho. Yo… te necesito cerca, aunque no puedo darte nada a cambio y no sé si algún día podré.
Adrien la miraba a los ojos sin parpadear, como si quisiera aprendérselos de memoria. Tan cerca que hubiera podido besarla sin apenas moverse.
—Pero si él regresa, ya no me necesitarás, y entonces, ¿qué?
—Adrien yo… yo no puedo prometerte nada, no siento eso por…
Una suave brisa agitó los árboles, arrastrando un murmullo.
Adrien le tapó la boca con una mano, mientras con la otra le hacía un gesto para que guardara silencio. La tomó del brazo y comenzó a tirar de ella hacia su coche.
—¿Qué pasa? —susurró ella.
—No lo sé, pero no me gusta lo que siento —respondió agudizando sus sentidos al máximo.
El sonido de varios vehículos llegó hasta ellos. Adrien se detuvo y agarró con más fuerza la mano de Kate. Cerró los ojos, una energía extraña se percibía en el aire, la sentía arremolinarse a su alrededor, opresiva, a la vez que familiar. Pero no dejaba de ser extraño, porque era la primera vez que sentía algo parecido.
—¡Sube al coche! —apremió a la chica. Abrió la portezuela y cerró una vez que ella estuvo dentro—. Vas al grill, ¿no?
—Sí. ¿Qué ocurre?
—Nada que deba preocuparte.
—Pero…
—Escucha, solo es una sensación, pero si ocurre algo serás la primera en saberlo, te lo prometo. Ahora vete si no quieres que los lobos empiecen a hacerte preguntas.
Kate asintió y puso el coche en marcha, incorporándose a la carretera bajo la mirada vigilante de Adrien. Justo cuando el coche desapareció tras la primera curva, dos furgonetas de cristales tintados aparecieron en la carretera. De un salto Adrien subió a la moto, ni se molestó en ponerse el casco. Aceleró y derrapando salió a la carretera, directo a encontrarse con aquello que le ponía el vello de punta.
Los vehículos se cruzaron. Un chico rubio, de unos veintitantos años, conducía la primera furgoneta. Llevaba el brazo izquierdo apoyado en la ventanilla y Adrien pudo ver el tatuaje que lucía en el hombro: una corona de espinas sangrante atravesada por una espada y una palabra en la hoja.
«No puede ser», pensó Adrien sin dar crédito. Sus ojos se cruzaron un instante con los del conductor y salió de toda duda. Eran oscuros y en ellos destacaban dos pupilas del color del mercurio, frías y brillantes.
Aceleró a pesar de que sabía que no podían detectarlo. Estaba protegido por la marca de su padre y puede que por su propia naturaleza, era un híbrido único. Mitad vampiro, aunque no olía como ellos, y mitad ángel, aunque solo sus poderes revelaban esa condición.
Se desvió por un sendero que había un poco más adelante, ocultó la moto y volvió corriendo a la carretera. Cerró los ojos, buscó con la mente el rastro de energía que aún continuaba nítido y se desmaterializó. El viento golpeó con fuerza su rostro al tomar forma sobre el techo de la segunda furgoneta. Agazapado como un felino, aguzó su oído tratando de distinguir las conversaciones que tenían lugar en el interior.
—¡Por fin!
Kate dio un respingo tras el volante. Marie había aparecido de la nada y abrió la puerta del coche, tirando de su brazo para que bajara sin ni siquiera darle tiempo a que se quitara el cinturón.
—¿Por qué has tardado tanto? ¿Estás bien? Pareces enferma —continuó Marie.
—Estoy bien. Es que tuve que parar un par de veces, el motor se calienta demasiado —mintió, evitando mirar a Marie a los ojos.
—¿De verdad? Le diré a Shane que le eche un vistazo.
—No, no le molestes. Mañana me pasaré por el taller para que Charlie lo revise.
—¡Oh Kate! ¿Por qué no cambias de una vez este coche? Falta muy poco para la universidad y no puedes viajar por medio estado en ese… —Hizo una mueca de desagrado— trasto. Podrías tener un accidente, piensa en los que te queremos.
—No tengo dinero para un coche nuevo.
—Pero yo sí.
—Por favor, no insistas, ya sabes lo que opino al respecto.
—Lo sé, pero ¿cuándo te he hecho caso en algo?
—¿Nunca?
—¡Exacto! Así que, dime qué color te gusta, el modelo lo elijo yo.
—¡Marie, ni se te ocurra…! —Resopló al ver que ella la ignoraba—. ¿Sabes qué? Haz lo que quieras.
—Lo haré —respondió, y su sonrisa se ensanchó—. Será un híbrido, por eso del medio ambiente…
La puerta del Wildcat Grill se abrió y el enorme cuerpo de Shane apareció en el umbral, su cara se iluminó con una gran sonrisa en cuanto vio a Kate. Desde que William había desaparecido, se sentía en cierto modo responsable de ella. Pero no solo eso, sentía un cariño especial por ella y había asumido como una misión personal el cuidarla. Se sentía impotente al ver lo mal que Kate lo estaba pasando, por eso se había prometido a sí mismo darle un buen puñetazo a William en cuanto volviera a verle.
—Vamos, te he pedido una ensalada de pollo. Te parece bien, ¿verdad?
Kate asintió ruborizada, le devolvió la sonrisa y entró con ellos en el bar.
Heaven Falls era un pueblo pequeño, pero tenía todo lo que se pudiera necesitar: un centro comercial, un cine completamente nuevo con lo último en sonido, buenos restaurantes, clubes con música en directo los fines de semana y, por encima de todo ello, el Wildcat Grill. Fue construido en los años cuarenta y su decoración había pasado por todas las modas posibles. Por suerte, en los ochenta, un tipo de Ontario compró el local y lo convirtió en un bar de moteros. Un auténtico santuario para los amantes de las dos ruedas. Con sus paredes decoradas con matrículas antiguas, insignias, chaquetas de cuero y una auténtica Harley Davidson colgando del techo, era parada obligatoria para todos los viajeros que cruzaban el pueblo. Una leyenda en todo el estado. Y esa noche estaba a rebosar: montañeros, turistas, gente de paso y del pueblo.
Kate recorrió con la mirada el lugar. Carter y Evan la saludaron desde la mesa de billar, Jill conversaba con un par de chicas del pueblo y le hizo un guiño confidente. Keyla y Stephen se hacían arrumacos en un rincón, y Kate sonrió ante la imagen, formaban una pareja preciosa: morenos, exóticos y enamorados. Saltaba a la vista el brillo que irradiaban sus ojos al contemplarse. Desde el otro extremo de la mesa, Jared la saludó con la mano y se repantigó en la silla con los brazos cruzados y sus largas piernas estiradas.
Pocos minutos después, todos se unieron en la mesa en torno a los platos repletos de pizza, costillas y hamburguesas.
Kate, que apenas dijo un par de palabras durante la cena, escuchaba atenta las conversaciones cruzadas y reía por los chistes y las bromas de los chicos. En un momento determinado, Carter le rodeó los hombros con el brazo.
—¿Estás bien? No has probado tu ensalada.
—Sí, es que no tengo mucha hambre.
—Pues tiene una pinta estupenda —dijo el chico, pinchando un trozo de pollo con su tenedor. Se lo llevó a la boca y empezó a masticarlo.
Shane se inclinó sobre la mesa y le acercó otro refresco. Kate se lo agradeció con una sonrisa e inmediatamente bajó los ojos hacia su regazo. Un enorme sentimiento de culpa se instaló en su pecho. Los estaba traicionando, a todos, al no contarles lo que sabía sobre Adrien. Estaba protegiendo al bando equivocado, al enemigo y, si su intuición sobre Adrien le fallaba, sus amigos estaban en grave peligro y en clara desventaja.
Kate dejó que sus ojos vagaran por el bar. Faltaba poco para la medianoche y el local estaba casi vacío. La voz se coló en su cerebro con tal fuerza, que pensó que tenía un ataque de jaqueca. Se llevó las manos a las sienes y las masajeó en círculos, mientras apretaba los párpados hasta ver lucecitas blancas.
«Kate, tienes que salir de ahí», dijo la voz en su cabeza. Kate miró por encima de su hombro esperando ver a Adrien tras ella.
«Sal de ahí, ya».
—¿Estás bien? Parece que has visto un fantasma —preguntó Shane inclinándose sobre la mesa para estudiar su rostro.
—Creo que tengo jaqueca —respondió ella.
—Te conseguiré un analgésico.
—¡No, no te preocupes! Tengo un par de ellos en el coche. Vuelvo en un segundo —indicó ella mientras se ponía en pie y se dirigía a toda prisa hacia la puerta, rezando para que ninguno de ellos la siguiera.
Salió afuera y se detuvo bajo las luces de neón del local. Buscó con la mirada en la oscuridad. La silueta de Adrien apareció entre dos coches del aparcamiento. Sus ojos brillaban con una extraña llama roja en la noche, mientras se movía silenciosamente hacia ella. Kate le hizo un gesto para que se detuviera y corrió a su encuentro.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Si ellos te descubren!
—Tienes que venir conmigo. Hay que largarse de aquí —susurró él agarrándola de la mano y tirando de ella hacia la oscuridad.
—¿Qué? —replicó Kate resistiéndose.
—Vienen a por los lobos, si te quedas, también te matarán.
—¿Que los qué…? ¿Quienes?
—Lo seres más peligrosos que te puedas imaginar, y están a punto de llegar.
—¿Eso es lo que sentiste antes?
—Sí, pero te lo contaré después, ahora tengo que sacarte de aquí —la urgió.
Adrien rodeó la cintura de Kate con su brazo y la alzó del suelo sin ningún esfuerzo, pegándola a su cuerpo.
—Agárrate a mi cuello y cierra los ojos —dijo él con voz imperiosa.
—¿Por qué?
—Puedo aparecer en cualquier otro sitio, con solo desearlo. Te llevo a casa.
—¡No! —exclamó Kate dándole un empujón en el pecho con ambas manos. Él no la soltó y ella comenzó a forcejear—. No pienso abandonarlos. Hay que avisarles.
Adrien la soltó temiendo hacerle daño, porque ella no dejaba de patalear y retorcerse entre sus brazos.
—Eso no evitará nada —masculló con frustración, sentía cómo los intrusos se iban acercando poco a poco.
—Sí, si tú les ayudas.
—No voy a meterme en esto —señaló de forma tajante, sus ojos negros ardían a pocos centímetros de los de ella.
—Bien, pues entonces márchate, porque yo me quedo, son mis amigos —le espetó y dio media vuelta para dirigirse al interior del grill.
Adrien la detuvo aferrándola por la muñeca y emitió un sonido que ella no supo interpretar.
—Retiro lo de valiente, eres temeraria, y estás loca —dijo inclinándose sobre ella, tan cerca que sentía su cálido aliento en el rostro. Maldijo por lo bajo y sin soltar su muñeca se encaminó al local con los dientes apretados. La noche iba a ponerse muy fea.
—Gracias —susurró Kate con la respiración agitada por los nervios y el paso rápido que él marcaba.
—Dámelas después, si es que salimos vivos de esta. Si no intentan matarme los lobos, lo harán los Nefilim.
—¿Nefilim?