Hacía calor, el bosque estaba cubierto de flores bajo la frondosa cúpula que formaban las copas de los árboles con sus hojas teñidas de rojo y marrón. Miles de mariposas revoloteaban de un lado a otro y unos finos copos de nieve flotaban como plumas en su lento descenso hacia el suelo. Era como si las cuatro estaciones se hubieran fusionado en aquel hermoso lugar, dándole un aspecto de fábula. Kate se llevó la mano a la cara y rozó los dedos de William que acariciaban su mejilla. Le sonreía.
—¿Vas a quedarte? —le preguntó.
De repente él se puso serio, retiró la mano poco a poco y dio un paso atrás.
—¡No, no, no, no te vayas! —suplicó Kate estirando el brazo hacia él, pero William no se detuvo, y dando media vuelta comenzó a alejarse sin mirar atrás.
Intentó correr tras él, pero sus pies parecían pegados al suelo. Una espesa niebla invadió el bosque. Giró sobre sus talones, buscando desesperada con la mirada. Comenzó a correr sin poder ver nada. Pero no le importó darse de bruces o caer por una de las pendientes de la montaña.
De repente la niebla desapareció, y ante Kate se materializó un largo pasillo de paredes blancas, repleto de puertas también blancas, a un lado y a otro. Acertó a ver como William desaparecía por una de ellas. Corrió hacia la puerta, la empujó con fuerza y entró a otro pasillo idéntico al anterior. La escena volvió a repetirse y cada vez que ella entraba a un nuevo corredor, él desaparecía por una de aquellas puertas sin poder alcanzarlo.
Comenzó a llorar, las lágrimas enturbiaban sus ojos y no podía ver por dónde pisaba, aun así continuó corriendo, cada vez más deprisa. El blanco pasillo comenzó a difuminarse, transformándose de nuevo en una espesa niebla que la envolvía sin apenas dejarla respirar. Era tan fría que la piel le dolía como si se estuviera congelando, pero lo que de verdad se estaba entumeciendo era el interior de su pecho. Sentía la escarcha solidificando su corazón, sus pulmones, y cómo ascendía por su garganta. Intentó llamar a William, gritó su nombre. Sin embargo, de su boca solo salieron trocitos de hielo tan rojos como la sangre.
Volvió a gritar completamente aterrada.
Abrió los ojos, justo cuando la puerta de su dormitorio se abría de golpe y Adrien traspasaba el umbral. El chico cruzó como una exhalación el cuarto y la tomó por los brazos.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado.
—Sí, solo ha sido una pesadilla —respondió parpadeando varias veces para aclarar su visión.
Adrien le acarició las mejillas. Entonces notó que estaban húmedas, que estaba llorando, y volteó la cabeza para esconder su rostro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Kate cubriéndose con la sábana.
—Te oí gritar.
—¿Sí? Lo siento, siento haberte despertado.
—Tranquila, estaba leyendo un rato.
Kate se acomodó sobre las almohadas y forzó una sonrisa. Adrien se la devolvió y se levantó de la cama sin prisa.
—¿Quién es él? El hombre al que llamabas —aclaró al ver la cara de sorpresa de Kate.
—Ya te he dicho que era una pesadilla.
—¿Es él el culpable de que siempre estés tan triste? —preguntó sin conseguir que su voz sonara con tono indiferente.
Kate se levantó de la cama como un resorte. Se llevó una mano al pecho y con la otra se masajeó la nuca con nerviosismo.
—Eso no es asunto tuyo —respondió.
Adrien la observó fijamente en aquel incómodo silencio. No podía apartar la vista de sus manos, tan hermosas y pálidas, ni de la piel que rozaban en ese momento. Pura seda envolviendo su tesoro más valioso, litros de exquisita sangre cálida y dulce. Podía oírla fluir a través de las venas, un torrente rápido y desbocado a causa de los nervios que agitaban su corazón.
—No le importas, Kate. Y no va a volver —dijo de pronto.
Kate se quedó petrificada.
—¿De qué hablas?
—De ese novio que dices que tienes. No va a volver.
—¡Qué sabrás tú! Volverá en cuanto solucione unos asuntos familiares.
—Ya, y por eso gritas en sueños, suplicándole que no te deje. No te quiere.
—Tú no lo conoces. Tú no sabes nada.
—Este es un pueblo pequeño, la gente habla.
—¡Pues la gente tampoco sabe nada! —le espetó.
Adrien se encogió de hombros.
—Puede que no, pero te diré lo que yo sé. ¿Cuánto ha pasado? ¿Más de un mes? Desde que volviste sola. Si ese tío te quisiera de verdad, no podría vivir separado de ti, no soportaría no verte. Lo sé, porque yo no podría.
Kate cerró los ojos y sintió que el mundo se encogía a su alrededor, hasta tal punto que la asfixiaba. Se acercó a la ventana y contempló el lago con sus aguas plateadas mecidas por la brisa. Tuvo el impulso de gritarle a Adrien que William la había dejado porque la quería demasiado, pero eso no era fácil de entender si no conocías la historia completa, y desde luego no iba a contársela.
—No tienes derecho a opinar sobre mi vida.
—Oí la conversación que tuviste con tu amiga en la cocina.
Kate se volvió dando un respingo. Adrien estaba justo detrás de ella y no lo había oído moverse.
—Le dijiste que me habrías besado si no nos hubiera interrumpido —añadió Adrien con voz ronca.
Kate dio un paso atrás, pero Adrien acortó la distancia arrinconándola sin pretenderlo contra la ventana.
—No tomes al pie de la letra todo lo que digo —contestó ella, y se aclaró la garganta.
Adrien apoyó las manos sobre el marco y el cuerpo tembloroso de Kate quedó entre sus brazos. Sus ojos se clavaron en su boca, respiró hondo como si estuviera tratando de reunir fuerzas y volvió a mirarla a los ojos.
—Ibas a besarme —insistió él.
—No hubiera significado nada.
—Yo creo que sí y eso te asusta —susurró acercándose más hacia ella hasta casi rozarle la oreja con los labios.
—¿Qué pasa, Adrien? ¿Te has cansado de jugar con Amanda y ahora quieres a la pobre chica abandonada para entretenerte?
El vampiro sacudió la cabeza, intentando controlar su temperamento.
—No me juzgues solo por lo que ves. Sé lo que piensas de mí, pero te diré una cosa, únicamente has visto lo que yo he querido mostrarte. No soy como imaginas.
—¿Y cómo eres?
—Mírame a los ojos y dímelo tú —susurró.
Kate clavó su mirada en él, la tristeza de su rostro le arrebató el aire de los pulmones.
—Te escondes tras una máscara, interpretas un papel.
—Al igual que tú —suspiró él.
—Entonces, déjame conocerte, deja que compruebe cómo eres en realidad.
Adrien se inclinó hacia ella y la besó en la frente, al separarse sus ojos destellaron un instante como si fueran de plata fundida y los apartó rápidamente.
—Creo que la verdad te gustaría aún menos. —Le dio la espalda y se acercó a la mesa, tomó la foto de William, la miró un momento y volvió a dejarla.
—Desde que te vi la primera vez, algo me hizo mantener las distancias. No creo que estés aquí de vacaciones, ni que seas quien dices que eres, y mi instinto me pide que no confíe en ti.
Adrien soltó una risa amarga.
—Hazle caso.
—Dime por qué estas aquí.
—No tiene que ver contigo. Y pronto me iré, así que no compliquemos las cosas.
—Pero quieres opinar sobre mi vida, involucrarme en la tuya y enrollarte conmigo, a pesar de que vas a marcharte.
El chico se dio la vuelta y la miró.
—Sí, quiero enrollarme contigo y me muero por besarte en este momento, y te juro que me quedaría si pudiera. Y aunque no quieras reconocerlo sé que anoche pasó algo entre nosotros que complica mucho mi situación. También sé que crees estar enamorada de ese tipo y que tienes el corazón roto. —Hizo un gesto desdeñoso con la cabeza hacia la fotografía de William—. El mío se consumió hace tiempo y mi alma está hecha pedazos. No sé si te has dado cuenta, pero somos el uno para el otro.
Kate se quedó inmóvil. Boquiabierta, no dejaba de pensar en una cosa, Adrien era mucho más de lo que dejaba entrever y aquello que ocultaba no era la receta de la felicidad absoluta, más bien al contrario. Puede que en el fondo no fueran tan distintos, y tenía la sensación de que ninguno de ellos podía hacer otra cosa que sobrevivir a cada día. Adrien era infeliz por algún motivo que desconocía, tan infeliz como lo era ella. Era evidente que ocultaba algún secreto, al igual que ella. Y estaba desesperado por encontrar la fórmula que aliviara su dolor, al igual que ella.
Estaba segura de sus sentimientos hacia William. Él era su vida y sin él solo era un conjunto de piel, carne y huesos, que funcionaba por impulsos nerviosos que controlaba su cerebro y en los que ella no podía influir. Pero a pesar de esa seguridad, Adrien acababa de colarse dentro de su pecho como un soplo de aire. Recordó el encuentro en la cocina, durante esos escasos minutos se había olvidado por completo de todo. Sí, en el fondo quería besarlo, comprobar qué sentiría al hacerlo, porque cuando estaba con él, el vacío de su pecho no era tan profundo. Sin embargo, ni siquiera pensaba intentarlo, estaría usando a Adrien como si fuera un salvavidas al que aferrarse para mantenerse a flote, y eso no sería justo para ninguno de los dos. Y él debió de pensar lo mismo, porque de repente maldijo por lo bajo.
—Mierda, no debería estar haciendo esto. Olvida que hemos mantenido esta conversación —masculló dirigiéndose a la puerta.
A la mañana siguiente, Kate y Adrien coincidieron en la cocina durante el desayuno. No pronunciaron una sola palabra más allá del gracias o por favor, pero sus ojos se cruzaron infinidad de veces, expectantes, inquietos, contenidos.
Kate sostuvo su segunda taza de café con las dos manos y sorbió, el oscuro líquido le quemó los labios. Siseó por lo bajo y apartó la taza. En ese momento Adrien se acercó a la mesa y le sirvió un poco de leche fría.
—Prueba ahora —dijo.
Kate tomó de nuevo la taza y, sin apartar los ojos del rostro serio y la belleza etérea de Adrien, bebió un largo trago de café.
—Gracias.
—No hay de qué. Creo que voy a ir un rato al pueblo —señaló mientras sacaba del bolsillo de su pantalón las llaves de la moto.
El tiempo se le echaba encima y tenía que encontrar ese cáliz. En el diario había un par de pistas menos que fiables, pero era lo único que tenía.
—Sí, yo también tengo que ir, he de hacer unas compras —comentó ella.
—Si necesitas ayuda, llámame, estaré encantado de echarte una mano.
—¡Claro, tengo tu número, te llamaré si necesito algo! —dijo tratando de mostrarse natural.
—Bien. Entonces, será mejor que me vaya.
—Sí, yo también debería ponerme en marcha —dijo Kate levantándose de la silla. Sintió el impulso y su boca habló sin pedirle permiso a su cerebro—. Si quieres podemos ir juntos.
Adrien se detuvo en el umbral, giró su rostro peligrosamente atractivo hacia ella.
—Me encantaría —respondió con una sonrisa. El cáliz tendría que esperar.
La hora del almuerzo llegaba a su fin y las mesas del café comenzaban a vaciarse. Mandy recogía los platos y Lou salió de detrás del mostrador para encender el cartel luminoso de la entrada del establecimiento. El cielo había cambiado su color azul de la mañana por un gris plomizo que anunciaba tormenta, y el paisaje comenzaba a sumirse en una agobiante penumbra.
Kate engulló el último trozo de su tarta de chocolate y dejó el tenedor en el plato con un sonoro suspiro de estar saciada.
—¿Quieres otro? —preguntó Adrien con una sonrisa satisfecha.
—¡No, o tendré que usar un calzador para ponerme estos pantalones! —respondió con las manos en la barriga.
—Estás muy delgada, te vendría bien coger un poco de peso —le hizo notar él, mientras se inclinaba sobre la mesa y empujaba su plato intacto hacia ella.
—Llevas tres días atiborrándome como si fuera el pavo de Acción de Gracias, en cambio tú apenas comes nada —replicó empujando el plato hacia él.
—La culpa es tuya —dijo el chico. Tomó un trocito de tarta con el tenedor y se lo ofreció a Kate—. Me encanta verte comer y acabo olvidándome de mi propio apetito.
De repente sintió la garganta seca, la sed se arremolinaba dentro de él opresiva y ansiosa. Se estaba descuidando, tres días sin alimentarse eran demasiados. Pero el problema no residía exclusivamente en la falta de sangre, sino en la adicción que sufría desde hacía un año cuando desangró al primer humano hasta la muerte.
Era un adicto a la esencia vital de los mortales. Intentaba controlarla y, cuando no era capaz de soportarlo más, elegía a sus víctimas con mucho cuidado. Indigentes a los que nadie echaría de menos, tipos violentos a los que eliminaba haciendo un gran favor a la sociedad. Pero en alguna ocasión, sus instintos, la rabia y la crueldad que corrían por sus venas, lo habían obligado a matar a inocentes.
—Hicimos un trato, nada de coqueteos —le recordó Kate apuntándole con el dedo.
—No estoy coqueteando —replicó él entre risas y se llevó el trozo de tarta a la boca.
Se miraron un instante en silencio, entonces él se inclinó sobre la mesa y le guiñó un ojo con aire seductor.
—¡Dios mío, eres imposible! —exclamó Kate arrojándole la servilleta.
Él la atrapó al vuelo sin dejar de reír.
Un trueno hizo vibrar los cristales, ambos miraron hacia la calle justo cuando un rayo iluminaba la creciente oscuridad. Otro trueno aún más fuerte que el anterior resonó en sus oídos.
—Deberíamos irnos o nos mojaremos de camino a Moonlake —dijo Kate.
—Demasiado tarde —anunció el chico.
Unas enormes gotas comenzaron a caer. La puerta se abrió y Carol y Emma entraron sacudiéndose el agua del pelo.
—¡Eh, hola! —saludó Carol con la mano al verlos, y se encaminó con paso rápido hacia ellos—. No os imagináis la que se avecina, parece el fin del mundo.
—Debería buscar un sitio para resguardar la moto —dijo Adrien clavando sus ojos negros en Kate.
—Puedes guardarla en la parte de atrás hasta que pase la tormenta —le sugirió Lou desde el mostrador y le lanzó un manojo de llaves—. Es la más pequeña.
—Gracias —respondió Adrien atrapándolas en el aire y miró al hombre como si le hubiera sorprendido su amabilidad.
—No hay de qué. Date prisa o te mojarás, y aquí no tengo ropa que te sirva.
Adrien asintió con la cabeza.
—Enseguida vuelvo —le dijo a Kate y salió como un rayo.
Ella lo observó hasta que desapareció. Entonces sintió las miradas de Carol y Emma en su espalda. Se dio la vuelta soltando un suspiro y encaró a sus amigas con una sonrisa.
—Os vimos anoche —canturreó Carol apoyando los codos en la mesa.
Kate frunció el ceño con expresión interrogante.
—También fuimos al cine —aclaró Emma, encogiéndose de hombros con un gesto de no le hagas caso.
—Y también os vimos en el parque —continuó Carol—. Y Tanya os pilló en Campton hace un par de noches, en ese restaurante italiano de la plaza.
—¿Y? —replicó Kate sentándose con ellas a la mesa.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Carol de repente.
—¿Perdón?
—Tienes que contarme cómo haces para ligarte a unos tíos que están tan buenos. Por cierto, no sabía que habías roto con tu novio, William, ¿no? Ya decía yo que no se le veía por aquí. Pero este también es muy guapo, completamente opuesto, pero igual de guapo.
—¡Carol! —la reprendió Emma con una dura mirada.
Kate deseó que la tierra se abriera bajo sus pies y se la tragara. Una piedra tenía más vida que ella en ese momento. Solo escuchar su nombre la dejaba paralizada y la sumía en la más absoluta desolación. Miró en derredor buscando a su salvavidas, pero él se retrasaba.
—Yo no he roto con nadie —acertó a decir en voz baja.
—¡Ah, perdona! —se disculpó Carol ahogando una exclamación con la mano—. Pero eso es genial. Porque significa que tu amigo está libre. ¿Hace mucho que os conocéis? Podrías presentármelo.
—No, apenas le conozco, solo se hospeda en la casa por unos días. Y sí, podría presentártelo —respondió Kate como una autómata, completamente abrumada.
Algo golpeó la puerta de entrada. Las tres se giraron sobresaltadas, al igual que Lou y Mandy que en ese momento preparaban las mesas para la cena. Un tipo con pantalones de cuero y una camiseta sin mangas entró dando tumbos. Tenía las orejas repletas de piercings y los brazos de tatuajes. Otros dos tipos aparecieron tras él y recorrieron con mirada maliciosa el local.
—Eh, viejo —dijo uno de ellos a Lou—. ¿Tienes tequila?
Lou esbozó su mejor sonrisa. Sin embargo, no pudo disimular el miedo que le producían aquellos tipos.
—Lo siento, chicos, pero aquí no tenemos bebidas tan fuertes. Además, ya estábamos cerrando.
—Ahí fuera está diluviando, ¿vas a echarnos, viejo? —intervino otro de los tipos en tono amenazante.
—No, por supuesto que no —respondió Lou desviando la mirada.
—Bien, entonces ponnos unas cervezas, porque de eso supongo que sí tendrás.
Lou asintió y se dirigió como un rayo hacia el mostrador, lo rodeó y en pocos segundos puso tres botellas sobre él.
—Aquí tenéis, invita la casa. —Hizo un gesto disimulado a las chicas para que se largaran cuanto antes. No le gustaba el aspecto de aquellos hombres y mucho menos su actitud. Y aquellas no parecían las primeras cervezas que tomaban en el día.
Las tres se levantaron despacio y sin decir una palabra se encaminaron a la salida. Kate, con los ojos clavados en el suelo, iba la primera. Un gritó escapó de su boca cuando uno de aquellos tipos se giró en el taburete que ocupaba y le cortó el paso con la pierna.
—Hola, preciosa, ¿os marcháis tan pronto? —preguntó. Tenía la cara llena de marcas y las disimulaba con una barba.
Kate dio un paso atrás y sin levantar la vista del suelo asintió.
—Tenemos prisa, así que si me disculpas.
—No sé, ¿qué dices tú, Chad, las disculpamos?
El otro tipo sonrió. También se giró y apoyó el pie en la mesa que tenía enfrente, encerrando a las chicas entre sus amigos y las mesas. Su boca se curvó con una sonrisa arrogante y negó con la cabeza mientras se ajustaba unas gafas de sol.
—¡Vaya, qué lástima, Chad no quiere disculparos!
—Por favor, no queremos problemas, déjanos salir —dijo Emma con nerviosismo.
—¿Quién está hablando de problemas? —dijo el primer tipo—. Nos preocupamos por vosotras. Está lloviendo y si os mojáis, con tan poquita ropa, os vais a resfriar —ronroneó comiéndose con los ojos a Carol con su pantaloncito corto y su top de tirantes.
—Dejad que las chicas se marchen —intervino Lou, su voz sonó vacilante, tanto como sus puños apretados que no dejaban de temblar.
—¿Y si no qué, viejo? —bramó Chad.
Kate dio un respingo y su corazón se aceleró asustado. El hombre acababa de rodearle los hombros con el brazo. Olía a sudor y alcohol, y se le revolvió el estómago.
—Venga, preciosa, siéntate sobre mis rodillas y echemos un trago.
—No —dijo Kate intentando apartarse. Las carcajadas de los hombres le pusieron la piel de gallina.
—No te lo estoy pidiendo —replicó el tipo entre risas. La agarró por la cintura y tiró de ella para sentarla sobre él.
—Déjala —lloriqueó Emma.
La puerta se abrió de golpe y una corriente fría inundó el local. Adrien ocupaba el umbral, proyectando una sombra enorme en el suelo.
«Por favor, que no se haga el valiente o estos tipos le darán una paliza», pensó Kate, que rogaba con todas sus fuerzas para que él se diera la vuelta y saliera corriendo a llamar a la policía. Pero no lo hizo, entró y la puerta se cerró tras él sin que nadie la tocara.
—Suéltala —dijo entre dientes Adrien.
—¿Qué? ¿Habéis oído algo, chicos? —preguntó con sarcasmo el hombre que sujetaba a Kate. Sus compañeros le respondieron con una sonora carcajada.
—No —respondieron.
—Malditos pijos de ciudad, se creen que el mundo se hizo para ellos —masculló el hombre acariciando el lóbulo de Kate.
Adrien entornó los párpados y sonrió. Lentamente comenzó a mover la cabeza de un lado a otro.
—Deberías elegir con más cuidado a quién provocas. Después no digas que no te avisé —dijo con una voz tan profunda que parecía surgir de su estómago.
Clavó los ojos en sus presas y con paso decidido acortó la distancia que los separaba, mientras los tres hombres se ponían en pie saltando por encima de las chicas para enfrentarse a él.
Carol y Emma aprovecharon el momento para salir corriendo hacia la puerta de atrás, seguidas de Lou y Mandy.
Kate no los siguió, incapaz de mover un solo músculo, pero no por la pelea. Esa parte se le escapaba porque sus ojos no podían apartarse de los de Adrien. Habían cambiado de color, seguían siendo oscuros, pero un círculo plateado los enmarcaba con un brillo extraordinario. Su respiración se aceleró hasta que temió que podría desmayarse por estar hiperventilando.
Notó como el aire se electrificaba. ¡Por Dios, los electrodomésticos desprendían tenues rayos, como si fueran bolas de plasma! También se percató del frío que sentía, era agosto y estaban junto a una cocina en la que los fogones y el horno trabajaban a pleno rendimiento, pero aquel lugar estaba a punto de cubrirse de escarcha si la temperatura bajaba un par de grados más.
El guión de la película tomó forma en su mente, y no, esta vez no estaba paranoica, todo era real, tangible. Y si estaba en lo cierto, el mismo chico dulce y seductor que en los últimos días había conseguido rescatarla de la más profunda de las tristezas, era ahora uno de los seres más peligrosos que caminaban sobre la faz de la tierra, y aparentemente también su enemigo.
Uno de los tipos golpeó a Adrien en la cara y, al mismo tiempo, otro estrelló una silla contra su espalda, pero él no se movió ni un milímetro. Kate ahogó un grito cuando el tercero le clavó un enorme cuchillo de cocina por debajo de la clavícula. El vampiro no se inmutó, se lo arrancó con la mano derecha y lo lanzó al suelo, hundiéndolo en la madera hasta el mango.
Kate se estremeció por el miedo, todo su cuerpo se puso en alerta. Nadie debía ver aquello, nadie podía sospechar de la naturaleza sobrenatural de Adrien. Debía protegerlo y con él a los Solomon, a Stephen, a Marie, a todos. Primera norma del pacto, no llamar la atención entre los humanos. Aunque no estaba segura de si Adrien servía al pacto.
Sus miradas se encontraron un instante y tuvo la sensación de que él se había estado conteniendo por la misma razón, o puede que lo hiciera por ella, por no mostrarle su verdadera cara.
Uno de los tipos lo embistió y otro aprovechó para lanzarle una lluvia de puñetazos.
De repente una luz blanca estalló en el local y el grito que surgió de la garganta de Adrien pareció congelar el tiempo. Las mesas y las sillas vibraban como si tuviera lugar un terremoto. Movió una mano en dirección a Chad y este salió despedido contra la pared por una fuerza invisible. Lo mismo ocurrió con el otro tipo, que cayó sobre las mesas con estrépito.
Adrien fijó su atención en el tipo que había tocado a Kate, intentaba llegar hasta la puerta. Se desmaterializó y apareció de nuevo cortándole el paso, justo cuando estiraba el brazo para agarrar el picaporte. Lo aferró por el cuello y sin ningún esfuerzo lo arrastró hasta el centro del local. Con un rápido movimiento levantó su cuerpo en el aire y lo estrelló contra el suelo. Apretó con fuerza la garganta de aquel tipo, que empezó a ponerse morado con los ojos inyectados por el pánico y a boquear.
Cualquiera en su sano juicio se hubiera marchado de allí, pero Kate no. La escena parecía congelada: Adrien sobre aquel tipo con los ojos cerrados y su pecho subiendo y bajando con rápidos jadeos, como si intentara tranquilizarse. Pero ella tuvo la sensación de que no le estaba funcionando, porque un aire frío giraba a su alrededor como un remolino y sus colmillos desplegados asomaban entre sus labios. Estaba paralizada por el miedo, pero sabía que debía intervenir.
—Adrien, suéltalo, si lo matas habrá muchas cosas que explicar.
Él abrió los ojos y ella dio un respingo hacia atrás. Exhalaban maldad, pura perversidad y otro sentimiento que no era capaz de descifrar. Deseo, era deseo, ¿pero qué tipo de deseo? Con determinación se acercó a él.
—¡No te acerques! —gritó Adrien—. No consigo controlarme y no quiero hacerte daño. Vete, vete de aquí.
—No.
—Te lo suplico, vete. Tengo que hacerlo y no quiero que lo veas.
—¿Hacer qué?
—Desangrar a este animal hasta que me entregue su último aliento —respondió con voz ronca. Le volteó el cuello, exponiendo la yugular.
—Si necesitas sangre, puedo conseguirla. Deja que se vaya.
—No es solo la sangre, necesito su… —Dejó caer la cabeza como si le pesara una tonelada.
El hombre se había desmayado por la falta de aire.
—Adrien, solo me iré si vienes conmigo, así que tú decides.
Él la miró un instante, exhaló bruscamente como si el aire le quemara en los pulmones.
—Lo siento, esto es más fuerte que yo.
Entreabrió los labios y sus colmillos surgieron como los de una serpiente, dispuesto a arrebatarle a aquel tipo lo que su cuerpo le pedía.
Kate no lo pensó, únicamente sabía que Adrien no podía alimentarse de aquel hombre y mucho menos allí. Las sirenas de la policía sonaban cada vez más cerca. Vio el cuchillo de cocina clavado en el suelo, lo agarró del mango y lo sacó con un fuerte tirón que casi la hizo caer de espaldas. Con determinación se hizo un corte en la palma de la mano. La sangre brotó profusa y goteó en el suelo.
Adrien reaccionó inmediatamente, con un gruñido se levantó del suelo y se abalanzó sobre ella, aplastándola contra la barra. La agarró por la muñeca y acercó la mano a su cara. La sangre resbalaba a lo largo del brazo y el olor metálico y salado colmó el aire como una densa niebla, mareándolo.
Kate no podía apartar los ojos de su rostro feroz, preguntándose por qué había cometido aquella locura, no confiaba tanto en él. Pero entonces, Adrien agarró una servilleta de la barra y le envolvió la mano con ella, presionando para detener la hemorragia. Le temblaban las manos, los labios, y hacia todo lo posible para no mirarla a la cara. Le tomó el rostro entre las manos y apoyó la frente sobre la de ella con los ojos cerrados.
—Estás completamente loca —susurró sobre sus labios, y desapareció como lo haría el humo arrastrado por el viento.