William se agazapó tras los cipreses que bordeaban la carretera y estudió con atención el muro de piedra que se alzaba unos tres metros del suelo. Lo coronaba un cableado de alta tensión dispuesto para propinar una buena descarga a todo aquel que intentara trepar por la tapia. Acababa de anochecer, así que debía darse prisa antes de que los guardias aparecieran en los jardines.
Observó el barrido de la cámara de vigilancia, encontró el ángulo ciego y lo aprovechó. Una vez al otro lado, se movió con cautela. El sitio estaba plagado de alarmas y sistemas de seguridad, pero él había aprendido algunos trucos nuevos.
El plan era sencillo, atraparía a Marcelo y le haría hablar. Por suerte, la villa era una edificación con muchos siglos de antigüedad, y su dueño poco amigo de las nuevas tecnologías. Así que Marcelo dejaba la seguridad del interior exclusivamente a sus guardias, vampiros en los que confiaba ciegamente, y junto con la firme creencia de que nadie intentaría nada contra él, aquel lugar era un parque con las puertas abiertas para cualquiera lo suficientemente loco y osado como para querer entrar.
Una vez dentro de la casa, encontrar la entrada al refugio fue fácil. ¿Qué fallaba en aquella bodega? William rió para sí mismo mientras contemplaba la ostentosa chimenea decorada con volutas y dos bustos femeninos en las esquinas. El calor no era bueno para el vino toscano, especialmente para el Brunello di Montalcino con el que comerciaba Marcelo, entre otras muchas cosas.
El busto de la derecha parecía más desgastado. Lo presionó y el fondo de la chimenea cedió. Tres escalones más abajo encontró al primer vampiro muerto, y en apenas diez metros encontró a otros siete. Faltaban cuatro, y también el loco que los estaba masacrando. Reconocería su forma de actuar en cualquier parte. Como el dedo de Dios, así era Robert cuando perdía toda sensatez. No quería encontrarse con su hermano, aún deseaba liarse a puñetazos con él.
La risa burlona de Robert resonó con fuerza en el corredor. El sonido del acero vibraba a través de la fría piedra, y después solo gritos. William corrió hasta irrumpir en una cámara abovedada y se encontró con una escena dantesca. Los cuerpos de cuatro vampiros yacían en el suelo decapitados. Robert estaba cubierto de sangre y empuñaba dos dagas de espaldas a él. Iba a abrir la boca para llamarlo, cuando de repente tuvo que dar un salto hacia atrás para evitar el tajo que su hermano lanzó de lado a lado.
—¡Eh, soy yo! —exclamó William.
Robert parpadeó como si despertara de un sueño.
—¿Qué haces aquí? —preguntó molesto por su presencia.
—Yo también me alegro de verte —replicó con sarcasmo.
—No deberías estar aquí, conseguirás que te maten.
William miró a su alrededor.
—¿Quiénes? ¿Ellos? —lo cuestionó señalando los cuerpos.
—Aún no he encontrado a Marcelo, ni a Fabio —dijo a modo de respuesta—. ¿Qué haces aquí? —volvió a preguntar.
—Buscar respuestas.
—Pues ya somos dos —anunció mientras tendía una de las dagas a William.
—¿Qué ha pasado? ¿Te ha descubierto?
Robert sacudió la cabeza, molesto consigo mismo.
—No. Pero no soporto ni un minuto más el papel de infiltrado, ya no soy capaz de fingir más sumisión. Y aprovechando que pasaba por aquí…
—¿Sebastian sabe lo que estás haciendo?
Robert alzó las cejas y una sonrisa traviesa se dibujó sus labios.
—Al infierno con todo. Averiguaré lo que Marcelo sabe de una forma u otra. Nuestro padre no debe preocuparse. El final será el mismo, solo que llegaré a él por otros medios más rápidos y contundentes —dijo mientras salía de la cámara a través de un corredor lateral.
William lo siguió.
—¿Crees que conoce la profecía?
Robert se paró en seco y se giró para mirarlo con el ceño fruncido.
—¿Qué crees que he estado haciendo todo este tiempo? —inquirió William con suficiencia.
—¿La verdad? Esconderte y llorar como un niño, castigándonos y atormentándonos con tu rabieta mientras nos preguntábamos si seguías vivo. Pero ya veo que por fin empiezas a comportarte como lo que eres.
—¿Un engendro? ¿El Armagedón? —replicó mordaz.
—¿Qué? —preguntó sin mucha paciencia. William despegó los labios para contestar, pero Robert lo interrumpió con un ademán—. No sé qué has descubierto, pero úsalo ahí dentro. Después me contarás qué demonios has hecho durante este último mes.
Se plantaron frente a una doble puerta de hierro exquisitamente labrada, en la que se había representado una escena donde se podía ver a Hades, dios del inframundo, sentado en su trono en el Tártaro. Cerbero, su perro de tres cabezas, estaba tumbado a sus pies.
—Bonita alegoría, porque es justo ahí adonde pienso enviar a ese traidor —comentó Robert con los párpados entornados. Sus ojos azules relampagueaban como los del depredador que era.
Arremetió contra la puerta, pero esta no se movió. Lo intentó de nuevo con la misma suerte. Lanzó una blasfemia y se dispuso a embestirla de nuevo. William posó una mano en su hombro y con un gesto le indicó que se hiciera a un lado. Cerró los ojos un segundo y la puerta chasqueó cinco veces seguidas, el número de cerrojos que la mantenían cerrada.
Robert sonrió y sus colmillos se desplegaron. Empujó las pesadas hojas con todas sus fuerzas y esta vez sí se abrieron. El impacto resquebrajó la piedra de las paredes.
Al otro lado, Marcelo los esperaba empuñando una espada. Tenía los ojos desorbitados, el pelo revuelto y la ropa mal puesta, como si se hubiera vestido rápidamente sin prestar atención a la forma en la que lo hacía. A su espalda, una joven vampira apenas cubierta por una sábana se escondía tras el enorme cabecero de una cama.
—Tú, fuera —ordenó Robert a la vampira.
Ella no se lo pensó dos veces y salió corriendo.
Marcelo no dejaba de lanzar miradas nerviosas a los dos hermanos. Robert hizo una profunda reverencia y sonrió con astucia.
—Señor —dijo contemplando fijamente a Marcelo—. Tenemos que hablar.
Marcelo dejó caer el arma, derrotado por la situación. Sus ojos se clavaron en William con dureza, a continuación los posó en Robert destilando odio.
—¿Me has traído una ofrenda, siervo?
—Sí, lo cierto es que sí. Pero no la que tú anhelas —respondió Robert acercándose a William de forma protectora—. Jamás te hubiera entregado a mi hermano. Aún me sorprende que confiaras en mí.
—Nunca confié en ti, Robert, solo en tu ambición. Pero me equivoqué, siempre serás un mediocre a la sombra de tu hermano. Obedeciendo a tu rey a cambio de nada. ¿O es que crees que abdicará en tu favor? No lo hará, William es su favorito, su orgullo.
Robert se encogió de hombros.
—No pierdas el tiempo, no conseguirás que dude. Yo mismo coronaré a mi hermano si llega el momento. Así que no perdamos más el tiempo. Supongo que imaginas qué nos trae hasta aquí. Pero, por si no lo sabes, te diré qué es lo que queremos. ¿Dónde está la profecía?
—No sé de qué hablas.
—Sabemos que todo tu plan suicida gira en torno a una profecía. Conocemos una parte, solo queremos encontrar el resto —intervino William.
Marcelo los estudió con recelo. Robert resopló impaciente.
—Lo intentaré de nuevo. ¿Quién maneja los hilos?
Marcelo negó con la cabeza. Robert se acercó a él y lentamente se inclinó hasta quedar a la altura de su oreja.
—No tengo por qué matarte, puedo desterrarte. Te largas con tu dinero y tus comodidades a un lugar muy lejano, y te quedas allí para siempre, lejos de nosotros. Solo tienes que hablar.
Marcelo dudó.
—¿Me das tu palabra? —preguntó al fin.
—Yo sí. Juro que así será —intervino William.
Marcelo estudió sus rostros un instante, suspiró y empezó a hablar.
—No sé cómo se llama, ni quién es. Pero no es un vampiro. Se presentó una noche con tentadoras promesas. Me dijo que sabía cómo romper la maldición y que necesitaba a William para ello. Me habló de una profecía y de que esta había empezado a cumplirse. Al principio no le creí, pero a la noche siguiente trajo con él a un joven vampiro. Se llama Adrien, y es como tú. —Miró a William asintiendo a modo de reconocimiento—. Era el chico que puse a tu servicio, Robert. Nunca estuviste al mando, sino él.
Robert recordó al vampiro, el mismo al que había enviado a Heaven Falls y del que no se había fiado en ningún momento. Hacía un par de semanas que no sabía nada de él.
—Todo coincide y cobra sentido —dijo William, más para sí mismo que para los demás.
—¿Qué dice esa profecía? —lo apremió Robert.
—No, no la recuerdo. Algo sobre verter la sangre de los elegidos en un cáliz…
—No te creo —dijo Robert alzando la mano para abofetear a Marcelo.
—Dice la verdad —replicó William.
—¡Por supuesto que digo la verdad! Ya no tengo nada que perder, si no me matáis vosotros, lo harán ellos.
—De la semilla del primer maldito nacerán dos espíritus sedientos de sangre. Uno heredero de la luz y el otro de la oscuridad. El equilibrio perfecto. Tan poderosos que con una palabra darán vida a la muerte y muerte a la vida. Cuando la noche venza al día en su plenitud, la oscuridad dominará con sus sombras a la luz. Sobre el cáliz que alimentó a la primera plaga, los espíritus derramarán su sangre mancillando la tierra sagrada, y aquellos que se ocultan en las tinieblas caminarán bajo la estrella de fuego a salvo de las llamas —recitó William.
Robert le lanzó una mirada inquisitiva, pero William no se molestó en aclararle nada. Más tarde tendrían tiempo de ponerse al día.
—Sí, eso es lo que dijo el tipo raro —confirmó Marcelo.
—¿Cómo continua la profecía? —lo apremió Robert.
—No lo sé. Adrien también quiso saberlo, pero aquel tipo le dijo que no necesitaba más detalles, que se limitara a cumplir con su parte. Por cierto, el hombre no dejaba de llamarlo hijo.
—¿Dónde está Adrien? —preguntó William. Matar a ese vampiro era una forma de evitar la predicción.
—Tampoco lo sé. Vino aquí hará un par de semanas y se quedó para estudiar unos libros. Hace unos días les oí hablar. Ese tipo aparece y desaparece a voluntad, como un fantasma. Quería que Adrien se diera prisa en encontrar ese cáliz y lo amenazó.
—¿Lo amenazó?
—Sí, creo que Adrien está en esto en contra de su voluntad.
—Crees —se burló Robert. Marcelo no se preocupaba por nada ni por nadie. Era incapaz de sentir empatía o afecto por ningún ser, a excepción de Fabio, su protegido.
—No era asunto mío, así que tampoco me preocupé. Adrien se largó para encontrar esa piedra. No sé más. Bueno sí, dijo algo sobre…
De repente Marcelo se llevó una mano al pecho, la otra a la garganta. Trató de hablar, pero solo pudo balbucear. Cayó al suelo hecho un ovillo con el rostro desencajado por el dolor, y de sus oídos, su nariz y su boca, comenzó a manar sangre.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Robert sin dar crédito a lo que estaba viendo.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó William agarrando a su hermano del brazo, tirando de él mientras retrocedía.
Empezó a mirar a su alrededor, esperando ver al ser que estaba torturando de aquella horrible forma al vampiro. Ángel o demonio, era lo de menos. Estaba silenciando a Marcelo para que no continuara hablando. Y los siguientes podían ser ellos, quizá él no, le necesitaban, pero Robert era prescindible.
—¿Quieres decir que eso se lo estaba haciendo un ángel? —preguntó Robert incrédulo, mientras corrían con paso rápido hacia la casa de Silas.
—Sí, un Oscuro, probablemente el arcángel que anda detrás de toda esta historia. El que protege al otro espíritu —respondió William.
Robert se detuvo.
—¡Vale, tiempo muerto!
William también se detuvo y alzó las manos con impaciencia.
—¿Qué haces? ¡Tenemos que ver a Silas!
—No hasta que sepa qué ocurre. No me gusta ir por ahí sin saber a qué me enfrento.
—Ahora podrás hacerte una idea de cómo me he sentido —replicó William con frialdad.
—Dejemos los reproches para otro momento. Cuéntame todo lo que has averiguado. Después podrás desahogarte cuanto quieras.
William resopló, soltando todo el aire de sus pulmones por la boca. Se alborotó el pelo con la mano, ordenando sus ideas.
—Adrien y yo formamos parte de esa profecía, somos los espíritus sedientos. Se supone que, si ambos derramamos nuestra sangre sobre ese cáliz, se romperá la maldición que obliga a los vampiros a vivir en las sombras. Es lo único que Gabriel pudo decirme.
—¿Quién es Gabriel?
William lanzó una mirada significativa al cielo.
—¿Un ángel?
—El arcángel —respondió William.
—Esto se pone cada vez mejor, continúa, pero desde el principio.
—Anoche vine a ver a Silas. Pensé que él podía saber algo sobre lo que soy, algo, cualquier cosa. Cuando regresé de los pasadizos, unos renegados me atacaron. Intentaron matarme y casi lo consiguieron, pero en el último momento Gabriel apareció y se deshizo de aquellos tipos sin ni siquiera tocarlos.
—¿Sabía quién eras?
—No, pero de alguna forma parece que puede sentir mi presencia, eso fue lo que lo atrajo hasta a mí. Así que, tras las oportunas presentaciones —comentó con sarcasmo—, tuvimos una conversación de lo más interesante.
—¿Y? —exigió Robert tras la larga pausa de su hermano. Le exasperaban esas ausencias que William sufría cuando se encerraba en sus propios pensamientos.
—Dice que soy demasiado poderoso y peligroso. Que puedo acabar con todo, aunque no se qué significa eso exactamente, si al final digo que sí y dejo que la profecía se cumpla. También añadió que me mataría si pudiera. —Robert se estremeció y un gruñido vibró en su pecho—. Tranquilo, no va a hacerlo, no puede intervenir, o al menos eso dijo. No sé por qué, pero creo que quiere ayudarme.
—Voy a darte un consejo, hermanito, no confíes en nadie.
—Lo sé, os habéis encargado de que no olvide esa lección.
Robert suspiró, y durante un momento pareció muy cansado.
—Y volvemos a los reproches. —Meneó la cabeza con resignación e inmediatamente su mirada se volvió curiosa—. ¿Qué quieres decir con eso de que no puede intervenir?
—Tienen prohibido interferir en las profecías, se cumplen y ya está.
—¿Y tú te lo crees? Hay muchas formas de intervenir sin necesidad de ensuciarse las manos.
—Te aseguro que en este momento, no creo nada ni a nadie. Pero tú has visto y oído lo mismo que yo. Alguien quiere que esa profecía se cumpla y Adrien es su instrumento, si yo tengo que convertirme en el instrumento de Gabriel para que eso no ocurra, lo haré —dijo de forma áspera y rotunda, y continuó caminando.
Robert observó unos instantes cómo William se alejaba. Su hermano estaba realmente abatido, desesperado, y tenía el corazón roto. Era un recipiente vacío, dolido y resentido con todos. Y se había alejado del faro que iluminaba su camino, había abandonado su luz, adentrándose en un océano oscuro y tormentoso mucho más profundo que cualquier otro en el que ya hubiera estado.
En cierto modo, Robert se sentía responsable de la desdicha de William. Pero no arrepentido, siempre pensó que hacía lo mejor para él. Echó a correr y lo interceptó justo donde se encontraba la entrada a los pasadizos que conducían a la casa de Silas.
—Lo siento de verdad, William. Lo siento mucho. Siempre creí que hacía lo mejor para ti, que hacíamos lo mejor para ti. Ninguno de nosotros quiso nunca hacerte daño.
El rostro de William se contrajo con una mueca de reproche. Estuvo tentado de espetarle una grosería, pero ni siquiera tenía ánimo para eso. Suspiró y metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón reclinó la espalda contra la pared, como si necesitara ese apoyo para no desplomarse.
—Me siento traicionado, Robert. Si desde un principio hubiera sabido la verdad, mi vida habría sido muy diferente. Te lo aseguro.
Robert lo imitó y también se apoyó contra la pared, sin dejar de estar alerta. Ahora también tenía enemigos a los que no podía ver y eso le resultaba bastante inquietante.
—Yo no estoy tan seguro de eso —comentó.
William lo miró de reojo y frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—William, tú eres como eres. Tu carácter, tu forma de ser, de pensar, de sentir. ¿De verdad crees que serías diferente de haber sabido la verdad? Yo creo que no, eres impulsivo, visceral, impaciente e indeciso. Tienes miedo a arriesgarte. En definitiva, tienes miedo a vivir, siempre lo has tenido. —Contempló los arcos sobre su cabeza—. Además, ya hemos pasado por esto: cuando descubriste que éramos vampiros, y entonces no te resultó tan horrible. El problema no es quiénes seamos, sino las mentiras, eso es lo que te duele. Pero tú hubieras hecho lo mismo.
—No.
—Sí, somos especialistas en mentir, es la única forma de sobrevivir. Todos somos unos mentirosos, yo soy un mentiroso y tú eres un mentiroso.
—Somos hermanos, pero no me conoces.
—Te conozco mejor de lo que crees. ¡Maldita sea, William! ¿Quién ha estado siempre a tu lado, protegiéndote, enseñándote a ser fuerte? Yo. Yo era el último rostro que veías antes de dormir y el primero al despertar. Quien te consolaba cuando tenías pesadillas. Te avisé sobre Amelia. He sido testigo de cómo te embarcabas en cruzadas imposibles, solo porque nunca has sido capaz de aceptar la vida tal y como es, una mierda. Y cuando por primera vez en tu vida eres realmente feliz, vas y lo echas todo a perder por ese complejo de héroe sacrificado que nunca te ha dado nada bueno. No vuelvas a decirme que no te conozco.
William se quedó de piedra tras la declaración de su hermano, y una parte de él se sintió culpable por haber sido tan duro.
—Estás hablando de Kate, ¿no?
—Sí, porque por más que lo intento, no consigo entender qué haces aquí cuando podrías estar con ella.
—No soy bueno para ella.
Robert soltó una carcajada sin pizca de gracia.
—No, desde luego que no eres bueno para ella, así no. Por eso espero que pronto encuentre a alguien que la merezca y la haga feliz, para que deje de pensar en ti. —William le lanzó una mirada asesina. Y Robert añadió—: Solo imaginarla con otro te consume. Me alegro.
—Tú no sabes nada. No puedes entenderlo —masculló. Tenía la mandíbula tensa, como si se estuviera tragando lo que de verdad quería decir.
—Sé que está pensando en ir a pasar unos días a la playa con algunos amigos. La ha invitado un humano. ¿Cómo dijo que se llamaba? Jess, Joss… —Hizo una pausa y sonrió satisfecho—. No, era algo más largo… ¡Justin! Sí, así se llama el humano.
William palideció, no pensaba admitirlo, pero las palabras de su hermano le hacían sentirse deshecho y confundido. Una llama de flaqueza apareció en su pecho, que ardía por puro y simple egoísmo. Tenía deseos de destrozar a ese humano, Justin no la merecía, de hecho, ningún hombre la merecía. «Y yo menos que nadie», pensó.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó entre dientes.
—La llamo a menudo, hablamos un poco de todo y me aseguro de que no necesita nada. Y no soy el único, William, todos tratamos de mantener el contacto con ella. Aileen está preparando un viaje para visitarla, y puede que Sebastian abandone durante unas noches sus obligaciones para acompañarla. Aman a Kate como a una hija y piensan cuidar de su bienestar. Marie no se separa de ella y los Solomon se han convertido en su segunda familia.
Los ojos de William saltaron para mirarlo, sorprendidos. La rabia estalló en su interior, explotó en su pecho.
—¡Me separé de ella para alejarla de nosotros!
—Habla con propiedad, hermano. Te separaste de ella para alejarla de ti y de tus miedos. Ya sabes cómo funciona: una vez dentro, solo hay una forma de salir. Para bien o para mal, Kate está dentro, y a no ser que sepas como borrar su mente, cosa que dudo, se queda.
—Este mundo es peligroso para ella, yo soy peligroso para ella… para todos —murmuró con tristeza.
—Este mundo es el único que le queda, William. ¡Abre los ojos de una maldita vez! Casi todos los vampiros que deambulan por él ya han oído su nombre, y muchos conocen su rostro. Y luego están los renegados, porque controlo a algunos pero no a todos, puede que ellos también sepan de su existencia. Y si te parece bien, terminaremos con Adrien, porque no sé si te habrás dado cuenta, pero fue a él a quien conociste en Heaven Falls. Él usó a Kate como señuelo en esa montaña. —William le dio la espalda mientras apretaba los puños con fuerza—. Veo que empiezas a entenderlo. Sin nosotros cuidando de ella, no llegará a convertirse en una viejecita adorable rodeada de gatos.
William gimió llevándose las manos a la cabeza.
—Lo sé, no dejo de pensar en ello desde que hemos salido de la mansión de Marcelo. Pero tienes que entender que hago todo esto por ella. Soy consciente de lo mucho que la he expuesto, del peligro que corre, pero junto a mí ese peligro se triplica hasta agotar cualquier posibilidad de que sobreviva. —Se dio la vuelta y clavó la mirada en los ojos azules de Robert—. Protégela por mí, eres mi hermano y confío en ti.
Robert puso una mano en el cuello de su hermano y lo atrajo para abrazarlo.
—No necesitas pedírmelo.