15

Las puertas de la mansión se abrieron de golpe, como si una ráfaga de fuerte viento las hubiera empujado. William cruzó el umbral como alma que lleva el diablo.

—¿Ha regresado mi hermano? —preguntó a un Guerrero que vigilaba el vestíbulo.

—¿Regresado? No ha salido desde ayer, está en la biblioteca.

William se dirigió a la biblioteca con Kate corriendo tras él. Aguzó el oído y la voz de Robert le llegó clara y vibrante. Hablaba por teléfono.

«Lo de ese otro vampiro cambia las cosas… No me mientas… Dentro de cuatro horas en el lugar de siempre… No, debo ir a comprobar que ella sigue donde debe estar».

William ya no tenía ninguna duda sobre la traición de su hermano y para colmo era un soberbio endiosado que se atrevía a tratar sus asuntos desde la mansión.

Las puertas de la biblioteca se abrieron de golpe. William entró e inmediatamente se cerraron ante las narices de Kate. Sus ojos relampagueaban con el brillo del hierro fundido y sus pasos resonaban en la sala a pesar de la alfombra que cubría el suelo.

—¡William! —exclamó Robert sorprendido.

William agarró el enorme escritorio tras el que estaba sentado su hermano y, alzándolo en el aire, lo estrelló contra las librerías repletas de volúmenes. Robert se puso en pie trastabillando, pero no llegó a caer porque William lo agarró por el cuello y lo lanzó sobre el montón de libros y madera astillada.

—No es necesario que vayas a verla, está muerta —dijo entre dientes.

Robert contempló su ropa manchada de sangre y comenzó a entender. Se puso en pie y enfrentó a William.

—¿Amelia está muerta? ¿Por qué demonios fuiste a mi casa? —le gritó—. Esto no debía pasar, esto no debía pasar —empezó a susurrar para sí mismo, desesperado.

Una risa macabra surgió de los labios de William.

—¿Por qué? —preguntó consumido por la pena—. ¿Por qué estás haciendo todo esto?

Robert miró a su hermano y se llevó las manos a la cabeza en un intento por tranquilizarse.

—Hablemos…

—No. —Sacudió la cabeza—. Ella me contó lo que pretendes y no lo voy a permitir. No dejaré que lo hagas.

Se acercó a la chimenea que presidía la estancia. Encima de ella, en la pared, había dos espadas cruzadas sobre un escudo. Arrancó una de ellas y se giró hacia su hermano. Robert dio un paso atrás con un mal presentimiento. Había algo extraño en su hermano, una resolución que no le gustó.

—William, no te dejes llevar por las apariencias.

—¿Apariencias? —preguntó con asco. Se fue acercando despacio con la espada colgando de su mano, la punta arañaba la alfombra. Sus ojos estudiaban a su hermano como un león a su presa—. ¿Vas a negar que tenías a Amelia en tu casa? Y no solo en tu casa. ¡Por Dios, erais amantes!

Robert se movía a la vez que William; sabía que su hermano estaba completamente desquiciado y que así no iba a poder razonar con él. Intentó que sus movimientos lo acercaran a la chimenea.

—Sé lo que intentas. Tú mandaste a esos vampiros a Heaven Falls, querías que me mataran —continuó William.

—Sí, los envié, pero no para que te hicieran daño.

—¡Casi matan a Evan! —gritó lanzando una estocada.

Robert saltó a tiempo. Se encaramó a la chimenea, arrancó la segunda espada y giró sobre la cabeza de William. Alzó el brazo y detuvo la segunda estocada. La fuerza de la tercera lo hizo caer al suelo.

—No tuve más remedio, William, intenté que no te hicieran daño.

—Y si no querías matarme, ¿para qué mandaste a Amelia y a ese grupo de renegados?

—Eso no fue cosa mía, te lo juro. Actuó por despecho al enterarse de que Kate existía.

William soltó una amarga carcajada. A través de la puerta podía oír los gritos desesperados de la chica.

—Ya no te creo. Has perdido la razón y en tu locura pretendes arrastrarnos a todos. —Alzó la espada y la blandió en el aire lanzando estocadas para alcanzarle—. No dejaré que te salgas con la tuya. Si quieres un infierno en el que reinar, yo te daré uno. A ti y a tus renegados.

Robert empezó a preocuparse. William, poseído por un espíritu vengativo e irracional, intentaba matarle de verdad.

—Escucha, hermano, estás equivocado —gritó.

El golpe de William le hizo perder la espada y cayó al suelo. Con los ojos desorbitados vio que la hoja caía sin remedio sobre su pecho.

Una fuerza invisible levantó a William del suelo y lo estrelló contra la pared. Sintió todos sus huesos crujir contra uno de los muebles y al caer su cabeza rebotó contra la alfombra. Abrió los ojos sin entender lo que había pasado y vio a su madre arrodillándose junto a Robert.

—¡No, aléjate de él! —gritó poniéndose en pie a la velocidad del rayo—. ¡Él es el traidor! ¡Él está detrás de todo, del robo, del ataque!

Aileen se levantó del suelo y se colocó entre sus dos hijos. Clavó los ojos en William sin que la expresión dulce de su cara cambiara un ápice.

—Lo sabes —dijo William casi sin voz. Ella asintió y él deseó morirse en ese mismo instante—. Estáis juntos en esto.

Ella volvió a asentir y su rostro se transformó con una expresión de amor y compasión.

—Hemos hecho lo que debíamos hacer, era necesario —dijo con una sonrisa, y le tendió la mano.

Él dio un paso atrás mirando fijamente la mano que le ofrecía. Sacudió la cabeza sin querer creer en la evidencia.

—Lo que teníais que hacer —repitió William—. Y todo para conseguir qué, mi sangre… Eso es lo que os mueve. Para vosotros siempre he sido la llave que abre la puerta…

—William, tienes que tranquilizarte y escucharnos —replicó Aileen en tono preocupado. Veía el aura de William oscilando a su alrededor, electrificándose, cambiando de color a la vez que lo hacían sus sentimientos.

—¡Muy bien, acabemos con esto! —dijo roto de dolor.

Se acercó a una pequeña mesa en la que reposaba una bandeja con copas. Cogió un cuchillo de plata con una mano y estirando la otra sobre las copas hizo un tajo en su muñeca, la sangre chorreó sobre el cristal.

—¿Es esto lo que queréis? Pues bien, ahí lo tenéis —les espetó cargado de desprecio.

—¡Hijo, no hagas eso! —gritó Aileen asustada.

William la miró sin inmutarse. La herida empezaba a cerrarse y realizó otro corte en su piel. La sangre goteó profusa, llenando las copas.

—Ya no me necesitáis —les gritó.

Dio media vuelta y se dirigió a las puertas. Estas se abrieron sin tocarlas e inmediatamente volvieron a cerrarse ante sus narices. William las abrió de nuevo con su mente, fue inútil. Las puertas se cerraron y, para su sorpresa, una enorme librería se movió sola hasta bloquearlas. Se giró mudo de estupor y encaró a su madre.

Aileen lo miraba con tranquilidad. La mujer dio un paso hacia delante con la mano extendida, pero él negó con la cabeza y se alejó observándola como si no la conociera.

Al otro lado de la puerta, Kate se movía en círculos a punto de sufrir un infarto. Shane apareció corriendo con Marie pisándole los talones. Kate lo había llamado al borde de un ataque de nervios, al comprobar que ninguno de los Guerreros, incluido Cyrus, pensaban interferir en lo que sucedía tras aquellas puertas. Así lo había ordenado Aileen.

Shane aceleró el paso y sus ojos amarillos brillaron como la luz cegadora del sol. Saltó transformándose en el aire y embistió las puertas, irrumpiendo en la biblioteca con estrépito. Gruñendo y lanzando dentelladas al aire se colocó junto a William con actitud amenazante, sin importarle que frente a él estuviera la mismísima reina de los vampiros.

—Nadie va a hacerle daño a William, Shane —dijo Aileen con una sonrisa. Clavó los ojos en su hijo y le ordenó—: Ahora escucharás a tu hermano.

—Por lo que he podido comprobar esta noche, yo no tengo hermano y tampoco madre.

Aileen cerró los ojos como si hubiera recibido una bofetada.

—¿Quién eres? —añadió el vampiro.

—Soy tu madre.

William lanzó una rápida mirada a una de las butacas y el mueble voló por los aires hacia su madre. No llegó a tocarla, rebotó contra algo invisible y terminó estrellándose contra una pared. El ruido fue sofocado por los gritos asustados de Kate y Marie.

William resopló confundido. Necesitaba salir de allí, perder de vista aquel rostro. Intentó moverse, pero sus piernas no le obedecieron. Volvió a intentarlo y la frustración le hizo gritar.

—¿Qué ocurre aquí? ¿Qué le estáis haciendo a mi hermano? ¿Madre? —preguntó Marie.

—William, vas a escuchar a tu hermano y después, cuando comprendas, te contaré todo lo demás —dijo Aileen. Entonces miró a Marie y le dedicó su sonrisa más cariñosa—. Todo está bien, mi niña. —Extendió su mano—. Kate, cariño, acércate.

—A ella déjala en paz —musitó William con voz suplicante.

Aileen suspiró. Cerró los ojos un instante y cuando los abrió de nuevo eran del color del mercurio.

—William, tienes que confiar en la familia, incluso cuando todo te sugiera que no debes hacerlo.

Él soltó una carcajada amarga. Aquellas palabras le sonaban, ya las había oído de labios de otra persona.

—William —intervino Robert con rapidez—. Hace cosa de un año yo seguía a un grupo proscritos. Les oí decir que un miembro del consejo era un traidor y que les estaba pagando por ciertos trabajos, entre ellos seguirte a ti. No logré que me dijeran nada, ni siquiera sabían su nombre. Así que pusimos en marcha un plan…

Robert continuó hablando, sin detenerse, a pesar de que William parecía ignorarlo. El vampiro no apartaba los ojos de su madre, a la que miraba con una expresión indescifrable.

—Empecé a frecuentar los círculos del consejo. Hice algunos comentarios en los que ponía en duda la forma de gobernar de nuestro padre, y manifesté mi profundo desacuerdo con ciertos puntos del pacto. No tardó en dar la cara.

—¿Quién? —preguntó William sin apartar los ojos de Aileen. Intentaba escuchar cada palabra de su hermano, pero su mente se empeñaba en repetirle que su madre había movido aquella librería tan solo con su deseo, al igual que él.

—Marcelo —respondió Robert.

William frunció el ceño sorprendido. Sabía que Marcelo no era un ejemplo a seguir, pero nunca dudó de la lealtad del vampiro hacia los Crain.

—Entonces, ¿por qué sigue vivo?

—Porque no está solo en esto. Sirve a alguien y es a ese alguien a quien queremos llegar. Escucha, hermano, era vital que tú no supieras nada para que nuestra mentira se sostuviera. Todos sabemos que no eres de los que se quedan de brazos cruzados —dijo más para sí que para los demás—. Yo planeé el robo. Me he convertido en una especie de líder de los renegados y convertí a Amelia en mi amante; te aseguro que esa parte no fue fácil. Salvé a Fabio cuando yo mismo debería haberle arrancado las tripas. Lo hice porque Marcelo me lo pidió, quería ver hasta dónde estoy dispuesto a llegar para comprobar si puede confiar en mí, y yo le demostré que podía. Ellos quieren hacerte daño y yo haré cualquier cosa para protegerte.

»Dicen haber encontrado la forma de romper la maldición, que necesitan tu sangre para ello; y yo les creo. Por eso voy a seguir adelante e interpretaré el papel de siervo hasta descubrir qué traman. Hay que averiguar quién está detrás de esto y acabar con él. Sobre todo ahora que las cosas están dando un giro tan extraño, hay otro vampiro que comparte tu don y que puede estar con ellos.

—Pero tú no sabías lo de ese vampiro. Yo te lo dije —terció William en tono acerado.

—¡Y no debería saberlo! —gruñó mientras se alborotaba el pelo con frustración—. Solo Dios sabe el esfuerzo que estoy haciendo para no salir a buscarlo yo mismo. Pero debo controlar mis impulsos y no cometer errores. Se supone que únicamente puedo saber lo que él me dice, así no correré el riesgo de equivocarme. —Dio un par de pasos hacia él—. William, jamás te traicionaría.

—Pero lo has hecho —musitó. Su rostro era una máscara fría y ausente.

—Ya te he explicado…

—No me refiero a vuestro plan maestro —dijo con sarcasmo—. No te has sorprendido con el gesto de mi madre.

Por primera vez apartó la vista de Aileen y enfrentó a su hermano con la mirada. Entonces recordó que Sebastian tampoco pareció impresionado cuando lo vio usar su poder por primera vez.

—Las cosas que hago, ¿es porque me parezco a ti? —preguntó a su madre. La miró con amargura y el cuerpo vacío de cualquier otro sentimiento que no fuera la desconfianza. La frialdad que emanaba de él se palpaba en el aire.

—Sí, has heredado esa parte de mí, y la verdad es que ha sido una sorpresa.

—¿Quién eres?

—Tu madre —respondió con dulzura.

—¡Maldita sea, quieres hablar de una vez! —gritó con rabia William.

—Ten paciencia, por favor —rogó Aileen.

Sebastian apareció tras ellos sin hacer ruido y se colocó al lado de su esposa rodeando su cintura con el brazo.

—Todos han abandonado la mansión, podemos hablar con libertad —indicó.

—¿Qué es esto? ¿Un maldito complot? —inquirió William. Se giró hacia Marie—. ¿Tú también?

—¡No! —exclamó Marie negando con la cabeza compulsivamente.

—Era un Vigilante —dijo Aileen captando la atención de todos— y, como mi nombre indica, fui enviada a vigilar. —Hizo un gesto hacia el cielo con la mano y miró a su esposo—. Los de arriba estaban interesados en Sebastian, tenían verdadera curiosidad. Un vampiro que abandona su camino de sangre, entregándose al martirio y al sacrificio para salvar su alma, no era un hecho que se debiera pasar por alto. Así que descendí, observé… y me enamoré.

—¿Estás insinuando que eres un… ángel? —preguntó William perplejo, mientras movía la cabeza, negándose a creerla.

—Con el tiempo descubrieron mis sentimientos hacia Sebastian. Me ordenaron volver y yo me negué a acatar sus órdenes, me desterraron y me convertí en un Caído. Cuando me quedé embarazada, solo pudimos pensar que había sido un milagro. Por mi seguridad y por la tuya, me mantuve oculta durante el embarazo y también durante tus primeros años. Si el embarazo fue una sorpresa, no puedes imaginarte lo que significó darnos cuenta de que crecías como un humano. Inventamos un pasado para mí, y años después simulamos mi conversión. Y así empezó nuestra vida como familia. Una familia de verdad, William, porque nuestros lazos son de sangre.

William miró a su padre y después a su hermano, pero esta vez con nuevos ojos. Sebastian era su verdadero padre, y Robert era su hermano, porque Robert era hijo biológico de Sebastian, los últimos descendientes de Lilith.

—¿Soy una especie de nefilim vampiro? —preguntó William. Sintió que sus piernas flaqueaban y su rostro se transformó con una sucesión de sentimientos: sorpresa, miedo, dolor, ira.

—Ni siquiera sé si existe un nombre para lo que eres —respondió Aileen—. Al menos otro que no sea milagro. Por eso estamos tan preocupados por Marcelo. No sabemos hasta qué punto sabe, ni quién se esconde tras él, ni cómo piensa utilizarte. Y el que haya aparecido otro igual a ti complica mucho más esta situación. Una vez puede considerarse casualidad, pero dos…

—¡Tenía derecho a saberlo! —exhaló bruscamente como si el aire le quemara en los pulmones.

—Tu derecho termina donde empieza nuestro derecho a protegerte —respondió Sebastian con voz autoritaria—. Para los vampiros eres un humano convertido, con una anomalía que puede justificarse como un nuevo paso en la evolución o un milagro. No me importa lo que crean, siempre y cuando no sepan la verdad. Te convertirías en un trofeo, al igual que tu madre, y no solo para los renegados.

La mirada de William era apagada y apática, y sus labios estaban fruncidos con una mueca de decepción. No conseguía asimilar todo lo que le estaba siendo revelado. Su naturaleza, la de su madre, todo le había sido destapado como una dramática y cegadora revelación. Sin embargo, aquella realidad le daba sentido a su vida. Contestaba a tantas preguntas que durante años lo habían estado atormentando, que por un momento pensó que debía sentirse aliviado, pero no lo estaba. Rechinó los dientes y sus ojos encendidos recorrieron los rostros de sus padres y su hermano.

—¿En qué me voy a convertir? —preguntó.

—No lo sabemos —respondió Aileen desviando la mirada, y una lágrima resbaló por su rostro.

Aquello sorprendió a William tanto como lo que era. Nunca la había visto llorar, los vampiros no lloraban, pero claro, ella no era un vampiro. De repente el amor que sentía hacia su madre afloró con el deseo de abrazarla, pero no se movió.

—¡Estás llorando! —musitó.

—Tu pena me consume, hijo. Tus lágrimas me conmueven hasta donde no puedo soportar.

William se llevó instintivamente una mano al rostro. Cuando la miró, las yemas de sus dedos estaban húmedas y se le doblaron las rodillas. Se esforzó por recuperar la voz.

—¿Creéis que si ese vampiro no me hubiera mordido habría seguido siendo humano?

Aileen movió los labios como si fuese a sonreír. Sebastian le dio un ligero apretón en los hombros tratando de infundirle valor.

—No he dicho que fueras humano, sino que crecías como si lo fueras —contestó, y su voz no fue más que un débil susurro—. No te mordió ningún vampiro.

William se estremeció como si hubiera recibido un latigazo.

Kate se acercó para cogerle la mano. Él se la apretó con tanta fuerza que temió que pudiera romperle los dedos, pero no dijo nada. Se limitó a pegarse a su cuerpo.

—Atacaron la casa, eso sí es cierto —continuó Aileen—, pero no te mordieron. Todo pasó muy deprisa, apenas pudimos reaccionar. Fue como si algo despertara dentro de ti, como si tus instintos de vampiro hubieran reaccionado al ver que nos atacaban. Acabaste con ellos sin que pudiéramos intervenir, probaste su sangre. Después de eso te desmayaste y enfermaste. Pasaste la transformación como un converso normal, eso ayudó a que todos creyeran que te había atacado un Renegado. Y ahora parece que es tu otra mitad la que despierta.

El cuerpo de William comenzó a temblar de forma violenta con un mal presentimiento. El terror se deslizó por su garganta oprimiéndole el pecho.

—¿Y qué le ocurrió a Marie? —preguntó con pánico en sus ojos.

—¡No fue culpa tuya, no sabías lo que hacías! —intervino Marie con ansiedad. Corrió hasta él y lo abrazó—. Yo no te culpo. No debí entrar en la habitación, me lo habían prohibido, pero quería verte. Parecías dormido, me acerqué y tú reaccionaste a mi presencia. Solo fue un accidente. Y sobre lo que están contando te juro que yo no sabía nada, yo también creí que aquel vampiro te había mordido.

William alzó los brazos lentamente y sujetó a su hermana por los hombros, apartándola de él. La miró un instante con el rostro desencajado por el dolor y la desesperación. Negó con la cabeza como si se disculpara y las lágrimas rodaron por su rostro, frías como el hielo, quemándole la piel.

—Yo te hice… —De repente dio media vuelta y abandonó la biblioteca con tal velocidad que apenas si lo vieron moverse.

Kate los fulminó a todos con la mirada y corrió tras él. Cruzó el vestíbulo y salió al exterior gritando su nombre.

—Irá a la abadía derruida, siempre va allí cuando busca refugio. Ve con él, no creo que deba estar solo, y dudo mucho que ahora quiera ver a alguno de nosotros —dijo Robert a su lado.

Kate observó cómo el vampiro se dirigía a uno de los coches aparcados junto a la fuente.

—¿Piensas marcharte después de lo que ha sucedido? —le preguntó en tono de reproche.

Robert se giró con brusquedad, disgustado.

—Dentro de dos horas tengo una cita con el hombre que quiere la cabeza de mi hermano en bandeja de plata. Pero si tanto te molesta, puedo aplazarlo para otro día. Seguro que lo entiende —le respondió con rabia.

Kate no dijo nada, apartó la mirada y no la alzó hasta que el coche se alejó. Rodeó la casa y se dirigió hacia la abadía. Ascendió la colina dando traspiés. La oscuridad era absoluta bajo aquel cielo cubierto de espesas nubes, que continuaban descargando de vez en cuando una ligera llovizna. Llegó hasta arriba y giró en derredor, convencida de que se había desviado. Maldijo su pésimo sentido de la orientación y empezó a descender.

Tropezó con una piedra y a punto estuvo de caer. La luz de la luna se coló por entre los negros nubarrones e iluminó de golpe la vieja abadía. Kate contempló la pared de piedra que se levantaba a menos de un metro de donde se encontraba, unos pasos más y se habría dado de bruces contra ella.

Caminó a su alrededor, evitando las enormes piedras. Saltó por encima de una viga de madera que había formado parte del techo y entró en la nave central. La pálida luz se colaba a través de los agujeros que los años y las inclemencias del tiempo habían abierto en los casetones. Algunos aún conservaban la pintura, pero no conseguía distinguir el color.

—Toda mi vida ha sido una gran mentira —susurró William en la oscuridad.

Kate dio un respingo y miró hacia arriba. Lo encontró sentado en el hueco del rosetón que había tras el altar, a varios metros de altura.

—Pero se acabaron las mentiras. Ahora sabes quién eres, ya no tienes que seguir buscando —dijo ella.

Él soltó una risa amarga.

—¿Y qué consuelo hay en eso? Antes me reconfortaba saber que hubo un tiempo en el que fui humano, y ahora también me han arrebatado eso. No queda nada en mí, solo un doloroso y oscuro vacío.

—No digas eso, estás lleno de cosas buenas.

—Mírame. Soy un engendro, soy el resultado de la unión de dos de las especies más temibles que existen. ¿O acaso crees que los ángeles son buenos? Pues para tu información te diré que no lo son. Son soberbios, despóticos y nunca han servido a nadie salvo a ellos mismos. Creen que están por encima de todo y de todos, y no tienen conciencia. Son peor que cualquier Renegado, y mi madre es uno de ellos. Yo soy uno de ellos.

—Tú no eres así —replicó Kate al borde de las lágrimas.

William se puso en pie y se dejó caer. Aterrizó en el suelo con la suavidad de una pluma.

—Sí lo soy, mitad vampiro, mitad caído, qué se puede esperar de mí.

—William te conozco…

—¡No, no me conoces! No tienes ni idea de lo que de verdad hay dentro de mí, de lo oscuros que son mis deseos, de las cosas que he llegado a pensar y a imaginar.

—Lo único que sé y me importa, es que rechazas lo que tus instintos tratan de hacer contigo. Cada día eliges no convertirte en aquello que tanto temes, luchas por ser una buena persona porque así lo quieres. Tú decides quién eres, no tu origen.

William hizo una inspiración temblorosa y su rostro se contrajo al borde de las lágrimas.

—Kate, no lo entiendes, solo causo dolor a los que me rodean. Mordí a mi hermana y la convertí en vampira, se lo arrebaté todo, el amor, los hijos, le arrebaté la vida. Hice lo mismo con Amelia, solo que a ella la he matado dos veces y no lo merecía, en el fondo no lo merecía porque todo fue culpa mía.

Kate no soportaba verlo sufrir de esa forma y ella misma se estaba quedando sin fuerzas. Se llevó las manos al pecho con un gesto suplicante.

—Tienes que seguir luchando. Vale, has cometido errores, pero todos nos equivocamos. Te han mentido, que se vayan al infierno por ello. Tu hermana no te culpa por lo que pasó, te adora. Y Amelia… ella pudo elegir y eligió el mal camino. —Tragó saliva y soltó un suspiro ahogado—. William, eres fuerte, no puedes rendirte. Tienes que luchar contra todo esto y superarlo.

El vampiro gimió.

—Pero es que estoy cansado de luchar contra lo que soy. Estoy tan cansado. Me da miedo que un día no pueda ser lo suficientemente fuerte y que acabe haciéndote daño. A ti no lo soportaría. —Cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia el suelo—. Por eso es mejor que te vayas.

Kate empezó a temblar de forma incontrolable.

—¿Qué?

—Quiero que regreses a casa, a Heaven Falls —susurró. Ella lo miró con los ojos tan abiertos y asustados que tuvo que desviar la vista para no flaquear en lo que se proponía hacer.

—¡No!

—Conmigo no estás segura, puede que acabe haciéndote a ti lo mismo que a ellas.

—No lo harás.

William se pasó la mano por el pelo con desesperación.

—¡No puedes estar segura!

—¡Sí lo estoy! —exclamó alzando la voz.

Evitaba mirarla, pero cuando al fin lo hizo, sus ojos estaban cargados de tristeza y resolución.

—Pero yo no. Se acabó, Kate, lo nuestro no es posible y se tiene que terminar.

—¡Venga ya, no puedes hablar en serio! Está bien, puedo entender por lo que estás pasando, todo lo que ha ocurrido esta noche es para volverse loco. Pero podemos superarlo, juntos podemos superarlo —dijo al borde de las lágrimas.

Él empezó a negar con la cabeza.

—Kate, no hagas esto más doloroso —se le quebró la voz.

Kate se estremeció. El modo en el que él la miró, le cortó la respiración. La expresión de William era de dolor, pero la de ella se tornó inmediatamente en horror.

—¡Dios mío, lo dices de verdad, vas a dejarme! ¿Por qué lo haces?

De repente William la abrazó, estrechándola con fuerza contra su pecho. Enterró el rostro en su pelo e inhaló su olor reteniéndolo en los pulmones. Kate intentó apartarlo empujándolo con sus manos. Fue un esfuerzo inútil, él era como un bloque de cemento contra una mariposa.

—Lo hago porque te quiero. Te amo como jamás creí que amaría a nadie. —La estrechó con más fuerza—. Lo siento tanto, Kate. Nunca debí acercarme a ti. Fui débil e irresponsable y un iluso por creer que esto funcionaría, pero aún estoy a tiempo de arreglarlo. No te preocupes, dentro de poco solo seré un mal sueño.

La besó en el pelo, se separó de ella y empezó a andar de espaldas con un dolor insoportable reflejado en el rostro.

—No vas a dejarme. ¡No des un paso más! —gritó Kate al ver que no se detenía.

—No volverás a verme, y tampoco espero que puedas perdonarme. Quizá sea lo mejor —dijo mientras desaparecía en la oscuridad.

—¡No, no te vayas! —gritó Kate con voz ronca y corrió tras él, tropezó y a punto estuvo de caer. Empezó a girar sobre sí misma esforzándose por ver algo en la oscuridad—. No me importa nada de lo que digas. ¿Me oyes? Para mí no cambia nada y pienso esperarte, voy a esperarte —gritó segura de que él aún podía oírla.

Desesperada y rendida se dejó caer en el suelo, rompiendo en sollozos.