William giró con habilidad en la curva y aceleró. Las nubes empezaban a ocultar las estrellas y el aire arrastraba un ligero olor a humedad. El motor rugió de nuevo al enfilar la recta y no aminoró cuando entraron en la estrecha carretera que conducía a la mansión. Se detuvieron frente a la puerta de acero, la cámara de seguridad se movió hacia ellos.
—¿Y si vamos a alguna otra parte? —sugirió ella.
William la miró con atención y por un instante sus ojos se iluminaron con un brillo púrpura.
—No sé, pero… —continuó ella— en el castillo tengo la sensación de que hasta las paredes tienen oídos. Y parece que allí no podemos pasar más de media hora juntos sin que uno de los dos se acabe marchando por cualquier motivo.
La puerta de hierro comenzó a abrirse con un sonido mecánico.
—¿Y qué sugieres? —preguntó él, dibujando en sus labios una sonrisa traviesa.
—Vayamos a algún sitio donde podamos estar solos, completamente solos.
William estudió su cara un instante y su sonrisa se ensanchó iluminando su pálido rostro.
—Tengo una idea —dijo él de repente.
Dio marcha atrás muy rápido, giró y derrapó sobre la tierra al acelerar de regreso a la carretera.
Kate sonrió encantada, no podía apartar los ojos de él. Hacía fresco y la humedad se le pegaba en la piel. Un par de gotas cayeron en su brazo y otra en su mejilla. Se arrebujó en el asiento, contemplando la niebla que comenzaba a arremolinarse a ambos lados de la carretera.
—Llegaremos en unos minutos —dijo William sin dejar de sonreír.
—¿Adónde?
—Vamos a colarnos en la casa de Robert —anunció con un guiño—. Pensaba llevarte a un precioso mirador que hay cerca de aquí, pero parece que va a llover.
—¿Robert no vive en la mansión? —curioseó Kate.
—Sí, pero también tiene sus pequeños retiros para cuando quiere pasar unos días solo. —Hizo una pausa y una sonrisa divertida curvó sus labios—. O acompañado.
—¿Y tú también tienes casitas a las que retirarte para estar solo? —preguntó Kate sin poder disimular un tonito celoso.
—No, yo soy un buen chico —respondió con una suave risa. Le hacía gracia ese ánimo suspicaz.
—No sé si creerte, ¿viste cómo te miraban las chicas en el pub? ¿Siempre causas ese efecto?
—Kate, a pesar de todos mis años, apenas he estado con otras mujeres. El amor dejó de interesarme. —Hizo una pausa—. Hasta que te conocí y no pude evitar enamorarme de ti. Pero sí que tengo un retiro, una pequeña villa en el lago Como. Iba allí de vez en cuando para descansar, pero estoy pensando en venderla y buscar un lugar más tranquilo. —La miró y se quedó pensando—. ¿Por qué no eliges tú el sitio?
—¡Yo!
—Sí, piensa en un lugar que te guste, no me importa dónde, pero que te guste. Y podríamos pasar allí nuestras primeras navidades juntos, ¿qué te parece? ¡Dios, ni siquiera recuerdo mi última Navidad! —indicó muy excitado.
Kate asintió encantada, casi sin dar crédito a lo feliz que se sentía. Y él añadió:
—Bien, este año quiero celebrar la Navidad y todo lo que se suele celebrar. Incluso Halloween, iré de vampiro, ¿crees que daré el pego? —preguntó con voz chispeante, y le guiñó un ojo mientras detenía el coche frente a una verja.
—Lo dudo, eres demasiado guapo para pasar por el típico vampiro —respondió Kate revolviéndole el pelo con la mano.
—¿Truco o trato? —ronroneó inclinándose sobre ella.
—Trato, pero no tengo ni un caramelo para darte —respondió con el corazón latiendo a mil por hora.
—Te lo cambio por un beso —musitó él sobre sus labios, y la besó. Se separó de ella esbozando aquella sonrisa perfecta que lo hacía increíblemente guapo. De repente se puso serio, la miró con atención a los ojos y arrugó el ceño—. ¿Es cierto lo que dijiste hace un rato?
—¿El qué?
—Tu fantasía, lo de imaginarnos juntos en esa casa.
—Sí —respondió mientras se ruborizaba.
William volvió a besarla y salió del coche sin decir una palabra. Marcó unos números en el teclado electrónico de la verja y regresó. Avanzaron por un camino de adoquines que cruzaba un amplio jardín salpicado de frondosos árboles. Se detuvieron frente a una casa de campo de dos pisos que se alzaba elegante y majestuosa rodeada de hiedra y rosales trepadores.
—¿Seguro que Robert no está aquí? —preguntó Kate un poco nerviosa.
—No, tenía que entrevistarse con alguien en Londres, no regresará hasta el alba e irá directamente a la mansión. Apenas utiliza este sitio.
—¿Ama de llaves, jardinero?
—Tranquila, aquí estaremos completamente solos —susurró tomándola de la mano. Una fina lluvia empezó a caer y tuvieron que correr para resguardarse.
William empezó a rebuscar en su llavero.
—¿Tienes llave? —preguntó sorprendida.
—¿Qué pensabas, que lo de colarnos era literal? Me la dio hace mucho tiempo, pero es la primera vez que la uso.
Entraron en el vestíbulo y William se dirigió a una de las lámparas que había sobre una consola bajo un gran espejo.
—Vaya, no hay luz —indicó, accionando varias veces el interruptor. Probó con la del techo y tampoco se encendió—. No importa, ven —dijo volviendo a tomarla de la mano.
La guió hasta una sala cubierta de alfombras y tapices, con una enorme chimenea frente a un sofá y una chaise longue. De repente todas las velas de la sala comenzaron a arder y un fuego crepitante apareció en la chimenea. Kate observó la estancia maravillada.
—Es fascinante que puedas hacer esas cosas —susurró, pasando su mano sobre una de las velas. La apartó rápidamente cuando sintió que se quemaba—. ¿No puedes hacer lo mismo con las lámparas? —preguntó mientras se sentaba junto a él en el sofá.
—No, o al menos aún no. Los objetos que funcionan con electricidad se me resisten.
Kate recorrió con la mirada las pinturas de las paredes, los ostentosos marcos dorados adornados con filigranas.
William le rodeó los hombros con un brazo y la atrajo hacia su pecho para acurrucarse juntos en el sofá. Contemplaron en silencio el fuego.
—¿Es esto lo que querías? —preguntó él besándola en el pelo.
—Sí —admitió—, ni hermanos, ni amigos. Tú y yo solos. —Se puso derecha y con un movimiento inesperado se sentó a horcajadas sobre él.
William dio un respingo por la sorpresa, pero de inmediato se relajó. Ella se inclinó lentamente y lo besó. Le recorrió la espalda con las manos y hundió el rostro en su cuello mientras ella lo abrazaba. Empezó a ponerse nervioso, se le secó la boca y un espasmo le encogió el estómago. La sangre le quemaba en las venas.
Kate se apartó un poco y se encontró con los ojos de William convertidos en dos rubíes. Empezaba a distinguir sus reacciones y supo con seguridad que aquella no era provocada por el deseo de estar con ella, sino por otro tipo de deseo mucho más peligroso.
William apretaba los labios y le temblaba la boca. Alzó una mano y acarició la mejilla de ella intentando parecer relajado, pero no lo estaba.
—¿Cuánto hace que no te alimentas? —preguntó Kate.
—Algo más de un día, pero contigo cerca eso es demasiado tiempo —respondió desviando la mirada hacia el fuego—. No debo descuidarme. —La apartó con cuidado y se puso en pie. Se acercó a la chimenea y permaneció contemplando las llamas—. ¿Quieres volver?
—¡No! ¿Tú quieres? —preguntó ella a su vez con el corazón palpitando muy rápido.
—No, pero sería lo más sensato —respondió, mirándola por encima del hombro con sus misteriosos, serios y preciosos ojos.
—Puede que Robert tenga sangre en alguna parte. Podrías alimentarte y así quedarnos a pasar la noche —sugirió Kate. No deseaba marcharse, quería quedarse allí con él, en sus brazos. Inmediatamente se arrepintió de su actitud desesperada, preguntándose qué pensaría él de su insistencia, casi acoso.
—Espérame aquí —dijo William y salió de la sala como un rayo.
Como una sombra sigilosa llegó hasta la cocina y abrió la nevera, estaba vacía; algo bastante lógico cuando ni siquiera había luz. Entonces una idea cruzó por su mente. Regresó a la sala.
—Voy a echar un vistazo en el refugio, allí es donde Robert guarda sus cosas. No te muevas de aquí, podrías caerte en la oscuridad.
Kate asintió y abrazándose las rodillas esperó.
William descendió las escaleras que conducían a la bodega. La oscuridad era absoluta, pero su aguda visión le permitía ver sin problemas. Encontró el cuadro de fusibles y lo abrió, solo para comprobar que se habían fundido. Cruzó la bodega hasta la puerta de acero que daba paso al refugio y abrió el panel. Le sorprendió que estuviera desconectado, pero pensó que sería por la falta de electricidad. Inmediatamente cayó en la cuenta de que no tenía nada que ver. El refugio, esa puerta y la verja de la calle tenían una alimentación diferente al resto de la casa. Dependían de distintos generadores, y el de la puerta y el refugio estaban desconectados a propósito.
Una sonrisa se dibujó en su cara. Sin electricidad, aquella puerta era únicamente un trozo de metal. Cerró los ojos un segundo y la puerta se abrió dejando a la vista una escalera. Bajó despacio, con una ligera inquietud, como un presentimiento incómodo que le obligaba a estar alerta.
Empujó la primera puerta a la izquierda. Entró en el cuarto, una pequeña cocina con muebles forrados de acero, y vio con alivio lo que buscaba. Abrió la puerta de cristal de uno de los frigoríficos y tomó una bolsa de sangre; leyó la etiqueta: Fundación Crain. Centro de Investigación Hematológica. Tomó un vaso del armario y lo llenó hasta el borde mientras sentía la presión de sus colmillos en la encía. Bebió lentamente, saboreando la sangre oscura y densa que le resbalaba por la garganta. Todo su cuerpo se estremeció con un intenso placer y sus instintos se sacudieron dentro de él como el champán agitado antes de ser descorchado. Se sirvió otro vaso y lo apuró de un trago. Cerró los ojos y vio la imagen de Kate sentada sobre él, con su piel cálida y suave brillando por el rubor. Ahora que había saciado su sed, solo sentía el deseo latente que dominaba a su cuerpo desde hacía días. Se moría de ganas de volver arriba y estar con ella.
Pisó el primer peldaño y el sentimiento de inquietud se hizo más intenso. Una ráfaga de aire invernal llegó hasta él desde atrás, arrastrando diversos olores y sonidos. Se giró muy despacio con los puños apretados. Avanzó por el pasillo enmoquetado, con los ojos fijos en una puerta de madera que había a su derecha. El dormitorio de Robert. Dentro se oía el sonido del agua.
La empujó sin hacer ruido y entró. La cama estaba deshecha con las sábanas de satén negras desparramadas por el suelo. Inhaló el aire de la habitación y sus ojos relampaguearon con una mezcla de incredulidad y de miedo por lo que podía ocurrir a partir de ese momento si estaba en lo cierto. Cogió un vestido que colgaba del respaldo de la silla y lo acercó a su nariz. La fragancia penetró en cada rincón de su cerebro y su cuerpo reaccionó como lo haría el de un depredador ante un rival. Sus ojos se transformaron y sus colmillos emergieron amenazantes de las encías.
Un grifo se cerró y el agua dejo de caer. William percibió el sonido de la seda al deslizarse, una toalla golpeando el suelo al caer. Un gruñido vibró en su pecho y escapó de su boca sin que pudiera controlarlo.
«¿Eres tú, cielo? No te esperaba hasta mañana. ¿Vienes a comprobar si estoy siendo una niña buena? ¿O es que me echabas de menos?»
William se estremeció al escuchar la dulce voz. Cada terminación nerviosa de su cuerpo se sacudió. La puerta del baño se abrió y ella apareció envuelta en una bata de estilo oriental de color rojo.
—¿Robert? —dijo Amelia a la vez que levantaba sus ojos del suelo y se encontraba con la fría mirada de William clavada en ella—. ¡Tú! —gritó.
La vampira se lanzó hacia la puerta, pero William la atrapó por el cuello y con un movimiento brusco la estrelló contra el suelo. Se sentó a horcajadas sobre ella y le sujetó las manos por encima de la cabeza.
—¿Por qué sigues viva? —preguntó con rabia.
—Muy cerca de donde caí había un pescador, me sacó del agua —respondió con la voz entrecortada mientras se retorcía intentando soltarse.
—Y en agradecimiento lo desangraste —replicó él con desprecio.
—¿Y qué querías que hiciera? Me estaba muriendo —le espetó—. No me mires así, tú me has convertido en lo que soy. Vivir, vivir a cualquier precio, eso es lo que me has enseñado.
Él la miró a los ojos y ejerció más presión para inmovilizarla.
—Me equivoqué al no dejarte morir aquel día y he pagado por ello durante ciento cincuenta años, pero eso se acabó, Amelia. He dejado de sentirme culpable.
—¿Y qué piensas hacer? Nunca has tenido el valor suficiente para hacer nada, los remordimientos te lo impiden —le dijo con desprecio.
El ruido de unos pasos llegó hasta ellos. Había alguien más en aquel refugio.
—¡Aquí, malditos, aquí! —gritó Amelia sin dejar de retorcerse.
Dos vampiros irrumpieron en la habitación y se abalanzaron sobre él. Amelia aprovechó el momento y se soltó. En ese mismo instante la voz de Kate sonó arriba, al pie de las escaleras.
—¡William!
—¡Sal de aquí, vete, corre, vete! —rugió y escuchó con alivio cómo ella obedecía.
Los dos vampiros cayeron sobre él, y Amelia, con un brillo diabólico en los ojos, saltó por encima de ellos hacia la puerta. William supo que iba a por Kate. Empujó a los renegados y consiguió aferrarla por un tobillo haciéndola caer de bruces. El extraño ser que crecía día a día bajo su piel tomó el control. La extraña luz regresó colmando su interior y un intenso poder se apoderó de cada célula de su cuerpo. Machacó a los dos vampiros en una décima de segundo y se lanzó al pasillo tras Amelia, que intentaba escapar de nuevo. Ya estaba en las escaleras y supo que no podría detenerla a tiempo.
Solo lo deseó y la puerta de acero se cerró con un fuerte golpe que resonó en el pasillo, mezclándose con el grito frustrado de Amelia. Ella descendió la escalera lentamente, se detuvo en el último peldaño y miró a William con un odio profundo. De repente saltó contra él como una pantera e intentó arañarle el rostro.
Consiguió reducirla con facilidad y sujetándola por la garganta la aplastó contra la pared.
—¿Es él? ¿Es mi hermano?
Una sonrisa maliciosa curvó los labios de Amelia y sus ojos relampaguearon deleitándose con el sufrimiento que embargaba a William.
—Sí, Robert es quien está detrás de todo. Tu querido hermano te odia, William. Tanto que quiere borrarte de la faz de la tierra, pero no sin antes drenar hasta la última gota de sangre de tu cuerpo y conseguir con ella la cura para los vampiros. Porque existe la cura.
—Mentira —escupió entre dientes.
—No cierres los ojos a la realidad. Estoy aquí, en su casa, en su lecho, bajo su protección. ¿Qué crees que significa eso? Te detesta, detesta a tu perfecta familia y, por encima de todo, aborrece el pacto, a tu padre y su predilección por ti.
—No te creo —musitó, negándose a creer en las evidencias.
—No te imaginas lo que los celos pueden destruir. Yo no vivo desde que sé que estás con ella. —Se inclinó hacia adelante con intención de besarlo, pero él la sujetó con más fuerza contra la pared.
—¿Y tú qué pintas aquí?
—Vamos, William, tú eres inteligente, ¿no lo adivinas? —Él no contestó y ella soltó una carcajada burlona—. Aplica la psicología masculina, querido. Tiene a tu adorable mujercita bajo su techo, en su cama. Tiene para él lo que tú llevas buscando más de un siglo. Retorcido, pero placentero. Además, gracias a mí ha conseguido reunir a los renegados bajo su mando, ¿adivinas para qué? —le preguntó con malicia.
—¿Para qué? —repitió.
—Para liberarnos del yugo impuesto por tu padre, para qué si no. Bajo la luz del sol los vampiros seremos imparables y los humanos solo servirán para llenar nuestras granjas. Robert anhela los viejos tiempos y yo me muero por conocerlos.
—No lo permitiré —dijo William soltándola lentamente.
—¿Y cómo piensas impedirlo? —preguntó con un mohín de burla.
—Voy a parar a mi hermano —dijo sin más, y no era una amenaza, sino una decisión inamovible que acababa de tomar.
—¿Y qué vas a hacer conmigo? —preguntó Amelia con recelo. La ironía había desaparecido de su rostro y sus ojos lo contemplaban con temor.
—Mantente alejada de mí y de los que amo, o la próxima vez que te vea te arrancaré el corazón.
Se encaminó a la escalera. Vio el destello en su mente incluso antes de que ella se moviera. Se dio la vuelta y aferró la mano de Amelia que empuñaba la daga. Se la arrebató y la hundió en su pecho sin que ella tuviera tiempo de darse cuenta de lo que sucedía. Amelia abrió los ojos como platos, sorprendida, y con las dos manos sujetó la muñeca de él que seguía empujando con fuerza contra su pecho. Durante un minuto se miraron a los ojos, el tiempo que ella tardó en desangrarse. Lentamente sus rodillas se doblaron y cayó al suelo en medio de un charco de sangre.
William contempló con frialdad el cuerpo inerte. Ni el más leve sentimiento agitó su corazón, solo podía pensar en Robert y en su traición. Dio media vuelta y abandonó la casa, buscando frenéticamente a Kate. Sus ojos sondeaban la oscuridad, las aletas de su nariz se movían intentando captar su olor.
—¡Kate! —la llamó con urgencia—. ¡Kate!
—Estoy aquí.
Kate surgió de detrás de un seto y corrió para refugiarse en sus brazos; pero él no la abrazó, la tomó por el codo y la obligó a caminar deprisa hacia el coche.
—¿Qué ha pasado? ¡Dios mío, tu ropa está empapada en sangre! ¿Estás herido?
—No —respondió mientras la hacía entrar en el coche. Agarró el volante, giró la llave y el motor del BMW rugió cuando pisó el acelerador—. Ponte el cinturón.
Kate obedeció inmediatamente.
—Entonces, ¿de quién es la sangre?
—De Amelia.
Kate dejó de respirar.
—Amelia está muerta —susurró muy despacio, mirando a William como si este hubiera perdido el juicio.
—Ahora sí, y no será la única muerte de esta noche —anunció con una frialdad que erizó cada centímetro de la piel de Kate.