—Hola, soy yo otra vez. Creo que deberíamos hablar de esto… —guardó silencio un segundo. Era el quinto mensaje que le dejaba en el buzón de voz y ya no sabía qué más decir—. Llámame, aunque solo sea para decirme dónde estás. Estoy preocupada por ti… —Hizo otra pausa—. Aunque eso no significa que me arrepienta de nada, porque no lo hago. ¡Oh! —rugió con frustración y continuó muy enfadada—: ¡Vale, si no quieres hablar conmigo, muy bien, genial! ¡Yo tampoco quiero hablar contigo!
Colgó el teléfono y se quedó mirando la pared. Había pasado toda la noche despierta, esperando a que él regresara, pero no lo había hecho. No dejaba de darle vueltas a todo lo ocurrido entre ellos, y seguía sin entender esa reticencia que William tenía a convertirla. No quería hacerlo, pero no podía evitar pensar mal. Quizá no estaba en los planes del vampiro pasar toda una vida con ella.
Cogió su bolso, una chaqueta y salió de la habitación como un rayo. Necesitaba salir de allí, el silencio de la casa pesaba sobre ella ahogándola. Bajó la escalera y cruzó el vestíbulo, segundos después empujaba la puerta de la cocina.
—Buenos días —saludó sin poder disimular que se encontraba mal.
Harriet y Shane, que se encontraba desayunando, alzaron la cabeza.
—Buenos días, Kate. ¿Te apetece desayunar? —preguntó Harriet.
—No, gracias. ¿Tiene algún mapa de la zona? Un mapa de carreteras.
—No, lo siento. Pero si necesitas ir a algún sitio, Henry puede…
—No se moleste, ya me las arreglaré.
Dio media vuelta y abandonó la cocina bajo la atenta mirada de Shane.
Las luces del garaje parpadearon antes de encenderse por completo y los ojos de Kate se abrieron como platos. Aquel lugar parecía un concesionario de coches de lujo. Se acercó hasta el BMW de William, solo para comprobar con decepción que las llaves no estaban puestas. Paseó la mirada por el recinto y vio un pequeño armario en una pared.
—¡Bingo! —exclamó al encontrar las llaves dentro.
El ruido del motor invadió el garaje y le embotó los oídos. Agarró el volante algo insegura, aquel coche no se parecía en nada a su viejo Volkswagen. Se sentía como si de golpe hubiera abandonado su triciclo para subirse a una moto de gran cilindrada. Accionó el mando y la puerta del garaje se abrió.
Shane estaba justo en medio del camino, con las manos enfundadas en los bolsillos de sus vaqueros, y no parecía que tuviera intención de moverse.
—No estoy de humor para numeritos de chico duro. Así que, o subes al coche y vienes conmigo o te quitas de en medio y me dejas pasar —dijo Kate sin paciencia.
Shane sacudió la cabeza y una sonrisa se dibujó en su cara. Se acercó al coche, abrió la portezuela y se sentó junto a ella sin decir una palabra.
Unos minutos más tarde se adentraban en las calles de Shrewsbury. Aparcaron cerca del río y desde allí se desplazaron a pie. Pasearon por el centro de la ciudad, repleto de edificios con entramado de madera en blanco y negro. Recorrieron estrechas y empinadas calles medievales. Tomaron té y pastas en una terraza, y después dormitaron al sol junto a la orilla del río. Comieron en un pequeño restaurante cerca de la plaza. Visitaron la estatua de Darwin y compraron algunos regalos. Kate adquirió una preciosa pamela para Alice, un chal para Martha y un bolso para Jill. Y el día pasó casi sin darse cuenta.
—Tengo hambre —dijo Shane, sobándose el estómago.
—¿Otra vez?
—¡Es casi la hora de cenar!
Kate suspiró con los ojos en blanco. No entendía dónde metía el chico aquellas cantidades ingentes de comida que solía tragar al cabo del día. Ni un ápice de grasa engordaba su cuerpo, era puro músculo.
—Está bien, cenemos —accedió—. ¿Adónde quieres ir?
—Ahí mismo —respondió Shane, señalando un pub.
El sitio estaba atiborrado de gente que veía un partido de rugby que daban por la tele, y tuvieron que esperar un rato en la barra hasta conseguir una mesa. Pidieron empanadas de carne picada y verduras, cerveza negra para él y sidra para ella.
—No está mal, pero me quedo con las alubias con huevos que comimos en el almuerzo —dijo Shane mientras masticaba un trozo de empanada.
Kate sonrió con aire apático.
—Echo de menos las ensaladas con pollo que prepara Mary, y los cappuccinos con mucha nata —comentó Kate.
Apartó su plato a un lado. De repente su móvil empezó a sonar sobre la mesa. Se inclinó hacia delante, vio el número de William parpadeando en la pantalla, y lo ignoró cruzándose de brazos.
—¿No vas a contestar? —preguntó Shane.
—No —respondió cortante.
El chico la miró mientras masticaba.
—Vaya, las cosas están peor de lo que imaginaba —señaló él dando un trago a su cerveza. Se limpió la boca con la servilleta y apoyó los codos en la mesa—. Mira, llevo todo el día de un lado para otro. He visto museos, mercadillos con flores, incluso le he dado de comer a los patos; y no porque me entusiasme este adorable papel de turista. No quería que estuvieras por ahí tú sola…
—¿Y? —intervino Kate cortando lo que parecía el principio de un sermón.
—Creo que merezco que me cuentes qué te pasa.
—Yo no te he pedido que me acompañes.
—¡Ya, pero como para dejarte sola! —exclamó Shane.
Kate lo fulminó con la mirada, consciente de lo que había dado a entender con aquel comentario. No se fiaba de ella, de que fuera capaz de arreglárselas sin meterse en un lío.
—No necesito una niñera —le espetó. Apartó la mirada y dejó que vagara por las mesas—. ¿Por qué todos me tratáis como si pudiera romperme? —replicó indignada.
—Porque puedes romperte, eres humana. Y no te ofendas.
Kate resopló.
—¡Eh! —El chico se inclinó sobre la mesa buscando sus ojos—. Sé que puedes cuidarte muy bien tú sola y que no necesitas una niñera, pero sí un amigo a quien contarle eso que llevas rumiando todo el día.
—Rumiando —repitió Kate en tono ofendido—. ¿Qué os pasa a vosotros con las ovejas? ¿Es algún tipo de obsesión fetiche?
—¿Qué tienen que ver las ovejas? —preguntó Shane desconcertado.
—Déjalo, no importa —otorgó ella casi en un susurro.
—Venga, desembucha —insistió él. Si cierras los ojos puedes imaginarte que soy Jill. Se llevó las manos al pecho como si sostuviera unos generosos senos.
Kate no puedo evitar sonreír.
—Vale, te lo contaré…
El teléfono de Shane empezó a sonar, le echó un vistazo.
—Es Marie. Voy a enviarle un mensaje, solo será un momento. —Tecleó durante un par de segundos y volvió a guardarlo—. Ya está, cuéntame.
Kate miró a su alrededor asegurándose de que nadie los observaba.
—Le pedí a William que me convirtiera en vampiro y él se negó. Discutimos y se marchó, eso es todo. —Entrelazó los dedos, nerviosa—. Bueno, no es todo, es solo la parte que te puedo contar.
Shane la miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—Está bien, capto el mensaje —contestó Shane acomodándose en la silla con una sonrisa perezosa. Pero de repente se puso serio y volvió a inclinarse sobre la mesa—. ¿Por qué quieres convertirte en vampiro? Hace tres semanas ni siquiera sabías que existían.
—Porque es la única forma de que podamos estar juntos sin problemas. Por eso no entiendo su negativa.
—¿Qué te dijo exactamente?
Kate guardó silencio mientras hacía girar su vaso entre las manos.
—Algo sobre que perdería mi humanidad y que él jamás permitiría eso.
Shane soltó muy despacio el aire de sus pulmones y clavó su mirada pensativa en algún punto del mantel. Al final levantó los ojos y los clavó en Kate.
—William cree… Mejor dicho, está convencido de que hay algo malo en su interior. Puede que él piense que, si te transforma, una parte de ese mal pueda pasar a ti. Después de lo que le pasó con Amelia, tras ver el monstruo en el que se convirtió, cualquiera estaría un poco paranoico. No quiero decir que eso sea lo que a él le ocurre, esto solo es una suposición, pero creo que estoy en lo cierto. Empiezo a conocer a William.
—¡Eso es absurdo, él no tiene nada malo en su interior! —exclamó ella.
—Yo opino lo mismo. Pero… respecto a la perdida de humanidad puede que tenga algo de razón. Cuando un humano se convierte en vampiro puede perder ciertos rasgos. Estoy hablando de moral, de sentimientos como la bondad, el altruismo, la generosidad; de distinguir con claridad el bien del mal. Esos rasgos son los que os hacen hermosos a nuestros ojos. Cuando eres poderoso e inmortal tiendes a olvidarlos, y si eso ocurre y te dejas dominar por tus instintos, puedes acabar convirtiéndote en un Renegado.
—Como le ocurrió a Amelia —susurró. El licántropo asintió—. William no la infectó con ningún tipo de mal. Estoy convencida de que ella nunca fue buena, y que al transformarse en vampiro sus malos sentimientos se fortalecieron. Pero si eres una buena persona, serás un buen vampiro, y yo soy una buena persona.
Shane le sonrió con afecto.
—Buen argumento, y puede que estés en lo cierto.
Kate arqueó las cejas con expresión victoriosa.
—Pero hay otras muchas cosas que sí perderías —continuó Shane—. William no te las habrá mencionado porque por su especial condición y por la naturaleza de su familia, él apenas ha experimentado esas pérdidas.
—¿A qué te refieres? —preguntó Kate con suspicacia.
—Me refiero a tu familia, a tus amigos, al lugar donde vives. A tus recuerdos, al sol, a un bonito arco iris o a una ensalada de pollo. Me refiero a esas pérdidas.
Kate sintió que todo en su interior se desmoronaba hasta quedar en ruinas.
—No habías pensado en eso, ¿verdad? —preguntó él. Ella negó con la cabeza—. Convertirse en vampiro supone un gran sacrificio. Nunca volverías a sentir el sabor del chocolate o de una súper hamburguesa con pepinillos. Estar cerca de tu familia o de tus amigos se convertirá en una tortura. ¿Cómo crees que te sentirás cuando el deseo de desangrarlos ocupe tu mente? ¿Soportarás la culpabilidad de esos pensamientos?
Kate se encogió en la silla.
—Tendrás que alejarte de las personas que amas —continuó Shane—, para que no noten que eres diferente, que no envejeces. Tendrás que contemplar cómo cada uno de ellos se consume y desaparece. Y eso se repetirá una y otra vez… Nunca podrás permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio, por mucho que este te guste. Tampoco harás nuevos amigos, porque sabes que antes o después tendrás que abandonarlos. Y adiós al sol, a su calor sobre la piel en un día de invierno. Adiós al amanecer o a contemplar el crepúsculo. Algo que William sí puede disfrutar y que tú no volverías a compartir con él. Deberías pensar en eso antes de tomar una decisión tan importante como convertirte en un vampiro.
Los ojos de Kate brillaron por las lágrimas que amenazaban con brotar, parpadeó para controlarlas.
—¡Soy una idiota, una idiota impulsiva! —se lamentó—. ¡Pobre William, he sido tan injusta con él!
—No te preocupes. Él te quiere, seguro que ya se le ha pasado el mosqueo.
—No, Shane, lo tenté con mi sangre en dos ocasiones. Prácticamente lo obligué. Lo puse entre la espada y la pared sabiendo lo que él siente, su deseo de alimentarse de mí, y…
—¿Y? —preguntó Shane casi con miedo a la respuesta. Las cosas que acababa de enumerar Kate ya eran bastantes serias.
—Le pedí la bendición a Sebastian sin contar con él.
Shane soltó de golpe el aire que había estado conteniendo.
—Oh, vale, sé que no está bien que te diga esto pero ¡no se lo cuentes! No le digas que pediste la bendición.
Kate hizo un gesto exasperado.
—¡No! ¿Lo sabe? —inquirió Shane.
—Sí, y sé que eso es lo que más le ha dolido —se atragantó con la última palabra.
William acababa de entrar en el local. Su mirada se posó en ella de inmediato y avanzó a su encuentro entre las mesas, tan hermoso que las miradas lo seguían a su paso. Kate sintió que el corazón se le subía a la garganta palpitando desbocado.
—No era Marie quien te llamo llamó hace un rato, ¿verdad?
Shane se encogió de hombros con una disculpa escrita en el rostro.
William se detuvo frente a la mesa sin apartar la vista de ella, que tenía los ojos clavados en el plato.
Shane se levantó, ofreciéndole su silla al vampiro.
—¿Has traído coche? —preguntó.
William sacó unas llaves del bolsillo de su pantalón y se las entregó.
—El jeep de Cyrus está justo enfrente —le dedicó una breve sonrisa y concentró de nuevo toda su atención en Kate—. ¿Has terminado de cenar? —le preguntó.
Kate alzó los ojos y asintió despacio.
—Ven —dijo tendiéndole la mano. Ella vaciló un instante pero al final la aceptó. La ayudó a levantarse y la condujo fuera del pub.
La agarró con fuerza de la mano, tirando de ella casi sin darse cuenta, mientras cruzaban el puente de piedra. No porque estuviera enfadado, sino porque quería estar a solas con ella cuanto antes. Las horas que había estado separado de Kate habían sido una tortura para él. Pero necesitaba pensar, aclarar su mente, encontrarse a sí mismo y averiguar qué quería de verdad para poder tomar una decisión.
Y ya había decidido, sus dudas se habían disipado y necesitaba hablar con ella de inmediato. Se moría de ganas de decirle que sí, que sí la transformaría. Porque no concebía una vida sin ella, y porque dejarla envejecer y morir para después seguirla a ese mismo final era el mayor disparate que podría cometer. Puede que romántico, sí, pero un sinsentido despiadado cuando podrían estar juntos para siempre. Y con ella la eternidad ya no le parecía suficiente.
Ya lo tenía todo planeado, dónde harían el cambio, y dónde se refugiarían hasta que ella pudiera controlarse. Después buscarían un lugar bonito en el que vivir, donde hubiera pocas horas de luz y la noche fuera muy larga y oscura.
Se detuvieron junto a la orilla del río, bajo unos árboles.
—¿Sigues enfadada? —preguntó William con tono inseguro.
—¡No, claro que no! —respondió. Al contrario, se sentía culpable por todo lo ocurrido.
Se contemplaron un instante. El pecho de Kate subía y bajaba muy rápido por culpa de las emociones que lo desbordaban. William le colocó un mechón de pelo tras la oreja y suspiró dejando escapar parte de los nervios que lo consumían.
—Yo… —dijeron los dos a la vez y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Kate, hay algo que quiero decirte —dijo él con voz ansiosa.
—Déjame a mí primero, por favor.
William asintió mientras le rozaba la mejilla con los dedos.
—Yo… siento mucho todo lo que he hecho, no… no tenía ningún derecho a atormentarte.
—Kate, tú no…
—Por favor —dijo ella poniendo una mano sobre sus labios—. Tenías razón, jamás debí pedirte semejante cosa. No era consciente de lo que significaba de verdad. Y no me refiero a lo de perder la humanidad…
—Kate, sobre ese tema puede que yo…
—¿Estés equivocado?
—Sí —respondió con un creciente anhelo.
—Lo estás —aseguró. Esbozó una sonrisa y lo abrazó por la cintura, apretándose contra su cuerpo. Él la besó en el pelo—. Pero yo también estaba equivocada al pedirte que me convirtieras. Me dejé llevar por un impulso sin detenerme a pensar en lo que eso significaba de verdad.
William la agarró por los hombros y la separó de su pecho para verle la cara.
—Explícate —dijo de repente muy serio.
—No estoy preparada para abandonar a Alice, no ahora, soy lo único que tiene. Pero no es solo eso lo que me ha hecho cambiar de opinión. Yo no podría vivir en un bunker bajo tierra, escondiéndome de la gente. Me aterra no volver a ver la luz del día, no tumbarme bajo el sol en la playa; no tener más días como el de hoy o como el de ayer bajo aquel manzano. Soy la persona con más claustrofobia de la tierra. Y hay algo más. ¿Sabes cuál fue mi primera fantasía sobre ti? —William negó lentamente con la cabeza—. La tuve el día que te conocí. Me vi en la casa que hay cerca de la cascada amarilla. En la cocina, tomando un café sentada en tu regazo, bajo los rayos del sol que entraban por la ventana. Si me transformo en vampiro no podré hacer nada de eso y tú sí, seguiríamos siendo diferentes. Me gustan las cosas tal y como están, quiero vivir el momento y disfrutar cada minuto que estemos juntos.
William cerró los ojos, apretando con fuerza los párpados. Apenas veinticuatro horas antes no quería ni oír hablar de la posible transformación de Kate, le parecía un sacrilegio el hecho de imaginarla como uno de ellos. Sin embargo, ahora se sentía terriblemente vacío, frustrado, porque ella ya no quería convertirse en su adorable y hermosa vampira, en su eterna compañera.
—¿Y tú qué querías decirme? —preguntó ella.
—Nada que tú no hayas dicho ya —susurró con voz profunda y suave, con un atisbo de tristeza que escondió rápidamente en el sonido de su risa. La abrazó, meciéndola con un ligero vaivén.
—¿Estás bien? —preguntó Kate.
—Sí, pero larguémonos de aquí. Se acerca visita —respondió, y se inclinó para depositar un tierno beso en sus labios.
Ella rodeó su cuello con los brazos, convirtiendo el suave roce en un beso más intenso. William se separó casi sin voluntad y apoyó su frente sobre la de ella sin abrir los ojos. Su aliento dulce y frío escapaba a través de sus labios erizando la piel de Kate. Le acarició los brazos.
—Vamos o no respondo de mí —dijo en voz baja.
Sintió cómo ella se ruborizaba y la risa coqueta que escapó de sus labios terminó de desarmarlo. La alzó por las caderas y la empujó contra el tronco del árbol al tiempo que ella enlazaba con las piernas su cintura. La besó con apremio.
Un ligero carraspeó sonó cerca de ellos. William miró con el rabillo del ojo hacia el puente, la visita ya estaba allí. Dejó a Kate en el suelo con lentitud.
—Te lo dije. Vayámonos antes de que nos detengan por escándalo público —sugirió, lanzando otra mirada al policía.
Kate asintió, apretando los labios para contener la risa, y cogidos de la mano fueron en busca del coche.