11

De pie en el tejado, inmóvil como una enorme gárgola, Shane observó a los vampiros. Marcelo se despedía de Sebastian, disculpándose una y otra vez por el comportamiento de Fabio. Podía oír la conversación desde allí, las excusas propias de alguien que odiaba a los licántropos. Palabras vacías que carecían de sinceridad, a las que Sebastian respondió sin inmutarse, que la próxima vez no habría juicio y que él mismo aplicaría sentencia y castigo sin importarle que Fabio estuviera bajo su protección. Nadie desafiaba a Sebastian en su casa sin pagar un precio, y ahora Fabio no gozaba de ningún privilegio.

Shane agradeció desde lo más profundo de su corazón aquellas palabras, pero no era suficiente. Se sentó con los brazos descansando sobre las rodillas y cerró los ojos. Oyó unos pasos acercarse. Suspiró, no tenía ganas de hablar con nadie, ni siquiera con él.

—Lo siento mucho —dijo William, sentándose a su lado en el tejado.

El último coche se perdió de vista al adentrase en la arboleda, todos los vampiros se habían marchado.

—Tú no tienes la culpa —respondió Shane, restregándose la mandíbula con frustración.

—Pero no puedo evitar sentirme responsable.

—Pues no debes. —Se recostó sobre los codos y, al estirarse, su cuello mostró una línea rosada—. ¿Qué pasará con él?

—Lo han expulsado del consejo, ya no goza de privilegios, ni de protección —respondió William.

Omitió que habían estado a punto de condenar a Fabio a muerte, y que el incomprensible voto de Robert lo había salvado en el último momento. Eso tenía trastornado a William; no entendía por qué su hermano había hecho semejante cosa. El Robert que él conocía se habría ofrecido a ejecutarlo con sus propias manos.

—Bien, eso significa que podré matarlo la próxima vez que nos veamos las caras —dijo Shane con rabia contenida. Se puso en pie, dio un paso adelante y se dejó caer al vacío.

William lo imitó.

—¿Qué te pasó anoche? ¡Perdiste el control! —preguntó caminando tras él.

—No perdí el control en ningún momento, sabía perfectamente lo que hacía —respondió el licántropo.

—¡Pero me atacaste! —exclamó sin dar crédito.

—Te pusiste en medio. —Se detuvo y dio media vuelta para encarar a William—. Mira, en ningún momento tuve intención de hacerte daño y, si me conocieras de verdad, lo sabrías. Te pusiste en medio y yo quería destrozar a ese chupasangre. Ya está. Era asunto mío.

—No, no está. Estuviste a punto de hacer una estupidez. Una vez que mi hermano y yo aparecimos, tu asunto pasó a ser nuestro asunto. Ya sabes como funciona esto, Shane, no es tu territorio.

Shane se llevó las manos a la cabeza y enredó los dedos en su pelo con nerviosismo.

—Ese miserable apareció de la nada con su mini ejército. Me puso esa cosa en el cuello y entonces abofeteó e insultó a Marie. Para mí era personal, así que, como comprenderás, me importa una mierda tu territorio.

—Estáis juntos, ¿verdad? Marie y tú estáis juntos —no era una acusación, pero en su voz había tanta tensión que lo pareció.

Shane apretó los dientes y lo miró con expresión desafiante.

—Sí, y si eso te supone un problema, ve haciéndote a la idea porque no voy a renunciar a ella.

William sacudió la cabeza.

—¡No tengo ningún problema, me parece bien! ¿Por qué… por qué estamos discutiendo?

—Dímelo tú —respondió Shane exasperado.

William cerró los ojos y masajeó el puente de su nariz con fuerza, a continuación se acercó a Shane y puso una mano en su hombro.

—Porque somos un par de idiotas. —Le dio un empujón y una sonrisa se dibujó en sus labios.

Shane le devolvió la sonrisa y también el empujón.

—Quiero que sepas que lo mío con Marie va en serio. Me he enamorado de ella, creo que lo estoy desde que vi ese dibujo tuyo, yo…

—Shane, tranquilo, me gusta la idea, de verdad. Pero lo que te dije hace un tiempo no era broma. Marie suele aburrirse con mucha facilidad y no quiero que te haga daño. —Puso una mano sobre su hombro y le dio un apretón.

Shane sonrió aliviado, la tensión de su cuerpo se relajó.

—Yo tampoco he sido un santo hasta ahora. Marie y yo hemos hablado, no hay secretos, sé todo lo que debo saber de ella y ella de mí. —Soltó una risa ahogada y se frotó el cuello—. ¡Hasta hace poco los vampiros ni siquiera me caíais bien! Y ahora, la mujer a la que amo es un vampiro y mi mejor amigo también lo es.

—Ese mejor amigo… no seré yo, ¿verdad? —replicó William, frunciendo los labios con disgusto, aunque sus ojos brillaban divertidos.

—¡Idiota! —exclamó Shane empujándolo en broma.

Marcelo subió la escalerilla del jet. Lo primero que vio fue su mano sobre el reposabrazos de la butaca y la copa de sangre que sujetaba entre los dedos. Hizo una señal a Fabio para que volviera a descender y esperara en la pista. Avanzó por el pasillo y se sentó frente a su invitado sorpresa, semioculto en la oscuridad de la cabina.

—No recuerdo haberte citado —dijo Marcelo.

—No, pero te marchaste sin despedirte. Muy desconsiderado por tu parte.

—¿Qué quieres?

—Mi paciencia se está agotando, Marcelo. He hecho todo lo que me has pedido. Mantengo unidos y controlados a la mayoría de los renegados, con falsas promesas sobre un suero que jamás existirá…

—¡Y que más da, ellos no lo saben, lo importante es que sigan creyendo en ti! —intervino Marcelo con desdén.

Robert Crain se inclinó y la luz que entraba por la ventanilla iluminó su rostro. Sus ojos azules brillaban fieros y amenazantes.

—He robado en mi propia casa y esta mañana salvé la vida de tu protegido. Creo que va siendo hora de que sepa por qué hago esto.

Marcelo rió con aire de superioridad.

—Todo lo que has hecho hasta ahora no servía para nada, Robert. Solo probaba tu lealtad. Comprobaba hasta dónde estás dispuesto a llegar. Te pedí que mataras y lo hiciste, que reunieras a los renegados bajo tu mando y lo hiciste, únicamente tú eras capaz. Te pedí que acogieras a la esposa de tu hermano y, por lo que sé, está siendo una tarea muy gratificante. El robo era una prueba más. —Se inclinó hacia él y bajó la voz—. Los dos sabemos que no es posible ningún suero, pero ese pequeño incidente dio credibilidad a tus palabras frente a los proscritos, a la vez que los hacía a ellos responsables del delito a los ojos de tu padre. Y mientras nuestro rey malgasta esfuerzos en encontrar a los responsables, nadie se fija en nosotros. El asunto de Fabio, no te preocupes, no lo olvidaré.

—Pues devuélveme el favor, empezando por contestar a mis preguntas.

Marcelo se recostó en su asiento y, apoyando los codos en los reposabrazos, entrelazó los dedos a la altura de su barbilla.

—Si el suero no es viable, ¿para qué necesitas a William? —preguntó Robert.

—Para romper nuestra maldición, ya te lo dije. Hay otros caminos además del científico.

—¿Cuáles?

—Eso lo sabrás a su momento.

—¿A quién sirves? —Robert se inclinó hacia delante, proyectando de forma amenazante su sombra. Marcelo se puso tenso de repente—. Vamos, no te sientas ofendido, pero no voy a tragarme que estás solo en esto. Hay un pez mucho más grande que tú en este océano y antes o después dará la cara.

Marcelo también se inclinó y sus ojos quedaron a la misma altura.

—No me gusta que me cuestionen, ni tampoco que me presionen. Este comportamiento tuyo me obliga a pensar que te estás ablandando —siseó Marcelo recuperando su seguridad, y esta vez fue Robert quien se sintió incómodo—. ¿Ya no quieres sacrificar a tu hermanito, al favorito de tu padre, al hijo de la luz? —le preguntó con sarcasmo.

—Yo no he dicho eso.

—Es un alivio. No te he mentido, Robert. Existe una forma de que los vampiros puedan sobrevivir al sol, y una vez que eso ocurra, te ayudaré a derrocar a tu padre. Para eso tendrás a los renegados de tu parte, y a todos aquellos que poco a poco empiezan a convencerse de que los viejos tiempos deben volver. ¿No es ese tu sueño?

Robert asintió con la vista clavada en el suelo. Y Marcelo añadió:

—No te desanimes. Y para demostrarte mi afecto te diré algo: sí hay alguien más grande detrás de todo esto. Más de lo que puedes imaginar. Sigue de nuestro lado y serás el nuevo rey. Un rey que no temerá al sol.

Robert descendió la escalerilla del avión sumido en un torbellino de pensamientos. Apenas podía contener la rabia que fluía por su venas. Vio a Fabio coqueteando con una de las azafatas y no pudo contenerse. Se dirigió a él con los labios apretados, ciego de ira. Lo agarró por el cuello y lo empujó contra uno de los coches. La carrocería cedió y los cristales explotaron por la violencia del golpe.

—¡No puedes tocarme, no puedes tocarme! —exclamó Fabio asustado.

Robert se inclinó sobre él para susurrarle al oído.

—Si vuelves a acercarte a mi hermana le diré al lobo dónde encontrarte. Ya lo viste, Fabio, ni William pudo pararlo. ¿Qué crees que hará con un cobarde como tú?

Volvió a empujarlo, deseando en lo mas profundo de su ser hacer lo mismo con Marcelo. Un único pensamiento evitó que regresara al avión: la certeza de que un día, no muy lejano, le arrancaría el corazón con sus propias manos.

—Quedas advertido —le dijo a Fabio dando media vuelta.

Kate tomó una manzana del árbol y empezó a mordisquearla distraídamente. Se sentó en el suelo y estiró los dedos de los pies dejando que la hierba le hiciera cosquillas. Lanzó una mirada furtiva por encima de su hombro y vio a William completamente concentrado en su libro, con la espalda apoyada contra el tronco del manzano y las piernas estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos.

Dio otro mordisco a la manzana y observó a un pequeño insecto de alas rojas que corría sobre sus pantalones. Extendió la mano y el animal subió por sus dedos, correteando por su palma mientras ella la giraba de un lado a otro disfrutando de las cosquillas que le hacían sus patitas. Terminó de roer el corazón de la manzana y lo lanzó lejos. Tomó su libro y buscó la página que estaba leyendo. Al cabo de unos minutos lo dejó y volvió a ponerse en pie.

William levantó los ojos de su lectura y observó a Kate con disimulo. Podía percibir su inquietud. Desde la noche del baile, algo había cambiado en ella. Solo era una sensación. Algo en su mirada que de pronto se había vuelto esquiva, la forma en la que despegaba los labios como si estuviera a punto de decir algo y volvía a cerrarlos con un suspiro.

—Kate —la llamó. Cuando ella lo miró, se palmeó los muslos para que se acercara.

La chica se tumbó a su lado. Apoyó la cabeza sobre su regazo y cerró los ojos.

Él comenzó a acariciarle la cabeza, enredando los dedos en la melena desparramada sobre sus piernas. Le rozó la mejilla, sintiendo cómo la tibieza de su piel le calentaba los dedos.

—¿Qué ronda por esta cabecita? —preguntó mientras recorría con el dedo el puente de su nariz hasta la frente.

«Quiero convertirme en vampiro y quiero que seas tú quien me transformes. Porque elijo vivir una vida eterna contigo a vivir cientos de vidas mortales sin ti», pensó. Las palabras fluyeron por su mente con facilidad y, por un momento, pensó que podría decirlas en voz alta.

—Nada —respondió con un suspiro.

William le deslizó la mano por el cuello y acarició con el pulgar la línea azulada que dibujaba su yugular a lo largo de la garganta. Cada vez repetía aquel gesto con más frecuencia, y Kate sabía que lo hacía como una especie de terapia con la que trataba de habituarse a la atracción y el deseo que le despertaba su sangre.

—¿Quieres que hagamos algo esta noche? Podemos ir Shrewsbury si te apetece. Seguro que Henry puede recomendarnos algún sitio agradable donde puedas tomar un café —sugirió él.

—¡Sí, suena bien! —exclamó ella.

—Llevamos aquí una semana y no has salido de estos terrenos. Creo que va siendo hora de divertirse.

—Podríamos invitar a Shane y Marie.

—¡Claro, me encanta la idea! Incluso repetirlo dentro de unos días, ¿qué te parece en Londres? —Se estremeció con una sonrisa al ver como Kate asentía emocionada—. Llamaré para que nos preparen la casa.

—Gracias —susurró ella mientras acariciaba su fría mejilla con los dedos.

—No tienes que darme las gracias. Haría cualquier cosa por verte feliz, lo sabes.

El estómago de Kate volvió a llenarse de mariposas. De repente ese hormigueo se transformó en la seguridad que necesitaba para hablarle a William de sus deseos.

—¿De verdad harías cualquier cosa? —preguntó con la respiración agitada. Él asintió—. Antes tenías razón, algo me ronda la cabeza desde hace días.

Se incorporó sobre el codo para poder mirarle a los ojos. Al apoyar la mano en la hierba sintió un fuerte pinchazo en el dedo índice. Alzó la mano con un gemido.

—¿Qué te pasa? —preguntó William inclinándose hacia delante. Con una mano en su espalda ayudó a Kate a sentarse.

—Se me ha clavado algo en el dedo. —Extendió la mano y vio una astilla del árbol clavada profundamente—. Me duele mucho.

—Déjame ver. —William examinó el dedo—. Está profunda. Vamos a casa, en la cocina hay un botiquín y Harriet podrá ayudarte.

Kate negó con un gesto de su cabeza.

—¡Solo es una astilla! —dijo encogiéndose de hombros para quitarle importancia, y con un ligero tirón la arrancó de su dedo.

Una gota de sangre roja y brillante apareció en la herida. Resbaló y cayó al suelo, y después otra, y otra. Kate se llevó el dedo a la boca y lo succionó, pero no dejaba de sangrar. Entonces se percató de la expresión de William: tenía el rostro desencajado y sus ojos miraban fijamente la sangre con una mezcla de miedo y deseo. Sin pensarlo extendió la mano hacia él, hasta casi rozarle los labios.

—¡No hagas eso! —exclamó asustado, y de un salto se puso en pie, alejándose de ella.

—Lo siento, lo hice sin pensar. —También se levantó.

—¿No te das cuenta de lo que podría pasar? —le preguntó en tono severo, con una voz tan ronca que no parecía suya.

Kate se encogió con un estremecimiento.

—No creo que fuese tan malo que pasara —susurró con los ojos clavados en el suelo.

William sacó un pañuelo de su bolsillo y con decisión agarró la mano de Kate. Enrolló el pañuelo alrededor de la herida, casi sin mirar, mientras ella no apartaba los ojos de su rostro enojado.

—Ni lo pienses, morirías.

Meneó la cabeza con fuerza, tratando de desechar esa idea.

—¡Solo mi cuerpo! —le tembló la voz, consciente de que él ni se había cuestionado la posibilidad de transformarla. Cuando le prometió una vida normal se refería exactamente a eso, a que jamás la convertiría.

—No solo tu cuerpo, Kate. Perderías cualquier rastro de humanidad…

—¡Eso no lo sabes!

—Convertirte en vampiro no es una opción —replicó William entre dientes.

La miró una sola vez y echó a andar hacia la mansión con paso rápido, decidido a no continuar con aquella conversación.

Kate se quedó inmóvil mirando como se alejaba. Algo dentro de ella se rebeló. William estaba equivocado, mientras ella fuera humana y él vampiro, jamás tendrían una vida normal; ni siquiera una vida. Volvió a sentarse bajo el árbol, si pensaba que iba a salir corriendo tras él para disculparse, estaba muy equivocado.