Faltaba una hora para el amanecer y casi todos los vampiros se encontraban ya en los pisos inferiores. Estarían allí, protegidos de las horas diurnas, hasta que llegara de nuevo la noche. Entonces, los coches volverían para llevarlos de vuelta al aeropuerto.
Las velas se habían consumido y las guirnaldas de flores estaban perdiendo su frescura con rapidez. Kate sentía el suelo muy frío bajo sus pies, pero no le importó. Estaba aliviando el dolor que le habían provocado aquellos tacones imposibles que había llevado durante horas, y que ahora colgaban de sus dedos. William la cogió de la mano y juntos subieron la escalera. Sus dedos fríos la apretaban con fuerza, pero no se quejó. En su mente no dejaba de darle vueltas a la conversación que había mantenido con Sebastian, había dado el paso, y ahora tenía su bendición para convertirse en una vampira. Ya no existía nada que pudiera separarla de William, estarían juntos para siempre. El problema era que no sabía cómo hablar con él del tema. Solo pensar en ello, la sumía en una especie de estado vegetativo en el que apenas era capaz de respirar.
—¿En qué piensas? —preguntó William.
—En nada —respondió con una sonrisa.
—Ese nada parecía interesante. Estabas completamente abstraída —insistió él.
Kate notó que el pasador de su pelo se había desprendido un poco. Se llevó una mano a la nuca y se lo quitó, después lo dejó caer dentro del bolsillo de la chaqueta de William.
—¿Te das cuenta de que apenas hemos estado juntos esta noche? —le hizo notar Kate.
—Bueno, no me sorprende. Tanto mis padres como Robert te han acaparado la mayor parte del tiempo.
Ella dejó escapar una risita mordaz.
—Intentaban que me sintiera bien, ya que tú parecías estar muy solicitado por ese grupito de vampiras esnobs.
La sonrisa de William se ensanchó.
—Forma parte de mis obligaciones ser un buen anfitrión —dijo en tono inocente.
—¡Oh sí, y seguro que te ha resultado de lo más molesto! —replicó Kate con el ceño fruncido y un mohín en los labios.
—Estás celosa. Me gusta —susurró acercando los labios a su oído. Cogió un par de mechones de su pelo y se los colocó sobre el hombro, rozando su piel con lentitud—. Pero yo solo tenía ojos para ti.
Kate se sonrojó y bajó la mirada. Se detuvieron frente a la puerta de su habitación.
En ese momento dos Guerreros aparecieron por el pasillo, revisaban la seguridad de la mansión antes de retirarse a los pisos inferiores. Los saludaron con una leve reverencia y pasaron de largo.
—Supongo que estarás cansada —dijo William.
—Sí, un poco —señaló Kate lanzando una mirada fugaz a los Guerreros. Se habían detenido unos metros más adelante, parecía que habían encontrado algún problema en una de las cámaras de seguridad.
—Entonces descansa, te veré cuando despiertes.
Le acarició la mejilla con el pulgar, mientras sus ojos se la bebían. Entonces se separó de golpe y se encaminó a su habitación. Se detuvo frente a la puerta y miró a Kate dedicándole una sonrisa encantadora.
—Buenas noches.
—Buenas noches —respondió ella.
Kate entró en el dormitorio sintiendo un gran vacío en el pecho. William ni siquiera le había dado un beso de buenas noches y, aunque sabía que la razón era la presencia de los dos Guerreros, eso la dejó un poco triste. No era la despedida que había imaginado. Cerró la puerta con suavidad. Lanzó un suspiro y apoyó la frente contra la madera con los ojos.
Se giró y el corazón le dio un vuelco. Soltó los zapatos, que se estrellaron contra el suelo con un golpe seco. William estaba tan cerca que el aire apenas circulaba entre ellos. Y sin decir una palabra le tomó el rostro entre las manos y la empujó contra la pared. La miró a los ojos un instante y la besó con un impulso desesperado.
—Llevo toda la noche muriéndome por hacer esto —jadeó él, escondiendo el rostro en su cuello—, pensando que acabaría por volverme loco si no te besaba.
Volvió a tomarla con vehemencia. Ella se apretó contra él, devolviéndole el beso de forma frenética. Sintió como su autocontrol empezaba a desaparecer. La agarró por la nuca y la separó unos centímetros para poder mirarla a los ojos.
—Te deseo demasiado y si sigo no podré parar —susurró.
—No pares —dijo ella entrecortadamente.
Él apretó los párpados con fuerza, debatiéndose entre si debía continuar o no. Sabía que para ella sería la primera vez, un momento demasiado importante como para no estar a la altura.
—Debes saber que hace mucho que yo no… —Ella le puso un dedo en los labios para cerrarlos. Abrió los ojos y deslizó la mano por su garganta, acariciando con lentitud su piel blanca y suave, palpitante.
—Yo también te deseo —musitó ella.
Los ojos de William se transformaron en fuego, en dos lagos profundos de color púrpura que destellaban en la oscuridad. La sujetó por las caderas y volvió a besarla. Ella se separó un poco para coger una bocanada de aire y agarró su chaqueta por las solapas. Se la quitó dejando que cayera al suelo y comenzó a desabrocharle la camisa. Deslizó las manos por su pecho, mientras su respiración se aceleraba cada vez más, y enredando los dedos en su pelo lo atrajo para volver a besarlo.
William le bajó la cremallera del vestido y empujó los tirantes a lo largo de sus brazos. El vestido resbaló por su cuerpo, hasta quedar hecho un montón alrededor de sus pies descalzos. Todas las velas de la habitación comenzaron a arder como por arte de magia, iluminando suavemente sus rostros. La tomó en brazos y la depositó en la cama con cuidado. Se situó sobre ella, aguantando el peso de su cuerpo con los brazos y la miró desde arriba.
—Te quiero tanto… —susurró, y hundió el rostro en su cuello, besándola bajo la oreja.
Kate sintió el peso de su cuerpo con una agradable calidez y cerró los ojos dando rienda suelta a las sensaciones que invadían su interior. Lo amaba con toda su alma y con cada célula de su cuerpo. Hundió las manos en su pelo mientras sus labios se deslizaban por su piel. Pasión. Placer. Respiró su aliento y dejó de pensar.
De repente, William se incorporó alejándose de ella. Cerró los ojos y alzó la barbilla como si intentara escuchar algo.
—¡William! —dijo ella desde la cama, completamente desconcertada, sin entender qué ocurría o si había hecho algo mal.
—¡Algo está pasando! —dijo él muy serio.
Una de las ventanas se abrió de par en par con un fuerte golpe, sin que nadie la hubiera tocado, y William se lanzó a través del hueco.
La camisa abierta ondeó sobre su espalda y sus pies descalzos se posaron en la hierba húmeda del jardín trasero. Aguzó el oído todo lo que pudo e infinidad de sonidos llegaron hasta él. Pero solo buscaba uno, el que había puesto todos sus sentidos alerta provocándole un nudo en el estómago.
«¡No, suéltale!»
William clavó los ojos por encima del estanque, de aquella dirección provenía la voz de Marie. Empezó a correr mientras las palabras seguían llegando hasta él cada vez más nítidas.
«No, Shane, no te transformes o esa cosa te matará», gritó Marie.
«Jamás permitiré que un sucio animal como tú la toque», esa era la voz de Fabio.
Un rugido brotó de su garganta al contemplar la escena. Dos vampiros aferraban a Marie, mientras ella se retorcía mostrando los colmillos. Otros dos sujetaban a Shane por los brazos. El licántropo tenía enroscada en su cuello una cadena que William reconoció enseguida. Se habían usado durante la guerra. Estaban hechas de una extraña aleación prácticamente irrompible que contenía plata y rodio, bañada en belladona. Las heridas infligidas por este metal tardaban más en sanar y, si la lesión era importante, los licántropos podían morir antes de regenerarse. En el cuello de un hombre lobo eran mortales si este se transformaba, porque moría decapitado o desangrado en pocos segundos.
Fabio alzó la mano para asestar otro golpe al licántropo, pero no llegó a tocarlo. William lo agarró del pecho y lo lanzó por los aires. Los otros vampiros corrieron en su ayuda, y se enfrentaron a él. Arremetieron con contundencia, pero William era más rápido y evitaba la mayoría de los golpes.
Fabio se incorporó algo mareado y corrió para ayudar a sus guardaespaldas. Rodearon a William como una manada de hienas.
Marie aprovechó para arrodillarse junto a Shane y empezó a tirar de la cadena intentando aflojarla de su cuello. El metal le lastimaba los dedos con profundos cortes. A pesar de las heridas, continuó tirando de los eslabones sin perder de vista a su hermano. Eran cinco contra uno y las cosas iban a ponerse muy feas, incluso desesperadas.
—No sabes cuánto deseaba este enfrentamiento —dijo Fabio lanzándole una mirada asesina—. Tú tienes la culpa de que ella no quiera estar conmigo. Le has llenado la cabeza con estupideces y la has empujado a los brazos de esa bestia. ¿Sabes lo que estaban haciendo cuando les encontré?
William lanzó una rápida mirada a Shane, estaba a punto de transformarse y no iba a poder ayudarlo. Esa realidad lo golpeó con violencia.
—Marie toma sus propias decisiones. Nunca te ha querido, asúmelo y déjala en paz. Has cruzado un límite muy peligroso, márchate antes de que esto empeore —más que una sugerencia era una amenaza.
Fabio giró la cabeza para mirar a Shane. El cuello se le estaba hinchando y la sangre corría por su pecho, no dejaba de gruñir intentando controlar la transformación. Una sonrisa de triunfo se dibujó en su cara y volvió sus ojos hacia William.
—Tú lo has dicho, ya he cruzado el límite, así que, ¿por qué no seguir con esto hasta el final? —Sacó una daga de su espalda y la hizo girar con destreza entre los dedos.
De repente se abalanzó contra William.
William trató de defenderse, pero eran demasiados y su preocupación por Shane le hacía perder la concentración. Apretó los labios con una mueca de dolor, Fabio había logrado darle un tajo que le cruzaba uno de los pectorales. De repente cayó al suelo embestido por dos de los vampiros y entre los cinco consiguieron mantenerlo inmóvil, sujetando sus brazos en cruz.
La risa de Fabio al levantar la daga se mezcló con el grito impotente de Marie, que no sabía qué hacer. Shane había comenzado a transformarse y se asfixiaba por la falta de aire, y su hermano estaba a punto de ser apuñalado en el corazón.
Robert apareció de la nada semidesnudo. Le arrebató la daga a Fabio, sujetó a uno de los vampiros por el pelo y, tirando hacia atrás de su cabeza, le rebanó el cuello. En ese momento la cadena que estrangulaba a Shane se partió.
El lobo blanco se alzó sobre sus cuatro patas y aulló a la luna que comenzaba a desvanecerse por la claridad del amanecer. Gruñó mostrando una hilera de dientes grandes y afilados, y sus ojos amarillos se clavaron en Fabio. Agachó la cabeza, acechándolo, y el pelo de su lomo se erizó.
—Déjalo, Shane, mi padre se ocupará —dijo William acercándose a su amigo, la herida de su pecho aún sangraba, pero sanaría en cuestión de segundos. El zarpazo de Shane lo cogió por sorpresa, golpeándole de lleno el estómago—. ¡No, Robert, está descontrolado! —gritó a su hermano cuando este trató de interponerse entre ellos.
Robert se detuvo con la daga empuñada, por si acaso, y William se quedó inmóvil donde había caído.
Shane los observó un instante sin dejar de gruñir, y concentró de nuevo su atención en Fabio. El vampiro se encontraba parapetado tras sus guardaespaldas y lo contemplaba aterrado. El gruñido de su garganta se intensificó y sus patas se flexionaron para saltar.
—¡William, no puede atacar a un miembro del consejo, no dentro de estos terrenos! —gritó Robert.
—¡Ya lo sé, maldita sea! —exclamó poniéndose en pie a la velocidad del rayo.
Marie fue más rápida, adelantó a sus hermanos y se colocó frente al lobo.
—Shane, deja que se vaya, no merece la pena —dijo en voz baja.
El enorme lobo levantó el labio superior mostrando los dientes.
—Marie, ven aquí —la urgió William tendiéndole la mano. Temía que Shane pudiera hacerle daño, pero ella ignoró por completo su ruego, segura de que con él no corría ningún peligro.
—Shane —insistió Marie y esta vez él la miró—. Si le haces daño, será a ti a quien juzguen. Deja que mi padre se encargue de esto —Shane volvió a gruñir y lanzó una dentellada al aire. No obstante, Marie se mantuvo firme—. Escúchame, no volverá a hacerme daño, esta vez ha llegado demasiado lejos. —Estiró la mano lentamente y la posó sobre su hocico.
William alzó el brazo para que Sebastian y Cyrus, que llegaban en ese momento, se detuvieran.
Marie deslizó la mano desde el hocico hasta sus orejas puntiagudas y sin prisa lo abrazó por el cuello. Apoyó la mejilla cerca de su oído.
—Te quiero, Shane. Estamos juntos y eso es lo único que importa. —El lobo cerró sus ojos amarillos y ladeó la cabeza como si quisiera acariciarla con el morro—. Volvamos a la mansión, acurruquémonos bajo las sábanas y olvidémonos de todo. Por favor, ven conmigo.
Shane se dejó caer en la hierba completamente exhausto y poco a poco recuperó su forma humana. Marie lo abrazó para que apoyara la cabeza sobre su pecho, sin importarle que la sangre empapara su regazo. Presionó la herida con la mano para tratar de detener la hemorragia.
Cyrus cubrió al chico con su chaqueta, a la vez que un sonido de repulsión escapaba de sus labios al contemplar las heridas que tenía en el cuello. Cogió la cadena del suelo y la apretó con fuerza hasta que la sangre goteó de sus dedos. Miró con asco a aquellos que la habían usado.
—¡Os quiero a todos en la sala del consejo, inmediatamente! —rugió Sebastian con el rostro desfigurado por la rabia.